martes, 31 de marzo de 2009

La Realeza de Maria


La realeza de Cristo es dogma fundamental de la Iglesia y a la par canon supremo de la vida cristiana.

Esta realeza, consustancial con el cristianismo, es objeto de una fiesta inserta solemnemente en la Sagrada Liturgia por el papa Pío XI a través de la bula Quas primas del 11 de diciembre de 1925. Era como el broche de oro que cerraba los actos oficiales de aquel Año Santo.

La idea primordial de la bula podría formularse de esta guisa. Cristo, aun como hombre, participa de la realeza de Dios por doble manera: por derecho natural y por derecho adquirido. Por derecho natural, ante todo, a causa de su personalidad divina; por derecho adquirido a causa de la redención del género humano por ÉI realizada.

Si algún día juzgase oportuno la Iglesia —decía un teólogo español en el Congreso Mariano de Zaragoza de 1940— proclamar en forma solemne y oficial la realeza de María, podría casi transcribir a la letra, en su justa medida y proporción, claro está, los principales argumentos de aquella bula.

Y así ha sido. El 11 de octubre de 1954 publicó Pío XII la encíclica Ad Coeli Reginam. Resulta una verdadera tesis doctoral acerca de la realeza de la Madre de Dios. En ella, luego de explanar ampliamente las altas razones teológicas que justifican aquella prerrogativa mariana, instituye una fiesta litúrgica en honor de la realeza de María para el 31 de mayo. Era también como el broche de oro que cerraba las memorables jornadas del Año Santo Concepcionista.

El paralelismo entre ambos documentos pontificios, y aun entre las dos festividades litúrgicas, salta a la vista.

La realeza de Cristo es consustancial, escribíamos antes, con el cristianismo; la de María también. La realeza de Cristo ha sido fijada para siempre en el bronce de las Sagradas Escrituras y de la tradición patrística; la de María lo mismo.

La realeza de Cristo, lo insinuábamos al principio, descansa sobre dos hechos fundamentales: la unión hipostática —así la llaman los teólogos y no acierta uno a desprenderse de esta nomenclatura— y la redención; la de María, por parecida manera, estriba sobre el misterio de su Maternidad Divina y el de Corredención.

Ni podría suceder de otra manera. Los títulos y grandezas de nuestra Señora son todos reflejos, en cuanto que, arrancando frontalmente del Hijo, reverberan en la Madre, y la realeza no había de ser excepción. La Virgen, escribe el óptimo doctor mariano San Alfonso de Ligorio, es Reina por su Hijo, con su Hijo y como su Hijo. Es patente que se trata de una semejanza, no de una identidad absoluta.

"El fundamento principal —decía Pío XII—, documentado por la Tradición y la Sagrada Liturgia, en que se apoya la realeza de María es, indudablemente, su Divina Maternidad. Y así aparecen entrelazadas la realeza del Hijo y la de la Madre en la Sagrada Escritura y en la tradición viva de la Iglesia. El evangelio de la Maternidad Divina es el evangelio de su realeza, como lo reconoce expresamente el Papa; y el mensaje del arcángel es mensaje de un Hijo Rey y de una Madre Reina.

Entre Jesús y María se da una relación estrechísima e indisoluble —de tal la califican Pío IX y Pío XII—, no sólo de sangre o de orden puramente natural, sino de raigambre y alcance sobrenatural trascendente. Esta vinculación estrechísima e indisoluble, de rango no sólo pasivo, sino activo y operante, la constituye a la Virgen particionera de la realeza de Jesucristo. Que no fue María una mujer que llegó a ser Reina. No. Nació Reina. Su realeza y su existencia se compenetran. Nunca, fuera de Jesús, tuvo el verbo "ser" un alcance tan verdadero y sustantivo. Su realeza, al igual que su Maternidad, no es en Ella un accidente o modalidad cronológica. Más bien fue toda su razón de ser. Predestinóla el cielo, desde los albores de la eternidad, para ser Reina y Madre de Misericordia.

Toda realeza como toda paternidad viene de Dios, Rey inmortal de los siglos. Pero un día quiso Dios hacerse carne en el seno de una mujer, entre todas las mujeres bendita, para así asociarla entrañablemente a su gran hazaña redentora. Y este doble hecho comunica a la Virgen Madre una dignidad, alteza y misión evidentemente reales.

Saliendo al paso de una objeción que podría hacerse fácilmente al precedente raciocinio, escribe nuestro Cristóbal Vega que, si la dignidad y el poder consular o presidencial resulta intransferible, ello se debe a su peculiar naturaleza o modo de ser, por venir como viene conferido por elección popular. Pero la realeza de Cristo no se cimenta en el sufragio veleidoso del pueblo, sino en la roca viva de su propia personalidad.

Y, por consecuencia legítima, la de su Madre tampoco es una realeza sobrevenida o episódica, sino natural, contemporánea y consustancial con su maternidad divina y función corredentora. Con atuendo real, vestida del sol, calzada de la luna y coronada de doce estrellas viola San Juan en el capítulo 12 del Apocalipsis, asociada a su Hijo en la lucha y en la victoria sobre la serpiente, según que ya se había profetizado en el Génesis.

Y esta realeza es cantada por los Santos Padres y la Sagrada Liturgia en himnos inspiradísimos que repiten en todos los tonos el "Salve, Regina".

Hable por todos nuestro San Ildefonso, el capellán de la Virgen, cantor incomparable de la realeza de María, que, anticipándose a Grignon de Monfort y al español Bartolomé de los Ríos, agota los apelativos reales de la lengua del Lacio: Señora mía, Dueña mía, Señora entre las esclavas, Reina entre las hermanas, Dominadora mía y Emperatriz.

Realeza celebrada en octavas reales, sonoras como sartal de perlas orientales y perfectas como las premisas de un silogismo coruscante, por el capellán de la catedral primada don José de Valdivielso, cuando, dirigiéndose a la Virgen del Sagrario, le dice:



Sois, Virgen Santa, universal Señora
de cuanto en cielo y tierra ha Dios formado;
todo se humilla a Vos, todo os adora
y todo os honra y a vuestro honrado;
que quien os hizo de Dios engendradora,
que es lo que pudo más haberos dado,
lo que es menos os debe de derecho,
que es Reina universal haberos hecho.



Los dos versos finales se imponen con la rotundidez lógica de una conclusión silogística.

En el 2º concilio de Nicea, VII ecuménico, celebrado bajo Adriano en 787, leyóse una carta de Gregorio II (715-731) a San Germán, el patriarca de Constantinopla, en que el Papa vindica el culto especial a la "Señora de todos y verdadera Madre de Dios".

Inocencio III (1198-1216) compuso y enriqueció con gracias espirituales una preciosa poesía en honor de la Reina y Emperatriz de los ángeles.

Nicolás IV (1288-1292) edificó un templo en 1290 a María, Reina de los Angeles.

Juan XXII (1316-1334) indulgenció la antífona "Dios te salve, Reina", que viene a ser como el himno oficial de la realeza de María.

Los papas Bonifacio IX, Sixto IV, Paulo V, Gregorio XV, Benedicto XIV, León XIII, San Pío X, Benedicto XV y Pío XI repiten esta soberanía real de la Madre de Dios.

Y Pío XII, recogiendo la voz solemne de los siglos cristianos, refrenda con su autoridad magisterial los títulos y poder reales de la Virgen y consagra la Iglesia al Inmaculado Corazón de María, Reina del mundo. Y en el radiomensaje para la coronación de la Virgen de Fátima, al conjuro de aquellas vibraciones marianas de la Cova de Iría, parece trasladarse al día aquel, eternamente solemne, al día sin ocaso de la eternidad, cuando la Virgen gloriosa, entrando triunfante en los cielos, es elevada por los serafines bienaventurados Y los coros de los ángeles hasta el trono de la Santísima trinidad, que, poniéndole en la frente triple diadema de gloria, la presentó a la corte celeste coronada Reina del universo... “Y el empíreo vio que era verdaderamente digna de recibir el honor, la gloria, el imperio, por estar infinitamente más llena de gracias, por ser más santa, más bella, más sublime, incomparablemente más que los mayores santos y que los más excelsos ángeles, solos o todos juntos, por estar misteriosamente emparentada, en virtud de la Maternidad Divina, con la Santísima Trinidad, con Aquel que es por esencia Majestad infinita, Rey de Reyes y Señor de Señores, como Hija primogénita del Padre, Madre ternísima del Verbo, Esposa predilecta del Espíritu Santo, por ser Madre del Rey Divino, de Aquel a quien el Señor Dios, desde el seno materno, dio el trono de David y la realeza eterna de la casa de Jacob, de Aquel que ofreció tener todo el poder en el cielo y en la tierra. El, el Hijo de Dios, refleja sobre su Madre celeste la gloria, la majestad, el imperio de su realeza, porque, como Madre y servidora del Rey de los mártires en la obra inefable de la Redención, le está asociada para siempre con un poder casi inmenso en la distribución de las gracias que de la Redención derivan..."

Por esto la Iglesia la confiesa y saluda Señora y Reina de los ángeles y de los hombres.

Reina de todo lo creado en el orden de la naturaleza y de la gracia.

Reina de los reyes y de los vasallos.

Reina de los cielos y de la tierra.

Reina de la Iglesia triunfante y militante.

Reina de la fe y de las misiones.

Reina de la misericordia.

Reina del mundo, y Reina especialmente nuestra, de las tierras y de las gentes hispanas ya desde los días del Pilar bendita. Reina del reino de Cristo, que es reino de “verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz”. Y en este reino y reinado de Cristo, que es la Iglesia santa, es Ella Reina por fueros de maternidad y de mediación universal y, además, por aclamación universal de todos sus hijos.

En este gran día jubilar de la realeza de María renovemos nuestro vasallaje espiritual a la Señora y con fervor y piedad entrañables digámosla esa plegaria dulcísima, de solera hispánica, que aprendimos de niños en el regazo de nuestras madres para ya no olvidarla jamás:

"Dios te salve, Reina y Madre de misericordia; Dios te salve".

FILIBERTO DÍAZ PARDO

Jordania será el primer país árabe que visitará el Papa Benedicto XVI


Moscú, 31 de marzo, RIA Novosti. Jordania será el primer país árabe que visitará el Papa Benedicto XVI, comunicó la agencia noticiosa SIR citando al arzobispo hindú Francis Assisi Chullikat, nuncio apostólico en Iraq y Jordania. El viaje tendrá lugar del 8 al 11 de mayo.

El arzobispo subrayó que se trata de una peregrinación cuyo programa contempla la visita del Pontífice a Betania, el lugar del bautismo de Cristo; al monte Nebo, donde murió y fue sepultado el profeta Moisés; y a la antigua ciudad cristiana de Madabu.

Jordania es una nación pacífica en la que "cristianos y musulmanes conviven en un ambiente de mutuo respeto", señaló el monseñor Chullikar, al recordar que Benedicto XVI siempre resaltó el protagonismo de este país en el proceso del arreglo en Oriente Próximo.

Casi 140.000 católicos jordanos aguardan con impaciencia la llegada del Papa.

Los cristianos representan un 6% de la población jordana y ocupan un 20% de los escaños en el Parlamento de esta nación, mayoritariamente musulmana

lunes, 30 de marzo de 2009

Virgen Santísima, ora por mi... - San Alfonso Maria Ligorio


Señora Santa María,
Virgen Santísima,
mi abogada y refugio,
tu eres la más amable,
hermosa, amorosa y santa
de todas las creaturas...

Eres la predilecta de Dios
y la que más desea
verlo amado por todos sus hijos

Ora por mí, Madre Santísima,
Ora por mí, y obtenme la gracia
de amarlo siempre
con todo mi corazón.
Eso te pido y espero de tí.

Amén.

La Iglesia de México critica a supuestos católicos que apoyan el aborto


CIUDAD DE MÉXICO.- En el semanario "Desde la Fe", la Iglesia Católica criticó a grupos y organizaciones que se dicen "católicas" pero promueven y apoyan legislaciones en pro del aborto en el país.

En el editorial "Gran fiesta por la vida" de esa publicación de la Arquidiócesis Primada de México se indicó que esas organizaciones están empeñadas en imponer una ideología de muerte y egoísmo por encima de los valores más elementales.

Señaló que hay "grupos que abusan de la buena voluntad de muchos al presentarse mentirosamente como católicos con el derecho a decidir la muerte de los inocentes, haciéndose apoyar por fondos internacionales, consumando la triste ironía de hablar de salud reproductiva eliminando la vida".

En la publicación se reconocen, asimismo, los esfuerzos hechos en los congresos de algunos estados de la República, para destacar y respetar el derecho inalienable a la vida humana del que está en gestación.

Sin embargo, lamenta que haya otras entidades, como Jalisco, que no han definido su postura, así como "el abuso legislativo" que sobre este tema ha tenido el Distrito Federal.

Refiere que según el engrose de la resolución sobre el fallo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación en torno a la legislación del aborto en el Distrito Federal, los ministros reconocieron el derecho a la vida desde el momento de la concepción.

Sin embargo, "contrariamente" aprobaron el derecho de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal (ALDF) de legislar por encima de la Constitución, abundó.

domingo, 29 de marzo de 2009

Sobre la Santísima Virgen y el Culto Mariano



1. Hay ahora quienes rechazan el culto a la Santísima Virgen, por estimar que pertenece a una época de cristianismo infantil ya superada, y que para la mentalidad del hombre moderno una presencia de "intermediarios" sería un obstáculo para la relación personal con Jesucristo. Algunos "conceden" a lo sumo a Santa María una función de ejemplaridad, restringida además a veces al terreno social e incluso político. ¿Qué es el Magnificat -preguntan retóricamente- sino la primera afirmación de la revolución cristiana contra los poderosos y los ricos, en favor de los pobres y oprimidos? Otros llegan a decir que el culto a la Virgen se fue introduciendo en el cristianismo por influencia de mitos paganos (en los que junto a un dios no solía faltar una diosa).

Tratándose de verdades de fe, no tenemos necesidad alguna de refutar semejantes aberraciones para creer y para -en consecuencia- venerar con un culto especialísimo y renovado cariño de hijos a la que es Madre de Dios y Madre Nuestra. Pero podemos tomar ocasión de esos errores para, con espíritu de reparación, cantar una vez más las alabanzas a Aquella a quien debemos decir: ¡Más que Tú, sólo Dios! ...

2. Antes de exponer las principales verdades de la fe sobre la Santísima Virgen, es conveniente recordar que la Revelación ha de ser aceptada por la fe, es decir con la ayuda de la gracia, atendiendo a la autoridad de Dios y no a la evidencia intrínseca de lo que se nos manifiesta (cfr. Conc. Vaticano I, sess. III, cap. 3: Dz 1739). Por eso, resulta difícil comprender que algunos rechacen puntos esenciales de la fe, afirmando que resultan inaceptables para el "hombre moderno": Jesucristo y los Apóstoles predicaron la verdad, que tampoco era humanamente fácil de recibir por quienes entonces los escuchaban (cfr. Ioann. VI, 61; Act. XVII, 32; Act. XXIV, 25; etc.). Y San Pablo nos dice: Mi modo de hablar y mi predicación no fue con palabras persuasivas de humano saber, pero sí con efectos sensibles del espíritu y de la virtud de Dios, para que vuestra fe no estribe en saber de hombres, sino en el poder de Dios (I Cor. II, 4-5); y hará notar que la Cruz de Jesucristo es para muchos causa de escándalo (cfr. Gal. V, 11; I Cor. I, 23) y su predicación considerada como necedad por quienes no tienen fe (cfr. I Cor. I, l8.2l). Con este espíritu de fe, que es don de Dios, contemplemos una vez más con alegría y admiración los privilegios de nuestra Madre Santa María.

3. Dios "eligió y señaló, desde el principio y antes de los tiempos, una Madre para que su Unigénito Hijo tomase carne de Ella y de Ella naciese en la dichosa plenitud de los tiempos; y en tal grado la amó por encima de todas las criaturas, que sólo en ella se complació con señaladísima complacencia" (Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8-XII-1854). El decreto divino de salvación de los hombres por el sacrificio redentor de Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, comprende la elección de María para Madre del Verbo Encarnado. La Iglesia ha enseñado siempre la íntima unión entre Jesús y María, tanto por lo que se refiere a las verdades de la fe, como por lo que se refiera a la vida cristiana. Por eso la vida cristiana debe tener algunas manifestaciones de piedad mariana, de modo que "no posee la plenitud de la fe cristiana quien no vive alguna de ellas, quien no manifiesta de algún modo su amor a María.

Los que consideran superadas las devociones a la Virgen Santísima, dan señales de que han perdido el hondo sentido cristiano que encierran, de que han olvidado la fuente donde nacen: la fe en la voluntad salvadora de Dios Padre; el amor a Dios Hijo, que se hizo realmente hombre y nació de una mujer; la confianza en Dios Espíritu Santo, que nos santifica con su gracia. Es Dios quien nos ha dado a María, y no tenemos derecho a rechazarla, sino que hemos de acudir a ella con amor y con alegría de hijos" (Del Padre, Homilía Por María hacia Jesús, 4-V-1957).

Es lógico -con la lógica del mal- que, tratando de destruir los fundamentos de la fe, los enemigos de la Iglesia no duden en atacar a quien “es modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos”, a María, “que por su participación íntima en la historia de la salvación, reúne en sí y refleja en cierto modo las supremas verdades de la fe” (Conc. Vaticano II, const. dogm. Lumen gentium, n.65). Especialmente en los momentos actuales no debemos olvidar que “el amor a la Señora es prueba de buen espíritu, en las obras y en las personas singulares. -Desconfía de la empresa que no tenga esa señal” (Camino, 505).

4. La Maternidad divina, es el hecho central que llena de luz la vida, de María, y explica los innumerables privilegios con que Dios ha querido adornarla. Es una verdad que los cristianos profesaron desde los inicios de la Iglesia, y que se deriva del dogma de la Unión hipostática. El año 431, el Concilio de Éfeso definió solemnemente: “Si alguno no confiesa que Dios es según verdad el Emmanuel, y que por eso la Santa Virgen es Madre de Dios -pues dio a luz carnalmente al Verbo de Dios hecho carne- sea anatema” (Dz 113).

Pío XI recogió, con estas palabras, el sentir constante de la fe cristiana: “Esta verdad, transmitida hasta nosotros desde los primeros tiempos de la Iglesia, no puede ser rechazada por nadie fundándose en que, si bien María engendró el cuerpo de Jesucristo, no engendró el Verbo del Padre; porque como ya San Cirilo advirtió clara y acertadamente en su tiempo, así como todas las madres, en cuyo seno se engendra nuestro cuerpo, poro no el alma racional, se llaman y son verdaderas madres, así también María, por la unidad do la persona de su Hijo, es verdaderamente Madre de Dios" (Enc. Lux veritatis 25-XII-1931; cfr. también Conc. de Calcedonia, año 45l: Dz 148; Conc. II de Constantinopla, año 553: Dz 218).

Esta verdad de fe es silenciada o negada -ahora como hace siglos- por quienes pretenden negar la divinidad de Jesucristo.

5. También desde antiguo, el pueblo cristiano confesó la verdad de la Inmaculada Concepción de María. Ya en los primeros siglos se comenzó a celebrar la fiesta de la Concepción de la Virgen, y sólo más tarde los teólogos discutieron esta verdad, hasta que Sixto IV, en 1476, intervino para aprobar la celebración solemne y pública de esa fiesta. Más tarde, Pío IX definió solemnemente que "ha sido revelada por Dios y, por consiguiente, que debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, desde el primer instante de concepción por singular gracia y privilegio do Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano" (Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8-XII-1854).

Este dogma no se opone a la universalidad de la redención, pues "nuestro Señor Jesucristo ha redimido verdaderamente a su divina Madre de una manera más perfecta, al preservarla Dios de toda mancha hereditaria de pecado en previsión de los méritos de El. Por esto, la dignidad infinita de Cristo y la universalidad de su Redención, no se atenúan ni disminuyen con esta doctrina, sino que se acrecientan de una manera admirable" (Pío XII, Enc. Fulgens corona, 8-IX-1953: Dz-Schön. 3909).

Junto a la inmunidad del pecado original, María Santísima estuvo siempre inmune de concupiscencia y de cualquier tipo de pecado personal, y gozó de un especial privilegio para evitar todos los pecados veniales. María es y fue siempre la Llena de gracia (cfr. Luc. I, 28; León I, Ep. Lectis dilectionis tuae, 13—VI-449; Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8-XII-1854; Conc. de Trento, sess, VI, can. 23).

6. Uno de los dogmas marianos más atacados actualmente eS el de la Virginidad de María, tanto por quienes quieren negar u oscurecer la divinidad de Jesucristo, como por quienes desprecian la virginidad y el celibato. Por el contrario, desde los orígenes mismos de la Iglesia, se profesó la verdad de la virginidad de María (cfr. Símbolo Apostólico; Símbolo Niceno-Constantinopolitano; etc). Este dogma fue así expresado en 1555 por Paulo IV: “(La Madre de Dios) perseveró siempre en la integridad de la virginidad, es decir, antes del parto, en el parto, y perpetuamente después del parto” (Paulo IV, Const. Cum quorundam, 7-VIII-1555: Dz 993).

Confesando la virginidad de María antes del parto, la fe católica afirma que María concibió a Cristo, no por obra de varón, sino por virtud del Espíritu Santo (cfr. Luc. I, 34-35; Matth. I, 18; Símbolo Apostólico; Conc. de Letrán del año 649, can. 3: Dz 256; Conc. Florentino, Bula Cantate Domino, 4-II-1442: Dz 708-709.

3. La virginidad de María durante el parto debe entenderse en el sentido de que conservó inviolada su virginidad corporal al dar a luz a Jesucristo, por una especialísima y sobrenatural intervención divina (cfr. Concilio de Letrán del año 649, can, 3: Dz 256; Catecismo de San Pío V, p. I, c, IV. Nº 8).

Hay que reconocer también como dogma de fe la virginidad de María después del parto, pues Dios "tanto engrandeció a la Madre en la concepción y en el nacimiento del Hijo, que le dio fecundidad y conservó en perpetua virginidad" (Catecismo de San Pío V, p. I, c. IV, nº 8; cfr. Conc. de Letrán del año 649, can, 3: Dz 256; Paulo IV, Const. Cum quorundam, 7-VIII-1555: Dz 993; Conc. Vaticano II, Const. Dogm. Lumen gentium, n. 52).

7. El ultimo de los dogmas marianos solemnemente definidos os el de la Asunción do María en cuerpo y alma a los cielos: "Declaramos y definimos ser dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial" (PÍO XII, Const. Ap. Munificentissimus Deus, 1-XI-1950: Dz 2333). La tradición (especialmente en la liturgia) profesaba ya desde la remota antigüedad de la Iglesia esta verdad dogmática.

8. El Magisterio ordinario y universal de la Iglesia enseña también que la Virgen María fue asociada con Cristo en la redención del género humano, de modo que es verdaderamente Corredentora, Madre de los cristianos y Mediadora entre Dios, y los hombres. Santa Maria es, en términos de la Tradición, la Nueva Eva, ya que Mors per Evam, vita per Mariam (S. Jerónimo, Epist, 22, 21: PL 22, 408). La Virgen Santísima es “Madre de Dios, Madre de Cristo y Madre de los hombres, en especial de los creyentes” (Conc. Vaticano II, Const. dogm., Lumen gentium, n. 54; cfr. Ioann. XIX, 27).

Ciertamente hay un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo (cfr. I Tim, II, 5), pero "la misión maternal de María con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien sirve para demostrar su poder. Todo el influjo salvífico de la Santísima Virgen sobre los hombres no dimana de una necesidad ineludible, sino del divino beneplácito y de la sobreabundancia de los méritos de Cristo; se apoya en su mediación, depende totalmente de ella y de ahí saca todo su poder. Y lejos de impedir la unión inmediata de los creyentes con Cristo, la fomenta" (Conc. Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 60).

Fue iuxta crucem Iesu donde María ejerció principalmente su misión corredontora. Allí, "no sin designio divino, se mantuvo erguida, sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas do madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la victima que Ella misma había engendrado" (Conc. Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 58). Esta verdad de la corredención había sido enseñada por Benedicto XV con las siguientes palabras: "En efecto, en comunión con su Hijo doliente y agonizante, soportó el dolor y casi la muerte; abdicó de los derechos de madre sobre su Hijo, para conseguir la salvación de los hombres; y para apaciguar la justicia divina, en cuanto dependía de ella, inmoló a su Hijo, de suerte que se puede afirmar con razón que redimió con Cristo al linaje humano" (Benedicto XV, Epist. Inter sodalicia, 22-V-1918; cfr. También: León XIII, Enc. Octobri mense, 22-IX-1891; S, Pío X, Ad diem illum, 2-II-1904; Pío XI', Enc. Lux veritatis, 25-XII-1931; Pío XII, Enc. Mystici Corporis, 29-VI-1943; Paulo VI, Enc. Mense maio; etc.).

9. La correndención de María tiene como principalísima consecuencia su mediación en la gracia: es Medianera de todas las gracias: “Aunque la gracia y la verdad nos vinieron de Jesucristo, por divina voluntad no se distribuye nada si no es a través de María, de suerte que así como nadie puede ir al Padre soberano sino por el Hijo, del mismo modo nadie puede, allegarse a Cristo sino por la Madre” (León XIII, Enc. Octobri mense, 22-IX-1891). Esta mediación no se reduce a la mera intercesión, sino que llega a la conducción efectiva, por participación con Cristo, de los hombres a la patria celestial (cfr. S. Pío X, Enc. Ad diem illum, 2-II-1904). Por eso, "querría deciros pocas cosas, pero muy claras; y una de éstas es que para llegar a la Trinidad Beatísima, paso por María, y por María llegó hasta Jesús. ¿Quien va a ser mejor maestra do amor a Dios que esta Reina, que esta Señora, que esta Madre, que tiene la relación más íntima con la Trinidad: Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu Santo" (Del Padre, en Sobre nuestra fe, "Cuadernos" I, p. 187).

10. Todas estas verdades de fe sobre la Santísima Virgen fundamentan sobradamente el culto especialísimo que le debemos tributar, y que desde los orígenes del cristianismo se ha tributado a quien por ser Madre de Dios "recibe cierta dignidad infinita" (Santo Tomás, S. Th. I, q. 25, a. 6 ad 4).

Hoy día precisamente, cuando la Iglesia atraviesa tan graves dificultades, es más necesario que todos acudamos a Santa María, Madre de la Iglesia, Mater Misericordiae, Virgo Potens, Tronum Gloriae...; a Ella que os la Omnipotencia suplicante clamando con más fuerza monstra te esse Matrem!

El Culto Católico


Autor: P. José P. Benabarre Vigo

Las religiones se distinguen por su culto y sus creencias. La palabra culto se deriva de la latina cólere, que significa “venerar, honrar”. Y se entiende por culto el conjunto de los dogmas, ritos y comportamientos, especialmente colectivos, con que un grupo humano se relaciona con la divinidad, sea ésta verdadera o falsa.

Es importante notar que hasta ahora, no se ha encontrado tribu o nación alguna que no haya tenido su(s) dioses y cierta clase de culto. Incluso los aborígenes de Kalúmburu, Norte de Australia, que, hasta hace unas docenas de años, aún vivían en la Edad de piedra, tenían sus dioses y su culto. Este fenómeno universal es una buena prueba de la existencia de un Dios creador.

En la Iglesia católica, la única en que se tributa al Dios único y verdadero, un culto digno de su Majestad – en parte requerido por su mismo Fundador – (Lc 22: 19), tiene en la Eucaristía, “el memorial de la muerte y resurrección del Señor, en la cual se perpetúa a lo largo de los siglos el sacrificio de la cruz, su culmen y la fuente de todo el culto y de toda la vida cristiana” (Código de Derecho Canónico 897).

Diversos cultos católicos
Los teólogos distinguen tres clases fundamentales de culto en la Iglesia católica: culto de latría, de superdulía y de dulía.

El culto de latría (adoración del ser supremo), se tributa únicamente a la Santísima Trinidad y a cada una de sus Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

El culto de superdulía (veneración) es el que se tributa a la Santísima Virgen María por su especialísima relación con la Santísima Trinidad, cuyo eterno Logos, se hizo hombre en sus entrañas virginales. Y el de dulía, el que se da a los santos por su prominente santidad y su relación con la Divinidad.

Las tres clases de culto se manifiestan en la fiestas dedicadas a las tres divinas Personas y a los santos, en las oraciones elevadas a la Divinidad en forma de adoración, de petición o de acción de gracias, y en las dirigidas a los santos pidiendo su valiosa intercesión.

El culto ha de ser verdadero
Para que nuestros actos de adoración a la Santísima Trinidad sean bien recibidos, y para que nuestras oraciones a los santos sean aceptadas por ellos y escuchadas por Dios, es necesario que sean hechos “en espíritu y verdad” (Jn 4: 24). Esto supone, al menos, dos cosas: que nuestra primera intención en todo lo religioso que hagamos, sea un acto de adoración a Dios y de servicio a nuestro prójimo; y que en todo nuestro culto no haya nada de supersticioso o idolátrico. En todo esto ha de seguirse a la Iglesia que, por tener la inspiración del Espíritu Santo (Jn 14: 26), y estar totalmente protegida por Jesucristo (Mt 28: 19-20), no puede equivocarse. Es cierto que el único acto cultual pedido por Jesús fue la repetición de la Eucaristía (Misa) (Lc 22: 19), que Él celebró el primer Jueves Santo. Lo demás, que designamos con la palabra liturgia, lo ha ido añadiendo la Iglesia a través de los siglos.

Veneración de las imágenes
Interpretando mal la Sagrada Escritura (como de costumbre), muchos nos tachan a los católicos de idólatras porque, según ellos, adoramos las imágenes del Señor o de los santos.

Fraternalmente, yo quiero decir a esos hermanos nuestros que nos interpretan mal, que en español hay una diferencia esencial entre los significados de las palabras adorar y venerar. Adoramos sólo al Ser supremo, podemos – ¡y debemos! – venerar o respetar nuestra bandera, las fotos de nuestros seres queridos, los hombres y mujeres prominentes que nos han dejado un buen ejemplo. Así sucede con nuestros santos. Los admiramos y veneramos sus imágenes por el ejemplo que nos dejaron de su amor a Dios y al prójimo.

En segundo lugar, Éxodo 20: 3-4, sólo prohíbe hacer estatuas de dioses falsos. De hecho, había esculturas en el templo (Sal 75: 6), y figuras de querubines en el propiciatorio (Éx 25: 18; etc.) Incluso Yahveh está sentado sobre querubines (1 Sam 4: 4), y cabalga sobre ellos (2 Sam 22: 11).

Nosotros tenemos estatuas del Señor, especialmente la Cruz con su cuerpo ensangrentado, para acordarnos de su pasión, y las de los santos para que, al verlos, nos animemos a imitarles.

Tomado de: El Visitante

V Domingo de Cuaresma - El misterio del trigo podrido


Fuente: Catholic.net
Autor: P. Sergio A. Córdova LC

Juan 12, 20-33



En aquel tiempo, entre los que habían llegado a Jerusalén para dar culto a Dios con ocasión de la fiesta, había algunos griegos. Estos se acercaron a Felipe, que era natural de Betsaida de Galilea, y le dijeron. «Señor, queremos ver a Jesús». Felipe se lo dijo a Andrés, y los dos juntos se lo hicieron saber a Jesús. Jesús contestó: «Ha llegado la hora en que Dios va a glorificar al Hijo del hombre. Yo les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda infecundo; pero si muere dará fruto abundante. Quien aprecia su vida terrena, la perderá; en cambio, quien sepa desprenderse de ella, la conservará para la vida eterna. Si alguien quiere servirme, que me siga; correrá la misma suerte que yo. Todo aquél que me sirva será honrado por mi Padre. Me encuentro profundamente angustiado; pero, ¿qué es lo que puedo decir? ¿Padre, líbrame de esta hora? De ningún modo; porque he venido precisamente para aceptar esta hora. Padre, glorifica tu nombre».Entonces se oyó esta voz venida del cielo: Yo lo he glorificado y volveré a glorificarlo. De los que estaban presentes, unos creyeron que había sido un trueno; otros decían: Le ha hablado un ángel. Jesús explicó: Esta voz se ha dejado oír no por mí, sino por ustedes. Es ahora cuando el mundo va a ser juzgado; es ahora cuando el que tiraniza a este mundo va a ser arrojado fuera. Y yo en vez que haya sido elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacía mí. Con esta afirmación, Jesús quiso dar a entender la forma en que iba a morir.


Reflexión


¿Has visto alguna vez cómo germina una semilla de trigo para que nazca una nueva espiga? Seguro que no. Porque eso nunca se ve. Todo sucede debajo de la tierra. Sólo podemos ver, si acaso, cuando el tallito de la nueva espiga comienza a despuntar en el campo. Pero todo el proceso de germinación permanece oculto a nuestros ojos. Primero tiene que caer el grano de trigo en el surco, morir y podrirse bajo tierra para luego dar origen a una nueva espiga.

En el Evangelio de este quinto domingo de Cuaresma, nuestro Señor nos habla del misterio de la vida y del secreto de la fecundidad espiritual: “Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”. Es la necesidad de morir para tener vida. Este tema nos introduce directamente en las celebraciones de la Pascua, que estamos ya para conmemorar y revivir dentro de una semana: el misterio de nuestra vida a través de la muerte de Cristo.

El domingo pasado escuchábamos decir a Jesús que como la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado también Él para darnos vida eterna. Y hoy vuelve a afirmarlo sin rodeos: “Y yo, cuando sea levantado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Nuestro Señor tenía muy presente esta hora suprema de su vida, y sabía que había venido a la tierra precisamente para cumplir esta misión. Es más, siente una santa ansiedad por que llegue cuanto antes el momento de nuestra redención, como lo diría en otro lugar: “Yo he venido a traer fuego a la tierra, ¿y qué quiero, sino que arda? Tengo que recibir un bautismo de sangre, ¡y qué angustia hasta que se cumpla!” (Lc 12, 49-50). Pero, a pesar de su conciencia mesiánica, la sensibilidad humana de Jesús no deja de experimentar una profunda turbación interior en el duro trance de su pasión: “Ahora mi alma se siente turbada, y ¿qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? ¡Pero es para esta hora para la que yo he venido! Padre, glorifica tu nombre”.

Muchos teólogos han visto en estas palabras de Cristo, con gran razón, como una anticipación de lo que sería su agonía en el huerto de Getsemaní. Pero nuestro Señor no se echa para atrás. Él “ofrecerá su espalda a los que lo golpeaban y sus mejillas a los que le arrancaban la barba” –como diría el profeta Isaías, refiriéndose a los sufrimientos del Siervo de Yahvéh (Is 50,6)–. Y, contrariamente a lo que nosotros pudiéramos pensar –si juzgamos según los criterios del mundo– es en esta humillación suprema de su pasión y de su muerte en cruz cuando llega al culmen de su “glorificación”.

Ya había anticipado esta idea durante su transfiguración sobre el monte Tabor. Pero, paradójicamente, será en el Calvario en donde toque el ápice de su plena glorificación como Mesías y como Redentor: “He aquí que mi Siervo prosperará, será elevado, ensalzado y puesto muy alto”. Así introduce Isaías el cuarto cántico del Siervo de Yahvéh (Is 52,13). Y a continuación describe toda la ignominia de sus sufrimientos y humillaciones. ¡Así son los planes de Dios, tan contrarios –y contradictorios– a los pensamientos de los hombres! (Is 55,8). Su exaltación sobre la tierra se realizará en la cruz. Y de esta manera llevará a plenitud su obra mesiánica y redentora.

¡Sólo quien contempla este misterio con fe puede llegar a comprenderlo! De lo contrario, es un absurdo. Por eso la cruz fue piedra de escándalo para los judíos y locura para los paganos; pero poder, sabiduría de Dios y salvación para los cristianos (I Cor 1, 22-25). Si nosotros no queremos escandalizarnos ni rebelarnos cuando nos visite la cruz y el sufrimiento en nuestra vida –y todos tenemos nuestras horas de amargura y de dolor, ¡todos!– necesitamos la fe ante este misterio. Sólo si nos abrazamos con fe y con amor a Cristo Crucificado, seremos capaces de vivir con paz y serenidad nuestra propia existencia. Porque sólo la cruz, aceptada con fe, con humildad y dócil resignación, como Jesús y como María Santísima, dará sentido a nuestro dolor y a toda nuestra vida.

Éste es el misterio de la fecundidad y de la grandeza del cristianismo: por la muerte llegamos a la vida, por el sufrimiento al gozo, por la cruz a la resurrección. Es ésta la lección más importante que nos ha dado Jesucristo con su Pasión y la fuerza necesaria para seguir sus huellas, recorriendo su mismo camino. Éste es el poder de nuestra fe, el que vence al mundo y nos da vida eterna. ¡Te adoramos, oh santísimo Cristo y te bendecimos, que por tu santa cruz redimiste al mundo!

Tomado de: Catholic.net

sábado, 28 de marzo de 2009

San Sixto III - 28 de marzo


Papa (fin s. IV-440) Fue elegido Papa a la muerte de san Celestino I, en el año 432, y ocupó la sede de Pedro por ocho años que fueron muy llenos de exigencias. Durante su vida se vio envuelto casi de modo permanente en la lucha doctrinal contra los pelagianos, siendo uno de los que primeramente detectó el mal y combatió la herejía que había de condenar al Papa Zósimo.

De hecho, Sixto escribió dos cartas sobre este asunto enviándolas a Aurelio, obispo que condenó a Celestio en el concilio de Cartago, y a san Agustín. Se libraba en la Iglesia la gran controversia sobre la Gracia sobrenatural y su necesidad tanto para realizar buenas obras como para conseguir la salvación.. Pelagio fue un monje procedente de las islas Británicas. Vivió en Roma varios años ganándose el respeto y la admiración de muchos por su vida ascética y por su doctrina de tipo estoico, según la cual el hombre es capaz de alcanzar la perfección por el propio esfuerzo, con la ayuda de Dios solamente extrínseca -buenos ejemplos, orientaciones y normas disciplinares, etc.

Mantuvo una cristología imprecisa en la terminología y errónea en lo conceptual, afirmando que en Cristo hay dos personas y negando la maternidad divina de la Virgen María; fue condenada su enseñanza por contradecir la fe cristiana; depuesto de su sede, recluido o desterrado al monasterio de san Eutropio, en Antioquía, muriendo impenitente fuera de la comunión de la Iglesia. El Papa Sixto III intentó con notable esfuerzo reducirlo a la fe sin conseguirlo y a pesar de sus inútiles esfuerzos tergiversaron los nestorianos sus palabras afirmando que el Papa no les era contrario. Llovieron al Papa las calumnias de sus detractores.

El propio emperador Valentiniano y su madre Plácida impulsaron un concilio para devolverle la fama y el honor que estaba en entredicho. Baso -uno de los principales promotores del alboroto que privaba injustamente de la fama al Sumo Pontífice- muere arrepentido y tan perdonado que el propio Sixto le atiende espiritualmente al final de su vida y le reconforta con los sacramentos. Como todo santo ha de ser piadoso, también se ocupó antes de su muerte -en el año 440 y en Roma-, de reparar y ennoblecer la antigua basílica de Santa María la Mayor que mandó construir el Papa Liberio, la de San Pedro y la de San Lorenzo.

oremos

Señor, tú que diste a San Sixto III la abundancia del espíritu de verdad y de amor para que fuera un buen pastor de tu pueblo, concede a cuantos celebramos hoy su fiesta adelantar en la virtud, imitando sus ejemplos, y sentirnos protegidos con su valiosa intercesión. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

Dispersos por el mundo y unidos al Papa en la Fe - San Luis Orione


San Luis Orione durante el viaje de despedida, navegando por el río Paraná, desde Itatí a Buenos Aires a bordo del General Artigas (29 de junio de 1937),comparte con sus religiosos dispersos por el mundo la profunda ansia pastoral de llevar a los humildes y pequeńos al Papa, a la Iglesia, a Cristo:

Hoy es la fiesta del apóstol San Pedro, fiesta del Papa. Desde ayer a la una de la madrugada estoy navegando por el Paraná, a eso de las seis de la tarde espero llegar a Rosario, donde permaneceré esta noche y parte del día de mańana; luego una escapada a Buenos Aires para la última visita a las otras casas. En todas partes hoy se ora por el Papa, se enaltece al Papa, se mira con inmenso amor a Roma y al Papa, "dulce Cristo en la tierra". Y yo en medio del río Paraná pienso en los hermanos e hijos que dejé ayer en medio de la noche en los extremos confines de la Argentina, frente al Paraguay; en los que están en el Chaco, en los que veré esta noche en Rosario, en los que están en la Pampa, en Mar del Plata, y en otros puntos de esta república; en los del Uruguay y el Brasil; en los de Albania, Rodas, Inglaterra, Polonia; y en Uds. que están en Italia. Hoy, todos unidos conmigo, distantes pero no divididos, desperdigados pero todos unidos en la fe común y el mismo amor de hijos fieles, hoy nos consolamos mutuamente, rezamos todos juntos por el Papa, celebramos y honramos a Jesús y al Apóstol Pedro en nuestro Papa Pío XI. Tenemos que palpitar y hacer palpitar miles y millones de corazones en torno al corazón del Papa: tenemos que conducir a él, de manera especial, a los pequeńos, y a la humilde y tan insidiada clase trabajadora; guiar hacia el Papa a los pobres, los afligidos, los marginados, que son los predilectos de Jesús, los verdaderos tesoros de su Iglesia. El Papa es el padre del rico tanto como del pobre; para El no existen nobles o plebeyos, sino sólo hijos; del Papa viene la fe, la luz, la mansedumbre de Jesús, que es bálsamo para los corazones y alivio y consuelo para los pueblos. “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder del Infierno no prevalecerá contra ella" [Mat 16, 18] Pasaron los siglos y estas palabras de Jesús resuenan a través de los tiempos, y de todas las tempestades del mundo. Contra el Papa y la Iglesia se desataron furiosas y terribles tempestades que lejos de sumergir a la Iglesia y al papado, los convirtieron en la mayor potencia espiritual y moral, y muestran cada día más y mejor, que la Iglesia y el Papado son obra de Dios, fuerza de Dios. ˇAdmirable unidad, vital y orgánica, la de la Santa Iglesia! Nosotros, por el Bautismo y por el Papa, no formamos más que un solo cuerpo, vivificado por el único y mismo Espíritu Santo: un solo Rebańo, bajo la guía de un solo Pastor: el Papa.

Las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia, ni contra el Papa, a quien Cristo ha dado las llaves del reino de los cielos, y la promesa solemne de que todo lo que ate en la tierra será atado en los cielos, y todo lo que desate en la tierra será desatado en los cielos.[Mat 16, 19] En el Papa nosotros reconocemos no sólo al Vicario de Cristo, la Cabeza infalible de la Iglesia, inspirada y guiada por el Espíritu Santo, y el fundamento de nuestra Religión, sino también la piedra firme de la sociedad humana. El Papa es la síntesis viviente de todo el cristianismo, es la cabeza y el corazón de la Iglesia, es luz de verdad indefectible, es la llama perenne que arde y resplandece sobre el monte santo. ˇDonde está Pedro, está la Iglesia; donde está la Iglesia, está Cristo; donde está Cristo, está el camino, la verdad, la vida!

viernes, 27 de marzo de 2009

Desobediencia aparente, obediencia real - Monseñor Lefebvre


Querido Padre:


Hoy tenéis la alegría de celebrar la Santa Misa en medio de los vuestros, rodeado de vuestra familia, de vuestros amigos, y con gran satisfacción nos hallamos hoy cerca vuestro para deciros también toda nuestra alegría y todos nuestros augurios para vuestro apostolado futuro, por el bien que haréis a las almas.

Rezamos en este día especialmente a San Pío X, nuestro santo Patrono, cuya fiesta celebramos hoy y que estuvo presente en todos vuestros estudios y en toda vuestra formación. Le pediremos que os dé un corazón de apóstol, un corazón de santo sacerdote como el suyo. Y puesto que estamos aquí, muy cerca de la ciudad de San Hilario y de Santa Radegunda y del gran Cardenal Pie, ¡pues bien!, pediremos a todos estos protectores de la ciudad de Poitiers que vengan en vuestro auxilio para que sigáis su ejemplo, y para que conservéis, como ellos lo hicieron en tiempos difíciles, la Fe católica. Habríais podido ambicionar una vida feliz, quizás fácil y cómoda en el mundo, puesto que habíais preparado ya estudios de medicina. Habríais podido, por consiguiente, desear otro camino que el que habéis escogido. Pero no, habéis tenido la valentía, incluso en nuestra época, de venir a pedir la formación sacerdotal en Ecône. Y, ¿por qué en Ecône? Porque allí habéis encontrado la Tradición, porque allí habéis encontrado lo que correspondía a vuestra Fe. Esto fue para vos un acto de valentía que os honra.

Y es por eso que quisiera responder, con algunas palabras, a las acusaciones que se han hecho estos últimos días en los diarios locales a raíz de la publicación de la carta de Monseñor Rozier, Obispo de Poitiers. ¡Oh, no para polemizar! Tengo buen cuidado de evitarlo, no tengo por costumbre contestar a esas cartas y prefiero guardar silencio. Sin embargo, me parece que está bien el que os justifique porque en esa carta estáis implicado igual que yo. ¿Por qué ocurre esto? No a causa de nuestras personas, sino por la elección que hemos hecho. Somos incriminados porque hemos elegido la supuesta vía de la desobediencia. Pero se trataría de que nos entendamos precisamente sobre lo que es la vía de la desobediencia. Pienso que podemos en verdad decir que si hemos elegido la vía de la desobediencia aparente, hemos elegido la vía de la obediencia real.

Entonces pienso que aquéllos que nos acusan han elegido quizás la vía de la obediencia aparente pero de la desobediencia real. Porque los que siguen la nueva vía, los que siguen las novedades, los que se adhieren a unos principios nuevos, contrarios a los que nos fueran enseñados en nuestro catecismo, contrarios a los que nos fueran enseñados por la Tradición, por todos los Papas y por todos los Concilios, esos tales han elegido la vía de la desobediencia real.

Porque no se puede decir que se obedece hoy a la autoridad desobedeciendo a toda la Tradición. La señal de nuestra obediencia es precisamente seguir la Tradición, ésa es la señal de nuestra obediencia: “Iesus Christus heri, hodie et in sæcula”. Jesucristo ayer, hoy y por todos los siglos.

No se puede separar a Nuestro Señor Jesucristo. No se puede decir que se obedece al Jesucristo de hoy y que no se obedece al Jesucristo de ayer, porque entonces no se obedece al Jesucristo de mañana. Esto es muy importante. Por ello no podemos decir: nosotros desobedecemos al Papa de hoy y por ello mismo desobedecemos también a los de ayer. Nosotros obedecemos a los de ayer: por consiguiente, obedecemos al de hoy y por consiguiente obedecemos a los de mañana. Porque no es posible que los Papas no enseñen la misma cosa, no es posible que los Papas se desdigan, que los Papas se contradigan.

Y es por ello que estamos persuadidos de que, siendo fieles a todos los Papas de ayer, a todos los Concilios de ayer, somos fieles al Papa de hoy, al Concilio de hoy y al Concilio de mañana y al Papa de mañana. Una vez más: “Iesús Christus heri, hodie et in sæcula”, Jesucristo ayer, hoy y por todos los siglos.

Y si hoy, por un misterio de la Providencia, un misterio que para nosotros es insondable, incomprensible, estamos en una aparente desobediencia, realmente no estamos en la desobediencia, estamos en la obediencia.

¿Por qué estamos en la obediencia? Porque creemos en nuestro Catecismo, porque tenemos siempre el mismo Credo, el mismo Decálogo, la misma Misa, los mismos Sacramentos, la misma oración: el Padrenuestro de ayer, de hoy y de mañana. He ahí por qué estamos en la obediencia y no en la desobediencia.

Por el contrario, si estudiamos lo que se enseña hoy en la nueva religión, advertimos que ellos ya no tienen la misma Fe, el mismo Credo, el mismo Decálogo, la misma Misa, los mismos Sacramentos, ya no tienen el mismo Padrenuestro. Basta abrir los catecismos de hoy para darse cuenta de ello, basta leer los discursos que se pronuncian en nuestra época para darnos cuenta de que aquellos que nos acusan de estar en la desobediencia son ellos quienes no siguen a los Papas, son ellos quienes no siguen a los Concilios, son ellos quienes están en la desobediencia. Porque no se tiene el derecho a cambiar nuestro Credo, a decir que hoy los Ángeles no existen, a cambiar la noción del pecado original, a afirmar que la Virgen ya no es más la siempre virgen, y así con lo demás.

No hay derecho a reemplazar el Decálogo por los Derechos del hombre; ahora bien, hoy ya no se habla sino de los Derechos del hombre y no se le habla de sus deberes que constituyen el Decálogo. ¡Aún no hemos visto que en nuestros catecismos debamos reemplazar el Decálogo por los Derechos del hombre! Y esto es muy grave. Se ataca a los Mandamientos de Dios, ya no se defiende a todas las leyes que conciernen a la familia y así con lo demás.

La Santísima Misa, por ejemplo, que es el resumen de nuestra Fe, que es precisamente nuestro catecismo viviente, la Santísima Misa está desnaturalizada, se ha vuelto equívoca, ambigua. Los protestantes pueden decirla, los católicos pueden decirla.

A este propósito, nunca he dicho y nunca he seguido a quienes han dicho que todas las misas nuevas son misas inválidas. No he dicho nunca cosa semejante, pero creo que, en efecto, es muy peligroso habituarse a seguir la misa nueva porque ya no representa nuestro catecismo de siempre, porque hay nociones que se han vuelto protestantes y que han sido introducidas en la nueva misa.

Todos los Sacramentos han sido, en cierta manera, desnaturalizados, se han vuelto como una iniciación a una colectividad religiosa. Los Sacramentos no son eso. Los Sacramentos nos dan la gracia y hacen desaparecer en nosotros nuestros pecados y nos dan la vida divina, la vida sobrenatural. No estamos sólo en una colectividad religiosa puramente natural, puramente humana.

Es por ello que estamos adheridos a la Santa Misa. Y estamos adheridos a la Santa Misa porque es el catecismo viviente. No es únicamente un catecismo que está escrito e impreso sobre páginas que pueden desaparecer, sobre páginas que no dan la vida en realidad. Nuestra Misa es el catecismo viviente, es nuestro Credo viviente. El Credo no es otra cosa que la historia, yo diría, el canto en cierta manera de la redención de nuestras almas por Nuestro Señor Jesucristo. Cantamos las alabanzas de Dios, las alabanzas de Nuestro Señor, nuestro Redentor, nuestro Salvador que se hizo Hombre para derramar su sangre por nosotros y así dio nacimiento a su Iglesia, al Sacerdocio, para que la Redención continúe, para que nuestras almas sean lavadas en la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo por el Bautismo, por todos los Sacramentos, y para que así tengamos participación de la naturaleza de Nuestro Señor Jesucristo mismo, de su naturaleza divina por medio de su naturaleza humana y para que seamos admitidos en la familia de la Santísima Trinidad por toda la eternidad.

He ahí nuestra vida cristiana, he ahí nuestro Credo. Si la Misa ya no es más la continuación de la Cruz de Nuestro Señor, del signo de su Redención, no es más la realidad de su Redención, no es más nuestro Credo. Si la Misa no es más que una comida, una eucaristía, un reparto, si uno puede sentarse alrededor de una mesa y pronunciar simplemente las palabras de la Consagración en medio de la comida, esto ya no es más nuestro Sacrificio de la Misa. Y si ya no es más el Santo Sacrificio de la Misa, lo que se realiza ya no así la Redención de Nuestro Señor Jesucristo.

Necesitamos la Redención de Nuestro Señor, necesitamos la Sangre de Nuestro Señor. No podemos vivir sin la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Él vino a la tierra para darnos su Sangre, para comunicarnos Su Vida. Hemos sido creados para eso, y nuestra Santa Misa nos da la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Su Sacrificio continúa realmente, Nuestro Señor está realmente presente con su Cuerpo, con su Sangre, con su Alma y con su Divinidad.

Para esto Él creó el Sacerdocio y para esto hay nuevos sacerdotes. Y es por ello que queremos hacer sacerdotes que continuarán la Redención de Nuestro Señor Jesucristo. Toda la grandeza, la sublimidad del Sacerdocio, la belleza del sacerdote es celebrar la Santa Misa, pronunciar las palabras de la Consagración, hacer descender á Nuestro Señor Jesucristo sobre el altar, continuar Su Sacrificio de la Cruz, derramar Su Sangre sobre las almas por el Bautismo, por la Eucaristía, por el Sacramento de la Penitencia. ¡Oh! la hermosura, la grandeza del sacerdocio, ¡una grandeza de la cual no somos dignos! de la cual ningún hombre es digno. Nuestro Señor Jesucristo ha querido hacer esto. ¡Qué grandeza! ¡Qué sublimidad!

Y esto es lo que han comprendido nuestros jóvenes sacerdotes. Estad seguros de que ellos lo han comprendido. Han amado la Santa Misa durante todo su seminario. Han penetrado su misterio. No penetrarán nunca su misterio de una manera perfecta incluso si Dios nos concediera una larga vida aquí abajo. Pero aman su Misa y pienso que han comprendido y que comprenderán siempre mejor que la Misa es el sol de su vida, la razón de ser de su vida sacerdotal para dar Nuestro Señor Jesucristo a las almas y no simplemente para partir un pan de la amistad en el cual ya no se encuentra Nuestro Señor Jesucristo. Y por consiguiente la gracia ya no existe en unas Misas que serían puramente una Eucaristía, puramente significación y símbolo de una especie de caridad humana entre nosotros.

He ahí por qué estamos aferrados a la Santa Misa. Y la Santa Misa es la expresión del Decálogo. ¿Qué es el Decálogo sino el amor de Dios y el amor del prójimo? ¿Qué realiza mejor el amor de Dios y el amor del prójimo sino el Santo Sacrificio de la Misa? Dios recibe toda gloria por Nuestro Señor Jesucristo y por su Sacrificio. No puede haber acto de caridad más grande hacia los hombres que el Sacrificio de Nuestro Señor. Él mismo, Nuestro Señor Jesucristo, lo dice: ¿hay un acto más grande de caridad que dar su vida por aquéllos a quienes se ama?

Por consiguiente, se realiza en el Sacrificio de la Misa el Decálogo: el acto más grande de amor que Dios pueda tener de parte de un hombre y el acto más grande de amor que podamos tener de parte de Dios para con nosotros. He ahí lo que es el Decálogo: es nuestro catecismo viviente. El Santo Sacrificio de la Misa está allí continuando el Sacrificio de la Cruz. Los Sacramentos no son sino la irradiación del Sacramento de la Eucaristía. Todos los Sacramentos, son, en cierta manera, como satélites del Sacramento de la Eucaristía. Desde el Bautismo hasta la Extremaunción, pasando por todos los demás sacramentos, no son sino la irradiación de la Eucaristía, porque toda gracia viene de Jesucristo, que está presente en la Sagrada Eucaristía.

Ahora bien, el sacramento y el sacrificio están íntimamente unidos en la Misa. No se puede separar el sacrificio del sacramento. El Catecismo del Concilio de Trento explica esto magníficamente. Hay dos grandes realidades en el Sacrificio de la Misa: el sacrificio y el sacramento, el sacramento dependiente del sacrificio, fruto del sacrificio.

Esto es toda nuestra santa religión y por ello estamos aferrados a la Santa Misa. Comprenderéis ahora mejor quizás de lo que lo comprendisteis hasta hoy por qué defendemos esta Misa, la realidad del Sacrificio de la Misa. Ella es la vida de la Iglesia y la razón de ser de la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo. Y la razón de ser de nuestra existencia es unirnos a Nuestro Señor Jesucristo en el Sacrificio de la Misa. Entonces, si se quiere desnaturalizar nuestra Misa, arrancarnos en cierto modo nuestro Sacrificio de la Misa, ¡comenzamos a gritar! Estamos siendo desgarrados y no queremos que se nos separe del Santo Sacrificio de la Misa.

He aquí por qué mantenemos firmemente nuestro Sacrificio de la Misa. Y estamos persuadidos de que nuestro Santo Padre el Papa no lo ha prohibido y no podrá nunca prohibir que se celebre el Santo Sacrificio de la Misa de siempre. Por otra parte, el Papa San Pío V dijo de manera solemne y definitiva, que suceda lo que sucediere en el futuro nunca se podría impedir a un sacerdote la celebración de este Sacrificio de la Misa y que todas las excomuniones, todas las suspensiones, todas las penas que podrían sobrevenir a un sacerdote por el hecho de celebrar este Santo Sacrificio serían nulas de pleno derecho. Para el porvenir: “in futuro, in perpetuum”.

Por consiguiente, tenemos la conciencia tranquila, pase lo que pase. Si podemos estar con la apariencia de la desobediencia, estamos en la realidad de la obediencia. He aquí nuestra situación. Y conviene que la digamos, que la expliquemos, porque somos nosotros los que continuamos la Iglesia. Los que desnaturalizan el Sacrificio de la Misa, los Sacramentos, nuestras oraciones, los que ponen los Derechos del hombre en lugar del Decálogo, que transforman nuestro Credo, son ellos quienes están en realidad en la desobediencia. Ahora bien, esto es lo que se hace por los nuevos catecismos de hoy. Es por eso que sentimos una pena profunda de no estar en perfecta comunión con los autores de estas reformas... ¡y lo lamentamos infinitamente! Quisiera ir de inmediato a ver a Monseñor Rozier para decirle que estoy en perfecta comunión con él. Pero me es imposible, si Monseñor Rozier condena esta Misa que celebramos, poder estar en comunión con él, pues esta Misa es la de la Iglesia. Y los que rechazan esta Misa ya no están en comunión con la Iglesia de siempre.

Es inconcebible que Obispos y sacerdotes que fueron ordenados para esta Misa y con esta Misa, que la han celebrado durante quizás veinte, treinta años de su vida sacerdotal, la persigan ahora con un odio implacable, nos echen de las iglesias, nos obliguen a decir Misas acá, al aire libre, cuando están hechas para ser celebradas, precisamente, en esas iglesias construidas para decir esas Misas. Y, ¿no es verdad que Monseñor Rozier mismo dijo a uno de vosotros que si fuéramos herejes y cismáticos nos daría iglesias para celebrar nuestras Misas? Es una cosa inverosímil. Y por consiguiente, si ya no estuviéramos en comunión con la Iglesia y fuéramos herejes o cismáticos, Monseñor Rozier nos daría iglesias. Así pues, es evidente que estamos todavía en comunión con la Iglesia.

He ahí una contradicción en su actitud que los condena. Saben perfectamente que estamos en la verdad, porque no se puede estar fuera de la verdad cuando se continúa lo que se hizo durante dos mil años, porque se cree únicamente en lo que se creyó durante dos mil años. Esto no es posible.

Una vez más, debernos repetir esta frase, y repetirla siempre:“Iesus Christus heri, hodie et in sæcula”. Si estoy con el Jesucristo de ayer, estoy con el Jesucristo de hoy y estoy con el Jesucristo de mañana. No puedo estar con el Jesucristo de ayer sin estar con Aquél de mañana. Y porque nuestra Fe es la del pasado lo es también la del futuro. Si no estamos con la Fe del pasado, no estamos con la Fe del presente, no estamos con la Fe del porvenir. He ahí lo que es necesario creer siempre, he ahí lo que es necesario mantener a toda costa y sin lo cual no podemos salvarnos.

Pidámoslo hoy de manera particular para estos queridos sacerdotes, para este querido Padre, a los Santos protectores del Poitou: en especial, a San Hilario, a Santa Radegunda que tanto amó la Cruz que fue ella quien trajo aquí, a esta tierra de Francia, la primera reliquia de la verdadera Cruz; ella amaba la Cruz y tenía una gran devoción por el Sacrificio de la Misa, y, finalmente, al Cardenal Pie, que fue un admirable defensor de la Fe católica durante el siglo pasado. Pidamos a estos protectores del Poitou que nos concedan la gracia de combatir sin odio, sin rencor.

No seamos nunca de aquéllos que buscan polemizar, desunir y dañar al prójimo. Amémoslos de todo corazón, pero mantengamos nuestra Fe. Mantengamos a toda costa la Fe en la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.

Pidámoslo a la Santísima Virgen María. Ella no puede no haber tenido la fe perfecta en la Divinidad de su Divino Hijo. Ella lo amó con todo su corazón, Ella estuvo presente en el Santo Sacrificio de la Cruz. Pidámosle la Fe que Ella tenía. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.


+ Monseñor Marcel Lefebvre

2 de septiembre de 1977
- Homilía en Poitiers -

María y la espiritualidad


Se suele hablar de espiritualidad cristiana contemporánea. ¿Es legítimo semejante lenguaje? Una espiritualidad verdaderamente floreciente sobre el evangelio y vivida en dimensión eclesial, ¿no es acaso necesariamente perenne? ¿Imitar a Cristo no equivale a situarse en una perspectiva espiritual que está por encima del devenir histórico y de las modas? Si no es así, ¿cómo seguir repitiendo lo que tan marcadamente se nos asegura en la carta a los Hebreos: "Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será siempre" (Heb 13,8)? Por vocación estamos llamados a convivir en lo íntimo de las relaciones caritativas intratrinitarias de Dios. Pero nuestra humanidad es opaca a una vida íntima divina; por su constitución, es incapaz de encontrarse cara a cara con el Señor. Tiene necesidad de ser renovada constituyéndose en Espíritu resucitado. Jesucristo ha venido a estar entre nosotros, no tanto para indicarnos el modo de vivir felices aquí abajo cuanto para transformarnos en nuevas criaturas disponibles para vivir con Dios y en Dios: "Yo soy la puerta, el que entra por mi se salvará; entrará y saldrá y encontrará pastos... Yo vine para que tengan vida y la tengan abundante (Jn 10,9-10). Para iniciarnos en la nueva existencia pneumática nos ha introducido en la participación de su muerte y resurrección: "Como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así será levantado el Hijo del hombre, para que quien crea en él tenga vida eterna" (Jn 3,14-15). Si podemos decir que somos ya en esperanza seres nuevos, es no tanto porque vivimos según las normas éticas cuanto porque participamos del misterio pascual de Cristo, de forma que en él y por él somos hechos personas resucitadas.

Es necesario que el misterio pascual de Cristo sea trasladado a lo íntimo de cada generación; que impregne, renovándola radicalmente, toda carne humana; que vivifique transformando cuanto florece entre las fragilidades terrenas. Y puesto que el Espíritu difunde el fermento pascual de Cristo también en el actual humanismo socio-cultural, podemos y debemos hablar de espiritualidad cristiana contemporánea. El Espíritu pascual de Cristo es inmutable en el curso de los siglos, mientras que es mudable el humanismo cultural que tal espíritu asume, purificándose y renovándose.

Por vivir hoy en una época de cambios profundos y rápidos, nuestra existencia ofrece nuevas situaciones humanísticas a la renovación pascual. Es natural que la renovación pascual actual se plantee problemáticas ayer inusitadas. ¿Cómo podríamos hoy "expresar, en la dinámica del desarrollo, una pobreza evangélicamente creativa? ¿Cómo manifestar lo absoluto de la consagración a Dios en momentos en los que se relativizan las instituciones de la vida religiosa o eclesiástica, los votos y el celibato? ¿Cómo mostrar que el cristiano se siente inmerso en la secularidad precisamente en virtud de Jesús y del evangelio? ¿Cómo concebir que cuando se contempla a Dios en la noche luminosa de la oración se construye la fraternidad humana?"' Semejantes problemáticas convencen de que no es posible entender la espiritualidad actual fuera del contexto socio-cultural eclesial existente. Al mismo tiempo nos mostramos exigentes en pedir que la espiritualidad sea acogedora y promocional del mismo humanismo personal. Los jóvenes mismos se muestran interesados por la ascesis espiritual cuando consiguen en ella una plena autorrealización, cuando con ella es posible expresar una libertad creadora propia, cuando se sienten en ella autorizados a una existencia autónoma de reglamentos y de subordinaciones jerárquicas.

Todo esto permite comprender que es difícil pergeñar la espiritualidad actual, bien por la variedad de sus posibles componentes, bien por la ideología tendenciosa de sus intérpretes. ¿Cómo se puede ser evangélico tomando en serio la vida propia en el mundo? ¿Cómo tener espíritu pascual buscando la promoción humana? ¿Cómo descubrir la voluntad no huyendo del mundo, sino situándose en lo íntimo de él? Se espera encontrar la gracia del Señor en el fondo de las vicisitudes humanas, se invoca que el espíritu resucitado germine en medio de las preocupaciones terrenas.

Hoy somos menos sensibles que ayer al esplendor de la iglesia institucional; nos sentimos menos propensos a la reverencia obsequiosa ante un poder autoritario. Preferimos el contacto amistoso con los demás, el encuentro confidencial en las relaciones sociales. También a Dios se le ama no tanto por ser ensalzado como el Soberano omnipotente, el Absoluto al que todo está sujeto, sino porque conseguimos encontrarlo en nuestra vida, tener experiencia de él, sentir su Espíritu dentro de nosotros. Quizá nunca se ha hablado tanto como hoy de experiencia espiritual en comunión con el Espíritu del Señor. Cuando deseamos precisar nuestro cometido espiritual, optamos por una lectura personal del evangelio. Preferimos no recibir consignas, no reducirnos a ser ejecutores de órdenes, no estar sometidos o ser dirigidos por otros. Pensamos que durante la meditación de la palabra nos ilumina el Espíritu, que nos inspira con intima suavidad.

La aspiración a tener el coloquio confidencial con el Espíritu nos descubre que estamos terriblemente rodeados por el límite, por lo precario, por situaciones inhumanas. La pascua no se vive únicamente como nacer a una vida según el espíritu, sino de modo particular como liberación de lo que nos hace pobres, incomprendidos, marginados, incapaces de comunicarnos. Mas, ¿cómo secundar esta liberación pascual? ¿Quién podría decir cómo armoniza el Espíritu tradicional de renuncia con el consumismo imperante? ¿Cómo se concilia la autonomía profética con la docilidad a la autoridad? ¿Cómo hermanar el Espíritu comunitario ecIesial con la intimidad privada regida en el Espíritu? La respuesta a esta y otras inquietudes espirituales podemos obtenerla solamente en Jesucristo considerado en su vida evangélica y en el testimonio luminoso de sus santos. Resulta sumamente beneficioso ver cómo el espíritu evangélico del Señor ha estado presente y operante en figuras espirituales admirables. San Pablo exhortaba a los primeros cristianos: "Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo" (ICor 4,16; 11,1). He aquí por qué tenemos necesidad de contemplar a la Virgen santísima como la que de modo singular y de una manera más auténtica que ningún otro santo nos puede iluminar y ayudar a imitar en nuestro tiempo a Cristo muerto y resucitado.

II. Espiritualidad de María

1. ESPIRITUALIDAD PASCUAL. Si deseamos descubrir la nota primaria de la santidad de María, es necesario que la busquemos en la palabra (sobre todo en Juan y Lucas). Lucas nos presenta a María en el momento en que el Verbo comienza en la tierra su misión salvífica. La condición mesiánica de Jesucristo asoma entre aspectos no claramente comprensibles. Es natural que su misma madre no consiga siempre entender (Lc 2,50) y que, en virtud de la actitud pública adoptada por Jesús, se vea ella contestada entre sus parientes (Mc 6,4). Lucas habla de María que crece por el amor que profesaba a su Hijo y por la gracia del Espíritu; la describe en su progresiva conformación con Jesús redentor (Lc 1,38 2,35; 11,28). Juan, en cambio, se preocupa de indicarnos el camino que la comunidad apostólica sigue para comprender, amar y participar en el misterio pascual de Cristo. Presenta a la Virgen unida más que nadie a Jesús, totalmente empeñado en hacer de su hora la hora de la comunidad creyente. Y, con Jesús y en Jesús, también María pasa de Cristo como persona física a Cristo como persona eclesial (Jn 19,25ss), de una maternidad física a una maternidad espiritual y pascual respecto a la iglesia (Jn 16,21). Lucas y Juan, aunque en perspectivas diversas, proponen la espiritualidad de María dentro del misterio pascual de Cristo. El haber sido concebida inmune del pecado original no impide que esté siempre necesitada de ser redimida, bien porque tenía una naturaleza humana marcada por las consecuencias del pecado (como en Cristo, 2Cor 5,21), bien sobre todo para renacer como Espíritu comunicable con la vida divina. La Virgen inmaculada pudo vivir como dolorosa en plena solidaridad con Cristo redentor y con nosotros, pecadores penitentes.

La Virgen vivió la participación virtuosa en el misterio pascual de Cristo con múltiples modalidades. Ante todo preanunció, a modo de signo y de símbolo, el acontecimiento salvífico de Jesús (Jn 2,1-11; LG 58). Por otra parte, es propio de toda alma unida a Cristo ser profeta del reino. Y esto más todavía para la persona virgen. En segundo lugar, María convivió la experiencia pascual singular que Cristo iba realizando para la salvación de la humanidad. La espiritualidad de María no es autónoma; es puro reflejo de la espiritualidad pascual de Jesús. Cuando en la anunciación le dice María al ángel: "¿Cómo es posible? No conozco varón" (Lc 1,34), no objeta propiamente el hecho de su virginidad, sino que pregunta cómo puede participar en la historia de la salvación. El ángel le recuerda que el acontecimiento salvífico es la manifestación de la omnipotencia divina: "Nada es imposible para Dios" (Lc 1,37).

A veces nos sentimos propensos a imaginar a María como ejemplar de una vida íntima, concentrada toda en la esfera privada, deseosa de ocultarse. Sin embargo, los relatos del nacimiento y de la infancia de Jesús —referidos por Lucas tal como María misma los refirió (Lc 1-2)— muestran que María vivía su existencia en una dimensión profético-salvifica, visión salvífica que explota en el Magnificat. Al hacerse enteramente disponible a la gracia pascual de Cristo, mostró que aspiraba de modo profundo a vivir para la santificación de todas las almas. Como Jesús y en Jesús, vivió en servicio de holocausto por todos nosotros (cf LC 60).

M/DOLOROSA: El misterio pascual de Cristo lo vivió María no solamente por los otros, sino fundamentalmente también para hacer resurgir su ser virginal a la vida nueva según el espíritu. Éste es el sentido de la profecía de Simeón: "Y una espada traspasará tu alma" (Lc/02/35). La existencia humana de la Virgen debe ser desgarrada y destruida para resucitar con Jesús.

El evangelio nos recuerda un aspecto de la experiencia personal de María: en su maternidad. La Virgen concibió y experimentó la progresiva separación de Jesús de su existencia como un morir progresivo según la carne para renacer según el espíritu. Separación inicial en el nacimiento (Lc 2,7), acentuada cuando Jesús niño muestra la independencia natural de su edad, pero para ejercer tareas que su Padre le había asignado (Lc 2,41ss): con el bautismo recibido de Juan abandona definitivamente la casa familiar (Lc 3,21ss); separación que se consuma con la muerte de Jesús en la cruz, en la cual él confía su madre al discípulo predilecto (Jn 19,26s). En correspondencia con este progresivo morir al vínculo físico con Jesús (kénosis mariana), María lleva a cabo una unión y uniformidad correspondiente con Jesús como Espíritu resucitado. La Virgen tuvo en perenne gestación al Señor, desde una procreación física a una procreación pneumática. Jesús mismo invitó explícitamente a su madre a introducirse en esta maternidad salvifico-pascual. Cuando le dicen a Jesús que "su madre, sus hermanos y hermanas" le llaman (Mc 3,31-32), él precisa: mi madre es aquella que "hace la voluntad de Dios" (Mc 3,33-35; Lc 11,27-28). En las bodas de Caná Jesús rechaza la pretensión de María de querer basarse en su maternidad humana ("Mujer, ¿qué hay entre tú y yo?", Jn 2,4). Al morir en la cruz, le reconoce que con su participación en su misterio pascual ha adquirido una maternidad eclesial (Jn 19,26-27).

María vivió de modo perenne el misterio pascual que Simeón le había profetizado con claridad (Lc 2,22s). El mismo evangelio se apresura a recordarnos algunas estaciones del vía crucis de María: duda de José sobre su maternidad parto, en Belén, huida a Egipto, pérdida de Jesús en el templo, no aceptación por parte de Jesús en el desarrollo de su apostolado, a los pies de la cruz. Verdaderamente María vivió el "misterio de la redención con él y bajo él, por la gracia de Dios omnipotente" (LC 56). Esta vida suya tejida de vía crucis es la que la piedad popular ha venerado e imitado sobre todo en María madre dolorosa, aunque resulta para nosotros inefable su resurgir según el Espíritu de Cristo, resurgir realizado progresivamente ya en su vida terrena.

EI hecho de que María fuera introducida a vivir con Cristo y en Cristo el misterio pascual nos ayuda a comprender lo que para ella significó ser proclamada kejaritoméne (Lc 1j28.35-46), es decir, objeto por excelencia de la benevolencia de Dios. Ella fue privilegiada por puro don de Dios en participar de modo singular en el misterio pascual del Señor. Esta es su grandeza primaria (LG 65). Verdaderamente fue la madre que se asoció a Cristo en su nacer como Espíritu resucitado. En ese sentido, los padres (san Agustín, Sermo 215,4: PL 38,1074; san León, Sermo I in nativitate 1: PL 54,191) y el Vat II (LG 64) han afirmado que María concibió a Jesús antes "en su espíritu que en su seno".

V-ESPIRITUAL/QUE-ES: Precisamente porque la espiritualidad de María se centró de modo singular en la participación de la existencia pascual de Cristo, es "evidentemente maestra de vida espiritual para cada uno de los cristianos" (MC 21). Vida espiritual significa dejar que el misterio pascual nos impregne hasta hacernos seres pneumatizados. Si nos transformamos así, somos como aferrados por el Espíritu de Cristo; nos hacemos dóciles a sus carismas. La Virgen, por el hecho de estar inmersa en el misterio pascual del Señor, fue enteramente pneumatizada, o sea, hecha totalmente disponible para ser del todo poseída en su ser humano por el Espíritu Santo. Luis M. de Montfort observa M/ES: "He dicho que el Espíritu de María es el Espíritu de Dios. Ella, en efecto, no se dejó nunca conducir por su propio espíritu, sino siempre por el Espíritu de Dios, el cual se hizo su dueño hasta el punto de convertirse en el espíritu mismo de María". María nos enseña y nos educa para adherirnos a Dios en Cristo, hasta convertirnos en un solo Espíritu con el Señor. Ella fue dirigida por el Espíritu, porque ya en la tierra se dejó animar íntimamente por el misterio pascual del Señor.

2. VIRTUDES EVANGÉLICAS. El evangelio nos ha indicado la opción fundamental de la vida espiritual de María: sumergirse cada vez más en la economía pascual salvífica hasta ser del todo dócil al Espíritu de Cristo que obraba en ella. La cristiandad primitiva, para evidenciar que María había vivido una experiencia espiritual caracterizada por el continuo pasar del vivir según la carne al vivir según el espíritu, solía afirmar que la misma madre de Jesús había tenido imperfecciones (así Mt 12,45ss; Ireneo, Tertuliano, Orígenes, Basilio, Crisóstomo, Efrén y Cirilo de Alejandría). Sucesivamente, la reflexión teológica eclesial consigue conciliar la concepción inmaculada de María con su inevitable experiencia pascual. Reconoce que María es toda santa; desde su concepción está inmune de cualquier culpa. Con todo, siendo de carne, no podía considerarse salvada (o sea, hecha partícipe de la vida divina bienaventurada) a menos de resucitar como espíritu. Recibe la gracia de ser espíritu participando en el misterio pascual de Cristo.

La Virgen, para favorecer la obra del misterio pascual en su ser personal, se abandonó totalmente al Espíritu. Ello le fue posible porque creó el vacío en sí misma, se constituyó en "la pobre de Yavé" (Lc 1,38), enteramente dispuesta a dejarse instruir por el Espíritu (Jn 16,13). Por eso el ángel Gabriel se presenta de modo diferente a Zacarías y a ella (Lc 1,1ss). Zacarías tiene una visión solemne exterior del ángel, "como acaece a tantos otros santos de la antigua alianza. En el relato de la anunciación a María no se habla de una visión exteriorizada; no es que el ángel no fuera visible..., sino que María no creyó deber precisar esta aparición... Es en lo interior de su ser donde María encuentra verdaderamente a su Dios; sólo su palabra es importante, y no la aparición visible de su mensajero".

Ser evangélicamente pobre significó para María ser humilde ante Dios y afable en relación con los hombres. Permaneció humilde ante Dios Padre, reconociendo que cuanto tenía era todo don divino gratuito. Pudo recibir tanto porque fue consciente de no valer nada por sí misma: Dios "ha mirado la bajeza de su esclava" (Lc 1,48). María lee toda su experiencia espiritual a la luz de la pobreza, de acuerdo con la ley de Dios que "confunde a los engreídos en el pensamiento de sus corazones y levanta a los humildes" (Lc 1,51s). Porque es la pobre de Yavé, supo ser también amable con los demás. No maldijo ante el hijo crucificado, sino que se asoció a él como corredentora corresponsable.

M/FE: María se hizo disponible al Espíritu no sólo a través del estado de sierva humilde, sino también mediante el ejercicio cada vez más perfecto de las virtudes teologales. Para ella, vivir las virtudes teologales significó abandonarse al Espíritu pascual del Señor. Ante todo, la Virgen tuvo una alta experiencia de la virtud de la fe, concentrada fundamentalmente en la capacidad salvífica del misterio pascual de Cristo. Esta fe, además de estar basada en el misterio pascual, se fue desarrollando según la evolución pascual de kénosis-glorificación. El Vat II habla de "peregrinación de la fe" en María (LC 58) ya que la profundizó entre oscuridades, y quizá entre alguna inquietud de duda. No se trata de dudas pecaminosas acerca de la fe, sino al modo de la "noche oscura" propia de las almas místicas. Estamos ante una constante y profunda purificación pascual de la fe en María. En el encuentro de Jesús en el templo Lucas dice de José y María: "Y ellos no comprendieron" (Lc/02/50; cf 1,34). También en relación con el apostolado discutido de Jesús observa Marcos: "Oyendo esto los suyos, salieron para llevárselo con ellos, pues decían: Está fuera de si (...). Llegaron la madre y los parientes de Jesús y, quedándose fuera, lo mandaron llamar" (Mc 3,21.31). Madurando en la fe, María supo romper las limitaciones de su racionalidad abriéndose a la luz del Espíritu; dejándose "reformar mediante la renovación del entendimiento", supo "distinguir cuál era la voluntad de Dios" (Rm 12,2). Cuando alcance una cierta maduración pascual de la fe, igual que los apóstoles lo "comprenderá retrospectivamente todo" acerca de su vida y de Jesús. Por esta fe fue llamada María dichosa por el ángel (Lc 1,35), por su prima Isabel (Lc 1,45) y por el mismo Jesús (Lc 11, 28). Fe que crecerá en ella hasta saber expresarse "con los ojos de la Paloma".

María se afirmó como la mujer rica en esperanza. Una esperanza no centrada en su futuro personal propio ni en su ámbito familiar, sino abierta a la liberación de los pobres y de los explotados dentro de la amplia perspectiva salvífica mesiánica. Es la alegría de descubrir a Dios presente en la historia humana y dedicado a completar su creación; es el júbilo que María proclama en el himno sublime del Magnifica' (Lc 1,46-55) Representar a María como el ejemplar de la mujer dócil, que se somete pasivamente a las injusticias, que se muestra insensible en medio de las situaciones deshumanizadoras, "es una forma de seducción, una manipulación calculada del espíritu". En un canto popular resuena la afirmación: "María, nuestra esperanza". La virgen María es el símbolo en el que se retraduce el deseo revolucionario de los pobres en sentido humano y espiritual. Pecadores, pobres, marginados, afligidos ven en María el ejemplar de una vida nueva de bien, activa y heroica, que va más allá de toda utilidad personal. "No me sorprende, pues, que las insignias bajo las cuales frecuentemente se han reunido los indios y los campesinos a lo largo del curso de la historia revolucionaria de Méjico hayan sido las de una mujer, nuestra Señora de Guadalupe".

M/VIRGEN: María es "modelo y ejemplar acabadísimo" no sólo de la fe y de la esperanza, sino sobre todo de la caridad (LG 53.63). Por vivir unida al misterio pascual de Cristo, pasó a un amor cada vez más genuinamente caritativo. El amor del Espíritu se hizo en ella hasta tal punto presente, que al final su ser carnal ya no supo sobrevivir. Murió de amor. Su misma virginidad no fue otra cosa que amar a Dios en Cristo con un corazón indiviso. Virginidad como experiencia perenne de perfecta caridad. Fue la mujer de un único amor; amor de alcance pneumático. Su misma concepción materna fue virginal en cuanto que confirmó y profundizó su perfecta caridad en Dios (cf san Agustín: PL 38,1074; san León M.: PL 54,191B). En este sentido escribía san Agustín: "Si un Dios debe nacer, no puede nacer más que de una virgen; y si una virgen debe engendrar, no puede engendrar más que a un Dios" (De Trinitate 13: PL 18,23). Su virginidad (como expresión de amor caritativo total) fue profundizándose a medida que su ser se volvió resucitado en Cristo, hasta convertirse en "virgen inefable" cuando resucitó a la vida bienaventurada. La virginidad es el estado de amor caritativo, propio de todos los resucitados a la vida bienaventurada (Lc 20,34ss; Mc 12,25; Mt 22,30); es ser antorcha viviente que arde con la luz y el calor del Espíritu.

La caridad divina, tal como se manifestó en el Verbo encarnado, es donación total al servicio de los otros (cf IJn 4,8.16). "El mayor sea como el que sirve" (Lc 22,26; Jn 13,13). Es el modo como María vivió y sigue viviendo su caridad, de suerte que se puede autodenominar "esclava del Señor" (Lc 1,38.48; cf LG 55), que se da toda al servicio de Dios Padre y de los hombres. Los estados virtuosos evangélicos (pobreza, fe, esperanza y caridad), por haber sido vividos por la Virgen en perspectiva esencialmente pascual, se manifestaron en una clara dimensión eclesial. Fueron proféticos y, a la vez, altamente expresivos de la experiencia virtuosa que caracterizó a la iglesia apostólica. Y si estos estados virtuosos tuvieron en María también momentos de angustiosa fragilidad, fue siempre para testimoniar el futuro peregrinar doloroso y pascual del pueblo de Dios.

IV. María en el itinerario Espiritual de la iglesia y del cristiano

1. MARÍA, MODELO ESPIRITUAL ECLESIAL DEL CRISTIANO. Para comprender cualquier espiritualidad cristiana, y también la de María, debemos meditarla en el contexto del misterio pascual. Meditando la existencia de María a la luz del misterio pascual, se ve que la Virgen es engendrada como criatura nueva por el único mediador, Jesús (LG 60). Conforme Jesús avanzaba en experiencia pascual, engendraba de modo paralelo según el Espíritu a su madre. Ya Dante pudo invocarla como "hija de tu Hijo" (Paraíso 33,1). Y puesto que aquel al que el Espíritu del Señor redime es elevado a instrumento generador del Cristo total, María misma "cooperó con su caridad al nacimiento de los fieles en la iglesia" (san Agustín, De virginitate 6: PL 40,399; LG 53). Ella es la "madre de los vivientes" (Epifanio, Haeret. 78,18: PG 42,728-729 LG 56). Como María, también la iglesia —por el hecho de haber sido engendrada por el Espíritu de Cristo— igualmente "engendra a una vida nueva e inmortal a sus hijos' (LC 64): "no cesa nunca de engendrar en su corazón al Logos" integral (Hipólito De Antichristo 61 GCS 1,2,41). He ahí por qué "María significa iglesia" (Isidoro de Sevilla. Alegorías 139: PL 83, 117C).

Nosotros, como miembros de la iglesia viva, somos asimilados a María, modelo de la iglesia. Debemos estar disponibles para dejarnos regenerar de un modo total por el Espíritu (cf san lldefonso, De virginitate perpetua sanctae Maríae 12; PL 96,106; León Magno, Sermo 26,2: PL 54,2138) y, juntamente, sentirnos corresponsables con el Espíritu de Cristo en hacer resurgir a nosotros mismos y a los demás a la vida nueva del amor. "Toda alma lleva en sí como en un seno materno a Cristo" (Gregorio Nac., De caeco et Zachaeo 4: PG 59,605. Cf san Ambrosio, De virginitate 4,20: PL 16,271B). "Son mi madre, dice el Señor (Mt 12,50; Mc 3,34), los que cada día me engendran en el corazón de los fieles" (Rábano Mauro, Comm. in Mt. 4.12: PL 107,937D). En el aspecto espiritual, verdaderamente "María se ha convertido en iglesia y en toda alma creyente" (Ruperto de Deutz: PL 169,1061D). En virtud de su participación en el misterio pascual, toda la iglesia y cada uno de sus miembros están llamados a desarrollar una espiritualidad mariana, y esa espiritualidad se concreta primeramente en practicar y experimentar una maternidad pascual hacia el Cristo total. Isaac de Stella dice de María y de la iglesia: "Una y otra son madres de Cristo, pero ninguna de ellas lo engendra todo (el cuerpo) sin la otra" (Sermo Ll In assumptione B. Maríae: PL 194,1863). "Aquélla (María) llevó la vida en el seno, ésta (la iglesia) la lleva en la onda bautismal. En los miembros de aquélla fue plasmado Cristo, en las aguas de ésta fue revestido Cristo" (Liber mozarabicus sacramentorum).

También nosotros, lo mismo que ocurre en María y en la iglesia, vivimos contemporáneamente una filiación y maternidad pascuales en relación con el Cristo total. Nuestra maternidad pascual no consiste en una generación físico-espiritual como en María, ni sacramental como en la iglesia, sino que es experiencial-eclesial. "Los bautizados llevan en sí las características, el tipo y el carácter viril de Cristo porque la imagen exacta del Logos se imprime en ellos y en ellos se genera. Y esto mediante la perfección en la fe y en el conocimiento, de suerte que en cada uno es engendrado Cristo espiritualmente. Por eso se dice que la iglesia está grávida y grita con dolores de parto (Ap 12,2), a fin de que de este modo cada uno de los santos sea engendrado como Cristo mediante su participación en su Espíritu" (Metodio de Filipos, Symposion V111, 8: GCS 90). En el mismo sentido de generación pascual y eclesial interpretaba también san Pablo su acción pastoral: "Sufro dolores de parto hasta que se forme Cristo en vosotros" (Gál 4,19).

Llamados a insertarnos en el contexto de la espiritualidad pascual vivida por María y la iglesia, debemos deducir de esta misma espiritualidad las características fundamentales de nuestra vida cristiana. Ante todo, la espiritualidad pascual mariano-eelesial nos invita a tender hacia el Cristo total resucitado. "En la virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de él" (MC 25). En la tendencia a uniformarnos con Cristo aparece no sólo nuestra conformidad espiritual con María, sino también nuestra diferenciación de ella. María "se asemejó plenamente a su Hijo, Señor de los que dominan" (LG 59). Por eso la veneramos como asunta. "En la asunción se nos manifiesta el sentido y el destino del cuerpo santificado por la gracia. En el cuerpo glorioso de María la creación material comienza a tener parte en el cuerpo resucitado de Cristo. María asunta es la integridad humana, en cuerpo y alma, que reina ahora intercediendo por los hombres peregrinos en la historia". En María encontramos la máxima densidad cristológico-histórico-salvifica; ella es el signo escatológico de la iglesia peregrina en la tierra; es el anticipo de la iglesia celeste (cf LG 62). María es el signo de nuestro futuro definitivo salvífico en Cristo. "Se puede decir que en la asunción de nuestra Señora el mundo ha sido como perfeccionado, alcanzando su meta: la sabiduría (de Dios) ha sido justificada en sus obras" (Mt 1 1, 19).

María, además de testimoniar nuestro futuro último en el Cristo total, coopera a actualizarlo en nosotros. Respecto a nosotros, enredados en las debilidades mundanas (LG 8), ella se constituye en intercesora. María se ofrece no tanto a escuchar las súplicas por determinados favores nuestros terrenos cuanto a favorecer nuestro ser de resucitados en el Espíritu de Cristo. Su escucha de las invocaciones no es más que el ejercicio de su maternidad pascual en favor de nuestra formación como cuerpo eclesial de Cristo. En segundo lugar, la espiritualidad mariana y eclesial se caracteriza por estar toda ella impregnada de amor caritativo. La caridad distingue la nueva vida resucitada en Cristo es el modo concreto de ser ya desde el presente partícipes de la vida divina. La misma virginidad de María no es otra cosa que una irradiación en todo su ser de una existencia altamente caritativa: es la disposición de su ser total a dejarse amar y amar sin límites a todo y a todos en el Señor. La virginidad en María es el signo que testimonia cómo Dios lleva a cabo el acontecimiento salvífico no mediante el eros sino mediante el ágape. La iglesia (y nosotros en ella), viviendo la maternidad sacramental al modo de María, está llamada a ser el amor virginal a Dios y a los fieles, a ser el testigo terreno de la caridad divina vivida en y por Jesucristo.

María y la iglesia, por estar llamadas a recibir como don y a experimentar la misma caridad del Señor ejercitan su vida espiritual no en virtud propia, sino de Cristo. Están enteramente abandonadas a la acción saIvífica del Señor. La espiritualidad de maternidad mariano-eclesial está estructurada toda ella sobre la humildad del siervo inútil (Lc 17,10) Dios eligió lo necio del mundo" para llevar a cabo la salvación entre los hombres (cf ICor 1,28).

En el aspecto espiritual es posible invertir lo que acabamos de decir. En vez de partir de la espiritualidad de la virgen María para comprender nuestra espiritualidad en dimensión eclesial, se puede descubrir en la espiritualidad de la Virgen proclamada y venerada en un periodo dado el reflejo de la vivencia Espiritual y eclesial existente. Nos inclinamos a ver en María cuanto anhelamos ser según el Espíritu. Así María revela aquellos valores evangélicos que el Espíritu va sugiriendo y orientando dentro del pueblo de Dios. La Virgen se nos presenta como la manifestación genuina viviente de lo que el pueblo fiel se siente llamado a ser por vocación cristiana en un determinado tiempo. En concreto, se podría afirmar que si las iglesias -católica, oriental ortodoxa y evangélica luterana- conciben de modo parcialmente diverso la espiritualidad de María, ello depende de cómo esas mismas iglesias conciben y viven su misión salvífica en Cristo. Una iglesia, en su misma manera de presentar la espiritualidad corredentora de María, de modo consciente o inconsciente, se describe y presenta con ello a sí misma.

2. EXPERIENCIA DE ESPIRITUALIDAD MARIANA EN EL CULTO La acción litúrgica es anuncio de perspectiva espiritual que debemos adquirir, y contemporáneamente fuente de gracia para realizar cuanto se ha contemplado en la fe (cf SC 10). Captar en su significado la oración litúrgica es precisar la espiritualidad a que tiende la comunidad eclesial entera; y, al mismo tiempo, es testimoniar fe en que tal espiritualidad es predispuesta dentro de nosotros por la acción sacramental de la iglesia. Cuando celebramos la liturgia mariana, no nos limitamos a complacernos en las perfecciones espirituales presentes en la Virgen, sino que al mismo tiempo proclamamos la forma ideal según la cual la comunidad eclesial se va comprometiendo en realizarse. El culto a la Virgen proclama de hecho a María como icono escatológico de la iglesia, y al mismo tiempo es oración al Señor para que actúe esa espiritualidad en la comunidad eclesial (LG 62).

La oración mariana en sí misma está centrada toda ella en un contenido esencial propio. Pide insistentemente al Señor que uniforme enteramente a la comunidad eclesial con su madre; invoca al Espíritu a fin de que derrame el poder pascual generador de María en toda la asamblea orante; suplica al Padre que la caridad pascual de la Virgen pueda ser comunicada al cuerpo eclesial. El culto mariano es "hacer memoria" a Dios Padre de las grandezas que ha obrado en María; es suplicarle para que extienda a nosotros la misma caridad pascual que concedió a la Virgen: es un deseo de poder orar al Señor dentro de la oración practicada por María para atraer al Espíritu Santo a nuestra existencia. M/DEVOCION: Dentro del fondo cultual mariano, se pueden dar diversas formas de oración. Así, p. ej., en los padres la oración mariana era preferentemente un modo de detenerse a contemplar a María considerada como el designio concreto de la salvación operada por Cristo en la humanidad. En los tiempos medievales se prefería orar a la Virgen estimando que la presentación de su ser nuevo resucitado al Señor era suficiente para obtener una gracia semejante también para nosotros. Al presente, el culto mariano desearía estar todo él inmerso en la historia salvífica, al modo como se estructura el mismo Magnificat. La iglesia actual desea continuar la oración de la Virgen, la cual elevó un himno de gloria al Padre por la presencia en ella del Verbo encarnado. La iglesia tributa alabanza a Dios, que le ha concedido el don de comunicarle el Espíritu de Cristo En este sentido, el Vat II ha afirmado: "La verdadera devoción no consiste ni en un afecto estéril y transitorio ni en una vana credulidad, sino que procede de la fe verdadera, por la que somos conducidos a conocer la excelencia de la madre de Dios y excitados a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes" (LG 67).

El florecimiento de la piedad mariana en formas variopintas en la historia eclesial significa que la comunidad cristiana ha ido tomando conciencia en María y con María de algunas perfecciones evangélicas, deseando su adquisición incluso a través de la acción litúrgica. Si esa piedad mariana ha cometido excesos entre el pueblo fiel, es señal del gran enamoramiento que ha nutrido hacia la madre celeste a la luz del evangelio. Los creyentes, al admirar la grandeza de lo humano resucitado en la Virgen, ha sentido confianza ilimitada en su bondad intercesora (cf Dante, Paraíso 33,14ss).

La acción pastoral debería no sólo encaminar a los fieles a una oración teológicamente apropiada hacia la Virgen de modo que aparezca centrada en Cristo (LG 60; MC 2), sino hacer además que se convierta en una eficaz iniciación de vida espiritual del modo como fue experimentada por María. A este fin se sugieren algunas modalidades apropiadas que se han de observar durante la oración mariana: permanecer a la escucha de la palabra y en disponibilidad a la gracia del Señor; introducirse en la oración como en una ofrenda personal al Espíritu de Cristo; dejar transformar nuestra existencia estando y viviendo en comunión eucarística con Jesucristo. De otra forma no seremos auténticos generadores de Cristo en nosotros, como María, sino que provocaremos "un aborto" (como se expresaba san Ambrosio).

V. Espiritualidad mariana para nuestro tiempo

De forma profética ha sentenciado la MC (n. 37): "La lectura de las sagradas Escrituras, hecha bajo el influjo del Espíritu Santo y teniendo presentes las adquisiciones de las ciencias humanas y las variadas situaciones del mundo contemporáneo, llevará a descubrir cómo María puede ser tomada como espejo de las esperanzas de los hombres de nuestro tiempo". Verdaderamente, la comunidad cristiana piensa y contempla a la virgen María según las actuales exigencias espirituales; la siente vivir de manera eminente dentro de sus propias expectativas evangélicas (LG 53). A titulo de ejemplo. podemos recordar algún aspecto de la espiritualidad mariana como hoy es eclesialmente meditada y proclamada. Se siente la necesidad de vivir una espiritualidad que esté centrada en el Espíritu de Cristo (cf PO 18). La Virgen ayuda a comprender en concreto cómo una vivencia cristiana debe considerarse un don del Espíritu. "En ella la iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención" de Cristo (SC 103); a aquella que se ha transformado en espíritu en unión íntima con el Señor resucitado. La misma profundización de la devoción a la Virgen resulta únicamente posible a través de una acentuada unión de amor con el Señor.

La Virgen ayuda a imprimir una orientación espiritual a los actuales movimientos sociales de liberación. Su Magnificat es "el himno de una gran revolución de la esperanza"; es la incitación a derribar a los poderosos de sus tronos y a encumbrar a los oprimidos. La devoción mariana no se agota ya en la petición de gracias suscitando en los devotos una indolente pasividad frente a las situaciones desagradables; orienta para llevar a cabo una efectiva promoción humana en toda sociedad y para cada persona.

M/BELLEZA: María ofrece y comunica un valor salvífico al culto de la belleza. Por ella se puede verdaderamente creer que "la belleza salvará al mundo". Ella misma ha sido la obra maestra que Dios ha ejecutado como artista supremo de la belleza. Ella es el modelo de la hermosura en el que se inspira el Espíritu para completar la armonía del universo. La devoción a la Virgen ha otorgado el gusto por la belleza; ha dado la percepción concreta de una hermosura difundida en toda vivencia cristiana; ha despertado el gozo de una vida alegremente armoniosa; ha permitido a los creyentes poder asomarse a la vida virtuosa como a una luminosa experiencia de hermosura. El arte, que se ha desahogado pintando "hermosas vírgenes", no ha hecho más que presentar, concretada en un rostro celestial, la ascesis evangélica. La ascética, aunque no ha tratado en un capitulo aparte la belleza, sin embargo la ha hecho gustar y vivir implícitamente al inculcar la devoción a la Virgen. La misma iglesia, en la medida en que es imagen interior de María, es un ejemplar de belleza espiritual.

La devoción a la Virgen se ha vivido siempre como una integración afectiva que ha facilitado y sublimado el ejercicio de una continencia virtuosa, sobre todo en los célibes. Su dulce figura educa todavía hoy en la convivencia promiscua, serena y respetuosa; permite que en la sociedad se verifique un enriquecimiento recíproco intersexual; hace creíble que son "dichosos los limpios de corazón porque verán a Dios" (Mt 5,8). Particularmente en nuestra época, en la que se comprende y aprecia mejor el valor del cuerpo difundido en nuestra convivencia, la Virgen es símbolo viviente de la comunicación corpórea del Espíritu.

Sobre todo la Virgen sabe presentarse como ejemplar para la misión espiritual que hoy la mujer está llamada a ejercer. Ayer, en armonía con el contexto sociocultural existente sobre la mujer, se encerró a la Virgen completamente en su pudor virginal, de suerte que san Ambrosio afirmaba de ella que, permaneciendo entre las paredes domésticas, "no salía de casa más que para ir al templo, e incluso entonces se hacia acompañar por los padres u otros parientes"; y ante el "aspecto de hombre (del ángel Gabriel) se sintió agitada por el temor" (De virginibus 11, 910: PL 16,221).

Hoy, el mismo magisterio eclesiástico nos invita a reconocer que María, "aun habiéndose abandonado a la voluntad del Señor, fue algo del todo distinto de una mujer pasivamente remisiva o de religiosidad alienante, antes bien fue mujer que no dudó en proclamar que Dios es vindicador de los humildes y de los oprimidos y derriba de sus tronos a los poderosos del mundo (cf Lc 1,5153)", debiendo reconocer "en María, que sobresale entre los humildes y los pobres de espíritu, una mujer fuerte que conoció la pobreza y el sufrimiento, la huida y el exilio" (MC 37). Parafraseando una expresión de san Ambrosio, hemos de decir que toda mujer moderna debería considerar un honor ser identificada con María, puesto que está llamada a engendrar a la humanidad nueva según el Espíritu de Cristo.

Dado que la espiritualidad de María se ha concebido siempre como sumamente actual, es comprensible que las modernas corrientes espirituales se inspiren en la Virgen al proponer y vivir su propio ideal evangélico. Recordemos algún ejemplo. Los focolares, con su lema "vivir a María", invitan a perennizar hoy la misión de María: hacer nacer a Jesús en medio de los hombres. La renovación carismática ofrece la alabanza a María en la experiencia del Espíritu para renovar en sí mismos el pentecostés que los apóstoles recibieron como don cuando permanecieron unidos en el cenáculo orando con María. Las comunidades neocatecumenales se encaminan hacia la fe adulta madurada a la luz de la palabra según el paradigma mariano: vivir el bautismo hasta hacer nacer a Jesús en sí mismos, como ocurrió en María.

En conclusión, para la comunidad cristiana es signo de autenticidad evangélica vivir las expectativas de hoy según una entonación espiritual mariana; es un ofrecerse como María y en María a ser sacramento viviente del acontecimiento salvífico pascual del Señor.
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