lunes, 7 de junio de 2010

Virtudes heroicas de San Antonio María Gianelli


“El Beato Gianelli” del Canónigo Luis Sanguinetti (pág 366 y ssg.)

1. FE.

Si pasamos a considerar en particular una por una las virtudes de Gianelli, veremos ante todo que su vida entera estuvo informada de la fe, de acuerdo con lo que se dice en la Escritura: El justo vive de su fe (Gál. 3,11). Monseñor Regio lo llama “varón de vivísima fe, impulsado por la caridad a hacer siempre lo mejor”. Otro afirma que su fe era tan arraigada que estaba siempre dispuesto a sacrificar la vida en su confirmación.

La fe se traslucía en todos sus actos, brillando en la exactitud con que cumplió todos sus deberes de párroco y de obispo, en el fervor con que celebrara el santo oficio y en el recogimiento con que rezaba ordinariamente de rodillas el oficio divino, no dejándolo nunca ni aun durante las misiones, no obstante tener la dispensa de él tanto para sí como para sus compañeros, de modo que, cuando durante el día no hubiese podido rezarlo no hacía durante la noche.

Su fe ardiente y sentida era la que le hacía hablar en sus sermones con aquella sencillez y sagrada unción que tanta eficacia tenían sobre las almas…

De esa fe viva procedía la gran veneración que profesaba ala santa Iglesia y al Sumo Pontífice, como se echa de ver en todos sus escritos, que llevan el sello de la más perfecta ortodoxia romana. Sus cartas demuestran asimismo el celo con que tutelaba los derechos de la Iglesia y la integridad de la doctrina católica. Si tenían tan gran aprecio de las doctrinas morales de San Alfonso no fue solamente porque las encontraba más razonables y provechosas para las lamas, sino también y sobre todo porque tenían la explícita y solemne aprobación de la Iglesia, maestra y depositaria de la verdad. Por eso inculcaba sui enseñanza en el seminario, las recomendaba a sus sacerdotes como justa norma en las cuestiones de moral y no quería que fuesen discutidas.

Algunas circunstancias de su vida proclaman bien alto cuán viva era su fe.

En el año 1835, cuando el cólera amenazaba de cerca invadir a Chiavari, su fe en la asistencia divina le dio tanta serenidad de espíritu y tanta confianza, que se impuso a toda la población aterrada, llamándola a hacer penitencia, con la cual se vio la enorme influencia que ejerce sobre las almas de los fieles un cura lleno de fe…

Merced a su fe “parecía, dice Barabino, que no hacínale impresión las cosas más contrarias y arduas a la naturaleza, pues conservaba la mayor ecuanimidad en todas las circunstancias, no mostrándose nunca desalentado, ni turbado, sino alegre y lleno de ánimo particularmente en las dificultades.

“Sufrió grandes y graves contradicciones, fue calumniado, acusado, vilipendiado, amenazado, fue probado con varias enfermedades y la pérdida de las personas más queridas, estuvo muchas veces expuesto a grandes peligros, vio a menudo fracasados y desvanecidos los más bellos proyectos formados para mayor gloria de Dios y para la santificación de su grey, y con todo en lugar de desmayar y dejarse dominar de la tristeza o del mal humor, alentaba a los que estaban con él y que lo sentían por él, de modo que parecía que el mal no le tocara o que se le convirtiera en motivo de contento. Cuentan los sacerdotes que vivieron en su compañía, que cuando alguno de ellos se sentía afligido, bastábale manifestarle su tribulación o ponerse en su presencia o que él lo mirara, para sentirse luego tranquilo y contento”

… De esa fe profunda procedía su ardiente deseo de estar siempre unido a Dios, de vivir siempre en su presencia y de hacer con mucha exactitud todo lo que pudiese acercarlo más a Dios. Esta era la meta de todas sus aspiraciones… Para mantenerse en constante unión con Dios, estaba muy alerta contra lo que pudiera disiparlo…

Todos los años, dejando las ordinarias ocupaciones se retiraba a hacer ejercicios espirituales por ocho o diez días.

En los últimos tiempos practicaba también el retiro mensual con el que deseaba prepararse para la muerte, del que sacaba mucho consuelo en sus enfermedades y más fervor en el cumplimiento de sus deberes.
2. ESPERANZA

Juntamente con esa fe una firme esperanza guiaba a Gianelli en todas sus acciones. Hablaba a menudo de esta virtud en sus conversaciones y sermones, fundando sus argumentos sobre todo en la misericordia de Dios…

Sus aspiraciones se dirigían al paraíso que es el objeto principal de la esperanza… Muy particularmente en la fundación de sus Institutos demostró su gran confianza en Dios, por lo cual lo llamaban el hombre de la Providencia y recomendó siempre a las Hijas de María y a los Oblatos el amor a la pobreza porque Dios acude con mayor gusto en socorro de las almas, que confían y esperan en Él más que en cualquier humano recurso.

Ni las mayores dificultades podían entibiar su esperanza o detenerlo del cumplimiento de sus deberes…

Con sus exhortaciones y ejemplo trataba de infundir en los demás el fervor de la esperanza.

3. CARIDAD

De la firmeza de su fe y de la solidez de su esperanza podemos fácilmente conjeturar cuan ardiente había sido su caridad.

Esta virtud que es la mayor de todas las virtudes, al decir de san Pablo, fue en Gianelli el alimento de su santidad y el secreto de su heroísmo en el cumplimiento de sus deberes. ¿Cómo sin una ardentísima caridad podríamos explicar su constancia en el ejercicio de todas las virtudes, su fervor en el sagrado ministerio sobre todo en la celebración de la santa misa y en la predicación? ¿Cómo podríamos comprender sin un grande amor a Dios su recogimiento en la oración y en la meditación, la serenidad con que soportaba los dolores y las contradicciones, y el celo con que buscaba la gloria de Dios, defendía los derechos de la Iglesia y trabajaba por el bien de las almas?

… El sacerdote José Daneri que vivió con Gianelli varios años, escribió en 1850: “Monseñor Gianelli que tenía solamente a Dios en su corazón, el paraíso en el pensamiento, y la tierra bajo sus pies, me enseñaba a vivir desvinculado de las cosas del mundo”.

Su gran amor hacia el prójimo se manifestaba especialmente en la solicitud con que buscaba y adoptaba todos los medios que pudiesen redundar en bien espiritual y temporal de sus diocesanos.

No perdía ocasión alguna de infundir en los demás la caridad que ardía en su corazón.

Su generosidad para con los pobres era tan grande que en varias ocasiones llegó a privarse de lo necesario para proveer a las necesidades urgentes de familias enteras… Visitaba a los encarcelados, confortándolos con palabras llenas de cariño y tratando con amor aun a los más forajidos, visitaba a los enfermos entrando en los más miserables tugurios, sentándose junto a las camas más sucias y a los enfermos más repugnantes… siempre para consolarlos.

Su caridad no conocía límites en los sacrificios que se imponía para el bien del prójimo.



4. AMOR A MARÍA

Junto a ese amor ardiente a Dios y a Nuestro Señor Jesucristo no podía faltar en Gianelli una tierna y filial devoción hacia la Virgen Santísima, en su advocación de Nuestra Señora del Huerto.

Su amor a la Virgen se manifestaba muy particularmente en sus sermones…“Era cosa realmente conmovedora oírlo hablar a la Virgen. Fue uno de los primeros propagandistas del mes de María y cuando en privado hablaba con alguno de la Madre del cielo, lloraba de ternura”.

Procuraba promover su culto en toda forma y exhortaba a sus penitentes que la invocaran con fervientes jaculatorias, recordando especialmente el privilegio de su Inmaculada Concepción cuya definición dogmática deseaba ver cumplida canto antes.

Manifestó su amor a la Reina del cielo, en los santuarios más célebres levantados por la cristiandad en honor de María…

En una pastoral que dirigió a sus diocesanos sobre la devoción a María, dice: “Sed tan devotos de María que no se aparte nunca su amor de vuestro corazón. No se aparte nunca de vuestros labios porque quisiera que sólo los abrieseis para alabarla o para invocarla; nunca se aparte de vuestro corazón porque quisiera que después de Dios la amaseis todo lo que puede ser amada la más amable de las criaturas; quisiera que le consagrarais vuestro corazón y todo vuestro ser, que a ella encomendaras vuestra casa, vuestra familia, vuestra hacienda y todo lo que tuvieseis de más precioso y querido… Es menester que todos los días se propongan imitar a su querida Madre María en una virtud particular, como ser, en la humildad, en la modestia, en la mansedumbre, en la paciencia, etc.

5. PRUDENCIA

Las virtudes teologales de las que estaba adornado san Antonio María Gianelli, iban acompañadas por las virtudes morales resaltando entre éstas las que son como el quicio y fundamento de la vida moral.

Gianelli poseía en sumo grado la virtud de la prudencia, procediendo siempre en el servicio de Dios y del prójimo de la manera que enseña nuestra santa religión.

Prudentísimo fue en el aprovechamiento del tiempo no perdiendo, ni un solo minuto y en las manifestaciones de su celo pastoral no permitiendo nunca que se extralimitase… En las adversidades y en las calumnias de que fue blanco, no se dejó abatir por el desaliento ni dominar por la indignación, sino que conservó la serenidad de espíritu con la que llegó tranquilamente a un completo triunfo.

Procuraba que también sus sacerdotes y sus párrocos procedieran con prudencia en sus relaciones con el pueblo…

Procedía con mucha cautela en la admisión de los seminaristas a las sagradas órdenes, pues quería estar seguro de su vocación, y si llegaba a convencerse de que a alguno lo llevaban a ese estado motivos humanos, era inexorable y lo despedía del seminario… Mucha prudencia demostró también en la dirección de los Misioneros, de los Oblatos y de las Hijas de María, las que requerían mayor asistencia de su parte…

6. JUSTICIA

Era un ardiente defensor del derecho de todos, fuese inferior, sirviente, sacerdote o persona distinguida. Jamás habría permitido que nadie abusara de su nombre o de su autoridad para cometer una injusticia.

No toleraba que los derechos de la Iglesia y la buena fama de sus ministros sufrieran el menor desmedro ante la opinión pública, vigilaba severamente para que los bienes de la Iglesia y las rentas del obispado fuesen administradas con toda escrupulosidad, dando así a los pobres no solamente lo superfluo, sino también lo que era necesario, conciliando bellamente las exigencias de la justicia con los deseos grandes de su caridad.

Dio brillantes pruebas de su prudencia y amor ala justicia durante su archiprestazgo en Chiavari…

7. FORTALEZA

La fortaleza fue la virtud característica de Gianelli… Ni los obstáculos, ni las súplicas, ni las amenazas pudieron nunca apartarlo del cumplimiento del deber. Donde se hizo más visible esa fortaleza fue en la serenidad que conservó cuando lo calumniaron, dominando su natural reacción en esos casos y perdonando la ofensa que le había inferido.

Cuando fue elevado a la sede de Bobbio, un testigo dijo: “era de tal temple que resistiría aun puesto a la boca de un cañón”… la firmeza de su voluntad, su constancia y su incansable actividad resaltaron tanto, que pronto se le dio el nombre de Santo de hierro… esta energía de voluntad, corroborada aun por la gracia divina, lo sostenía en los trabajos del ministerio, haciéndolo insensible a toda fatiga… “un Obispo debe morir trabajando”, repetía.

Su firmeza en el cumplimiento del deber y en la defensa de la justicia era tal que mucho se habría equivocado el que hubiese pretendido doblegarlo con la prepotencia y amenazas.

Era celoso de la gloria de Dios y de los derechos de la Iglesia, haciéndolos respetar por la autoridad civil, de la que sabía aprovechar y a la que resistía de acuerdo con los principios de la justicia.

8. TEMPLANZA

Su templanza se manifestaba en la sencillez de su tenor de vida… Resaltaba también su templanza en el dormir. Dormía muy poco, consagrando la mayor parte de la noche al trabajo y a la oración.

Además de su templanza en el comer y en el dormir, era muy mortificado tanto interna como externamente, sometiendo su cuerpo ceñido siempre de áspero cilicio, a ruda penitencia.

Observaba muy estrictamente los ayunos y abstinencias prescriptas, ayunando además todos los viernes del año, ayunaba también todos los miércoles y sábados en honor de la Virgen.

También se observó que muchas veces, mientras su salud se lo permitió, dormía sobre un jergón de paja tirado sobre el suelo.

Cuando se celebraron en Bobbio las solemnidades en honor de San Columbano, Monseñor Gianelli cedió su alcoba del palacio a eclesiásticos forasteros, retirándose él a una celda del seminario, mas el que tuvo que dormir en su cama la encontró tan dura que no pudo conciliar en sueño en toda la noche.

No es pues, exagerado afirmar que además de prodigar sus fuerzas y su salud en el excesivo trabajo, abreviaba su vida con la aspereza de las penitencias y mortificaciones. ¿Quién podría hacerle cargo de ello cuando le devoraba un ardiente deseo de ir al cielo que le hacía exclamar con San Pablo:”… siento gran deseo de partir y estar con Cristo” (Fil. 1,23)

9. HUMILDAD

En Gianelli brillaban todas las demás virtudes morales, especialmente la humildad que es fundamento de toda perfección.

Su modestia notable durante toda su vida, se hizo aun más visible siendo obispo. No buscaba en nada en su honor o su provecho, sino la gloria de Dios y el bien de las almas, he ahí el objeto de sus aspiraciones y de los deseos más ardientes de su corazón…

No ocultaba su humilde origen, sino que por el contrario muchas veces dijo en público que era hijo de pobres campesinos… Pronunciando el sermón en la profesión de su hermana que fue conversa terciaria de San Agustín de Génova, le dijo: “Acuérdate, hermana que somos de familia muy humilde y que descendemos de destripaterrones. Y ten muy presente que si no fuese por la misericordia de Dios y la bondad de algunos bienhechores, ni estaría yo aquí como sacerdote, ni tú te encontrarías en medio de estas Hermanas”.

Otra prueba de su humildad era la ninguna estima que tenía de sí y de sus obras.

A veces se confesaba con sacerdotes jóvenes y les pedía consejo aun en cosas de importancia, dice un sacerdote:” Gianelli se reconcilió muchas veces conmigo, no obstante ser yo un sacerdote joven, y recuerdo que me edificó mucho su gran delicadeza de conciencia y su gran humildad, afirmándose más en mí la convicción de que era un santo”.

En las misiones se manifestaba esa humildad en el trato sencillo y familiar que tenía con los misioneros, a pesar de ser obispo, en la elección del aposento menos cómodo y aun más en las procesiones de penitencia en las que iba descalzo a riesgo de ser lastimado por las piedras y las espinas.

Pedía a menudo consejo para el mejor gobierno de la diócesis a los obispos vecinos y sobre todo al metropolitano.

Su humildad sincera y profunda lo disponía a una obediencia ilimitada a sus superiores, de la que dio prueba aceptando aun los cargos para los que no creía tener aptitudes. Veía en los superiores a los representantes de la autoridad divina y por eso reconformaba dócilmente con su voluntad. Así cuando fue elegido obispo, después de haber intentado todos los medios para evitar esa carga, se sometió exclamando: “Yo que he enseñado siempre a los demás a obedecer, debo obedecer”.

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