HOY 25 de enero celebramos la fiesta de la Conversión de san Pablo apóstol. Este año al caer en domingo no podría celebrarse. Sin embargo, con motivo del Año de San Pablo que estamos conmemorando con la ocasión de los 2000 años de su nacimiento (del 29 de junio de 08 a la misma fecha del 2009), la Congregación para el Culto Divino y las disciplina de los Sacramentos ha decretado que este día se concede la posibilidad de celebrar en cada iglesia una misa de la conversión de san Pablo en lugar del domingo 3 del Tiempo Ordinario, que sería la que correspondería. Por esta razón las oraciones y las lecturas serán las propias del santoral, salvo la segunda lectura que se mantiene del domingo 3 del tiempo ordinario, ciclo B. Esta celebración es una oportunidad extraordinaria para depositar nuestra atención en la figura de san Pablo y de su maduración en la fe que cristalizó en la conversión. No es en absoluto un alejamiento de la figura de Jesucristo que debe centrar toda celebración en todo tiempo y lugar. Por el contrario, podemos aprovechar el proceso de fe de san Pablo para acercarnos aún más a Jesucristo en perfecta armonía eclesial.
El retrato que dibujan las lecturas de hoy sobre san Pablo nos lo muestran compartiendo su vocación. Qué cercanos y familiares nos resultan las escenas del domingo anterior donde éramos privilegiados testigos de la llamada de Dios a Samuel o la transformación de Simón ante Jesús. Es el último discurso en Jerusalén, después será conducido como preso a Roma, donde morirá de forma violenta entregando su vida por Cristo.
En todo momento y lugar san Pablo hará suyo el mandado y deseo del Señor que hoy proclama el Evangelio: «Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación». Impulsado por el Espíritu, predicó la Buena Nueva del Evangelio en todo el ámbito greco-romano. Superó todos los obstáculos confiando en la Palabra del Resucitado. Realizó con ilusión y entusiasmo los encargos del Señor. Vivió con gozó e invitó a la alegría a todas las comunidades cristianas a las que contagió de su fervor evangelizador.
Es por todo ello y mucho más que no podemos esbozar en estas líneas, por lo que el apóstol de las gentes, se convierte en un modelo excepcional. Nos invita a las comunidades cristianas de hoy a seguir enamoradas de Jesucristo, a revivir el don de la fe y dar gracias continuamente a Dios por el inmenso bien que es aquel de quien se fió san Pablo.
La Sagrada Biblia, en el capítulo 9 de los Hechos de los Apóstoles, narra así La Conversión de San Pablo:"Saulo, respirando amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote y le pidió cartas de recomendación para las sinagogas de los judíos de Damasco, para que si encontraba algunos seguidores de Cristo, los pudiera llevar presos y encadenados a Jerusalén.Y sucedió que yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le rodeó una luz venida del cielo; cayó en tierra y oyó una voz que le decía: "Saulo, Saulo, ¿Por qué me persigues?". El respondió: ¿Quién eres tú Señor? Y oyó que le decían: "Yo soy Jesús a quien tú persigues. Pero ahora levántate; entra en la ciudad, y allí se te dirá lo que tendrás que hacer".
Los hombres que iban con él se habían detenido mudos de espanto, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo, y aunque tenía los ojos abiertos no veía nada. Lo llevaron de la mano y lo hicieron entrar en Damasco. Pasó tres días sin comer y sin beber.
Había en Damasco un discípulo llamado Ananías. El Señor le dijo en una visión: ¡Ananías! El respondió: "Aquí estoy Señor" y el Señor le dijo: "Levántate. Vete a la calle Recta y pregunta en la casa de Judas por uno de Tarso que se llama Saulo; mira: él está en oración y está viendo que un hombre llamado Ananías entra y le coloca las manos sobre la cabeza y le devuelve la vista.
Respondió Ananías y dijo: "Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y de los males que ha causado a tus seguidores en Jerusalén, y que ha venido aquí con poderes de los Sumos Sacerdotes para llevar presos a todos los que creen en tu nombre".
El Señor le respondió: "Vete, pues a éste lo he elegido como un instrumento para que lleve mi nombre ante los que no conocen la verdadera religión y ante los gobernantes y ante los hijos de Israel. Yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi nombre".
Fue Ananías. Entró en la casa. Le colocó sus manos sobre la cabeza y le dijo: "Hermano Saulo: me ha enviado a ti el Señor Jesús, el que se te apareció en el camino por donde venías. Y me ha enviado para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo". Al instante se le cayeron de los ojos unas como escamas y recobró la vista. Se levantó y fue bautizado. Tomó alimento y recobró las fuerzas.
Estuvo algunos días con los discípulos de Damasco y enseguida se puso a predicar en favor de Jesús, en las sinagogas o casas de oración, y decía que Jesús es el Hijo de Dios. Todos los que lo escuchaban quedaban admirados y decían: ¿No es éste el que en Jerusalén perseguía tan violentamente a los que invocaban el nombre de Jesús? Y ¿No lo habían enviado los Sumos Sacerdotes con cartas de recomendación para que se llevara presos y encadenados a los que siguen esa religión? "Pero Saulo seguía predicando y demostraba a muchos que Jesús es el Mesías, el salvador del mundo".
Saulo se cambió el nombre por el de Pablo. Y en la carta a los Gálatas dice: "Cuando Aquél que me llamó por su gracia me envió a que lo anunciara entre los que no conocían la verdadera religión, me fui a Arabia, luego volví a Damasco y después de tres años subí a Jerusalén para conocer a Pedro y a Santiago". Las Iglesias de Judea no me conocían pero decían: "El que antes nos perseguía, ahora anuncia la buena noticia de la fe, que antes quería destruir". Y glorificaban a Dios a causa de mí.
Apóstol San Pablo: que tu conversión sea como un ideal para todos y cada uno de nosotros. Que también en el camino de nuestra vida nos llame Cristo y nosotros le hagamos caso y dejemos nuestra antigua vida de pecado y empecemos una vida dedicada a la santidad, a las buenas obras y al apostolado.
Si lo que busco es agradar a la gente, no seré siervo de Cristo.
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