martes, 29 de noviembre de 2011

Evangelio del día 29 de noviembre de 2011


Evangelio según San Lucas 10,21-24. Martes de la I Semana de Adviento


En aquel momento Jesús se estremeció de gozo, movido por el Espíritu Santo, y dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido.
Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar".
Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: "¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven!
¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!".


Comentario:


«Lo que has escondido a los sabios y entendidos, lo has revelado a los más pequeños» - San Alfonso María de Ligorio




Considera cómo, después de tantos siglos, después de tantas plegarias y suspiros, vino, nació y se dió todo a nosotros el Mesías, que no fueron dignos de ver los santos patriarcas y profetas; el suspirado de los gentiles, el deseado de los collados eternos, nuestro Salvador: Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. El Hijo de Dios se empequeñeció para hacernos grandes; se dio a nosotros para que nosotros nos diéramos a Él; vino a demostrarnos su amor, para que le correspondiésemos con el nuestro. Recibámoslo, pues, con afecto, ámennosle y recurramos a Él en todas nuestras necesidades.
¡Oh amable Jesús, tan despreciado por mi!, bajasteis del cielo para rescatarnos del infierno y daros por completo a nosotros, y ¿cómo pudimos tantas veces despreciaros y volveros las espaldas? ¡Oh Dios!, los hombres son tan agradecidos con las criaturas, que, si alguien les hace un regalo, si les envía una visita lejana, si les da cualquier prueba de afecto, no se olvidan y se sienten forzados a corresponder. Y, a vuelta de esto, ¡son tan ingratos con vos, que sois su Dios, y tan amable que por su amor no rehusasteis dar sangre y vida !Mas, ¡ay de mi, que fui peor que los demás, por haber sido más amado y más ingrato. ¡Ah!, si las gracias que me dispensasteis las hubierais dado a un hereje, aun idolatra, se habrían hecho santos, y yo os ofendí. Por favor, no os recordéis, Señor, de las injurias que os hice.
Dijisteis que, cuando el pecador se arrepiente, os olvidáis de todos los ultrajes recibidos: Ninguno de los pecados que cometió le será recordado. Si en lo pasado no os amé, en lo futuro no quiero hacer más que amaros. Ya que os disteis completamente a mí, os doy, en cambio, toda mi voluntad; con ella os amo, os amo, os amo y quiero repetir siempre: os amo, os amo. Quiero vivir siempre repitiendo lo mismo y así quiero morir, lanzando el postrer suspiro con estas suaves palabras: Dios mío, os amo, para comenzar desde el punto en que entrare en la eternidad con un amor contínuo hacia vos, que durara eternamente, sin dejar ya de amaros. Entre tanto, Señor mío, único bien y único amor mío, me propongo anteponer vuestra voluntad a todos mis placeres. Venga todo el mundo y lo rechazo, que no quiero ya dejar de amar a quien me ha amado tanto; no quiero disgustar más a quien merece por parte mía infinito amor. Secundad, Jesús mío, este mi deseo con vuestra gracia.


San Alfonso María de Ligorio (1696-1787), obispo y doctor de la Iglesia. 3er Discurso para la Novena de Navidad

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