domingo, 31 de mayo de 2009

Pentecostés


Exposición dogmática

Pascua y Pentecostés, con los 50 días intermedios, se consideraban como una sola fiesta continuada a que llamaban Cincuentenario1. Primero se celebraba el triunfo de Cristo; luego su entrada en la gloria, y por fin, en el día 50, el aniversario del nacimiento de la Iglesia. La Resurrección, la Ascensión y Pentecostés pertenecen al misterio pascual. «Pascua ha sido el comienzo de la gracia. Pentecostés su coronación» dice S. Agustín, pues en ella consuma el Espíritu Santo la obra por Cristo realizada. La Ascensión, puesta en el centro del tríptico pascual, sirve de lazo de unión a esas otras dos fiestas. Cristo, por virtud de su Resurrección, nos ha devuelto el derecho a la vida divina, y en Pentecostés nos lo aplica, comunicándonos el «Espíritu vivificador». Mas para eso debe tomar primero posesión del reino que se ha conquistado: «El Espíritu Santo no había sido dado porque Jesús aún no había sido glorificado».

Y en efecto, la Ascensión del Salvador es el reconocimiento oficial de sus títulos de victoria, y constituye para su humanidad como la coronación de toda su obra redentora, y para la Iglesia el principio de su existencia y de su santidad. «La Ascensión, escribe Dom Guéranger, es el intermedio entre Pascua y Pentecostés. Por una parte consuma la Pascua, colocando al hombre-Dios vencedor de la muerte y jefe de sus fieles a la diestra del Padre; y por otra, determina la misión del Espíritu Santo a la tierra». «Nuestro hermoso misterio de la Ascensión es como el deslinde de los dos reinos divinos acá abajo; del reino visible del Hijo de Dios y del reino visible del Espíritu Santo».

Jesús dijo a sus Apóstoles: «Si Yo no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros; mas si me voy, Yo os le enviaré». El Verbo encarnado ha concluido ya su misión entre los hombres, y ahora va a inaugurar la suya el Espíritu Santo; porque Dios Padre no nos ha enviado solamente a su Hijo encarnado para reducirnos a su amistad, sino que también ha enviado al Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, y que apareció en este mundo bajo los signos visibles de lenguas de fuego y de un impetuoso viento. Vino al mundo para obrar nuestra santificación. «El Padre, dice S. Atanasio, lo hace todo por el Verbo en el Espíritu Santo»; y por eso, cuando el poder de Dios Padre se nos manifestó en la creación del mundo, leemos en el Génesis que el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas, para prestarlas fecundidad (Bendición de la Pila).

Toda la obra de la salvación, y la santificación de las almas, se opera por la virtud del Espíritu Santo. Él fue asimismo quien habló por boca de los Profetas, y su virtud cubrió con su sombra a la Virgen María, para hacerla Madre de Jesús. Él es, por fin, el que en figura de paloma bajó sobre Cristo al ser bautizado; Él quien le condujo al desierto y le guió en toda su vida de apostolado.

Pero sobre todo ese Espíritu de santidad inaugura el imperio que en las almas va a ejercer el día de Pentecostés, al llenar a los Apóstoles de fortaleza y de luces sobrenaturales. En este Espíritu es bautizada la Iglesia en el Cenáculo, y su soplo vivificador viene a dar vida al cuerpo místico de Cristo, organizado por Jesús después de su Resurrección. Por eso había dicho el Salvador a sus discípulos al soplar sobre ellos: «Recibid el Espíritu Santo.».

Y esto mismo siguen haciendo los sacerdotes cuando administran el Bautismo2.

Este aniversario de la promulgación de la Ley mosaica sobre Sinaí venía a ser también para los cristianos el aniversario de la institución de la Ley nueva, en que se nos da «no ya el Espíritu de siervos, sino el de hijos adoptivos, el cual nos permite llamar a Dios Padre nuestro».

Pentecostés celebra no sólo el advenimiento del Espíritu Santo, sino también la entrada de la Iglesia en el mundo divino3, porque, como dice San Pablo, «por Cristo tenemos entrada en el Espíritu para el Padre».

Esta festividad nos recuerda nuestra divinización en el Espíritu Santo. Así como la vida corporal proviene de la unión del cuerpo con el alma, así la vida del alma resulta de la unión del alma con el Espíritu de Dios por la gracia santificante (S. Ireneo y Clemente Alejandrino). «El hombre recibe la gracia por el Espíritu Santo», escribe Santo Tomás4.

La gracia es la sobrenaturalización de todo nuestro ser y «cierta participación de la divinidad en la criatura racional» (id.). «Cristo se difunde en el alma por el Espíritu Santo»5, el cual tiene por misión consumar la formación de los Apóstoles y de la Iglesia. «Él os enseñará todas las cosas y os recordará todo cuanto Yo os llevo dicho».

De Él dimanará esa maravillosa fuerza doctrinal y mística, que en todos los siglos se echa de ver, y que estaba personificada en el Cenáculo por Pedro y por María.

El Espíritu Santo que inspiró a los Sagrados Escritores (Pet. 1, 21) garantiza también al Papa y a los Obispos agrupados en torno suyo el carisma de la infalibilidad doctrinal, mediante el cual podrá la Iglesia docente continuar la misión de Jesús, y Él es quien presta eficacia a los Sacramentos por Cristo instituidos. El Espíritu Santo suscita también fuera de la jerarquía almas fieles, que, como la Virgen María, se prestan con docilidad a su acción santificadora. Y esa santidad, triunfo del amor divino en los corazones, se atribuye precisamente a la tercera persona de la Santísima Trinidad, que es el amor personal del Padre y del Hijo. La voluntad, en efecto, es santa cuando sólo quiere el bien; de ahí que el Espíritu, que procede eternamente de la divina voluntad identificada con el bien, sea llamado Santo. Fundiendo nuestro querer con el de Dios, nos va poco a poco haciendo Santos.

Por eso el Credo, después de hablar del Espíritu Santo, menciona a la Iglesia santa, la Comunión de los Santos y la Resurrección de la carne que es fruto de la Santidad y su manifestación en nuestros cuerpos y, por fin, la vida eterna, o sea, la plenitud de la santidad en nuestras almas.

El torrente de vida divina invade como nunca nuestros corazones en estas fiestas de Pentecostés, que nos recuerdan la toma de posesión de la Iglesia por el Espíritu Santo, y que cada año van estableciendo de un modo más cumplido el reino de Dios en nuestras almas.

Exposición histórica

Jesús, antes de subir a los cielos, había encargado a sus Apóstoles no se alejasen de Jerusalén, sino que esperasen allí la promesa del Padre, o sea, la efusión del Espíritu Santo.

De ahí que al volver los 120 discípulos del monte de los Olivos, «recluidos en el Cenáculo, perseveraron todos juntos en oración con las mujeres y María la Madre de Jesús».

Después de esta novena, la más solemne de todas, tuyo lugar el suceso milagroso que coincidió por especial providencia el día mismo de la Pentecostés Judía, para la cual hallábanse reunidos en Jerusalén millares de Judíos nacionales y extranjeros que afluían a celebrar «ese día muy grande y santísimo» (Lev. 23, 21), aniversario de la promulgación de la Ley sobre el Sinaí; por donde muchos de ellos fueron testigos de la bajada del Espíritu Santo.

Eran como las nueve de la mañana, cuando «de repente sobrevino un estruendo del cielo como de un recio vendaval. Y se les aparecieron lenguas repartidas como de fuego que reposaron sobre cada uno de ellos. Y viéronse todos llenos del Espíritu Santo, comenzando a hablar en otras lenguas, a impulsos del Espíritu Santo».

«Revestida así la Iglesia por la virtud de lo alto», comienza ya en Jerusalén la empresa de evangelización que Jesús le encomendara. Pedro, cabeza del Apostolado, empieza por hablar a la multitud y, convertido ya en «pescador de hombres», la primera vez que echa las redes da casi tres mil neófitos a la Iglesia naciente.

Esas lenguas de fuego simbolizan la ley de amor, que será propagada por el don de lenguas, y que, al encender los corazones, los alumbrará y purificará.
Los días que siguieron, reúnense los Doce Apóstoles en el Templo, en el pórtico de Salomón, y, a imitación del divino Maestro, predican el Evangelio y sanan enfermos, «creciendo pronto el número de varones y de mujeres que creyeron en el Señor»6. Luego, desparramándose los Apóstoles por Judea, anunciaron a Cristo y llevaron el Espíritu Santo a los Samaritanos7 y en seguida a los Gentiles8.

Exposición litúrgica

El día cincuenta después de bajar el Ángel Exterminador y del paso del mar Rojo, acampaba el pueblo Hebreo a la falda del Sinaí, y Dios le daba solemnemente su Ley. Por donde las fiestas de Pascua y de Pentecostés, que recuerdan ese doble acontecimiento, eran las más importantes de todo el año.

Seiscientos años después se señalaba la fiesta Pascual por la Muerte y la Resurrección de Cristo y la de Pentecostés por la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles.

Entrambas pasaron a ser cristianas siendo las más antiguas de todo el Ciclo litúrgico, que a ellas debe su origen. Se las llama Pascua blanca y Pascua roja.
Pentecostés es la fiesta más grande del año después de Resurrección. De ahí que tenga vigilia y octava privilegiada. En ella se leen los Actos de los Apóstoles, porque es la época de la fundación de la Iglesia que en ellos vemos historiada.

En la misa del día de Pentecostés y en la de su Octava, la Antigua Ley y la Nueva, las Escrituras y la Tradición, los Profetas, los Apóstoles y los Padres de la Iglesia hacen eco a la palabra del Maestro en el Evangelio. Todas esas partes se vienen a juntar como se juntan las piedrecitas de un vistoso mosaico, presentando ante los ojos del alma un bellísimo cuadro, que sintetiza la acción del Espíritu Santo en el mundo a través de los siglos.

Y para poner todavía más de resalto esa obra primorosa, la liturgia la encuadra en medio del aparato externo de sus sagradas ceremonias y simbólicos ritos.

Al sacerdote se le ve revestido de ornamentos encarnados, que nos recuerdan las lenguas de fuego y simbolizan el testimonio de la sangre que se habrá de dar al Evangelio, por la virtud del Espíritu Santo.

Antiguamente, en ciertas iglesias se hacía caer de lo alto de la bóveda una lluvia de flores, mientras se cantaba el Veni Sancte Spiritus, y hasta se soltaba una paloma, que revoloteaba por encima de los fieles. De ahí el nombre típico de Pascua de las rosas, dado en el siglo XIII a Pentecostés. A veces también, para añadir todavía otro rasgo más de imitación escénica, se tocaba la trompeta durante la Secuencia, recordando la trompeta del Sinaí, o bien el gran ruido en medio del cual bajó el Espíritu Santo sobre los Apóstoles.

El cristiano respira ese ambiente especial que caracteriza al Tiempo de Pentecostés y recibe una nueva efusión del Espíritu divino. Y para que nada le distraiga del pensamiento de este misterio, la liturgia lo sigue celebrando durante 8 días, excluyendo en ellos toda otra fiesta.

La intención bien definida de la Iglesia es que en estos días leamos y meditemos en cosas relacionadas con el misterio de Pentecostés, empleando para nuestra piedad individual las fórmulas litúrgicas.

¿Qué más hermosa preparación a la Comunión, qué mejor acción de gracias podrá darse que la del atento rezo de la Secuencia de Pentecostés? Es también tiempo muy a propósito para leer los Hechos de los Apóstoles.

El Tiempo Pascual que había empezado el Sábado Santo, expira con la Hora de Nona del Sábado después de Pentecostés.

Tomado de: http://www.tradicioncatolica.com/

Por los Siete Dones del Espíritu Santo


Bendito Espíritu de Sabiduría, ayúdame a buscar a Dios. Que sea el centro de mi vida, orientada hacia Él para que reine en mi alma el amor y armonía.

Bendito Espíritu de Entendimiento, ilumina mi mente, para que yo conozca y ame las verdades de fe y las haga verdadera vida de mi vida.

Bendito Espíritu de Consejo, ilumíname y guíame en todos mis caminos, para que yo pueda siempre conocer y hacer tu santa voluntad. Hazme prudente y audaz.

Bendito Espíritu de Fortaleza, vigoriza mi alma en tiempo de prueba y adversidad. Dame lealtad y confianza.

Bendito Espíritu de Ciencia, ayúdame a distinguir entre el bien y el mal. Enséñame a proceder con rectitud en la presencia de Dios. Dame clara visión y decisión firme.

Bendito Espíritu de Piedad, toma posesión de mi corazón; inclinalo a creer con sinceridad en Ti, a amarte santamente, Dios mio, para que con toda mi alma pueda yo buscarte a ti, que eres mi Padre, el mejor y más verdadero gozo.

Bendito Espíritu de Santo Temor, penetra lo mas intimo de mi corazón para que yo pueda siempre recordar tu presencia. Hazme huir del pecado y concédeme profundo respeto para con Dios y ante los demás, creados a imagen de Dios.

Oración.

Te pedimos, Dios todopoderoso, nos concedas agradar al Espíritu Santo con nuestras oraciones de tal modo que podamos con su gracia vernos libres de tentaciones y merezcamos obtener el perdón de los pecados. Por Jesucristo nuestro Señor. Amen

Ven, Espíritu Santo
Oh, Espíritu Santo, ven,
Danos el ansiado bien
De Tu lumbre celestial;
Padre del pobre clemente,
De eternos dones la fuente,
Luz para todo mortal.

Supremo consolador,
Huésped del alma, dulzor,
Refrigerio en los rigores,
Dulce tregua en la fatiga,
Templanza que ardor mitiga,
Consuelo en nuestros dolores.

Luz sacrosanta del mundo,
Abraza lo mas profundo
Del corazón de tus fieles;
Sin tu bella claridad,
Sólo existiría maldad,
Y serían los hombres crueles.

Limpia toda sordidez,
Fructifica la aridez,
Sana lo que se halla herido,
Doblega la vanidad,
Enardece la frialdad,
Torna recto lo torcido.

Bríndales la concesión
De tu septiforme don
A la grey que en Ti confía,
Úngelos con la virtud,
Dales éxito y salud,
Y perdurable alegría.

Amén. ¡Aleluya!

V. Envía tu Espíritu Santo creador.
R. Y renovarás la faz de la tierra.

Oremos.

¡Oh Dios! Tu has instruido los corazones de tus fieles enviándoles la luz de tu Espíritu Santo. Concédenos, por el mismo Espíritu, valorar rectamente las cosas y disfrutar siempre de su ayuda. Por Cristo Nuestro Señor. R. Amen.

Obispo Alois Hudal 31 de mayo de 1885 - 31 de mayo de 2009



Al cumplirse hoy 124 años del natalicio del Obispo Alois Hudal, desde esta página que intenta homenajearlo, rogamos a Dios por su Eterno descanso y por su guía.

El Papa en Pentecostés: el Espíritu del amor, antídoto a la contaminación del corazón


(Ciudad del Vaticano) - 31-05-09

Benedicto XVI durante la Misa de Pentecostés

En la Basílica de San Pedro, el Santo Padre, en la Santa Misa de la Solemnidad de Pentecostés, ha profundizado en una fiesta que se distingue por su importancia “porque en ella se realiza lo que Jesús había anunciado que era el objetivo de toda su misión en la tierra”; “el verdadero fuego, el Espíritu Santo, ha sido traído a la tierra por Cristo”, quien “se ha hecho mediador del ‘don de Dios’ obteniéndonoslo con el mayor acto de amor de la historia: su muerte en la cruz”.

“Lo que el aire es para la vida biológica, lo es el Espíritu Santo para la vida espiritual; e igual que existe una contaminación atmosférica que envenena el ambiente y los seres vivos, existe una contaminación del corazón y del espíritu que mortifica y envenena la existencia espiritual”, alerta.

De hecho, la razón de la prioridad actual de la ecología es, precisamente, evitar el acostumbramiento al envenenamiento del aire. “Lo mismo se debería hacer con lo que corrompe el espíritu”, advierte el Papa.

En cambio parece que no hay dificultad para habituarse “a muchos productos contaminantes para la mente y el corazón que circulan en nuestra sociedad –por ejemplo imágenes que hace un espectáculo del placer, la violencia o el desprecio hacia el hombre o la mujer”, lamentó.

“Se dice que también que esto es libertad, sin reconocer que todo ello -denunció- contamina, intoxica el alma, sobre todo de las nuevas generaciones, y acaba por condicionar la libertad misma”.

El “viento impetuoso de Pentecostés” remite “a lo precioso que es respirar aire limpio, tanto con los pulmones –el aire físico- como con el corazón –el aire espiritual-, ¡el aire saludable del espíritu que es amor!”, exhortó.

De la analogía con el aire, Benedicto XVI pasó a la analogía con el fuego, apuntando un aspecto característico del hombre moderno que, “posesionándose de las energías del cosmos”, “hoy parece auto-afirmarse como dios y querer transformar el mundo excluyendo, dejando de lado o incluso rechazando al Creador del universo”.

“En las manos de un hombre así”, tal energía “y sus enormes potencialidades se hacen peligrosas: pueden volverse contra la vida y la humanidad misma, como desgraciadamente lamenta la historia”, subrayó, recordando como advertencia las tragedias de Hiroshima y Nagasaki y la muerte “en proporciones inauditas” que sembró la energía atómica empleada con fines bélicos.

La Solemnidad de Pentecostés se centra en Jesucristo, que ha traído a la tierra “el Espíritu Santo, el amor de Dios que renueva la faz de la tierra purificándola del mal y liberándola del dominio de la muerte”, recalcó el Santo Padre.

“Dios quiere seguir donando este ‘fuego’” del Espíritu Santo “a cada generación humana” –proclamó Benedicto XVI-, “y naturalmente es libre de hacerlo como y cuando quiera”; pero existe una “vía normal”: “Jesús, su Hijo Unigénito encarnado, muerto y resucitado”, que “ha constituido la Iglesia como su Cuerpo místico para que prolongue su misión en la historia”.

¿Cómo debe ser la comunidad, cada uno de nosotros para recibir el don del Espíritu Santo? El Papa respondió a este interrogante reviviendo la experiencia en el Cenáculo, donde los discípulos “perseveraban todos unidos en la oración”; “así que la concordia [la unidad. Ndt] de los discípulos es la condición para que venga el Espíritu Santo; y presupuesto de la concordia es la oración”.

Se trata de que Pentecostés “no se reduzca a un simple rito o a una sugestiva conmemoración, sino que sea un evento actual de salvación”. Para ello el Santo Padre indica la necesaria espera del don de Dios “mediante una escucha humilde y silenciosa de Su Palabra”.

Y “para que Pentecostés se renueve en nuestro tiempo, tal vez es necesario –sin quitar nada a la libertad de Dios- que la Iglesia se ‘afane’ menos en las actividades y se dedique más a la oración”, sugirió.

El Espíritu Santo, “el más fuerte”, “donde entra expulsa el miedo –confirmó el Papa-; nos permite conocer y sentir que estamos en las manos de una Omnipotencia de amor: pase lo que pase, su amor infinito no nos abandona”.

Demostración de ello “es el testimonio de los mártires, la valentía de los confesores de la fe, el intrépido impulso de los misioneros, la franqueza delos predicadores, el ejemplo de todos los santos, algunos incluso adolescentes y niños”. Asimismo lo demuestra “la existencia misma de la Iglesia, que, a pesar de sus límites y las culpas de los hombres, sigue atravesando el océano dela historia, empujada por el soplo de Dios y animada por su fuego purificante y purificador”.

Es “la fe y la esperanza con la que repetimos hoy, por intercesión de María: ‘¡Envía tu Espíritu, Señor, para renovar la tierra!’”, concluyó.

Para la liturgia de este domingo de Pentecostés se eligió la Harmoniemesse, la última “Misa” que compuso Joseph Haydn –en el bicentenario de su muerte-. En la basílica vaticana resonó su Kyrie, Gloria, Sanctus y Agnus Dei, gracias a la interpretación de la Orquesta de cámara de Colonia y del Coro de la Catedral de la misma ciudad, bajo la batuta de Helmut Müller-Brühl. La música y el canto del resto de la celebración se encomendó a la Capilla Musical Pontifica –con una selección de canto gregoriano y de composiciones de Domenico Bartolucci- y al maestro director Giuseppe Liberto.

sábado, 30 de mayo de 2009

La flor de liz en el estandarte de Santa Juana de Arco


Tanto en el estandarte de Santa Juana de Arco como en su escudo familiar encontramos la "flor de lis". La "flor de lis" abunda en heráldica, pues son muchos los escudos familiares en que aparece, siendo éste asimismo el caso del escudo de armas de la familia de Santa Juana de Arco (derecha).

Fue precisamente en la patria de Santa Juana de Arco, Francia, donde se bautizó a este símbolo heráldico con el nombre de "fleur-de-lis", a veces escrito como "fleur-de-lys", en español "flor de lirio", pues la palabra francesa "lis" significa "lirio". Este símbolo representa una estilizada flor de lirio o lotus y tiene muchos significados. Tradicionalmente se ha utilizado para representar a la realeza francesa, dándosele el sentido de "perfección, luz y vida".

Existe en Francia una leyenda acerca de este símbolo: Un ángel le regaló a Clovis, el rey Merovingio de los Francos, un lirio de oro como símbolo de su purificación por su conversión al Cristianismo. Otros dicen que Clovis adoptó el símbolo cuando los lirios de agua le mostraron el camino para cruzar con seguridad un río y ganar una batalla.

En el siglo XII, el rey Luis VI o Luis VII (las fuentes están en desacuerdo) fue el primer monarca francés en usar la flor de lis en su escudo. Los reyes ingleses usaron más tarde el símbolo es sus armas para enfatizar sus reclamaciones sobre el trono de Francia. En el siglo XIV, la flor de lis fue a menudo incorporada en las insignias de familia que eran cosidas en el manto del caballero, que era usado por su propietario sobre la cota de mallas, de ahí el término "manto de armas". El propósito original de identificación en batalla derivó en un sistema de designación social de estatus después de 1483, cuando el rey Edmund IV estableció el Colegio de Heráldica para supervisar los derechos del uso de las insignias de armas.

Referente al tema que nos ocupa, Santa Juana de Arco llevaba un estandarte blanco que mostraba a Dios bendiciendo el emblema real francés, la flor de lis, cuando guió las tropas hacia la victoria sobre los ingleses en ayuda del Delfín, Carlos VII, en su lucha por el trono francés. Y la Iglesia Católica Romana utiliza el lirio como un emblema especial de la Virgen María. Debido a sus tres "pétalos", la flor de lis también ha sido usada para representar la Santísima Trinidad. También los cartógrafos la utilizaron en sus mapas como símbolo para indicar el norte.

Unidades militares, incluyendo divisiones del ejército de los Estados Unidos, han usado la "flor de lis" como símbolo del poder marcial y la fortaleza.

Oraciones a Santa Juana de Arco


Oración a Santa Juana, luchadora por la libertad

Santa Juana, tu valor y tu fe en Dios consiguieron grandes cosas.
Pido tu ayuda en la lucha por lo justo. Permíteme tener claros mis
propósitos y que la justicia sea mi afán. No me permitas renunciar
ante la dureza de las dificultades. Con tu ayuda no tengo miedo y
quiero emplear todas mis cualidades y todo mi esfuerzo.
Ésto te lo pido en nombre de Jesús.
Amén.



Oración a Santa Juana para que nos de fe

Ante tus enemigos, ante el hostigamiento, el ridículo y la duda,
te mantuviste firme en la fe. Incluso abandonada, sola y sin
amigos, te mantuviste firme en la fe. Incluso cuando encaraste
la muerte, te mantuviste firme en la fe. Te ruego que yo sea tan
inconmovible en la fe como tú, Santa Juana. Te ruego que me
acompañes en mis propias batallas. Ayúdame a perseverar
y a mantenerme firme en la fe.
Amén.

Santa Juana de Arco - 30 de mayo



La historia de Juana de Arco es muy interesante y hermosa, está llena de aventura y plagada de intriga. Esta joven campesina, que llegó a ser la más importante líder militar de la Francia de su momento, merece que conozcamos su vida, de solo 19 años. Juana vivió en el marco de una Francia acosada por la Guerra de los Cien Años, en contra de Inglaterra. Esta última estaba en posesión de gran parte de territorio francés, y pretendía obtener el resto.

"Nací en la aldea de Domrémy, que forma una sola con la de Greux", declara Juana en el proceso que hacia el fin de su vida le siguió la Inquisición. También dice: "Mi padre se llamaba Jaques d'Arc, y mi madre, Isabelle". Habría nacido hacia el año 1412, no hay seguridad en la fecha. Ella misma ignoraba su edad, como la mayoría de las personas de aquella época; no se le prestaba importancia como ahora, tampoco a los cumpleaños. El año nuevo ni siquiera comenzaba en la misma fecha entre una provincia y otra de Francia. Todos contestaban cuando se les preguntaba la edad: alrededor de 20; treinta y cinco, más o menos.

La verdadera otografía de su nombre no es segura, se puede encontrar en los documentos Darc, Tarc, Dare, Day, etc. La forma d'Arc ("de Arco" en español) aparecería un siglo y medio después de la muerte de Juana.

La mayor parte de su corta vida la pasó como campesina en la aldea de Domrémy, región de Lorena. Ella se ocupaba de los rebaños en algunas ocasiones, especialmente cuando se acercaban los soldados borgoñeses, aliados de los ingleses. Pero sobre todo, ella se encargaba de tareas domésticas. Su padre no era rico, pero sí un campesino acomodado, ya que alquilaba un castillo pequeño y derruido.

Juana era muy piadosa. No era alta, medía más o menos un metro y sesenta centímetros. Era hermosa, con morena cabellera y de ojos profundamente azules, contextura delgada y frágil, de mejillas sonrosadas y manos curtidas por el trabajo. Era virgen y muy religiosa.

Un día esta bella campesina, decidida por unas voces que escuchaba, emprende un largo viaje desde su aldea, con el objeto de presentarse ante el delfín de Francia, futuro rey Carlos VII. El 13 de Mayo de 1425 un tal Durant Laxart se presenta en la ciudad fortificada de Vaucoulers, con el objeto de ver a Robert de Baudricourt. Conduce a Juana, vestida con falda roja. Ella tiene algo que decirle a Baudricourt, dice que viene de parte de su Señor, para mandar al Delfín que se condujera bien, y que no hiciera la guerra a sus enemigos, pues el Señor le daría socorro antes de mediados de Cuaresma. Su señor era Dios, que le hablaba a Juana a través del arcángel San Miguel y de las santas Catalina de Alejandría y Margarita de Antioquía. Decía que el Señor quería que el Delfín fuese hecho rey y que dispusiera del reino y lo mandara, y que ella misma lo conduciría para hacerlo consagrar. No le dieron mucha importancia al asunto y la mandaron de vuelta a lo de su padre.

En 1429 Juana va de nuevo a Vaucoulers, otra vez acompañada por su tío Laxart. Baudricourt la recibe y constata que sigue con lo mismo, quiere ir a Chinon, donde se encuentra Carlos VII, aunque deba "usar sus piernas hasta las rodillas". Cuando Baudricourt le niega nuevamente ayuda a Juana, Jean de Metz, fiel de Carlos VII, que escuchaba, promete que la conducirá ante el rey.

Comienzan a organizar la partida. Ella cambia sus ropas de mujer por las de hombre, que ya no dejará de usar. La noticia corre rápidamente por Francia y la suegra de Carlos VII, Yolanda de Aragón, manda un mensajero diciendo que lleven inmediatamente a la doncella ante el delfín Carlos VII. En Vaucoulers la noticia produce un efecto enorme. Todos ofrecen ayuda a Juana, túnicas, calzas, polainas de cuero, espuelas y otras cosas. También un caballo. Es escoltada por varios hombres hasta Chinon. El 13 de febrero emprende la marcha. Andan durante las noches, para no ser detectados por los soldados ingleses y borgoñeses. En diez noches llegan a Chinon.

Allí llega Juana, vestida como hombre (jubón negro y calzas ajustadas), a los diecisiete años, con sus cabellos cortados en redondo alrededor de las orejas, sienes y nuca rapadas. Habían entre 300 y 400 personas con Carlos VII. Todos esperan a la doncella que dice venir de parte de Dios, hace dos días que Juana esté alojada cerca de ahí.

El rey decide poner a prueba a esta doncella: un familiar tomará su lugar, y él se pierde entre la multitud. Ella entra con una mirada serena y segura, con sólidos pasos se dirige directamente a Carlos VII, se inclina y con vos clara dice: Dios os dé larga vida, gentil delfín. El Rey de los Cielos me envía, dice ella, pues por mí seréis consagrado y coronado en Reims. Eres el verdadero heredero de Francia e hijo del rey. El delfín la lleva aparte y charlan por un rato, le hace una pregunta que solo Dios puede saber y Juana pasa la prueba.

Casi de inmediato le dieron casa, un escudero, dos pajes, un limosnero, un mayordomo y dos heraldos de armas. Carlos VII le confía el mando de su ejército y se hace aconsejar por ella. Pero todo después de las pruebas.

Días más tarde se encuentra en Poitiers, ante un consejo que la examinará. El consejero del rey, Jean Rabateau, y abogado del parlamento presta su casa para el interrogatorio, que dura tres semanas. Ella responde a todas las preguntas viva y tranquila, y explica por qué ha contactado al delfín. Les cuenta sobre las voces que escucha, cómo le dijeron que acudiera en ayuda de Francia, cómo tenía que ir a Vaucoulers, etc. ¿Qué lenguaje habla tu voz?, preguntan, "mejor que el vuestro", contesta ella. ¿Crees en Dios? "Sí, mejor que vos", responde Juana altivamente. Se le pide un signo como prueba de que debe su misión a Dios, y ella dice "en el nombre de Dios, no he venido a Poitiers a mostrar signos, pero conducidme a Orleáns y os mostraré el signo para el cual he sido enviada". Orleáns estaba siendo sitiada por los ingleses y Juana pretendía salvar la ciudad. El interrogatorio llega a su fin, y los prelados reconocen que en ella no hay ningún mal ni nada contrario a la fe católica.

Pero todavía no puede asumir el mando del ejército, porque queda el examen de virginidad, reclamado por el arzobispo de Embrun. Él dice que si Juana es una enviada del demonio, seguramente no será virgen. También pasa este examen.

Parte finalmente hacia Tours, donde constituye su casa militar. Allí le fabrican una armadura. Y allí ella rechaza las espadas que le ofrecen, pide una que, según ella esta en Santa Catalina de Fierbois, "que busquen detrás del coro de la iglesia, allí habrá una espada enterrada", dice Juana. Van y la encuentran. "Supe que estaba allí porque me lo dijeron mis voces...".

También en Tours le otorgan un estandarte. Allí acuden sus dos hermanos Pierre y Jean a reunírsele, combatirán a su lado.

Se dirige a Blois, donde se le otorgarán soldados y dinero. Juana dirige a sus soldados de entrada, ríe con ellos, los comprende y se hace comprender. Es difícil creerlo en estos tiempos, pero sus soldados se dirigían a ella con total respeto. El duque de Aleçon dirá mas tarde: "A veces, durante la guerra, dormí con ella al aire libre; yo y otros hombres de armas. Pude verla cuando se ponía la armadura, y entrever su pecho, que era muy bello; no obstante, nunca sentí por ella malos deseos".

Al fin, Juana lidera el ejército hacia Orleáns. En solo ocho días se logra liberar la ciudad. Los franceses fueron vencidos en las primeras salidas, pero desde que Juana en persona encabezó el asalto todo cambió y la ciudadela fue tomada. Al comienzo del ataque Juana puso ella misma una escalera contra la muralla de la ciudad. Fue herida por un flechazo en el hombro, ella se arranco la flecha y se curo a si misma aplicando tocino y aceite sobre la herida.

Antes de conducir al rey hacia Reims para ser coronado, dice Juana que hay que limpiar el país del Loire de ingleses. En todas partes los ingleses son vencidos por Juana, se doblega, huyen. Toma varias ciudades en solo cinco días, del 12 al 17 de junio. El 18 se lleva a cabo la gran batalla de Patay, donde Juana vence a los ingleses, dejando 2000 de ellos muertos en el campo de batalla. Juana ya tiene muy mala fama en Inglaterra, y se la tacha "de un discípulo y espía del Maligno, llamado la Doncella".

Las ciudades caen ante Juana como frutos maduros. Troyes se rinde a Carlos VII. Unos años antes, Isabel (madre de Carlos VII) había firmado un tratado mediante el cual abandonaba Francia a los ingleses, pisoteando los derechos de Carlos al titulo de rey de Francia. Finalmente llegan a Reims, donde Carlos VII será coronado rey de Francia.

A Juana solo le queda un sueño: echar a los ingleses del suelo francés. El ahora rey Carlos irá junto a Juana a luchar los combates decisivos. Pero el rey negocia secretamente con los insurrectos que están del lado de los ingleses. Juana quiere pelear hasta el agotamiento, pero Carlos prefiere la diplomacia. Pronto Juana se convierte en una fastidiosa para el rey. Ellas sigue guerreando, los pueblos son liberados y la gente delira ante su presencia, besan sus vestimentas. Luego de mucho trabajo decide al rey a que la deje sitiar París, que estaba en poder de los ingleses. El 8 de septiembre, Juana recibe una herida, y el rey ordena la retirada. Se aleja hacia el Loire y el ejército real es licenciado.

El rey, acaso para cortarle las alas, le otorga blasón y títulos de nobleza. Juana sigue batiéndose, pero sólo le confían un pequeño ejército. Y se le autoriza a guerrear en operaciones secundarias. Pero ella igual se las arregla para tomar ciudades. Los fracasos llegan, pero por la falta de víveres y dinero, estaba casi abandonada por el rey.

Jean de Luxembourg amenaza a Compiègne (fiel al rey) en nombre del duque de Bourgogne. Juana se arroja sobre la ciudad en peligro. Entra en ella por el bosque muy temprano a la mañana. El mismo día, hacia las seis de la tarde, intenta una salida contra los sitiadores. Cuando ella se disponía a presentar batalla a Luxembourg, acuden los ingleses de Montgomery, cortándole toda posibilidad de retirada. Entre dos fuegos, los compañeros de Juana ceden. Guillaume de Favy y sus soldados se abren camino hasta las puertas de la ciudad y entran en ella. Juana, en la retaguardia, los sigue con su hermano Pierre y su intendente Jean d'Aulon. Cuando llega ante la puerta ve, enloquecida, que el puente levadizo se alza ante su nariz. Fue vendida. Los borgoñeses la rodean y es arrojada a tierra por un arquero, y por el peso de su coraza Juana no puede levantarse. Es tomada prisionera, ya no volverá a ser libre hasta su muerte.

Juana será entregada a los ingleses y conducida a Rouen. Luego de nueve meses de prisión, el 21 de febrero de 1431 comienza, como consecuencia de intrigas inglesas, un proceso iniciado por la Santa Inquisición, pero que mezcla religión y política. En este proceso, la pequeña campesina devenida líder militar, enfrenta a una jauría hambrienta. Solo quieren condenarla y difamarla. Ella los domina, les cierra el pico, los irrita. Les daba mucho trabajo. Respondía con mucha prudencia y sabiduría, demasiado para ser una campesina analfabeta. El obispo de Beauvais, Pierre Cauchon lidera el interrogatorio. Están presentes 45 hombres de iglesia como tribunal.

Juana permanece durante su cautiverio y durante los cuatro meses del proceso totalmente encadenada, no le sacan las cadenas ni para dormir. Duerme en una celda custodiada por soldados ingleses, que duermen dentro de la celda. Juana intentó escapar, por eso tantos recaudos. Antes de ser entregada a los ingleses trato de escapar de los borgoñeses, saltando desde lo alto de la torre de un castillo. Por suerte, no sabría decir si mala o buena, cayo en el agua de una zanja, tardó varios días en reponerse de la caída.

En el proceso le preguntan sobre sus voces: "¿Cómo eran? ¿Qué decían?". Muchas cosas le preguntan durante todos esos meses de interrogatorio. Pero Juana se conduce muy hábilmente ante estos doctores. La quieren llevar por el camino del mal, quieren probar que es idólatra, o sea que adora a objetos en vez de a Dios. También quieren probar que es hereje, o sea que no reconoce a la Iglesia como intermediaria entre Dios y el pueblo. Juana dice que sólo obedece a Dios, el cual se manifiesta ante ella a través de las voces; esto les da pie para la acusación de herejía. Las demás acusaciones las inventan.

Finalmente, el 23 de Mayo se le pide que renuncie a todo lo que a dicho, que jure que es mentira que oye voces, pero Juana mantiene lo que ha dicho.

El 24, se la lleva ante una inmensa hoguera. A los lados de la hoguera hay dos tribunas, en una se ubican los miembros del tribunal y algunos dignatarios ingleses y en la otra está Juana. Mucha gente apretujada asiste al espectáculo. Juana, ante la amenaza de la hoguera, se resigna y dice "haré lo que ustedes quieran". De inmediato un inglés saca una hoja, preparada previamente, en la cual están las acusaciones. Juana tiene que firmar admitiendo que invento todo o será quemada en la hoguera. Coaccionada, admite ser hereje, que jamás escuchó voces y que no volverá a vestir ropas de hombre; firma con una cruz, ya que no sabía escribir.

Al terminar, Juana estalla en carcajadas. Los dignatarios ingleses se enfurecen. A Juana se le había prometido la libertad a cambio de la abjuración, pero el obispo Cauchon tranquiliza a los ingleses: la condena a prisión perpetua.

Tres días mas tarde Juana aparece vestida nuevamente como hombre. ¿Qué pasó? Esto la condenaría a la hoguera nuevamente. Pero lo que pasaba era que Juana seguía siendo prisionera de los ingleses, no la mandaron a una prisión eclesiástica ni a una de mujeres. Por lo tanto solo tenían que obligarla a vestir como hombre para que la Inquisición la condenara a la hoguera, los ingleses la querían muerta.

El 28 el tribunal se reúne en su celda y le pregunta por que se vistió otra vez como hombre, y ella contesta: "lo he hecho porque era lo mas indicado ya que me encuentro rodeada de hombres, y lo he hecho porque no se ha cumplido lo que se me prometió". La realidad era que los guardianes le habían confiscado los vestidos de mujer, y otros aseguraban que un oficial inglés había intentado violarla. Ella dice: "Prefiero morir antes que estar encadenada. Si se me permite ir a misa, que se me quiten las cadenas y que me custodien mujeres, me portaré bien". "¿Has oído tus voces?", le preguntan, y Juana contesta que sí. Con eso terminó de condenarse, ya que había jurado que era mentira. La hoguera la espera.

En el viejo mercado de Rouen se levantó la hoguera, en la cúspide del montón de leña la atan a Juana. Se dio un pequeño sermón, se leyó rápido la sentencia, y se prendió la hoguera. Las llamas comienzan a lamerla, la envuelven, le queman las carnes, los músculos, los huesos. Ella grita varias veces "Jesús". Pasan cuatro horas antes de que se reduzca a cenizas. Sus entrañas y su corazón no se quemaron. El cardenal inglés de Winchester ordenó que se los arrojase al río.

Veinticinco años después se inicia, en la misma ciudad que la vió arder, un proceso contra los que enjuiciaron a Juana, en el cual se la declara inocente de todos los cargos y se anula el anterior proceso. El 11 de Abril de 1909, más de 500 años después, se la beatifica, y el 16 de Mayo de 1920 el Papa Benedicto XV la canoniza como Santa Juana de Arco. ■


Santa Juana de Arco, ¡ruega por nosotros! †

viernes, 29 de mayo de 2009

El cardenal Cipriani, el celibato y la visita de Obama a Notre


Entrevista con el arzobispo de Lima

CIUDAD DEL VATICANO, viernes 29 de mayo de 2009 (ZENIT.org).- Los escándalos de presidente de Paraguay --antiguo obispo-- o del padre Alberto Cutié, que han reconocido su ruptura del celibato, han generado un amplio debate en el continente americano en el que interviene, con esta entrevista el cardenal Juan Luis Cipriani.

El arzobispo de Lima, en conversación con ZENIT, explica que, en realidad, hoy no sólo está en causa el celibato, sino la misma visión del amor, que en muchos ambientes se ha hecho materialista y, por tanto, posesivo, haciendo que la fidelidad deje de ser un valor.

En la segunda parte de esta entrevista, el purpurado peruano analiza también las consecuencias del doctorado honoris causa que entregó la universidad católica Notre Dame de los Estados Unidos al presidente Barack Obama, a pesar de que su acción política está abiertamente en contra de la enseñanza católica en cuestiones de vida o muerte.

--América Latina ha vivido en los últimos meses los escándalos del presidente de Paraguay Fernando Lugo, quien ha reconocido la paternidad cuando todavía era obispo, y del padre Alberto Cutié. Ambos han dado tanto de qué hablar sobre el celibato sacerdotal. ¿Por qué viven este consejo evangélico los sacerdotes?

--Cardenal Juan Luis Cipriani: La encíclica Deus Caritas est lo dice todo. Yo creo que no debemos hablar sólo de estos dos casos, del celibato, sino del amor humano en general. El Papa nos explica con mucho detalle cómo ese amor, que inicia en ese movimiento del eros, se convierte en un ágape. Ya no es el impulso del sexo que está puesto por Dios en la naturaleza humana sino que ese impulso se purifica y se convierte en entrega al otro, en el ágape.

El amor ya no es solamente el impulso de uno sino la entrega y el encuentro de dos, que hace que sean una nueva criatura, que es el amor. Nos dice el Santo Padre que, en el Nuevo Testamento, casi siempre se utiliza la palabra ágape. El Papa empieza a explicarnos lo que es el amor diciéndonos: "el amor nace en la cruz", porque "tanto amó Dios al mundo que nos envió a su hijo unigénito para que muriendo en la cruz nos redimiera". Es Dios quien lo define de una manera muy clara, no sólo con palabras, sino con el envío de su hijo. Por lo tanto en el mundo de hoy, al no querer aceptar el dolor, el sacrificio que lleva a la vida, se mata el amor y ¿qué es lo que queda? Queda la posesión sexual. Se ha amputado por temor, por cobardía, por tibieza, la capacidad de sufrimiento, porque sólo se busca el éxito y el placer. Hemos matado la planta que surge del dolor, que es el amor y, por lo tanto, en muchas relaciones humanas, familiares, se da una relación totalmente material, en la que prácticamente la integridad de la persona no está comprometida. Cuando ese materialismo se apropia de las relaciones humanas, entonces el hombre y la mujer se convierten en objetos de una experiencia sexual más o menos ilustrada y, por lo tanto, esa experiencia pierde su estabilidad, va y viene, no produce esa alegría de la entrega, porque no sale del dolor ni de sacrificio y, cuando se presenta una enfermedad o un problema económico, una discusión..., se rompen los matrimonios del mismo modo que ocurre con estos casos, como Lugo o el padre Cutié, quienes al momento de sentir un sacrificio superior a sus fuerzas rompen la palabra dada.

A los sacerdotes se les pide esa castidad que se le pide también al matrimonio. Hay una castidad conyugal y hay una castidad en el celibato. Quien sabe amar y quien tiene la experiencia de un amor matrimonial sano y estable sabe de qué le estoy hablando. Es lo mismo que la Iglesia nos ofrece a quienes entregamos todo por amor a Dios. No es menor ni es más difícil, pero ese producto de ese amor hoy escasea y, por lo tanto, en un mundo materialista y un poquito hedonista, es difícil explicar el celibato, que es un tesoro de la Iglesia. Por este motivo, se quiere convertir ese tesoro en barro, porque quien tiene los ojos sucios, no distingue ni la verdad, ni el amor, ni la belleza.

--Continuando con los temas de actualidad, vemos cómo el pasado 17 de mayo la universidad de Notre Dame en Estados Unidos condecoró al presidente Barack Obama pese a sus políticas contrarias a la vida humana. Las universidades católicas, ¿están renegando de su fe?

--Cardenal Juan Luis Cipriani: Yo creo que hay que volver a las fuentes. La identidad católica no es propiedad de una universidad, ni del rector, ni del ministro de educación. La identidad católica está acreditada por la Iglesia católica. Lo que no se puede y no se hace en ninguna institución es decir "este es un automóvil Toyota", si la fábrica Toyota no le pone la marca.

Creo yo que hace falta un poquito más de claridad y de autoridad. De claridad por parte de quienes son responsables para poder decir: "si usted no quiere, deje de ser católico". Pero lo que no podemos es vender un producto malogrado. Pensar que los padres y los hijos van a una universidad que tiene el letrero de "católica" y luego resulta que enseña lo contrario a la fe. Es una confusión o un abuso. Creo que la Iglesia tiene el deber de llamar a las cosas por su nombre.

Lo que no me parece bien es que haya un presidente de Estados Unidos, con todo el respeto que merece el señor Obama, que vaya a una universidad católica a explicarle a los católicos qué es ser católico y, en su discurso, haga toda una clase de teología vacía, llena de relativismo, muy peligrosa, convocando a los disidentes de la Iglesia católica. Es una vergüenza.

Pienso que los obispos norteamericanos han reaccionado con bastante honradez, aunque no todos. Yo no es que sea partidario de la polémica y de la confrontación. Pero parece una provocación dar un homenaje católico a un presidente que en los primeros cien días ha impulsado el aborto, los matrimonios gays, las investigaciones con las células embrionarias, y toda una agenda antivida. No me parece que sea la persona más adecuada para recibir un reconocimiento de la universidad de Notre Dame, que por cierto desde hace muchos años está en esta confusión grande.

Todos los tiempos la hemos tenido, no pensemos que la Iglesia empieza con nosotros. Esto es muy antiguo. Pero, ¿cuál es la diferencia? Que antes, quien disentía, se iba de la Iglesia; hoy se queda adentro y esto me parece que requiere de nosotros, por amor a la Iglesia, un poquito más de firmeza. Miremos algunas de estas situaciones ante Jesús, en la Eucaristía y en la cruz, y digamos: "Señor, esto es como en tus tiempos, ni más ni menos. Pero ¿cómo respondían tus discípulos?. Primero con temor, luego con dolor y luego con martirio. Pues si estos son los tiempos, aquí estamos Señor para que por amor a ti y a la Iglesia, a tu cuerpo místico, tengamos el coraje de defenderla hasta el final".

Por ejemplo vemos con qué claridad y amor a la verdad el Papa Benedicto XVI ha regresado de Tierra Santa. Con qué alegría, con qué claridad ha abordado todos los temas que parecían difíciles, desde el punto de vista político, pero él los ha tratado desde el punto de vista de lo que quiere un peregrino de la paz, un vicario de Cristo. Cada vez lo quieren más, cada vez es un líder que ilumina más a este mundo que está a oscuras.

--¿Cómo cree que este problema toca las universidades católicas en América Latina?

--Cardenal Juan Luis Cipriani: Las universidades y las escuelas y hasta los equipos de fútbol reflejan lo que ocurre en la sociedad. Puede haber una universidad que tenga una propuesta luterana o marxista o pagana, pero dejemos que haya también una universidad con la propuesta católica. Ésta está muy bien definida por Juan Pablo II en muchos de sus escritos y lo condensó en la constitución apostólica Ex corde ecclesiae. Por lo tanto, no es de ninguna manera una limitación a la autonomía universitaria, no confundamos la autonomía que tantas veces ha sido la respuesta al control estatal.

Pero toda ciencia tiene la limitación de su propio método científico y, por lo tanto, con los métodos de la filosofía yo no puedo hacer bioquímica. Con los métodos de la teología yo no puedo hacer física. La propuesta católica, que es un aporte a la sociedad y al progreso, simplemente pide en ese espacio que se le permita en su integridad ser ofrecida a todos los alumnos. En esa integridad católica, lógicamente creo yo que no es ningún problema ni la libertad de cátedra, ni la autonomía. Simplemente quien va a una universidad católica, vive la propuesta y el proyecto católico. No va a ser un proyecto confesional, en el sentido de cerrado, porque entonces la universidad fracasaría y las universidades católicas no han fracasado. Han sido pioneras en muchas partes del mundo.

Comprendo que la situación refleje este relativismo de pensamiento y que mucha gente, en nombre de la tolerancia, es muy intolerante. Te exigen tolerancia a ti, como ordinario del lugar, y sin embargo no toleran la propuesta católica que la Iglesia propone. Entonces tenemos que ser un poquito más sinceros. La verdad es algo que es doloroso, la verdad cansa, construye, llena de esperanza, de fe y de gozo y creo que hay que redescubrirla.

Estamos en un mundo en el que las comunicaciones traen la posibilidad de la transparencia. Pues que esa transparencia permita que se vea la verdad.

Creo yo que son momentos en que hay que tener una enorme cercanía con el Señor, hay que tener pasión por el tiempo que nos ha tocado vivir, y no temor, hay que buscar en el fondo del corazón de la gente esa semilla de bondad que todos tenemos, pero no hacerlo por la vía de una negociación política o de un intercambio de poderes, o como un intercambio de equilibrios o como una complicación ideológica. Es mucho más serio. Tomémonos más serio a la persona humana, a la familia, a Dios creador, a Dios hecho hombre, a nuestra madre Santa María, a lo que es la maternidad de una mujer.

San Maximino - 29 de mayo


Maximino nació al comienzo del siglo IV el Poitiers (Aquitania), al sudoeste de la antigua Galia. Provenía de un hogar muy piadoso.

La santidad de Agricio, obispo de Tréveris, llevó a Maximino a dejar el suelo natal e ir en busca de aquel prelado, para recibir lecciones de religión, ciencias y humanidades. El santo reconoció en el recién llegado una lúcida inteligencia y un firme amor a la doctrina católica, razón por la cual le confirió las sagradas órdenes. En el ejercicio de estas funciones hizo en breve tiempo notables progresos.

Al morir Agricio, conocidos por el pueblo los atributos de Maximino, por voluntad unánime éste fue su sucesor, ocupando la cátedra de Tréveris en el año 332.

Perturbaba en aquel tiempo en la Iglesia el arrianismo, doctrina que negaba la unidad y consustancialidad en las tres personas de la santísima Trinidad; según ellos el Verbo habría sido creado de la nada y era muy inferior al Padre. El Verbo encarnado era Hijo de Dios, pero por adopción.

Contra esta interpretación, que disminuía el misterio de la encarnación y el de la redención del hombre, se levantó Atanasio, obispo de Alejandría, que se había de constituir en el campeón de la ortodoxia.

Reinaba entonces el emperador Constantino el Grande, a quien los herejes engañaron acumulando calumnias sobre Atanasio, y así lograron que lo desterraste a Tréveris en el año 336. Allí Maximino lo recibió con evidencias de la veneración que le profesaba y trató por todos los medios de suavizar la situación del desterrado. Lo mismo hizo con Pablo, obispo de Constantinopla, también forzado a ir a Tréveris después de un remedo de sínodo arriano. Al morir Constantino, el hijo mayor, Constantino el Joven, su sucesor en Occidente, devolvió a Atanasio la sede de Alejandría.

En el año 345, Maximino concurrió al concilio de Milán, donde los arrianos, cuyo jefe era Eusebio de Nicomedia, fueron otra vez condenados. Considerado indispensable para cimentar la paz de la Iglesia celebrar un nuevo concilio ecuménico. Maximino lo propuso al emperador Constante; éste, hallándolo conveniente, escribió a su hermano Constantino, concertándose para tal reunión la ciudad de Sárdica (hoy Sofía, capital de Bulgaria).

Los arrianos quisieron atraer al emperador a su secta y justificar la conducta seguida contra Atanasio. Pero Maximino alertó al emperador, defendiendo así al obispo sin culpa; y Atanasio fue nuevamente restablecido.

Vuelto a su Iglesia, Maximino hizo frente a las necesidades, socorriendo a los pobres. Su familia residía en Poitiers y allá fue a visitarlos, pero murió al poco tiempo en esa ciudad, en el año 349. La fecha de hoy recuerda la traslación de sus reliquias a Tréveris.

jueves, 28 de mayo de 2009

Eucaristía


45.- JESUCRISTO ESTÁ AHORA GLORIOSO EN EL CIELO Y EN EL SAGRARIO.

45,1. Jesucristo es Dios y Hombre verdadero. Como Dios está en todas partes. Como Hombre está solamente en el cielo y en el sagrario, en el Sacramento de la Eucaristía.

La eucaristía es la última prueba del amor de Dios a los hombres. Amar es dar: Dios nos lo ha dado todo con la CREACIÓN. Amar es comunicarse: Dios se nos ha comunicado con la REVELACIÓN. Amar es hacerse semejante al amado: Dios se ha hecho uno de nosotros en la ENCARNACIÓN. Amar es sacrificarse por el amado: Dios nos ha dado su vida en la REDENCIÓN. Amar es obsequiar al amado: Dios nos da el supremo bien de la SALVACIÓN. Amar es acompañar al amado: Dios se ha quedado, PARA SIEMPRE, a nuestro lado en la EUCARISTÍA.


El sagrario es lo principal de la iglesia; aunque a veces no está en el altar mayor. El sagrario es una especie de casita, con su puerta y con su llave. Allí está Jesucristo , y por eso, al lado hay encendida una lamparita. Siempre que pasemos por delante, debemos poner la rodilla derecha en tierra, en señal de adoración, lo mismo si está reservado que si está expuesto .

45,2. Las imágenes merecen nuestra veneración y respeto porque están en lugar del Señor, de la Virgen y de los Santos, a quienes representan. Son sus retratos, sus estatuas. Pero lo que hay en el sagrario no es un retrato o estatua de Jesucristo, sino el mismo Jesucristo , vivo, pero glorioso: como está ahora en el cielo.

Las imágenes no se adoran, se veneran.

Adorar es poner un ídolo en el lugar de Dios, remplazándolo. La adoración sólo es para Dios. Venerar es reconocer el valor que tiene para mí alguien o algo, por lo cual merece nuestro respeto. Yo venero a mis padres y a mi patria, pero no por eso los adoro. Adoro sólo a Dios.

A Jesucristo , en el sagrario, sí lo adoramos. Adoración consiste en tributar a una persona o cosa honores de Dios. Se llama culto de latría . Se diferencia del culto de dulía que consiste en la veneración que se tributa a todo lo que no es Dios, pero se relaciona con Él (imágenes, reliquias, etc.). A los santos se les tributa culto de dulía, que es de intercesión ante Dios.
La adoración sólo se tributa a Dios . El doblar la rodilla tiene distintos significados, según la voluntad del que lo hace: ante la Eucaristía es adoración, ante una imagen es veneración, ante los reyes es reverencia. La veneración de las imágenes no va dirigida a la materia de la que está hecha (piedra, madera, lienzo o papel) sino a la persona a la que representa . Cuando tú besas la foto de tu madre, tu beso no se dirige al papel fotográfico sino a tu madre en persona.
La idolatría se dirige a la imagen misma.
Dice el Concilio II de Nicea: el honor tributado a la imagen va dirigido a quien está representado en ella .
El Dios del Antiguo Testamento no tenía cuerpo. Era invisible. No se le podía representar por imágenes. Las imágenes de aquel tiempo eran ídolos. Pero desde que Cristo se hizo la imagen visible del Dios invisible , como dice San Pablo , es lógico que lo representemos para darle culto(562a) .
Los textos de la Biblia que prohíben hacer imágenes(563) son para los del Antiguo Testamento, por el peligro que tenían de caer en la idolatría como los pueblos vecinos que adoraban los ídolos como si fueran dioses. Ese peligro no existe actualmente. por eswo el mandato ya no vale hoy día; como tampoco valen otras leyes del Antiguo Testamento, por ejemplo, la circuncisión , y la pena de muerte para los adúlteros.
El Nuevo Testamento perfecciona el Antiguo .
Los textos del Nuevo Testamento que hablan de los ídolos, se refieren a auténticos ídolos adorados por paganos, pero no a simples imágenes.
Por eso el Concilio Ecuménico de Nicea del año 787, justificó el culto de las sagradas imágenes.
Las imágenes son la Biblia del pueblo. Decía San Gregorio Magno : Las imágenes son útiles para que los iletrados vean en ellas lo que no son capaces de leer en los libros.
Los Testigos de Jehová , hasta el saludo a la bandera nacional lo consideran como un acto de idolatría . Esto es absurdo.

45,3. Es muy importante que consideres a Jesucristo en el sagrario, no como una cosa, sino como una Persona que siente, que ama, que te está esperando. Jesucristo está en el sagrario, deseando que vayamos a visitarle. Debemos ir con frecuencia a contarle nuestras penas y necesidades, y a pedirle consuelo y ayuda.
Es muy buena costumbre entrar a saludar a Jesucristo al pasar por delante de una iglesia, al menos una vez al día. Aunque sea brevemente. Por mucha prisa que tengas puedes entrar un momento y decir:
Señor:
Yo creo que estás aquí presente en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía.
Te adoro con todo mi corazón, como al único Dios verdadero.
Te amo sobre todas las cosas.
Te doy gracias por todos los beneficios que de Ti he recibido.
Te pido por todo por todas mis intenciones.
Te ruego que me ayudes en todo lo que necesite. Amén.
No has tardado ni un minuto.

Y si tienes tiempo, podrías decir: Señor, lo necesito todo; pero no te pido nada. Vengo a estar contigo.


Algunas veces, se hace la exposición del Santísimo Sacramento. Los fieles se arrodillan ante Él para adorar al Señor, darle gracias por su amor, y pedirle su ayuda. Al final de la exposición, se da la bendición con el Santísimo a los fieles: entonces, es el mismo Cristo quien les bendice y derrama sobre ellos sus gracias.



46.- JESUCRISTO ESTA REAL Y VERDADERAMENTE PRESENTE EN EL SAGRARIO, AUNQUE ENCUBIERTO BAJO APARIENCIAS DE PAN, EN LA HOSTIA CONSAGRADA.



47.- JESUCRISTO TAMBIÉN ESTÁ ENCUBIERTO BAJO APARIENCIAS DE VINO EN EL CÁLIZ CONSAGRADO.

47,1. En la Eucaristía permanecen el olor, color y sabor del pan y del vino; pero su substancia se ha convertido en el Cuerpo y en la Sangre de Jesucristo.

Esta conversión se llama transubstanciación. Es el tránsito de una cosa a otra. Cesan las sustancias del pan y el vino porque suceden en su lugar el cuerpo y la sangre de Cristo. La transubstanciación es una conversión milagrosa y singular, distinta de las conversiones naturales. Porque en ella tanto la materia como la forma del pan y del vino se convierten, en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Sólo los accidentes permanecen sin cambiar: seguimos viendo el pan y el vino pero substancialmente ya no lo son, porque en ellos está realmente el cuerpo, sangre, alma y divinidad de Cristo.


Substancia es aquello por lo cual algo es lo que es. Lo que hay de permanente en el ser, por lo cual subsiste. No lo que es transitorio y accidental, que no es esencial y constante, y que necesita una substancia donde residir: como son el color, el olor y el sabor .

Cristo está presente en el sacramento del altar por transustanciarse toda la sustancia de pan en su cuerpo, y toda la sustancia de vino en su sangre.

47,2. La Hostia, antes de la Consagración, es pan de trigo. La Hostia, después de la Consagración, es el Cuerpo de Jesucristo , con su Sangre, su Alma y su Divinidad. Del pan sólo quedan las apariencias, que se llaman especies sacramentales.

47,3. En el cáliz, antes de la Consagración, hay vino de uva. En el cáliz, después de la Consagración, está la Sangre de Cristo , con su Cuerpo, su Alma y su Divinidad. Del vino sólo quedan las apariencias, que se llaman especies sacramentales.
Jesucristo en razón de su única Persona está entero en cada una de las dos especies sacramentales; por eso, para recibirlo, no es necesario comulgar bajo las dos especies de pan y vino: basta cualquiera de las dos para recibirlo entero .

47,4. La palabra griega «soma» en la antropología hebrea significa cuerpo en su totalidad; no en contraposición con la sangre. Igualmente la palabra «aima» (sangre) significa lo que es el hombre en su totalidad. Cristo repite la misma idea para confirmarla, para remacharla. Es un paralelismo llamado «climático» muy frecuente en el modo de hablar hebreo.



47,5. Cristo en la eucaristía está vivo, resucitado. «No se trata de una venerable reliquia, como sería el cuerpo muerto de Cristo; sino de Jesús vivo -como dice San Juan- pan vivo(563a) . Y por ello vivificante. Comer el cuerpo vivo y resucitado de Jesús nos llevará a nosotros mismos a la resurrección final gloriosa» . «El que come mi carne y bebe ni sangre tiene la vida eterna y yo lo resucitaré en el último día»(563b) .



48.- EL PAN Y EL VINO SE CONVIERTEN EN EL CUERPO Y EN LA SANGRE DE JESUCRISTO EN LA SANTA MISA POR LAS PALABRAS QUE EL SACERDOTE DICE EN EL MOMENTO DE LA CONSAGRACION, PUNTO CENTRAL DE LA MISA

48,1. Por eso las normas litúrgicas dicen que durante la consagración los fieles deben ponerse de rodillas, si no hay motivo razonable que lo impida. Y así lo han recordado varios obispos.
En la elevación podrías decir en silencio: «Señor mío y Dios mío, que tu santa redención consiga mi salvación eterna y la de todos los que han de morir hoy. Amén».



49.- Jesucristo instituyó la Eucaristía para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz, y alimentar nuestras almas para la vida eterna.

49,1. En su Ultima Cena, Jesucristo , instituyó el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre.
Jesús ofreció aquel día en el cenáculo el mismo sacrificio que iba a ofrecer pocas horas más tarde en el calvario: con anticipación, se entregó por todos los hombres bajo las apariencias de pan y vino.

La palabra sacrificio viene del latín, «sacrum facere» : hacer sagrado. Ofrezco algo a Dios y lo sacralizo. El pan y el vino son fruto del trabajo del hombre, que los saca del trigo y de la uva, y se los ofrece a Dios como símbolo de su entrega. Y Dios nos los devuelve como alimento, convertido en el Cuerpo y Sangre de Cristo, y así nos hacemos Cuerpo Místico de Cristo. Él nos hace suyos. Sobre la fecha de la Última Cena discrepan los autores. Lo más frecuente es situarla el Jueves Santo. Pero algunos autores piensan que tuvo lugar el Martes Santo pues había dos calendarios distintos para celebrar la Cena Pascual. Situándola el Martes Santo hay más tiempo para el desarrollo de los acontecimientos que tuvieron lugar entre Getsemaní y el Calvario. «Cristo habría comido la Pascua el martes por la tarde, habría sido apresado el miércoles, y crucificado el viernes».


Con las palabras «haced esto en memoria mía»(564), Jesús dio a los Apóstoles y a sus sucesores el poder y el mandato de repetir aquello mismo que Él había hecho: convertir el pan y el vino, en su Cuerpo y en su Sangre, ofrecer estos dones al Padre y darlos como manjar a los fieles.

49,2. Jesucristo está en todas las Hostias Consagradas entero en cada una de ellas . Aunque sea muy pequeña. También un paisaje muy grande se puede encerrar en una fotografía muchísimo más pequeña. No es lo mismo; pero esta comparación puede ayudar a entenderlo.
La presencia de Cristo en la Eucaristía es inextensa, es decir, todo en cada parte. Esto no repugna filosóficamente. Por eso al partir la Sagrada Forma, Jesucristo no se divide, sino que queda entero en cada parte, por pequeña que sea . Lo mismo que cuando uno habla y le escuchan dos, aunque vengan otros dos a escuchar, también oyen toda la voz. La voz se divide en doble número de oídos, pero sin perder nada. Esta comparación, que es de San Agustín , puede ayudar a entenderlo.
Todo esto es un gran misterio, pero así lo hizo Jesucristo que, por ser Dios, lo puede todo. Lo mismo que, con su sola palabra hizo milagros así, con su sola palabra, convirtió el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre cuando dijo: «Esto es mi Cuerpo..., éste es el cáliz de mi Sangre...»(565).
En otra ocasión dijo: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida»(566). Y los que oyeron estas palabras las entendieron en su auténtico sentido; por eso no pudieron contenerse y dijeron «dura es esta doctrina»(567). Los discípulos que las oyeran las entendieron de modo real, no simbólico. Por eso dice San Juan que cuando le oyeron esto a Jesús algunos, escandalizados, le abandonaron diciendo: esto es inaceptable . Les sonaba a antropofagia. Si lo hubieran entendido en plan simbólico no se hubieran escandalizado.
El mismo San Pablo también las entendió así. Por eso después de relatar la institución de la Eucaristía añade rotundamente: «de manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere este cáliz indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor»(568).

Si la presencia eucarística fuera sólo simbólica, las palabras de San Pablo serían excesivas. No es lo mismo partir la fotografía de una persona que asesinarla.


Por todo esto los católicos creemos firmemente que en la Eucaristía está el verdadero Cuerpo y la verdadera Sangre de Jesucristo . Las interpretaciones simbólicas y alegóricas de los no católicos son inadmisibles.
La presencia de Cristo en la Eucaristía es real y substancial .
El sentido de las palabras de Jesús no puede ser más claro. Si Jesucristo hablara simbólicamente, habría que decir que sus palabras son engañosas. Hay circunstancias en las que no es posible admitir un lenguaje simbólico. Qué dirías de un moribundo que te promete dejarte su casa en herencia y lo que luego te dejara fuera una fotografía de ella» Si no queremos decir que Jesucristo nos engañó, no tenemos más remedio que admitir que sus palabras sobre la Eucaristía significan realmente lo que expresan.
La Biblia de los Testigos de Jehová traduce falsamente en el relato de la Cena: «esto significa mi Cuerpo». Sin embargo, todos los manuscritos y versiones, sin excepción, traducen «esto es mi Cuerpo»(569). No es lo mismo el verbo «ser» que el verbo «significar».
La bandera significa la Patria, pero no es la Patria.
Es cierto que nosotros no podemos comprender cómo se convierten el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo ; pero tampoco comprendemos cómo es posible que la fruta, el pan, un huevo, un tomate o una patata se conviertan en nuestra carne y en nuestra sangre, y sin embargo esto ocurre todos los días en nosotros mismos. Claro que la transformación que sufren los alimentos en nuestro estómago es del orden natural, en cambio la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo es de orden sobrenatural y misterioso.
Este misterio se llama Santísimo Sacramento del Altar y, también, la Sagrada Eucaristía.

49,3. La presencia de Cristo en la Eucaristía está confirmada por varios milagros eucarísticos que, ante las dudas del sacerdote celebrante u otras circunstancias, las especies sacramentales se convirtieron en carne y sangre humana, como consta por los exámenes científicos realizados en los milagros de Lanciano, Casia y otros(570).
Puede ser interesante mi vídeo: «El Santo Grial de Valencia y milagros eucarísticos», donde presento las razones que nos permiten afirmar con fundamento que el Santo Cáliz de Valencia es el mismo que utilizó Jesucristo en la Ultima Cena, y relato los milagros eucarísticos de los Corporales de Daroca, La Sagrada Forma de El Escorial, El Milagro de los peces de Alboraya (Valencia) y la carne eucarística de Lanciano (Italia), analizada recientemente.por científicos.



50.- La Misa es el acto más importante de nuestra Santa Religión, porque es la renovación y perpetuación del sacrificio de Cristo en la cruz.

50,1. En la Misa se reactualiza el sacrificio que de su propia vida hizo Jesucristo a su Eterno Padre en el calvario, para que por sus méritos infinitos nos perdone a los hombres nuestros pecados, y así podamos entrar en el cielo. En la Misa se hace presente la redención del mundo. Por eso la Misa es el acto más grande, más sublime y más santo que se celebra cada día en la Tierra.
Decía San Bernardo : el que oye devotamente una Misa en gracia de Dios merece más que si diera de limosna todos sus bienes .
Oír una Misa en vida aprovecha más que las que digan por esa persona después de su muerte.
Con cada Misa que oigas aumentas tus grados de gloria en el cielo.
La única diferencia entre el sacrificio de la Misa y el de la cruz está en el modo de ofrecerse : en la cruz fue cruento (con derramamiento de sangre) y en la Misa es incruento (sin derramamiento de sangre), bajo las apariencias de pan y vino. «Los sacrificios de la Ultima Cena, el de la Cruz y el del altar, son idénticos»(571).
Todos los fieles que asisten al Sacrificio Eucarístico lo ofrecen también al Padre por medio del sacerdote, quien lo realiza en nombre de todos y para todos hace la Consagración .

«No hay sacrificio eucarístico posible sin sacerdote celebrante. (...) El único designado por Cristo para convertir el pan y el vino en el Cuerpo y Sangre del Señor, mediante la pronunciación de las palabras de la consagración, es el sacerdote»# .


A los hombres nos gusta celebrar los grandes acontecimientos:
bautizos, primeras comuniones, bodas, aniversarios, etc. Estas celebraciones suelen consistir en banquetes. La Eucaristía es un banquete para conmemorar la Ultima Cena. Los cristianos nos reunimos para participar, con las debidas disposiciones, en el banquete eucarístico.

50,2. Hay quienes dicen que no van a Misa porque no sienten nada.
Están en un error. Las personas no somos animales sentimentales, sino racionales . . El cristianismo no es cuestión de emociones, sino de valores. Los valores están por encima de las emociones y prescinden de ellas. Una madre prescinde de si tiene o no ganas de cuidar a su hijo, pues su hijo es para ella un valor. Quien sabe lo que vale una Misa, prescinde de si tiene ganas o no. Procura no perder ninguna, y va de buena voluntad.
Para que la Misa te sirva basta con que asistas voluntariamente, aunque a veces no tengas ganas de ir. La voluntad no coincide siempre con el tener ganas. Tú vas al dentista voluntariamente, porque comprendes que tienes que ir; pero puede que no tengas ningunas ganas de ir.
Algunos dicen que no van a Misa porque para ellos eso no tiene sentido. Cómo va a tener sentido si tienen una lamentable ignorancia religiosa» A nadie puede convencerle lo que no conoce. A quien carece de cultura, tampoco le dice nada un museo. Pero una joya no pierde valor porque haya personas que no saben apreciarla. Hay que saber descubrir el valor que tienen las cosas para poder apreciarlas.
Otros dicen que no van a Misa porque no les apetece, y para ir de mala gana, es preferible no ir. Si la Misa fuera una diversión, sería lógico ir sólo cuando apetece. Pero las cosas obligatorias hay que hacerlas con ganas y sin ganas. No todo el mundo va a clase o al trabajo porque le apetece. A veces hay que ir sin ganas, porque tenemos obligación de ir. Que uno fume o deje de fumar, según las ganas que tenga, pase.Pero el ir a trabajar no puede depender de tener o no ganas. Lo mismo pasa con la Misa. Ojalá vayas a Misa de buena gana, porque comprendes que es maravilloso poder mostrar a Dios que le queremos, y participar del acto más sublime de la humanidad como es el sacrificio de Cristo por el cual redime al mundo.

Otros se excusan diciendo que el sacerdote predica muy mal. Pero a misa vamos a adorar a Dios, no a oír piezas oratorias. A propósito de esto dice con gracia el P. Martín Descalzo: «Dejar la misa porque el sacerdote predica mal es como no querer tomar el autobús porque el conductor es antipático» .

Pero además, la asistencia a la Misa dominical es obligatoria, pues es el acto de culto público oficial que la Iglesia ofrece a Dios.
La Misa es un acto colectivo de culto Dios. Todos tenemos obligación de dar culto a Dios. Y no basta el culto individual que cada cual puede darle particularmente. Todos formamos parte de una comunidad, de una colectividad, del Pueblo de Dios, y tenemos obligación de participar en el culto colectivo a Dios. No basta el culto privado.
El acto oficial de la Iglesia para dar culto a Dios colectivamente, es la Santa Misa. El cumplimiento de las obligaciones no se limita a cuando se tienen ganas. Lo sensato es poner buena voluntad en hacer lo que se debe.
El cristianismo es una vida, no un mero culto externo. El culto a Dios es necesario, pero no basta para ser buen cristiano.
La asistencia a Misa es sobre todo un acto de amor de un hijo que va a visitar a su Padre: por eso el motivo de la asistencia a Misa debe ser el amor.
Muchos cristianos no caen en la cuenta del valor incomparable de la Santa Misa. Le oí decir a un sacerdote, que hablaba del valor de la Misa, que si a él le ofrecieran un millón de pesetas para que un día no celebrara la Santa Misa, él, sin dudarlo, dejaría el millón, no la Misa. Al oír esto pensé que yo también haría lo mismo. Unos días después al decir yo esto en unas conferencias que estaba dando en Écija, el millón me pareció poco, y dije: diez, cincuenta, cien, mil millones, ni por todo el oro del mundo dejaría yo de decir una sola misa. Repartiendo mil millones de pesetas yo podría hacer mucho bien:
pues ayudo más a la humanidad diciendo una Misa; pues los mil millones de pesetas tienen un valor finito, y la Santa Misa es de valor infinito. «Una sola Misa glorifica más a Dios que le glorifican en el cielo por toda la eternidad todos los ángeles y santos juntos,
incluyendo a la Santísima Virgen María, Madre de Dios»(572) . La razón es que la Virgen y los Santos son criaturas limitadas, en cambio la Misa, como es el Sacrificio de Cristo-Dios, es de valor infinito

50,3. Siendo la Santa Misa «reproducción incruenta del sacrificio del calvario, tiene los mismos fines y produce los mismos efectos que el sacrificio de la cruz»(573).
La Misa se celebra por cuatro fines :
1 Para adorar a Dios dignamente. Todos los hombres estamos obligados a adorar a Dios por ser criaturas suyas. La mejor manera de adorarle es asistir debidamente al Santo Sacrificio de la Misa.
2 Para satisfacer por los pecados nuestros y de todos los cristianos vivos y difuntos.
3 Para dar gracias a Dios por los beneficios que nos hace: conocidos y desconocidos por nosotros.
4 Para pedir nuevos favores del alma y del cuerpo, espirituales y materiales, personales y sociales.
Para alabar a Dios, para darle gracias por un beneficio, para pedirle un nuevo favor, para expiar nuestros pecados, para aliviar a las almas del purgatorio, etc., etc., lo mejor es oír Misa.
Por lo tanto, nuestras peticiones, unidas a la Santa Misa tienen mayor eficacia. Pero la aplicación del valor infinito de la Misa depende de nuestra disposición interior.

50,4. La Misa se ofrece siempre solamente a Dios , pues sólo a Él debemos adoración, pero a veces se dice Misa en honor de la Virgen o de algún santo, para pedir la intercesión de ellos ante Dios.
Una sola Misa, bien oída, nos aprovecha más que mil Misas que nos apliquen después de nuestra muerte.
Muchos cristianos tienen la costumbre de ofrecer Misas por sus difuntos . Es ésta muy buena costumbre, pues una Misa ayuda a un difunto mucho más que un ramo de flores sobre su tumba.
Cuando se encargan Misas se suele dar una limosna al sacerdote que la dice para ayudar a su sustento, según quería San Pablo(574). Pero de ninguna manera debe considerarse esta limosna como precio de la Misa, que por ser de valor infinito, no hay en el mundo oro suficiente para pagarla dignamente. Lo que se da al sacerdote no es el precio de lo que recibimos, sino que le damos un donativo para ayudar a su sustento con ocasión de la ayuda espiritual que él nos ofrece.

50,5. La Liturgia es la oración pública y oficial de la Iglesia.
El Concilio Vaticano II, en la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, ha recalcado la importancia de la Liturgia en la formación de los cristianos de hoy: «la Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia, y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza»(575). Pero primero dice que «la Sagrada Liturgia no agota toda la actividad de la Iglesia»(576), y después que «la participación en la Sagrada Liturgia no abarca toda la vida espiritual»(577). «Por eso, junto a la liturgia y con justa autonomía, han de fomentarse otras expresiones, culturales o no, como la evangelización, la catequesis, el apostolado, los ejercicios ascéticos, la acción caritativa y social, y la vida de testimonio en el mundo»(578).
La Liturgia en nada se opone, sino al contrario, exige vehementemente un intenso cultivo de la vida espiritual, aun fuera de las acciones litúrgicas, con todos los medios ascéticos acostumbrados y conocidos en la tradición cristiana .
Hay que tener cuidado de que el despliegue que van alcanzando las celebraciones litúrgicas comunitarias no se produzca a base de pisar y expropiar su terreno a la piedad y oración privadas.
Porque en tal caso el auge de las celebraciones litúrgicas ya no estaría de acuerdo ni con la letra ni con el espíritu de la Constitución Conciliar sobre la Sagrada Liturgia. Hoy padecemos una hipertrofia del sentido comunitario. Se pretende a veces que lo común sobresalga de tal modo que ahogue lo individual. Pero todos los movimientos que en la pendular historia de las ideas han pasado por un máximo excesivo, han terminado por reducirse a sus justos términos .
«El hombre tiene un valor inalienable en sí mismo. Aunque él se salva en comunidad, se salva en virtud de su respuesta individual al llamamiento a participar en la vida de esta comunidad»(579).



51.-LA SAGRADA COMUNIÓN ES EL ACTO DE RECIBIR A JESUCRISTO, CON SU CUERPO, SU SANGRE, SU ALMA Y SU DIVINIDAD, BAJO LAS APARIENCIAS DE PAN Y VINO.

51,1. Hay obligación bajo pecado grave, de comulgar una vez al año, y en peligro de muerte.
Dice el Código de Derecho Canónico: En peligro de muerte, cualquiera que sea la causa de donde ésta proceda, obliga a los fieles el precepto de recibir la Sagrada comunión por Viático .
La obligación de comulgar, que antes era por Pascua Florida, el Nuevo Código de Derecho Canónico, lo expresa así en el canon 920:
Todo fiel, después de la Primera Comunión, está obligado a comulgar por lo menos una vez al año.
Este precepto debe cumplirse durante el Tiempo Pascual, a no ser que por causa justa se cumpla en otro tiempo dentro del año . Este Tiempo Pascual comienza en el Triduo Pascual, el Jueves Santo, y termina con el domingo de Pentecostés. En España desde 1526 el Cumplimiento Pascual puede cumplirse desde el Miércoles de Ceniza hasta el domingo de la Santísima Trinidad

Es evidente que quien no haya hecho el Cumplimiento Pascual a su tiempo debe comulgar en otro momento a lo largo del año.

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Para un cristiano, comulgar una vez al año es lo mínimo . La Iglesia desea que los cristianos comulguen más a menudo, como lo expresa en el nuevo canon 898: Tributen los fieles la máxima veneración a la Santísima Eucaristía, tomando parte activa en la celebración del sacrificio augustísimo, recibiendo este sacramento frecuentemente.
La comunión frecuente puede ser mensual, semanal y mejor aún diaria.
La mejor devoción que podemos tener es la comunión diaria en la Santa Misa .
Comulgar es el acto más sublime que podemos hacer en la vida, pues es recibir a Dios en nuestro corazón. Jesucristo , que por ser Dios es infinitamente sabio y poderoso, no pudo dejarnos cosa mejor. Aunque no se puede ni comparar, podemos decir que con una comunión ganamos más que si nos toca la lotería. No es exageración. Es una realidad. Y si lo dudamos, es que no tenemos fe.
Si comulgáramos más, estaríamos acumulando un capitalazo para la eternidad. Sin embargo, una pereza increíble nos hace desaprovechar lo más grande y fácil que se nos puede presentar en la vida.
Pero sobre todo, comulgando damos gusto a Jesucristo . Para eso se ha quedado en la Eucaristía.
A Jesucristo no le bastó hacerse hombre y morir por los hombres. Quiso quedarse para siempre entre nosotros en la Eucaristía, y hacerse pan para unirse a nosotros en la Sagrada Comunión. Por amor a Él comulga lo más a menudo que puedas. Dice Cristo que quien comulga, vivirá eternamente .
Pero además, la comunión nos es necesaria porque es el alimento del alma que la robustece para la lucha de la vida. Quien no comulga tiene el alma débil, y fácilmente cae en el pecado. Quien comulga a menudo fortifica el alma y encuentra más fácil la victoria contra el pecado.
La comunión es el mejor medio de vencer las tentaciones porque debilita nuestras malas inclinaciones, aumenta la gracia santificante y nos preserva del pecado mortal .
Si alguna vez no puedes comulgar sacramentalmente, porque no estás en condiciones, haz al menos una comunión espiritual. La fórmula de la comunión espiritual la tienes en los Apéndices.

51,2. Antes de comulgar, debemos prepararnos con reverencia, pensando que el que viene a nosotros -pobres pecadores- es nada menos que Jesucristo , Dios, infinitamente poderoso, Creador del Universo; pero que nos ama tanto, que se ha querido quedar con nosotros en el sagrario para que podamos recibirle.

Si sólo pudiéramos comulgar una vez en la vida, ¿cómo nos prepararíamos? El poder comulgar con frecuencia no debe ser causa de rutina.


Al comulgar nos empapamos de Cristo como una esponja se empapa de agua . Es más, al comer el Cuerpo de Cristo, el alimento espiritual nos transforma a nosotros, y no nosotros al alimento: como cuando comemos comida material. La idea es de Santo Tomás(580).

«En la eucaristía, más que transformar a Cristo en nuestra sustancia, es Él quien nos transforma en la suya»(580a). .


Sería un error privarse de la comunión por un sentimiento exagerado de indignidad propia. Para comulgar fructíferamente basta estar en gracia de Dios. No es necesario ser santo, sino que comulgamos frecuentemente para poder serlo. «La Sagrada Comunión nunca la merecemos, pero siempre la necesitamos»
Lo mejor es comulgar en medio de la Misa, pero si no puedes oír Misa, al menos comulga.
Los sacerdotes tienen obligación de darla a cualquier hora a todos los fieles que la pidan razonablemente.
Cuando vayas a comulgar, acércate al comulgatorio con los brazos cruzados en actitud respetuosa.
Cuando el sacerdote vaya a darte la Sagrada Forma, te dirá: «El Cuerpo de Cristo». Tú le respondes: «Amén», y levantas la cabeza, la echas un poco hacia atrás, abres suficientemente la boca y sacas un poco la lengua por encima del labio inferior para que te deposite en ella a Nuestro Señor. Es dificilísimo dar la comunión a personas que tienen su cabeza inclinada hacia delante, la boca poco abierta y sin sacar la lengua. Hay peligro de que se caiga la Sagrada Forma.
Después, retírate a tu puesto. Para tragar con facilidad la Sagrada Forma, deja que se humedezca un poco con la saliva. Si se pega al paladar, despréndela con la lengua.
También puedes recibir la Sagrada Forma en la mano, poniendo la mano izquierda como bandeja y tomando la Sagrada Forma con la derecha.
Después de comulgar debemos darle gracias durante un ratito por beneficio tan grande, y pedirle por todas nuestras necesidades.
Háblale como a un amigo; pídele por tu familia, para que todos tengan salud y trabajo, y para que sean buenos y se salven; pídele por tus amigos, conocidos y compañeros de trabajo; por tu Patria, el Papa, la Iglesia y los grandes problemas de la Humanidad; y rézale las oraciones que para después de comulgar te pongo en el Apéndice.
Cuando se deshace la Sagrada Forma, Jesucristo ya no está corporalmente# , pero queda en el alma la gracia santificante, que no se va hasta que se comete un pecado grave. El pecado grave destruye la gracia santificante.



52.- PARA COMULGAR ES NECESARIO ESTAR EN GRACIA DE DIOS Y HABER GUARDADO EL AYUNO EUCARISTICO.

52,1. El ayuno eucarístico , hoy día, se ha reducido a una hora para sólidos y líquidos (incluso bebidas alcohólicas). Este mismo margen hay que dejar para las comuniones de media noche (Misa de Nochebuena).
La hora se entiende aproximadamente. Si faltan cinco o diez minutos,
no importa.
El agua y las medicinas no rompen el ayuno. No importa haberlas tomado incluso un momento antes de comulgar.
El ayuno eucarístico queda suprimido para los enfermos, aunque no guarden cama, para los fieles de edad avanzada, y para las personas que cuidan enfermos y ancianos o familiares de éstos que desean recibir con ellos la Sagrada Eucaristía A los enfermos se les puede llevar la comunión a cualquier hora del día o de la noche . Y a juicio del Obispo, pueden recibir la comunión bajo la sola especie de vino, si les cuesta tragar.
Normalmente se suele recibir la comunión una vez al día. Pero se puede comulgar de nuevo, por segunda vez, cualquier día con tal de que sea oyendo misa entera .Pero para comulgar la primera vez del día, no es necesario oír misa.

También pueden comulgar por segunda vez en el día los que acompañan al que recibe el viático .
Se puede comulgar sin haber guardado ayuno eucarístico, en peligro de muerte y para evitar una irreverencia al Santísimo Sacramento, por ejemplo, en un incendio, en una inundación, en una persecución religiosa, etc. En estos casos, si no hay sacerdote, podrá administrar la comunión, a otros y a sí mismo, cualquier seglar que esté en estado de gracia. Si uno no está en gracia, que haga un acto de contrición.

52,2. Además del ayuno, para comulgar hay que estar en gracia de Dios.
Cuando tenemos la desgracia de cometer un pecado grave, ya no estamos en gracia de Dios; por lo tanto, así no podemos comulgar; y si comulgamos sabiendo que estamos en pecado grave, cometemos un pecado tremendo que se llama sacrilegio . Dice San Pablo que quien comulga indignamente «se traga su propia condenación»(581). Aunque con un acto de contrición perfecta -como luego diremos- se perdonan los pecados, con todo, quien tiene conciencia de estar en pecado grave no puede comulgar sin antes confesarse, a no ser por causa grave . Así lo manda la Santa Iglesia, en el Código de Derecho Canónico .
Causa grave es aquella necesidad moral que, si no se atiende, nos produce un grave perjuicio; como sería el que los demás adviertan que estamos en pecado mortal. Por eso, si después de acercarte a comulgar te das cuenta que estás en pecado grave, no es necesario que retrocedas: puedes comulgar haciendo antes un acto de contrición, con propósito de confesarte después . Si tienes duda de estar en gracia, puedes comulgar haciendo antes un acto de contrición . Como te explico en el n 84 , puedes hacer un acto de contrición en tres palabras: Dios mío, perdóname.
Juan Pablo II afirmó que la confesión es imprescindible para quien tiene conciencia de pecado grave y quiere acercarse a la comunión. El Papa dijo que la preparación penitencial del comienzo de la Santa Misa no es suficiente para que pueda comulgar el que tenga conciencia de pecado grave.
No es necesario confesarse cada vez que uno comulga, a no ser que se tenga sobre la conciencia algún pecado grave. Dijo Juan Pablo II el 30 de enero de 1981: «está y estará vigente siempre en la Iglesia la norma, establecida por San Pablo y por el mismo Concilio de Trento, por la cual a la digna recepción de la Eucaristía se debe anteponer la confesión de los pecados, cuando uno es consciente de pecado grave»(582).Los que creen estar en gracia de Dios, pueden acercarse a comulgar sin confesarse previamente. Sin embargo, es muy recomendable hacer siempre un acto de contrición perfecta antes de acercarse a comulgar. Sobre el acto de contrición te hablo en los núms. 80-84.

Conservación de Los Evangelios


1. ¿El texto actual de los evangelios coincide con el original? Podemos estar seguros de que el texto actual coincide con el original por los abundantes y antiguos manuscritos que se conservan. Sobre todo si lo comparamos con otros textos de la antigüedad.

2. ¿Ejemplos de textos de la antigüedad? Veamos cuatro conocidos autores anteriores a Jesucristo:

* Homero (Iliada, Odisea).- El manuscrito más antiguo que disponemos es del siglo XI.
* Platón.- Sus obras que se conservan datan del siglo IX.
* Julio César.- Disponemos de 10 manuscritos del siglo X.
* Horacio.- Tenemos 250 manuscritos. El más antiguo del siglo VIII.

3. ¿Qué manuscritos conservamos de los evangelios? En 1968 se hizo una lista con 5262 manuscritos griegos (lengua original). De ellos, 81 son anteriores al siglo IV. Aunque se encontraron en lugares lejanos entre sí, presentan una enorme coincidencia en el contenido, de modo que se garantiza su fidelidad con el original. En cuanto a las traducciones, se conservan unos 40.000 manuscritos en diversas lenguas. Estas traducciones avalan también que el texto actual de los evangelios coincide con el original.

4. ¿Qué manuscritos son más importantes? Podemos citar los siguientes:

* Papiros Bodmer.- De comienzos del siglo III. Contienen los evangelios de san Lucas y san Juan. Se conservan en Ginebra.
* Papiros Chester Beatty.- De comienzos del siglo III. Contienen los cuatro evangelios y otros textos del nuevo testamento. Están en Princenton.
* El codex Vaticanus.- Del siglo IV. Contiene la Biblia entera. Está en el Vaticano.

B. LOS EVANGELIOS, TEXTOS HISTÓRICOS

1. ¿Los evangelios son textos históricos? No son libros de historia, pero sí textos históricos. Sus autores narran hechos que realmente sucedieron, pero no pretenden hacer un tratado.

2. ¿Quiénes escribieron los evangelios? Los autores de los evangelios son bien conocidos. Fueron -con la ayuda divina- san Lucas, discípulo de san Pablo; san Marcos, discípulo de san Pedro; san Mateo y san Juan dos de los Apóstoles. Así los citan todos los documentos.

3. ¿Cuándo se escribieron? San Juan lo redactó entre el año 98 y el 100. Los otros tres evangelios se escribieron antes del año 70. Por ejemplo, mencionan costumbres e instituciones israelitas como actuales, y la destrucción de Jerusalén del año 70 cambió todo esto.

4. ¿Algunas razones que avalan los evangelios como históricos? Podemos comentarlas en dos grupos:
Motivos internos (del propio texto).-

* El estilo es realista, no fantasioso ni novelado. Se observa que los autores conocían bien los sucesos.
* Narran hechos que un cristiano ocultaría. Por ejemplo, las negaciones de Pedro, la cobardía y falta de fe de los apóstoles, el temor de Jesús en el huerto de los olivos, la traición de Judas, elegido por Cristo. Si se escriben estos hechos, es sencillamente porque así sucedieron.
* Narran los milagros sin adorno alguno: simplemente los hechos. Si los autores desearan hacer fantasía, dedicarían muchas páginas a cada milagro.

Motivos externos.-

* Cuando se escribieron los evangelios, aún vivían muchos protagonistas de la historia y aprobaron los textos.
* Hay otros libros que narran sucesos de Jesús que no han sido aceptados como reales, y se les llama apócrifos.
* Los autores de los evangelios murieron mártires defendiendo la fe en Cristo. Es decir, estaban seguros de que presenciaron y escribieron hechos reales.
* A lo largo de los siglos ha habido muchas herejías contrarias a la fe católica, algunas con verdadero odio hacia el Papa. Todas esas nuevas religiones han aceptado los evangelios como históricos, aunque luego los interpretaran a su manera.

5. ¿Los evangelios narran todos los hechos de Jesús? San Juan nos advierte de que es imposible escribir todos los detalles. Pero los evangelistas, con la ayuda divina, pusieron el mayor cuidado en contar con exactitud lo que sucedió (así lo advierte san Lucas). Querían dejarnos un testimonio de la vida de Cristo lo más fiel posible a la realidad.

6. ¿Los evangelios ocultan algo importante? No era posible, pues Jesucristo era una persona pública, continuamente asediado por los jefes judíos que buscaban encontrar un fallo para tener algo en donde acusarlo. Pero Jesús es Dios y todo lo hizo bien, de modo que todo podía contarse y eso querían los cristianos.

miércoles, 27 de mayo de 2009

Sobre la actualidad de la fiesta de Cristo Rey


Fue el día 11 de diciembre de 1925, en los últimos momentos del Año Santo, cuando por su Encíclica Quas primas el Romano Pontífice Pío XI promulgó la institución de la nueva festividad litúrgica de Cristo Rey. Testimonio es ella bien fehaciente de la convicción profunda que inducía al Papa a tomar tal determinación. Esta convicción de la importancia y de la actualidad del acto, se deja bien entrever en el recuento de los antecedentes que lo han ido preparando y con que se abre la Encíclica.

Mas no sólo en aquel pasaje, sino en todo el documento, desde el principio hasta el fin, son tan graves y sentidas las palabras de Pío XI, que bien se deja conocer que su intento es no transmitir solamente al pueblo cristiano su juicio maduro y fundamentado sobre la legitimidad y la conveniencia de la institución, sino la emoción que en aquel momento embarga su ánimo paternal y el anhelo vivísimo que siente de ser atendido, comprendido y secundado.

Porque, ¿qué es la Encíclica Quas primas sino un eco profundo de aquella otra Encíclica Ubi arcano, en donde el mismo Pío XI dio a conocer al pueblo cristiano y al universo entero el ideal de su pontificado, cifrándolo en aquella fórmula de tanta amplitud y profundidad: «La paz de Cristo en el Reino de Cristo»?

En aquella primera Encíclica, magistral por su doctrina, ¡cómo se trasluce en todos los párrafos la angustia paternal del corazón del Vicario de Cristo, al ver al mundo confiado a su tutela cerrar los ojos a la luz a riesgo de irse despeñando cada vez más en la ruina! El Papa alza su voz y no cesa de clamar al mundo descamado que vuelva los ojos a la luz, que sólo acogiéndose al imperio salvador de Jesucristo podrá hallar la vida, la salud, la paz. La Encíclica Ubi arcano, es ciertamente un toque de alarma, pero más que un toque de alarma es un gemido de un corazón de padre, que debiera herir y despertar el corazón de los dormidos.

Transcurridos ya tres años, ¿había despertado el mundo? Un nuevo gemido que exhala el corazón del Vicario de Cristo, un nuevo clamor eco del primero, un nuevo toque al corazón: esto es la Encíclica Quas primas. Una nueva proposición magistral de la doctrina del Reino de Cristo, una industria excogitada por el amor paternal: para que la doctrina, salvadora penetre en los entendimientos y en los corazones; éste es el contenido de la Encíclica.

El pensamiento del Papa

Se puede encerrar el pensamiento del Papa en unas pocas proposiciones, cuales son las que se siguen:

1º Sólo en el Reinado de Cristo puede haber paz verdadera y estable. En él sí, fuera de él, no. Y la paz que se promete no es sólo la espiritual de las almas, sino la social y la internacional (Ubi arcano, Quas primas).

2º El Reinado que trae consigo las promesas es el aceptado libremente por los hombres: no el Reinado de mero hecho, ni el Reinado del mero poder (Passim).

3º Por consiguiente entonces reina Cristo en la sociedad, cuando constituida ésta rectamente, la Iglesia, cumpliendo el divino encargo, defienda y tutele los derechos de Dios, ora sobre los hombres en particular, ora sobre la sociedad entera (Ubi arcano).

4º La realización de este ideal, no tan sólo se ha de desear y procurar, sino también se ha de esperar, en cuanto correspondamos al plan divino (Ubi arcano, Quas primas, Miserentissimus Redemptor).

La peste de nuestro tiempo

Cuantas veces habla S. S. Pío XI de la realeza de Cristo, dirige su palabra al mundo actual, al mundo en que nosotros vivimos. No trata del asunto en forma abstracta, en una forma en que cualquier Papa de cualquier siglo hubiera podido hablar al mundo de aquel entonces. Habla para instruir, y persuadir y [466] gobernar a los hombres actuales, y es la suya una verdadera porfía para hacerles comprender la actualidad del tema, para convencerles del interés que tiene aquello de que les habla para el mundo, en que nosotros vivimos y nos movemos. Los males de nuestro mundo son gravísimos. Sólo la aceptación voluntaria del Reinado de Cristo puede remediarlos. Por esto es tan necesario que el mundo inficionado por la peste de los errores contrarios a la soberanía de Cristo, sea instruido, según su capacidad, en la doctrina salvadora, que sepa en qué consiste la soberanía de Cristo, su justicia y su valor.

¿Cuál es esta peste que infecciona las almas? No es otra que el Laicismo. Las Palabras de Pío XI son terminantes:

«Al prescribir al mundo católico, que dé culto a Jesucristo Rey, tenemos en cuenta las necesidades actuales y aplicamos el remedio principal a la peste que ha inficionado la sociedad humana. Calificamos de peste de nuestros tiempos al llamado Laicismo, a sus errores, a sus intentos malvados. No llegó, sabida cosa es, a la madurez en sólo un día. Tiempo hacía que estaba latente en la entraña de las naciones. Comenzóse por negar la soberanía de Cristo sobre todas las gentes. Negóse a la Iglesia, el derecho, que es consecuencia del derecho de Cristo, de enseñar al linaje humano, de dar leyes, de regir a los pueblos, en orden claro es a la bienaventuranza eterna. Luego paso tras paso se equiparó a la Iglesia de Cristo con las falsas, poniéndola ignominiosamente al nivel de ellas. Después se la sujetó al poder civil y poco faltó para que se la entregara al arbitrio de soberanos y gobernantes. Más lejos fueron aquellos que pensaron en sustituir la religión divina por una cierta religión natural, par un cierto sentimiento natural. Ni tampoco faltaron naciones que juzgaron poderse pasar sin Dios y hacer religión de la impiedad y del menosprecio de Dios» (Quas primas).

Esta caracterización del malhadado Laicismo peste de nuestra sociedad descubre su próximo parentesco con el liberalismo tantas veces anatematizado, y convence de que o es el mismísimo liberalismo, ni más ni menos, o es el liberalismo llegado a su mayor edad.

¿De esta apostasía social, de esta separación de Jesucristo, qué consecuencias se siguen para la sociedad? S. S. nos lo recuerda a renglón seguido: «Los acerbísimos frutos, tan frecuentes y duraderos, que este alejarse de Cristo individuos y naciones, ha producido, los lamentamos ya en la Encíclica Ubi arcano y de nuevo los lamentamos hoy.» Para no alargarnos más hagamos notar solamente el último de sus amargos frutos que enumera Pío XI: «La humana sociedad trastornada y llevada a la destrucción.»

Así, la negación de la realeza de Cristo es peste, ruina, muerte; el acatamiento de la realeza de Cristo es vida, salud, prosperidad. «Si un día reconocieran los hombres, en su vida privada y pública, la regia potestad de Cristo, no es posible imaginar los bienes, que forzosamente penetrarían todas las partes de la sociedad civil; la justa libertad, la disciplina y la tranquilidad, la concordia y la paz.»

Quien lea estos fragmentos copiados y más quien considere no a la ligera ni con prejuicios los documentos citados en su integridad, notará que las palabras del Papa no suenan a formulismos vacíos, sino a íntima persuasión; que no son meras palabras, sino espíritu y vida, y el espíritu y la vida, necesitan comunicarse. De aquí la constancia de Pío XI en buscar maneras de comunicar, su persuasión, su espíritu, su vida al pueblo cristiano y al mundo entero.

Táctica del Pontífice

La táctica de Pío XI es de insistencia, es la de hacer conocer la doctrina del Reino de Cristo a todos los cristianos y a todos los hombres, según la capacidad de cada uno. Para este fin propone esta doctrina y la recuerda en luminosos documentos y pondera su valor y su interés vital. Y encarga a los jerarcas de la Iglesia que transmitan sus enseñanzas a los fieles, acomodándolas a su inteligencia.

Para este fin instituye la solemnidad litúrgica anual de Cristo Rey y hace que se celebre en un día y un tiempo del año que haga resaltar su importancia, y la razón que da es práctica y fundada en el conocimiento de los hombres. Las fiestas anuales hacen entrar por los ojos de los fieles la verdad que en sí encierran; ellas hablan no sólo a la inteligencia sino al hombre entero, y con esto la doctrina divina se embebe en el alma de los fieles, y por decirlo así, se convierte en su carne y en su sangre.

Por donde se ve que la actualidad de la nueva festividad procede de la actualidad de la idea que en ella se incluye y se asocia, de la actualidad de la idea de la realeza de Cristo.

Desarrollo de la idea

Pío XI tiene fe, fe viva e inconmovible en la idea de Cristo Rey; para Pío XI la Idea de Cristo Rey, del Reino de Cristo es una de aquellas ideas-fuerza que se abren camino, vencen y avasallan; difúndase esta poderosa idea y ella conquistará al mundo, lo salvará de la ruina y le comunicará la paz verdadera, la paz de Cristo.

Mas, ¿de dónde viene a la idea de Cristo Rey este poder de victoria? ¿es algo nativo en ella o le sobreviene de fuera, de la libre disposición de Dios?, ¿túvolo ya en todos los tiempos, en todas las circunstancias o requiere para su ejercicio la coyuntura actual?

La idea de Cristo Rey no es algo nuevo en la Iglesia; no es una nueva emergencia en la conciencia cristiana; su abolengo es tan antiguo cuanto lo es el cristianismo; tiene expresión vigorosa en las páginas del Nuevo Testamento; se encuadra como fórmula dogmática en el símbolo eclesiástico; se reza y se canta en la liturgia. ¿Por qué los Papas de entonces no atribuyen como Pío XI a esta idea una virtualidad especial?, ¿podríamos imaginarnos un Papa, por ejemplo de la Edad Media, instituyendo la solemnidad anual de Cristo Rey por una Encíclica «Quas primas» y esperando de la difusión y conocimiento de la [467] idea la salvación del mundo? ¿hubiera cristianizado más al mundo la idea del Reino de Cristo, que la idea de la Cruz?

Exponemos con alguna extensión la dificultad precedente, no tan sólo porque prepara la genuina explicación de la virtualidad de la Idea de Cristo Rey, sino también porque no faltan panegiristas y aun tratadistas de la Realeza de Cristo que la declaran y enaltecen poco más o menos como lo hicieran en la Edad Media, salvo el estilo moderno y que apenas tienen en cuenta la particularísima, aunque circunstancial afinidad, que el mundo actual tiene con ella.

La Realeza de Cristo es en verdad inmutable. La autoridad del Rey eterno no admite ni crecimientos ni vicisitudes; podrá sí ser reconocida por un número mayor o menor de súbditos; podrá ser acatada con mayor o menor perfección; mas los derechos de jurisdicción de nuestro Rey han sido, son y serán en todos los tiempos los mismos.

Despréndese de aquí que el significado, el contenido de la Idea «Cristo Rey, Reino de Cristo» y por ende el de la fórmula verbal que la expresa es, ha sido y será siempre el mismo. No era diversa la Realeza de Cristo, que veneraban y acataban los fieles de los tiempos antiguos, los de la Edad Media y nuestros contemporáneos.

Mas el contenido de una idea, de una fórmula verbal, sin variar en sí mismo, puede ser conocido con más o menos claridad, con más o menos precisión, con más o menos determinación. Y si esto sucede a menudo con ideas y palabras de índole natural, no menos acontece con las Ideas y fórmulas que contienen verdades reveladas. Y en esto precisamente consiste el desenvolvimiento legítimo y ortodoxo de las ideas reveladas y de las fórmulas en que se expresan. Tal ha sucedido y sucede por ejemplo con la idea del Cuerpo Místico de Jesucristo. Tal ha sucedido también con la Idea de Cristo Rey, del Reinado de Jesucristo.

Al escribir estas líneas tengo ante mis ojos un libro inédito, escrito por un autor del siglo XVII, eminente y genial. En él estudia de propósito y con no escasa erudición los problemas concernientes a la materia que tratamos. Pero, ¡cuán inferior queda aquel tratado, si se coteja con el cuerpo de doctrina que suponen y resumen en sus Encíclicas los actuales Pontífices!

El desarrollo de las ideas, aquella descomposición mental que las particulariza y define procede naturalmente del cotejo con otras Ideas, de la combinación con ideas afines, &c. Pero lo más frecuente y normal será siempre que el desenvolvimiento de una de estas ideas pletóricas de sentido, cual es la del Reino de Cristo, no llegue a su plenitud, si no es al rozar con ideas afines, más aún, al chocar con ideas contrarias. Sólo cuando Pueblos y gobiernos, práctica y teóricamente, directa y expresamente, rechazaron y negaron la soberanía de Cristo, ésta apareció fulgurante, fecunda y necesaria, en toda su plenitud y en toda su precisión, en sí misma y en sus relaciones. Ha sido necesario que llegaran los tiempos en que, como dice el mismo Pío XI en la Encíclica «Miserentissimus Redemptor» pueblo y gobernantes han clamado «no queremos que Este, que Cristo reine sobre nosotros»; para que los fieles súbditos de Cristo a conciencia, dándose perfecta cuenta de su acto, respondieran con aquel otro clamor «es necesario que Este, que Cristo reine, venga a nos el tu Reino».

Según este proceso, por el desenvolvimiento de la idea general, pero fecundísima, del Reino de Cristo, se ha formado todo un cuerpo de doctrina religioso-político-social, en el cual a todos los problemas fundamentales de la vida pública –no de los de pormenor, ni de los de índole técnica– se da solución, la única solución, la solución cristiana.

Actualidad psicológica de la idea

Con esto puede ya rastrearse de qué manera la Idea de Cristo Rey ha llegado a ser en nuestros días la idea-fuerza destinada a salvar el mundo moderno.

En el seno del mundo moderno ha logrado su madurez, su perfecto desarrollo y en su seno la lleva el mundo, y así, por más que se aturda y por más coces que tire contra el aguijón, no podrá jamás librarse de las angustias de su conciencia social, cuyo imperativo cristiano pesa sobre él como una losa. Y cuantas más soluciones busque para sus problemas de vida o muerte fuera de la que le ofrece Cristo Rey más sentirá angustias de agonía, más desesperantes serán sus desengaños.

Jesucristo, Rey de reyes y Señor de los que dominan ofrece al mundo, desplegándola a la vista de todos, la carta magna de su soberanía de amor, de su caridad, de su amor de caridad por cuya falta la sociedad agoniza; y no es verdad que el hombre moderno no pueda entender tal programa, que la doctrina religioso-político-social, que se basa en la soberanía de Cristo sobrepuje la capacidad intelectual del hombre de nuestro tiempo; tan lejos nos parece esto de la verdad que a nuestro humilde entender jamás en ninguna época del mundo han estado los hombres en su generalidad tan preparados como hoy en día para entender la doctrina religioso-político-social, programa del Reino de Cristo.

Verdad es que la ignorancia religiosa es en muchísimos casos poco menos que absoluta; que el más vil materialismo embota muchísimas inteligencias y las ciega para que no puedan ver más allá de la materia; es verdad que el más absurdo escepticismo anula en muchas personas el vigor intelectual y perturba la orientación del pensamiento; es verdad que la frivolidad dilettante desdeña a conciencia el esfuerzo serio, necesario al bien pensar. Confesamos que tales extravíos mentales dificultan enormemente la inteligencia de la doctrina salvadora.

Pero también es verdad que hoy aun en el vulgo que llamamos bajo suele haber un grado de instrucción, no religiosa por desgracia, muy superior al que en ningún otro tiempo ha habido. Y esto especialmente es verdad en materias político-sociales. La lectura tan difundida aún en las clases inferiores, el interés por la política y la mayor o menor participación en ella; la actuación personal en la defensa de los intereses de clase, &c., suministran a la muchedumbre una notable cantidad de ideas, confusas en su mayor parte, absurdas en muchos casos, en casi todos desvencijadas, sin trabazón ni consistencia; mas a pesar de tanta pobreza la materia no les es desconocida, los tecnicismos les dicen algo, la misma presunción vanidosa les aficiona a instruirse más. ¿Por qué motivo no atenderán al apóstol que les declare la salvadora y sugestiva doctrina del Reino [468] de Cristo con tal que les hable con fe y convicción y acomodándose a su capacidad como encarga S. S.?

Si el apóstol que les habla sabe presentar la doctrina que transmite como la carta magna de Cristo Rey, que vive en el cielo y gobierna y quiere gobernar a los hombres para darles la felicidad verdadera y para unirlos en la paz, en la justicia, en clamor, ¿no se sentirán atraídos hacia tal Rey y por ende hacia su doctrina?

¿Por qué no hemos de tener la fe de Pedro, la confianza de Pedro, los que oímos de labios de Pedro el encomio de la doctrina del Reino, su eficacia salvadora, su actuación vital?

Contemplen pobres y ricos, nobles y plebeyos, sabios e ignorantes, a Cristo presente en su Reino, viviente en su Iglesia, hermoso y gracioso, como dice San Ignacio, entre los hijos de los hombres, y no les arredrará su verdadera doctrina, antes bien les atraerá. Contemplen a Cristo presente en su Iglesia, no con aquella presencia corporal y visible que soñaron los milenarios, pero sí con la presencia de gobierno, con la presencia de providencia amorosa, con la presencia de Cabeza mística que influye en sus miembros, en los que acatan y aman su soberanía, su vida, su verdad, su amor.

Un pensador no católico, Berdiaeff, en su conocido libro «Una nueva Edad Media», entrevé los primeros tenuísimos fulgores de un día que ya amanece. Este día no es para él sino un tiempo nuevo en el cual el género humano acatará amorosamente el Reinado de Jesucristo. Es una nueva Edad Media enmendada a gusto del pensador, una Edad Media liberada de la ambición y del predominio temporal de los Pontífices Romanos; lástima da tal obcecación sectaria en una vista tan perspicaz como la de Berdiaeff.

Otra diferencia se nos antoja a nosotros, diferencia más sutil, sólo al espíritu perceptible. En la Edad Media, ya pretérita, miraban los hombres en el Papa, y con razón porque lo es, al Vicario de Jesucristo; mas sucedió no pocas veces que su vista se fijaba en demasía en el Vicario, queremos decir en el hombre, y con esto se olvidaban de Jesucristo y así se sublevaban contra la supremacía del Papa, porque su orgullo les hacía ver en él a un soberano temporal que pretendía dominarles.

En la idea del Reino de Cristo nos parece ver invertidos los términos. En el primer término se nos presenta Jesucristo viviente en su Iglesia, viviente en su representante en la tierra. Si así llegara a mirarse por todo el mundo al Vicario de Jesucristo, se le vería siempre sobrenatualizado, más aún, divinizado.

Esta es la necesidad más urgente de nuestro tiempo: sobrenaturalizarlo todo, incluso el Romano Pontífice. Esta vida sobrenatural es la que trae consigo el Reinado de Jesucristo; esta es la que implora sin darse cuenta la indigencia de nuestro tiempo, esta es la que reclama el alma de nuestra sociedad.

El Reinado de Jesucristo, la idea de Cristo Rey es de actualidad vital para el alma del género humano, es una actualidad psicológica.

Actualidad providencial

La esperanza de que el mundo quiera aceptar el Reinado de Jesucristo fundada en su actualidad psicológica, no tenemos porqué negarlo, deja al espíritu en zozobra. Tantas veces ve el hombre lo que le conviene, lo aprecia en lo que vale, se siente atraído por ello, mas en último término lo rechaza. ¿No será también de temer la misma inconsecuencia de nuestra sociedad, cuando se enfrente con su remedio y su bien? Mas he aquí que viene en nuestro socorro a corroborar las esperanzas un nuevo elemento de fe. ¡La Providencia divina!, ¡las promesas de Paray le Monial!: ¡Reinaré a pesar de mis enemigos! Estas palabras resonaban de continuo en el oído de Santa Margarita. ¿Cómo las entendía la santa? No lo sabemos de cierto. Algo nos dice de ello aquella promesa de Jesús en una de las grandes revelaciones: allí habla con más claridad; allí anuncia que su designio no es otro que la ruina del imperio de Satanás y la implantación en las almas del imperio de su amor.

Tal vez los primeros devotos del Corazón de Jesús no atendieron lo bastante a estas significativas palabras. Extendióse, muerta la santa, la devoción al Divino Corazón pedida en las revelaciones, pero la idea del Reino más bien parece esfumarse. Mas llegado a su mitad el siglo XIX, al choque de la antítesis impía y liberal, la idea del Reino de Cristo cobra vigencia, claridad y precisión.

Y a la luz de esta idea comienzan a interpretarse aquellas misteriosas palabras: «Reinaré a pesar de mis enemigos.» Y se inicia la corriente, que es cada día más crecida, de consagraciones al Corazón de Jesús. En ella se unen indisolublemente la devoción al Corazón de Jesús y la devoción a Cristo Rey. Y de esta unión indisoluble brotan dos fórmulas ya usuales: por la devoción al Corazón de Jesús al Reinado social de Cristo; y aquella otra en que parecen ya identificarse las dos devociones: el Reinado del Corazón de Jesús. Y esta devoción y esperanza de los fieles estriba principalmente en las promesas de Paray.

Y son los Papas mismos, Vicarios de Jesucristo en la tierra, los que también parecen dejarse arrastrar por la corriente de devoción y esperanza; los que alientan ahíncadamente las esperanzas de los devotos del Corazón de Jesús y en sus públicos documentos manifiestan paladinamente su esperanza y no dudan en apoyarla abiertamente en las revelaciones de Paray. Y el Pontífice León XIII en su Encíclica «Annum Sacrum» señala en las apariciones del Corazón de Jesús una nueva época, la del Reinado de Jesucristo. Y S. S. Pío XI declara en su Encíclica «Miserentissimus Redemptor» que al instituir la fiesta de Cristo Rey se propuso dar complemento a lo que iniciaron los fieles en sus actos de consagración al Corazón de Jesús y afirma solemnemente que la celebración de la fiesta es, si, una proclamación de la Realeza de Cristo, pero además es un anticipo de aquel día venturoso en que el universo entero espontánea y libremente prestará su obediencia al Reinado suavísimo de Jesús.

Y al terminar el artículo no podemos dejar en olvido al Pontífice reinante, que ya en su primera Encíclica hizo suyos expresamente los actos y las esperanzas de sus predecesores, de que acabamos de hablar.

R. Orlandis S. I.
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