martes, 28 de abril de 2009

Súplica de San Luis María Grignion de Montfort


Me dirijo a ti, por un momento, mi amabilísimo Jesús, para quejarme amorosamente ante tu divina Majestad, de que la mayor parte de los cristianos, aún los más instruidos, ignoran la estrechísima unión que te liga a tu Madre Santísima. Tú, Señor, estás siempre con María y María está siempre contigo: de lo contrario dejaría de ser lo que es. María está de tal manera transformada en tí por la gracia, que Ella ya no vive ni es nada: Tú, Jesús mío, vives y reinas en Ella más perfectamente que en todos los ángeles y santos. ¡Ah! Si se conociera la gloria y amor que recibes en esta criatura admirable, ¡se tendrían hacia ti y hacia Ella sentimientos muy diferentes de los que ahora se tienen! Ella se haya tan íntimamente unida a ti que sería más fácil separar la luz del sol, el calor del fuego, más aún, sería más fácil separar de tí a todos los ángeles y santos que a la excelsa María: porque Ella te ama más ardientemente y te glorifica con mayor perfección que todas las demás criaturas juntas. ¿No será, pues, extraño y lamentable, amable Maestro mío, el ver la ignorancia y oscuridad de todos los hombres respecto de tu Santíma Madre? No hablo de tantos idólatras y paganos que, no conociéndote a ti, tampoco a Ella conocen. Tampoco hablo de los herejes y cismáticos que, separados de ti y de tu Iglesia, no se preocupan de ser devotos de tu Madre. Hablo sí, de los católicos y aún de los doctores entre los católicos: ellos hacen profesión de enseñar a otros la verdad, pero no te conocen ni a ti ni a tu Madre sino de manera especulativa, árida, estéril e indiferente. Estos caballeros hablan sólo rara vez de su Santísima Madre y del culto que se debe. Tienen miedo según dicen, a que se deslice algún abuso y se te haga injuria al honrarla a Ella demasiado. Si ven u oyen a algún devoto de María hablar con frecuencia de la devoción hacia esta Madre amantísima con acento filial, eficaz y persuasivo como de un medio sólido y sin ilusiones, de un camino corto y sin peligros, de una senda inmaculada y sin imperfección y de un secreto maravilloso para encontrarte y amarte debidamente, gritan en seguida contra él, esgrimiendo mil argumentos falsos, para probarle que no hay que hablar tanto de la Virgen, que hay grandes abusos en esta devoción y que es preciso dedicarse a destruirlos, que es mejor hablar de tí en vez de llevar a las gentes a la devoción a la Santísima Virgen a quien ya aman lo suficiente. Si alguna vez se les oye hablar de la devoción a tu Santísima Madre, no es, sin embargo, para defenderla o inculcarla, sino para destruir sus posibles abusos. Mientras carecen de piedad y devoción tierna para contigo, porque no la tienen para con María. Consideran el Rosario, el escapulario como devociones propias de mujercillas e ignorantes, que poco importan para la salvación. De suerte, que si encuentran a algún devoto de Santa María que reza el Rosario o practica alguna devoción en su honor, procuran cambiarle el espíritu y el corazón y le aconsejan que, en lugar del Rosario, rece los siete salmos penitenciales y, en vez de la devoción a la Santísima Virgen, le exhortan a la devoción a Jesucristo. ¡Jesús mío amabilísimo! ¿Tienen éstos tu espíritu? ¿Te agrada su conducta? ¿Te agrada, quien, por temor a desagradarte, no se esfuerza por honrar a tu Madre? ¿Es la devoción a tu Santísima Madre obstáculo a la tuya? ¿Se arroga Ella para sí el honor que se le tributa? ¿Es por ventura, una extraña, que nada tiene que ver contigo? ¿Quién la agrada a Ella, te desagrada a tí? Consagrarse a Ella y amarla ¿será separarse o alejarse de ti? ¡Maestro amabilísimo! Sin embargo, si cuanto acabo de decir fuera verdad, la mayoría de los sabios, justo castigo de su soberbia, no se alejarían más que ahora de la devoción a tu Santísima Madre ni mostrarían para con Ella mayor indiferencia de la que ostentan. ¡Guárdame Señor! ¡Guárdame de sus sentimientos y de su conducta! Dame participar en los sentimientos de gratitud, estima, respeto y amor que tienes para con tu Santísima Madre, a fin de que pueda amarte y glorificarte tanto más perfectamente, cuanto más te imite y siga de cerca. Y como si no hubiera dicho nada acerca de tu Santísima Madre, concédeme la gracia de alabarla dignamente, a pesar de todos sus enemigos, que lo son tuyos, y gritarles a voz en cuello con todos los santos: ¡No espere alcanzar misericordia de Dios quien ofenda a su Madre bendita!

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