domingo, 23 de diciembre de 2012

Anunciación del Señor: María, virgen por libre elección de amor - San Agustín

En el sexto mes, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo». Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin». María dijo al Ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?». El Ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios». María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho». Y el Ángel se alejó.
Lc 1,26-38


La virginidad de María es también más grata y bienamable porque Cristo no la apartó, una vez concebido, de la posible violación del varón, para conservarla, sino que ya antes de ser concebido, la eligió para nacer de ella cuando ya la tenía consagrada a Dios. Así lo indican las palabras que María respondió al ángel que le anunciaba su concepción: ¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre? Ciertamente no hubiese dicho estas palabras si antes no hubiese consagrado su virginidad a Dios. Pero, como las costumbres de los israelitas rechazaban esto, fue desposada con un varón justo, que, lejos de ajarla violentamente, había de custodiar su voto contra toda violencia. Y aunque sólo hubiera dicho: ¿Cómo puede ser eso?, sin añadir: ¿si yo no tengo relaciones con ningún hombre? estaría igualmente claro; en efecto, no iba a preguntar cómo una mujer había de dar a luz a un hijo prometido si se hubiera casado con la intención de usar del matrimonio.
Pudo también haber recibido orden de permanecer virgen para que el Hijo de Dios tomase en ella la forma de un siervo por un apropiado milagro. Pero consagró su virginidad a Dios aun antes de saber que había de concebir, para servir de ejemplo a las futuras vírgenes santas y para que no estimaran que sólo debía permanecer virgen la que hubiera merecido concebir sin la relación carnal. Así imitó la vida celeste en el cuerpo mortal por medio del voto y sin estar obligada; lo hizo por elección de amor y no por obligación de servidumbre. Por ello Cristo, al nacer de una virgen prefirió aprobar a imponer la santa virginidad en una virgen que, aún antes de saber quién había de nacer de ella, ya había determinado permanecer virgen. Y así quiso que fuese libre la virginidad en la mujer en la que él tomó forma de siervo.

La Santa Virginidad, 4,4.

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