jueves, 29 de julio de 2010

El universitario frente a la doctrina marxista - Dr. Carlos Alberto Sacheri


Definir en el corto tiempo de una exposición qué es el marxismo es parte fácil y en parte difícil. El marxismo doctrinariamente hablando es una doctrina simple, simplista. Es un monismo filosófico de signo materialista. De ahí que la primera caracterización que hagamos del marxismo es la de un materialismo dialéctico e histórico. Lo primero a retener es que el marxismo no es una doctrina como cualquier otra doctrina. No es una mera “teoría”. Como lo dicen coherentemente desde el mismo Marx hasta el actualísimo Mao es una “guía para la acción”. La teoría marxista no tiene ningún sentido en sí misma en cuanto mera teoría. Es un esquema de acción, más aún un esquema de la acción o praxis revolucionaria. Uno de los caracteres más negativos del marxismo, y más negador de lo mejor de la tradición cultural del occidente greco-latino y cristiano, es, precisamente, esa supremacía permanente de la acción sobre el pensamiento, de la praxis sobre la teoría. El marxismo desprecia la teoría como tal. Es una actitud vital, una actitud ciega (por las razones que veremos), surgida en la acción por la acción misma.
En primer lugar, entonces, consideremos el marxismo en cuanto esquema materialista. En la historia de occidente ha habido muchas doctrinas materialistas a lo largo de 25 siglos. Pero Marx y Engels despreciaron en repetidos textos a todos los materialistas anteriores, calificándolos de materialistas ingenuos.

Ellos se presentan como los postuladores del único y verdadero materialismo científico (sobre todo Marx, no habla nunca del materialismo dialéctico). Siempre hablan de materialismo científico, es decir, de un materialismo fundado, según ellos, en las últimas conclusiones de las ciencias positivas, que tanto auge comenzaron a cobrar en la primera mitad del siglo XIX. Este anhelo era bastante lógico, y merece cierto aplauso; sin embargo, la elaboración teórica del materialismo dialéctico se resiente del positivismo que caracterizó el clima científico y cultural del siglo pasado (XIX), sobre todo en lo que hace a las ciencias sociales, tanto a la sociología de Augusto Comte, como a la antropología cultural de Morgan y otros autores.

Desde el punto de vista de un materialismo consecuente, como es el marxismo leninismo, toda realidad supone un único principio que es la materia, todo es materia. Esa materia está dotada de las mismas características fundamentales con que la teología ha definido al ser supremo, Dios. La materia marxista es eterna e infinita. Es principio de todo movimiento. Es esencialmente acto puro, ser en el cual la esencia y la existencia se identifican. Ese universo material está pues dotado de ciertas propiedades, no sólo la eternidad, y la infinitud, sino principalmente la de del automovimiento. La materia se mueve a sí misma. Ustedes preguntarán ¿cómo se explica ese misterio? Yo les diré que ese misterio no se explica, porque no es un misterio, es un absurdo. Nadie da lo que no tiene. Pero de todos modos, el marxismo postula ese automovimiento indefinido de la materia, sin principio ni fin. La materia deviene, va cambiando, se va transformando a sí misma sucesivamente, incesantemente. Y va adquiriendo nuevas condiciones nuevas propiedades. Va dando según la segunda ley dialéctica, “la transformación de la cantidad en cualidad”, va adquiriendo nuevas condiciones, propiedades, lo que nosotros llamaríamos una nueva esencia, y ello permitiría “explicar”, que la materia, de inanimada se convierta un día en materia animada, es decir, dé lugar a la vida, y que la vida desposeída de razón, un buen día dé razón, un buen día dé lugar a la existencia humana como ser viviente racional.

En definitiva, todo esto en el marxismo no son meras postulaciones. El marxismo que ya lleva un buen siglo de existencia, no ha aportado ni podrá aportar la menor prueba que fundamente estos meros postulados.

Uno de los grandes problemas que afronta el materialismo marxista es la explicación del ser humano, de la capacidad de pensar del hombre, y de la condición libre del ser humano. Según Marx y Engels, en la “Ideología alemana” y otros textos paralelos, la conciencia no es sino materia; la conciencia en el sentido de la razón humana o la condición pensante del hombre.

Dicen, textualmente, que el conocimiento no es sino la realidad exterior, transpuesto en el cerebro del hombre, por la connotación material que tiene la referencia al órgano mismo del sistema nervioso.

Esto lleva al marxismo a una serie de incongruencias. Por un lado, si la conciencia es materia que piensa, es una materia un poco distinta de la materia exterior. Es una materia que en cierto modo se desdobla a sí misma. Porque nosotros tenemos conciencia psicológica cuando conocemos las realidades del mundo exterior, que las poseemos el concepto mesa, lámpara, etc., sin que por ello esos objetos sigan existiendo tal cual eran en el mundo exterior.

Esto lo pueden encontrar desarrollado en un trabajo del jesuita Joseph de Vrieres sobre la teoría del conocimiento. Con relación al materialismo dialéctico, hay un punto fundamental en el cual nunca se insistirá lo suficiente, y es el carácter dialéctico. La dialéctica es la noción fundamental del marxismo porque es la que nos muestra, no sólo su verdadera dimensión desde el punto de vista teórico, sino sobre todo (dado que el marxismo es esencialmente una praxis revolucionaria), el contenido práctico de técnica o metodología de la acción.

En este sentido la dialéctica se caracteriza por una negación contradictoria de todos los elementos de la realidad, así como el ser se contrapone (por contradicción estricta) al no-ser, la vida a la muerte, lo racional a lo irracional, lo moral a lo inmortal, etc., según el marxismo, para explicar estas realidades antinómicas a partir de un único principio – que postula es la materia -, es indispensable encontrar un mecanismo que permita pasar de lo inanimado a lo animado, de lo irracional a lo racional, etc., y ese elemento, Marx y Engels, lo encuentran en el idealismo absoluto de Hegel, precisamente en noción de dialéctica.

Dicho sea entre paréntesis, desde el punto de vista estrictamente filosófico, Marx y Engels, no ignoran esencialmente, casi nada con relación al idealismo de Hegel, lo modifican en parte, pero baste considerar, y eso es fácilmente constatable por cualquiera de ustedes, que las tres nociones fundamentales, que son la dialéctica, la de alineación, y la de trabajo, se encuentran explícitamente en la “Fenomenología del espíritu” de Hegel. El hallazgo verdadero de Marx que será robustecido por Lenin, va a ser cómo esa dialéctica abstracta de Hegel se convierte en un instrumento revolucionario de primera categoría por su eficacia.

LA DIALÉCTICA o EL CAMBIO POR EL CAMBIO

Esa dialéctica, ese devenir o CAMBIO dialéctico que anima la materia, hace que la materia vaya adquiriendo formas sucesivas, aun las formas más contrapuestas. Lo cual tiene una aplicación práctica muy concreta; mediante el recurso a lo dialéctico, es decir, a lo contradictorio, un militante puede justificar (con pretensión de explicación o justificación teórica) cualquier viraje táctico que deba adoptar o crea conveniente adoptar, frente a la situación concreta y cambiante. Así, por ejemplo, el dirigente comunista del partido comunista francés, en nombre de la misma dialéctica marxista, justificó en vísperas de la segunda guerra mundial, la confraternidad alemana-francesa, hasta que Adolfo Hitler decidió invadir Rusia: en ese momento la amistad germano-francesa, en nombre de la misma dialéctica materialista, se transformó en la profundísima y no menos dialéctica enemistad germano-francesa, dado que Hitler había invadido a los rusos.
Esto es muy importante de ver porque sobre todo en el ambiente universitario (no me refiero tanto a los estudiantes, sino a los mismos profesores o “intelectuales”), al perder de vista que el marxismo es una praxis revolucionaria, y no unas teoría como los demás, se pierde de vista la esencia misma del marxismo, y se intenta encontrar explicaciones, refutaciones y análisis lo más detallados posibles, mientras las universidades y las instituciones culturales van siendo tomadas por esa misma praxis, de método de acción.
¿Cuál es la aplicación práctica de este esquema dialéctico? En esta época donde el término cambio está en la boca de todo el mundo, creando o contribuyendo a una confusión generalizada, el marxismo en el fondo, todo este devenir dialéctico, puede reducirse a la idea del CAMBIO POR EL CAMBIO MISMO.
El marxismo no tiene una visión clara de los fines, no tiene una finalidad como tal, una finalidad en términos del bien en la metafísica tomista, en el sentido de un bien, de una perfección, de una meta a alcanzar porque es buena en sí misma. No, el marxismo desprecia la noción de fin, pero en el fondo, como nadie puede vivir sin fines, lo que mueve, lo que constituye el motor esencial de la dialéctica, es el odio de lo religioso, el odio de lo sobrenatural, el odio del bien absoluto. Por eso el ateísmo es consustancial a la doctrina marxista, el marxismo no puede tolerar lo religioso, como no puede tolerar la auténtica espiritualidad, aun en sentido natural, en el sentido de la cultura, en su verdadera dimensión. Por eso el marxismo deforma permanentemente lo mejor de la tradición pagana de Grecia y de Roma, porque han sido históricamente a injertarse la revelación cristiana en nuestra civilización. Entonces el marxismo está en contra, por las razones que daré de inmediato, del fin sobrenatural supremo del hombre, y de los bienes naturales superiores del ser humano, que son medios indispensables para que el hombre acceda al verdadero fin de su vida que es el Dios trascendente del Evangelio.

En esta mentalidad del cambio por el cambio, el marxismo se habitúa a despreciar todo lo anterior por el simple hecho de ser anterior. Esta mentalidad del cambio por el cambio, es tan universal aplicación que es uno de los… -no digo argumento o pseudoargumento, porque es más psicológico que lógico – es más una cierta actitud que una argumentación racional propiamente dicha, que ha penetrado en la misma Iglesia, hace despreciar veinte concilios en nombre del Vaticano Segundo, que despreciemos toda la tradición teológica de la Iglesia en nombre del último Rahner o de Küng, o de quien sea, ¿por qué? Porque son “la última palabra”, y en nombre de la última palabra, de la última novelería, estamos despreciando definitiva y rotundamente toda la elaboración doctrinal de muchos teólogos y santos o teólogos santos doctores.

Tal mentalidad está terriblemente difundida, y a ello se suma todo el empleo, el abuso de los medios de comunicación social que agudizan y generalización a nivel del espectador medio esta mentalidad del cambio por el cambio. Basta prender cualquier canal de televisión para comprobar cuántas veces aparece la palabra cambio en la propaganda comercial, como ingrediente indispensable para vender mayor cantidad del producto xx. “Hay que estar en cambio por lo tanto tome tal vermuth”, “hay que estar en el cambio, cómprese la camisa a rayas”, etc., etc. Todo eso se hace en nombre del cambio.

Entonces, la idea de dialéctica en el marxismo, es esa idea fundamental – en una primera aproximación que es todo lo que podemos hacer aquí – del cambio por el cambio mismo. Lo que importa es CAMBIAR.

Breve recensión de “El universitario frente la doctrina marxista” del Dr. CARLOS ALBERTO SACHERI, Buenos Aires, 1976, 24 págs. Col. Conferencias. Agrupación Misión, Prólogo Enrique R. Morad. En las jornadas de Estudios sobre el Marxismo, Buenos Aires, 9 de junio de 1973.

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