miércoles, 2 de septiembre de 2009

Los siete Dolores de María Santísima


Con el inicio del mes de septiembre, entramos en un mes dedicado de forma muy especial a la devoción a la Virgen María. Cuatro fiestas a Nuestra Madre engalanan este mes: el día 8 la de su nacimiento, el 12 su Santo Nombre, el 15 Nuestra Señora de Los Dolores y el 24 la Virgen de La Merced.

Pero de entre estas cuatro fechas es, sin duda, y desde que la Iglesia la estableciese en 1715, la dedicada a Nuestra Señora de los Dolores, la que más puede marcar, y de forma muy especial, nuestro calendario en cuanto a nuestra devoción a Santa María se refiere, pues es la participación de la Virgen, Mater Dolorosa, en la pasión y muerte de su Hijo, el acontecimiento de mayor trasfondo y más amplio sentir entre los devotos de tan Santa Madre. Ya sobre tal fecha y solemnidad, no está mal recordar las palabras que nos dejara en su día el Santo Padre Pablo VI: “la memoria de la Virgen Dolorosa, es ocasión propicia para revivir un momento decisivo de la historia de la salvación y para venerar junto con el Hijo exaltado en la cruz a la Madre que comparte su dolor”. Vivimos así pues, un momento cumbre en la participación en el plan salvífico de María junto a su Hijo Jesús, el Cristo.

La devoción a los Dolores de María

Fue Santa Brígida (1307-1373) quien dio a conocer los deseos de la Virgen María rogando se consideraran sus dolores, al parecer, de esta manera: “Miro ahora a todos los que viven en el mundo por ver si hay quien se compadezca de mí y medite en mi dolor; mas hallo poquísimos que piensen en mi tribulación y padecimientos. Y así tú, hija, no me olvides, aunque soy olvidada y menospreciada por muchos, mira mi dolor e imítame en lo que pudieres. Considera mis angustias y lágrimas, y duélete de que sean pocos los amigos de Dios”.

Corona de los Siete Dolores de la Virgen María

Primer dolor: La profecía de Simeón. Cuando llena de felicidad María acudió al templo, hubo de oír de boca del santo Simeón aquella sentencia dolorosa… “Y una espada te atravesará el corazón” como anuncio de su participación, también por el dolor, en la misión salvífica junto a su Hijo, Jesús Redentor.

Segundo dolor. La huída a Egipto con Jesús y José. Ya al poco de nacer, y tras la amenaza de Herodes, María, en unión de la Sagrada Familia, se convierten en fugitivos, abandonando todo y todo dejando atrás, para salvar a quien nos habría de traer la verdadera salvación.

Tercer dolor. El Niño perdido y hallado en el templo. Tres días de angustia y desespero. “Hijo mío ¿por qué nos has hecho esto?” (Lucas 2,48) que son las palabras doloridas de la Madre que ya siente perder a un hijo.

Cuarto dolor. El encuentro de María con Jesús, cargado con la Cruz, camino del Calvario. El calvario que comienza en María con el prendimiento, va pesando en cada paso de la Pasión. El encuentro con su Hijo ensangrentado cargado con la Cruz, que es la cruz de nuestras culpas, es el encuentro con el dolor de su propia Pasión; la Pasión que le une a su Hijo en el camino de nuestra salvación.

Quinto dolor. La Crucifixión y Muerte de Jesús. La cruz y los clavos cumplieron su misión. El Hijo yace clavado al madero y la Madre, que rota de dolor busca consuelo en el Cielo, queda clavada a sus pies.

Sexto dolor. María recibe el cuerpo de Jesús al pie de la Cruz. La lanza se clavó en el costado. Ya todo se consumó. El Rey de Reyes descansa en los brazos de la Madre y la Sangre del Hijo se mezcla con las Lágrimas de la Madre del Perdón.

Séptimo dolor. La sepultura de Jesús y la soledad de María. La misma Madre del amor eterno que trajo al que quiso hacerse hombre para entrar en el mundo, deja con el mismo amor el cuerpo del hombre en el sepulcro, y el mundo parece que se quedó vacío.

Y en el común de las escenas, como no podría ser de otra manera, siempre el Amor. Amor de Madre y Amor de Hijo. Y Amor de Hijo tal que, hasta con el último aliento de su vida en sus labios, nos hizo tan valioso regalo al decir a su Madre: “Mujer, he ahí a tu hijo” para luego, no lo olvidemos, hacernos el tan sublime encargo, a todos, a cada uno de nosotros, de cuidar a tan Santa Mujer al requerirnos: “He ahí a tu Madre”.

Tomado de: Totus tuus ego sum

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