miércoles, 9 de junio de 2010

Himno XI De la Natividad - San Efrén de Nisibe


A tu madre, Señor nuestro, nadie sabe
cómo llamarla; que si uno la llama virgen,
ahí está su hijo; y si casada,
ningún hombre ha conocido.
Si hasta tu madre es inabarcable,
¿quién podrá abarcarte a Ti?
Madre tuya, en efecto, lo es sólo ella,
pero es hermana tuya, junto con todos.
Ella es tu madre, y tu hermana.
También es tu esposa, igual que las mujeres castas.
Con toda clase de adornos las has embellecido,
¡Tú, Belleza de tu madre!
Ella estaba desposada según la naturaleza,
antes de que vinieses. Y quedó encinta,
al margen de la naturaleza,
cuando viniste, ¡oh, Santo!
Y era virgen
cuando te daba santamente a luz.
Contigo adquirió María
toas las propiedades de las mujeres casadas:
el niño en su seno, sin unión carnal;
la leche en sus pechos, de una manera insólita.
A la tierra sedienta la hiciste de pronto
una fuente de leche.
Si ella pudo llevarte,
es que tu montaña inmensa aligeró su peso;
si pudo darte de comer, es porque Tú quisiste tener hambre;
si pudo darte de beber, es porque Tú quisiste tener sed;
si pudo abrazarte, es porque el fuego, misericordioso,
protegió su regazo.
¡Tu madre es un prodigio! Entró el Señor a ella,
y se volvió siervo; entró el Hablante,
y se quedó mudo en ella;
entró el Trueno, y acalló su voz;
entró el Pastor de todos,
y se volvió en ella cordero, que salía balando.
El seno de tu madre ha trastocado los órdenes.
El que dispone todas las cosas entró siendo rico,
y salió pobre; entró a ella ensalzado,
y salió humilde;
entró a ella resplandeciente,
y se vistió para salir
de pálidos colores.
Entró el héroe, y se revistió de temor
en el interior del seno; entró el que a todos provee,
y adquirió hambre; el que a todos da de beber,
y adquirió sed;
desnudo, despojado,
salía de ella el que a todos viste.

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