martes, 24 de marzo de 2009

EI proceso de conversión según G. K. Chesterton


Por Claudio César Calabrese
El Señor tiende su mano
Salmo 36, 24


La modernidad se ha modelado bajo la presión incesante del escepticismo… y una de sus consecuencias inmediatas es la pérdida de confianza tanto en el orden sobrenatural como también en el natural.


Para Chesterton fe es simplemente vida cristiana… aquella que se presenta en la expresión bíblica "el justo vive de la fe". Nuestro autor no nos hablará tanto del misterio de su origen, cuanto de una experiencia personalísima. Resulta desde el principio evidente que la conversión a la vida de la fe pide un acto de fe. Queremos significar que no podría desarrollarse una teoría puramente natural de la fe en tanto que no pueda deducirse de la realidad del hombre o del mundo… la fe brota de la gracia creadora que proviene de Dios.


Por lo que hasta aquí hemos expresado se advierte que Chesterton no hará especial referencia al misterio, aunque en su reflexión no esté ausente, sino de la especial manera que cada uno se sitúa ante ella en el proceso de la conversión.


En este contexto, nuestro autor reflexiona sobre las modificaciones, movimientos y resistencias que se producen cuando la fe llama a la puerta. No nos referimos sólo a ese tipo humano que nada conoce de Dios, cuya existencia está ligada a las realidades inmediatas, o a la de aquel que se plantea el sentido de la existencia pero sus respuestas quedan contenidas en la consistencia del mundo… sino también a aquel que va perdiendo la fe recibida y asimilada desde la infancia, es decir, el que careció de fuerzas para resistir el clamoreo agotador de cada día. Por ello, la conversión tendrá en cada uno una perspectiva distinta: en el orden intelectual, en el plano moral, en las tradiciones o en la concepción misma de la textura de la existencia.


En la Escritura es posible percibir el modo en que la Revelación divina presenta al hombre en su relación consigo mismo y con Dios. Si el hombre toma origen con el soplo del Espíritu, Dios es la meta de todos sus afanes… y un paso más: si está originado en un principio absolutamente trascendente e inefable, el hombre mismo conlleva el misterio insondable de su origen… también él se pierde en los abismos de la Sabiduría.


II


Veamos de qué modo G.K. Chesterton traza el camino de su propia conversión. En principio debemos decir que nos encontramos ya con las características propias de su estilo: fina reflexión, prosa galana, frases sutilmente hirientes. Estas características se agudizan al ritmo de la temática que despliegan: su ingreso a la Iglesia Católica.


Tal vez ello se debe a que presentar un proceso de revolución de esta naturaleza requiere, con la insistencia del silencio, un eco que tome una dirección en el mismo sentido: el relato de una conversión espera, sin ninguna duda, sembrar en otro el deseo de tomar el camino en el mismo sentido.


Desde la perspectiva de Chesterton, la permanente actualidad de la Iglesia es un elemento que debe analizarse cuidadosamente a la hora de considerar los procesos de conversión. Con fina ironía advierte que a un padre de familia inglés de principio del siglo XX cuyos hijos comenzaran sus estudios universitarios, no le preocuparía seriamente que pasaran a formar parte de los calvinistas, metodistas, albigenses o luteranos, puesto que todos estos movimientos de raigambre cristiana han quedado, anticuados, pero la Iglesia Católica siempre le causará preocupación por su permanente juventud.


Chesterton distingue tres momentos en el proceso de conversión: a) deseo de juzgar con equidad al catolicismo, sin que ello implique en algún sentido considerarlo verdadero… b) toparse, en esta busca, con lo que la Iglesia simplemente es… c) superar la tensión interior que lleva a resistir la verdad que se ha descubierto.


En un cierto sentido, el primer momento implica un retorno del olvido: En efecto, Dios conmemora infinitamente, en el sentido espacial y temporal, todas las cosas, por este motivo, aunque el rechazo de Dios no tenga una formulación concientemente agresiva, el olvido expresa concretamente una privación del amor que le es debido a Dios.


En Chesterton, este "regreso del olvido" se expresa en los términos de una necesidad de ver desapasionadamente la realidad de la Iglesia, de ser intelectualmente justo. Este primer movimiento no implica la aceptación de las enseñanzas del catolicismo, pero expresa la voluntad de ver la realidad tal como es.


Para nuestro autor, el segundo estadio del proceso de conversión es aquel en el que la persona se detiene a considerar la verdad de la doctrina… consiste en descubrir con creciente fervor las ideas vivas de la sabiduría cristiana. A esta etapa Chesterton la denomina "descubrimiento de la Iglesia católica", que resulta propedéutico del verdadero desafío: vivir lo que se dice creer.


Una de las consecuencias inmediatas de este proceso se observa en que comienza a develarse el sentido más profundo de las palabras. Nuestro autor lo ejemplifica, una vez más, magistralmente: escándalo ya no será, entonces, una forma incisiva del chisme… al mismo tiempo, significa que el parloteo de personas necias no implica necesariamente aquel pecado. Escándalo significará tropiezo: las sucesivas dificultades que puede encontrar alguien que se empeña en ser progresivamente bueno.


El tercer momento de la conversión comienza cuando la persona ha delimitado con claridad la verdad intríseca de la doctrina católica y, entonces, su propia situación espiritual. Cuando la persona queda enfrentada a la realidad que significa la interpelación de vivir la verdad y se perciben con claridad las consecuencias del tránsito, entonces se ponen en movimiento mecanismos que buscan impedir esta misma conversión. Con palabras de Chesterton: "EI hombre tiene exactamente la sensación de haberse comprometido, o, en cierto, modo, de haber caído en una trampa, aunque se sienta feliz de estar en ella. Se trata de la trampa de la verdad: dar todos los pasos con convicción y seguridad, excepto el último".


Creo que buena parte de la obra de ficción de Chesterton responde a este tránsito que denominamos conversión. Según James Joyce el arte se alimenta de lo que es "grave y constante" en la abismal hondura de la existencia humana… por ello la ficción se enraíza en el hecho de que la vida en cuanto tal no se vislumbra como totalidad, pues depende de un orden inaccesible a la experiencia: la eternidad.


Ciertamente Dios coloca en el corazón del hombre la simiente de la fe: a través del corazón llega al espíritu mediante una palabra, una imagen, un acorde… pero Dios lo reclama en su condición de hombre, es decir, sometido a una interminable red de contextos que forjarán cada actitud en la conversión.


La fe, sin embargo, no se encuentra aislada: la fe personal echa raíces en la comunidad en la que vive: la Iglesia es el nosotros de la fe en plenitud, en totalidad.


En el pensamiento de Chesterton, concordante con toda la tradición, la Iglesia es el origen absoluto de la vida individual, que, como un todo viviente, compenetra la existencia.

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