domingo, 4 de enero de 2009
La paz es el don de Dios y su camino es la caridad
La paz es un don de Dios. ¿Deseamos tener paz? Acudamos a Dios. ¿Deseamos tener paz en nuestras familias? Acudamos a Dios. ¿Deseamos que la paz se cierna sobre nuestras familias? Si así es, vivamos de acuerdo con nuestra religióny la paz de Dios permanecerá con nosotros, porque de allí proviene la paz y no mora en ningún otro lugar…
La paz es buena y es aconsejable que la busquemos, que la alberguemos en nuestra alma, en nuestros vecindarios y adondequiera que vayamos entre nuestros amigos y conocidos. Si tan sólo logramos obtener esa paz que mora en el seno de Dios, todo estará bien...
Algunos, al hablar de guerras y dificultades, dirán: ¿No tienen ustedes miedo? No, somos católicos y siervos de Dios y eso es suficiente, porque nuestro Padre, junto a su Hijo Jesucristo y Nuestra Madre Celestial María Santísima están al mando. A nosotros nos corresponde ser como el barro en la mano del alfarero, ser moldeables y andar a la luz del semblante de Espíritu del Señor, y no importa lo que ocurra. Que centellen los relámpagos y que bramen los terremotos, Dios está al mando, y muy poco es lo que nosotros podamos opinar, porque el Señor Nuestro Dios Todopoderoso reina y continuará su obra hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de Sus pies y Su reino se extienda desde los ríos hasta los fines de la tierra.
Todo lo que nosotros tenemos que hacer es vivir de acuerdo con nuestra Iglesía, que es Una, Santa Católica y Apostólica, obedecer los consejos del Sumo Pontífice el Papa, ser humildes y fieles y no enaltecernos en nuestra propia fortaleza, sino pedir sabiduría a Dios y velar por que tengamos paz para con Dios, para con nuestras familias, los unos para con los otros, a fin de que la paz reine en nuestras almas y en nuestras comunidades.
Cuando vivimos de conformidad con nuestra religión, cuando andamos de acuerdo con la luz del Espíritu Santo, cuando nos limpiamos de impurezas y de corrupción, y el apacible susurro del Espíritu del Señor derrama inteligencia en nuestras almas y se cierne sobre nosotros, haciéndonos sentir paz y regocijo, entonces logramos tener, en mayor o en menor medida, una visión fugaz de las cosas que están guardadas para los fieles, y sentimos que nosotros, junto con todo lo que tenemos, nos hallamos en manos del Señor y que estamos listos para ofrecernos como sacrificio para la realización de Sus propósitos sobre la tierra.
La paz, nos ilumina Santo Tomás de Aquino, no es una virtud, porque la virtud no es el fin último, sino el camino para el mismo. Pero laz paz es en cierto modo el fin último, como dice San Agustín (De civ. Dei, I. 19, c. II); no hay otra virtud cuyo acto propio sea la paz, sino la caridad, según se ha dicho tambien del gozo.(C. 28, a.4)”. La paz es digna de ser deseada; es el don de Dios y el mayor don que Dios puede conceder a los mortales. ¿Qué es más desesable que la paz? Paz en las naciones, paz en las ciudades, paz en las familias. Como el delicado murmullo del Céfiro (o viento del Oeste), su tranquilizadora y balsámica influencia hace desvanecer el gesto de preocupación del rostro, enjuga la tristeza de los ojos y expulsa del alma la tribulación. Si la paz se experimentase en forma universal, quitaría del mundo el pesar y haría de esta tierra un paraíso. La paz es el don de Dios y su camino es la caridad.
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