domingo, 1 de mayo de 2011

Evangelio del día 1 de mayo de 2011





Evangelio según San Juan 20,19-31. II Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia


Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!".
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes".
Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo.
Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan".
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.
Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". El les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré".
Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!".
Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe".
Tomas respondió: "¡Señor mío y Dios mío!".
Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!".
Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro.
Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.

Comentario:


Bastaban las señales anteriores: la paz de Cristo, el recuerdo de su entrega (manos y costado), el perdón en el Espíritu. Pero el texto sigue diciendo que faltaba Tomás, precisamente uno de los Doce. No es un cristiano normal el que ha dejado de participar en la asamblea; es uno de los antiguos compañeros de Jesús, de sus Doce seguidores. Los otros discípulos le dicen hemos visto al Señor (20, 25), pero él duda: pide un signo (si no veo en sus manos la huella de los clavos…) y Jesús se lo concede:

Y ocho días después, estaban de nuevo sus discípulos en casa
y Tomás con ellos;
llegó Jesús, estando las puertas cerradas,
se puso en medio y dijo:
- ¡Pas a vosotros!
Luego dijo a Tomás:
Trae tu dedo aquí y mira mis manos,
trae tu mano y métela en mi costado
y no seas incrédulo sino fiel!
Respondió Tomás y dijo:
¡Señor mío y Dios mío!
Y Jesús le dijo:
Porque has visto has creído.
¡Felices los que no han visto y han creído!
(20, 26-29).

En medio de la comunidad reunida, como signo supremo de falta de fe y de confesión creyente, ha destacado el Cuarto Evangelio la figura de Tomás, elaborando en torno a él esta bellísima escena pascual. Tomás es la expresión del ser humano al que le cuesta creer o cree sólo de un modo “espiritualista”, con una fe de tipo gnóstico (de pura experiencia interior, sin la visibilidad de un cuerpo muerto, sin la necesitad de seguir tocando la llagas de aquel que ha muerto por los demás, las llagas de todos los muertos).

Se trata de “tocar al Logos de Dios”, como sabe la primera carta de Juan: “Lo que existía desde el principio, lo que oímos, lo que vieron nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos sobre la Palabra de la Vida, y la Vida se ha manifestado y hemos visto y damos testimonio… Eso que vimos y oímos os lo anunciamos ahora” (1 Jn 1, 1-3). Esto es lo que “queremos todos”, tocar a Dios. Posiblemente, Tomás le ha tocado de un modo puramente espiritual, en visión interior, de manera que no necesita contacto “real” con los otros creyentes, con la comunidad, con los diversos tipos de pobres. Posiblemente Tomás tiene una fe “gnóstica”, de tipo new age, de puras melodías interiores.

Pero la pascual no es pura melodía interior, un caminar a solas, en visiones y revelaciones intimistas… La fe pascual es compromiso con los hermanos (con los demás hombres y mujeres), compromiso con los que mueren… Ciertamente, los cristianos podemos y debemos afirmar que tocamos a Jesús resucitado con las manos de la fe, en un espacio nuevo de corporalidad mística. Pero no podemos tocarle sólo en un plano de “ideas”, de bellas experiencias interiores, sino en la realidad de la carne, de la vida concreta: tenemos que tocarle las llagas de los crucificados, en la vida concreta de los rechazados de la sociedad.

Allí está Jesús, no como un fantasma, sino como un hombre que nos sale al encuentro como promesa de vida.
En este fondo, nuestro pasaje recoge unos rasgos que aparecen también en Lc 24, 40, donde se decía que Jesús mostraba a sus discípulos pascuales las manos y el costado (igual que en Jn 20, 20). Allí se decía que hay que “comer con Jesús” (es decir, comer con los demás, compartir el pan: ¡ese es el signo de la Pascua!). En ese sentido más profundo, el Jesús pascual sigue estando en la comida de los hombres y está de un modo especial en sus sufrimientos, allí donde las llagas de los enfermos y oprimidos empiezan a mostrarse como signo y promesa de resurrección.

He dicho que Tomás podía ser el “discípulo gnóstico”, que sólo cree en visiones interiores, sin preocuparse del mundo externo, de la comunidad de los discípulos, de las llagas de los enfermos y oprimidos. Pues bien, mirada desde aquí, esta escena de pascua puede entenderse como “escena de conversión”, que se sitúa y nos sitúa muy cerca de la experiencia de Pablo, cuando encuentra a Jesús resucitado en la vida y sufrimiento de aquellos a los que está persiguiendo: Éste es el Jesús que le muestra sus llagas y le dice: ¡Saulo, Saulo! ¿por qué me persigues? (cf. Hechos 9, 4).

Las llagas de Jesús, en su costado y en sus manos, son las llagas de un perseguido. Eso significa que el Jesús resucitado no es un “fantasma”, sino el mismo Jesús que ha sido crucificado. Si esto se olvida, se olvida la pascua. A hacer que Tomás toque “las llagas de Jesús” (que haga experiencia de su muerte), el Evangelio de Juan nos está mostrando su más alto mensaje: allí donde más elevada resulta la Palabra (la experiencia interior, la sublimidad de la mística), más fuete tiene que se la experiencia de la corporalidad concreta, del dolor de los hombres. Sin llagas de Jesús no hay Pascua. Sin corporalidad del Resucitado no existe cristianismo.

Ya sé que son muchos los que “sienten el escándalo” de este evangelio: ¿Pero es que Jesús resucitado tiene llagas externas? ¿es que se le puede tocar como se tocan las heridas sangrantes de un torturado, las manos hirvientes y frías de un moribundo? ¡Ciertamente, Jesús resucitado no tiene ya las llagas externas que tenía cuando le crucificaron! Pero sigue siendo el mismo crucificado. Por eso es necesario “tocarle” allí donde él sufre en los que sufren. La fe pascual viene a expresarse de esa forma como experiencia mística (pero realísima) del sufrimiento y muerte del Mesías, que sigue muriendo en los crucificados y enfermos del mundo. Los mismos signos de muerte (clavos que han atado a Jesús de pies y manos al madero, lanza que ha cortado su costado) vienen a mostrarse ya como señal de vida, pero no para olvidarnos de ellos, sino para tenerlos siempre presentes en la vida de la comunidad, en la experiencia de amor activo que nos lleva a descubrir el camino pascual en todos los que sufren en el mundo..
Jesús ha respondido mostrando la herida: mete tu dedo aquí, mete tu mano… (Jn. 20, 27).

Sólo así, en contacto de corporalidad a corporalidad, en encuentro con la Vida triunfante del Cristo, puede realizarse la experiencia de la pascua. Lo que importa de verdad no es el aspecto externo de la herida, la forma en que Jesús ofrece pecho y manos en nivel de carne antigua. Nueva es la experiencia de corporalidad trasformada: el cuerpo de muerte se ha vuelto principio de pascua.

El mismo viejo cuerpo del amor concreto y de la entrega, el cuerpo al que han matado (con heridas de lanza y clavos), se convierte así en un signo de resurrección, signo que sigue en la realidad de los hombres.. Frente a los riesgos de un falso espiritualismo gnóstico que quiere olvidarse de la carne, frente a todos los intentos de entender la pascua como puro cambio de conciencia (algo que sucede en el nivel interna de la transformación mental), el Evangelio de Juan ha querido poner de relieve la corporalidad mística del Cristo de la pascua, que nos lleva a seguir encontrando a Jesús en las llagas de todos los hombres.

De esa forma ha combatido el evangelio de Juan la gran herejía de aquellos que afirmaban: Cristo no ha venido en carne, es sólo un mero espíritu (cf 1 Jn 4, 2-3). El evangelio supera también la herejía de aquellos que añaden: Cristo fue carne cuando estaba sobre el mundo, pero ahora, en su gloria pascual, es puro espíritu; ha dejado atrás las ataduras y miserias de su cuerpo. Pues bien, en contra de eso, nuestro texto ha querido resaltar la corporalidad de la resurrección y lo ha hecho de esta forma, destacando el valor concreto de las llagas de manos y costado. La muerte de Jesús no ha sido un puro accidente del pasado, no es algo que se olvida, señal de pura imperfección y vida baja de la tierra.

Por eso, el Señor resucitado sigue siendo aquel que lleva en sus manos y costado las heridas de su entrega, los signos de su amor crucificado en favor de los hombres. El Señor resucitado sigue siendo aquel que sufre en todos los que sufren sobre el mundo, como sabe y dice, en perspectiva convergente Mt 25, 31-46.

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