sábado, 4 de abril de 2009

Mirarán al que traspasaron - Monseñor José María Arancibia


Homilía de monseñor José María Arancibia, arzobispo de Mendoza, en la ceremonia de Adoración de la Cruz
(Viernes Santo, 6 de abril de 2007)



Con estas palabra de la Escritura (Jn 19,37), nos alentó el Papa Benedicto a comenzar la Cuaresma. Ahora, en el viernes de la pasión del Señor, queremos poner los ojos fijos en Él. No sólo para tener sentimientos de piedad o compasión hacia Jesús en la cruz, sino para mirarlo con ojos de renovada fe, iluminados por la Palabra de Dios y la oración de la Iglesia.



1. La Palabra de Dios revela aspectos contrapuestos de la VERDAD

La proclamación de la Pasión, según el Evangelio de Juan, es conmovedora. El mismo evangelista se hace testigo e invita a creer: "El que vio estas cosas da testimonio de ellas y su testimonio es verdadero. Él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean" (Jn 19,35). Esa “verdad”, en sentido bíblico, tiene dos aspectos.

La Palabra que anuncia la pasión de Jesús es un drama, que muestra la cruda VERDAD del hombre, la tragedia del mundo. Cristo, inocente por completo, es juzgado y condenado a muerte; y ese juicio se vuelve sobre nosotros y el mundo entero, para cuestionar y acusar. San Juan describe varias desgracias: apóstoles cobardes huyendo, y entre ellos un traidor, Judas; jefes religiosos (Anás y Caifás), temerosos y sometidos al gobierno romano; Pilatos, autoritario y miedoso al mismo tiempo; guardias ignorantes, torpes, dominados; el pueblo, engañado por sus líderes, actúa como masa, sin pensar, con un falso patriotismo que traiciona su misma religión....

Pero esa VERDAD, en parte tan cruda y negativa, tiene otra dimensión; más importante aún que el drama del mundo. Las “desgracias” dan lugar a una “gracia”: Dios muestra todo su amor y su poder, para ofrecer infinita misericordia sobre la humanidad:

-Jesús es REY y SEÑOR: se entrega con plena libertad, con decisión resuelta, para cumplir con amor la voluntad del Padre; en obediencia completa a El;

-ELEVADO hacia el cielo en la cruz, se convierte en centro del drama humano, y entronizado como Rey atrae a todos hacia sí, para levantar, consolar y sanar;

-La CRUZ, instrumento de suplicio, es señal del drama humano, porque concentra tantas desgracias: violencia, injusticia, traición ... Pero al mismo tiempo se convierte en TRONO de gracia, para quienes creen en el Hijo de Dios crucificado, que ofrece desde allí su perdón y la paz.



2. Jesús condenado a la cruz asume el drama de la humanidad

La parte cruel de esa “verdad”, es Cristo azotado, humillado y doliente. La expresión de Pilatos “aquí tienen al hombre” (Ecce homo: Jn 19,5), dio lugar a muchas representaciones del arte cristiano, como la del Nazareno. Muestra una situación de miseria o desgracia, tanto antigua como actual. La Iglesia en América Latina, antes y ahora, ha señalado rostros sufrientes, que nos interpelan. Caras humanas que conmueven y llaman a vivir la fe cristiana con mayor compromiso. ¿Cuáles son hoy esos rostros? “Los pobres, los excluidos, los desocupados, los migrantes, los desplazados, los campesinos sin tierra, los que buscan sobrevivir en redes de una economía informal, y todos aquellos que se ven privados de una vida digna” (Síntesis para la 5ª Conferencia, 52). Asimismo: las comunidades originarias que no poseen todos sus derechos, y muchas mujeres, excluidas por diversos motivos (50-51). Como también las víctimas de la violencia, los privados de la libertad por sus delitos, los opresores de cualquier clase, los corruptos, traficantes de drogas, los que abusan del poder, quienes manipulan con ideologías ... (53). ¿Qué sentimos por dentro, al observar rasgos tan dolorosos de la humanidad? Volvamos los ojos a Jesús, para que la tristeza o el abatimiento, se conviertan en confianza y ganas de ser más fieles a la vocación cristiana, trabajando por un mundo más justo, fraterno y solidario.



3. La CRUZ de Jesús es victoria y causa de esperanza

Siempre me ha llamado la atención la veneración de la cruz entre los cristianos. La ponemos en todas partes, la llevamos encima, la convertimos en obras de arte. Es signo e instrumento del amor de Dios; de su perdón y de su amistad dada como reconciliación. No por nada bendecimos trazando una cruz sobre las personas y cosas; y desde niños aprendemos el gesto sencillo de trazarla sobre nuestro cuerpo. En el fondo, un misterio reconocido por la fe, que brinda consuelo, pero que no logramos expresar acabadamente. Por eso los artistas han creado y trasmitido hermosos poemas y canciones.

Uno de los himnos más antiguos (s VI), y compuesto canto de procesión llevando la cruz, ha sido traducido con toda su belleza por un poeta contemporáneo (F.L.Bernárdez):



Las banderas reales se adelantan
y la Cruz misteriosa en ella brilla:
la Cruz en la Vida sufrió muerte
y en que sufriendo muerte nos dio vida.



Ella sostuvo el sacrosanto cuerpo
que al ser herido por la lanza dura
derramó sangre y agua en abundancia
para lavar con ellas nuestras culpas.



En ella se cumplió perfectamente
lo que David profetizó en su verso,
cuando dijo a los pueblos de la tierra:
Nuestro Dios reinará desde un madero.



¡Árbol lleno de luz, árbol hermoso,
árbol ornado con la regia púrpura,
y destinado a que su tronco digno
sintiera el roce de la carne pura!



¡Dichosa Cruz que con tus brazos firmes,
en que estuvo colgado nuestro precio,
fuiste balanza para el cuerpo santo
que arrebató su presa a los infiernos!



A ti, que eres la única esperanza,
te ensalzamos, oh Cristo, y te rogamos
que acrecientes la gracia de los justos
y borres los delitos de los malos.



Recibe, oh Trinidad, fuente salubre,
la alabanza de todos los espíritus,
y Tú que con tu Cruz nos das el triunfo,
añádenos el premio, oh Jesucristo.



Por último: el viernes santo solía ser propuesto como día de luto. A la luz de esta meditación de la Palabra, y con versos tan bellos, es más bien una invitación a la esperanza. Nacida ante todo de la fe en Cristo Redentor, que asumiendo nuestras delitos en un gesto maravilloso de amor, regala el perdón y la paz, para que tengamos vida nueva. Que supone deseo de conversión, y que tanto en la vida personal como social, se expresa dejando el mal y obrando el bien, bajo la guía sabia del mismo Evangelio.


Mons. José María Arancibia, arzobispo de Santa Fe

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