sábado, 25 de septiembre de 2010

Beatificación de Chiara “Luce” Badano


Con una emotiva ceremonia que fue retransmitido al mundo por televisión e Internet, el Papa Benedicto XVI realizó hoy la beatificación de Chiara “Luce” Badano. Se trata de una joven de 17 años, fallecida en 1990 como consecuencia de un tumor óseo, y cuya vida estuvo dedicada a honrar su compromiso con el prójimo y el amor por Dios. El proceso de santificación realizado en la sede de la Iglesia Católica se originó en la necesidad de destacar el compromiso juvenil con una causa trascendente.

La iniciativa que culminó ayer con la beatificación se inició por impulso de monseñor Livio Maritano, quien conoció personalmente a Chiara Badano. “Me ha parecido que su testimonio fuera particularmente significativo para los jóvenes. También hoy hay necesidad de santidad. Hay necesidad de ayudar los jóvenes a encontrar una orientación, un objetivo, a superar inseguridades y soledad, sus enigmas frente a los fracasos, al dolor, a la muerte, a todas sus inquietudes. Es sorprendente este testimonio de fe, de fortaleza por parte de una joven de hoy: impresiona, empuja a muchas personas a cambiar de vida, tenemos prueba de ello casi a diario”, aseguró el prelado.

Chiara Badano nació en Sassello, Italia, el 29 de octubre de 1971 y creció en una familia sencilla que la educó en la fe. Rica en dotes naturales, bella y deportiva, tuvo muchos amigos que la consideraron, al mismo tiempo, normal y extraordinaria. Adhirió como Gen (Generación Nueva) al Movimiento de los Focolares fundado por Chiara Lubich, donde descubrió a Dios como Amor e ideal de la vida, y se comprometió a cumplir en cada instante, por amor, su voluntad. Cultivó la amistad con Jesús, que reconoce presente en el prójimo; prefiere a los pequeños, a los humildes y pobres, y entre ellos a los niños de África, donde soñaba ir como médico.

Con 17 años, afectada por un tumor óseo, afronta la enfermedad confiando en el amor de Dios. Ante el sufrimiento repite: “Si lo quieres tú, Jesús, también yo lo quiero”. Comunica serenidad, paz y alegría a quien se le acerca. “Chiara Luce” – así la llamaba Chiara Lubich – lanza un mensaje a sus coetáneos: “Los jóvenes son el futuro. Yo ya no puedo correr, pero quisiera pasarles a ellos la antorcha como en las Olimpíadas. Tienen una sola vida y vale la pena gastarla bien”.

El 7 de octubre de 1990 se despide de su madre con estas palabras: “¡Sé feliz, yo lo soy!”, para ir al encuentro del Esposo. Su vida es el testimonio de un sí incondicional al amor de Dios, un sí repetido desde pequeña, un sí que, en unidad, con sus padres, con Chiara Lubich, con los jóvenes con los que comparte la misma elección de vida, ha sabido transformar la enfermedad en un camino de luz hacia la plenitud de la Vida. Inmediatamente se ha divulgado el eco de su santidad.

La santificación de “Luce” se celebra en todo el mundo. Esta tarde, en Tucumán el Movimiento de los Focolares invita a participar de una misa de acción de gracias en la Iglesia María Auxiliadora ( Chacabuco y General Paz) a las 20. Una hora antes, se realizará un encuentro en el que se difundirá el mensaje de Chiara Badano. Las actividades tendrá continuidad en octubre, con una jornada para los jóvenes de la provincia.


Crónica de una boda de beatificación: Chiara Luce

Un coro distinto, integrado por jóvenes amigos de la Novia. Con cada palabra cantada una sonrisa. Sus padres en primera fila. No hay llanto. Hay entereza. Hay alegría. Su hija, Chiara Badano, desde el cielo, los acompaña y ahora es modelo para la Iglesia.

El clima es de alegría. Lo sostiene ella en todos, como hizo desde el momento en que le descubrieron su cáncer, hace apenas 22 años. “Clara, de nombre y de hechos, es sana”, leen al inicio de su beatificación, en el Santuario del Divino Amor, a 20 km de Roma. “Desde su guardería guardaba sus ahorros para los niños de África”. El día de su primera comunión, recibió el Evangelio de regalo. “Igual que para mi es fácil aprender el alfabeto, igualmente debe ser vivir el evangelio”, cuentan que se decía a si mismo.

Sigue la lectura de su breve biografía. A los 9 años ingresó en el Movimiento de los Focolares, recuerdan. Chiara Badano, Chiara Luce, descubre a Chiara Lubich, con quien luego intercambiaría numerosas cartas. En una de ellas, a los 12 años, le escribe a la Fundadora: "He descubierto que Jesús abandonado es la clave de la unidad con Dios, y quiero elegirlo como mi primer esposo y prepararme para cuando llegue".

Luego, a los 17 años, se inició su calvario de casi dos años, recuerdan. Chiara no lloró. “Si los quieres tú Jesús, también lo quiero yo”. No perdió su sonrisa. “Yo no tengo nada, pero tengo todavía el corazón, y con él, siempre puedo amar”, decía. Su habitación, leen, era un lugar de encuentro, de apostolado, de unidad… Los Obispos, llegados desde distintas partes, tienen ojos llorosos. También sus amigos, presentes en el Santuario del Divino amor.

“No donaba Jesús con sus palabras, sino con su comportamiento”, sigue la vicepostuladora y recuerda, que Chiara lamentaba que “es duro ir contracorriente”. Pero recuerda que decía: “Es por ti Jesús”. Su padre asiente con la cara; recuerda a su hija.

Le llegó su enfermedad. “El ritual, será una fiesta, en el que nadie tendrá que llorar”, pidió Chiara. Su madre sonríe, asiente, especialmente al repetir la invocación que pedía al morir.

Monseñor Angelo Amato, prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, lee la carta apostólica que acoge el pedido del Obispo de Acqui, y declara a esta joven laica Beata. Y se devela el velo. Y se hace la luz. Se muestra el cuadro de la nueva Beata. Sus luminosos ojos iluminaron el santuario, desde el cuadro, y desde el libro conmemorativo que cautiva a quienes abren la página que tiene su foto. Su mamá sonríe. No recuerda la muerte de su hija, celebra su vida. Su padre luce un poco más congojado. Ella ríe mientras dos minutos de aplausos espontáneos reconocen a la novia.

La reliquia la acercan jóvenes. Los “Gen” (Jóvenes focolares, como ella) la depositan debajo de la imagen. Visten como ellos son.

Poco a poco se confirma, no es sólo un rito de beatificación. Es una boda. La lectura del Cantar de los Cantares y de San Pablo lo confirman. El coro entona un Aleluya que mueve el corazón con instrumentos y ritmos propios de la joven que reconocía en Jesús a su Esposo, y que pidió que sus exequias sean una boda. El Evangelio es su palabra de Vida. La que Chiara Lubich eligió para ella en una de sus últimas cartas.

“No podía existir un lugar más adecuado que el Santuario del divino amor. (…) Todo santuario mariano es la casa de María, y Chiara se encuentra a gusto en la casa de María”, comienza monseñor Amato su homilía.

“El esposo celestial celebra a Chiara en el Cantar de los Cantares”, aclara el obispo al señalar la primera lectura elegida para la Liturgia de beatificación de Chiara, “chica de corazón cristalino como agua de la fuente que encontraba refugio en Dios”.

“Chiara veía a Dios y lo mostraba sobre esta tierra amando al prójimo”, dice el Obispo. “Los días de su existencia fueron días de caridad donada”, insistió, y durante su enfermedad “ella se reveló mujer fuerte y sabia”.

“El vestido nupcial con el que fue al encuentro de Jesús estaba embellecido por los siete diamantes de la espiritualidad cristiana y focolarina”, explica, y señala especialmente al último de estos, el amor a Jesús abandonado. Cita a Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares, y concluye: “Luce lo interpretó de la mejor manera”.

Para monseñor Amato Lubich dio a Chiara Badano “un nombre acertadísimo” al designarla Luce (Luz) “porque Chiara es exaltación de luz divina”.

Relata las anécdotas. Su merienda a los pobres. Como se proponía amar a los que creían antipáticos y los recibía explicándole a mamá: “Hoy viene Jesús a visitarnos.”

Su último día de San Valentín, arregló la salida de sus padres. Sus papás escuchan la historia con las manos estrechadas. Sonriendo. Asintiendo. Aquella noche, Chiara, única hija, les prohibió volver antes de las 24. “Antes que yo, estaba Papá”. La mano de sus padres se estrecha tanto como crece su sonrisa mientras continúa la homilía.

“La santidad de Chiara es una alegre canción al amor de Dios. Que los jóvenes sepan cantar alegremente para que canten esta vida de gracia con su propia vida”, concluye monseñor Amato.

Sigue la alegre boda. En las ofrendas llevan su raqueta de tenis. La música es alegre. El coro es un suspiro del viento, como el soplo del Espíritu mientras una familia africana acerca también las ofrendas. Canta la madre la alegre canción de la ofrenda, el padre sonríe. La boda está saliendo como Luce quiere.

El “Santo” es como un coro de ángeles pop, es un “Santo” de jóvenes. La consagración. El Padre Nuestro. Rezado en tantísimos idiomas como procedencias de los asistentes. Y el momento de la paz. Baja monseñor Amato. Agradecidísima la Madre besa su anillo.

Llega la comunión. Los padres de Luce son uno más en la fila de la comunión. El angelical “coro pop” sigue su conmovedor repertorio. Sólo un adelanto de la Fiesta de la boda, que tendrá lugar tres horas después en el Aula Paulo VI, del Vaticano.

La comunión. La acción de gracias. Ojos que ahora sí, derraman lágrimas. Pero no son de tristeza. Agradece el Obispo de Acqui. Agradece María Voce, Presidenta del Movimiento de los Focolares. Chiara Luce es la primer beata de la Obra de María.

“Para mí es una profunda emoción ver realizado el designio de Dios en esta joven de 18 años, (…) Primer fruto maduro de nuestro movimiento”, dice emocionada. “Chiara Luce nos estimula a correr en este camino de santidad. Que su ejemplo contagie a muchos y muchos”, invita.

La bendición. Un contundente aplauso. El himno a la Beata Chiara Luce Badano: “Dios me ama”.

Termina la boda. Ruggero y María Teresa, los padres de la novia, se miran. Su hija ya no es sólo suya. No es sólo de los Focolares. Ya es del mundo entero.

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