miércoles, 31 de marzo de 2010

Los católicos y las imágenes


Desde la antigüedad, el hombre siempre ha usado pintura, figuras, dibujos y esculturas, entre otros, para darse a entender o explicar algo. Estos medios sirven para ayudar a visualizar lo invisible; para explicar lo que no se puede explicar con palabras. Cuando el hombre cayó por el pecado y perdió la intimidad con Dios, comenzó a confundir a Dios con otras cosas y a darles culto como si fueran dioses. Este culto se representaba frecuentemente con esculturas o imágenes idolátricas. La prohibición del Decálogo contra las imágenes se explica por la función de tales representaciones.

Sin embargo, aún cuando muchas personas piensan que el primer mandamiento prohibe respeto a las imágenes esto no es necesariamente así. El culto cristiano a lo que representan las imágenes no es contrario al primer mandamiento porque el honor que se rinde a una imagen pertenece a quien en ella es representado. Es decir, al que se venera no a la imagen sino a lo que ésta representa.

En ese sentido, Santo Tomás de Aquino en su monumental Summa Theologiae señala que "el culto de la religión no se dirige a las imágenes en sí mismas como realidades, sino que las mira bajo su aspecto propio de imágenes que nos conducen a Dios encarnado. Ahora bien, el movimiento que se dirige a la imagen en cuanto tal, no se detiene en ella, sino que tiende a la realidad de la que es imagen".
Incluso ya en el Antiguo Testamento, Dios ordenó o permitió la institución de imágenes que conducirían simbólicamente a la salvación por el Verbo encarnado, y como ejemplo de ellos tenemos la serpiente de bronce o el arca de la alianza y los querubines.

Ahora bien, las primeras comunidades cristianas representaron a Jesús con imágenes del Buen Pastor; más adelante aparecerán las del Cordero Pascual y otros iconos representando la vida de Cristo. Las imágenes han sido siempre un medio para dar a conocer y transmitir la fe en Cristo y la veneración y amor a la Santísima Virgen y a los santos. Prueba de ellos, son las catacumbas -la mayoría ubicadas en Roma- donde aún se conservan imágenes hechas por los primeros cristianos, como las catacumbas de Santa Priscila, pintadas en la primera mitad del siglo III.

Sin embargo, con la encarnación de Jesucristo se inauguró una nueva economía de las imágenes. Cristo tomó y rescató las enseñanzas del Antiguo Testamento y le dio una interpretación más perfecta en su propia persona. Antes de Cristo nadie podía ver el rostro de Dios; en Cristo Dios se hizo visible. Antes de Jesús las imágenes con frecuencia representaban a ídolos, se usaban para la idolatría. Ahora, el verdadero Dios quiso tomar imagen humana ya que Él es la imagen visible del Padre.

María y los santos

La Iglesia Católica venera a los santos pero no los adora. Adorar algo o alguien fuera de Dios es idolatría. Hay que saber distinguir entre adorar y venerar. San Pablo enseña la necesidad de recordar con especial estima a nuestros precursores en la fe. Ellos no han desaparecido en la nada sino que nuestra fe nos da la certeza del cielo donde los que murieron en la fe están ya victoriosos en Cristo.

La Iglesia respeta las imágenes de igual forma que se respeta y venera la fotografía de un ser querido. Todos sabemos que no es lo mismo contemplar la fotografía que contemplar la misma persona de carne y hueso. No está, pues, la tradición Católica contra la Biblia. La Iglesia es fiel a la auténtica interpretación cristiana desde sus orígenes.

La Iglesia procuró siempre con interés especial que los objetos sagrados sirvieran al esplendor del culto con dignidad y belleza, aceptando la variedad de materia, forma y ornato que el progreso de la técnica ha introducido a lo largo de los siglos. Más aún: la Iglesia se ha considerado siempre como árbitro de las mismas, escogiendo entre las obras artísticas las que mejor respondieran a la fe, a la piedad y a las normas religiosas tradicionales, y que así resultaran mejor adaptadas al uso sagrado.

San Bemjamín, martir - 31 de marzo


El rey Yezdigerd, hijo de Sapor II puso fin a la cruel persecución de los cristianos que había sido llevado al cabo en Persia durante el reinado de su padre. Sin embargo, el obispo Abdas con un celo mal entendido incendio el Pireo o templo del fuego, principal objeto del culto de los persas. El rey amenazó con destruir todas las iglesias de los cristianos, a menos que el obispo reconstruyera el templo, pero éste se rehusó a hacerlo; el rey lo mandó a matar e inició una persecución general que duró 40 años.

Uno de los primeros mártires fue Benjamín, diácono. Después de que fuera golpeado, estuvo encarcelado durante un año, pero obtuvo su libertad gracias al embajador del Constantinopla y prometiendo bajo su responsabilidad que el santo se abstendría de hablar acerca de su religión. Sin embargo, Benjamín declaró que él no podía cumplir tal condición y, no perdió la oportunidad de predicar el Evangelio. Fue de nuevo aprehendido y llevado ante el rey, quien lo sometió a crueles torturas, siendo luego decapitado.

Santa Balbina - 31 de marzo


Se encuentran en Roma recuerdos de Santa Balbina en tres puntos diferentes, que están relacionados con las primeras antigüedades de la Cristiandad en esa ciudad. En el relato puramente legendario del martirio de San Alejandro (acta SS., Maii, I, 367 sqq.) se menciona al tribuno Quirino, quien murió mártir y fue enterrado en la catacumba de Praetextatus sobre la Via Appia. Su gracia fue estimada con gran veneración y se describe en los viejos itinerarios (guías para los peregrinos) de las catacumbas romanas. La tradición dice que su hija Balbina, quien había sido bautizada por San Alejandro y que pasó su vida siendo soltera, fue enterrada luego de la muerte de su padre en la misma catacumba. La fiesta de Santa Balbina se celebra el 31 de marzo. Usuardo habla de ella en su martirologio, y su relato de Santa Balbina se apoya en los registros del martirio de San Alejandro. Existe otra Balbina cuyo nombre fue dado a una catacumba (come. Balbinae) que se extiende entre la Via Appia y la Via Ardeatina, a poca distancia de la pequeña Iglesia llamada Domine quo vadis (Dónde vas Señor). Sobre este cementerio en el siglo cuarto el Papa Marcos erigió una basílica. Existe todavía sobre la pequeña Aventina dentro de la misma ciudad el viejo título de San Balbina, primero mencionado en un epitafio del siglo sexto y en las firmas del Consejo romano (595) en tiempos del Papa Gregorio I. Esta iglesia fue erigida en un antiguo y amplio salón. Su santo titular se supone es idéntico con San Balbina que fue enterrada en las catacumbas de Praetextatus y cuyos huesos junto con los de su padre fueron traídos aquí en fecha más tardía. Sin embargo, no es seguro que los dos nombres se refieran a la misma persona.

J.P. KIRSCH
Transcrito por Christine J. Murray
Traducido por Ángel Nadales

martes, 30 de marzo de 2010

Segunda Parte: Formación del rito romano tradicional, llamado “Misa de San Pío V”


A. PREÁMBULOS

Hasta ahora sólo hemos recordado la parte “teórica” de la Santa Misa, o sea la doctrina que transmitió Nuestro Señor Jesucristo a su Iglesia referente al Sacrificio del Altar. Nos queda por ver cómo históricamente se elaboró, desarrolló y perfeccionó el rito de la Santa Misa. Antes de seguir paso a paso la historia de este desarrollo, escuchemos al Papa Pío XII, en su encíclica Mediator Dei, explicar y describirnos cuáles fueron los principios que guiaron la Iglesia a lo largo de los siglos en la formación de su rito sacrificial:

1. Existen elementos del rito que pueden cambiar y otros no: “la Sagrada Liturgia consta de elementos humanos y divinos: éstos, evidentemente, no pueden ser alterados por los hombres, ya que han sido instituidos por el Divino Redentor; aquéllos, en cambio, con aprobación de la Jerarquía eclesiástica, asistida por el Espíritu Santo, están sujetos a modificaciones diversas, según lo exijan los tiempos, las cosas y las almas” (nº 49).

2. Pueden modificarse los ritos sólo en la medida que quede salvaguardada la integridad de la fe: “La Iglesia, en realidad, es un organismo vivo, y por eso crece y se desarrolla también en lo que toca a la Sagrada Liturgia, y se adapta a las exigencias y circunstancias de cada época, con tal que quede salvaguardada la integridad de su doctrina” (nº 58). Este es el principio más fundamental del desarrollo del rito de la Misa. Ante todo la Iglesia quiere conservar la pureza de la doctrina sobre el Santo Sacrificio del Altar, tal como la transmitió su divino fundador. Un rito que estuviese en oposición con la expresión de la fe católica sería inaceptable y debería ser absolutamente condenado y reprobado.

3. ¿Por qué se modificaron los ritos? Según el Papa Pío XII, por cuatro razones principales: 1º) “Una formulación más segura y precisa de la doctrina católica”. De nuevo el Pontífice insiste sobre la exactitud doctrinal de los ritos; 2º) “El desarrollo ulterior de la disciplina eclesiástica en lo que toca a la administración de los Sacramentos”; 3º) “Las iniciativas y las prácticas de piedad no íntimamente unidas a la Sagrada Liturgia, nacidas en épocas posteriores por disposición admirable del Señor y tan difundidas entre el pueblo”; 4º) “El progreso de las Bellas Artes, en especial de la arquitectura, la pintura y la música” (nº49).

4. Trascendencia práctica de los ritos. “Aunque las ceremonias no contengan en sí ninguna perfección y santidad, sin embargo son actos externos de religión que, como signos, estimulan al alma a venerar las cosas sagradas, elevan la mente a las realidades sobrenaturales, nutren la piedad, fomentan la caridad, acrecientan la fe, robustecen la devoción, instruyen a los sencillos, adornan el culto de Dios, conservan la religión y distinguen a los verdaderos fieles de los cristianos falsos y heterodoxos” (nº 23).

Éstos son los principios que, durante veinte siglos, guiaron la Iglesia en la formación de sus ritos. Convencida del gran alcance espiritual y doctrinal de sus fórmulas y ceremonias litúrgicas, especialmente en cuanto a la profesión y defensa de la fe, la Iglesia cuidó siempre celosamente la expresión exterior de su culto. Tenemos que ver ahora cómo históricamente se aplicaron dichos principios y se formó el rito romano de la Misa, codificado por San Pío V.

B. LA MISA, DE SAN PEDRO AL SIGLO XVI (1)

1. La Misa en la época de los Apóstoles.

Desde la edad apostólica, la estructura de la Misa fue la que conocemos, con todas sus partes. El cuadro adjunto muestra el perfeccionamiento del rito desde nuestro Señor Jesucristo hasta la época de San Pío V. Todas las partes del rito se desarrollaron y fijaron armoniosamente en torno al núcleo esencial dejado por el Salvador a sus Apóstoles: la consagración.

El Sacrificio de la Misa fue instituido después de una comida, el Jueves Santo. Por eso, en algunos lugares, se acompañó la celebración del Sacrificio eucarístico con una comida entre cristianos: el ágape. Pero se llegaron pronto a excesos, de los que se quejaba San Pablo (1 Cor. 11), y se comprendió la necesidad de separar la Misa del ágape, manifestando bien la diferencia esencial entre el sacrificio y la comida.

Desde el principio, el carácter sacrificial de la Misa fue netamente marcado, por la presencia del altar: “Tenemos un altar –dice San Pablo– del cual no tienen derecho a comer los que dan culto en el tabernáculo” (2) (es decir los sacerdotes del templo de Jerusalén). En otro lugar dice el Apóstol: “No podéis beber el cáliz del Señor y el cáliz de los demonios. No podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios”.(3) El Catecismo del Concilio de Trento explica que “así como por la mesa de los demonios se ha de entender el altar donde se les sacrificaba, así también (para que se concluya con un discurso probable, lo que propone el Apóstol) no puede significar otra cosa la mesa del Señor, que el altar, en que se ofrece Sacrificio al Señor”.(4)

Podemos resumir de esta manera las enseñanzas del Nuevo Testamento relativas al rito eucarístico: El primer día de la semana los fieles se reúnen para “la fracción del pan”.(5) Durante la reunión, se leen los Evangelios y las Cartas Apostólicas,(6) se predica la palabra de Dios,(7) se reza por todos los hombres (8) y se da el beso de paz.(9) Después el sacerdote, imitando a Cristo, toma el pan y el vino,(10) bendice y da gracias a Dios sobre los elementos eucarísticos (11) y repite lo que dijo Cristo. (12) Al final los fieles responden “Amén”,(13) y se da la comunión bajo las dos especies.(14)

2. La Misa en la época de San Justino (hacia el año 150).

La primera descripción de la Misa conservada aparte de la Biblia es la de San Justino: “En el día del sol, todos aquellos que viven en las ciudades o en los campos se reúnen en un mismo lugar. Entonces se leen las memorias de los apóstoles y los escritos de los profetas, mientras hay tiempo. Luego, cuando el lector ha terminado, el que preside toma la palabra para amonestar a los presentes y exhortarles a imitar las hermosas lecciones escuchadas. Después nos levantamos todos y entonamos oraciones, y, como arriba dijimos, se trae el pan, el vino y el agua, y el que preside, eleva oraciones y acciones de gracias según tiene por conveniente, y el pueblo responde Amén. Entonces tiene lugar la distribución de las cosas eucarísticas a cada uno, y se llevan a los ausentes por medio de los diáconos”.

En otro lugar San Justino precisa: “Este alimento es llamado por nosotros eucaristía. A ninguno es permitido comer de él, sino a quien cree ser verdadero lo que nosotros enseñamos, ha sido bautizado con el bautismo de la remisión de los pecados y de la regeneración y vive como Cristo manda. Porque nosotros no comemos estas cosas como si fueran pan y bebida vulgares, sino de la misma manera como Cristo nuestro Salvador, por medio del Verbo de Dios, tomó carne y sangre, así también el alimento, hecho eucarístico mediante la palabra que viene de El — alimento de que nuestra sangre y carne se nutren con vistas a la transformación —, es, según nos han enseñado, la carne y la sangre de Jesucristo encarnado. Los apóstoles, en efecto, en las memorias que escribieron, y que nosotros llamamos Evangelios, nos han referido que a ellos les fue dada esta orden: Jesús, tomando el pan dio gracias y dijo: Haced esto en memoria mía. Esto es mi cuerpo. Y del mismo modo, tomando una copa, dio gracias, diciendo: Esto es mi sangre. Y a ellos solos Jesús dio a gustar... Desde entonces, hacemos siempre entre nosotros conmemoración de estas cosas”.

San Justino habla también del beso de paz; la práctica de la fracción de pan era ya generalizada. Podemos observar la discreción con la que habla de las oraciones consagratorias. Tal actitud es conforme a la regla del secreto que se mantuvo hasta el final de las persecuciones.

Por tanto, como lo muestra el cuadro comparativo, vemos que la liturgia descrita por San Justino no acusa novedad ninguna en comparación con las ceremonias descritas en los escritos de los Apóstoles. Constituye un desarrollo progresivo del rito instituido por nuestro Señor Jesucristo el Jueves Santo y corresponde ya, en sus líneas generales, con la estructura de la Misa codificada por San Pío V.

3. Formación del Canon romano y Misa de San Gregorio.

a) Formación del Canon romano. Resulta difícil establecer la historia exacta del desarrollo del Canon (o plegaria consagratoria). Tal como fue ratificado por San Pío V en 1570, el Canon romano ya estaba acabado en la época de San León (400-461). San Gregorio Magno lo completó definitivamente agregándole seis palabras: “Diesque nostros in tua pace disponas”, al final del “Hanc igitur”. Siempre se tuvo una veneración muy grande hacia el Canon: “Es la oración sacrificial de la Iglesia, en la que Cristo, como Sumo Sacerdote, renueva al Padre la oblación perfecta de todo su cuerpo y toda su sangre, inmolado un día sobre el calvario, para la salvación del mundo. Entre todas las fórmulas litúrgicas, la del Canon es, sin duda, la más sagrada y la más veneranda, porque encuadra las palabras divinas de la institución eucarística, y, desde hace dieciséis siglos, en los labios de millares de obispos y sacerdotes, constituye invariablemente la expresión oficial de la oración sacerdotal”.(15)

b) Las palabras de la consagración. La fórmula de la consagración contenida en el rito romano es más amplia que la que nos transmitió la Sagrada Escritura. Según la Tradición, referida por Santo Tomás, estas palabras “derivan de la tradición del Señor, llegada a la Iglesia a través de los Apóstoles”.(16) San Alberto Magno pensaba lo mismo, y el Papa Inocencio III lo afirmó expresamente: “Nos preguntas quién añadió en el Canon de la misa a la forma de las palabras que expresó Cristo mismo cuando transustanció el pan y el vino en su cuerpo y sangre, lo que no se lee haber expresado ninguno de los evangelistas (…) En el canon de la misa se halla interpuesta la expresión "mysterium fidei" a las palabras mismas (…) A la verdad, muchas son las cosas que vemos haber omitido los evangelistas tanto de las palabras como de los hechos del Señor, que se lee haber suplido luego los Apóstoles de palabra o haber expresado de hecho (…) Creemos, pues, que la forma de las palabras, tal como se encuentra en el canon, la recibieron de Cristo los Apóstoles, y de éstos, sus sucesores”.(17)

c) La Misa en la época de San Gregorio Magno (Papa de 590 a 604). Si pudiéramos presenciar una Misa cantada por San Gregorio, nos sorprendería su similitud con la Misa codificada por San Pío V en 1570. El cuadro comparativo muestra con evidencia que se trata substancialmente del mismo rito, más desarrollado a lo largo de los siglos.

3. Últimas modificaciones del rito romano desde San Gregorio hasta el siglo XV.

Tres aspectos principales marcan el perfeccionamiento de la Misa entre el siglo VI y el siglo XV:

a) La asimilación de ritos de origen galicano. Cuando murió San Gregorio, todavía el rito romano no era el rito común del Occidente católico. A lado de él existían otros ritos muy antiguos, como el rito ambrosiano (en Italia), el rito mozárabe (en España) y el rito galicano (en Francia). Este último tuvo una influencia particular sobre el desarrollo del rito romano. El Asperges, el Salmo Judica me, el Confiteor, las oraciones acompañando las ceremonias del Ofertorio y las tres oraciones antes de la comunión son todos de origen galicano. Es de observar que la parte central de la Misa, el Canon, no fue retocada. Ya había llegado a su estado de perfección.

b) El desarrollo del Ofertorio. A vista de las vivísimas críticas de Lutero relativas al Ofertorio –como lo veremos pronto–, no será inútil detallar un poco más sus fundamentos.

El Ofertorio, tal como se encuentra en el rito romano actual, ya estaba acabado en siglo XIV. Con las oraciones del Ofertorio, la Iglesia subraya el significado completo del misterio que se va a llevar a cabo y permite a los fieles unirse más íntimamente con él. ¿Qué ocurre en el Ofertorio? ¿Cuál es su sentido profundo? El Ofertorio incluye varios aspectos:

- ES LA OBLACIÓN ANTICIPADA DEL SACRIFICIO DE CRISTO: Durante el Ofertorio se ofrece a Dios la materia del Sacrificio, en cuanto se va transformar unos instantes después en la Divina Víctima.

- EXPONE LA DOCTRINA CATÓLICA RELATIVA AL SACRIFICIO DE LA MISA: El Canon es la acción sacrificial; el Ofertorio manifiesta con mucha precisión el dogma católico de la Santa Misa, especialmente en cuanto a la propiciación por los pecados. Es como un “catecismo de la Misa”. De hecho, un protestante contemporáneo no dudaba en decir que “la parte central del Ofertorio, «Suscipe Sancte Pater», es una perfecta exposición de la doctrina romana sobre el Sacrificio de la Misa”.(18)

- MANIFIESTA Y FOMENTA LA OBLACIÓN INTERIOR DE LOS FIELES, llamados a unirse íntimamente con la oblación de Cristo: el Ofertorio insiste sobre la importancia del sacrificio y oblación interior de los fieles, en unión con la divina Víctima. También recalca las disposiciones necesarias para aprovechar el sacrificio y recibir sus frutos.

Por lo tanto podemos decir que el Ofertorio es como un baluarte doctrinal y espiritual del Santo Sacrificio. Presenta la gran ventaja de introducir y preparar al Sacrificio.

c) El desarrollo del culto eucarístico. Después de San Gregorio, las otras partes de la Misa casi no fueron modificadas. Es de observar que el Canon codificado por San Pío V quedó sin modificarse desde el siglo V.

La recepción de la Eucaristía bajo las dos especies se fue dejando paulatinamente, por varias razones, a la vez prácticas y doctrinales: la comunión a la Preciosísima Sangre requería cuidados especiales e implicaba complicaciones rituales (los inconvenientes eran muchos y entre ellos se cuentan no sólo la “efusión del líquido en los varios trasiegos de los cálices, repugnancia instintiva de algunos, especialmente mujeres, hacia el vino; suciedad de los vasos, barbas largas, que quedaban impregnadas; conservación difícil por el peligro de avinagrarse, costo notable, facilidad de helarse en los duros inviernos septentrionales” (19)). También lo exigió la protección de la fe en la Presencia real: el hereje Juan Hus (1372-1415) y sus seguidores insistían violentamente sobre la necesidad de comulgar bajo las dos especies, creyendo que Cristo no estaba presente enteramente en ambas con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Afirmaban que en las especies del vino está la Sangre sin el Cuerpo; en las del pan está el Cuerpo sin la Sangre. La supresión de la comunión del Sanguis fue también una respuesta a esta herejía.

Hacia el fin del siglo XII apareció el rito de la elevación después de la consagración. Durante la Edad Media, muchas manifestaciones de piedad hacia la Presencia real de Cristo florecieron, en contra de la herejía de Berengario de Tours, quien fue el primero en poner en duda la transubstanciación. Apareció, por ejemplo, la costumbre de conservar los dedos pulgares e índices unidos desde la consagración hasta la purificación de los mismos después de la comunión, para que no se pierda ninguna partícula de las Sagradas Especies. Con este mismo espíritu se instituyó también la fiesta de Corpus Christi.

El desarrollo del culto eucarístico es un ejemplo llamativo de la preocupación doctrinal de la Iglesia en lo que se refiere a sus ritos. Ve en ellos la profesión y el baluarte de la fe, una respuesta práctica a las herejías.

4. Forma definitiva del Rito romano.

A fines del siglo XII, Inocencio III (1198-1216) promulga un Ordo Missæ que refleja el rito en uso en la capilla papal: muestra una identidad casi completa con el que, tres siglos y medio más tarde, se impondrá a toda la Iglesia por San Pío V en la reforma del misal. Las diferencias son pocas y de escasa importancia.(20)

C. ATAQUES PROTESTANTES CONTRA LA MISA

“Cuando la Misa sea trastornada, estoy convencido de que habremos tornado definitivamente al papismo. Efectivamente, el papismo se apoya en la Misa como sobre una roca, todo entero, con sus monasterios, obispados, colegiatas, altares, ministerios y doctrinas, en una palabra, con todo su vientre. Todo eso crujirá necesariamente cuando sea resquebrajada su Misa sacrílega y abominable”.(21)

Lutero, jefe del protestantismo alemán, anuncia claramente sus intenciones: “Hay que derribar la Misa para herir la Iglesia católica en su corazón”.(22)

El heresiarca no se equivocaba. Toda la vida cristiana se apoya sobre la renovación incruenta del Sacrificio del Calvario. Al modificar paulatinamente los ritos y ceremonias tradicionales de la Misa, Lutero llevó insensiblemente a los fieles a un cambio en la fe. Aconsejaba lo siguiente: “Para alcanzar segura y felizmente el objetivo, hace falta conservar ciertas ceremonias de la antigua Misa para los débiles, que podrían escandalizarse por un cambio demasiado brutal”.(23) Tales cambios visibles de la liturgia responden a conceptos doctrinales totalmente erróneos, especialmente sobre la Santa Misa y el sacerdocio.

1. La herejía protestante.

Lanzada en el año 1517, la herejía protestante fue difundida por Lutero –en Alemania–, Calvino y Zwinglio –en Francia y Suiza– y Enrique VIII –en Inglaterra–. Estos tres hombres fundaron, fuera de la Iglesia católica, tres iglesias disidentes: la iglesia luterana, calvinista y anglicana, llamadas usualmente con el nombre genérico de “iglesias protestantes”. Por eso la palabra “protestante” se refiere a realidades y doctrinas muy distintas. Conviene aquí dar un retrato de ellas, para comprender el origen de los cambios operados en la liturgia por los pseudo-reformadores.

a) Lutero. Lo esencial de la doctrina de Lutero se halla en La Confesión de Augsburgo, en la Apología de la Confesión de Augsburgo y en los dos catecismos redactados por él en 1529.

Mientras la doctrina católica considera que la Iglesia enseñante es la única depositaria de la verdad revelada, cuyas fuentes son la Sagrada Escritura y la Tradición oral, Lutero rechaza el poder de enseñar de la Iglesia y, por consiguiente, la Tradición oral. Afirma que la única fuente de la fe es la Biblia, interpretada por la razón individual, iluminada directamente por el Espíritu Santo.

El centro de la doctrina luterana se halla en la interpretación de la naturaleza caída después del pecado original y en la justificación por la gracia.

La teología católica enseña que la salvación se opera por una colaboración estrecha entre Dios y el hombre: Primero, Dios da su gracia; después, el hombre coopera a la obra de Dios, con el uso de su libertad. La sociedad de los fieles, con una estrecha solidaridad, pone sus bienes en común, o sea sus oraciones, sacrificios, sufrimientos, de manera que sirvan al bien, santificación y salvación de todos. Es la llamada “Comunión de los Santos”.

Según la doctrina individualista de Lutero, que rechaza dicha comunión, el pecado original corrompió radicalmente la naturaleza humana, de manera que ya no existe la libertad: desde el pecado original, el hombre ya no es libre de hacer el bien. No puede sino pecar. La gracia, según Lutero, no transfigura interiormente al alma ni hace de ella el “templo del Espíritu Santo” –como dice San Pablo–, sino que tapa la miseria humana, a modo de un manto. Esta gracia “luterana” consigue infaliblemente la salvación, pero no borra en el alma la malicia del pecado.

Al fundarse sobre la negación de la libertad humana, dicha doctrina tiene gravísimas consecuencias doctrinales y morales: El rechazo de la necesidad de las buenas obras, de la oración, del culto a los santos, del purgatorio, de las indulgencias…

Puesto que la única condición exigida para la justificación es la fe, se rechaza también la esencia de los sacramentos. Para Lutero, los sacramentos son puros símbolos destinados a alimentar la fe. También se pueden considerar como ciertas manifestaciones exteriores de que somos justificados, pero en absoluto en el sentido católico, como medios reales de santificación, comunicando y produciendo la gracia.

Finalmente, al afirmar que la salvación proviene directamente de Dios, sin intermediarios, Lutero llega a negar la necesidad de la jerarquía eclesial instituida por Nuestro Señor Jesucristo. Por eso se entregará a los príncipes la autoridad sobre las iglesias.

b) Zwinglio y Calvino. La mayor parte de la doctrina de Lutero se encuentra también en ellos. Sin embargo se observan varias diferencias, especialmente en cuanto al modo de presencia real en la Eucaristía. La característica principal del sistema de Calvino y Zuinglio consiste en la teoría de la predestinación absoluta, según la cual los hombres son predestinados desde toda la eternidad a la beatitud o a la condenación, sin previsión ninguna de sus méritos. Como Lutero, rechazan la jerarquía sacerdotal, pero difieren de él al afirmar la independencia y supremacía de la iglesia sobre el estado.

c) Enrique VIII y sus sucesores. El caso de la iglesia anglicana es algo distinto: en un principio, la separación con la Iglesia católica se hizo por motivos personales y diplomáticos, no religiosos. El fondo de la enseñanza seguía siendo católico. Pero después de la muerte de Enrique VIII, el poder fue entregado a Mons. Cranmer, Arzobispo de Canterbury, y al Duque de Somerset, ambos allegados a los protestantes de Alemania, que permitieron y fomentaron la difusión de la herejía luterana. Puesto que los ingleses seguían muy aficionados a la fe católica, en primera instancia los reformadores se empeñaron en modificar exteriormente el culto, antes de cambiar abiertamente la doctrina –según la táctica enseñada por Lutero–.

2. Errores protestantes relativos al culto.

Las consecuencias de las herejías protestantes sobre la doctrina de la Misa son gravísimas. Se resumen en una triple negación:

- del carácter sacrificial y expiatorio de la Misa.
- de la presencia real por transubstanciación.
- del sacerdocio ministerial del sacerdote.

a) El carácter sacrificial y propiciatorio de la Misa. La teoría de la justificación del hombre por la fe sin las obras llevó a negar que la Misa sea esencialmente un sacrificio de expiación por los pecados. Lutero decía que “el elemento principal de su culto, la Misa, es la mayor de las impiedades y abominaciones; hacen de ella un sacrificio y una obra de bien”.(24) “La Misa no es un sacrificio, o la acción de un sacrificador. Veamos en ella un sacramento o un testamento. Llamémosla bendición, eucaristía o memoria del Señor”.(25) “Es un error manifiesto e impío el ofrecer o aplicar la misa por los pecados, como satisfacción, o por los difuntos”.(26) A veces Lutero hablará de “sacrificio”, pero sólo en el sentido de un sacrificio de alabanza o acción de gracias, jamás de un sacrificio de propiciación. Para el heresiarca, la Misa no es sino un simple memorial de la Pasión y de la Cena del Señor. Su fin es instruir a los fieles y recordarles el Sacrificio del Calvario, para provocar en ellos el acto interior de fe: “El Santo Sacramento no fue instituido como un sacrificio ofrecido por el pecado, sino para despertar nuestra fe y consolar las conciencias”.(27) Por consiguiente, para alcanzar dicha instrucción, la liturgia de la Palabra debe tener el lugar principal y la comunión un lugar segundario. De sacrificio propiciatorio por los pecados, la Misa pasa a ser una reunión de los creyentes, una conmemoración de la Cena y Pasión del Señor en que Cristo alimenta nuestra fe por su palabra y su eucaristía.

b) La presencia real por transubstanciación. Los protestantes se opusieron también al dogma de la transubstanciación, con el que la Iglesia católica designa el cambio operado por las palabras de la consagración de toda la sustancia del pan y del vino en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Cristo, sólo permaneciendo las apariencias –llamadas también “especies”– del pan y del vino. Pero entre los reformadores se originó una violenta controversia.

Lutero defendía la tesis de la empanación, según la que la materia del pan y vino permanece después de la consagración: “Ya no es simplemente pan de horno, sino pan-carne, pan-cuerpo o sea un pan que hizo un solo ser y realidad sacramental con el cuerpo de Cristo”. (28) Todavía algo quedaba de la presencia real, mientras que Calvino aceptaba solo una presencia virtual: Para él, el pan era sólo un signo, una representación de Cristo, presente realmente en el cielo y en ninguna otra parte.

Es de notar que la presencia más o menos real profesada por ambos proviene del acto de fe de los fieles reunidos, y no de la eficacia de las palabras de la consagración pronunciadas por el sacerdote.

c) El sacerdocio ministerial. Tal concepción de la Misa y de la Eucaristía reduce necesariamente la función del sacerdote. El ministro se vuelve un simple presidente de la asamblea. Ya no actúa más como instrumento de Cristo, en la persona de Cristo. Lutero llegó a negar la distinción fundamental entre los clérigos y los laicos: “Se ha descubierto que el Papa, los obispos y los monjes forman el estado eclesiástico, mientras los príncipes, señores, artesanos, paisanos forman el estado seglar. Es puro invento y mentira. En realidad, todos los cristianos son el estado eclesiástico; no se halla entre ellos ninguna diferencia, sino la función que ocupan (…) Cuando un Papa o un obispo unge, confiere la tonsura, ordena, consagra, se viste de otra manera que los laicos, puede hacer unos embusteros o ídolos ungidos, pero nunca un cristiano o eclesiástico (…) todo lo que sale del bautismo puede jactarse de ser consagrado sacerdote, obispo o Papa aunque no esta función no conviene a todos”. (29) Por tanto, Lutero defiende el concepto de sacerdocio universal y rechaza el sacramento del Orden sagrado.

3. La liturgia protestante.

Respecto a las modificaciones exteriores del culto, los protestantes actuaron a propósito de modo progresivo: “El sacerdote se las puede arreglar muy bien, de manera que el hombre del pueblo desconozca siempre el cambio realizado y pueda asistir a misa sin escandalizarse”.(30) Aplicando este solapado principio, se operaron los siguientes cambios:

- DESAPARICIÓN PROGRESIVA DEL LATÍN. Siendo la “misa luterana” esencialmente un memorial, una reunión para instruir a los fieles y no propiamente un acto sacrificial, el latín no tenía más su razón de ser y se volvía más bien un obstáculo. Tenía que desaparecer.

- SUPRESIÓN DEL OFERTORIO: El motivo presentado para eso quedaba en claro: “Esta abominación (…) que llaman ofertorio. Ah, casi todo suena y huele a sacrificio”.(31) El Ofertorio, compendio doctrinal de la Santa Misa, no podía sobrevivir a la purga luterana.

- USO DEL TONO NARRATIVO, EN VOZ ALTA, PARA LA CONSAGRACIÓN. Al usar dos tonos distintos, el rito romano distingue bien el relato de la Institución de las palabras consagratorias. El relato se dice en tono narrativo; las palabras de la consagración se dicen en tono imperativo, para manifestar que ahí opera el mismo Jesús, ofreciéndose por el ministerio del sacerdote. Al ser la misa luterano un simple memorial, el tono imperativo, propio a la acción sacrificial, perdía su razón de ser.

- CAMBIO DE LAS PALABRAS DE LA CONSAGRACIÓN: Se suprimió el “mysterium fidei”, porque no se encuentra en la Biblia sino sólo en la Tradición oral, ignorada por Lutero.

- SUPRESIÓN DE LOS SIGNOS DE RESPETO A LA EUCARISTÍA: por ejemplo desaparecieron las genuflexiones, la unión de los dedos del sacerdote después de la consagración; se usaron vasos sagrados de materia común (por supuesto sin dorado). El relato de una de las primeras “misas” protestantes refiere que, al caer una hostia sobre el piso, el celebrante “dijo a los laicos que la recogieran, y mientras no lo hacían, sea por respeto o superstición, dijo sólo: «que se quede ahí, mientras no se la pisotee»”.(32)

- COMUNIÓN DE PIE, EN LA MANO.

- COMUNIÓN BAJO LAS DOS ESPECIES. Ya que la Misa luterana se volvía esencialmente una reunión, una cena en memoria de la última Cena, se tenía que comulgar también al cáliz: una comida sin bebida no tiene razón de ser…

- CELEBRANTE CARA AL PUEBLO. Lutero da un lugar preponderante a los fieles. El celebrante ya no se halla a la cabeza del pueblo, dirigido hacia la Cruz del altar, sino hacia los fieles a los cuales tiene que instruir.

- CAMBIO DEL ALTAR POR UNA MESA, para diluir la idea de sacrificio, y reducir la Misa a una reunión en memoria de la Cena. En Inglaterra, se mandó a todos los obispos la siguiente directiva: “el altar tiene que ser sacado inmediatamente de todas las iglesias y reemplazado por una mesa”.(33) La razón de este cambio no se ocultaba: “La forma de mesa hará mejor pasar a los simples de las opiniones supersticiosas de la Misa papista al legítimo uso de la Cena del Señor. Porque un altar sirve para ofrecer un sacrificio, pero la mesa sirve para comer (…) Nadie puede negar que la forma de mesa es más indicada para participar a la comida del Señor”.(34)

- ABOLICIÓN DEL CULTO A LOS SANTOS Y A LA VIRGEN MARÍA.

La revolución luterana no podía quedar sin respuesta. La Iglesia tenía que reaccionar. Lo hizo con la reunión de un Concilio ecuménico, en la ciudad de Trento, en Italia.

D. EL CONCILIO DE TRENTO (1545-1563)

Los Padres del Concilio de Trento se empeñaron en reafirmar solemnemente la doctrina católica sobre los tres principales puntos atacados por la Reforma protestante referentes al Santo Sacrificio de la Misa.

1. Reafirmación del carácter sacrificial y propiciatorio de la Misa.

La Sesión XXII del Concilio fue enteramente dedicada al Santo Sacrificio de la Misa. Contiene los siguientes cánones:

- “Si alguno dijere que en el Sacrificio de la Misa no se ofrece a Dios un verdadero y propio sacrificio (…): sea anatema” (Sesión XXII, can. 1º). Recordemos que los protestantes no niegan totalmente la noción de sacrificio, sino que reducen la Misa a un simple memorial del Calvario y a un sacrificio de acción de gracias, no propiciatorio, que no tiene el poder de expiar los pecados y hacer que Dios nos sea propicio. Esto es el objeto del canon tercero:

- “Si alguno dijere que el Sacrificio de la Misa sólo es de alabanza o de acción de gracias, o mera conmemoración del Sacrificio cumplido en la Cruz, pero no propiciatorio (…): sea anatema” (Can. 3º). De este carácter sacrificial y propiciatorio de la Misa se sigue el permiso y aprobación de las misas “privadas” (sin asistencia de fieles) “porque se celebran por público ministro de la Iglesia, no sólo para sí, sino para todos los fieles que pertenecen al Cuerpo de Cristo” (Sesión XXII, cap. 6).

- “Si alguno dijere que las Misas en que sólo el sacerdote comulga sacramentalmente son ilícitas y deben ser abolidas, sea anatema” (Can 8º). Este canon muestra claramente que la Misa no es esencialmente una comida, porque si fuera el caso, asistir a ella sin comulgar no tendría razón de ser.

2. La transubstanciación.

La doctrina relativa al modo de presencia de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía se encuentra expresada en la XIIIª Sesión del Concilio:

- “Si alguno negare que en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera, real y sustancialmente el cuerpo y la sangre, juntamente con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo y, por ende, Cristo entero; sino que dijere que sólo está en él como en señal y figura o por su eficacia: sea anatema” (Can. 1º).

- “Si alguno dijere que en el sacrosanto Sacramento de la Eucaristía permanece la sustancia de pan y de vino juntamente con el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo [lo que la teología protestante llama «empanación»] y negare aquella maravillosa y singular conversión de toda la sustancia del pan en el cuerpo y de toda la sustancia del vino en la sangre, permaneciendo sólo las especies de pan y vino; conversión que la Iglesia Católica aptísimamente llama transubstanciación: sea anatema” (Can. 2º).

Observemos también que en el Canon 2º de la Sesión XXI, se condena a los que afirman que la abolición de la comunión bajo las dos especies se hizo sin motivo o erróneamente.

3. Recuerdo del verdadero sentido del sacerdocio cristiano.

Los protestantes acusaban a los católicos de hacer de la Misa un sacrificio nuevo y distinto del Sacrificio de la Cruz. El Concilio de Trento refutó esta objeción: “Es uno y el mismo Sacrificio el que se ofrece en la Misa y el que se ofreció en la Cruz, así como es una y la misma ofrenda, es a saber Cristo Señor nuestro, el cual sólo una vez vertiendo su sangre se ofreció a sí mismo en el ara de la Cruz”.(35)

Se objetará: En la Cruz se ofreció Jesús; en la Misa ofrece el sacerdote. ¿Cómo hablar de identidad entre los dos sacrificios? El Catecismo del Concilio de Trento refuta la objeción: “Es uno sólo y el mismo el Sacerdote, que es Cristo Señor nuestro. Porque los Ministros que celebran el Sacrificio, no obran en su nombre, sino en el de Cristo cuando consagran el Cuerpo y Sangre del Señor. Y esto se muestra por las mismas palabras de la consagración. Porque no dice el Sacerdote: Esto es el Cuerpo de Cristo; sino este es mi Cuerpo. Porque representando la persona de Cristo Señor nuestro convierte la substancia del pan y vino en la verdadera substancia de su cuerpo y sangre”.(36)

Además, el Concilio recuerda que en la última Cena, nuestro Señor estableció a sus Apóstoles como sacerdotes del Nuevo Testamento y les mandó que renovaran el Sacrificio de su Cuerpo y de su Sangre.(37)

Como ya dijimos en la primera parte, el sacerdote no es un simple presidente de la asamblea de los fieles. Tiene una función y poderes mucho más amplios, puesto que desde el día de su ordenación, ha sido hecho ministro de la Santa Iglesia, participando real e íntimamente del Sacerdocio de Nuestro Señor Jesucristo.

“Debe enseñarse, pues, que a solo los Sacerdotes ha sido dada la potestad de consagrar la sagrada Eucaristía, y de distribuirla a los fieles (…) Y atendiendo en el modo posible a la dignidad de tan augusto Sacramento, no solamente fue dada a solos los Sacerdotes la potestad de administrarle, sino que también se prohibió por ley de la Iglesia, que ninguno sin estar consagrado, se atreviese a tratar o tocar los vasos sagrados, lienzos, y demás utensilios necesarios para el sacrificio, si no ocurría grave necesidad”.(38)

Las verdades doctrinales recordadas por el Concilio de Trento son de fe divina y católica, definidas infaliblemente. No pueden cambiar ni ser retocadas, ya que “el Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de Pedro, no de manera que ellos pudieran, por revelación suya, dar a conocer alguna nueva doctrina, sino que, por asistencia suya, ellos pudieran guardar santamente y exponer fielmente la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir, el depósito de la fe”.(39)

E. LA CODIFICACIÓN DEL MISAL HECHA POR SAN PÍO V (1566-1572)

1. ¿Por qué una codificación?

Cuando se inició el Concilio de Trento, reinaba en toda la Iglesia una gran variedad de misales, llegando incluso cada diócesis a introducir algunos cambios; excepcionalmente en el mismo Canon, y frecuentemente después del Pater noster hasta el fin de la Misa. También se introducían muchas nuevas Misas sin autorización de la Santa Sede y prescindían por completo de las que el Papa introducía en su Misal de Curia. Lo más grave es que ni siquiera en el Misal de Curia se lograba esa uniformidad. Tal situación anormal y anárquica había ayudado la “Reforma” luterana. Se requería un rito único, que fuese como un baluarte contra la herejía.

Por tanto, fueron muchos los Prelados que con ocasión del Concilio de Trento, pidieron que se pusiera remedio a dicha variedad que parecía amenazar la unidad de la Iglesia. Por eso trabajaron para que el Misal alcanzara la necesaria uniformidad. Pero la clausura precipitada del Concilio (1563) dejó inacabada la obra, y se le encargó al Papa Pío IV la tarea de terminarla. A éste, que murió muy pronto, le sucedió Pío V, el cual, apenas elegido, se empeñó por llevar a cabo esta reforma tan importante para la vida de la Iglesia.

2. La Bula Quo primum tempore

El 14 de julio de 1570 San Pío V publicaba la Bula Quo primum tempore. Con este documento:

a) San Pío V codificaba la Misa tal como existía antes de él. No inventaba ninguna misa nueva (por eso, bajo este aspecto, la fórmula “Misa de San Pío V” es incorrecta). Para llegar a esta edición del Misal, se había nombrado a unos “sabios escogidos”, quienes “después de haber reunido cuidadosamente todos los manuscritos, no solamente los antiguos de Nuestra Biblioteca Vaticana, sino también otros buscados en todas partes, corregidos y exentos de alteración, así como las decisiones de los Antiguos y los escritos de autores estimados que nos han dejado documentos relativos a la organización de esos mismos ritos, han restablecido el mismo Misal conforme a la regla y a los ritos de los Santos Padres”.(40)

b) San Pío V mandaba a todos los sacerdotes de rito latino que celebrasen según las rúbricas del misal codificado, pero autorizaba a las diócesis y a las congregaciones religiosas que celebraban según un rito con más de 200 años de antigüedad a conservarlo. Fue el caso de los Dominicos, Cartujos, etc. cuyos ritos de hecho son muy parecidos al rito romano.

c) San Pío V autorizaba a perpetuidad el uso de este misal: “Nos concedemos y acordamos que este mismo Misal podrá ser seguido en totalidad en la misa cantada o leída en todas las iglesias, sin ningún escrúpulo de conciencia y sin incurrir en ningún castigo, condenación o censura y que podrá válidamente usarse, libre y lícitamente y esto a perpetuidad”.(41)

F. CONCLUSIÓN: LA MISA DE SIEMPRE

Al final de este retrato histórico del Rito Romano, ambiguamente llamado “Misa de San Pío V”, podemos concluir que el misal tridentino ha sido la conclusión de un largo perfeccionamiento, que, a través de sus fases principales, se reanuda substancialmente con la más antigua tradición de la iglesia romana. Podemos decir, en una palabra, que nuestra rito de la Misa es substancialmente el mismo que, a través de San Gregorio, San Gelasio, San León, San Hipólito y San Justino, nos une con la Misa de los Apóstoles y la primera Misa del Jueves Santo.

El rito de la Misa es como un diamante en bruto que Jesús entregó a sus Apóstoles el Jueves Santo y que la Iglesia fue tallando con mucho cuidado a lo largo de los siglos. A fines de la Edad Media, esta piedra preciosa llegó a tal estado de perfección doctrinal y simbólica, que ya no necesitó ser retocada. San Pío V no hizo más que codificar y promulgar el rito recibido por Tradición, para luchar eficazmente contra la herejía protestante y defender la unidad de culto. Ese rito es realmente la Misa de siempre, la joya de la Iglesia.


NOTAS:
(1) Nos inspiramos principalmente de La Messe a-t-elle une histoire? (1997).
(2) Hebreos, 13, 10.
(3) I Corintios, 10, 20.
(4) Catecismo del Concilio de Trento, nº 486.
(5) Hechos de los Apóstoles, 20, 7; I Corintios, 16, 1-2.
(6) II Corintios, 8, 18; Hechos, 15, 30; I Tesalonicenses, 5, 27; Colosenses, 4, 16.
(7) Hechos, 20, 7.
(8) I Timoteo, 2, 1-2.
(9) Romanos, 16, 16; I Corintios, 16-20.
(10) I Corintios, 11, 23-25; San Mateo, 26; San Marcos, 14; San Lucas, 22.
(11) I Corintios, 10, 16; 11, 24.
(12) I Corintios, 11, 23-25; San Mateo, 26; San Marcos, 14; San Lucas, 22.
(13) I Corintios, 14, 16.
(14) I Corintios, 10, 16-22; 11, 26-29; San Mateo, 26; San Marcos, 14; San Lucas, 22.
(15) Historia de la Liturgia de Mario Righetti, Tomo II, B.A.C (1956), págs. 294-295.
(16) IIIª c. 78 a.3 ad 9um.
(17) Carta Cum Marthae circa a Juan, en otro tiempo Arzobispo de Lyon, del 29 de noviembre de 1202.
(18) Luther Reed (Pastor Luterano), en The Lutheran liturgy, Fortress Press, Philadelphia (1947) pág. 312.
(19) Así los enumeraba más tarde Juan Charlier (+1417) al Concilio de Constanza.
(20) Las diferencias son realmente unos puntos de detalle: “a) las oraciones dichas al pie del altar (apologías introductorias) son idénticas a las del misal piano [de San Pío V]. Solamente añaden, después de repetir la antífona ‘Introibo ad altare Dei…’ el ‘Confitemini Domino quoniam bonus. Quoniam in saeculum misericordiam ejus’. El beso de altar no se da durante la oración ‘Oramus te, Domine’ sino inmediatamente después, pronunciando la jaculatoria ‘A vinculis peccatorum nostrorum absolvat nos omnipotens, pius et misericors Dominus. Amén.’ b) En la Misa cantada, el celebrante, apenas sube al altar, da la paz al diácono. c) Las apologías del Ofertorio son igualmente idénticas a las actuales; existe alguna variante en las ceremonias. El celebrante se lava la primera vez las manos antes de ofrecer el pan y el vino; mientras se extiende el corporal sobre el altar, debe recitar una fórmula; la oración ‘Offerimus tibi, Domine…’ que hoy se dice teniendo el cáliz en alto, en el Ordo va precedida de la rúbrica siguiente: ‘quando ponit calicem super altari’; la fórmula, en fin , ‘Incensum istud…’ que, según el misal piano, debe decirse sobre la oblata, se recita, en cambio, ‘cum incensatur altare’, junto con la otra: ‘Dirigatur, Domine, oratio mea…’ d) El texto y las rúbricas del Canon no presentan ninguna variante notable con respecto a las actuales, fuera de que la pequeña elevación no tiene lugar al ‘Omnis honor et gloria’ sino al ‘Per omnia saecula saeculorum’. El Ordo desconoce aún la elevación mayor, introducida poco antes en Occidente. e) La fórmula que acompaña la fracción del pan presenta una variante: ‘Fiat commixtio et consecratio Corporis et Sanguinis D.N.J.C., accipientibus nobis vita aeterna. Amen’. f) Todas las apologías de la comunión son idénticas a las del misal de San Pío V. g) La fórmula ‘Placeat tibi, Sancta Trinitas’ está prescrita no para antes, sino para después del ‘Ite Missa est’; con ella se acaba el Santo Sacrificio. No se hace mención del Evangelio de San Juan”. Righetti, op.cit., pág. 164.
(21) Lutero, De captivitate Babylonis.
(22) Lutero, De captivitate Babylonis.
(23) Lutero, t. XII, pág. 212.
(24) Lutero, De votis monasticis judicium (1521), (t. VIII, pág. 651).
(25) Lutero, Sermón del primer domingo de Adviento (t. XI, pág. 774).
(26) Lutero, De captivitate babylonica (1520), (t. VI, pág. 521).
(27) Lutero, Confesión de Augsburgo, art. XXIV: de la Misa.
(28) Lutero, Oeuvres, VI, pág. 127, Labor et Fides, Genève (1969).
(29) Lutero, Manifiesto a la nobleza cristiana de Alemania, 1520.
(30) Lutero, citado por Jacques Maritain en Trois réformateurs, París, 1925, pág. 247.
(31) Lutero, Formula missæ et communionis (1523) (t. XII, pág. 211).
(32) Navidad del año 1521, celebrada por Karlstadt; lo refiere Mons. Cristiani en Du Luthéranisme au protestantisme.
(33) Directiva de Mons. Cranmer, citada por Messenger en La Réforme – La Messe et le sacerdoce.
(34) Nicolas Ridley, Obispo de Londres, Oeuvres, pág. 321 et App. VI.
(35) Catecismo del Concilio de Trento, nº 488.
(36) Catecismo del Concilio de Trento, nº 489.
(37) Concilio de Trento, Ses. I, cap. 1º.
(38) Catecismo del Concilio de Trento, nº 478.
(39) Concilio Vaticano I, Constitución Pastor Æternus, cap. 4º.
(40) Bula Quo Primum Tempore (1570).
(41) Bula Quo Primum Tempore (1570).

¿Qué pasó en la Última Cena?



Las horas que precedieron a la Pasión y Muerte de Jesús quedaron grabadas con singular fuerza en la memoria y el corazón de quienes estuvieron con él. Por eso, en los escritos del Nuevo Testamento se conservan bastantes detalles acerca de lo que Jesús hizo y dijo en su última cena. Según Joachim Jeremias es uno de los episodios mejor atestiguados de su vida. En esa ocasión estaba Jesús sólo con los doce apóstoles (Mt 26,20; Mc 14,17 y 20; Lc 22,14). No le acompañaban ni María, su madre, ni las santas mujeres. Según el relato de San Juan, al comienzo, en un gesto cargado de significado, Jesús lava los pies a sus discípulos dando así ejemplo humilde de servicio (Jn 13,1-20). A continuación tiene lugar uno de los episodios más dramáticos de esa reunión: Jesús anuncia que uno de ellos lo va a traicionar, y ellos se quedan mirando unos a otros con estupor ante lo que Jesús está diciendo y Jesús de un modo delicado señala a Judas (Mt 26,20-25; Mc 14,17-21; Lc 22,21-23 y Jn 13,21-22).
Según Joachim Jeremias, es uno de los episodios mejor atestiguados de su vida. En esa ocasión estaba Jesús sólo con los doce Apóstoles. No le acompañaban ni María, su madre, ni las santas mujeres.
En la propia celebración de la cena, el hecho más sorprendente fue la institución de la Eucaristía. De lo sucedido en ese momento se conservan cuatro relatos ―los tres de los sinópticos (Mt 26,26-29; Mc 14,22-25; Lc 22,14-20) y el de San Pablo (1 Co11,23-26)―, muy parecidos entre sí. Se trata en todos los casos de narraciones de apenas unos pocos versículos, en las que se recuerdan los gestos y las palabras de Jesús que dieron lugar al Sacramento y que constituyen el núcleo del nuevo rito: «Y tomando pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: —Esto es mi cuerpo, que es entregado por vosotros. Haced esto en memoria mía» (Lc 22, 19 y par.). Son palabras que expresan la radical novedad de lo que estaba sucediendo en esa cena de Jesús con sus Apóstoles con respecto a las cenas ordinarias. Jesús en su Última Cena no entregó pan a los que con él estaban en torno a la mesa, sino una realidad distinta bajo las apariencias de pan: «Esto es mi cuerpo». Y trasmitió a los apóstoles que estaban allí el poder necesario para hacer lo que Él hizo en aquella ocasión: «Haced esto en memoria mía». Al final de la cena también sucede algo de singular relevancia: «Del mismo modo el cáliz después de haber cenado, diciendo: —Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros» (Lc 22, 20 y par.). Los Apóstoles comprendieron que si antes habían asistido a la entrega de su cuerpo bajo las apariencias del pan, ahora les daba a beber su sangre en un cáliz. De este modo, la tradición cristiana percibió en este recuerdo de la entrega por separado de su cuerpo y su sangre un signo eficaz del sacrificio que pocas horas después habría de consumarse en la cruz.
En la propia celebración de la cena, el hecho más sorprendente fue la institución de la Eucaristía. De lo sucedido en ese momento se conservan cuatro relatos, muy parecidos entre sí. Además, durante todo ese tiempo, Jesús iba hablando con afecto dejando en el corazón de los Apóstoles sus últimas palabras. En el evangelio de San Juan se conserva la memoria de esa larga y entrañable sobremesa. En esos momentos se sitúa el mandamiento nuevo, cuyo cumplimiento será la señal distintiva del cristiano: «Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros. Como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor unos a otros» (Jn 13,34-35).

BIBLIOGRAFÍA: JOACHIM JEREMIAS, La última cena: palabras de Jesús (Cristiandad, Madrid, 22003); FRANCISCO VARO, Rabí Jesús de Nazaret
(B.A.C., Madrid, 2005) 179-185
© www.opusdei.org – Textos elaborados por un equipo de profesores de Teología de la Universidad de Navarra dirigidos por Francisco Varo

San Zósimo, Papa - 30 de marzo


Fue elegido por señalación de Inocencio. Su pontificado fue breve y atormentado, debido a la herejía pelagiana que había seguido difunidiéndose.


Este papa pecó de ingenuidad, rehabilitando una primera vez al pelagiano Celestio, que había sido condenado por S. Agustín y por los obispos africanos en el concilio de Cartago. Se mantuvo firme en su posición hasta que un nuevo concilio decretó la misma condena


Ahí Zósimo, con una carta llamada "Tractoria" tomó una postura, condenó el pelagianismo, y defino el dogma del pecado original, indicando en la gracia divina el único medio para la salvación espiritual
Otra equivocación la cometió cuando estableció que los sacerdotes y los diáconos excomulgados por los obispos africanos podían acudir a Roma o bien a las iglesias cercanas para ser juzgados y rehabilitados. Una disposición que fue considerada una indebida ingerencia en campo disciplinario. No hubo secuelas, gracias a la actitud conciliadora de los obispos africanos que no levantaron ningún problema.


Su cuerpo es conservado en la iglesia romana de San Lorenzo Extramuros.

Se desconoce el año de su nacimiento; se sabe que murió el 27 de diciembre de 418. Luego de la muerte del Papa Inocencio I el 12 de marzo de 417, Zosimus fue electo como su sucesor.

De conformidad con el "Liber Pontificalis" Zosimus fue griego y el nombre de su padre fue Abram. Harnack (Sitzungsberichte der Berliner Akademie, 1904, 1050) trata de deducir de su nombre que la familia fue de origen judío, pero los registros del "Liber Pontificalis" que hacen referencia a las familias de los papas, son considerados como exactos (Duchesne, "Histoire ancienne de l'église", 111, 228, nota).

No se conoce nada de la vida de Zozimus antes de su elevación al trono papal. Su consagración como Obispo de Roma tuvo lugar el 18 de marzo de 417. El evento contó con la asistencia de Patroclus, Obispo de Arles, quien había llegado a esa posición en lugar del Obispo Hero. Este ultimo, había sido forzado injustamente a dejar el cargo por un general imperial de Constantino.

Patroclus ganó la confianza del nuevo papa de manera rápida; y el 22 de marzo recibió una carta del pontífice mediante la cual se le concedían derechos sobre la metrópoli, sobre los Obispos de las provincias de la Galia de Viennensis y Narbonensis, I y II. Además, una especie de vicario papal para la región de Gaul. Ningún eclesiástico podía hacer el viaje a Roma sin contar con un certificado de identidad dado por Patroclus.

En el año 400, Arles había sido substituido por Trier como lugar de la residencia del gobierno oficial de la Diócesis de Gaul, el "Prefectus Praetorio Galliarum". Patroclus, quien gozaba del apoyo del comandante Constantino, utilizó esta oportunidad para procurarse a sí mismo la posición suprema sobre los antes mencionados; todo ello, por medio de ganarse las ideas de Zosimus.
Papa, San Zosimo
Los obispos de Viena, Narbone, y Marsella vieron esta elevación de estatus de la Sede de Arles, como un acto que infringía sus derechos, y levantaba muchas objeciones las que ocasionaron muchas cartas de Zosimus. La disputa no fue resuelta, no obstante, hasta el pontificado de León I (véase AIX). No mucho después de la elección de Zosimus, Pelagian Coelestius, que había sido condenado por el anterior Papa, Inocencio I, llegó a Roma a justificarse a sí mismo ante el nuevo pontífice, habiendo sido expulsado de Constantinopla.

En el verano de 417, Zosimus sostuvo un encuentro con los clérigos de Roma en la Basílica de San Clemente; en ella apareció Coelestius. Las propuestas fueron elaboradas por Paulinus de Milán, sobre el recuento del cual Coelestius había sido condenado en Cartago en 411.

Coelestius rechazó el condenar estas proposiciones, y al mismo tiempo declaró en general, que aceptaba la doctrina expuesta en las cartas del Papa Inocencio e hizo una profesión de fe, que fue aprobada. El papa no fue sorprendido por la calculadora actitud de Coelestius, e indicó que no estaba seguro acerca de la si se mantenía o no la posición herética y que se rechazaba como falsa la doctrina de Inocencio; consideró que la acción de los obispos africanos contra Coelestius había sido un tanto rápida.

Hizo, con base en ello, un llamado para que comparecieran en Roma los obispos africanos que tenían algo que declarar contra Coelestius, en el plazo de dos meses. Rápidamente, luego de esto, el pontífice recibió de Pelagius una confesión de fe, junto con un nuevo tratado por parte de los herejes, sobre el libre albedrío. El papa realizó un nuevo sínodo en Roma, en el cual fueron leídos estos documentos.
El Papa aceptó la apelación y envió delegados a África a fin de investigar el asunto. En primera instancia se debía de hacer referencia a Apiarius en el curso ordinario de la apelación africana. Zosimus hizo además otro error en basar su acción sobre un canon que había sido repudiado por el Concilio de Nicea, el cual fue en realidad un canon del Concilio de Sadica.

En los manuscritos romanos, los cánones de Sardica siguieron a los de Nicea de manera casi inmediata, sin tener títulos independientes, mientras que los manuscritos africanos contenían solamente como genuinos los de Nicea, de manera que el canon al cual estaba apelando Zosimus no estaba contenido en las copias africanas de los cánones de Nicea. La controversia que generó esta apelación, continuó aún más allá de la muerte de Zosimus.

Además de los escritos ya mencionados, producto de la acción del Papa, existen otras cartas a los obispos bizantinos de la provincia de Africa, en relación con un obispo depuesto, y respecto a los obispos de Gaul y España, sobre el princilianismo y la ordenación de diferentes grados dentro de los clérigos.

El "Liber Pontificalis" atribuye a Zosimus un decreto con base en el cual se dedicaban las velas por parte de los diáconos en las celebraciones de la Pascua. También un decreto mediante el cual se prohibía que los clérigos visitaran las tabernas. Zosimus fue sepultado en la Iglesia de San Laurencio en Agro Verano (cf. De Rossi, "Bulletino di arch. christ.", 1881, 91 sqq.).

The Catholic Encyclopedia, Volume I
Copyright © 1907 by Robert Appleton Company
Online Edition Copyright © 1999 by Kevin Knight

San Juan Clímaco - 30 de marzo


El apellido de este santo proviene de un libro famoso que él escribió y que llegó a ser inmensamente popular y sumamente leído en la Edad Media. El nombre de tal libro era "Escalera para subir al cielo". Y eso mismo en griego se dice "Clímaco".

San Juan Clímaco nació en Palestina y se formó leyendo los libros de San Gregorio Nazanceno y de San Basilio. A los 16 años se fue de monje al Monte Sinaí. Después de cuatro años de preparación fue admitido como religioso. El mismo narraba después que en sus primeros años hubo dos factores que le ayudaron mucho a progresar en el camino de la perfección. El primero: no dedicar tiempo a conversaciones inútiles, y el segundo: haber encontrado un director espiritual santo y sabio que le ayudó a reconocer los obstáculos y peligros que se oponían a su santidad. De su director aprendió a no discutir jamás con nadie, y a no llevarle jamás la contraria a ninguno, si lo que el otro decía no iba contra la Ley de Dios o la moral cristiana.

Pasó 40 años dedicado a la meditación de la Biblia, a la oración, y a algunos trabajos manuales. Y llegó a ser uno de los más grandes sabios sobre la Biblia de Oriente, pero ocultaba su sabiduría y en todo aparecía como un sencillo monje más, igual a todos los otros. En lo que sí aparecía distinto era en su desprendimiento total de todo afecto por el comer y el beber. Sus ayunos eran continuos y los demás decían que pareciera como si el comer y el beber más bien le produjera disgusto que alegría. Era su penitencia, ayunar, ayunar siempre.

Su oración más frecuente era el pedir perdón a Dios por los propios pecados y por los pecados de la demás gente. Los que lo veían rezar afirmaban que sus ojos parecían dos aljibes de lágrimas. Lloraba frecuentemente al pensar en lo mucho que todos ofendemos cada día a Nuestro Señor. Y de vez en cuando se entraba a una cueva a rezar y allí se le oía gritar: ¡Perdón, Señor piedad. No nos castigues como merecen nuestros pecados. Jesús misericordioso tened compasión de nosotros los pobres pecadores! Las piedras retumbaban con sus gritos al pedir perdón por todos.

El principal don que Dios le concedió fue el ser un gran director espiritual. Al principio de su vida de monje, varios compañeros lo criticaban diciéndole que perdía demasiado tiempo dando consejos a los demás. Que eso era hablar más de la cuenta. Juan creyó que aquello era un caritativo consejo y se impuso la penitencia de estarse un año sin hablar nada ni dar ningún consejo. Pero al final de aquel año se reunieron todos los monjes de la comunidad y le pidieron que por amor a Dios y al prójimo siguiera dando dirección espiritual, porque el gran regalo que Dios le había concedido era el de saber dirigir muy bien las almas. Y empezó de nuevo a aconsejar. Las gentes que lo visitaban en el Monte Sinaí decían de él: "Así como Moisés cuando subió al Monte a orar bajó luego hacia sus compañeros con el rostro totalmente iluminado, así este santo monje después de que va a orar a Dios viene a nosotros lleno de iluminaciones del cielo para dirigirnos hacia la santidad".

El superior del convento le pidió que pusiera por escrito los remedios que él daba a la gente para obtener la santidad. Y fue entonces cuando escribió el famoso libro del cual le vino luego su apellido: "Clímaco", o Escalera para subir al cielo. Se compone de 30 capítulos, que enseñan los treinta grados para ir subiendo en santidad hasta llegar a la perfección. El primer peldaño o la primera escalera es cumplir aquello que dijo Jesús: "Quien desea ser mi discípulo tiene que negarse a sí mismo". El primer escalón es llevarse la contraria a sí mismo, mortificarse en algo cada día. El segundo es tratar de recobrar la blancura del alma pidiendo muchas veces perdón a Dios por pecados cometidos, el tercero es el plan o propósito de enmendarse y cambiar de vida. Los últimos tres, los peldaños superiores, son practicar la Fe, la Esperanza y la Caridad. Todo el libro está ilustrado con muchas frases hermosas y con agradables ejemplos que lo hacen muy agradable.

A San Juan Clímaco le concedió Dios otro gran regalo y fue el de lograr llevar la paz a muchísimas almas angustiadas y llenas de preocupaciones. Llegaban personas desesperadas a causa de terribles tentaciones y él les decía: "Oremos porque los malos espíritus se alejan con la oración". Y después de dedicarse a rezar por varios minutos en su compañía aquella persona sentía una paz y una tranquilidad que antes no había experimentado nunca. El santo decía a la gente: "Así como los israelitas quizás no habrían logrado atravesar el desierto si no hubieran sido guiados por Moisés, así muchas almas no logran llegar a la santidad si no tienen un director espiritual que los guíe". Y él fue ese guía providencial para millares de personas por 40 años.

Un joven que era dirigido espiritualmente por San Juan Clímaco, estaba durmiendo junto a una gran roca, a muchos kilómetros del santo, cuando oyó que este lo llamaba y le decía: "Aléjese de ahí". El otro despertó y salió corriendo, y en ese momento se desplomó la roca, de tal manera que lo habría aplastado si se hubiera quedado allí.

En un año en el que por muchos meses no caía una gota de agua y las cosechas se perdían y los animales se morían de sed, las gentes fueron a donde nuestro santo a rogarle que le pidiera a Dios para que enviara las lluvias. El subió al Monte Sinaí a orar y Dios respondió enviando abundantes lluvias.

Era tal la fama que tenían las oraciones de San Juan Clímaco, que el mismo Papa San Gregorio le escribió pidiéndole que lo encomendara en sus oraciones y le envió colchones y camas para que pudiera hospedar a los peregrinos que iban a pedirle dirección espiritual.

Cuando ya tenía más de 70 años, los monjes lo eligieron Abad o Superior del monasterio del Monte Sinaí y ejerció su cargo con satisfacción y provecho espiritual de todos. Cuando sintió que la muerte se acercaba renunció al cargo de superior y se dedicó por completo a preparar su viaje a la eternidad. Y al cumplir los 80 años murió santamente en su monasterio del Monte Sinaí. Jorge, su discípulo predilecto, le pidió llorando: "Padre, lléveme en su compañía al cielo". El oró y le dijo: "Tu petición ha sido aceptada". Y poco después murió Jorge también.

lunes, 29 de marzo de 2010

Homilia del Domingo de Ramos - SS Benedicto XVI


Plaza de San Pedro
XXV Jornada Mundial de la Juventud
Domingo, 28 de marzo de 2010

Queridos hermanos y hermanas;
queridos jóvenes:

El Evangelio de la bendición de las palmas, que hemos escuchado aquí reunidos en la Plaza de San Pedro,comienza con la frase:“Marchaba por delante subiendo a Jerusalén (Lc 19,28). Nada más empezar la liturgia de este día, la Iglesia anticipa su respuesta al Evangelio,diciendo:“Sigamos al Señor ”.Con esto el tema del Domingo de Ramos está claramente expresado. Es el siguiente. Ser cristiano significa considerar el camino de Jesucristo como el camino correcto para el ser humano -como ese camino que conduce a la meta, a una humanidad plenamente realizada y auténtica. De manera particular, quiero repetir a todos los jóvenes, en esta XXV Jornada Mundial de la Juventud, que ser cristiano es un camino, o mejor: una peregrinación, un caminar junto a Jesucristo. Un caminar en esa dirección que Él nos ha indicado y nos indica.
¿Pero de qué dirección se trata? ¿Cómo se la encuentra? La fase de nuestro Evangelio ofrece dos indicaciones al respecto. En primer lugar dice que se trata de un ascenso. Esto tiene en primer lugar un significado muy concreto. Jericó, donde ha empezado la última parte de la peregrinación de Jesús, se encuentra a 250 metros bajo el nivel del mar, mientras que Jerusalén -la meta del camino- está a 740-780 metros sobre el nivel del mar: un ascenso de casi mil metros. Pero este camino exterior es sobre todo una imagen del movimiento interior de la existencia, que se realiza en el seguimiento de Cristo: es una ascensión a la verdadera altura del ser humano. La persona puede escoger un camino cómodo y evitar todo cansancio. Puede también descender hacia lo bajo, lo vulgar. Puede hundirse en el lodo de la mentira y la deshonestidad. Jesús camina delante de nosotros, y va hacia lo alto. Él nos conduce a lo que es grande, puro, nos conduce al aire saludable de las alturas: a la vida según verdad; al coraje que no se deja intimidar por el cotilleo de las opiniones dominantes; a la paciencia que soporta y sostiene al otro. Él conduce a la disponibilidad para los que sufren, los abandonados; a la fidelidad que está de parte del otro también cuando la situación se hace difícil. Conduce a la disponibilidad para proporcionar ayuda; a la bondad que no se deja desarmar ni por la ingratitud. Él nos conduce al amor -nos conduce a Dios.
“Marchaba por delante subiendo a Jerusalén ”.Si leemos esta palabra del Evangelio en el contexto del camino de Jesús en su conjunto -un camino que, de hecho, prosigue hasta el fin de los tiempos- podemos descubrir en la indicación de la meta “Jerusalén ” diversos niveles.Naturalmente en primer lugar debe entenderse simplemente el lugar “Jerusalén ”:es la ciudad en la que se encontraba el Templo de Dios, cuya unicidad debía aludir a la unicidad de Dios mismo. Este lugar anuncia por tanto en primer lugar dos cosas: por un lado dice que Dios es uno solo en todo el mundo, supera inmensamente todos nuestros lugares y tiempos; es a ese Dios al que pertenece toda la creación. Es el Dios que todas las personas buscan en lo más profundo
y de quien, de algún modo, todos tienen también conocimiento. Pero este Dios se ha dado un nombre. Se ha dado a conocer a nosotros, ha tenido una historia con los hombres; ha elegido a un hombre -Abraham- como punto de partida de esta historia. El Dios infinito es al mismo tiempo el Dios cercano. Él, que no puede ser encerrado en ningún edificio, quiere sin embargo habitar en medio de nosotros, estar totalmente con nosotros.
Si Jesús junto al Israel que peregrina sale hacia Jerusalén, va allí para celebrar con Israel la Pascua: el memorial de la liberación de Israel -memorial que, al mismo tiempo, es siempre esperanza de la libertad definitiva, que Dios dará. Y Jesús va a esta fiesta consciente de ser Él mismo el Cordero en el que se cumplirá lo que el Libro del Éxodo dice al respecto: un cordero sin defecto, macho, que al atardecer, ante los ojos de los hijos de Israel,es inmolado “ como rito perenne ” (cf.Ex 12,5-6.14). Y finalmente Jesús sabe que su camino irá más lejos: no tendrá en la cruz su final. Sabe que su camino rasgará el velo entre este mundo y el mundo de Dios; que Él ascenderá hasta el trono de Dios y reconciliará a Dios y al hombre en su cuerpo. Sabe que su cuerpo resucitado será el nuevo sacrificio y el nuevo Templo; que en torno a Él, de las filas de
los Ángeles y de los Santos, se formará la nueva Jerusalén que está en el cielo y está también ya en la tierra, porque en su pasión Él ha abierto los confines entre cielo y tierra. Su camino conduce más allá de la cima del monte del Templo hasta la altura de Dios mismo: es éste el gran ascenso al que nos invita a todos. Él permanece siempre con nosotros en la tierra y está ya siempre junto a Dios, Él nos guía en la tierra y más allá de la tierra.
Así, en la amplitud del ascenso de Jesús se hacen visibles las dimensiones de nuestro seguimiento -la meta a la que Él quiere conducirnos: hasta las alturas de Dios, a la comunión con Dios, al ser-con-Dios. Es ésta la verdadera meta, y la comunión con Él es el camino. La comunión con Cristo es un estar en camino, un permanente ascenso hacia la verdadera altitud de nuestra vocación. Caminar con Jesús es al mismo tiempo siempre un caminar en el “nosotros ” de los que quieren seguirLe.Nos introduce en esta comunidad. Pero el camino a la vida verdadera, a un ser personas conforme al modelo del Hijo de Dios Jesucristo supera nuestras propias fuerzas, este caminar es siempre también un ser llevados. Nos encontramos, por así decirlo, en una cordada con Jesucristo -junto a Él en la ascensión a las alturas de Dios. El nos empuja y nos sostiene.
Forma parte del seguimiento de Cristo que nos dejemos integrar en esa cordada; que aceptemos no poder hacerlo solos. Forma parte de él este acto de humildad, entrar en el “nosotros ” de la Iglesia;agrupars e en la cordada, la responsabilidad de la comunión -no romper la cuerda con la obstinación y la arrogancia. El humilde creer con la Iglesia, como estar soldados en la cordada del ascenso hacia Dios, es una condición esencial del seguimiento. De este estar en el conjunto de la cordada forma parte también el no comportarse como patrones de la Palabra de Dios, el no correr tras una idea equivocada de emancipación.La humildad del “ser -con ” es esencial para el ascenso.Forma también parte de él que en los Sacramentos nos dejemos siempre de nuevo tomar de la mano por el Señor; que por Él nos dejemos purificar y vigorizar; que aceptemos la disciplina del ascenso, aunque estemos cansados.
Finalmente, debemos todavía decir: del ascenso a la altura de Jesucristo, del ascenso a la altura de Dios mismo forma parte la Cruz. Como en los asuntos de este mundo no se pueden lograr grandes resultados sin renuncia y duro ejercicio, como la alegría por un gran descubrimiento del conocimiento o por una verdadera capacidad operativa está ligada a la disciplina, de hecho, a la fatiga del aprendizaje, así también el camino a la vida misma, a la realización de la propia humanidad está ligado a la comunión con Aquel que ha subido a la altura de Dios a través de la Cruz. En última instancia, la Cruz es expresión de lo que significa el amor: sólo quien se pierde a sí mismo, se encuentra.
En resumen: el seguimiento de Cristo requiere como primer paso volver a despertar la nostalgia por el auténtico ser humano y así revivir por Dios. Requiere después entrar en la cordada de los que ascienden, en la comunión de la Iglesia. En el “nosotros ” de la Iglesia entramos en comunión con el “Tú ” de Jesucristo y alcanzamos así el camino hacia Dios. También se requiere escuchar la Palabra de Jesucristo y vivirla: en fe, esperanza y amor. Así estamos en camino a la Jerusalén definitiva y ya desde ahora, de algún modo, nos encontramos allí, en la comunión de todos los Santos de Dios.
Nuestra peregrinación en el seguimiento de Cristo por tanto no va hacia una ciudad terrena, sino hacia la nueva Ciudad de Dios que crece en medio de este mundo. La peregrinación hacia la Jerusalén terrestre, sin embargo, puede ser precisamente también para nosotros los cristianos un elemento útil para ese viaje mayor. Yo mismo he ligado a mi peregrinación a Tierra Santa del año pasado tres significados. Primero de todo he pensado que nos podría pasar en esa ocasión lo que san Juan dice al inicio de su Primera Carta: lo que hemos oído, lo podemos, en cierta manera, ver y tocar con nuestras manos (cf. 1 Jn 1,1). La fe en Jesucristo no es una invención legendaria. Se basa en una historia ocurrida realmente. Esta historia la podemos, por así decirlo,
contemplar y tocar. Es conmovedor encontrarse en Nazaret en el lugar donde el Ángel se apareció a María y le transmitió la tarea de convertirse en la Madre del Redentor. Es conmovedor estar en Belén en el lugar donde el Verbo, hecho carne, vino a habitar entre
nosotros; pisar la tierra santa en la que Dios quiso hacerse hombre y niño. Es conmovedor subir la escalera al Calvario hasta el lugar en el que Jesús murió por nosotros en la Cruz. Y estar finalmente ante el sepulcro vacío; rezar allí donde su santa alma reposó y donde al tercer día sucedió la resurrección. Seguir los caminos exteriores de Jesús debe ayudarnos a caminar más gozosamente y con una nueva certeza en el camino interior que Él nos ha indicado y que es Él mismo. Cuando vamos a Tierra Santa como peregrinos, vamos también -y éste es el segundo aspecto- como mensajeros de la paz, con la oración por la paz; con la invitación fuerte a todos a hacer en ese lugar,que lleva en su nombre la palabra “paz ”, todo lo posible para que se convierta verdaderamente en un lugar de paz. Así esta peregrinación es al mismo tiempo -como tercer aspecto- un estímulo para los cristianos a permanecer en el País de sus orígenes y a comprometerse intensamente en él por la paz.
Volvamos de nuevo a la liturgia del Domingo de Ramos. En la oración con la que se bendicen las palmas rezamos para que en la comunión con Cristo podamos dar el fruto de buenas obras. Por una interpretación errónea de san Pablo, se ha desarrollado repetidamente en el curso de la historia y también hoy, la opinión de que las buenas obras no formarían parte del ser cristiano, en todo caso serían insignificantes para la salvación de la persona. Pero si Pablo dice que las obras no pueden justificar a la persona, con ello no se opone a la importancia de actuar de una manera recta y, si él habla del fin de la Ley, no declara superados e irrelevantes los Diez Mandamientos. No hay necesidad ahora de reflexionar sobre toda la amplitud de la cuestión que interesaba al Apóstol.Es importante destacar que con el término “Ley ” él no entiende los Diez Mandamientos, sino el complejo estilo de vida mediante el cual Israel debía protegerse contra las tentaciones del paganismo. Ahora, sin embargo, Cristo ha llevado a Dios a los paganos. A ellos no se les impone esa forma de distinción. A ellos se les da como Ley únicamente a Cristo. Pero esto significa el amor a Dios y al prójimo y todo lo que forma parte de él. Forman parte de este amor los Mandamientos leídos de una manera nueva y más profunda a partir de Cristo, esos Mandamientos que no son otros que las reglas fundamentales del verdadero amor: primero de todo y como principio fundamental la adoración de Dios, el primado de Dios, que los primeros tres Mandamientos expresan. Ellos nos dicen: sin Dios nada sale bien. Quién es ese Dios o cómo es Él, lo sabemos a partir de la persona de Jesucristo. Siguen después la santidad de la familia (cuarto Mandamiento), la santidad de la vida (quinto Mandamiento), las reglas del matrimonio
(sexto Mandamiento), las reglas sociales (séptimo Mandamiento) y finalmente la inviolabilidad de la verdad (octavo Mandamiento). Todo es hoy de máxima actualidad y precisamente también en el sentido de san Pablo -si leemos íntegramente sus Cartas. “Dar fruto con las buenas obras ”:al inicio de la Semana Santa pidamos al Señor que nos dé a todos nosotros cada vez más este fruto. Al final del Evangelio para la bendición de las palmas oímos la aclamación con la que los peregrinos saludan a Jesús a las puertas de Jerusalén. Es la palabra del Salmo 118 (117), que originariamente los sacerdotes proclamaban desde la Ciudad Santa a los peregrinos, pero que, con el tiempo, se convirtió en expresión de la esperanza mesiánica:“Bendito el que viene en nombre del Señor ” (Sal 118 [117],26; Lc 19,38). Los peregrinos ven en Jesús al Esperado, que viene en el nombre del Señor, o mejor, según el Ev angelio de san Lucas,introducen una palabra más:“Bendito el que viene,el Rey,en nombre del Señor ”.Y prosiguen con una aclamación que recuerda el mensaje de los Ángeles en Navidad, pero lo modifica de una manera que hace reflexionar. Los Ángeles habían hablado de la gloria de Dios en las alturas y de la paz en la tierra para los hombre de la benevolencia divina. Los peregrinos en la entrada de la Ciudad Santa dicen:“¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!”.Saben demasiado bien que en la tierra no hay paz. Y saben que el lugar de la paz es el cielo -saben que forma parte de la esencia del cielo ser lugar de paz. Así esta aclamación es expresión de una profunda pena y, también, es oración de esperanza: Que quien viene en nombre del Señor traiga a la tierra lo que está en los cielos. Su reinado se convierta en el reinado de Dios, presencia del cielo en la tierra. La Iglesia, antes de la consagración eucarística, canta la palabra del Salmo con el que Jesús es saludado antes de su entrada en la Ciudad Santa: ésta saluda a Jesús como el Rey que, viniendo de Dios, en nombre de Dios entra en medio de nosotros. También hoy este saludo gozoso es siempre súplica y esperanza.
Roguemos al Señor para que nos traiga el cielo: la gloria de Dios y la paz de los hombres. Entendamos ese saludo en el espíritu de la petición del Padre Nuestro: “¡Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo!”.Sabemos que el cielo es cielo,lugar de la gloria y de la paz, porque en él reina totalmente la voluntad de Dios. Y sabemos que la tierra no es cielo hasta que en ella no se realiza la voluntad de Dios. Demos la bienvenida por tanto a Jesús que viene del cielo y roguémosle que nos ayude a conocer y a cumplir la voluntad de Dios. Que el reino de Dios entre en el mundo y así éste sea colmado con el esplendor de la paz. Amén.

¿Porqué veneramos al crucifijo si Jesús ya ha resucitado?


Los protestantes se preguntan por qué los católicos exhibimos la Cruz con el cuerpo de Cristo, si Jesús ya ha resucitado.

La cruz es parte inseparable del misterio pascual que incluye pasión, muerte y resurrección.

Los católicos profesamos que Cristo ha muerto por nuestros pecados y ha resucitado glorioso. El crucifijo en ninguna manera niega la resurrección sino que manifiesta la seriedad de nuestros pecados y el amor infinito con que Cristo murió al salvarnos.

Jesús enseñó: «Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy. -Juan 8:28

La Cruz, es mencionada explícitamente 29 veces en el Nuevo Testamento. Muchas mas veces se refiere a ella sin usar la palabra exacta. No es el madero en su sentido material en lo que ponemos nuestro corazón sino en Jesús que por nosotros colgó de el. El es quién nos atrae. Jesús nos dijo:

Y yo cuando sea levando de la tierra, atraeré a todos hacia mí. -Juan 12,32

Esta enseñanza es válida para todos los tiempos. Contemplar a Jesús "levantado" en la Cruz es clave para conocerlo íntimamente.

San Pedro y San Pablo proclaman la cruz sin cesar.

¿Acaso no sabían ellos que Cristo ha resucitado? Claro que sí, pero comprendían la importancia de tenerla siempre presente porque ella es el poder de Dios contra todas las fuerzas infernales: las fuerzas de la carne, es decir de nuestro ego. La carne tiende a su placer, su conveniencia, su engrandecimiento; la cruz pone a muerte todo eso para que reine el Amor

Hechos 2,36
«Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado»

Gálatas 2,19
En efecto, yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios: con Cristo estoy crucificado.

Gálatas 5,24
Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias.

Gálatas 6,14
"Lo que es a mi, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mi, y yo para el mundo."

I Corintios 1,13
¿Esta dividido Cristo? ¿Acaso fue Pablo crucificado por vosotros?

Los cristianos siempre hemos tenido la Cruz como signo del amor y poder de Cristo. Hay amplia evidencia que desde los primeros siglos se levantaban cruces como signo de la fe en Cristo.

A los que nos atacan por llevar la cruz en el cuello o tenerla en un lugar de honor en nuestras casas o por erguirla sobre un lugar visible, hemos de responder con San Pablo:

Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan - para nosotros - es fuerza de Dios. -I Corintios 1,18

Nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. -I Corintios 1,23-24

La Cruz, sea que tenga representado el cuerpo de nuestro Salvador o no, es el mismo signo. Pero los católicos solemos representarla con Su cuerpo por el valor que tiene contemplar su pasión, el amor con que nos salvó.

Jesús nos ordenó a abrazar también nosotros la cruz: "Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" -Mateo 16,24

Contemplarle en la cruz nos sana espiritualmente, como sanó al ladrón que estaba junto a Jesús cuando él le dijo “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” -Lucas 23:43. También sanó al centurión que estaba a los pies de la cruz, que se convirtió y dijo: “Este hombre era el Hijo de Dios” -Marcos 15:39.

Contemplar el crucifijo es un acto de fe. Nos inspira a tener la misma actitud que Cristo, que se humilló y obedeció hasta la muerte, incluso hasta la muerte por crucifixión” -Filip. 2:5,8.

El crucifijo hace visible el sacrificio de Jesús y de esa manera nos llama a “ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios a través de Jesús” -Pe. 2:5, y a “ofrecer nuestros cuerpos como un sacrificio vivo” -Rom. 12:1

La revelación del amor perfecto es la cruz mientras que la resurrección es su victoria. La cruz le costó a Jesús inmensos sufrimientos que aceptó libremente por nosotros. La resurrección manifiesta su poder sobre la muerte, su gloriosa victoria.

Cristo transformó el sentido de la Cruz. Antes era la vergüenza e ignominia mas grande posible, ahora es la gloria y la victoria máxima. Amor a la Cruz nos comunica la gracia para ser fieles en nuestras cruces unidas a la Suya.

Es una costumbre muy antigua representar a Jesús en diferentes momentos de su vida. En las catacumbas vemos que los cristianos de los primeros siglos expresaban su amor a Jesús por medio de imágenes. Los que se oponen al crucifijo, ¿acaso no muestran imágenes de Jesús cuando era niño en Navidad?. La imagen del Niñito Jesús representa un momento de Su vida al igual que su crucifixión representa otro, y éste es el momento que cambió para siempre nuestras vidas.

¡Te adoramos oh Cristo y te bendecimos, porque por tu santa Cruz redimiste al mundo! -Amén.

Padre Jordi Rivero
Tomado de: www.corazones.org

Santos Jonás y Baraquicio, mártires - 29 de Marzo


Sapor, rey de Persia, emprendió una recia persecución contra los cristianos. Jonás y Barraquicio, dos monjes de Beth-Iasa, sabiendo que varios cristianos estaban sentenciados a muerte fueron a alentarlos y servirlos. Después de la ejecución, los dos santos fueron aprehendidos por haber exhortado los mártires a perseverar hasta morir.

El rey empezó instando a los dos hermanos y urgiéndoles a que obedecieran al monarca persa y que adoraran al sol. Ellos se mantuvieron fieles en su fe a Cristo, por lo que Barraquicio fue arrojado a un estrecho calabazo, mientras que Jonás se le ordenó a adorar a los dioses, pero ante su negativa fue azotado y arrojado a un estanque de agua helada.

Posteriormente, Jonás fue atormentado con muchas torturas, para después ser prensado en un molino de madera hasta provocarle la muerte. Los jueces le aconsejaron a Barraquicio que salvara su propio cuerpo, pero el santo jamás renegó su fe; fue entonces sujeto de nuevo a tormentos y finalmente se le dio muerte, vertiéndoles pez y azufre ardientes en la boca.

domingo, 28 de marzo de 2010

"No permitir verse intimidado por el chisme mezquino de opinión dominante" - SS Benedicto XVI


Roma, 28 mar (PL) En medio del escándalo que sacude a la Iglesia católica por abusos sexuales contra menores, el papa Benedicto XVI aseguró hoy no sentirse intimidado por las críticas.

Frente a miles de personas que asistieron a la Plaza de San Pedro para la misa dominical, Benedicto XVI dijo que su fe le dará el coraje de "no permitir verse intimidado por el chisme mezquino de opinión dominante".

Pese a que no hizo mención directa a los abusos sexuales cometidos por sacerdotes contra niños, el Papa sostuvo que el hombre en ocasiones a veces "se sume en el pantano del pecado y la falta de honradez".

Un informe del gobierno irlandés reveló en 2009 cómo la jerarquía eclesiástica e instituciones católicas en ese país ocultaron durante décadas miles de casos de abuso sexual, físico y psicológico contra menores.

Benedicto XVI se disculpó la semana pasada con las víctimas de los excesos perpetrados en Irlanda por religiosos que deberán responder -advirtió- no sólo ante Dios sino también ante la justicia ordinaria.

El Sumo Pontífice envió una carta pastoral a los sacerdotes irlandeses en la que aseguró lamentar "con vergüenza y remordimiento" el sufrimiento infligido a cientos de niños.

Pero la postura del Vaticano fue considerada insuficiente y profundizó la crisis de credibilidad de la Iglesia católica, que enfrenta casos similares de abuso en instituciones religiosas de Holanda y Alemania.

El portavoz de la Santa Sede, Federico Lombardi, admitió la víspera que la respuesta de la Iglesia es crucial para recuperar su credibilidad moral y por eso los casos de abusos deben ser reconocidos y reparados.

Lombardi señaló que aunque los hechos ocurrieron hace décadas, reconocerlos y hacer reparaciones a la víctimas "es el precio para restablecer justicia y mirar hacia el futuro con renovado vigor, humildad y confianza".

SS Benedicto XVI realiza la procesión del Domingo de Ramos a bordo del Papa Móvil


Por primera vez, el Papa ha realizado la procesión del domingo de Ramos a bordo del Papa Móvil. De esta manera es más fácilmente visible por la muchedumbre, ha explicado el portavoz del Vaticano, padre Lombardi.

Benedicto XVI ha pronunciado algunas palabras que tienen plena vigencia pese a que se conmemore una festividad de hace 2000 años.

¿De Dios viene el valor que no deja que nos intimida ante la charlatanería de la opinión pública¿.

Jesús- ha proseguido- nos sostiene y empuja , forma parte de los Sacramentos que nos dejemos coger la mano del Señor para purificarnos por él, sin correr detrás de una idea equivocada de emancipación, porque la Iglesia es toda una cordada. El hombre puede elegir entre seguir a Jesucristo en su ascenso a Jerusalén o descender a lo más bajo, vulgar a las profundidades donde reina el pantano de la mentira y la deshonestidad, aha concluido el Pontífice.

Unas horas antes de esta celebración, el portavoz Vaticano ha resaltado cómo funcionan las medidas contra la pedofília ya que los casos han descendido en más de un 30% y todos los que están aflorando ahora a la opinión pública han sucedido hace décadas.

En su alocución del Ángelus, Benedicto XVI ha recordado el Domingo de Ramos de hace 25 años cuando el anterior Papa confirmó su intención de instituir la Jornada Mundial de la Juventud.

Precisamente, mañana lunes se conmemora el quinto aniversario del fallecimiento de Juan Pablo II. El Vaticano ha adelantado la conmemoración ya que el fallecimiento del Papa Wojtyla, el 2 de Abril, coincide este año con el Viernes Santo.

Domingo de Ramos


El cielo de la Iglesia se pone cada vez más sombrío; los tonos severos de los que se había revestido en el curso de las cuatro semanas que acaban de pasar, ya no son suficientes para demostrar su duelo. Sabe que los hombres persiguen a Jesús y conspiran su muerte. No pasarán doce días sin que sus enemigos pongan sobre él sus manos sacrílegas. La Iglesia le seguirá a la cumbre del Calvario; recogerá su último suspiro; verá sellar sobre su cuerpo unánime, la piedra del sepulcro. No es extraño, pues, que invite a todos sus hijos, en esta quincena, a contemplar a Aquel que es la causa de todas sus tristezas y afectos.
Pero no es precisamente, lágrimas y compasión estériles, lo que pide de nosotros nuestra Madre; quiere que nos aprovechemos de las enseñanzas que nos van a proporcionar los sucesos de esta Santa Semana. Se acuerda de que el Señor al subir al Calvario, dijo a las mujeres de Jerusalén que lloraban su desgracia ante sus mismos verdugos: "No lloréis por mí; más bien llorad por vosotros y por vuestros hijos". No rehusó el tributo de sus lágrimas, se enterneció y su misma ternura le dictó esas palabras. Quiso sobre todo verlas penetradas de la grandeza del acto del que se compadecían, en una hora en que la justicia de Dios se mantenía tan inexorable ante el pecado.
La Iglesia comenzó la conversión del pecador en las semanas precedentes; ahora quiere consumarla. Lo que ofrece a nuestra consideración, no es ya Cristo ayunando y orando en el monte de la Cuarentena; es la víctima universal que se inmola por la salvación del mundo. La hora va a sonar y el poder de las tinieblas se apresura a aprovechar los pocos momentos que le quedan. Va a consumarse el más afrentoso de los crímenes. Dentro de pocos días el Hijo de Dios va a ser entregado al poder de los pecadores y ellos le matarán. La Iglesia no necesita exhortar a sus hijos a la penitencia; demasiado saben ya que el pecado exige esta expiación. Ahora está penetrada por completo de los sentimientos de anonadamiento que le inspira la presencia de Dios sobre la tierra; y al expresar estos sentimientos en la Liturgia nos indica aquellos que nosotros debemos concebir de nosotros mismos.
El carácter más general de las oraciones y de los ritos de esta quincena es de profundo dolor de ver al justo oprimido por sus enemigos, hasta la muerte y una indignación enérgica contra el pueblo deicida. El fondo de los textos litúrgicos, son de David y de los Profetas. Ya es Cristo mismo quien declara las agonías de su alma; ya son las imprecaciones contra los verdugos. El castigo del pueblo judío es expuesto en todo su horror; y en los tres últimos días veremos a Jeremías lamentarse sobre las ruinas de la ciudad infiel.
Preparémonos, pues, a estas fuertes impresiones desconocidas con harta frecuencia por la piedad superficial de nuestros tiempos. Recordemos el amor y benignidad del Hijo de Dios que viene a confiarse a los hombres, viviendo su misma vida. "Pasando por esta tierra haciendo el bien", y veamos cómo acaba esta vida de ternura, condescendencia y humildad con el más infame de los suplicios, con el patíbulo de los esclavos. Por una parte, contemplemos al pueblo perverso de los pecadores, que, falto de crímenes, imputa al Redentor sus beneficios, y consuma la más negra de las ingratitudes, derramando sangre inocente y divina; y por otra, contemplemos al Justo por excelencia, presa de las amarguras todas, "su alma triste hasta la muerte", cargado con el peso de la maldición, y bebiendo hasta las heces el cáliz que a pesar de su humilde queja debió de beber: el cielo inflexible a sus plegarias como a sus dolores; y al fin escuchemos su grito: "Dios mío, Dios mío, ¿porqué me has abandonado?" (Mateo 28, 4-6.)
Esto es lo que recuerda la Iglesia con tanta frecuencia en estos días; esto es lo que propone a nuestra consideración; porque sabe que si llegamos todos a comprender lo que esta escena significa, se romperán los lazos que nos atan al pecado, y nos será ya imposible permanecer por más tiempo como cómplices de estos crímenes atroces.
Pero la Iglesia sabe también lo duro que es el corazón del hombre, y la necesidad que tiene del temor, para determinarse a la enmienda; por esta razón no omite ninguna de las imprecaciones que los Profetas ponen en la boca del Mesías contra sus enemigos. Estos anatemas son otras tantas profecías que se han cumplido al pie de la letra en los judíos endurecidos. Tienen por fin enseñarnos lo que el cristiano debe temer de sí mismo si persiste en "crucificar de nuevo a Jesucristo" (Hebreos 6., 6), según la enérgica expresión de San Pablo. Que se acuerde entonces de estas palabras que el mismo Apóstol dice en la Epístola a los Hebreos: "¿Qué suplicio tendrá, el que haya pisoteado al Hijo de Dios, el que haya tenido por vil la sangre de la alianza por la cual fue santificado, el que haya ultrajado al Espíritu de gracia? Porque sabemos que ha dicho: A mí me pertenece la venganza y sabré ejercitaría; v en otra parte: el Señor juzgará a su pueblo. Será, pues, una cosa horrible caer en las manos de Dios vivo" (Hebreos 10, 31).

En efecto, nada más afrentoso; ya que en estos días en que estamos "no perdonó a su propio Hijo" (Romanos 8, 32) dándonos por este incomprensible rigor la medida de lo que debernos esperar de Él, si encontrase aún en nosotros el pecado que le ha obligado a mostrarse tan cruel con su amadísimo Hijo "en quien ha puesto todas sus complacencias" (Mateo 3, 17). Estas consideraciones sobre la justicia para con la rnás inocente y la más augusta de todas las víctimas; y sobre el castigo de los judíos impenitentes acabarán de destruir en nosotros el afecto al pecado, desarrollando este temor tan saludable sobre el cual vendrán a apoyarse una esperanza firme y un amor sincero, como sobre base, inquebrantable.

Si por nuestros pecados somos los autores de la muerte del Hijo de Dios, también es cierto que la sangre que brota de sus Sagradas Llagas tiene la virtud de lavarnos de este crimen. La justicia del Padre celestial no se satisface más que con la efusión de esta Sangre divina; y la misericordia del mismo Padre celestial quiere que se emplee en nuestro rescate. El hierro del verdugo ha abierto cinco llagas en el cuerpo del Redentor; y de ellas brotan cinco manantiales de salvación sobre la humanidad para purificarla y restablecer en cada uno de nosotros la imagen de Dios que había sido borrada por el pecado. Acerquémonos, pues, con confianza, y glorifiquemos esta sangre libertadora que abre al pecador la puerta del cielo; y cuyo valor infinito sería suficiente para rescatar millones de mundos más culpables que el nuestro. Nos acercamos al aniversario del día en que fue derramada; han pasado ya muchos siglos desde el día en que enrojeció los miembros desgarrados de nuestro Salvador y que, descendiendo de la Cruz, bañó esta tierra ingrata; pero su poder siempre es el mismo.

Vengamos pues, "a beber a las fuentes del Salvador" (Isaías 12, 3); nuestras almas saldrán de allí llenas de vida, purísimas, completamente esplendorosas con belleza celestial; ya no quedará en ella la menor señal de sus antiguas manchas; y el Padre nos amará con el mismo amor con que ama a su Hijo. ¿No es para hacernos suyos, a nosotros, que estábamos perdidos, por lo que ha entregado a la muerte sin compasión a su Hijo? Habíamos llegado a ser propiedad de Satanás por nuestros pecados; y ahora, de pronto, somos arrancados de sus garras y recobramos la libertad. Y sin embargo de eso, Dios no ha usado de violencia para sacarnos del poder del ladrón, ¿cómo pues, hemos sido libertados? Escuchad al Apóstol: "habéis sido rescatados a gran precio" (1 Corintios 6, 20). Y ¿cuál es este precio? El príncipe de los Apóstoles nos lo explica: "no es, dice, por precio de oro o de plata corruptibles, con que habéis sido rescatados, sino por la preciosa sangre del Cordero sin mancilla" (Pedro 1, 18). Esta Sangre divina, colocada en la balanza de la justicia celestial, la ha hecho inclinarse en nuestro favor; ¡tanto sobrepasaba al peso de nuestras iniquidades! La fuerza de la Sangre ha roto las puertas del infierno, ha quebrantado nuestras cadenas, "restablecido la paz entre el cielo y la tierra" (Colosenses 1, 20). Derramemos sobre nosotros esta Sangre preciosa, lavemos en ella todas nuestras llagas, sellemos nuestra frente con su señal inquebrantable y protectora, a fin de que en el día de la cólera, nos perdone la espada vengadora.

Tomado de: Stat Veritas
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