viernes, 25 de septiembre de 2009

La cultura del "Boliche" ruina de la juventud - Monseñor Héctor Aguer


Alocución televisiva de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata en el programa “Claves para un mundo mejor”

(Sábado 12 de septiembre de 2009)



“Periódicamente somos conmovidos por noticias atroces acerca de lo que ocurre a la salida de los boliches, y aún adentro, casi todas las semanas”.

“Sin dudas que los casos de peleas que acaban, a veces, en muertes se enmarcan en una situación mayor y más grave: la de la violencia juvenil en general, pero hoy quiero referirme a lo que ocurre en las “disco”.

“Se está intentando, en las últimas semanas, de poner un cierto límite al horario. Se discute acerca de cómo es posible que se pueda conseguir alcohol tan fácilmente, no sólo dentro de un boliche sino en la famosa “previa”. Se advierte también que muchas veces esta “previa” se realiza en las casas de familia. Es decir que, en las propias casas, los chicos se emborrachan antes de pasar una noche muy alegre en el lugar donde bailan”.

“Todo esto implica un fenómeno cultural muy serio que debe preocupar a los educadores y a las familias. Y aquí hay muchas responsabilidades en juego”.

“Cuando se trata, por ejemplo, de limitar el horario de las discotecas se habla de las cinco y media de la mañana como si eso fuera tan tarde o tan temprano (porque ya no sabemos a esa hora qué hay que decir). No se piensa qué significa que un chico o una chica pasen toda la noche en vela y aún, prolonguen el horario del boliche hasta el mediodía el día siguiente. Si el día siguiente es el domingo, no existe prácticamente porque lo pasan durmiendo”.

“Los padres de familia tendrían que ser los primeros interesados en ver qué pasa en el fin de semana de sus hijos. La mesa familiar del domingo ha desaparecido, por no hablar de la misa. Aún cuando el chico se levanta a las seis de la tarde después de haber dormido la mona, y va a misa a las siete o a las ocho, ¿qué domingo ha vivido? ¿Es eso el día del Señor?”

“Las autoridades intentan de algún modo negociar con los dueños de las discotecas. Intento vano de convencer a mercaderes sin alma, a los cuales les interesa muy poco que esto se resuelva. Ellos sólo miran su negocio, en el que son capaces de vender cualquier cosa. Venden alcohol, sin duda alguna y a qué precio, y también alguna cosita más, como todos sabemos”.

“Se ha producido una especie de desubicación de la autoridad educativa, sobre todo la de los padres de familia, que toman el problema con la ligereza de un adolescente, hasta que a su hijo lo muelen a palos, o lo matan”.

“Para no hablar solamente de otros “gremios”, quisiera referirme al propio. Me parece que nosotros también, los pastores de la Iglesia, tenemos algo que decir. Y debemos reconocer que en este tema nos hemos conducido con una lenidad que no puede prolongarse más”.

“No es posible emplear con los muchachos y las chicas una tolerancia indebida. Hay que hablarles con claridad. Hay que explicarles cuál es el auténtico sentido, plenamente humano, de la fiesta. De qué manera sana podrían divertirse. Es preciso ofrecerles alternativas”.

“Hay que alertarles también acerca de lo que significa la desinhibición que produce el alcohol, el ruido infernal que taladra los tímpanos, el juego de luces y la aglomeración promiscua que no permiten una vinculación auténticamente personal, un encuentro verdaderamente humano”.

“Hay que decirles a los chicos y a las chicas que no vale cualquier cosa y situaciones que al reiterarse como un rito semana tras semana van deformando su alma, la vacían del sentido trascendente que los dignifican y los esclavizan en la superficialidad”.

“En la cultura de boliche se juega algo muy profundo que tiene que ver con la vida espiritual de nuestros chicos y chicas, con la posibilidad de mantenerse en la gracia de Dios, con la pureza de la intención que se dirige hacia un futuro mejor, hacia un crecimiento auténticamente humano, hacia un crecimiento en el conocimiento y el amor de Dios”.

“Es verdad que muchos jóvenes, afortunadamente, no han sido atrapados por la siniestra cultura del boliche. Por lo tanto, no debemos generalizar. Sin embargo, son muchos de los hijos de nuestras familias, son los chicos de nuestras parroquias, son los alumnos de nuestros colegios católicos, muchos de ellos, los que pasan el fin de semana en esos antros de perdición. Uso deliberadamente este término melodramático para llamar la atención sobre este caso de decadencia cultural en el cual se hunden las virtudes, el sentido del bien y la belleza y a veces la misma vida, tan preciosa, de muchos jóvenes”.

Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata

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