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domingo, 27 de mayo de 2012

Evangelio del día 27 de mayo de 2012


Evangelio según San Juan 15,26-27.16,12-15. Solemnidad de Pentecostés


Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí. Y ustedes también dan testimonio, porque están conmigo desde el principio. Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora.
Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. El me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: 'Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes'.


Comentario: «Pediré al Padre y os dará otro Defensor que estará siempre con vosotros» - San Ireneo de Lyon


El Señor dijo a los discípulos: Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28,19). Con este mandato, les daba el poder de regenerar a los hombres en Dios. Dios había prometido por boca de sus profetas que en los últimos días derramaría su Espíritu sobre sus siervos y siervas, y que éstos profetizarían... Así el Señor prometió a la Samaritana «un agua viva», «para que nunca más tuviera sed» y no se viera obligada a sacar agua con dificultad ya q ella misma poseía un agua «que brotaba hasta la vida eterna» (Jn 4,10-14). Se trata de poder beber lo que el Señor ha recibido de su Padre, y que a su regreso da a los que esperan en él, enviando el Espíritu Santo sobre toda la tierra...
Gedeón había profetizado que se extendería el rocío sobre toda la tierra, que es el Espíritu de Dios. Es precisamente este Espíritu el que descendió sobre el Señor: «Espíritu de prudencia y sabiduría, Espíritu de consejo y valentía, Espíritu de ciencia y temor del Señor» (Is 11,2-3). El Señor, a su vez, lo dio a la Iglesia, enviando al Defensor sobre toda la tierra desde el cielo, que fue de donde dijo el Señor que había sido arrojado Satanás como un rayo (Lc 10,18); por esto necesitamos de este rocío divino, para que demos fruto y no seamos lanzados al fuego; y ya que tenemos quien nos acusa (Ap 12,10), tengamos también un Defensor, pues que el Señor encomienda al Espíritu Santo el cuidado del hombre, posesión suya, que había caído en manos de ladrones (Lc 10,30), del cual se compadeció, y vendó sus heridas, entregando después los dos denarios regios para que nosotros, recibiendo por el Espíritu «la imagen y la inscripción» (Lc 20,23) del Padre y del Hijo, hagamos fructificar el denario que se nos ha confiado, retornándolo al Señor con intereses (cf Mt 25,14s).


San Ireneo de Lyon (v. 130-v. 208), obispo, teólogo y mártir. Contra las herejías, III, 17, 2; SC 211 (trad. SC; cf breviario Pentecostés)

domingo, 12 de junio de 2011

SS Benedicto XVI afirma que la santidad de la Iglesia no deriva de los hombres sino de Dios


SS Benedicto XVI ha recordado a los cristianos que la Iglesia "es santa, no por las capacidades de sus miembros" sino porque "Dios mismo, con su Espíritu, la crea y santifica siempre", durante la misa celebrada en la Basílica de San Pedro por la solemnidad de Pentecostés.

Además, el Papa ha subrayado en su homilía que la Iglesia "no deriva de la voluntad humana, de la reflexión, de la habilidad del hombre o su capacidad organizativa" puesto que "si fuera así ya se habría extinguido desde hace tiempo, como pasa con cualquier cosa humana".

Ante miles de peregrinos congregados en la Basílica de San Pedro, el Pontífice ha recordado que la Iglesia "es el cuerpo de Cristo, vivificado por el Espíritu Santo" y ha precisado que "desde el principio, la Iglesia es una, católica y apostólica". Según ha destacado Benedicto XVI, esta es "la verdadera naturaleza" de la Iglesia y "como tal debe ser reconocida".

El día de Pentecostés, ha subrayado el Papa, muestra que la Iglesia "es católica desde el primer momento, que su universalidad no es fruto de la inclusión sucesiva de diferentes comunidades" porque "desde el primer momento, el Espíritu Santo la ha creado como la Iglesia de todos los pueblos".

Según ha destacado el Pontífice, la Iglesia "abraza el mundo entero, supera todas las fronteras de raza, clase o nación" y abate "todas las barreras" para unir "a todos los hombres en la profesión del Dios uno y trino".

Por otra parte, Benedicto XVI ha recordado que "para los cristianos, el mundo es fruto de un acto de amor de Dios, que ha hecho todas las cosas" y ha subrayado que "el Espíritu Santo es sobre todo espíritu creador" por lo que "la fiesta de Pentecostés es fiesta de la creación".

Así, el Papa ha destacado que "la fe en el espíritu creador y en la fe en el espíritu que Cristo resucitado ha donado a los apóstoles y a cada uno de nosotros, están unidas inseparablemente". Según ha afirmado Benedicto XVI, Dios "es razón, Dios es voluntad, Dios es amor, Dios es belleza" y no "algo innombrable y oscuro" porque "se revela, tiene un rostro".

Evangelio del día 12 de junio de 2011


Evangelio según San Juan 20,19-23. Domingo de Pentecostés - Solemnidad

Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!".
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes".
Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo.
Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan".

Comentario:

Igual que el Padre me ha enviado a mi, así os envío yo a vosotros - San Efrén


Los apóstoles estuvieron allí, sentados en el Cenáculo, en la cámara alta, a la espera del Espíritu. Estaban ahí, dispuestos como antorchas, a la espera de ser encendidas por el Espíritu Santo para iluminar toda la creación a través de su enseñanza...Estaban ahí, como los cultivadores llevando su semilla en el manto, esperando el momento en que recibirán la orden de sembrar. Estaban ahí, como marineros cuya barca está amarrada en el puerto al mando del Hijo y que esperan tener el dulce viento del Espíritu. Estaban ahí, como pastores que acaban de recibir su cayado de las manos del Gran Pastor de todo el redil y esperan que les sean repartidos los rebaños.
«Y empezaron a hablar en distintos idiomas según el Espíritu les concedía expresarse.» ¡Oh Cenáculo, artesa donde fue arrojada la levadura que ha hecho levantar el universo! Cenáculo, madre de todas las iglesias; Cenáculo, que ha visto el milagro de la zarza ardiente (Ex 3). Cenáculo que ha sorprendido Jerusalén con un prodigio mucho más grande que el del horno que maravilló a los habitantes de Babilonia (Dn 3). El fuego del horno quemó a los que estaban alrededor, pero protegió a los que estaban en medio de él; el fuego del Cenáculo reúne a los de fuera que desean verlo mientras reconforta a los que lo reciben. ¡OH fuego cuya visita es palabra, el silencio es luz, fuego que conduce los corazones a la acción de gracias!...
Algunos que se oponían al Espíritu Santo decían "estas personas han bebido del vino dulce, están ebrios." Realmente decís la verdad, pero no es como creéis. Esto no es vino de viñas lo que hemos bebido. Es un vino nuevo que fluye del cielo. Es un vino recién prensado sobre el Gólgota. Los apóstoles lo han hecho beber y han embriagado así toda la creación. Es un vino que ha sido prensado en la cruz.

San Efrén (v. 306-373) diácono en Siria, doctor de la Iglesia
Sobre la efusión del Espíritu Santo

domingo, 23 de mayo de 2010

“No hay Pentecostés sin la Virgen María” - SS Benedicto XVI


CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 23 de mayo de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que dirigió Benedicto XVI este domingo al rezar la oración mariana del Regina Caeli junto a miles de peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro del Vaticano.

¡Queridos hermanos y hermanas!

Cincuenta días después de la Pascua, celebramos la solemnidad de Pentecostés, en la que recordamos la manifestación de la potencia del Espíritu Santo, el cual -como viento y como fuego- descendió sobre los Apóstoles reunidos en el Cenáculo y les hizo capaces de predicar con valentía el Evangelio a todas las gentes (cf Hch 2,1-13). El misterio de Pentecostés, que justamente nosotros identificamos con ese acontecimiento, verdadero “bautismo” de la Iglesia, no se agota, sin embargo, en eso. La Iglesia, de hecho, vive constantemente de la efusión del Espíritu Santo, sin el cual agotaría sus propias fuerzas, como una barca de vela a la que le faltara el viento. Pentecostés se renueva de manera particular en algunos momentos fuertes, tanto en el ámbito local como en el universal, tanto en pequeñas asambleas como en grandes convocatorias. Los Concilios, por ejemplo, han tenido sesiones gratificantes de especial efusión del Espíritu Santo, y entre éstas se encuentra ciertamente el Concilio Ecuménico Vaticano II. Podemos recordar también el célebre encuentro de los movimientos eclesiales con el Venerable Juan Pablo II, aquí en la Plaza de San Pedro, precisamente en Pentecostés del 1998. Pero la Iglesia experimenta innumerables “pentecostés” que vivifican las comunidades locales: pensemos en las Liturgias, en particular aquellas vividas en momentos especiales para la vida de la comunidad, en las que la fuerza de Dios se percibe de manera evidente infundiendo en las almas alegría y entusiasmo. Pensemos en tantos congresos de oración, en los que los jóvenes sienten claramente la llamada de Dios a arraigar su vida en su amor, también consagrándose enteramente a Él.

No hay por tanto Iglesia sin Pentecostés. Y querría añadir: no hay Pentecostés sin la Virgen María. Así fue al inicio, en el Cenáculo, donde los discípulos “perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos” -como nos refiere el libro de los Hechos de los Apóstoles (1,14). Y así es siempre, en todo tiempo y lugar. He sido testigo también de ello hace pocos días, en Fátima. Lo que vivió, de hecho, aquella inmensa multitud, en la explanada del Santuario, donde todos éramos un solo corazón y una sola alma, ¿no es un renovado Pentecostés? En medio de nosotros estaba María, la Madre de Jesús. Es ésta la experiencia típica de los grandes Santuarios marianos -Lourdes, Guadalupe, Pompeya, Loreto- o también de los más pequeños: allá donde los cristianos se reúnen en oración con María, el Señor da su Espíritu.

Queridos amigos, en esta fiesta de Pentecostés, también nosotros queremos estar espiritualmente unidos a la Madre de Cristo y de la Iglesia invocando con fe una renovada efusión del divino Paráclito. La invocamos para toda la Iglesia, en particular, en este Año Sacerdotal, para todos los ministros del Evangelio, para que el mensaje de salvación sea anunciado a todas las gentes.

[Después del Regina Caeli, dijo en italiano:]

Ayer, en Benevento, fue proclamada Beata Teresa Manganiello, fiel laica, perteneciente a la Tercera Orden Franciscana. Nacida en Montefusco, undécima hija de una familia de campesinos, tuvo una vida sencilla y humilde, entre las tareas de casa y el compromiso espiritual en la iglesia de los Capuchinos. Como san Francisco de Asís, buscaba imitar a Jesucristo ofreciendo sufrimientos y penitencias para reparar los pecados, y estaba llena de amor al prójimo: se prodigaba por todos, especialmente por los pobres y los enfermos. Siempre sonriente y dulce, con solo 27 años partió al Cielo, donde ya habitaba su corazón. ¡Demos gracias a Dios por esta luminosa testigo del Evangelio!

La memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María, Auxilio de los Cristianos, nos ofrece -mañana 24 de mayo- la posibilidad de celebrar la Jornada de oración por la Iglesia en China. Mientras los fieles que están en China rezan para que la unidad entre ellos y con la Iglesia universal se profundice cada vez más, los católicos en todo el mundo -especialmente los de origen chino- se unen a ellos en la oración y en la caridad, que el Espíritu Santo infunde en nuestros corazones particularmente en la solemnidad de hoy.

[A continuación, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española que participan en esta oración mariana, así como a los que se unen a ella a través de la radio y la televisión. En este día, en el que se celebra la solemnidad de Pentecostés, os invito a rezar de un modo especial por la Iglesia, para que sus miembros, fortalecidos con la gracia del Espíritu Santo, sientan cada día más la alegría de pertenecer a la gran familia de los discípulos de Cristo y, con fe viva, esperanza firme y ardiente caridad, den testimonio en el mundo del Evangelio de la salvación. Feliz domingo a todos.

[En italiano, dijo:]

Saludo finalmente con afecto a los peregrinos de lengua italiana, en particular a los miembros del Movimiento por la Vida, que promueve la cultura de la vida y concretamente ayuda a tantas jóvenes a llevar a término un embarazo difícil. Queridos amigos, con vosotros recuerdo las palabras de la Beata Teresa de Calcuta: “Ese pequeño niño, nacido y no nacido todavía, ha sido creado para algo grande: amar y ser amado”. Saludo a la delegación del Ayuntamiento de Vedelago (provincia de Treviso), a los alumnos de la escuela elemental de Casarano, a la asociación Il Disegno de Cesena y a los scouts de Cetraro. A todos auguro una buena fiesta de Pentecostés, un buen domingo y una buena semana.



[Traducción del original italiano realizada por Patricia Navas © Libreria Editrice Vaticana]

Pentecostés


La palabra Pentecostés viene del griego y significa el día quincuagésimo. A los 50 días de la Pascua, los judíos celebraban la fiesta de las siete semanas (Ex 34,22), esta fiesta en un principio fue agrícola, pero se convirtió después en recuerdo de la Alianza del Sinaí.
Al principio los cristianos no celebraban esta fiesta. Las primeras alusiones a su celebración se encuentran en escritos de San Irineo, Tertuliano y Orígenes, a fin del siglo II y principio del III. Ya en el siglo IV hay testimonios de que en las grandes Iglesias de Constantinopla, Roma y Milán, así como en la Península Ibérica, se festejaba el último día de la cincuentena pascual.
Con el tiempo se le fue dando mayor importancia a este día, teniendo presente el acontecimiento histórico de la venida del Espíritu Santo sobre María y los Apóstoles (Cf. Hch 2). Gradualmente, se fue formando una fiesta, para la que se preparaban con ayuno y una vigilia solemne, algo parecido a la Pascua. Se utiliza el color rojo para el altar y las vestiduras del sacerdote; simboliza el fuego del Espíritu Santo.

Significado

Los cincuenta días pascuales y las fiestas de la Ascensión y Pentecostés, forman una unidad. No son fiestas aisladas de acontecimientos ocurridos en el tiempo, son parte de un solo y único misterio.
Pentecostés es fiesta pascual y fiesta del Espíritu Santo. La Iglesia sabe que nace en la Resurrección de Cristo, pero se confirma con la venida del Espíritu Santo. Es hasta entonces, que los Apóstoles acaban de comprender para qué fueron convocados por Jesús; para qué fueron preparados durante esos tres años de convivencia íntima con Él.
La Fiesta de Pentecostés es como el "aniversario" de la Iglesia. El Espíritu Santo desciende sobre aquella comunidad naciente y temerosa, infundiendo sobre ella sus siete dones, dándoles el valor necesario para anunciar la Buena Nueva de Jesús; para preservarlos en la verdad, como Jesús lo había prometido (Jn 14.15); para disponerlos a ser sus testigos; para ir, bautizar y enseñar a todas las naciones.
Es el mismo Espíritu Santo que, desde hace dos mil años hasta ahora, sigue descendiendo sobre quienes creemos que Cristo vino, murió y resucitó por nosotros; sobre quienes sabemos que somos parte y continuación de aquella pequeña comunidad ahora extendida por tantos lugares; sobre quienes sabemos que somos responsables de seguir extendiendo su Reino de Amor, Justicia, Verdad y Paz entre los hombres.

¿Quién es el Espíritu Santo?

"Nadie puede decir: ¡Jesús es el Señor! sino por influjo del Espíritu Santo" (1Co 12,3)
Muchas veces hemos escuchado hablar de Él; muchas veces quizá también lo hemos mencionado y lo hemos invocado. Piensa cuántas veces has sentido su acción sobre ti: cuando sin saber cómo, soportas y superas una situación, una relación personal difícil y sales adelante, te reconcilias, toleras, aceptas, perdonas, amas y hasta haces algo por el otro…. Esa fuerza interior que no sabes de dónde sale, es nada menos que la acción del Espíritu Santo que, desde tu bautismo, habita dentro de ti.
El Espíritu Santo ha actuado durante toda la historia del hombre. En la Biblia se menciona desde el principio, aunque de manera velada. Y es Jesús quien lo presenta oficialmente:
"SI ustedes me aman, guardarán mis mandamientos, y yo rogaré al Padre y les dará otro Defensor que permanecerá siempre con ustedes. Este es el Espíritu de Verdad…. En adelante el Espíritu Santo Defensor, que el Padre les enviará en mi nombre, les va a enseñar todas las cosas y les va a recordar todas mis palabras. … En verdad, les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Defensor no vendrá a ustedes. Pero si me voy se lo mandaré. Cuando él venga, rebatirá las mentiras del mundo…. Tengo muchas cosas más que decirles, pero ustedes no pueden entenderlas ahora. Pero cuando Él venga, el Espíritu de la Verdad, los introducirá en la verdad total".
Estos son fragmentos del Evangelio de San Juan, capítulos 14, 15 y 16. Si quieres saber más sobre las últimas promesas y más profundas revelaciones de Jesús, lee con atención y mucha fe, esta parte del evangelio.
Desde que éramos niños, en el catecismo aprendimos que "el Espíritu Santo es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad". Es esta la más profunda de las verdades de fe: habiendo un solo Dios, existen en Él tres personas distintas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Verdad que Jesús nos ha revelado en su Evangelio.
El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo de la historia hasta su consumación, pero es en los últimos tiempos, inaugurados con la Encarnación, cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona. Jesús nos lo presenta y se refiere a Él no como una potencia impersonal, sino como una Persona diferente, con un obrar propio y un carácter personal .

Formas de llamar al Espíritu Santo

"Espíritu Santo" es el nombre propio de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, a quien también adoramos y glorificamos, junto con el Padre y el Hijo. Pero Jesús lo nombra de diferentes maneras:
EL PARÁCLITO: Palabra del griego "parakletos", que literalmente significa "aquel que es invocado", es por tanto el abogado, el mediador, el defensor, el consolador. Jesús nos presenta al Espíritu Santo diciendo: "El Padre os dará otro Paráclito" (Jn 14,16). El abogado defensor es aquel que, poniéndose de parte de los que son culpables debido a sus pecados, los defiende del castigo merecido, los salva del peligro de perder la vida y la salvación eterna. Esto es lo que ha realizado Cristo, y el Espíritu Santo es llamado "otro paráclito" porque continúa haciendo operante la redención con la que Cristo nos ha librado del pecado y de la muerte eterna.
EL ESPÍRITU DE LA VERDAD: Jesús afirma de sí mismo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida"
(Jn 14,6). Y al prometer al Espíritu Santo en aquel "discurso de despedida" con sus apóstoles en la Última Cena, dice que será quien después de su partida, mantendrá entre los discípulos la misma verdad que Él ha anunciado y revelado. El Paráclito, es la verdad, como lo es Cristo. Los campos de acción en que actúa el Espíritu Santo, son el espíritu humano y la historia del mundo. La distinción entre la verdad y el error es el primer momento de dicha actuación.
Permanecer y obrar en la verdad es el problema esencial para los Apóstoles y para los discípulos de Cristo, desde los primeros años de la Iglesia hasta el final de los tiempos, y es el Espíritu Santo quien hace posible que la verdad a cerca de Dios, del hombre y de su destino, llegue hasta nuestros días sin alteraciones.

Cada vez que rezamos el Credo, llamamos al Espíritu Santo:

SEÑOR Y DADOR DE VIDA: El término hebreo utilizado por el Antiguo Testamento para designar al Espíritu es "ruah", este término se utiliza también para hablar de "soplo", "aliento", "respiración". El soplo de Dios aparece en el Génesis, como la fuerza que hace vivir a las criaturas, como una realidad íntima de Dios, que obra en la intimidad del hombre. Desde el Antiguo Testamento se puede vislumbrar la preparación a la revelación del misterio de la Santísima Trinidad: Dios Padre es principio de la Creación; que la realiza por medio de su Palabra, su Hijo; y mediante el Soplo de Vida, el Espíritu Santo.
La existencia de las criaturas depende de la acción del soplo - espíritu de Dios, que no solo crea, sino que también conserva y renueva continuamente la faz de la tierra. (Cf. Sal 103/104; Is 63, 17; Gal 6,15; Ez 37, 1-14). Es Señor y Dador de Vida porque será autor también de la resurrección de nuestros cuerpos:
"Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a sus cuerpos mortales por su Espíritu que habita en ustedes" (Rom 8,11).
La Iglesia también reconoce al Espíritu Santo como:
SANTIFICADOR: El Espíritu Santo es fuerza que santifica porque Él mismo es "espíritu de santidad".
(Cf. Is. 63, 10-11) En el Bautismo se nos da el Espíritu Santo como "don" o regalo, con su presencia santificadora. Desde ese momento el corazón del bautizado se convierte en Templo del Espíritu Santo, y si Dios Santo habita en el hombre, éste queda consagrado y santificado.
El hecho de que el Espíritu Santo habite en el hombre, alma y cuerpo, da una dignidad superior a la persona humana que adquiere una relación particular con Dios, y da nuevo valor a las relaciones interpersonales. (Cf. 1Cor 6,19) .

Los símbolos del Espíritu Santo

Al Espíritu Santo se le representa de diferentes formas:

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El Agua: El simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que el agua se convierte en el signo sacramental del nuevo nacimiento.
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La Unción: Simboliza la fuerza. La unción con el óleo es sinónima del Espíritu Santo. En el sacramento de la Confirmación se unge al confirmado para prepararlo a ser testigo de Cristo.
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El Fuego: Simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu.
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La Nube y la Luz: Símbolos inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. Así desciende sobre la Virgen María para "cubrirla con su sombra". En el Monte Tabor, en la Transfiguración, el día de la Ascensión; aparece una sombra y una nube.
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El Sello: Es un símbolo cercano al de la unción. Indica el carácter indeleble de la unción del Espíritu en los sacramentos y hablan de la consagración del cristiano.
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La Mano: Mediante la imposición de manos los Apóstoles y ahora los Obispos, trasmiten el "don del Espíritu".
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La Paloma: En el Bautismo de Jesús, el Espíritu Santo aparece en forma de paloma y se posa sobre Él.


El Espíritu Santo y la Iglesia

La Iglesia nacida con la Resurrección de Cristo, se manifiesta al mundo por el Espíritu Santo el día de Pentecostés. Por eso aquel hecho de que "se pusieron a hablar en idiomas distintos" , (Hch 2,4) para que todo el mundo conozca y entienda la Verdad anunciada por Cristo en su Evangelio.
La Iglesia no es una sociedad como cualquiera; no nace porque los apóstoles hayan sido afines; ni porque hayan convivido juntos por tres años; ni siquiera por su deseo de continuar la obra de Jesús. Lo que hace y constituye como Iglesia a todos aquellos que "estaban juntos en el mismo lugar" (Hch 2,1), es que "todos quedaron llenos del Espíritu Santo" (Hch 2,4).
Una semana antes, Jesús se había "ido al Cielo", y todos los que creemos en Él esperamos su segunda y definitiva venida, mientras tanto, es el Espíritu Santo quien da vida a la Iglesia, quien la guía y la conduce hacia la verdad completa.
Todo lo que la Iglesia anuncia, testimonia y celebra es siempre gracias al Espíritu Santo. Son dos mil años de trabajo apostólico, con tropiezos y logros; aciertos y errores, toda una historia de lucha por hacer presente el Reino de Dios entre los hombres, que no terminará hasta el fin del mundo, pues Jesús antes de partir nos lo prometió: "…yo estaré con ustedes, todos los días hasta el fin del mundo" (Mt. 28,20)

El Espíritu Santo y la vida cristiana

A partir del Bautismo, el Espíritu divino habita en el cristiano como en su templo (Cf. Rom 8,9.11;
1Cor 3,16; Rom 8,9). Gracias a la fuerza del Espíritu que habita en nosotros, el Padre y el Hijo vienen también a habitar en cada uno de nosotros.
El don del Espíritu Santo es el que:

*
nos eleva y asimila a Dios en nuestro ser y en nuestro obrar;
*
nos permite conocerlo y amarlo;
*
hace que nos abramos a las divinas personas y que se queden en nosotros.

La vida del cristiano es una existencia espiritual, una vida animada y guiada por el Espíritu hacia la santidad o perfección de la caridad. Gracias al Espíritu Santo y guiado por Él, el cristiano tiene la fuerza necesaria para luchar contra todo lo que se opone a la voluntad de Dios. (Cf. Gal 5,13-18; Rom 8,5-17).
Para que el cristiano pueda luchar, el Espíritu Santo le regala sus siete dones, que son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu, estos dones son:

o
ð Sabiduría: nos comunica el gusto por las cosas de Dios.
o
ð Ciencia: nos enseña a darle a las cosas terrenas su verdadero valor.
o
ð Consejo: nos ayuda a resolver con criterios cristianos los conflictos de la vida.
o
ð Piedad: nos enseña a relacionarnos con Dios como nuestro Padre y con nuestros hermanos.
o
ð Temor de Dios: nos impulsa a apartarnos de cualquier cosa que pueda ofender a Dios.
o
ð Entendimiento: nos da un conocimiento más profundo de las verdades de la fe.
o
ð Fortaleza: despierta en nosotros la audacia que nos impulsa al apostolado y nos ayuda a superar el miedo de defender los derechos de Dios y de los demás.


Experiencias del Espíritu Santo en la vida concreta

*
Cuando se da una esperanza total que prevalece sobre todas las demás esperanzas particulares, que abarca con su suavidad y con su silenciosa promesa todos los cimientos y todas las caídas;
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Cuando se acepta y se lleva libremente una responsabilidad donde no se tienen claras perspectivas de éxito y de utilidad;
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Cuando se da como buena la suma de todas las cuentas de la vida que uno mismo no puede calcular pero que Otro ha dado por buenas, aunque no se puedan probar;
*
Cuando la experiencia fragmentada del amor, la belleza y la alegría se viven sencillamente y se captan como promesa del amor, la belleza y la alegría, sin dudar a un escepticismo cínico como consuelo barato del último desconsuelo;
*
Cuando el vivir diario, amargo, decepcionante y aniquilador se vive con serenidad y perseverancia hasta el final, aceptado por una fuerza cuyo origen no podemos abarcar ni dominar;
*
Cuando se corre el riesgo de orar en medio de tinieblas silenciosas sabiendo que siempre somos escuchados, aunque no percibamos una respuesta que se pueda razonar y disputar;
*
Cuando uno se entrega sin condiciones y esta capitulación se vive como una victoria;
*
Cuando se experimenta la desesperación, y misteriosamente se siente uno consolado sin consuelo fácil: Allí está Dios y su gracia liberadora, allí conocemos a quien nosotros, cristianos, llamamos Espíritu Santo de Dios".


domingo, 31 de mayo de 2009

Pentecostés


Exposición dogmática

Pascua y Pentecostés, con los 50 días intermedios, se consideraban como una sola fiesta continuada a que llamaban Cincuentenario1. Primero se celebraba el triunfo de Cristo; luego su entrada en la gloria, y por fin, en el día 50, el aniversario del nacimiento de la Iglesia. La Resurrección, la Ascensión y Pentecostés pertenecen al misterio pascual. «Pascua ha sido el comienzo de la gracia. Pentecostés su coronación» dice S. Agustín, pues en ella consuma el Espíritu Santo la obra por Cristo realizada. La Ascensión, puesta en el centro del tríptico pascual, sirve de lazo de unión a esas otras dos fiestas. Cristo, por virtud de su Resurrección, nos ha devuelto el derecho a la vida divina, y en Pentecostés nos lo aplica, comunicándonos el «Espíritu vivificador». Mas para eso debe tomar primero posesión del reino que se ha conquistado: «El Espíritu Santo no había sido dado porque Jesús aún no había sido glorificado».

Y en efecto, la Ascensión del Salvador es el reconocimiento oficial de sus títulos de victoria, y constituye para su humanidad como la coronación de toda su obra redentora, y para la Iglesia el principio de su existencia y de su santidad. «La Ascensión, escribe Dom Guéranger, es el intermedio entre Pascua y Pentecostés. Por una parte consuma la Pascua, colocando al hombre-Dios vencedor de la muerte y jefe de sus fieles a la diestra del Padre; y por otra, determina la misión del Espíritu Santo a la tierra». «Nuestro hermoso misterio de la Ascensión es como el deslinde de los dos reinos divinos acá abajo; del reino visible del Hijo de Dios y del reino visible del Espíritu Santo».

Jesús dijo a sus Apóstoles: «Si Yo no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros; mas si me voy, Yo os le enviaré». El Verbo encarnado ha concluido ya su misión entre los hombres, y ahora va a inaugurar la suya el Espíritu Santo; porque Dios Padre no nos ha enviado solamente a su Hijo encarnado para reducirnos a su amistad, sino que también ha enviado al Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, y que apareció en este mundo bajo los signos visibles de lenguas de fuego y de un impetuoso viento. Vino al mundo para obrar nuestra santificación. «El Padre, dice S. Atanasio, lo hace todo por el Verbo en el Espíritu Santo»; y por eso, cuando el poder de Dios Padre se nos manifestó en la creación del mundo, leemos en el Génesis que el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas, para prestarlas fecundidad (Bendición de la Pila).

Toda la obra de la salvación, y la santificación de las almas, se opera por la virtud del Espíritu Santo. Él fue asimismo quien habló por boca de los Profetas, y su virtud cubrió con su sombra a la Virgen María, para hacerla Madre de Jesús. Él es, por fin, el que en figura de paloma bajó sobre Cristo al ser bautizado; Él quien le condujo al desierto y le guió en toda su vida de apostolado.

Pero sobre todo ese Espíritu de santidad inaugura el imperio que en las almas va a ejercer el día de Pentecostés, al llenar a los Apóstoles de fortaleza y de luces sobrenaturales. En este Espíritu es bautizada la Iglesia en el Cenáculo, y su soplo vivificador viene a dar vida al cuerpo místico de Cristo, organizado por Jesús después de su Resurrección. Por eso había dicho el Salvador a sus discípulos al soplar sobre ellos: «Recibid el Espíritu Santo.».

Y esto mismo siguen haciendo los sacerdotes cuando administran el Bautismo2.

Este aniversario de la promulgación de la Ley mosaica sobre Sinaí venía a ser también para los cristianos el aniversario de la institución de la Ley nueva, en que se nos da «no ya el Espíritu de siervos, sino el de hijos adoptivos, el cual nos permite llamar a Dios Padre nuestro».

Pentecostés celebra no sólo el advenimiento del Espíritu Santo, sino también la entrada de la Iglesia en el mundo divino3, porque, como dice San Pablo, «por Cristo tenemos entrada en el Espíritu para el Padre».

Esta festividad nos recuerda nuestra divinización en el Espíritu Santo. Así como la vida corporal proviene de la unión del cuerpo con el alma, así la vida del alma resulta de la unión del alma con el Espíritu de Dios por la gracia santificante (S. Ireneo y Clemente Alejandrino). «El hombre recibe la gracia por el Espíritu Santo», escribe Santo Tomás4.

La gracia es la sobrenaturalización de todo nuestro ser y «cierta participación de la divinidad en la criatura racional» (id.). «Cristo se difunde en el alma por el Espíritu Santo»5, el cual tiene por misión consumar la formación de los Apóstoles y de la Iglesia. «Él os enseñará todas las cosas y os recordará todo cuanto Yo os llevo dicho».

De Él dimanará esa maravillosa fuerza doctrinal y mística, que en todos los siglos se echa de ver, y que estaba personificada en el Cenáculo por Pedro y por María.

El Espíritu Santo que inspiró a los Sagrados Escritores (Pet. 1, 21) garantiza también al Papa y a los Obispos agrupados en torno suyo el carisma de la infalibilidad doctrinal, mediante el cual podrá la Iglesia docente continuar la misión de Jesús, y Él es quien presta eficacia a los Sacramentos por Cristo instituidos. El Espíritu Santo suscita también fuera de la jerarquía almas fieles, que, como la Virgen María, se prestan con docilidad a su acción santificadora. Y esa santidad, triunfo del amor divino en los corazones, se atribuye precisamente a la tercera persona de la Santísima Trinidad, que es el amor personal del Padre y del Hijo. La voluntad, en efecto, es santa cuando sólo quiere el bien; de ahí que el Espíritu, que procede eternamente de la divina voluntad identificada con el bien, sea llamado Santo. Fundiendo nuestro querer con el de Dios, nos va poco a poco haciendo Santos.

Por eso el Credo, después de hablar del Espíritu Santo, menciona a la Iglesia santa, la Comunión de los Santos y la Resurrección de la carne que es fruto de la Santidad y su manifestación en nuestros cuerpos y, por fin, la vida eterna, o sea, la plenitud de la santidad en nuestras almas.

El torrente de vida divina invade como nunca nuestros corazones en estas fiestas de Pentecostés, que nos recuerdan la toma de posesión de la Iglesia por el Espíritu Santo, y que cada año van estableciendo de un modo más cumplido el reino de Dios en nuestras almas.

Exposición histórica

Jesús, antes de subir a los cielos, había encargado a sus Apóstoles no se alejasen de Jerusalén, sino que esperasen allí la promesa del Padre, o sea, la efusión del Espíritu Santo.

De ahí que al volver los 120 discípulos del monte de los Olivos, «recluidos en el Cenáculo, perseveraron todos juntos en oración con las mujeres y María la Madre de Jesús».

Después de esta novena, la más solemne de todas, tuyo lugar el suceso milagroso que coincidió por especial providencia el día mismo de la Pentecostés Judía, para la cual hallábanse reunidos en Jerusalén millares de Judíos nacionales y extranjeros que afluían a celebrar «ese día muy grande y santísimo» (Lev. 23, 21), aniversario de la promulgación de la Ley sobre el Sinaí; por donde muchos de ellos fueron testigos de la bajada del Espíritu Santo.

Eran como las nueve de la mañana, cuando «de repente sobrevino un estruendo del cielo como de un recio vendaval. Y se les aparecieron lenguas repartidas como de fuego que reposaron sobre cada uno de ellos. Y viéronse todos llenos del Espíritu Santo, comenzando a hablar en otras lenguas, a impulsos del Espíritu Santo».

«Revestida así la Iglesia por la virtud de lo alto», comienza ya en Jerusalén la empresa de evangelización que Jesús le encomendara. Pedro, cabeza del Apostolado, empieza por hablar a la multitud y, convertido ya en «pescador de hombres», la primera vez que echa las redes da casi tres mil neófitos a la Iglesia naciente.

Esas lenguas de fuego simbolizan la ley de amor, que será propagada por el don de lenguas, y que, al encender los corazones, los alumbrará y purificará.
Los días que siguieron, reúnense los Doce Apóstoles en el Templo, en el pórtico de Salomón, y, a imitación del divino Maestro, predican el Evangelio y sanan enfermos, «creciendo pronto el número de varones y de mujeres que creyeron en el Señor»6. Luego, desparramándose los Apóstoles por Judea, anunciaron a Cristo y llevaron el Espíritu Santo a los Samaritanos7 y en seguida a los Gentiles8.

Exposición litúrgica

El día cincuenta después de bajar el Ángel Exterminador y del paso del mar Rojo, acampaba el pueblo Hebreo a la falda del Sinaí, y Dios le daba solemnemente su Ley. Por donde las fiestas de Pascua y de Pentecostés, que recuerdan ese doble acontecimiento, eran las más importantes de todo el año.

Seiscientos años después se señalaba la fiesta Pascual por la Muerte y la Resurrección de Cristo y la de Pentecostés por la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles.

Entrambas pasaron a ser cristianas siendo las más antiguas de todo el Ciclo litúrgico, que a ellas debe su origen. Se las llama Pascua blanca y Pascua roja.
Pentecostés es la fiesta más grande del año después de Resurrección. De ahí que tenga vigilia y octava privilegiada. En ella se leen los Actos de los Apóstoles, porque es la época de la fundación de la Iglesia que en ellos vemos historiada.

En la misa del día de Pentecostés y en la de su Octava, la Antigua Ley y la Nueva, las Escrituras y la Tradición, los Profetas, los Apóstoles y los Padres de la Iglesia hacen eco a la palabra del Maestro en el Evangelio. Todas esas partes se vienen a juntar como se juntan las piedrecitas de un vistoso mosaico, presentando ante los ojos del alma un bellísimo cuadro, que sintetiza la acción del Espíritu Santo en el mundo a través de los siglos.

Y para poner todavía más de resalto esa obra primorosa, la liturgia la encuadra en medio del aparato externo de sus sagradas ceremonias y simbólicos ritos.

Al sacerdote se le ve revestido de ornamentos encarnados, que nos recuerdan las lenguas de fuego y simbolizan el testimonio de la sangre que se habrá de dar al Evangelio, por la virtud del Espíritu Santo.

Antiguamente, en ciertas iglesias se hacía caer de lo alto de la bóveda una lluvia de flores, mientras se cantaba el Veni Sancte Spiritus, y hasta se soltaba una paloma, que revoloteaba por encima de los fieles. De ahí el nombre típico de Pascua de las rosas, dado en el siglo XIII a Pentecostés. A veces también, para añadir todavía otro rasgo más de imitación escénica, se tocaba la trompeta durante la Secuencia, recordando la trompeta del Sinaí, o bien el gran ruido en medio del cual bajó el Espíritu Santo sobre los Apóstoles.

El cristiano respira ese ambiente especial que caracteriza al Tiempo de Pentecostés y recibe una nueva efusión del Espíritu divino. Y para que nada le distraiga del pensamiento de este misterio, la liturgia lo sigue celebrando durante 8 días, excluyendo en ellos toda otra fiesta.

La intención bien definida de la Iglesia es que en estos días leamos y meditemos en cosas relacionadas con el misterio de Pentecostés, empleando para nuestra piedad individual las fórmulas litúrgicas.

¿Qué más hermosa preparación a la Comunión, qué mejor acción de gracias podrá darse que la del atento rezo de la Secuencia de Pentecostés? Es también tiempo muy a propósito para leer los Hechos de los Apóstoles.

El Tiempo Pascual que había empezado el Sábado Santo, expira con la Hora de Nona del Sábado después de Pentecostés.

Tomado de: http://www.tradicioncatolica.com/

Por los Siete Dones del Espíritu Santo


Bendito Espíritu de Sabiduría, ayúdame a buscar a Dios. Que sea el centro de mi vida, orientada hacia Él para que reine en mi alma el amor y armonía.

Bendito Espíritu de Entendimiento, ilumina mi mente, para que yo conozca y ame las verdades de fe y las haga verdadera vida de mi vida.

Bendito Espíritu de Consejo, ilumíname y guíame en todos mis caminos, para que yo pueda siempre conocer y hacer tu santa voluntad. Hazme prudente y audaz.

Bendito Espíritu de Fortaleza, vigoriza mi alma en tiempo de prueba y adversidad. Dame lealtad y confianza.

Bendito Espíritu de Ciencia, ayúdame a distinguir entre el bien y el mal. Enséñame a proceder con rectitud en la presencia de Dios. Dame clara visión y decisión firme.

Bendito Espíritu de Piedad, toma posesión de mi corazón; inclinalo a creer con sinceridad en Ti, a amarte santamente, Dios mio, para que con toda mi alma pueda yo buscarte a ti, que eres mi Padre, el mejor y más verdadero gozo.

Bendito Espíritu de Santo Temor, penetra lo mas intimo de mi corazón para que yo pueda siempre recordar tu presencia. Hazme huir del pecado y concédeme profundo respeto para con Dios y ante los demás, creados a imagen de Dios.

Oración.

Te pedimos, Dios todopoderoso, nos concedas agradar al Espíritu Santo con nuestras oraciones de tal modo que podamos con su gracia vernos libres de tentaciones y merezcamos obtener el perdón de los pecados. Por Jesucristo nuestro Señor. Amen

Ven, Espíritu Santo
Oh, Espíritu Santo, ven,
Danos el ansiado bien
De Tu lumbre celestial;
Padre del pobre clemente,
De eternos dones la fuente,
Luz para todo mortal.

Supremo consolador,
Huésped del alma, dulzor,
Refrigerio en los rigores,
Dulce tregua en la fatiga,
Templanza que ardor mitiga,
Consuelo en nuestros dolores.

Luz sacrosanta del mundo,
Abraza lo mas profundo
Del corazón de tus fieles;
Sin tu bella claridad,
Sólo existiría maldad,
Y serían los hombres crueles.

Limpia toda sordidez,
Fructifica la aridez,
Sana lo que se halla herido,
Doblega la vanidad,
Enardece la frialdad,
Torna recto lo torcido.

Bríndales la concesión
De tu septiforme don
A la grey que en Ti confía,
Úngelos con la virtud,
Dales éxito y salud,
Y perdurable alegría.

Amén. ¡Aleluya!

V. Envía tu Espíritu Santo creador.
R. Y renovarás la faz de la tierra.

Oremos.

¡Oh Dios! Tu has instruido los corazones de tus fieles enviándoles la luz de tu Espíritu Santo. Concédenos, por el mismo Espíritu, valorar rectamente las cosas y disfrutar siempre de su ayuda. Por Cristo Nuestro Señor. R. Amen.

El Papa en Pentecostés: el Espíritu del amor, antídoto a la contaminación del corazón


(Ciudad del Vaticano) - 31-05-09

Benedicto XVI durante la Misa de Pentecostés

En la Basílica de San Pedro, el Santo Padre, en la Santa Misa de la Solemnidad de Pentecostés, ha profundizado en una fiesta que se distingue por su importancia “porque en ella se realiza lo que Jesús había anunciado que era el objetivo de toda su misión en la tierra”; “el verdadero fuego, el Espíritu Santo, ha sido traído a la tierra por Cristo”, quien “se ha hecho mediador del ‘don de Dios’ obteniéndonoslo con el mayor acto de amor de la historia: su muerte en la cruz”.

“Lo que el aire es para la vida biológica, lo es el Espíritu Santo para la vida espiritual; e igual que existe una contaminación atmosférica que envenena el ambiente y los seres vivos, existe una contaminación del corazón y del espíritu que mortifica y envenena la existencia espiritual”, alerta.

De hecho, la razón de la prioridad actual de la ecología es, precisamente, evitar el acostumbramiento al envenenamiento del aire. “Lo mismo se debería hacer con lo que corrompe el espíritu”, advierte el Papa.

En cambio parece que no hay dificultad para habituarse “a muchos productos contaminantes para la mente y el corazón que circulan en nuestra sociedad –por ejemplo imágenes que hace un espectáculo del placer, la violencia o el desprecio hacia el hombre o la mujer”, lamentó.

“Se dice que también que esto es libertad, sin reconocer que todo ello -denunció- contamina, intoxica el alma, sobre todo de las nuevas generaciones, y acaba por condicionar la libertad misma”.

El “viento impetuoso de Pentecostés” remite “a lo precioso que es respirar aire limpio, tanto con los pulmones –el aire físico- como con el corazón –el aire espiritual-, ¡el aire saludable del espíritu que es amor!”, exhortó.

De la analogía con el aire, Benedicto XVI pasó a la analogía con el fuego, apuntando un aspecto característico del hombre moderno que, “posesionándose de las energías del cosmos”, “hoy parece auto-afirmarse como dios y querer transformar el mundo excluyendo, dejando de lado o incluso rechazando al Creador del universo”.

“En las manos de un hombre así”, tal energía “y sus enormes potencialidades se hacen peligrosas: pueden volverse contra la vida y la humanidad misma, como desgraciadamente lamenta la historia”, subrayó, recordando como advertencia las tragedias de Hiroshima y Nagasaki y la muerte “en proporciones inauditas” que sembró la energía atómica empleada con fines bélicos.

La Solemnidad de Pentecostés se centra en Jesucristo, que ha traído a la tierra “el Espíritu Santo, el amor de Dios que renueva la faz de la tierra purificándola del mal y liberándola del dominio de la muerte”, recalcó el Santo Padre.

“Dios quiere seguir donando este ‘fuego’” del Espíritu Santo “a cada generación humana” –proclamó Benedicto XVI-, “y naturalmente es libre de hacerlo como y cuando quiera”; pero existe una “vía normal”: “Jesús, su Hijo Unigénito encarnado, muerto y resucitado”, que “ha constituido la Iglesia como su Cuerpo místico para que prolongue su misión en la historia”.

¿Cómo debe ser la comunidad, cada uno de nosotros para recibir el don del Espíritu Santo? El Papa respondió a este interrogante reviviendo la experiencia en el Cenáculo, donde los discípulos “perseveraban todos unidos en la oración”; “así que la concordia [la unidad. Ndt] de los discípulos es la condición para que venga el Espíritu Santo; y presupuesto de la concordia es la oración”.

Se trata de que Pentecostés “no se reduzca a un simple rito o a una sugestiva conmemoración, sino que sea un evento actual de salvación”. Para ello el Santo Padre indica la necesaria espera del don de Dios “mediante una escucha humilde y silenciosa de Su Palabra”.

Y “para que Pentecostés se renueve en nuestro tiempo, tal vez es necesario –sin quitar nada a la libertad de Dios- que la Iglesia se ‘afane’ menos en las actividades y se dedique más a la oración”, sugirió.

El Espíritu Santo, “el más fuerte”, “donde entra expulsa el miedo –confirmó el Papa-; nos permite conocer y sentir que estamos en las manos de una Omnipotencia de amor: pase lo que pase, su amor infinito no nos abandona”.

Demostración de ello “es el testimonio de los mártires, la valentía de los confesores de la fe, el intrépido impulso de los misioneros, la franqueza delos predicadores, el ejemplo de todos los santos, algunos incluso adolescentes y niños”. Asimismo lo demuestra “la existencia misma de la Iglesia, que, a pesar de sus límites y las culpas de los hombres, sigue atravesando el océano dela historia, empujada por el soplo de Dios y animada por su fuego purificante y purificador”.

Es “la fe y la esperanza con la que repetimos hoy, por intercesión de María: ‘¡Envía tu Espíritu, Señor, para renovar la tierra!’”, concluyó.

Para la liturgia de este domingo de Pentecostés se eligió la Harmoniemesse, la última “Misa” que compuso Joseph Haydn –en el bicentenario de su muerte-. En la basílica vaticana resonó su Kyrie, Gloria, Sanctus y Agnus Dei, gracias a la interpretación de la Orquesta de cámara de Colonia y del Coro de la Catedral de la misma ciudad, bajo la batuta de Helmut Müller-Brühl. La música y el canto del resto de la celebración se encomendó a la Capilla Musical Pontifica –con una selección de canto gregoriano y de composiciones de Domenico Bartolucci- y al maestro director Giuseppe Liberto.
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