lunes, 21 de septiembre de 2009
San Mateo, Apóstol y Evangelista - 21 de septiembre
San Mateo es el séptimo de los apóstoles escogidos por Jesús. Le habían precedido Andrés y Pedro, Juan y Santiago, Felipe y Bartolomé, simples pescadores. Mateo era publicano, del gremio odioso y despreciable de los que cobraban impuestos a favor del extranjero opresor.
Eran tan despreciables estos colaboracionistas con el poder de Roma que, cuando los fariseos quieren acusar a Jesús, dirán de El que come con publicanos y pecadores, que para ellos significaba lo mismo. Jesús les devolverá la acusación y les dirá a los fariseos que los publicanos y las prostitutas les precederán en el reino de los cielos.
Uno de estos publicanos era Leví Mateo. La elección sucedió en Cafarnaún, cruce de caminos y punto estratégico, donde Leví tenía su mesa de recaudación. La escena es sugestiva por la rapidez de los movimientos. Pasaba por allí Jesús, vio sentado a Leví cobrando los impuestos y, sin preámbulos, le dijo: "Sígueme". Y él, dejándolo todo, se levantó y echó a andar en pos de Jesús. Respuesta rápida, incondicional, definitiva. Dejaba una ganancia segura, pero conseguía otra mejor: la amistad con Jesús. Había que celebrarlo y lo celebró con un banquete presidido por el mismo Jesús.
El Maestro le había fascinado y en adelante ya no recogerá siclos y dracmas, sino palabras de vida y tesoros de verdad. Deja para siempre toda su vida pasada y cambia el nombre de Leví por Mateo, don de Dios.
Toda su atención será ahora ser un verdadero discípulo del Maestro, escuchar atentamente sus palabras y rumiarlas para recordarlas. Luego las recogerá minuciosamente en un libro, en el que sólo le interesará la persona de Jesús. De sí sólo dirá que fue un publicano, para que resalte más la bondad del divino Maestro que un día lo llamó.
Por eso Mateo, además de apóstol, es evangelista. Su Evangelio, posterior al de Marcos, sigue el mismo esquema que Marcos. Pero inserta también gran cantidad de material nuevo, la mitad de su Evangelio. El amable recaudador supo ahora recoger con cariño y precisión las palabras de Jesús. Antes de alejarse, como los demás apóstoles, a predicar el Evangelio, quiso dejarnos escrito lo que él había visto y oído al Maestro.
Mateo escribió en arameo, la lengua de Jesús. Hoy sólo tenemos la traducción griega, pero aparece en muchos detalles su origen semita, como cuando habla de las tradiciones mosaicas y del templo donde se paga la menta y el comino, de las filacterias, del gusto de los escribas por llamarse Rabbí, y por las palabras arameas raca, córbona, gábbata y otras.
Escribiría su Evangelio unos quince años después de la muerte de Jesús. Como Marcos y Lucas, reproduce en su Evangelio la enseñanza apostólica que durante tres lustros han predicado los apóstoles acerca de Jesús.
Mateo dirige su Evangelio a los israelitas convertidos. Por eso presenta a Jesús como el Mesías anunciando en el Antiguo Testamento, en el que se cumplen las profecías. Es el que ha conservado más palabras de Jesús. Utiliza mucho la expresión "reino de Dios o reino de los cielos" y presenta a la Iglesia como poseedora de los privilegios que tenía Israel.
Según los Bolandistas, San Mateo se trasladó a Etiopía a predicar el Evangelio. Realizó muchos milagros y se convirtieron al cristianismo la familia real, la corte y el pueblo. Probablemente predicó también en Persia. Según una tradición muy antigua, murió martirizado un 21 de septiembre. Su cuerpo fue trasladado a Salerno por orden del Gregorio VII.
Este seguidor de Jesús no es mencionado en el cuarto evangelio, y Marcos y Lucas solo transmiten su nombre en sus listas de los Doce. El primer evangelio, en cambio, le aplica a él la narración de vocación que los otros sinópticos adjudican al recaudador Leví, el hijo de Alfeo, y a su nombre en la lista de los Doce añade la determinación el recaudador. La lectura concordista ha tendido a ver en Leví y Mateo la misma persona con dos nombres; pero tal lectura hoy está más bien abandonada.
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