La falacia del Bicentenario
Como lo advirtiéramos desde hace años, y con mayor insistencia en los últimos tiempos, el Bicentenario ha dado lugar a una serie inacabable de mentiras.
Gobernada la patria por los peores enemigos de su genuina estirpe, no hay esperanza posible de que alguna verdad pueda colarse entre los entresijos de un poder sostenido en el engaño sistemático cuanto en la falsificación más atroz de la historia y de la política. Si la línea Mayo-Caseros fue toda ella una impostura, si las distintas escuelas historiográficas desnaturalizaron el significado esencial de los hechos, incluyendo cierto revisionismo, esta versión ahora remozada que presenta el kirchnerato, agrega repugnancia al sofisma de una nación supuestamente gestada en la rebeldía contra la Tradición Hispano Católica.
Al igual que ante los doscientos años de la gloriosa Reconquista y Defensa de Buenos Aires, ocurridos durante los años 2006 y 2007, el oficialismo no tiene otra cosa que decir más que mendacidades gravísimas, sobrecargadas todas ellas del odio liberal-marxista hacia nuestros auténticos orígenes. Repletos de subsidios y de prebendas torvas, los “intelectuales” del Régimen no dejan ruindad por difundir, ni confusión por alimentar, ni tergiversación por promover. Son, en su conjunto, esa ramería cobarde que aprisiona siempre la verdad.
El Te Deum
En este marco fatal de fraudes y de trampas, la presidenta eligió su propio Te Deum a la carta para conmemorar la fecha, como ya lo viene haciendo en situaciones similares. No siendo ella ni su entorno de malandras personas religiosas, la elección del lugar y del maestro de ceremonias para el oficio litúrgico tiene en su perspectiva groseramente maquiavélica la misma importancia que la del alquiler de un catering: conseguir el más acomodado y placentero. Sólo que esta vez ha ido demasiado lejos. Porque para justificar la elección de la Basílica Lujanense como centro del piadoso acto, ha dicho textualmente: “a la Virgen de Luján, la tengo muy adentro de mi corazón” (cfr. AICA, 31-3-10).
Aceptamos el principio "de internis non iudicat Ecclesia” –esto es, la Iglesia no juzga la interioridad- y en su cumplimiento, nos apresuramos a declarar que adentro del corazón de nadie estamos ni queremos estar. Mucho menos de quien parece tenerlo de piedra estercolada. Pero también sabemos que “de adentro del corazón salen las intenciones malas” (Mt. 15, 19-20), y que por los frutos se conocen bien tanto las corazonadas virtuosas como las pútridas. Por eso es posible distinguir con Santo Tomás (S.Th, III, q. 96,a.4) entre el fuero interno y el fuero externo, siendo el primero aquel en el que habitan esas intenciones no sujetas a ningún juicio humano, y el segundo el de las acciones públicas, visibles, evidentes. Si el primero es el fuero de Dios, el otro expresa las acciones y las reacciones públicas, es el fuero de la Iglesia y puede llegar a ser también, de existir dolo, el fuero de la justicia.
Distinciones hechas, la conclusión categórica es que Cristina Kirchner ha blasfemado. Porque del análisis de sus frutos objetivos, de sus conductas visibles, de sus acciones políticas, de su fuero externo expuesto cada día ante la sociedad, no hay nadie más alejada que ella de un corazón mariano. No hay nadie más distante de las palpitaciones virginales que este manojo de rencores, latrocinios, usura, vanagloria, torpor e ignorancia culposa. No hay nadie más enteramente en las antípodas del cor inmaculatum que esta mujeruca abocada a promover la destrucción del Orden Natural y a despreciar el Decálogo en cada acto de gobierno. Lo que pueda tener la infeliz en su espacio cordial está ocupado por el vicio de la soberbia, del que se sigue un repertorio abultado de pecados capitales, sin excluir el pecado contra el Espíritu, ése que “no se le perdonará ni en este mundo ni en el futuro” (Mt. 12, 31-32).
Monseñor Radrizzani, que insensatamente le ofreció el histórico templo, no es un caso aislado de complicidad clerical con la corrupción gubernativa.
Va de suyo que no habrá un solo obispo que le cierre a Cristina Kirchner las puertas de la Iglesia a la que persigue y a la que combate, principalmente con su política desembozada en pro de la contranaturaleza, del crimen abortero, de la ideologización cultural gramsciana, del lujo propio y la pobreza ajena, de la decadencia moral y del terrorismo marxista. Va de suyo que no hay en toda la Argentina un Pastor que se atreva a excomulgarla, a repudiar públicamente su tiranía, ni a llamar a los católicos al combate frontal contra cada uno de sus estultos personeros, amalgamados en la indecencia y en la piratería.
Para aumento de nuestras heridas, no ha nacido aún el purpurado que, báculo en mano y crucifijo en el pectoral, se atreva a cortar rotundamente el paso al cortejo impío que encabezará la Presidenta el próximo 25 de Mayo, rumbo a la Basílica Lujanense.
Pero a este pecado de omisión de los obispos debía sumársele el de comisión, para que los padecimientos de la grey católica fueran aún más dolorosos; y mayúsculo, si cabe, el agravio a la Virgen Gaucha. Veamos porqué.
La Constitución
Sucede que según anuncios oficiales de la Iglesia, el día 8 de mayo, Festividad de Nuestra Señora de Luján, “en la plaza frente a la Basílica, se celebrará una misa que estará presidida por el Cardenal Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina. Después de la bendición, como signo de compromiso de los laicos, se dejará ante los pies de la Virgen de Luján un ejemplar de la Constitución Nacional” (cfr. AICA, 22-4-2010).
He aquí la segunda blasfemia. Le van a dejar a María Santísima como ofrenda, el estatuto legal del coloniaje, el positivismo jurídico de masónica inspiración, el derecho iluminista, la jurisprudencia revolucionaria condenada por Pío VII, León XIII o Gregorio XVI , el constitucionalismo moderno, que al buen decir de Pietro Grasso, comete el atropello de sustituir la “imperfección divina” por la “perfección” de la diosa razón.
Le van a entregar a la Madre de Dios las inicuas Bases de Alberdi, el ominoso Pacto de Olivos, la supresión de la confesionalidad del Estado, la renuncia a la evangelización de los aborígenes, la secularización de la política, la superstición de la soberanía del pueblo, la síntesis más lamentable de ese Derecho Nuevo, contra el que se alzaron en su momento en la patria –en consonancia con el Magisterio Universal de la Iglesia- un sinfín de católicos cabales, como Monseñor Marini, Federico Aneiros, Olegario Correa, los Padres Carlos Coria, Pedro Zenteno, José Manuel Pérez y el mismísimo Fray Mamerto Esquiú, tras constatar los frutos aborrecibles del engendro demoliberal.
Le van a entregar a María todo ese mal enorme que la hizo profetizar ruinas severas e implacables en Fátima, o llorar amargamente en la montaña de La Salette.
Nuestra ofrenda
Señora de Luján: permítenos desagraviar tu nombre y tu imagen. Permítenos otra vez –como la vez primera- caer de rodillas ante tu carreta inmóvil, ante tu manto salpicado de estrellas, ante tu túnica encarnada. Permítenos impetrarte, así como te vemos desde niños en tu camarín, sobre tu nimbo de nubes, flanqueada de testas angélicas, las manos orantes junto al regazo y las puntas de la luna asomando en cuarto creciente. Permítenos, al fin, Virgen Gaucha, ofrecerte la Patria, y reparar la vileza de los blasfemos y la inacción de los cobardes, con la promesa de nuestra piedad filial.
Señora de Luján. A dos siglos del Mayo crucial y turbulento, te ofrecemos primero un navío español, con el yugo y las flechas de Isabel y Fernando. Te ofrecemos Las Partidas, las Leyes de Indias, el Fuero Juzgo, y la jurisprudencia sapiencial del Imperio Católico.
Te ofrecemos el Derecho Natural inabolible, por cuya vigencia bregaron y pelearon nuestros mejores Caudillos, nuestros héroes marianos y cristianos, nuestros guerreros sin tacha, nuestros paisanos decentes y laboriosos.
Te ofrecemos, María, lo que ya tienes, puesto que ha estado en tu seno: el Derecho de tu Divino Hijo, cuya conculcación no estamos dispuestos a permitir en esta tierra.
¡Ave Cor Mariae!
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