jueves, 12 de marzo de 2009

San Luis Orione - 12 de marzo


-"¡¿Es que no lo veis?! ¡Es la Virgen de la Guardia. Vine a la Argentina para levantarle una iglesia pero ella fue mucho más diligente que yo y me la entrega hecha!", exclamó Don Orione al entrar en un templo de Victoria (Prov. de Buenos Aires), cerrado desde 1913 por falta de sacerdotes. Hacía solo unos días el santo había llegado a la Argentina. Para cuando estos sucesos tuvieron lugar, el nombre de Don Orione ya era muy conocido en Italia.

Don Orione nació en el seno de una familia humilde, en Pontecurone, pequeña aldea del Piamonte, el 23 de junio de 1872. De niño se trasladó a Voghera, para ingresar en el convento franciscano, del que salió al año siguiente a causa de una grave enfermedad. El 4 de octubre de 1886 viajó a Turín para ingresar en el gran colegio salesiano fundado por quien sería su modelo y maestro, Don Bosco, a quien el joven estudiante llegó a querer como a su propio padre.

A través de aquel santo viviente, Don Orione supo de otro hombre de Dios a quien Don Bosco había conocido en persona, cuya misión caritativa en pro del desamparado no tenía precedentes, San José Benito Cottolengo, fundador de la Casa de la Divina Providencia.

Esos dos hombres marcaron a fuego el espíritu
del joven Orione.

Luis Orione regresó a Tortona el 16 de octubre de 1889, para ingresar en el seminario y una vez ordenado (1895), puso manos a la obra de manera inmediata, fundando la Pequeña Obra de la Divina Providencia y las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad, consagrando ambas órdenes a Nuestra Señora de la Guardia, la Virgen patrona de la Liguria, en una de cuyas elevaciones (el monte Figogna), se apareció el 29 de agosto de 1490 al humilde pastor Benedicto Pareto.

Los niños carenciados, el individuo minusválido y la humanidad abandonada supieron de la benevolencia del incansable sacerdote de Tortona, lo mismo que los damnificados por los terremotos de Regio, Messina (1909) y Marsica (1915), en donde Don Orione realizó prodigios.

Al igual que San José Benito Cottolengo, Don Orione inauguró hospicios para albergar en ellos al desprotegido, al enfermo y al abandonado.


Su obra en Italia
Fundada su congregación al inaugurar el oratorio “San Luis” el 3 de julio de 1892 y después de abrir el pequeño colegio del barrio San Bernardino el 15 de octubre del año siguiente, Don Orione, ya ordenado sacerdote (13 de abril de 1895), impuso los hábitos a los primeros Ermitaños de la Divina Providencia, ciegos y videntes (30 de julio de 1899) e inició junto a ellos, sus sacerdotes y hermanos coadjutores, el épico camino que lo llevaría a los altares.

El 21 de marzo de 1903 el obispo de Tortona, Monseñor Bandi, le concedió la aprobación diocesana de su obra y el 19 de abril de 1912 emitió los votos perpetuos en manos del Papa San Pío X. Para entonces había viajado a Sicilia, con el objeto de socorrer a los damnificados por el terremoto de Messina (1909), siendo nombrado por Su Santidad Vicario General de aquella diócesis.

El 29 de junio de 1915, después de despachar a sus primeros misioneros hacia el Brasil (1913), el padre Luis fundó la congregación de las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad e inauguró el primero de sus “Pequeños Cottolengos” en Ameno.

El 19 de marzo de 1924 el futuro santo abrió el Pequeño Cottolengo genovés y el 29 de agosto de 1931 inauguró el magnífico Santuario de Nuestra Señora de la Guardia, en Tortona. La obra crecía y se multiplicaba.

El primer viaje a la Argentina
El padre fundador decidió iniciar su expansión por el mundo, escogiendo como primer destino el Brasil, hacia donde envió a un reducido grupo de religiosos. Unos años después, él mismo viajó a América, desembarcando en Buenos Aires el 13 de noviembre de 1921.

Monseñor Francisco Alberti, obispo de La Plata, le ofreció la iglesia de Victoria, localidad suburbana situada a 24 kilómetros al norte de la ciudad de Buenos Aires, cerrada a la comunidad desde su edificación en 1913…¡por falta de sacerdotes!

El fundador de la obra se apersonó en Victoria días después en compañía del Nuncio Apostólico en Buenos Aires, Monseñor Maurilio Silvani, del cura párroco de San Fernando, Pbro. Maximino Pérez (quien hizo construir Nuestra Señora de la Guardia entre 1910 y 1913) y el Dr. Tomás R. Cullen, distinguido vecino de la localidad y devoto benefactor de la Iglesia.

Los cuatro individuos ingresaron en el templo y mientras los tres últimos se detenían aobservar los detalles interiores, un grito repentino los sobresaltó. Al volverse, vieron a Don Orione corriendo por el pasillo central, en dirección al altar mayor para postrarse de rodillas frente a una imagen de la Virgen y el Niño que se hallaba a un costado, sobre un rústico cajón de madera.

Monseñor Silvani, el Padre Pérez y el Dr. Cullen se acercaron y le preguntaron qué sucedía. Entonces, con viva emoción, exclamó:

-“¡¿Pero es que acaso no lo veis?! ¡Es la Virgen de la Guardia! ¡Vine a la Argentina a edificarle una iglesia pero ella fue mucho más diligente que yo y me la da hecha!”

Y sin dudarlo un instante, aceptó el templo para iniciar desde allí su misión.



La obra de la Divina Providencia en América
Don Orione se alojó en la contigua casa parroquial, edificada en 1919 y desde ese punto mandó venir a los primeros sacerdotes de la congregación, con la intención de que diesen impulso a la Pequeña Obra de la Divina Providencia en América.

El 6 de febrero de 1922 desembarcaron en el puerto de Buenos Aires seis religiosos encabezados por Don José Zanocchi, a quien Don Orione designaría primer Provincial del continente. Se trasladaron a San Fernando, para alojarse en la que desde entonces pasó a ser su casa madre en América, la iglesia Nuestra Señora de la Guardia de Victoria, quinta parroquia en antigüedad de la actual diócesis de San Isidro, capellanía por entonces de Nuestra Señora de Aránzazu, el histórico templo sanfernandino.

El 11 del mismo mes Don Orione ofició su primera Misa en la Argentina, ante gran concurrencia y para beneplácito de una feligresía que lo escuchó con devoción.

Pero pese a ello, aquellos fueron días difíciles...
La hostilidad de los anarco-socialistas y masones
Victoria estaba poblada totalmente por inmigrantes, la mayoría italianos, que trabajaban en el Ferrocarril, en los grandes talleres instalados en 1890.

Esos inmigrantes trajeron de Europa sus costumbres, sus tradiciones, su temple y algunos de sus males, entre ellos extrañas tendencias socialistas y anárquicas, muy en boga en esos tiempos, sobre todo en la clase trabajadora; tendencias que entre sus consignas principales destacaba un feroz anticlericalismo.

Fueron innumerables las veces que Don Orione y sus misioneros fueron agredidos de palabra y de hecho por aquellos pobladores incultos y resentidos que, instigados por mentes más elevadas y malévolas (sus ideólogos), veían en la Iglesia a un enemigo de temer. Todo lo soportaron los valerosos sacerdotes, burlas, insultos, desprecios y agresiones físicas de todo tipo y a todas ellas respondieron con sonrisas, bendiciones y ayuda material.

Tanta fue su fuerza, tanta su Fe y tal su apostolado, que menos de una década después, aquellos mismos que lo atacaban se volcaban masivamenteal templo para asistir a Misa, bautizar a sus hijos, unirse en sagrado matrimonio y participar de todas las celebraciones y festividades religiosas, como nunca antes se había visto en aquellos lares.

Pero no solamente al anarquismo y al anticlericalismo socialista enfrentaron Don Orione y sus sacerdotes. La Masonería, secta a la que pertenecían casi todos los administradores británicos del Ferrocarril, también hizo de las suyas, obligando a muchos pobladores a integrarse a sus filas y ocultar sus verdaderas creencias, temerosos de perder sus fuentes de trabajo.
A todo esos enemigos enfrentó la obra orionita con firmeza y a todos los derrotó con la mejor arma que supo esgrimir: la Fe.

“Vivo o muerto regresaré a la Argentina”
En 1934 el padre Orione regresó a la Argentina. Participó del célebre XXXII Congreso Eucarístico Internacional de ese año, supervisó los avances de la congregación y alentó su acción hacia nuevas latitudes.
Don Orione abandonó la Argentina definitivamente el 24 de agosto de 1937.

Falleció el 12 de Marzo de 1940 en San Remo, Italia. “Jesús, Jesús, Jesús, ya voy”, fueron las palabras con las que abandonó este mundo.

Aquel hombre pequeño y humilde que llevó a cabo una obra de coloso, amó a los humildes, amó a carenciados y minusválidos; amó a la Iglesia y amó a la Argentina. “Vivo o muerto regresaré a la Argentina” exclamó antes de su partida definitiva en 1937. Y su predicción se cumplió. Hoy su corazón descansa en el cotolengo de Claypole, por el fundado en 1935 y desde allí sigue irradiando amor, hacia toda la Nación y el continente entero.

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