miércoles, 30 de septiembre de 2009

Carta de Jerónimo a los anacoretas; de antes de retirarse al desierto de Calcis, en el 374


¡Cuánto, cuánto me holgara de hallarme ahora entre vosotros y, aunque estos ojos míos no merecen mirarla, abrazar, con todo el júbilo de mi alma, vuestra admirable compañía! Ahí contemplaría un desierto más deleitoso que cualquier ciudad; vería lugares desamparados de moradores, sitiados, a manera de un paraíso, por ejércitos de santos. Pero mis culpas han hecho que una cabeza cargada de todo linaje de crímenes no se junte con un coro de bienaventurados. Por eso, yo os suplico, ya que no dudo lo podéis alcanzar, que por vuestras oraciones me libréis de las tinieblas de este siglo. Ya os lo dije antes presente, y ahora por carta no ceso de manifestaros mi deseo: mi alma es arrebatada por el ansia más ardiente hacia esa manera de vida; a vosotros toca ahora que a la voluntad siga el efecto. A mí me toca el querer; a vuestras oraciones, que no sólo quiera, sino que pueda.

Yo soy como la oveja enferma descarriada del resto de la manada, y, si el buen pastor no me vuelve sobre sus hombros al aprisco, mis pasos resbalarán y, en el intento mismo de levantarme, daré conmigo mismo en el suelo. Yo soy aquel hijo pródigo que he malbaratado toda la parte de hacienda que mi padre me diera; y aún no me he postrado a los pies del que me engendrara, todavía no he empezado a repudiar los halagos de mis pasadas demasías. Y ahora que un tantico he comenzado no tanto a dejar mis vicios cuanto a quererlos dejar, el diablo trata de envolverme en nuevas redes. Ahora me pone ante los ojos nuevos obstáculos y rodea todo mar y todo océano. Ahora, puesto en medio de este elemento, no puedo ni avanzar ni retroceder. Sólo me queda que por vuestras oraciones me empuje el soplo del Espíritu Santo y me conduzca al puerto de la codiciada orilla.

(Carta 2; BAC 219, 41-42)

San Jerónimo según SS Benedicto XVI


CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 7 noviembre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general de este miércoles dedicada a presentar la figura de san Jerónimo.


Queridos hermanos y hermanas:
Hoy concentraremos nuestra atención en san Jerónimo, un padre de la Iglesia que puso en el centro de su vida la Biblia: la tradujo al latín, la comentó en sus obras, y sobre todo se comprometió a vivirla concretamente en su larga existencia terrena, a pesar de su conocido carácter difícil y fogoso que le dio la naturaleza.

Jerónimo nació en Estridón en torno al año 347 de una familia cristiana, que le dio una fina formación, enviándole a Roma para que perfeccionara sus estudios. Siendo joven sintió el atractivo de la vida mundana (Cf. Epístola 22,7), pero prevaleció en él el deseo y el interés por la religión cristiana.

Tras recibir el bautismo, hacia el año 366, se orientó hacia la vida ascética y, al ir a vivir a Aquileya, se integró en un grupo de cristianos fervorosos, definido por el como una especie de «coro de bienaventurados» (Chron. ad ann. 374) reunido alrededor del obispo Valeriano.
Se fue después a Oriente y vivió como eremita en el desierto de Calcide, en el sur de Alepo (Cf. Epístolas 14,10), dedicándose seriamente al estudio. Perfeccionó el griego, comenzó a estudiar hebreo (Cf. Epístola 125,12), trascribió códigos y obras patrísticas (Cf. Epístolas 5, 2). La meditación, la soledad, el contacto con la Palabra de Dios maduraron su sensibilidad cristiana.

Sintió de una manera más aguda el peso de su pasado juvenil (Cf. Epístola 22, 7), y experimentó profundamente el contraste entre la mentalidad pagana y la cristiana: un contraste que se ha hecho famoso a causa de la dramática y viva «visión» que nos dejó en una narración. En ella le pareció sentir que era flagelado en presencia de Dios, porque era «ciceroniano y no cristiano» (Cf. Epístola 22, 30).

En el año 382 se fue a vivir a Roma: aquí, el Papa Dámaso, conociendo su fama de asceta y su competencia como estudioso, le tomó como secretario y consejero; le alentó a emprender una nueva traducción latina de los textos bíblicos por motivos pastorales y culturales.

Algunas personas de la aristocracia romana, sobre todo mujeres nobles como Paula, Marcela, Asela, Lea y otras, que deseaban empeñarse en el camino de la perfección cristiana y de profundizar en su conocimiento de la Palabra de Dios, le escogieron como su guía espiritual y maestro en el método de leer los textos sagrados. Estas mujeres tamben aprendieron griego y hebreo.

Después de la muerte del Papa Dámaso, Jerónimo dejó Roma en el año 385 y emprendió una peregrinación, ante todo a Tierra Santa, silenciosa testigo de la vida terrena de Cristo, y después a Egipto, tierra elegida por muchos monjes (Cf. «Contra Rufinum» 3,22; Epístola 108,6-14).

En el año 386 se detuvo en Belén, donde gracias a la generosidad de una mujer noble, Paula, se construyeron un monasterio masculino, uno femenino, y un hospicio para los peregrinos que viajaban a Tierra Santa, «pensando en que María y José no habían encontrado albergue» (Epístola 108,14).

Se quedó en Belén hasta la muerte, continuando una intensa actividad: comentó la Palabra de Dios; defendió la fe, oponiéndose con vigor a las herejías; exhortó a los monjes a la perfección; enseñó cultura clásica y cristiana a jóvenes; acogió con espíritu pastoral a los peregrinos que visitaban Tierra Santa. Falleció en su celda, junto a la gruta de la Natividad, el 30 de septiembre de 419/420.

La formación literaria y su amplia erudición permitieron a Jerónimo revisar y traducir muchos textos bíblicos: un precioso trabajo para la Iglesia latina y para la cultura occidental. Basándose e los textos originales en griego y en hebreo, comparándolos con las versiones precedentes, revisó los cuatro evangelios en latín, luego los Salmos y buena parte del Antiguo Testamento.

Teniendo en cuenta el original hebreo y el griego de los Setenta, la clásica versión griega del Antiguo Testamento que se remonta a tiempos precedentes al cristianismo, y de las precedentes versiones latinas, Jerónimo, ayudado después por otros colaboradores, pudo ofrecer una traducción mejor: constituye la así llamada «Vulgata», el texto «oficial» de la Iglesia latina, que fue reconocido como tal en el Concilio de Trento y que, después de la reciente revisión, sigue siendo el texto «oficial» de la Iglesia en latín.

Es interesante comprobar los criterios a los que se atuvo el gran biblista en su obra de traductor. Los revela él mismo cuando afirma que respeta incluso el orden de las palabras de las Sagradas Escrituras, pues en ellas, dice, «incluso el orden de las palabras es un misterio» (Epístola 57,5), es decir, una revelación.

Confirma, además, la necesidad de recurrir a los textos originales: «En caso de que surgiera una discusión entre los latinos sobre el Nuevo Testamento a causa de las lecciones discordantes de los manuscritos, recurramos al original, es decir, al texto griego en el que se escribió el Nuevo Pacto. Lo mismo sucede con el Antiguo Testamento, si hay divergencia entre los textos griegos y latinos, recurramos al texto original, el hebreo; de este modo, todo lo que surge del manantial lo podemos encontrar en los riachuelos» (Epístola 106,2).

Jerónimo, además, comentó también muchos textos bíblicos. Para él los comentarios tienen que ofrecer opiniones múltiples, «de manera que el lector prudente, después de haber leído las diferentes explicaciones y de haber conocido múltiples pareceres --que tiene que aceptar o rechazar-- juzgue cuál es el más atendible y, como un experto agente de cambio, rechaza la moneda falsa» («Contra Rufinum» 1,16).

Confutó con energía y vivacidad a los herejes que no aceptaban la tradición y la fe de la Iglesia. Demostró también la importancia y la validez de la literatura cristiana, convertida en una auténtica cultura que para entonces ya era digna de ser confrontada con la clásica: lo hico redactando «De viris illustribus», una obra en la que Jerónimo presenta las biografías de más de un centenar de autores cristianos.

Escribió biografías puras de monjes, ilustrando junto a otros itinerarios espirituales el ideal monástico; además, tradujo varias obras de autores griegos. Por último, en el importante Epistolario, auténtica obra maestra de la literatura latina, Jerónimo destaca por sus características de hombre culto, asceta y guía de las almas.

¿Qué podemos aprender de san Jerónimo? Sobre todo me parece lo siguiente: amar la Palabra de Dios en la Sagrada Escritura. Dice san Jerónimo: «Ignorar las escrituras es ignorar a Cristo». Por ello es importante que todo cristiano viva en contacto y en diálogo personal con la Palabra de Dios, que se nos entrega en la Sagrada Escritura.

Este diálogo con ella debe tener siempre dos dimensiones: por una parte, tiene que darse un diálogo realmente personal, pues Dios habla con cada uno de nosotros a través de la Sagrada Escritura y tiene un mensaje para cada uno. No tenemos que leer la Sagrada Escritura como una palabra del pasado, sino como Palabra de Dios que se nos dirige también a nosotros y tratar de entender lo que nos quiere decir el Señor.

Pero para no caer en el individualismo tenemos que tener presente que la Palabra de Dios se nos da precisamente para edificar comunión, para unirnos en la verdad de nuestro camino hacia Dios. Por tanto, a pesar de que siempre es una palabra personal, es también una Palabra que edifica la comunidad, que edifica a la Iglesia. Por ello tenemos que leerla en comunión con la Iglesia viva. El lugar privilegiado de la lectura y de la escucha de la Palabra de Dios es la liturgia, en la que al celebrar la Palabra y al hacer presente en el Sacramento el Cuerpo de Cristo, actualizamos la Palabra en nuestra vida y la hacemos presente entre nosotros.

No tenemos que olvidar nunca que la Palabra de Dios trasciende los tiempos. Las opiniones humanas vienen y se van. Lo que hoy es modernísimo, mañana será viejísimo. La Palabra de Dios, por el contrario, es Palabra de vida eterna, lleva en sí la eternidad, lo que vale para siempre. Al llevar en nosotros la Palabra de Dios, llevamos por tanto en nosotros la vida eterna.

Concluyo con una frase dirigida por san Jerónimo a san Paulino de Nola. En ella, el gran exegeta expresa precisamente esta realidad, es decir, en la Palabra de Dios recibimos la eternidad, la vida eterna. San Jerónimo dice: «Tratemos de aprender en la tierra esas verdades cuya consistencia permanecerá también en el tiempo» (Epístola 53,10).

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

San Jerónimo, doctor de la Iglesia - 30 de septiembre


Nació en Dalmacia (Yugoslavia) en el año 342. San Jerónimo cuyo nombre significa "el que tiene un nombre sagrado", consagró toda su vida al estudio de las Sagradas Escrituras y es considerado uno de los mejores, si no el mejor, en este oficio.

En Roma estudió latín bajo la dirección del más famoso profesor de su tiempo, Donato, quien era pagano. El santo llegó a ser un gran latinista y muy buen conocedor del griego y de otros idiomas, pero muy poco conocedor de los libros espirituales y religiosos. Pasaba horas y días leyendo y aprendiendo de memoria a los grandes autores latinos, Cicerón, Virgilio, Horacio y Tácito, y a los autores griegos: Homero, y Platón, pero casi nunca dedicaba tiempo a la lectura espiritual.

Jerónimo dispuso irse al desierto a hacer penitencia por sus pecados (especialmente por su sensualidad que era muy fuerte, por su terrible mal genio y su gran orgullo). Pero allá aunque rezaba mucho, ayunaba, y pasaba noches sin dormir, no consiguió la paz, descubriendo que su misión no era vivir en la soledad.

De regreso a la ciudad, los obispos de Italia junto con el Papa nombraron como Secretario a San Ambrosio, pero éste cayó enfermó, y decidió nombrar a San Jerónimo, cargo que desempeñó con mucha eficiencia y sabiduría. Viendo sus extraordinarios dotes y conocimientos, el Papa San Dámaso lo nombró como su secretario, encargado de redactar las cartas que el Pontífice enviaba, y luego lo designó para hacer la traducción de la Biblia. Las traducciones de la Biblia que existían en ese tiempo tenían muchas imperfecciones de lenguaje y varias imprecisiones o traducciones no muy exactas. Jerónimo, que escribía con gran elegancia el latín, tradujo a este idioma toda la Biblia, y esa traducción llamada "Vulgata" (o traducción hecha para el pueblo o vulgo) fue la Biblia oficial para la Iglesia Católica durante 15 siglos.

Alrededor de los 40 años, Jerónimo fue ordenado sacerdote. Pero sus altos cargos en Roma y la dureza con la cual corregía ciertos defectos de la alta clase social le trajeron envidias y sintiéndose incomprendido y hasta calumniado en Roma, donde no aceptaban su modo enérgico de corrección, dispuso alejarse de ahí para siempre y se fue a Tierra Santa

Sus últimos 35 años los pasó en una gruta, junto a la Cueva de Belén. Varias de las ricas matronas romanas que él había convertido con sus predicaciones y consejos, vendieron sus bienes y se fueron también a Belén a seguir bajo su dirección espiritual. Con el dinero de esas señoras construyó en aquella ciudad un convento para hombres y tres para mujeres, y una casa para atender a los que llegaban de todas partes del mundo a visitar el sitio donde nació Jesús.

Con tremenda energía escribía contra los herejes que se atrevían a negar las verdades de nuestra santa religión. La Santa Iglesia Católica ha reconocido siempre a San Jerónimo como un hombre elegido por Dios para explicar y hacer entender mejor la Biblia, por lo que fue nombrado Patrono de todos los que en el mundo se dedican a hacer entender y amar más las Sagradas Escrituras. Murió el 30 de septiembre del año 420, a los 80 años.

martes, 29 de septiembre de 2009

Los Arcángeles no tienen las espadas de adorno

San Miguel, San Gabriel y San Rafael. Arcángeles - 29 de septiembre

Arcángeles

Los 3 más conocidos son; Rafael, Gabriel y Miguel. Los arcángeles dirigen el ejército celestial en contra de Satanás y sus ángeles caídos.

San Gabriel

Su nombre significa "Dios es mi Fuerza". Ha sido conocido por traerle mensajes y noticias a la humanidad. En la religión del Islam a Gabriel se le conoce como Jibril.

Es el anunciador, el gran mensajero celestial. A Daniel le anunció la venida del Mesías. A Zacarías le anunció el nacimiento del precursor de Jesús, Juan el Bautista. Y seis meses después se presentó en Nazaret y trajo a María la noticia más grande y feliz de todos los siglos: el Amor eterno la había escogido para ser madre del Redentor. Es patrono de las comunicaciones y de los filatelistas. El Embajador San Gabriel es también patrono de los embajadores.
Se le representa con el lirio o con una trompeta, con la que anunciará la segunda venida.

San Rafael

Rafael significa "medicina de Dios". Tiene la capacidad de sanar cualquier enfermedad a los humanos. Se dice que le dio a Noé un libro médico que contenía la cura para todas las enfermedades.

Curó a Tobit y acompañó a su hijo Tobías en el viaje que emprendió enviado por su padre. Curó también a Sara, la mujer de Tobías. Es el acompañante fiel y portador de salud. Es patrono de los novios y de los esposos. Le tienen también por patrono los caminantes, los marineros, los ciegos, los enfermos de peste, los farmacéuticos y los médicos
Se le representa con una serpiente, que es el símbolo de la sanación, una flecha, una vasija de bálsamo, el color naranja y el azul claro.

San Miguel

Es uno de los siete arcángeles y aparece en la Biblia, al igual que Gabriel y Rafael. La Santa Iglesia da a San Miguel el más alto lugar entre los arcángeles y le llama "Príncipe de la Milicia Celestial".

Miguel quiere decir: ¿Quién como Dios?. Es decir: ¿quién es tan grande, tan amable y justo como Dios?. Conociendo el significado de su nombre tal vez nos preguntemos: ¿quién es San Miguel?, ¿de qué o de quién nos protege?, ¿cuál es su misión?

Ya desde el Antiguo Testamento aparece como el gran defensor del pueblo de Dios y su poderosa defensa continúa en el Nuevo Testamento. Es representado como el ángel guerrero, el conquistador de Lucifer, poniendo su pie sobre el enemigo infernal, amenazándole con su espada o traspasándolo con su lanza. Suele representárselo con una balanza, pues es defensor de la justicia y su fiesta es la más antigua de las instituidas en honor de los ángeles, la única que se celebraba en los primeros tiempos.

La cristiandad, desde la Iglesia primitiva, lo venera como quien derrotó a Satanás y sus seguidores y los echó del cielo. Es reconocido como guardián de los ejércitos cristianos contra los enemigos de la Iglesia y como protector de los cristianos contra los poderes diabólicos. Es conocido como el ángel de la plegaria y de la adoración y, finalmente, presentador de las almas de los difuntos a la luz del Paraíso, “la luz santa prometida a Abraham y a su descendencia”. En la liturgia, la Iglesia nos enseña que este arcángel está puesto a custodiar el paraíso y llevar a él a aquéllos que podrán ser recibidos allí. A la hora de la muerte, se libra una gran batalla, ya que el demonio tiene muy poco tiempo para hacernos caer en tentación, o desesperación, o en falta de reconciliación con Dios. En este momento, San Miguel, está al lado del moribundo defendiéndolo.

San Miguel es nuestro protector y para cumplir la misión de protector es necesaria, además de del poder, otra cualidad: la bondad. Su bondad, es tan grande como su poder. Bajo sus órdenes, todos los ángeles trabajan por la protección de los hombres. Ahora cabría preguntarnos: ¿nosotros nos empeñamos tanto como ellos en nuestra propia salvación?

Por otro lado, San Miguel es nuestro modelo. Modelo de recogimiento y de unión con Dios. Es modelo de inocencia y de pureza, no tiene sino pensamientos y deseos santos, modelo de humildad, confiesa que Dios lo es todo y que toda persona debe quitar de sí el orgullo, la ambición y la vanidad. Es también modelo de celo. Sólo aspira a hacer amar a Dios y a Jesucristo, su hijo. San Miguel es modelo de dulzura

El procede en todas sus acciones con perfecta calma y nos muestra claramente que la modestia, la dulzura y la paciencia son las mejores armas contra nuestros enemigos

En San Miguel encontramos el modelo de todas las virtudes.

Se nos enseña en la tradición que San Miguel preside el culto de adoración que se rinde al Altísimo y ofrece a Dios las oraciones de los fieles simbolizadas por el incienso que se eleva ante el altar. La liturgia nos presenta a San Miguel como el que lleva el incienso y está de pie ante el altar como nuestro intercesor y el portador de las oraciones de la Iglesia ante el Trono de Dios. También hay que notar las apariciones marianas que han incluido manifestaciones de San Miguel, su relación con la Eucaristía, y a la adoración debida a Jesús Eucarístico y a la Santísima Trinidad.

lunes, 28 de septiembre de 2009

San Wenceslao: El vencido que venció - SS Benedicto XVI


Homilia de SS Benedicto XVI en la festividad de San Wenceslao

STARÁ BOLESLAV, lunes 28 de septiembre de 2009 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la homilía pronunciada hoy por el Papa Benedicto XVI, en la Eucaristía celebrada esta mañana en la vía Melnik, en Stará Boleslav, con motivo de la fiesta nacional de san Wenceslao, patrón de la República Checa, donde el Santo Padre se encuentra estos días de Visita Apostólica.

Señores cardenales,

venerados hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio,

queridos hermanos y hermanas,

queridos jóvenes,

con gran alegría os encuentro esta mañana, mientras se va concluyendo mi viaje apostólico a la amada República Checa.

Dirijo a todos mi cordial saludo, de modo particular al cardenal arzobispo, al que estoy agradecido por las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre, al principio de la celebración eucarística. Mi saludo se extiende también a los otros cardenales, a los obispos, a los sacerdotes y a las personas consagradas, a los representantes de los movimientos y de las asociaciones laicales y especialmente a los jóvenes. Saludo con deferencia al señor Presidente de la República, al que presento un cordial augurio con ocasión de su fiesta onomástica; augurio que quiero extender a todos aquellos que llevan el nombre de Wenceslao, y a todo el pueblo checo en el día de su fiesta nacional.

Esta mañana nos reúne en torno al altar el recuerdo glorioso del mártir san Wenceslao, del que he podido venerar su reliquia, antes de la Santa Misa, en la basílica dedicada a él. Él derramó su sangre sobre vuestra tierra y su águila, elegida por vosotros como símbolo de esta visita – lo ha recordado hace poco vuestro cardenal arzobispo – constituye el emblema histórico de la noble nación checa. Este gran santo, que a vosotros os gusta llamar “eterno” Príncipe de los Checos, nos invita a seguir fielmente a Cristo, nos invita a ser santos. Él mismo es modelo de santidad para todos, especialmente para cuantos guían la suerte de las comunidades y de los pueblos. Pero nos preguntamos: ¿en nuestros días la santidad es aún actual? ¿O no es más bien un tema poco atrayente e importante? ¿No se buscan hoy más el éxito y la gloria de los hombres? ¿Cuánto dura, sin embargo, y cuanto vale el éxito terrenal?

El siglo pasado – y esta tierra vuestra ha sido testigo de ello – ha visto caer a no pocos poderosos, que parecían haber alcanzado alturas casi inalcanzables. De repente se encontraron privados de su poder. Quien negaba y sigue negando a Dios y, en consecuencia, no respeta al hombre, parece tener la vida fácil y conseguir un éxito material. Pero basta rascar la superficie para constatar que, en estas personas, hay tristeza e insatisfacción. Sólo quien conversa en el corazón el santo “temor de Dios” tiene confianza también en el hombre y emplea su existencia en construir un mundo más justo y más fraterno. Hoy se necesitan personas que sean “creyentes” y “creíbles”, dispuesta a difundir en cada ámbito de la sociedad esos principios e ideales cristianos en los que se inspira su acción. Esto es la santidad, vocación universal de todos los bautizados, que empuja a cumplir el propio deber con fidelidad y valentía, mirando no al propio interés egoísta, sino al bien común, y buscando en todo momento la voluntad divina.

En el pasaje evangélico hemos escuchado, al respecto, palabras muy claras: “¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?” (Mt 16,26). Nos estimula así a considerar que el valor auténtico de la existencia humana no se mide sólo con los bienes terrenales y los intereses pasajeros, porque no son las realidades materiales las que apagan la sed profunda de sentido y de felicidad que hay en el corazón de cada persona. Por esto Jesús no duda en proponer a sus discípulos el camino “estrecho” de la santidad: “Quien pierda su vida por mí, la encontrará” (v. 25). y con decisión nos repite esta mañana: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (v. 24). Ciertamente es un lenguaje duro, difícil de aceptar y de poner en práctica, pero el testimonio de los santos y de las santas nos asegura que es posible a todos, si uno se fía y se confía a Cristo. Su ejemplo nos anima a los que nos llamados cristianos a ser creíbles, No basta de hecho parecer buenos y honrados, hay que serlo realmente. Y bueno y honrado es aquel que no cubre con su yo la luz de Dios, no se pone delante a sí mismo, sino que deja ver a Dios a través suya.

Esta es la lección de vida de san Wenceslao, que tuvo el valor de anteponer el reino de los cielos a la fascinación del poder terrenal. Su mirada no se despegó nunca de Jesucristo, que sufrió por nosotros, dejándonos un ejemplo, para que sigamos sus huellas, como escribe san Pedro en la segunda lectura proclamada hace poco. Como dócil discípulo del Señor, el joven soberano Wenceslao se mantuvo fiel a las enseñanzas evangélicas que le había impartido su santa abuela, la mártir Ludmilla. Siguiéndolas, aún antes de comprometerse en la construcción de una convivencia pacífica dentro de la Patria y con los países limítrofes, se empeñó en propagar la fe cristiana, llamando a sacerdotes y construyendo iglesias. En la primera “narración” paleoeslava se lee que “socorría a los ministros de Dios y embelleció muchas iglesias” y que “beneficiaba a los pobres, vestía a los desnudos”, daba de comer a los hambrientos, acogía a los peregrinos, precisamente como quiere el Evangelio. No toleraba que se hiciera injusticia a las viudas, amaba a todos los hombres, fueran ricos o pobres”. Aprendió del Señor a ser “misericordioso y piadoso” (Salmo respon.)y animado de espíritu evangélico llegó a perdonas incluso al hermano, que había atentado contra su vida. Justamente, por tanto, lo invocáis como “Heredero” de vuestra nación y, en un canto muy conocido por vosotros, le pedís que ésta no perezca.

Wenceslao murió mártir por Cristo. Es interesante notar que el hermano Boleslao consiguió, matándolo, apoderarse del trono de Praga, pero la corona que seguidamente se imponían sobre la cabeza sus sucesores no llevaba su nombre. Lleva en cambio el nombre de Wenceslao, testimoniando de que “el trono del rey que juzga a los pobres en la verdad permanecerá firme para siempre” (cfr Oficio de lecturas de hoy). Este hecho se juzga como una maravillosa intervención de Dios, que no abandona a sus fieles: “el inocente vencido venció al cruel vencedor igualmente a Cristo sobre la cruz (cfr La leyenda de san Wenceslao), y la sangre del mártir no pedía odio y venganza, sino perdón y paz.

Queridos hermanos y hermanas, demos gracias juntos, en esta Eucaristía, al Señor por haber dado a vuestra patria y a la Iglesia a este santo soberano. Oremos al mismo tiempo para que, como él, también nosotros caminemos con paso firme hacia la santidad. Ciertamente es difícil, porque la fe siempre está expuesta a múltiples desafíos, pero cuando uno se deja atraer por Dios que es Verdad, el camino se hace decidido, porque se experimenta la fuerza de su amor. Que nos obtenga esta gracia la intercesión de san Wenceslao y de los otros santos protectores de las Tierras Checas. Que nos proteja y asista siempre María, Reina de la Paz y Madre del Amor, Amén.

[Traducción de la versión italiana por Inma Álvarez

Oración a San Wenceslao


Oh, San Wenceslao de Bohemia;
¿a qué gloria podrá aspirar hombre
alguno, sino; el de morir por la
causa de la fe, en el Dios de la vida?
Ninguna habrá, que ose compararse
con tal entrega de amor y de fe.
Vos,terreno rey, como fuisteis, os
marchaste a la muerte, para ceñiros
en la patria celeste, cetro y corona
de luz e inmortalidad, al lado de Dios.
Os rogamos pues, que intercedáis
ante Aquél que todo lo ve, para que,
los gobernantes de esta tierra, os
imiten, y no sean permisibles al yugo
oscuro, del relativismo que anhela
sistemáticamente, a prescindir de Él;
oh, San Wenceslao de Bohemia, mártir.

Como San Wenceslao anteponer la santidad al bien terreno, alienta el Papa


Al celebrar hoy la Eucaristía por la fiesta de San Wenceslao en la Iglesia dedicada a él, festividad de toda la República Checa, el Papa Benedicto XVI recordó que, como este mártir del siglo X, es necesario anteponer el anhelo de santidad a la búsqueda del bien terreno.

En la explanada de Melnik y tras la adoración del Santísimo y de la veneración de las reliquias del Santo, el Santo Padre celebró la Misa. En su homilía aseguró que Wenceslao era "un modelo de santidad para todos, especialmente para los que guían las suertes de las comunidades y de los pueblos. Pero nos preguntamos, en nuestros días, ¿la santidad sigue siendo actual? ¿No interesan más el éxito y la gloria terrena? ¿Y cuánto duran y cuanto valen ambos?".

"El siglo pasado –y vuestra tierra es testigo– ha visto caer no pocos potentes, que parecían haber llegado a alturas casi inalcanzables. De improviso se han encontrado privados de su poder. Los que niegan y siguen negando a Dios y, en consecuencia, no respetan al ser humano, parecen tener una vida fácil y lograr el éxito material. Pero basta rascar la superficie para constatar que en esas personas hay tristeza e insatisfacción", continuó.

Benedicto XVI explicó que "solo los que conservan en el corazón el santo 'temor de Dios' confían también en el ser humano y dedican su existencia a la construcción de un mundo más justo y fraternal. Hoy hacen falta personas que sean 'creyentes' y 'creíbles', dispuestas a difundir en todos los ámbitos de la sociedad los principios e ideales cristianos en que se inspira su acción. Esa es la santidad, vocación universal de todos los bautizados, que lleva a cumplir el propio deber con fidelidad y valor, mirando no al propio interés egoísta, sino al bien común y buscando siempre la voluntad divina".

Citando el Evangelio de hoy, en el que Cristo pronuncia las palabras: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?", el Santo Padre subrayó que el valor auténtico de la existencia humana "no se mide solo con bienes terrenos e intereses pasajeros porque no son las realidades materiales las que apagan la sed profunda de sentido y de felicidad encerrada en el corazón de cada persona. Por eso, Cristo no vacila en proponer a sus discípulos el camino estrecho de la santidad".

Un camino que es posible seguir, como hicieron los santos, que con su ejemplo "alientan a quien se llama cristiano a ser creíble, es decir, coherente con los principios y la fe que profesa. No basta parecer buenos y honrados, es necesario serlo realmente".

Finalmente, el Papa afirmó que "esta es la lección de vida de San Wenceslao, que tuvo el valor de anteponer el reino de los cielos a la fascinación del poder terreno".

San Wenceslao marca la agenda del Papa en su último día en la República Checa


ÑAKI DÍEZ (enviado especial de RNE) PRAGA 28.09.2009 - 03:34hSan Wenceslao es el patrono de una tierra mayoritariamente indiferente a la cuestión religiosa. Este lunes la República Checa celebra su fiesta nacional y el Papa iniciará la jornada con una oración ante las reliquias del santo más importante del país.

Es el último día de estancia del Papa en la República Checa que ha vivido posiblemente el acto de mayor convocatoria con la misa celebrada este domingo en una explanada junto al aeropuerto de Brno, segunda ciudad del país.

Además de reiterar los valores de la revolución que supuso el fin del comunismo, Benedicto XVI ha dicho a los checos que el país, como tantos otros, está viviendo una situación cultural que representa un desafío radical a la fe.

"La esperanza está relegada. Se la destierra al plano privado y ultraterreno mientras en la vida pública se habla de desarrollo científico y económico. Esto es un progreso ambiguo. El adelanto de la técnica es necesario pero no suficiente para garantizar el bien moral de la sociedad", finaliza el pontífice.

Posteriormente, durante un encuentro con representantes de otras religiones cristianas, el Papa alemán ha asegurado que el evangelio no es una ideología. No quiere bloquear la realidad dentro de rígidos esquemas.

Un encuentro con jóvenes llegados de todo el país es el acto más destacado de este día de fiesta en la República Checa.

San Wenceslao, martir - 28 de Septiembre



San Wenceslao es el Patrono de los checoslovacos.

Era hijo del duque Vratislao que gobernaba a Checoslovaquia. Tenía un hermano llamado Boleslao. A Wenceslao lo educó la abuela, Santa Ludsmila, la cual se esmeró por hacer de él un fervoroso católico. En cambio a Boleslao lo formó la madre, que era una terrible anticatólica, y como era ella, así llegó a ser su segundo hijo.

Desde muy niño sintió Wenceslao una gran devoción por la Sma. Virgen y por la Sagrada Eucaristía. Le agradaba cultivar el trigo con el cual iban a fabricar las santas hostias, y cosechar las uvas con las cuales fabricarían el vino para la Santa Misa. Aun en tiempos de mucha nieve se iba a pie al templo a oír la Santa Misa, y su acompañante decía que era tal el fervor de Wenceslao, que al pasar por entre la nieve, detrás de él, no sentía frío.

Siendo nuestro santo muy jovencito aún, murió su padre en una batalla. La esposa del difunto empezó a gobernar, pero eran tantas las leyes que ella daba contra los católicos, que estos exigieron que Wenceslao, como hijo mayor, se posesionara del mando de la nación. Y así lo hizo.

Aconsejado por su santa abuela, el joven mandatario quitó las leyes anticatólicas que había dado su madre, y se propuso buscar todo el bien posible para su pueblo. Disfrazado de simple obrero iba a llevar ayudas económicas a familias muy pobres, a las cuales les daba vergüenza pedir. Repartía limosnas por montones, y hospedaba amablemente a los peregrinos muy pobres. Vigilaba para que las autoridades no abusaran de nadie. Demostraba gran respeto y simpatía por todos los que lo trataban.

Un día tenía una reunión muy importante con el emperador y otros altos gobernantes y llegó con una hora de atraso. Ya estaban disgustados por esta demora, cuando él al llegar les dijo "Me perdonan, pero estaba oyendo la Santa Misa, y yo no puedo dejar un día sin asistir al santo sacrificio". Los demás quedaron satisfechos con esta excusa, y admiraron su piedad.

Su hermano, aconsejado por la madre que era anticatólica, se propuso acabar con Wenceslao, para poder así quedarse él de gobernante. Y lo invitó a la ciudad de Boleslavia. El santo acostumbraba visitar las ciudades para orar en sus templos y allí quiso celebrar la fiesta de los santos patrones de ese templo, San Cosme y Damián. Boleslao fingió cariño hacia él y lo atendió muy bien el 27 de septiembre. El 28 de septiembre del año 938 Wenceslao se levantó muy temprano para asistir a la Santa Misa. El día anterior había recibido también la Sagrada Comunión. Por el camino hacia el templo se encontró con Boleslao y le dijo: "Hermano, ayer me trataste muy bien", y Boleslao, siguiendo los consejos que Satanás le daba le respondió: "Pues, hoy te trataré mejor", y lo hirió con un arma afilada e la cabeza, Wenceslao exclamó: "¿Qué haces hermano mío?" Luego llegó uno de los acompañantes de Boleslao e hirió al santo en una mano. Este trató de refugiarse en el templo, pero otros tres sicarios llegaron y lo acabaron de matar con sus espadas. Wenceslao expiró diciendo: "En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu". En su sepulcro empezaron a obrarse milagros y su fama de santidad se extendió por todo el país. Boleslao no pudo olvidar nunca el terrible crimen que había cometido, y él y su madre terminaron muy triste y trágicamente su vida.

San Wenceslao: pídele a Dios que nos libre de gobernantes anticatólicos, y que nos envíe muchos gobernantes bien creyentes y fervorosos como lo fuiste tú.



Estoy dispuesto a derramar mi sangre. He conservado la fe. Ahora me espera el premio que me dará el justo juez (San Pablo. 2 Tm. 4,6).

Tomado de: http://www.churchforum.org.mx/santoral/Septiembre/2809.htm

domingo, 27 de septiembre de 2009

San Vicente de Paul, fundador - 27 de septiembre


Nace el 2 de abril de 1581, en Ranquine, cerca de Dax, en el S.O. de Francia. Tercer hijo del campesino Juan de Paúl. Los hijos de los campesinos del siglo XVI apenas tenían tiempo para divertirse; ya desde muy jóvenes se veían obligados a trabajar. Vicente, llevaba a pastar el ganado: las ovejas, las vacas, los cerdos. Vicente salía todos los días, descalzo y con humildes provisiones

Vicente es un chiquillo despierto, y su padre tiene para él unos planes ambiciosos. Fue enviado a los 14 años al colegio de los franciscanos de Dax que esta a 5 kilómetros de Pouy. Dax es una ciudad próspera, de amplias calles y bellas mansiones. Vicente toma gusto a sus estudios, desea abandonar la vida rural; se siente con vergüenza de sus orígenes y de su mismo padre. "Siendo un muchacho, cuando mi padre me llevaba a la ciudad, me daba vergüenza ir con él y reconocerle como padre, porque iba mal trajeado y era un poco cojo". "Recuerdo que en una ocasión, en le colegio donde estudiaba me avisaron que había venido a verme mi padre, que era un pobre campesino. Yo me negué a salir a verle".

Después de cuatro años de estudios en Dax, marcha a la gran ciudad de Toulose. Su padre acaba de morir en 1598, mientras Vicente tenía 17 años, ha recibido ya la tonsura y las órdenes menores. Su padre le deja parte de la herencia para pagar sus estudios, pero él rechaza esta ayuda; prefiere valérselas por si mismo.

Para subsistir, enseña humanidades en el colegio de Buzet y sigue a la vez con sus estudios de Teología. En 1598 recibe el subdiaconado y el diaconado, y el 23 de Septiembre de 1600, en Chateau-l'Eveque, es ordenado sacerdote por el anciano obispo de Périgueux. "Si yo hubiera sabido, como lo he sabido después, lo que era el sacerdocio cuando cometí la temeridad de aceptarlo, habría preferido dedicarme a trabajar la tierra antes de ingresar en un estado tan temible," escribirá mas tarde.

El obispo de Dax le ofrece una parroquia, pero hay otro candidato. Vicente renuncia, prefiere proseguir con sus estudios y apuntar mas alto: aspira a ser obispo.

En 1604 obtiene el doctorado en Teología. Se dirige a Burdeos. Acude a Marsella a un viaje bastante interesado. Una anciana dama de Toulose le ha dejado una herencia de 400 escudos, pero la anciana tiene a un deudor, a quien Vicente persigue hasta Marsella, donde consigue recuperar 300 escudos, para regresar a continuación a Toulose por Narbona.

En Marsella Vicente embarca para Narbona. Se va en barco, el cual es atacado por los turcos y Vicente cae prisionero. Los años 1605-1607 son en realidad muy misteriosos. Se cuenta que vendido como esclavo en Túnez, estuvo sucesivamente al servicio de cuatro distintos señores: un pescador, un médico, el sobrino de éste y, por último, un cristiano renegado. Por fin, convirtió a su amo, se escapó llegando a Avignon y desde allí a Roma. Luego fue a París hacia el 1608.

En 1609, poco después de su llegada a París, Vicente encontró a Pierre de Bérulle, sin duda en el hospital de la Caridad, adonde ambos iban a visitar enfermos. Bérulle tenía una doble vocación: la cura de las almas y la fundación de un grupo de sacerdotes espirituales. El clero salía en un estado lamentable de las guerras de religión; los decretos del Concilio de Trento referentes a la formación de los sacerdotes no se cumplen (de lo contrario, Vicente no habría sido ordenado a los 19 años, ya que el Concilio exigía 25 años de edad mínima para la ordenación sacerdotal) Eran muchos los obispos que vivían como grandes señores, alejados de sus diócesis.

Se esta abriendo paso un nuevo movimiento. En Italia, Felipe Neri ha fundado la congregación sacerdotal del Oratorio, que al igual que los oblatos fundados en Milán por Carlos Borromeo, desea vivir un sacerdocio fervoroso. Bérulle trata de convencer a Francisco de Sales para que funde el Oratorio en Francia, el cual rechaza la oferta. Entonces éste, a instancias del Arzobispo de París, Henri de Gondi, fundará en 1611 el Oratorio de París, "una congregación de eclesiásticos en la que se practicara la pobreza, en contra del lujo; se hiciera el voto de no pretender beneficio o dignidad alguna, en contra de la ambición, y se viviera igualmente el voto de dedicarse a las funciones eclesiásticas, en contra de la inútil inactividad.

Párroco de Clichy

Bérulle deseaba que Vicente ingresara en el Oratorio, pero Vicente por diferentes razones no acepta, en cambio acepta la proposición de reemplazar en su puesto a un sacerdote que desea ingresar en el Oratorio; y de ese modo, en mayo de 1612, Vicente toma posesión de la parroquia de "Clichy la Garenne", a una legua de París. Se trata de una parroquia de 600 habitantes, de carácter semi-rural (habitada sobre todo por hortelanos donde Vicente se encuentra a gusto Allí enseña el catecismo, repara el mobiliario de la Iglesia. Hace doce años que es sacerdote y es la primera vez que ejerce un ministerio sacerdotal.

Preceptor de la familia Gondi

Bérulle que sigue soñando con grandes cosas para Vicente, hace que lo nombren preceptor de la ilustre familia de Gondi, Phillipe de Gondi, sobrino del Arzobispo de París. Vicente llega allí en Septiembre de 1613: "Me aleje con pena de mi pequeña iglesia de Clichy", escribe a un amigo.

Ya tenemos a Vicente provisto de un excelente "reducto". Da algunos cursos y lecciones a los niños y lleva una vida palaciega en Montmirail, en Joigny, en París, en Folleville... Ya podía darse por contento. Sin embargo no era feliz. Durante los numerosos viajes de Gondi, vuelve a entrar en contacto con los campesinos y con las pobres gentes que viven en los dominios de la noble familia. Y se da cuenta de que el Evangelio exige la caridad radical.

Acontecimientos providenciales cambiaron su vida:

A comienzos de 1617, visita Vicente a un moribundo en Gannes, en el distrito del Oise, cerca del palacio de los Gondi; aquel hombre, que tenía fama de ser un hombre de bien, reveló a Vicente unos pecados que jamás se había atrevido a confesar a su párroco, tanto por vergüenza como por amor propio. El moribundo que experimentaba una extrema soledad moral, que padecía la noche, el frío y la imposibilidad de hablar con Dios; era un hombre cerca de la muerte sin haber encontrado una mirada sacerdotal lo bastante dulce y lo bastante humana para poder salirse de sí mismo y atreverse a creer en la ternura de Dios. He ahí la vocación de Vicente: la ternura. Su corazón ha sido tocado. Quería ir a los campos mas remotos a expresar a todos los que se sienten perdidos que existe un Dios de ternura que no les ha olvidado. Quiere ser testimonio de ese amor divino. Estar presente con la ternura de Dios.

Vicente queda impresionado y el 25 de enero predicó en Folleville, cerca de Amiens, proponiendo a todos los fieles de Folleville la idea de que vayan allá algunos sacerdotes ante quienes puedan hacer una confesión general de toda su vida. Este sermón que fue el origen de la "Congregación de la Misión", instituida para dar misiones populares y trabajar en la formación del clero de Francia y en otros países. A los sacerdotes y hermanos de la Congregación de la Misión se les conoce en Francia como "Lazaristas" por su casa madre, San Lázaro.

En agosto de ese mismo año 1617, en Chatillón-les-Domes, San Vicente se encuentra con la miseria material de los campesinos. San Vicente relata los hechos: "Mientras me revestía para celebrar la santa Misa, vinieron a decirme... que en una casa apartada de todas las demás, como a un cuarto de legua, estaban todos enfermos, hasta el punto de que no había una sola persona que pudiera atender a las demás, las cuales se hallaban en un estado de necesidad indescriptible. Esto me ocasionó una tremenda impresión." A la llamada de Vicente acuden todos los feligreses en ayuda de esa familia. Pero, para Vicente, este movimiento espontáneo no es bastante, porque corre el peligro de no tener continuidad: "Una enorme caridad, sí; pero mal organizada".

Fundación de las Hijas de la Caridad

Vicente pone manos a la obra y muy pronto, el 23 de agosto, lee ante unas cuantas mujeres cuyo corazón se ha visto afectado igual que el suyo por aquella miseria, un texto que constituye todo un programa de ayuda a los enfermos. Dicho texto servirá de modelo, en adelante, a todos los posteriores textos fundacionales de las "Confréries de Charité" (Hermandades de Caridad). Las Cofradías se multiplicaron ; hoy en algunos países se les llama "equipos de San Vicente". La Fundación de la Compañía de las Hijas de la Caridad siguió unos años mas tarde (1633). La co-fundadora fue Santa Luisa de Marillac

Vicente no quiere permanecer por más tiempo con los Gondi y así se lo hace saber a Bérulle en mayo de 1617. Se traslada el 1 de agosto de aquel mismo año a una pequeña parroquia entre Lyon y Ginebra, en al región de Bresse: Chatillon-des-Dombes, donde ejerce como párroco.

La vocación de la ternura.

Los Gondi, y con ellos Bérulle, desean que Vicente se reintegre a su puesto y resuma sus funciones de capellán y preceptor. Le llaman a París. Vicente llega a casa de los Gondi la víspera de Navidad de 1617, tras un año decisivo en el que ha encontrado su camino, el camino de la compasión y la ternura para con quienes se hallan sumidos en el abandono. Utilizando su puesto como base de operaciones, empieza a establecer sus pequeñas asociaciones de caridad.

En noviembre de 1618 se encuentra en París Francisco de Sales. El Obispo de Annecy, que tiene ya cincuenta y un años, ha publicado dos años antes su Tratado del Amor de Dios. Francisco de Sales es célebre por la inmensa dulzura en sus discusiones con los protestantes y por su bondad para con los pobres y enfermos a quienes les daba todo, incluso lo que no era suyo y lo tomaba prestado. En 1610, el Obispo de Sales funda la Visitación, congregación religiosa femenina y desea que se consagren al cuidado de los enfermos. Las primeras Visitandinas se ocupan de los enfermos de Annecy.

A su llegada a París, Francisco de Sales es objeto de una entusiasta acogida; con su palabra evangélica y sencilla, conoce a la Madre Angélica Arnauld, a Bérulle y a Vicente, que queda impresionado por su dulzura: "Tan suave era su bondad, que las personas favorecidas por sus conversaciones la sentían cuando ésta penetraba dulcemente en sus corazones. Yo mismo he gozado tales delicias".

No es posible entender el entusiasmo que despierta Francisco de Sales en París y en todas partes si no se tiene en cuenta la situación de Europa en estos comienzos del siglo XVII. Las poblaciones no han dejado de verse afligidas por grandes males, lo cual ha provocado en ellas un enorme trauma; la angustia y la desesperación se generalizan, y la Iglesia señala con el dedo los diversos chivos expiatorios: los turcos, las brujas, los judíos, los herejes...; e insiste además continuamente en ese otro peligro, distinto del que aflige al cuerpo: el peligro de perder el alma. Francisco de Sales, rebosante de bondad, es un mensaje que, para liberar; los temores, no apela al iluminismo ni a remedios vanos, sino al realismo y al sentido común del hombre; para los hombres de comienzos del siglo XVII se trata de una inmensa convocatoria a la esperanza. Este mensaje y su eficaz puesta en práctica muestran al hombre que la verdadera bondad humana procede de Dios y que, a la vez, la bondad de Dios es muy superior a toda bondad humana: ahí radica el secreto de la vida de Vicente y de Francisco. Su Dios es un Dios de ternura y de bondad; y al haberlo experimentado así, desean expresarlo por medio de su propia vida. Francisco de Sales será para Vicente un punto de referencia constante. Por su parte, Francisco de Sales, que ha reconocido en Vicente, le pide que se haga cargo de la capellanía de las Visitandinas de París y de la dirección espiritual de Juana de Chantal.

Capellán de las Galeras

En 1619, Vicente es nombrado capellán general de las Galeras, de las que es responsable el señor de Gondi. Los galeotes son entonces los más pobres de entre los pobres. Vicente les visita primero en las mazmorras de La Conciergerie (antigua prisión de París), encuentra allí a hombres dominados por el odio y la desesperación; y pide y obtiene de M. de Gondi que se les conceda un trato más humano. El capellán general de las Galeras baja después a Marsella, donde los galeotes son más numerosos, y se presenta "de incógnito" en el lugar en que están encerrados; aquello le impresiona terriblemente: es "el espectáculo más triste que se puede imaginar", "una verdadera imagen del infierno". "Herido, pues, por un sentimiento de compasión hacia aquellos miserables forzados, me impuse a mí mismo la obligación de consolarles y asistirles lo mejor que pudiera". Pero Vicente no se limita sólo a buenas palabras, sino que pasa a la acción y se ocupa de mejorar en lo que puede las estructuras, como de costumbre. En el viaje que en 1623 realiza a Burdeos, donde se halla una flotilla de galeras se da a conocer como sacerdote a los galeotes; les dice, "os encontráis en la más absoluta indigencia; os creéis abandonados y rechazados por todos. Pero vuestro Padre de los Cielos os ama y os bendice".

Desde Burdeos, Vicente se dirige a su aldea natal, en las Landas. Los suyos habrían deseado obtener algún provecho de Vicente. Este les dice que no esperen nada de él: "porque aun cuando poseyera cofres llenos de oro y plata, no les daría nada, porque todo cuanto posee un eclesiástico se lo debe a Dios y a los pobres".

Vicente experimenta su profunda conversión en el momento en que se inicia en Europa una larga serie de conflictos. La guerra de los Treinta Años, que comienza en 1618, es la conclusión lógica de una enorme crisis acaecida en Europa, había tenido origen en la oposición entre católicos y protestantes dentro del imperio germánico. La crisis ideológica del cristianismo que había dado lugar a dos reformas antagónicas (la de Lutero y Calvino por un lado, y la del Concilio de Trento por otro) hay que verla dentro del contexto general de la crisis del siglo XVI.

La doctrina elaborada en el Concilio de Trento, en contraste a la tesis protestante, rehabilitaba la naturaleza humana y llevaba, de un modo lógico, a insistir en los sacramentos. Por otra parte el Concilio pedía a los sacerdotes que predicasen el Evangelio. La aplicación de los decretos del Concilio requería tiempo, y puede observarse cómo Vicente se referirá constantemente a ellos y se esforzará para que sean puestos en practica.

Misioneros para la misión ante la devastación de la guerra

Se suceden guerras, se triplican los impuestos y los pobres siempre son los perdedores. La miseria es espantosa. Un sacerdote de la Misión que acaba de llegar a Champagne escribe a Vicente: "No hay lengua que pueda decir, ni pluma capaz de expresar, ni oído que se atreva a escuchar lo que hemos contemplado desde los primeros días de nuestra estancia en estas tierras... Todas las iglesias y los más santos misterios han sido profanados; los ornamentos saqueados; las pilas bautismales destrozadas; los sacerdotes asesinados, torturados u obligados a huir; las viviendas demolidas; las cosechas robadas; las tierras están sin labrar ni sembrar; el hambre y la mortandad son casi absolutas; los cadáveres se hallan sin sepultar y, en su mayor parte, sirven de pasto a los lobos. Los pobres que sobreviven a esta ruina se ven obligados a recoger por los campos los granos de trigo o de avena semipodridos. El pan que consiguen fabricar es como barro y la vida que llevan es tan insana que más parece una muerte viviente. Casi todos están enfermos, ocultos en miserables chozas o en cuevas a las que uno no sabe cómo llegar, la mayor parte tumbados en el suelo desnudos o sobre paja podrida, sin más ropa que unos miserables harapos. Sus rostros ennegrecidos y desfigurados, más parecen rostros de fantasmas que de hombres".

Vicente envía allá doce de sus sacerdotes para organizar la ayuda. No había más que un modo de poner fin a la miseria de las poblaciones: la paz. Y Vicente no lo duda un momento: se atreve a enfrentarse a Richelieu y pedirle enérgicamente que ponga término a tan enormes conflictos.

El camino de Vicente son los pobres, tanto espiritual como materialmente. "La Iglesia de Cristo no puede abandonar a los pobres. Ahora bien, hay diez mil sacerdotes en París, mientras que en el campo los pobres se pierden en medio de una espantosa ignorancia". Vicente quiere sacerdotes para la "misión", para ser enviados a las zonas rurales.

La congregación puede fundarse el 17 de abril de 1625. La Congregación es reconocida un año más tarde por el Arzobispo de París; los primeros misioneros firman su acta de asociación el 4 de septiembre de 1626. Pero es entonces cuando comienzan las dificultades. El señor Gondi , influenciado por Bérulle, pretende retirar el dinero que ha entregado para la fundación. Saint-Cyran consigue disuadirle. A pesar de todo, Roma, igualmente a instancias de Bérulle, se niega dos veces a dar su aprobación a la Congregación de la Misión. Habrá que esperar ocho largos años -hasta 1633- para conseguir dicha aprobación.

En julio de 1628 el obispo de Beauvais pide a Vicente que acuda allí en septiembre a dar un retiro a los futuros sacerdotes. Es precisamente en esta tarea de formación de futuros sacerdotes en lo que piensa el Arzobispo de París cuando, en 1631, ofrece a Vicente un conjunto de edificios mucho más importantes que el "College des Bons-Enfants": la antigua leprosería de Saint-Lazare (que dará a los sacerdotes de la Misión el nombre de Lazaristas). Lo que desea el arzobispo es que Vicente contribuya a la reforma del sacerdocio y sirva a la formación de los futuros sacerdotes. En el siglo XVII hay dos tipos de reformadores del clero, Vicente prefiere ante todo la formación por la practica, sobre el terreno, según el método más experimental. Lo que a él le preocupa es la situación concreta de los sacerdotes.

Saint-Lazare viene a ser, más concretamente, un centro de encuentros. cada martes se reúnen allí los sacerdotes, que se dedican a orar, a reflexionar y a escuchar a Vicente en sus famosas "conferencias de los martes"; entre el auditorio se hallan veintidós futuros obispos, que de este modo reciben su formación de los evangélicos labios de Vicente de Paúl.

De 1630 a 1650 Francia atraviesa una época de guerras desastrosas para el pueblo sencillo. Vicente mira de frente las desgracias de su época, se niega a cerrar los ojos y lucha contra la miseria a brazo partido. Esta miseria impide a los hombres vivir como seres humanos. Si tomamos las cosas más elementales de la existencia, el nacimiento, por ejemplo, vemos que cada una de siete mujeres moría después del parto. Las que no se morían pasaban por el momento más grave, el período post-parto: las fiebres y los problemas de infección. Por otra parte un hecho que se repite constantemente: "Una gran cantidad de huérfanos que tiene que ser dejados a cargo de los que sobreviven, y que son adoptados durante un tiempo por la comunidad de la aldea o barrio, hasta que el padre contrae nuevo matrimonio.

Fundación de las Hijas de la Caridad

En 1617 comenzó Vicente a fundar sus "charites". Unas se encargan de atender a los mendigos, otras se ocupan de las epidemias, otras lucharan contra el contagio de la peste, otras se dedicaran a otras calamidades.

Las "charites" se multiplican; había que velar por ellas y coordinarlas dentro de un mismo espíritu. Así pues, Vicente pide a una joven viuda de 38 años, Luisa de Marillac, a la que conoce desde hace cuatro años, que vaya a visitar, en 1629, un determinado número de "charites". Una vez llegada al lugar donde se halla establecida una "charite", reúne a las mujeres, examina con ellas los problemas que se plantean, enseña a curar a los enfermos y a llevar una buena administración; con autorización del párroco, reúne a las jóvenes de la parroquia y les da catequesis. Y todo esto con unas condiciones físicas muy deficientes, pues era una mujer sumamente frágil y psicológicamente delicada, y con unos medios económicos aún mas escasos. Antes de enviarla, Vicente la había formado por cuatro años, instruyéndola en la alegría y en el suave dominio de sí misma, así como en la aceptación de las contrariedades y el abandono en manos de la providencia de Dios: "Síguele -le decía-. no trates de anticiparte a "Él".

El resultado de la actividad de Luisa es que, tanto ella como Vicente, constatan que todo marcha perfectamente. En el siglo XVII se habían producido una verdadera conmoción religiosa. Muy particular las mujeres se sentían atraídas por la vida conventual, y surgían numerosas fundaciones. ¿A que se debía esto? Muchas son fundadas por jóvenes o viudas de la nobleza, las cuales tenían suficiente dinero para comprar el convento e instalarse.

Vicente desea que sus "Hijas de la Caridad" estén en el mundo. Pero no es cosa fácil lograrlo. Las "Hijas de la Caridad" serán religiosas sin hábito, sin velo, sin votos solemnes; de ellas solía decir con su habitual encanto: "Tendrán por monasterio las casas de los enfermos y la residencia de la superiora; por celda, una habitación alquilada; por capilla, la iglesia parroquial; por claustro. las calles de la ciudad; por clausura, la obediencia continua en la Providencia y la ofrenda de todo cuanto son". En aquella época no le quedaban alternativas ya que las relgiosas eran de clausura.

Para llevar a cabo su programa, Vicente se apoya decididamente no ya en las damas de familias capaces de aportar grandes dotes, sino en las sencillas aldeanas. Los comienzos son muy modestos: se trata de cuatro jóvenes confiadas por Vicente, el 29 de noviembre de 1633 a Marguerite Nasseau, la cual recibe en su casa y las pone a trabajar en el pequeño hospital que ella misma había fundado. Se encarga a Luisa de Marillac que las enseñe a ser enfermeras y las instruya en la vida espiritual.

Luisa y Vicente las preparan para poder atender a todo tipo de personas necesitadas: niños y ancianos, locos y presidiarios, y a toda clase de pobres.

Espiritualidad


La espiritualidad de Vicente posee la solidez del corazón que la vive sin reservas. Podemos ver la expresión de esta espiritualidad en una conferencia que da el 19 de septiembre de 1649 a las Hijas de la Caridad, donde concreta y analiza "los dos amores": el amor afectivo y el amor eficaz. El primero es "la ternura hacia las cosas que se ama", "la ternura del amor". Este amor, dirá más tarde, hace que uno se vuelva hacia Cristo "tierna y afectuosamente, como un niño que no puede separarse de su madre y grita "¡mamá!", cuando la ve alejarse" (notemos que Vicente habla aquí de Cristo como una madre).

Pero este amor efectivo es para él el mas pequeño de los dos, es el amor de los comienzos; y compara los dos amores con dos hijos de un mismo padre; pero resulta que el amor efectivo "es el hijo pequeño al que el padre acaricia, con quien se entretiene jugando y cuyos balbuceos le encanta oír"; pero el amor eficaz, es mucho mayor; es un hombre de veinticinco o treinta años, dueño de su voluntad, que va adonde le place y regresa cuando quiere, pero que a pesar de ello, se ocupa de los asuntos familiares".

Vicente insiste mucho en este segundo amor y en el "quehacer" que conlleva: "Si hay alguna dificultad, es el hijo quien la soporta; si el padre es labrador, el hijo cuidará de que estén en orden las tierras y arrimará el hombro". En este segundo amor apenas se siente que se es amado y se ama: "Parece como si el padre no sintiera por el hijo ninguna ternura y no le amará". Sin embargo -afirma Vicente-. a este hijo mayor el padre "le ama mas que al pequeño". Y añade Vicente: "Hay entre vosotras algunas que no sienten a Dios en absoluto, que jamás le han sentido, que no saben lo que es sentir gusto en la oración, que no tienen la menor devoción, o al menos así lo creen... Hacen lo que hacen las demás, y lo hacen con un mayor que es tanto más fuerte cuanto menos lo sienten. Este es el amor eficaz que no deja de actuar, aun cuando no se deje ver".

Vicente quiere que se pase al amor eficaz, porque teme la nostalgia propia de las resoluciones demasiado generales y de las efusiones afectivas; a propósito de las resoluciones, puestas incluso por escrito por una determinada dama, escribe a Luisa de Marillac que tales resoluciones le parecen "buenas", pero que le "parecerían aún mejores si (la tal dama) descendiera un poco más a lo concreto", porque lo importante para él son los actos, mientras que "lo demás no es sino producto del espíritu, que habiendo hallado cierta facilidad y hasta cierta dulzura en la consideración de una virtud, se deleita con el pensamiento de ser virtuosos"; es preciso, pues, llegar a los "actos" porque, de lo contrario, se queda uno en la "imaginación".

Para Vicente, la oración es lo primero; era muy prácitico pero esa práctica se fundamentaba en una profunda intimidad con Jesucristo, o sea, en la vida interior de oración.

Vicente encuentra en su camino a los jansenistas. Jansenio había comenzado a escribir su Augustinus en 1628; Roma lo condena en 1641; pero Vicente, antes incluso de esta condena, ya había tomado postura contra el jansenismo.

En lugar de ponerse en tensión y tratar de que Dios se adapte a unos determinados moldes para el alma, Vicente, en oposición a los jansenistas, no dejará de proponer abandonarse tranquilamente a Dios. La gracia tiene sus momentos. Abandonémonos a la Providencia de Dios y guardémonos muy mucho de anticiparnos a ella.

Vicente era enemigo de la actividad compulsiva. Si dió mucho fruto es porque utilizaba muy bien el tiempo guiado y movidas sus velas por la fuerza del Espíritu Santo. A partir de 1645 dicta o redacta personalmente unas diez cartas por día -tiene dos secretarios-, sigue de cerca la actividad de todas las casas de caridad y de todos los sacerdotes de la Misión; afluyen las vocaciones y se abren nuevas casas en Génova, Turín y Roma. En 1646 se funda una casa en Argel (donde estallará la peste en 1647) y se pide a la congregación que acuda a Marruecos; aquel mismo año se envían sacerdotes a Irlanda y Escocia. En 1648 va un grupo de misioneros a Madagascar. En 1651 parte un grupo para Polonia. En 1660, justamente antes de su muerte, Vicente concibe un proyecto de misiones en América y en China.

Entre 1650 y 1660 son particularmente tres regiones de Francia las que perciben mayor ayuda: la Ile-de-France, la Champagne y la Picardie cuyas provincias han sido saqueadas y desvastadas por los soldados. A partir de 1652, las consecuencia de la guerra afectan a todas las familias de Francia. Pero Vicente prosigue su actividad sin descanso, entregando siempre toda su persona. Lo único que exigía a los suyos era bondad, constancia y dulzura.

En 1660 Vicente tiene setenta y nueve años.. Desde aquel lejano día de 1617 en que decidió ponerse al servicio de los pobres, es decir, durante 43 años, no dejó de consumirse por ellos. Su horario era invariable: se levantaba a las cuatro de la mañana y se acostaba a las nueve de la noche; la jornada consistía en tres horas de oración, tres horas y media de lo que él llamaba "varios", y nueve horas y media de trabajo. Su vida estuvo constantemente marcada por ese trabajo pausado, regular y porfiado que recordaba el trabajo de los campesinos de su época, los campesinos entre los que había nacido.

Vicente había tenido la tentación de llevar una vida distinta de esta vida de trabajo. Hasta los 36 años no se convirtió al servicio de los pobres y a esta clase de vida. En el siglo XVII los hombres se dividían en dos clases: los que podían permitirse vivir sin trabajar, y la inmensa mayoría de los demás. Vicente estuvo a punto de optar por quedarse al otro lado de la barrera. Poseía una buena cabeza y su inteligencia, y hubiera podido llegar a ser un beneficiario. Pero el amor a Cristo reflejado en los pobres le movió a decidirse por el Evangelio.

El 18 de abril de 1659, un año antes de su muerte, Vicente escribe una largas consideraciones sobre la humildad, que presenta como la primera cualidad de un sacerdote de la Misión.

En julio de 1660 se ve obligado a guardar cama. Toda su vida había sido una persona fuerte y robusta; el típico campesino de pequeña estatura -media 1 metro y 62 centímetros-, poseía una enorme resistencia, como si estuviera hecho de cal y canto. Entre julio y septiembre de 1644 se teme por su vida, pero sale bien, aunque se le prohibe montar a caballo; tenía las piernas inflamadas y tenía que caminar con un bastón. En el invierno de 1658 y 1660 el frío vuelve a abrir las llagas de sus piernas y poco a poco, se ve forzado a permanecer inmóvil. Se queda en Saint-Lazare, en medio de los pobres.

Su corazón y su espíritu se mantiene totalmente despiertos, pero en septiembre las piernas vuelven a supurar y el estómago no admite ya el menor alimento. El 26 de septiembre, domingo, le llevan a la capilla, donde asiste a Misa y recibe comunión. Por la tarde se encuentra totalmente lúcido cuando se le administra la extremaunción; a la una de la mañana bendice por última vez a los sacerdotes de la Misión, a las Hijas de la Caridad, a los niños abandonados y a todos los pobres. Esta sentado en su silla, vestido y cerca del fuego. Así es como muere el 27 de septiembre de 1660, poco ante de las cuatro de la mañana, a la hora que solía levantarse para servir a Dios y a los pobres. Multitudes habían conocido los beneficios de su caridad.

San Vicente fue consejero de gobernantes y verdadero amigo de los pobres. "Monsieur Vincent", como se le llamaba, estimulaba y guiaba la actividad de Francia en favor de todas las pobrezas: envió misioneros a Italia, Irlanda, Escocia, Túnez, Argel, Madagascar, así como a Polonia donde luego fueron las Hijas de la Caridad. Se rodeó de numerosos colaboradores, sacerdotes y seglares y, en nombre de Jesucristo, los puso al servicio de los que sufren.

Fue proclamado santo por el Papa Clemente XII, el 16 de junio de 1737. Su fiesta se celebra el 27 de septiembre.

En 1712, 52 años más tarde su cuerpo fue exhumado por el Arzobispo de París, dos obispos, dos promotores de la fe, un doctor, un cirujano y un numero de sacerdotes de su orden, incluyendo al Superior General, Fr. Bonnet.

"Cuando abrieron la tumba todo estaba igual que cuando se depositó. Solamente en los ojos y nariz se veía algo de deterioro. Se le contaban 18 dientes. Su cuerpo no había sido movido, se veía que estaba entero y que la sotana no estaba nada dañada. No se sentía ningún olor y los doctores testificaron que el cuerpo no había podido ser preservado por tanto tiempo por medios naturales.

La obra de Vicente sigue viva

Vicente fue sobre todo el hombre que, al conseguir espolear el clero, renovó la Iglesia francesa. La Congregación de los "Paules" se convirtió en la orden mas vigorosa en Francia antes de la revolución francesa , con 6,000 miembros repartidos en 40 provincias.

La Congregación de Hijas de la Caridad se extendió por todo el mundo hasta el punto que en 1965 contaba con 46,000 hermanas. A lo largo de los siglos han prestado ayuda a millones de personas desgraciadas: niños abandonados, huérfanos, enfermos, heridos, refugiados, presidiarios, etc.

El servicio sencillo y discreto al prójimo constituye el principal fundamento de todas estas asociaciones vicentinas.

Perdieron el sentido de lo que es justo (Sobre la legalización del aborto y la marihuana) - Monseñor Héctor Aguer


El arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer, aseguró este sábado que los jueces de la Corte Suprema de la Nación perdieron "el sentido de lo que es justo", al evaluar apreciaciones referentes al aborto y la tenencia personal de marihuana.

Durante su reflexión semanal en el programa de América TV "Claves para un Mundo Mejor", Aguer trazó un paralelo entre la Argentina y España, donde actualmente se discute una liberalización de la Ley que permite el aborto.

"En la Argentina periódicamente vuelven a presentarse proyectos llamados eufemísticamente de despenalización del aborto, o de abortos no punibles. ¿Ustedes conocen a alguien que haya sido castigado por haber abortado o por practicar abortos? Bajo esta cobertura de la despenalización lo que se pretende es legalizar el aborto, reconocerlo como un derecho", consideró el religioso.

En ese sentido, el prelado criticó a la jueza de la Corte Carmen Argibay que hace poco tiempo realizó una "encendida" defensa del aborto.

"Desgraciadamente hemos escuchado hace unos días la opinión de una jueza de la Corte que afirmó que el feto no es persona y por tanto no puede ser tutelado jurídicamente hasta el momento de nacer, porque no es independiente de la madre. ¡Cómo si el bebe ya se independizara de la mamá cuando cortan el cordón umbilical! Lo que está sugiriendo es que el niño por nacer es un objeto, un pedazo del cuerpo de su madre", dijo Aguer.

Además, el arzobispo afirmó que "es grave que alguien que quizá en una circunstancia futura tenga que decidir en virtud a su cargo sobre este tema, prejuzgue sobre la cuestión y lo haga ignorando que existen tratados internacionales que tutelan la vida humana desde el instante de la concepción".

sábado, 26 de septiembre de 2009

Sermón de Monseñor Marcel Lefebvre (1988) Consagración de Obispos


Consagracion de Obispos 1988

Excelencia, querido Monseñor de Castro Mayer, mis queridos amigos y hermanos:

Nos reunimos aquí para una ceremonia ciertamente histórica, mas quiero en primer lugar daros algunas informaciones.

La primera de ellas os extrañará quizá un poco, como también me sorprendió a mí. Ayer por la tarde tu­vimos una visita, un enviado de la Nunciatura en Berna, con un sobre que contenía una llamada de nues­tro Santo Padre el Papa, po­nien­do a mi disposición un coche que debería conducirme inmediata­mente a Roma para evitar que hicie­se hoy estas consagraciones. Todo esto sin decirme ni el por qué, ni adónde debía dirigirme en Roma. ¡Juzguen ustedes mismos respecto a la oportunidad y prudencia de esta medida!

He ido a Roma en distintas ocasiones a lo largo de este año, incluso semanas enteras, y el Santo Padre no me ha invitado para que fuera a verlo. Es verdad que me hubie­se sentido feliz de hacerlo si hubie­ra habido acuerdos definitivos. Hasta aquí esta información. Se la comunico sencillamente y tal como me enteré ayer por una carta de la Nunciatura.

Y ahora paso a darles algunas informaciones sobre la significación de la ceremonia y otros aspectos que la conciernen.

Los futuros consagrados, los futuros obispos, han prestado ya, personalmente ante mí, el juramento que se encuentra en el pequeño ritual que estoy seguro que muchos de ustedes han adquirido para seguir la ceremonia de la consagración de obispos. Por lo tanto se ha prestado ya el juramento, además del juramento antimodernista, como se prescribía en otro tiempo para la consagración de los obispos, junto a la profesión de fe. Han hecho ya estos juramentos y esta profesión de fe en mi presencia, tras unos cortos ejercicios en Sierre estos últimos días. No se extrañen si comenzamos inmediat amente por el interrogatorio sobre la fe, la fe que la Iglesia pide a los que van a ser consagrados.

Seguidamente les hago saber también que después de la ceremonia podrán, por supuesto, pedir la bendición a estos obispos y besarles el anillo. No es costumbre en la Iglesia besar las manos de los obispos como se besan las manos de los nuevos sacerdotes, tal como lo han hecho ayer. Antes bien se les pide la bendición y se les besa el anillo.

Esta ceremonia manifiesta nuestra unión con Roma y con la Iglesia de siempre

Es necesario que comprendan bien que esta ceremonia no es un cisma. A su disposición están a la venta una serie de libros y folletos que contienen todos los elementos que pueden hacerles comprender por qué esta ceremonia, aparentemente hecha contra la voluntad de Roma, no es en absoluto un cisma. No somos cismáticos. Si se excomulgó a los obispos de China, que están separados de Roma y sometidos al gobierno chino, se comprende muy bien por qué el Papa Pío XII los excomulgó. No se trata en absoluto entre nosotros de separarnos de Roma y someternos a un poder cualquiera extraño a Roma, ni de formar una especie de Iglesia paralela como la han hecho, por ejemplo, los obispos de El Palmar de Troya, en España, nombrando un papa y formando un colegio car­denalicio. No se trata en absoluto de algo semejante. Lejos de nosotros está este pensamiento miserable de alejarnos de Roma.

Por el contrario, realizamos esta ceremonia para manifestar nuestra unión con Roma. Para manifestar nuestra unión con la Iglesia de siem­pre, con el Papa y con todos los que han precedido a estos Papas que desde el Concilio Vaticano II, desgraciadamente, han creído que debían dar su adhesión a los grandes errores que están en trance de destruir la Iglesia y destruir el sacerdocio católico. Precisamente en­contraréis entre estos folletos, que están a vuestra disposición, un estudio verdaderamente admirable hecho por el profesor Rudolf Kas­chenwsky, de “Una voce korres­pondenz”, de Alemania, en el que explica maravillosamente por qué estamos en el caso de necesidad pa­ra venir en socorro de vuestras almas, en socorro vuestro. Pienso que vuestros aplausos de hace unos mo­mentos eran una manifestación espiritual que traducían vuestra alegría por tener al fin obispos y sacerdotes católicos que salven vuestras almas, que den a vuestras almas la vida de Nuestro Señor Jesucristo, mediante la doctrina, los sacramentos, la fe y el Santo Sacrificio de la Misa.

La Iglesia conciliar sigue ca­mi­nos que conducen a la apostasía

La vida de Nuestro Señor, de la que tenéis necesidad para ir al Cielo, está desapareciendo por todas partes en esta iglesia conciliar. Sigue unos caminos que no son los caminos católicos. Sencillamente conducen a la apostasía. Por eso hacemos esta ceremonia. Lejos de mí el erigirme en Papa. No soy nada más que un obispo de la Iglesia Católica que continúa transmitiendo la doctrina. TRADIDI QUOD ET ACCEPI. Pienso, y sin duda no tardará, que se podrán grabar sobre mi tumba estas palabras de San Pablo: TRADIDI QUOD ET ACCEPI, “Os he transmitido lo que recibí”, sencillamente. Soy el cartero que lleva una carta. No soy yo quien ha escrito esta carta, este mensaje, esta palabra de Dios; es El, Nuestro Señor Jesucristo. Y lo hemos transmitido, mediante estos queridos sacerdotes aquí presentes y mediante todos aquellos que creyeron un deber el resistir a esta ola de apostasía en la Iglesia, guar­dando la fe de siempre y transmitiéndola a los fieles. No somos nada más que los portadores de esta noticia, de este Evangelio que Nuestro Señor Jesucristo nos ha dado, así co­mo los medios para santi­fi­carnos: la Santa Misa, la verdadera Santa Misa, los verdaderos sacramentos que dan realmente la vida espiritual.

Me parece oír, mis queridos hermanos, las voces de todos estos Papas, desde Gregorio XVI, Pío IX, León XIII, San Pío X, Benedicto XV, Pío XI y Pío XII, decirnos: «Por caridad, por piedad, ¿qué vais a hacer de nuestras enseñanzas, de nuestra predicación, de la fe católica? ¿Vais a abandonarlo? ¿Vais a dejar que desaparezca de este mundo? Por caridad, por piedad, seguid guardando este tesoro que os hemos dado. ¡No aban­donéis a los fieles, no abandonéis a la Iglesia! ¡Se­guid trabajando por la Iglesia! A fin de cuentas, desde el Concilio, lo que hemos condenado es lo que las autoridades romanas adoptan y pro­­fesan. ¿Có­­mo es posible esto? He­­mos con­de­nado el liberalismo, el comunismo, el socialismo, el modernismo, “Le Sillon”. Todos estos errores que hemos condenado resulta que ahora son profesados, adoptados, sostenidos por las autoridades de la Iglesia. ¿Es posible esto? Si no hacéis algo para continuar esta tradición de la Iglesia que os hemos dado, desaparecerá todo. La Iglesia desaparecerá. Todas las almas se perderán.

Por qué interrumpimos nuestras conversaciones con el Vaticano

Nos encontramos ante un caso de necesidad. Lo hemos hecho todo intentando que Roma comprenda que es necesario volver a esta actitud del venerado Pío XII y todos sus predecesores. Hemos escrito, hemos ido a Roma, hemos hablado. Monseñor de Castro Mayer y yo hemos enviado cartas varias veces a Roma. Hemos intentado mediante estas conversaciones, por todos los medios, conseguir que Roma comprenda que desde el Concilio, este aggiornamento, este cambio que se ha producido en la Iglesia no es católico ni conforme a su doctrina de siempre. Este ecumenismo y todos estos errores, esta colegialidad, son contrarios a la fe de la Iglesia y están a punto de destruirla. Por eso estamos convencidos que al hacer esta consagración obedecemos a la llamada de estos Papas y por consiguiente a la llamada de Dios, ya que ellos representan a Nuestro Señor Jesucristo en la Iglesia.

Y ¿por qué, Monseñor, me preguntan, no ha continuado con esas conversaciones que sin embargo daban la impresión de llegar a cierto en­tendimiento? Pre­cisamente porque al mismo tiempo que estam­paba mi firma en el protocolo, en ese instante, el enviado del Cardenal Ratzinger, que me traía este protocolo para firmarlo, me entregaba seguidamente una carta en la que me rogaba que pidiese perdón por los errores que yo profesaba.

Por nada del mundo queremos el espíritu de Asís

Si estoy en el error, si enseño errores, está claro que se me debe traer de nuevo a la verdad, de acuerdo con los que me envían este protocolo para ser firmado reconociendo yo mis errores. Como si me dije­sen: si reconoce sus errores, le ayudamos para que vuelva a la verdad. ¿Qué verdad es ésta, según ellos, si­no la verdad del Vaticano II, la ver­dad de esta Iglesia conciliar? Por tanto es cierto que para el Vati­cano la única verdad que existe hoy es la verdad conciliar, el espíritu del Concilio, el espíritu de Asís. Esa es la verdad de hoy. Y eso no lo queremos por nada del mundo.

Por esta razón, al constatar la voluntad firme de las actuales autoridades romanas de hacer desaparecer la Tradición y conducir todo el mundo a este espíritu del Vaticano II y a este espíritu de Asís, evidentemente hemos preferido retirarnos y he contestado: no, no podemos. Es imposible. Es imposible so­meternos a la autoridad del car­de­nal Ratzinger, presidente de esta comisión romana que debía dirigirnos. Sería ponernos en sus manos y por consiguiente en las manos de los que quieren llevarnos al espíritu del Concilio, al espíritu de Asís. No es posible.

Por esta razón envié una carta al Papa diciéndole muy claramente: no podemos, a pesar de to­dos los deseos que tenemos de es­tar en plena comunión con S. S., y dado este espíritu que reina ahora en Roma y que quieren comunicarnos; preferimos continuar en la Tradición, guardar la Tradición, esperando que esta Tradición reen­cuentre su puesto en Roma, su puesto entre las autoridades romanas y en el espíritu de estas autoridades romanas.

La operación “supervivencia” de la Tradición

Todo esto durará lo que Dios tenga previsto, no me pertenece el saber cuándo obtendrá de nuevo la Tradición sus derechos en Roma, pero juzgo que es mi deber aportar los medios para llevar a cabo lo que llamaré operación “supervivencia”, operación “supervivencia” de la Tradición. Esta jornada de hoy es la operación “supervivencia”. Y si hubiera hecho esa otra operación con Roma siguiendo los acuerdos que habíamos firmado y poniendo en práctica a continuación estos acuerdos, haría la operación “suicidio”. Así pues, no hay elección: ¡de­bemos sobrevivir! Y por eso hoy, al consagrar a estos obispos, estoy persuadido de continuar, de hacer vivir la Tradición, es decir, la Iglesia Católica

Saben bien, queridos hermanos, que no puede haber sacerdotes sin obispos. Todos esos seminaristas aquí presentes, si mañana me llama Dios, lo que sin duda no tardará, ¿de quién recibirán el sacramento del orden? ¿De los obispos conciliares cuyos sacramentos son dudosos ya que no se sabe exactamente cuáles son sus intenciones? No es posible. Así pues, ¿quiénes son los obispos que han guardado verdaderamente la Tradición, que han guardado los sacramentos tales co­mo la Iglesia los ha administrado desde hace veinte siglos hasta el Concilio Vaticano II? Somos Monseñor de Castro Mayer y yo. ¿Qué voy a hacer yo?, es así. Muchos seminaristas han confiado en nosotros, han sentido que ahí estaba la continuidad de la Iglesia, la continuidad de la Tradición. Y han veni­do a nuestros seminarios, a pesar de las dificultades que han encontra­do, para recibir una verdadera ordenación sacerdotal, y para poder ofrecer el verdadero sacrificio del Calvario, el verdadero sacrificio de la Misa y daros los verdade­ros sacramentos, la verdadera doctrina, el verdadero catecismo. Este es el fin de nuestros seminarios.

No puedo en conciencia dejar a es­tos seminaristas huérfanos. Y a us­tedes no puedo dejarlos también huér­fanos, desapareciendo sin hacer nada por el futuro. No es posible. Sería algo contrario a mi deber.

Por este motivo hemos escogido, con la gracia de Dios, a sacer­do­tes de nuestra Hermandad que nos han parecido los más aptos, y que al mismo tiempo se encuentran en cir­cunstancias, lugares y funciones que les permiten cumplir más fácil­mente su ministerio episcopal, confirmar a los niños y conferir órdenes en nuestros diversos seminarios.

Me parece que con la gracia de Dios, Monseñor de Castro Mayer y yo, habremos dado en esta consagración los medios para que la Tradición continúe, los medios para que los católicos que lo deseen se mantengan en la Iglesia de sus padres, de sus abuelos, de sus antepasados; estas iglesias fundadas pa­ra ser las parroquias de todos ustedes, estas bellas iglesias que tenían hermosos altares, que a menudo han sido destruidos para poner en su lugar una mesa, manifestando así el cambio radical que se ha operado desde el Concilio respecto al Santo Sacrificio de la Misa que es el corazón de la iglesia y también el fin del sacerdocio.

La Sede de Pedro será la sede de iniquidad

Así pues, queremos daros las gracias por haber venido en tan gran número a animarnos en la ejecución de esta ceremonia. También nuestros ojos se vuelven hacia la Virgen María. Saben bien, queridos hermanos –seguro que se lo han dicho-, cómo León XIII en una visión profética que tuvo, dijo que un día la Sede de Pedro sería la sede de la iniquidad. Lo dijo en uno de sus exorcismos, en el “exorcismo de León XIII”. ¿Es hoy? ¿Mañana? No sé. En todo caso ha sido anunciado. La iniquidad puede ser sencillamente el error. El error es una iniquidad: no profesar ya la Fe de siempre, no profesar ya la Fe católica, es un grave error; ¡si hay una gran iniquidad, es precisamente esa! Realmente creo que puedo decir que no ha habido nunca una iniquidad más grande en la Iglesia que la jornada de Asís, ¡que es contraria al primer mandamiento de Dios y contraria al primer artículo del Credo! ¡Es algo tan increíble que una cosa así haya podido realizarse en la Igle­­sia ante los ojos de toda la Iglesia humillada! Nunca hemos sufrido una humillación semejante. Todo esto lo podrán encontrar en el pequeño libro del Daniel le Roux, que ha sido editado especialmente para proporcionarles todo tipo de información sobre la situación actual de Roma.

La crisis actual anunciada por la Santísima Virgen

No solamente el Papa León XIII ha profetizado estas cosas, sino Nues­tra Señora. Ultimamente, el sacerdote que está encargado del Prio­rato de Bogotá en Colombia, me ha traído un libro que versa sobre las apariciones de Nuestra Señora del Buen Suceso, que tiene una iglesia, una gran iglesia en Ecuador, en Quito, capital del Ecuador. Es­tas apariciones a una religiosa, tuvieron lugar en un convento de Qui­to poco tiempo después del Con­cilio de Trento, hace pues varios siglos como ustedes ven. Todo esto fue consignado, habiéndose reconocido esta aparición por Roma y por las autoridades eclesiásticas, ya que se construyó una magnífica iglesia para la Virgen, de la que además los historiadores afirman que el rostro de la Virgen había sido terminado milagrosamente: se encontraba el escultor modelando el rostro de la Virgen, cuando se encontró con dicho rostro terminado milagrosamente. Esta Virgen milagrosa es honrada allí con mucha devoción por los fieles del Ecuador y profetizó para el siglo XX. Dijo a esta religiosa claramente: «Durante el siglo XIX y la mayor parte del siglo XX, los errores se propagarán cada vez con más fuerza en la Santa Iglesia, y llevarán a la Iglesia a una situación de catástrofe total, ¡de catástrofe! Las costumbres se corromperán y la Fe desaparecerá». Nuestra impresión es que no podemos dejar de constatarlo.

Pido disculpas por continuar el relato de esta aparición, pero en ella se habla de un prelado que se opondrá totalmente a esta ola de apostasía y de impiedad y preservará el sacerdocio preparando buenos sacerdotes. Hagan ustedes la aplicación si quieren, yo no quiero hacerlo. Yo mismo me he sentido estupefacto leyendo estas líneas, no puedo negarlo. Está inscrito, impreso, consignado en los archivos de esta aparición.

Además ustedes conocen las apariciones de la Sa­lette, donde Nuestra Señora dijo que Roma perderá la Fe, que habrá un eclipse en Roma; eclipse, adviertan lo que eso puede significar viniendo de parte de la Santísima Virgen.

Y finalmente el secreto de Fátima, más cercano a nosotros. Sin duda que el tercer secreto de Fátima debía hacer alusión a estas tinieblas que han invadido Roma, estas tinieblas que invaden el mundo desde el Concilio. Es por eso sin duda que el Papa Juan XXIII juzgó oportuno no publicar el secre­to, puesto que habría sido necesario que tomase ciertas medidas y no se sentía tal vez capaz de cambiar completamente las orientaciones que comenzaba a dar con vistas al Concilio y para el Concilio. Estos son hechos sobre los que, me pa­rece, podemos también apoyarnos.

Así pues, nos ponemos en manos de la Providencia. Estamos persuadidos de que Dios hace bien las cosas. Lo mismo que cuando el Cardenal Gagnon nos ha visitado catorce años después de aquella primera visita de Roma, habiéndome suspendido y proclamado fuera de la comunión con Roma, contra el Papa, rebelde y disidente, durante catorce años. Tras esto nos llega una legación de Roma y el cardenal Gagnon reconoce que lo que hacemos será sin duda lo que hará falta para la nueva reconstrucción de la Iglesia. Asistió a la Santa Misa pon­ti­fical celebrada por mí, el 8 de diciembre, para la renovación de las promesas de nuestros semi­na­ristas, y esto mientras que yo, en principio, estoy suspendido y no debería administrar los sacramentos. Por lo tanto catorce años después, nos entregan prácticamente un cheque en blanco, diciéndonos: ¡han hecho bien! Hemos hecho bien en resistir.

Así que estoy convencido de que hoy estamos en las mismas circunstancias. Realizamos un acto que apa­rentemente, aparentemente –desgraciadamente los medios de comunicación no nos ayudan en este sentido-, será tildado sin duda en los periódicos de cisma, excomunión, todo lo que quieran, mas nosotros estamos convencidos que todas estas acusaciones de las que somos objeto, todas estas sanciones son nulas, absolutamente nulas. Por eso no hacemos ningún caso de ellas. De la misma forma que no hemos tenido en cuenta la suspensión “a divinis”, siendo al fin felicitados por la Iglesia e incluso por la Iglesia progresista.

Asimismo, dentro de alguno años –yo no lo sé, solamente Dios conoce el número de años que serán necesarios para ese día en que la Tradición encontrará de nuevo sus derechos en Roma- seremos abrazados por las autoridades romanas, que nos darán las gracias por haber mantenido la Fe en los seminarios, en las familias, en las ciudades, en los países, en los conventos, en nuestras casas religiosas, para mayor gloria de Dios y la salvación de las almas.

En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Tomado de: http://radiocristiandad.wordpress.com/

Santos Cosme y Damián, mártires - 26 de Septiembre


Una tradición muy antigua atestigua la existencia de su sepulcro en Ciro (Siria), donde se erigió asimismo una basílica en su honor. Desde allí, su culto pasó a Roma y, más tarde, se propagó por toda la Iglesia.

Según la tradición son hermanos gemelos, nacidos en Arabia; estudiaron las ciencias en Siria y llegaron a distinguirse como médicos. Como eran auténticos cristianos, practicaban su profesión con gran habilidad pero sin aceptar jamás pago alguno por sus servicios. Por eso se les conoció en el oriente entre los santos llamados colectivamente "los sin dinero".

Vivían en Aegeae, sobre la costa de la bahía de Alejandreta, en Cilicia, donde ambos eran distinguidos por el cariño y el respeto de todo el pueblo a causa de los muchos beneficios que prodigaba entre las gentes su caridad y por el celo con que practicaban la fe cristiana, ya que aprovechaban todas las oportunidades que les brindaba su profesión para difundirla y propagarla. En consecuencia, al comenzar la persecución, resultó imposible que aquellos hermanos de condición tan distinguida, pasasen desapercibidos. Fueron de los primeros en ser aprehendidos por orden de Lisias, el gobernador de Cilicia y, luego de haber sido sometidos a diversos tormentos, murieron decapitados por la fe. Conducidos sus restos a Siria, quedaron sepultados en Cirrhus, ciudad ésta que llegó a ser el centro principal de su culto y donde las referencias más antiguas sitúan el escenario de su martirio.

Se cuentan muchos prodigios milagrosos sobre sus vidas pero poco se sabe con seguridad. Se dice por ejemplo que, antes de ser decapitados, salieron con bien de varios tipos de ejecuciones, como ser arrojados al agua atados a pesadas piedras, ser quemados en hogueras y ser crucificados. Cuando se hallaban clavados en las cruces, la multitud los apedreó, pero los proyectiles, sin tocar el cuerpo de los santos, rebotaron para golpear a los mismos que los arrojaban. Lo mismo sucedió con las flechas disparadas por los arqueros que torcieron su trayectoria e hicieron huir a los tiradores (se cuenta que el mismo caso ocurrió con San Cristóbal y otros mártires). Asimismo dice la leyenda que los tres hermanos de Cosme y Damián, llamados Antimo, Leoncio y Euprepio, sufrieron el martirio al mismo tiempo que los gemelos y sus nombres se mencionan en el Martiriologio Romano. Se habla de innumerables milagros, sobre todo curaciones maravillosas, obrados por los mártires después de su muerte y, a veces, los propios santos se aparecieron, en sueños, a los que les imploraban en sus sufrimientos, a fin de curarles inmediatamente.

Entre las personas distinguidas que atribuyeron su curación de males gravísimos a los santos Cosme y Damián, figuró el emperador Justiniano I, quien visitó la ciudad de Cirrhus especialmente para venerar las reliquias de sus benefactores.

A principios del siglo V, se levantaron en Constantinopla dos grandes iglesias en honor de los mártires. La basílica que el Papa Félix (526-530) erigió en honor de Cosme y Damián en el Foro Romano, con hermosísimos mosaicos, fue dedicada posiblemente el 27 de septiembre. Ese día se celebró la fiesta de Cosme y Damián hasta su traslado al 26 de septiembre en el nuevo calendario.

Los santos Cosme y Damián son nombrados en el canon de la misa y, junto con San Lucas, son los patronos de médicos y cirujanos.

Tres pares de santos llevan los mismos nombres
Por un error, los cristianos de Bizancio honraron a tres pares de santos con los nombres de Cosme y Damián. Los de Arabia, que fueron decapitados durante la persecución de Diocleciano (17 de octubre), los de Roma, que murieron apedreados en el curso del reinado de Carino y los hijos de Teódota, que no fueron mártires. Sin embargo, se trata de los mismos.

Pidamos al Señor por intercesión de los santos Cosme y Damián por los médicos, para que cumplan santamente con su profesión.

"LO QUE HABEIS RECIBIDO GRATIS, DADLO TAMBIEN GRATUITAMENTE" (Jesucristo Mt. 10, 8)

Bibliografía:
Butler, Alban. Vidas de los Santos.
Sálesman, Eliécer- Vidas de Santos # 3
Sgarbossa, Mario; Luigi Giovannini - Un Santo Para Cada Día

Tomado de: www.corazones.org
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