Por supuesto, no nos ganamos la Salvación sólo por nuestro servicio a Dios, como por el medio de mantener conducta excelente y ayudar a otros espiritual y materialmente. Nuestro Padre Celestial mismo ha hecho todas las provisiones para que consigamos Vida eterna, y Él nos ayuda a hacer Su voluntad y a recibir esa bendición. Por lo tanto, la esperanza que Dios nos ha dado nos anima a someternos cabalmente a la dirección divina. El confiar totalmente en Dios como remunerador nos ayuda a continuar cooperando con Él en la obra de hacernos cristianos genuinos, plenamente desarrollados. (Efesios 4,13-15) Es verdad que tal cooperación activa con nuestro Hacedor exige que nos esforcemos por controlar nuestras tendencias pecaminosas. Pero Él es Aquel que, por medio su Espíritu Santo, realmente hace posible nuestro crecimiento espiritual. Las siguientes palabras del apóstol Pedro recalan hermosamente lo que Dios hace para ayudarnos a conseguir cumplimiento de nuestra esperanza como católicos:
“Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, nos hizo renacer, por la resurrección de Jesucristo, a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, incontaminada e imperecedera, que ustedes tienen reservada en el cielo. Porque gracias a la fe, el poder de Dios los conserva para la salvación dispuesta a ser revelada en el momento final”.
Los cristianos a quienes fueron dirigidas estas palabras tenían buena razón para bendecir a Dios, y también para hablar bien de Él o alabarlo. Habían sido creados como hijos del Altísimo por medio de un segundo nacimiento. (Juan 1,12-13; 3,5-8) Este “nuevo nacimiento” vino como resultado de la operación del Espíritu Santo sobre ellos. No fue como resultado de algún mérito especial de parte de ellos que se les constituyó en hijos de Dios. Antes bien, fue debido a la misericordia o compasión divina que se manifestó al perdonárseles sus pecados. Al llegar a ser hijos del Todopoderoso, a aquellos discípulos de Jesucristo también se les hizo herederos del Reino.
Como herederos, tenían la esperanza de recibir una herencia. Esa Esperanza como muestra Pedro, es una “esperanza viva. Está “viva” de muchas maneras. Tal como el mensaje o palabra de Dios es cosa “viva y eficaz”, la esperanza es viva y poderosa. (Hebreos 4,12) Esto principalmente se debe a que es una esperanza que ha sido divinamente suministrada por el Dios vivo y eterno, y gira en torno a su Hijo, quien “ya no muere”. El Hijo tiene el poder de la Vida Eterna y puede salvar completamente a los que confían el Él. (Jeremías 10,10; Habacuc 1,12; Hebreos 7, 16-25; 1 Pedro 1,23) Jesucristo mismo es el “pan de vida” enviado por Dios y porque “el que coma de este pan vivirá eternamente” (Juan 6,50.51.57) El Hijo da “agua viva” que en los que la reciben se convierte en “manantial que brotará hasta la Vida eterna” (Juan 4,10-14) Así también, la “esperanza viva” que se suministra como resultado del “nuevo nacimiento” puede llevar adelante a sus poseedores a la realización de su recompensa y de la vida eterna.
San Agustín hacía hincapié en la fe en la resurrección final cuando declaraba: “Para Dios no hay distancias; ni tengo temor que al fin de los siglos no sepa Él donde estoy para resucitarme”: (Confesiones, IX, 11)
Esa esperanza tiene vitalidad. Es una fuerza vigorizante, activadora en la vida de las personas que la acarician. Esta esperanza afectó toda la vida de los Santos a lo largo de la historia, llegando muchísimos de ellos a dar la vida en el martirio seguros de encontrase con el Padre Celestial y confiados en su promesa. Al igual que la fe verdadera, dicha esperanza no puede estar muerta, desprovista de fruto y actividad que demuestre su existencia. (Santiago 2, 14-26) Es una esperanza animosa que nos vivifica y que nos estimula y fortalece por medio de su consuelo y por la inmutable certeza de su cumplimiento.
A diferencia, pues, por mucho, de las esperanzas de los individuos que ponen su confianza en hombres imperfectos, esta esperanza no es una esperanza muerta que haya de terminar en desilusión por no tener base sólida. No puede dejar de realizarse. La promesa inmutable de Dios, unida al incomparable poder que Él tiene para cumplirla, sirve de fundamento seguro para la esperanza cristiana (Isaías 55,10-11; Hebreos 4,20) Debido a que fue levantado a la vida de espíritu, el Hijo de Dios pudo presentar el valor de su sacrificio, el precio de redención, al Padre. Si Jesucristo no hubiera sido resucitado, nadie pudiera haber sido redimido del pecado y la muerte. (1 Corintios 15,14-19) Aparte de su resurrección, no hubiera podido haber “esperanza viva”.
la magnífica herencia que el apóstol Pedro y sus compañeros de creencia esperaban con anhelo es “incorruptible, incontaminada e imperecedera”. Puesto que es incorruptible, no se le puede destruir ni dañar de modo alguno. No se le puede atribuir contaminación o polución, pues no se puede obtener por medio de ninguna intriga, engaño o ningún otro medio desaforado. Esa maravillosa herencia nunca caerá en manos de hombres sin principios. Además, a diferencia de una flor hermosa que en poco tiempo pierde la belleza y el brillo, jamás en toda la eternidad perderá la herencia su grandeza y atractivo.
Según las palabras de Pedro, la herencia prometida está “reservada en los Cielos”. Se mantiene segura para los coherederos junto de Cristo. Allá en los cielos, está más cabalmente protegida y preservada que en la bóveda de cualquier banco, porque los cielos son el lugar de habitación permanente del Dios Eterno. (Salmos 103,19; 115,3.16; Mateo 5, 11-12) además, el apóstol Pedro señaló que el Todopoderoso les ayudaría a recibir su herencia. Por medio de su Espíritu, el Altísimo ejercería su “poder” hacia ellos, y les ayudaría a permanecer aceptables ante Él, al mantener bajo protección sus perspectivas de alcanzar la vida. Como resultado, “en los últimos tiempos” no participarían en recibir los efectos de la sentencia condenatoria que se dicta contra los infieles, sino que se les salvaría para Vida Eterna.
Al igual que los cristianos del primer siglo, todos los creyentes de hoy día pueden confiar en que Dios los resguardará para la salvación. Por medio de su Espíritu Santo, Él hizo que tuviéramos fe originalmente, y por ese mismo Espíritu, continuará fortaleciendo nuestra fe a través de Su Iglesia, que es Una, Santa, Católica y Apostólica. Con esta fe podemos podemos pasar con éxito cualquier clase de pruebas. (1 Juan 5,4) ¿No tenemos razones sólidas, pues, para estar agradecidos por lo que Dios continúa haciendo para ayudarnos a conseguir la Vida Eterna? Ciertamente, y en especial cuando consideramos que esto no se debe a mérito alguno de parte nuestra, sino a la gran misericordia de Dios. Así podremos repetir junto a Santa Gema Galgani: “Aquí me tenéis postrado a vuestros pies santísimos, mi querido Jesús, para manifestaros en cada instante mi reconocimiento y gratitud por tantos y tan continuos favores como me habéis otorgado y que todavía queréis concederme”.
“Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, nos hizo renacer, por la resurrección de Jesucristo, a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, incontaminada e imperecedera, que ustedes tienen reservada en el cielo. Porque gracias a la fe, el poder de Dios los conserva para la salvación dispuesta a ser revelada en el momento final”.
Los cristianos a quienes fueron dirigidas estas palabras tenían buena razón para bendecir a Dios, y también para hablar bien de Él o alabarlo. Habían sido creados como hijos del Altísimo por medio de un segundo nacimiento. (Juan 1,12-13; 3,5-8) Este “nuevo nacimiento” vino como resultado de la operación del Espíritu Santo sobre ellos. No fue como resultado de algún mérito especial de parte de ellos que se les constituyó en hijos de Dios. Antes bien, fue debido a la misericordia o compasión divina que se manifestó al perdonárseles sus pecados. Al llegar a ser hijos del Todopoderoso, a aquellos discípulos de Jesucristo también se les hizo herederos del Reino.
Como herederos, tenían la esperanza de recibir una herencia. Esa Esperanza como muestra Pedro, es una “esperanza viva. Está “viva” de muchas maneras. Tal como el mensaje o palabra de Dios es cosa “viva y eficaz”, la esperanza es viva y poderosa. (Hebreos 4,12) Esto principalmente se debe a que es una esperanza que ha sido divinamente suministrada por el Dios vivo y eterno, y gira en torno a su Hijo, quien “ya no muere”. El Hijo tiene el poder de la Vida Eterna y puede salvar completamente a los que confían el Él. (Jeremías 10,10; Habacuc 1,12; Hebreos 7, 16-25; 1 Pedro 1,23) Jesucristo mismo es el “pan de vida” enviado por Dios y porque “el que coma de este pan vivirá eternamente” (Juan 6,50.51.57) El Hijo da “agua viva” que en los que la reciben se convierte en “manantial que brotará hasta la Vida eterna” (Juan 4,10-14) Así también, la “esperanza viva” que se suministra como resultado del “nuevo nacimiento” puede llevar adelante a sus poseedores a la realización de su recompensa y de la vida eterna.
San Agustín hacía hincapié en la fe en la resurrección final cuando declaraba: “Para Dios no hay distancias; ni tengo temor que al fin de los siglos no sepa Él donde estoy para resucitarme”: (Confesiones, IX, 11)
Esa esperanza tiene vitalidad. Es una fuerza vigorizante, activadora en la vida de las personas que la acarician. Esta esperanza afectó toda la vida de los Santos a lo largo de la historia, llegando muchísimos de ellos a dar la vida en el martirio seguros de encontrase con el Padre Celestial y confiados en su promesa. Al igual que la fe verdadera, dicha esperanza no puede estar muerta, desprovista de fruto y actividad que demuestre su existencia. (Santiago 2, 14-26) Es una esperanza animosa que nos vivifica y que nos estimula y fortalece por medio de su consuelo y por la inmutable certeza de su cumplimiento.
A diferencia, pues, por mucho, de las esperanzas de los individuos que ponen su confianza en hombres imperfectos, esta esperanza no es una esperanza muerta que haya de terminar en desilusión por no tener base sólida. No puede dejar de realizarse. La promesa inmutable de Dios, unida al incomparable poder que Él tiene para cumplirla, sirve de fundamento seguro para la esperanza cristiana (Isaías 55,10-11; Hebreos 4,20) Debido a que fue levantado a la vida de espíritu, el Hijo de Dios pudo presentar el valor de su sacrificio, el precio de redención, al Padre. Si Jesucristo no hubiera sido resucitado, nadie pudiera haber sido redimido del pecado y la muerte. (1 Corintios 15,14-19) Aparte de su resurrección, no hubiera podido haber “esperanza viva”.
la magnífica herencia que el apóstol Pedro y sus compañeros de creencia esperaban con anhelo es “incorruptible, incontaminada e imperecedera”. Puesto que es incorruptible, no se le puede destruir ni dañar de modo alguno. No se le puede atribuir contaminación o polución, pues no se puede obtener por medio de ninguna intriga, engaño o ningún otro medio desaforado. Esa maravillosa herencia nunca caerá en manos de hombres sin principios. Además, a diferencia de una flor hermosa que en poco tiempo pierde la belleza y el brillo, jamás en toda la eternidad perderá la herencia su grandeza y atractivo.
Según las palabras de Pedro, la herencia prometida está “reservada en los Cielos”. Se mantiene segura para los coherederos junto de Cristo. Allá en los cielos, está más cabalmente protegida y preservada que en la bóveda de cualquier banco, porque los cielos son el lugar de habitación permanente del Dios Eterno. (Salmos 103,19; 115,3.16; Mateo 5, 11-12) además, el apóstol Pedro señaló que el Todopoderoso les ayudaría a recibir su herencia. Por medio de su Espíritu, el Altísimo ejercería su “poder” hacia ellos, y les ayudaría a permanecer aceptables ante Él, al mantener bajo protección sus perspectivas de alcanzar la vida. Como resultado, “en los últimos tiempos” no participarían en recibir los efectos de la sentencia condenatoria que se dicta contra los infieles, sino que se les salvaría para Vida Eterna.
Al igual que los cristianos del primer siglo, todos los creyentes de hoy día pueden confiar en que Dios los resguardará para la salvación. Por medio de su Espíritu Santo, Él hizo que tuviéramos fe originalmente, y por ese mismo Espíritu, continuará fortaleciendo nuestra fe a través de Su Iglesia, que es Una, Santa, Católica y Apostólica. Con esta fe podemos podemos pasar con éxito cualquier clase de pruebas. (1 Juan 5,4) ¿No tenemos razones sólidas, pues, para estar agradecidos por lo que Dios continúa haciendo para ayudarnos a conseguir la Vida Eterna? Ciertamente, y en especial cuando consideramos que esto no se debe a mérito alguno de parte nuestra, sino a la gran misericordia de Dios. Así podremos repetir junto a Santa Gema Galgani: “Aquí me tenéis postrado a vuestros pies santísimos, mi querido Jesús, para manifestaros en cada instante mi reconocimiento y gratitud por tantos y tan continuos favores como me habéis otorgado y que todavía queréis concederme”.