miércoles, 28 de enero de 2009

Sobre los Santos – Fray Mamerto Esquiú


En toda predicación vemos que siempre se da principio por un pasaje de la Sagrada Escritura; y en los primeros tiempos de la Iglesia, toda ella se reducía a un perpetuo comentario de alguna lección de nuestros Libros Santos. Esta costumbre, hermanos míos, tiene su origen en las armonías verdaderamente divinas que hay entre las palabras que ha inspirado el Señor a los sagrados escritores y las obras de gracia y santidad que el mismo Señor va produciendo en la Iglesia; aquellas palabras y estas obras están ligadas entre sí como aquella su otra palabra del principio del mundo: “Hágase la luz” y la obra de la luz. Los santos que florecen en la Iglesia no son otra cosa que la obra de las palabras de Dios que se contienen en la Escritura y que son como vivificadas por la gracia de Jesucristo; y estas sagradas palabras son explicadas y comentadas a su vez por los hechos y obras que vemos en los Santos. Entre la vida de Santa Rita y ese elogio del Libro del Eclesiástico “gratia super gratium mulier sancta et pudorata”, hay pues la inefable relación que tienen las palabras de Dios con sus obras santísimas, con aquellas por las que entre todas sus obras es llamado el Admirable; “Mirabilis Deus in sanctus suis”.
¿Cuál es pues el sentido de estas palabras “santidad y modestia” por las que una mujer viene a ser un tesoro de gracias, es decir, de hermosura y bienes celestiales, que atraen a otros a la virtud y les inspiran el amor de Dios? Santidad, hermanos míos, en su verdadera fuente y raíz no es otra cosa que la perfecta y constante sumisión de nuestra voluntad a la voluntad de Dios; la larga oración, los ayunos y penitencias, la misma frecuencia de sacramentos y los éxtasis o comunicaciones sobrenaturales con Dios son o frutos o medios de la santidad, pero la santidad misma consiste en que por la gracia de Jesucristo se niegue el hombre a su propia voluntad para no hacer ni querer sino la voluntad de Dios, es “conformes fieri imaginis Filii sui”, y como puede uno ser conforme a la vida de Jesucristo si no es reinando Dios en nuestra vida como en su propia casa y que le pertenece a Él exclusivamente; así pues en la oración dominical decimos al Señor, que se ha dignado llamarse nuestro Padre, “fiat voluntas tua” no le pedimos otra cosa que nuestra propia santificación y la de todos los hombres.

Fray Mamerto Esquiú, fragmento del Sermón de Santa Rita (1862-1865), entre 26 sermones sobre los santos.

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