jueves, 13 de octubre de 2011

Evangelio del día 13 de octubre de 2011


Evangelio según San Lucas 11,47-54. Jueves de la XXVIII Semana del Tiempo Ordinario


¡ Ay de ustedes, que construyen los sepulcros de los profetas, a quienes sus mismos padres han matado!
Así se convierten en testigos y aprueban los actos de sus padres: ellos los mataron y ustedes les construyen sepulcros.
Por eso la Sabiduría de Dios ha dicho: Yo les enviaré profetas y apóstoles: matarán y perseguirán a muchos de ellos.
Así se pedirá cuanta a esta generación de la sangre de todos los profetas, que ha sido derramada desde la creación del mundo:
desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que fue asesinado entre el altar y el santuario. Sí, les aseguro que a esta generación se le pedirá cuenta de todo esto.
¡Ay de ustedes, doctores de la Ley, porque se han apoderado de la llave de la ciencia! No han entrado ustedes, y a los que quieren entrar, se lo impiden".
Cuando Jesús salió de allí, los escribas y los fariseos comenzaron a acosarlo, exigiéndole respuesta sobre muchas cosas y tendiéndole trampas para sorprenderlo en alguna afirmación.



Comentario:


«Los escribas y fariseos se confabularon contra Jesús» - Baudoin de Ford



Los que han derramado la sangre de Cristo no lo han hecho con el fin de borrar los pecados del mundo... Pero, inconscientemente, han sido servidores del plan de salvación. La salvación del mundo que se seguiría, no era debida a su poder, ni a su voluntad, ni a su intención, ni a su acto, sino únicamente al poder, a la voluntad, a la intención y al acto de Dios. En efecto, en esta efusión de sangre, no era sólo el odio de sus perseguidores quien actuaba, sino también el amor del Salvador. El odio ha hecho su propia obra de odio, el amor ha hecho su obra de amor. No es el odio sino el amor el que realiza la salvación.
Derramando la sangre de Cristo, el odio se derramó él mismo, «para que se revelaran los pensamientos de muchos corazones» (Lc 2,35). También el amor, derramando la sangre de Cristo, se derramó él mismo para que el hombre sepa cuánto Dios le ama: «hasta el punto de no ahorrar a su propio Hijo» (Rm 8,32). «Porque tanto amó Dios al mundo que le ha entregado su Hijo único» (Jn 3,16)
Este Hijo único ha sido ofrecido, no porque la voluntad de sus enemigos haya prevalecido, sino porque él mismo lo ha querido. «Ha amado a los suyos, y los ha amado hasta el fin» (Jn 13,1). El fin es la muerte aceptada en bien de los que ama : éste es el fin de toda perfección, el fin del amor perfecto. «Porque no hay amor más grande que el que da la vida por los que ama» (Jn 15,13).


Baudoin de Ford (hacia 1190) abad cisterciense. El Sacramento del altar, II, 1

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