lunes, 19 de abril de 2010

Coronación de Nuestra Señora del Valle de Catamarca - 19 de abril


Históricamente, María Santísima ayudó muchísimo a los indígenas, pero siempre buscando su conversión a la verdadera Fe e integración en la Civilización Cristiana.
Un bello ejemplo de ello lo constatamos en la historia de Nuestra Señora del Valle de Catamarca.

Cerca de 1542, los españoles comenzaron a civilizar el Valle de Catamarca, donde fueron se estableciendo sacerdotes y pobladores católicos, empeñados en hacer apostolado con los indios de la región, los calchaquíes.
Poco después de convertidos, éstos comenzaron a venerar una imagen de Nuestra Señora que se encontraba en la gruta de Ambato, cerca del poblado de Choya. Era una imagen de mármol, de 42 centímetros de altura, que representaba la Inmaculada Concepción.

El origen de la imagen

Unos la atribuyen a San Francisco Solano y otros a los padres jesuitas, pero los indios juzgaban que la había hecho el mismo Dios.
Los españoles tomaron conocimiento de la existencia de la imagen en 1630 cuando uno de los indios comunicó el hecho a Don Manuel de Salazar, administrador del Valle y defensor de los indígenas. Este caballero, buen cristiano y de origen noble, fue a verificar la veracidad del hecho, pues temía que los indios estuviesen adorando algún ídolo. Al confirmar que no había nada de pagano en aquella devoción, intentó convencer a los indios que llevasen la imagen a la ciudad de los españoles. Pero los indios, para impedirlo, llegaron hasta a montar guardia delante de la imagen.
Finalmente, al ver que la imagen sonreía y reflejaba una luz en la mirada, consintieron en el traslado. Fue llevada a un altar en la casa del propio Salazar, de donde varias veces huyó a la primitiva gruta hasta que le fue edificada una iglesia.

Disgusto de Nuestra Señora con la apostasía de los indios

Lamentablemente, los calchaquíes se apartaron de la Fe y se transformaron en una de las más terribles tribus enemigas de la civilización católica en la región.
La imagen de Nuestra Señora comenzó a desaparecer de la iglesia, pero esta vez para mostrarles a los indios su disgusto con la apostasía.
Los documentos de época dan testimonio de que los más aterradores combates de la rebelión indígena coinciden con nuevas desapariciones de la imagen, la cual retornaba a la iglesia con el manto lleno de polvo, salpicado de barro, con pequeñas hojas y la fisonomía ruborizada.
Fue especialmente notoria la aparición de Nuestra Señora a los indígenas en 1658 durante el ataque a la ciudad del Valle Viejo y al fuerte San Bernardo. Diez años después, algunos indios prisioneros, llevados a la iglesia donde se encontraba la imagen, comenzaron a gritar asustados pues reconocieron en ella a la “guerrera que vimos en muchas batallas”.

Socorro maternal para los hijos fieles

Un devoto de la Virgen del Valle recuperó la salud gracias a su intercesión. Para agradecer el favor recibido, decidió hacer una peregrinación hasta su Santuario. Al llegar a la región de Salinas, seca por excelencia, le faltó agua. Estaba por morirse, cuando encontró un jarro de plata lleno de agua. Grande fue su sorpresa, pues encontrar agua ya habría sido un milagro, pero prodigio mayor era encontrarla en un jarro de plata de mucho valor, en pleno desierto. Decidió entonces llevarlo al Santuario, en agradecimiento a Nuestra Señora. Al entrar en la sacristía tomó conocimiento de que ese mismo jarro había desaparecido misteriosamente del Santuario el mismo día en que él se encontraba en el desierto...
Pensemos en estos hechos: algunos tenían todo y todo perdieron por el pecado; otro, que nada tenía y estaba en las puertas de la muerte, fue salvado por la devoción a Nuestra Señora. Seamos como ese hijo fiel y lleno de confianza en la poderosa intercesión de María Santísima.

1. Pablo García, F.M.S., María, Reina y Madre de
los Argentinos, Editora Gram, 2a. edición, 1980.
2. Rubén Vargas Ugarte, S.J., Historia del Culto
de María en Iberoamérica, Ta11er Gráfico Jura,
Madrid, 1956.
3. Edésia Aducci', María y sus gloriosos títulos,
Editora Hogar Católico, 1'. edición, 1958.

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