jueves, 7 de mayo de 2009

Constructores de la paz - Monseñor Antonio Juan Baseotto


Carta pastoral de monseñor Antonio Juan Baseotto, obispo castrense,
en preparación a la peregrinación de la Fuerzas Armadas y de Seguridad
de todo el país a distintos santuarios marianos de la nación el
7 de octubre de 2003 con motivo del Año del Rosario.


"El uso de las armas está íntimamente asociado a la violencia y la guerra. A primera vista parece una contradicción hablar de soldado, gendarme... y de paz, de Fuerzas Armadas o de Seguridad .. y de paz. No lo entendían así los antiguos romanos. Tenían la consigna: “Si vis pacem, para bellum” (si quieres la paz, prepara la guerra). Es evidente que un arma en mano es una amenaza. Pero la función del arma depende de la persona que la usa. En tiempos normales, si quien la tiene en mano es un terrorista o un delincuente, es muy claro que no es para construir la paz. Si en cambio está en manos de un soldado, de un guardián del orden..., la situación es totalmente distinta. En nuestro mundo están desatadas las fuerzas del mal (como lo describe el Apocalipsis). Alguien tiene que ponerle límites. En el corazón del hombre el mal ejerce su dominio. Y no se puede transar. La ilusión de un mundo en el que no haya luchas, la niega la historia. Las causas de la violencia, de la injusticia, de la guerra... anidan en el corazón del hombre “inclinado al mal desde su juventud“, como dice la Sagrada Escritura . El porqué del mal –enseña la palabra de Dios– es el pecado. Lo llamamos “pecado original”. Y confiesa el Salmo 50: “pecador me concibió mi madre”. Afirmaba Chesterton que ya sólo la doctrina del pecado original justifica la presencia del cristianismo en la historia de la humanidad. La teoría del “salvaje inocente” la soñó Rouseaux, sin ningún fundamento en la realidad. Los hechos de la historia humana, la crónica diaria son un mentís rotundo a tal afirmación gratuita. La Iglesia basándose en la Palabra de Dios, sostiene que el hombre es pecador, inclinado al mal; aunque redimido, salvado por Jesucristo, el único que “todo lo ha hecho bien”. Y la redención se realiza en medio de la lucha y el esfuerzo diario para que no se verifique lo que, con tanto dolor y sinceridad, afirmaba San Pablo: “Cuántas veces hago el mal que no quiero y dejo de hacer el bien que quiero”. Esa realidad que experimenta cada ser humano en su corazón, se proyecta y amplifica en la sociedad de la que forma parte. Así como es necesario el esfuerzo, la lucha interior para poner orden en el corazón, es necesaria la fuerza para conseguir y mantener la paz en al sociedad. Y tal es el fin de las Fuerzas Armadas y de Seguridad Por eso el hombre que tiene tal misión, debe valorar la paz, vivir en paz consigo mismo, con su conciencia,... para que cuando lucha por la paz, esté realmente motivado: habiendo gustado y experimentado el valor de la paz. Cuanto mayor es el aprecio que tenemos por algo bueno, más no sacrificamos para conseguirlo. Cuando uno disfruta de un bien y luego lo pierde, mayor es el esfuerzo por recuperarlo. Cuántas veces habremos tenido la experiencia, por ejemplo, con la salud: qué sacrificios no hacemos para recuperarla cuando la hemos perdido por una enfermedad o por un accidente !...Algo semejante nos sucede con la paz. “Felices los que trabajan por la paz: en eso se ve que son hijos de Dios”: una de las bienaventuranzas proclamadas por Jesús en el sermón del monte. Quiera Dios que a todos nos alcance esa felicidad y podamos –como hijos– decir con derecho: “Padre nuestro”. Al contemplar los misterios del Rosario recordamos cómo en Belén (3º gozoso) los ángeles ofrecen la paz a los hombres amados por Dios. La paz campea en el centro de la enseñanza de Jesús sobre el Reino (3º de luz): reino de justicia, de amor y de paz... La ofrece a sus apóstoles cuando se presenta resucitado en medio de quienes se habían refugiado en la sala de la última cena“ con las puertas bien aseguradas por miedo a los judíos...” (1º glorioso). La paz es uno de los frutos del Espíritu Santo envidado sobre el primer núcleo de la Iglesia naciente (3º glorioso). Y la Madre coronada como Reina y Señora de todo lo creado nos lleva a la armonía y a la paz que tanto añora el hombre y por la que está dispuesto al sacrificio (5º glorioso). Al cumplirse este año los 40 de “Pacem in terris”, la encíclica del Papa Bueno Juan XXIII, debemos comprometernos como cristianos al servicio del bien común, a luchar por la paz basada en la justicia, la verdad y el perdón. Pero que sólo puede brotar como de buena tierra, de un espíritu en paz.

María, Reina de la paz: ruega por nosotros...

Julio de 2003


Monseñor Antonio Juan Baseotto, obispo castrense

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