viernes, 27 de marzo de 2009

Desobediencia aparente, obediencia real - Monseñor Lefebvre


Querido Padre:


Hoy tenéis la alegría de celebrar la Santa Misa en medio de los vuestros, rodeado de vuestra familia, de vuestros amigos, y con gran satisfacción nos hallamos hoy cerca vuestro para deciros también toda nuestra alegría y todos nuestros augurios para vuestro apostolado futuro, por el bien que haréis a las almas.

Rezamos en este día especialmente a San Pío X, nuestro santo Patrono, cuya fiesta celebramos hoy y que estuvo presente en todos vuestros estudios y en toda vuestra formación. Le pediremos que os dé un corazón de apóstol, un corazón de santo sacerdote como el suyo. Y puesto que estamos aquí, muy cerca de la ciudad de San Hilario y de Santa Radegunda y del gran Cardenal Pie, ¡pues bien!, pediremos a todos estos protectores de la ciudad de Poitiers que vengan en vuestro auxilio para que sigáis su ejemplo, y para que conservéis, como ellos lo hicieron en tiempos difíciles, la Fe católica. Habríais podido ambicionar una vida feliz, quizás fácil y cómoda en el mundo, puesto que habíais preparado ya estudios de medicina. Habríais podido, por consiguiente, desear otro camino que el que habéis escogido. Pero no, habéis tenido la valentía, incluso en nuestra época, de venir a pedir la formación sacerdotal en Ecône. Y, ¿por qué en Ecône? Porque allí habéis encontrado la Tradición, porque allí habéis encontrado lo que correspondía a vuestra Fe. Esto fue para vos un acto de valentía que os honra.

Y es por eso que quisiera responder, con algunas palabras, a las acusaciones que se han hecho estos últimos días en los diarios locales a raíz de la publicación de la carta de Monseñor Rozier, Obispo de Poitiers. ¡Oh, no para polemizar! Tengo buen cuidado de evitarlo, no tengo por costumbre contestar a esas cartas y prefiero guardar silencio. Sin embargo, me parece que está bien el que os justifique porque en esa carta estáis implicado igual que yo. ¿Por qué ocurre esto? No a causa de nuestras personas, sino por la elección que hemos hecho. Somos incriminados porque hemos elegido la supuesta vía de la desobediencia. Pero se trataría de que nos entendamos precisamente sobre lo que es la vía de la desobediencia. Pienso que podemos en verdad decir que si hemos elegido la vía de la desobediencia aparente, hemos elegido la vía de la obediencia real.

Entonces pienso que aquéllos que nos acusan han elegido quizás la vía de la obediencia aparente pero de la desobediencia real. Porque los que siguen la nueva vía, los que siguen las novedades, los que se adhieren a unos principios nuevos, contrarios a los que nos fueran enseñados en nuestro catecismo, contrarios a los que nos fueran enseñados por la Tradición, por todos los Papas y por todos los Concilios, esos tales han elegido la vía de la desobediencia real.

Porque no se puede decir que se obedece hoy a la autoridad desobedeciendo a toda la Tradición. La señal de nuestra obediencia es precisamente seguir la Tradición, ésa es la señal de nuestra obediencia: “Iesus Christus heri, hodie et in sæcula”. Jesucristo ayer, hoy y por todos los siglos.

No se puede separar a Nuestro Señor Jesucristo. No se puede decir que se obedece al Jesucristo de hoy y que no se obedece al Jesucristo de ayer, porque entonces no se obedece al Jesucristo de mañana. Esto es muy importante. Por ello no podemos decir: nosotros desobedecemos al Papa de hoy y por ello mismo desobedecemos también a los de ayer. Nosotros obedecemos a los de ayer: por consiguiente, obedecemos al de hoy y por consiguiente obedecemos a los de mañana. Porque no es posible que los Papas no enseñen la misma cosa, no es posible que los Papas se desdigan, que los Papas se contradigan.

Y es por ello que estamos persuadidos de que, siendo fieles a todos los Papas de ayer, a todos los Concilios de ayer, somos fieles al Papa de hoy, al Concilio de hoy y al Concilio de mañana y al Papa de mañana. Una vez más: “Iesús Christus heri, hodie et in sæcula”, Jesucristo ayer, hoy y por todos los siglos.

Y si hoy, por un misterio de la Providencia, un misterio que para nosotros es insondable, incomprensible, estamos en una aparente desobediencia, realmente no estamos en la desobediencia, estamos en la obediencia.

¿Por qué estamos en la obediencia? Porque creemos en nuestro Catecismo, porque tenemos siempre el mismo Credo, el mismo Decálogo, la misma Misa, los mismos Sacramentos, la misma oración: el Padrenuestro de ayer, de hoy y de mañana. He ahí por qué estamos en la obediencia y no en la desobediencia.

Por el contrario, si estudiamos lo que se enseña hoy en la nueva religión, advertimos que ellos ya no tienen la misma Fe, el mismo Credo, el mismo Decálogo, la misma Misa, los mismos Sacramentos, ya no tienen el mismo Padrenuestro. Basta abrir los catecismos de hoy para darse cuenta de ello, basta leer los discursos que se pronuncian en nuestra época para darnos cuenta de que aquellos que nos acusan de estar en la desobediencia son ellos quienes no siguen a los Papas, son ellos quienes no siguen a los Concilios, son ellos quienes están en la desobediencia. Porque no se tiene el derecho a cambiar nuestro Credo, a decir que hoy los Ángeles no existen, a cambiar la noción del pecado original, a afirmar que la Virgen ya no es más la siempre virgen, y así con lo demás.

No hay derecho a reemplazar el Decálogo por los Derechos del hombre; ahora bien, hoy ya no se habla sino de los Derechos del hombre y no se le habla de sus deberes que constituyen el Decálogo. ¡Aún no hemos visto que en nuestros catecismos debamos reemplazar el Decálogo por los Derechos del hombre! Y esto es muy grave. Se ataca a los Mandamientos de Dios, ya no se defiende a todas las leyes que conciernen a la familia y así con lo demás.

La Santísima Misa, por ejemplo, que es el resumen de nuestra Fe, que es precisamente nuestro catecismo viviente, la Santísima Misa está desnaturalizada, se ha vuelto equívoca, ambigua. Los protestantes pueden decirla, los católicos pueden decirla.

A este propósito, nunca he dicho y nunca he seguido a quienes han dicho que todas las misas nuevas son misas inválidas. No he dicho nunca cosa semejante, pero creo que, en efecto, es muy peligroso habituarse a seguir la misa nueva porque ya no representa nuestro catecismo de siempre, porque hay nociones que se han vuelto protestantes y que han sido introducidas en la nueva misa.

Todos los Sacramentos han sido, en cierta manera, desnaturalizados, se han vuelto como una iniciación a una colectividad religiosa. Los Sacramentos no son eso. Los Sacramentos nos dan la gracia y hacen desaparecer en nosotros nuestros pecados y nos dan la vida divina, la vida sobrenatural. No estamos sólo en una colectividad religiosa puramente natural, puramente humana.

Es por ello que estamos adheridos a la Santa Misa. Y estamos adheridos a la Santa Misa porque es el catecismo viviente. No es únicamente un catecismo que está escrito e impreso sobre páginas que pueden desaparecer, sobre páginas que no dan la vida en realidad. Nuestra Misa es el catecismo viviente, es nuestro Credo viviente. El Credo no es otra cosa que la historia, yo diría, el canto en cierta manera de la redención de nuestras almas por Nuestro Señor Jesucristo. Cantamos las alabanzas de Dios, las alabanzas de Nuestro Señor, nuestro Redentor, nuestro Salvador que se hizo Hombre para derramar su sangre por nosotros y así dio nacimiento a su Iglesia, al Sacerdocio, para que la Redención continúe, para que nuestras almas sean lavadas en la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo por el Bautismo, por todos los Sacramentos, y para que así tengamos participación de la naturaleza de Nuestro Señor Jesucristo mismo, de su naturaleza divina por medio de su naturaleza humana y para que seamos admitidos en la familia de la Santísima Trinidad por toda la eternidad.

He ahí nuestra vida cristiana, he ahí nuestro Credo. Si la Misa ya no es más la continuación de la Cruz de Nuestro Señor, del signo de su Redención, no es más la realidad de su Redención, no es más nuestro Credo. Si la Misa no es más que una comida, una eucaristía, un reparto, si uno puede sentarse alrededor de una mesa y pronunciar simplemente las palabras de la Consagración en medio de la comida, esto ya no es más nuestro Sacrificio de la Misa. Y si ya no es más el Santo Sacrificio de la Misa, lo que se realiza ya no así la Redención de Nuestro Señor Jesucristo.

Necesitamos la Redención de Nuestro Señor, necesitamos la Sangre de Nuestro Señor. No podemos vivir sin la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Él vino a la tierra para darnos su Sangre, para comunicarnos Su Vida. Hemos sido creados para eso, y nuestra Santa Misa nos da la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Su Sacrificio continúa realmente, Nuestro Señor está realmente presente con su Cuerpo, con su Sangre, con su Alma y con su Divinidad.

Para esto Él creó el Sacerdocio y para esto hay nuevos sacerdotes. Y es por ello que queremos hacer sacerdotes que continuarán la Redención de Nuestro Señor Jesucristo. Toda la grandeza, la sublimidad del Sacerdocio, la belleza del sacerdote es celebrar la Santa Misa, pronunciar las palabras de la Consagración, hacer descender á Nuestro Señor Jesucristo sobre el altar, continuar Su Sacrificio de la Cruz, derramar Su Sangre sobre las almas por el Bautismo, por la Eucaristía, por el Sacramento de la Penitencia. ¡Oh! la hermosura, la grandeza del sacerdocio, ¡una grandeza de la cual no somos dignos! de la cual ningún hombre es digno. Nuestro Señor Jesucristo ha querido hacer esto. ¡Qué grandeza! ¡Qué sublimidad!

Y esto es lo que han comprendido nuestros jóvenes sacerdotes. Estad seguros de que ellos lo han comprendido. Han amado la Santa Misa durante todo su seminario. Han penetrado su misterio. No penetrarán nunca su misterio de una manera perfecta incluso si Dios nos concediera una larga vida aquí abajo. Pero aman su Misa y pienso que han comprendido y que comprenderán siempre mejor que la Misa es el sol de su vida, la razón de ser de su vida sacerdotal para dar Nuestro Señor Jesucristo a las almas y no simplemente para partir un pan de la amistad en el cual ya no se encuentra Nuestro Señor Jesucristo. Y por consiguiente la gracia ya no existe en unas Misas que serían puramente una Eucaristía, puramente significación y símbolo de una especie de caridad humana entre nosotros.

He ahí por qué estamos aferrados a la Santa Misa. Y la Santa Misa es la expresión del Decálogo. ¿Qué es el Decálogo sino el amor de Dios y el amor del prójimo? ¿Qué realiza mejor el amor de Dios y el amor del prójimo sino el Santo Sacrificio de la Misa? Dios recibe toda gloria por Nuestro Señor Jesucristo y por su Sacrificio. No puede haber acto de caridad más grande hacia los hombres que el Sacrificio de Nuestro Señor. Él mismo, Nuestro Señor Jesucristo, lo dice: ¿hay un acto más grande de caridad que dar su vida por aquéllos a quienes se ama?

Por consiguiente, se realiza en el Sacrificio de la Misa el Decálogo: el acto más grande de amor que Dios pueda tener de parte de un hombre y el acto más grande de amor que podamos tener de parte de Dios para con nosotros. He ahí lo que es el Decálogo: es nuestro catecismo viviente. El Santo Sacrificio de la Misa está allí continuando el Sacrificio de la Cruz. Los Sacramentos no son sino la irradiación del Sacramento de la Eucaristía. Todos los Sacramentos, son, en cierta manera, como satélites del Sacramento de la Eucaristía. Desde el Bautismo hasta la Extremaunción, pasando por todos los demás sacramentos, no son sino la irradiación de la Eucaristía, porque toda gracia viene de Jesucristo, que está presente en la Sagrada Eucaristía.

Ahora bien, el sacramento y el sacrificio están íntimamente unidos en la Misa. No se puede separar el sacrificio del sacramento. El Catecismo del Concilio de Trento explica esto magníficamente. Hay dos grandes realidades en el Sacrificio de la Misa: el sacrificio y el sacramento, el sacramento dependiente del sacrificio, fruto del sacrificio.

Esto es toda nuestra santa religión y por ello estamos aferrados a la Santa Misa. Comprenderéis ahora mejor quizás de lo que lo comprendisteis hasta hoy por qué defendemos esta Misa, la realidad del Sacrificio de la Misa. Ella es la vida de la Iglesia y la razón de ser de la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo. Y la razón de ser de nuestra existencia es unirnos a Nuestro Señor Jesucristo en el Sacrificio de la Misa. Entonces, si se quiere desnaturalizar nuestra Misa, arrancarnos en cierto modo nuestro Sacrificio de la Misa, ¡comenzamos a gritar! Estamos siendo desgarrados y no queremos que se nos separe del Santo Sacrificio de la Misa.

He aquí por qué mantenemos firmemente nuestro Sacrificio de la Misa. Y estamos persuadidos de que nuestro Santo Padre el Papa no lo ha prohibido y no podrá nunca prohibir que se celebre el Santo Sacrificio de la Misa de siempre. Por otra parte, el Papa San Pío V dijo de manera solemne y definitiva, que suceda lo que sucediere en el futuro nunca se podría impedir a un sacerdote la celebración de este Sacrificio de la Misa y que todas las excomuniones, todas las suspensiones, todas las penas que podrían sobrevenir a un sacerdote por el hecho de celebrar este Santo Sacrificio serían nulas de pleno derecho. Para el porvenir: “in futuro, in perpetuum”.

Por consiguiente, tenemos la conciencia tranquila, pase lo que pase. Si podemos estar con la apariencia de la desobediencia, estamos en la realidad de la obediencia. He aquí nuestra situación. Y conviene que la digamos, que la expliquemos, porque somos nosotros los que continuamos la Iglesia. Los que desnaturalizan el Sacrificio de la Misa, los Sacramentos, nuestras oraciones, los que ponen los Derechos del hombre en lugar del Decálogo, que transforman nuestro Credo, son ellos quienes están en realidad en la desobediencia. Ahora bien, esto es lo que se hace por los nuevos catecismos de hoy. Es por eso que sentimos una pena profunda de no estar en perfecta comunión con los autores de estas reformas... ¡y lo lamentamos infinitamente! Quisiera ir de inmediato a ver a Monseñor Rozier para decirle que estoy en perfecta comunión con él. Pero me es imposible, si Monseñor Rozier condena esta Misa que celebramos, poder estar en comunión con él, pues esta Misa es la de la Iglesia. Y los que rechazan esta Misa ya no están en comunión con la Iglesia de siempre.

Es inconcebible que Obispos y sacerdotes que fueron ordenados para esta Misa y con esta Misa, que la han celebrado durante quizás veinte, treinta años de su vida sacerdotal, la persigan ahora con un odio implacable, nos echen de las iglesias, nos obliguen a decir Misas acá, al aire libre, cuando están hechas para ser celebradas, precisamente, en esas iglesias construidas para decir esas Misas. Y, ¿no es verdad que Monseñor Rozier mismo dijo a uno de vosotros que si fuéramos herejes y cismáticos nos daría iglesias para celebrar nuestras Misas? Es una cosa inverosímil. Y por consiguiente, si ya no estuviéramos en comunión con la Iglesia y fuéramos herejes o cismáticos, Monseñor Rozier nos daría iglesias. Así pues, es evidente que estamos todavía en comunión con la Iglesia.

He ahí una contradicción en su actitud que los condena. Saben perfectamente que estamos en la verdad, porque no se puede estar fuera de la verdad cuando se continúa lo que se hizo durante dos mil años, porque se cree únicamente en lo que se creyó durante dos mil años. Esto no es posible.

Una vez más, debernos repetir esta frase, y repetirla siempre:“Iesus Christus heri, hodie et in sæcula”. Si estoy con el Jesucristo de ayer, estoy con el Jesucristo de hoy y estoy con el Jesucristo de mañana. No puedo estar con el Jesucristo de ayer sin estar con Aquél de mañana. Y porque nuestra Fe es la del pasado lo es también la del futuro. Si no estamos con la Fe del pasado, no estamos con la Fe del presente, no estamos con la Fe del porvenir. He ahí lo que es necesario creer siempre, he ahí lo que es necesario mantener a toda costa y sin lo cual no podemos salvarnos.

Pidámoslo hoy de manera particular para estos queridos sacerdotes, para este querido Padre, a los Santos protectores del Poitou: en especial, a San Hilario, a Santa Radegunda que tanto amó la Cruz que fue ella quien trajo aquí, a esta tierra de Francia, la primera reliquia de la verdadera Cruz; ella amaba la Cruz y tenía una gran devoción por el Sacrificio de la Misa, y, finalmente, al Cardenal Pie, que fue un admirable defensor de la Fe católica durante el siglo pasado. Pidamos a estos protectores del Poitou que nos concedan la gracia de combatir sin odio, sin rencor.

No seamos nunca de aquéllos que buscan polemizar, desunir y dañar al prójimo. Amémoslos de todo corazón, pero mantengamos nuestra Fe. Mantengamos a toda costa la Fe en la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.

Pidámoslo a la Santísima Virgen María. Ella no puede no haber tenido la fe perfecta en la Divinidad de su Divino Hijo. Ella lo amó con todo su corazón, Ella estuvo presente en el Santo Sacrificio de la Cruz. Pidámosle la Fe que Ella tenía. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.


+ Monseñor Marcel Lefebvre

2 de septiembre de 1977
- Homilía en Poitiers -

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