miércoles, 13 de abril de 2011

¡Seamos felices! - Padre Christian Bouchacourt


Los seis años de pontificado de Benedicto XVI que ya han transcurrido ofrecen un panorama muy contrastado de luces y sombras… Del lado de las luces hay que subrayar que las ceremonias papales, no obstante el nuevo rito celebrado, han recobrado cierta dignidad que habían pedido bajo el pontificado de Juan Pablo II. El Motu proprio de 2007, Summorum Pontificum, reconoció que la Misa de San Pío V nunca había sido abolida. El injusto decreto de excomuniones a nuestros obispos ha sido anulado. Se iniciaron discusiones con Roma, que dan a la Fraternidad San Pío X la posibilidad de explicar las razones doctrinales de su oposición a los principales textos del Concilio Vaticano II. Estas decisiones, impensables hace diez años atrás, han sido motivo de una esperanza real. Además, se han levantado algunas voces —como la de Monseñor Gherardini— para realizar una crítica del último Concilio. Sin embargo, ¿se puede pensar que la crisis de la Iglesia ha terminado y que se dan las condiciones para un acuerdo entre Roma y la Fraternidad Sacerdotal San Pío X? No, desgraciadamente no. Para comprenderlo hay que recordar las sombras que caracterizan el pontificado de Benedicto XVI.

Si el Motu proprio de 2007 ha admitido que la Misa de San Pío V nunca había sido abrogada, Benedicto XVI, con todo, le asigna un valor igual o inferior a la nueva misa al llamarla rito extraordinario, cuando el Novus Ordo Missæ, titulado rito ordinario, sufre graves carencias intrínsecas que Monseñor Lefebvre y muchos teólogos no han cesado de denunciar desde que ha sido impuesto. Es forzoso reconocer que en América del Sur, como sucede un poco por doquier en el mundo, la mayoría de los obispos sigue prohibiendo la celebración de la Misa tradicional o disuade a los que quieren celebrarla, sujetándola a condiciones draconianas que no han sido previstas en el documento romano. Muchos jóvenes sacerdotes diocesanos se quejan ante nosotros por esta intransigencia deliberada, que les impide celebrar la Misa de siempre. Roma no parece lograr imponer su voluntad…

Debemos igualmente comprobar que los actos ecuménicos y las reuniones interreligiosas siguen multiplicándose en la Iglesia con los auspicios de Roma. ¿Acaso Benedicto XVI mismo no da ejemplo, cantando las vísperas anglicanas con los ministros anglicanos cuando su visita a Inglaterra? ¿O no ha visitado ya tres sinagogas desde el inicio de su pontificado? ¿No parece recogido en la mezquita azul de Estambul mientras el gran muftí reza en alta voz? Todos estos actos gravísimos están en completa contradicción con el Primer Mandamiento de la Ley de Dios. Estos “gestos” se fundan en los principios del Concilio Vaticano II que envenenan la vida de la Iglesia desde hace casi cincuenta años.

Asimismo debemos denunciar la próxima beatificación de Juan Pablo II, el “Papa de Asís”, el que ha iniciado estas reuniones interreligiosas; el que el 14 de mayo de 1999 besó el Corán, llamándolo “libro santo”; el que en marzo de 2000 exclamó ante una asamblea de musulmanes reunida con motivo de su viaje a Tierra Santa: “Que San Juan Bautista bendiga al Islam”; que el 5 de mayo de 2001 se descalzó para visitar la mezquita de Damasco… ¿Cómo puede beatificárselo, cuando tantos católicos continúan siendo martirizados en nombre del Islam? Hay que recordar, además, las ceremonias escandalosas que presidió… En fin, ¡ha sido el Papa que excomulgó la Tradición!

¿Cómo no reaccionar con estupor ante el anuncio de un “Asís IV”? (1) Se había filtrado que el Cardenal Ratzinger se oponía a la organización de “Asís I” en 1986.Y henos aquí que hecho Sumo Pontífice, convoca a una nueva reunión interreligiosa… Este proyecto, sin embargo, se armoniza con las ideas que ha expuesto muchas veces, a saber, que las religiones deben gozar de plena libertad ya que “son factores de paz y de unidad entre los hombres”. Este lenguaje, a su vez, se explica a la luz de las declaraciones del Concilio Vaticano II, que profesa que “el Espíritu no rehúsa servirse de las comunidades cristianas separadas como medios de salvación”, (2) y que en relación a las religiones no cristianas, afirma que “la Iglesia no rechaza nada de lo que hay de verdadero y santo en estas religiones”. (3) Se comprende, pues, por qué Benedicto XVI recuerda con frecuencia que la Iglesia católica “no pide ningún privilegio” sino el libre derecho a existir junto a las otras religiones por el bien de los hombres y de los pueblos…

Todo esto prosigue generando perturbación en la Iglesia y desorienta a muchos fieles, que ya no saben en qué deben creer. La fe nunca ha estado en tanto peligro. Esta situación se ve favorecida por una desacralización de la enseñanza del Papa. El Sumo Pontífice es Vicario de Cristo en la tierra; ha sido elevado a la Cátedra de San Pedro para guardar el depósito de la fe, para explicarlo y para defenderlo contra los errores. Tiene el deber de definir o recordar los principios de fe o de moral que precisen ser esclarecidos o defendidos. ¿Cumple verdaderamente su misión cuando se libra a confidencias en las obras personales que publica? Expone sus propias ideas, sus opiniones personales. Parecería que el Sumo Pontífice desea ser más bien profesor que Papa, alentando la producción de debates y discusiones. En este sentido, a propósito del segundo tomo del libro de Benedicto XVI sobre la vida de Jesús, el Padre Lombardi, portavoz de la Santa Sede, indicó que esta obra ha sido escrita en aras “del diálogo”. (4) Otro tanto sucedió con la edición de “Luz para el mundo”, que dio pie a tantas polémicas por las alusiones del Papa al uso del preservativo en un caso particular. ¡Cuánta confusión siguió a su publicación! Próximamente, el Viernes Santo, la televisión italiana retransmitirá por primera vez una entrevista con Benedicto XVI. Este tipo de iniciativas devalúan la función del Sumo Pontífice. El Papa ya no enseña: publica sus confidencias. Ya no quiere imponer: propone. Ya no quiere confirmar el rebaño que le ha sido confiado sino dialogar con sus ovejas y con el mundo. La pastoral ocupa el lugar de la doctrina, el corazón el de la inteligencia, el diálogo el de la llamada a la conversión.

Aún si durante estos últimos seis años se advirtieron por aquí y por allá algunos signos de esperanza —prueba que Jesucristo, fiel a su promesa, no abandona su Iglesia—, ¡no por eso ha terminado la crisis que sacude a la Iglesia! Ahora bien, guardémonos de dos graves peligros a los que podría conducirnos una falta de virtud de fe:

— Abandonar el combate por cansancio y pensar que un acuerdo práctico con las actuales autoridades eclesiásticas representaría la solución que coadyuvaría a una rápida restauración de la Iglesia. Esta tentación ha evidenciado sus efectos desastrosos en quienes entraron en esa variante. Entre los que firmaron acuerdos, ¿qué comunidad ha alzado su voz por medio de su Superior General para protestar oficialmente contra la beatificación de Juan Pablo II y la organización de Asís IV? Ninguna. Es verdad que en ciertos blogs intrascendentes se ha podido leer por aquí o por allá una desaprobación. ¡Pero eso no es suficiente! El anuncio oficial de las autoridades eclesiásticas sobre un tema tan importante exige —como Monseñor Lefebvre lo hizo en su momento— una protesta oficial de los que quieren defender la Tradición. Es forzoso reconocer que la Fraternidad Sacerdotal San Pío X es la única que lo ha hecho. Algunos intelectuales católicos se han quejado valientemente ante Benedicto XVI por la próxima reunión de Asís; las comunidades Ecclesia Dei, en cambio, se mantienen en silencio, e incluso alguno de sus miembros ha intentado justificar lo injustificable. Dejan que las armas se cubran de polvo mientras los derechos de Dios son pisoteados. Esto es tanto más grave, cuanto que, en particular, muchos sacerdotes miembros de estas comunidades no están de acuerdo con estas decisiones del Sumo Pontífice pero no se animan a decirlo en público.

— Desesperar de la Iglesia, declarando que la defección de las actuales autoridades eclesiásticas es la prueba de que ya no son legítimas y que no existen más. Es la tentación sedevacantista. Ya no habría ni Papa, ni cardenales, ni obispos legítimos. Estos grupos sedevacantistas viven replegados sobre sí mismos, animados de un celo amargo y altercando unos con otros. ¿A dónde van a parar las promesas que Cristo hizo a San Pedro y a sus sucesores, en el sentido de que “las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia y su cabeza”? (5) Estas perspectivas, que Monseñor Lefebvre siempre condenó, esterilizan el apostolado y descubren la existencia de un espíritu cismático.

Queridos amigos: estas dos tentaciones son graves. ¡No permita Dios que caigamos en ellas! Es prácticamente imposible dar una explicación puramente racional a esta crisis, tanto como es imposible dar una explicación omnicomprensiva de la Pasión de Cristo. ¡Se trata de un misterio! ¿Cómo pudo el Verbo encarnado sufrir y morir abandonado de todos, siendo Dios todopoderoso y eterno? Es un gran misterio, como es un misterio esta pasión que atraviesa la Iglesia desde hace algunas décadas. La Iglesia prolonga la acción de Cristo en la tierra hasta el fin del mundo. Conoce, como su Fundador, las traiciones, los abandonos, las persecuciones… y su colocación en el sepulcro. A semejanza de Cristo, un día se levantará más fuerte y bella. Así nos lo enseña la fe y esto alimenta nuestra esperanza.

Entonces, ¿qué debemos hacer? ¡Seamos fieles! Nuestra posición se ubica en la cima de una cresta, nos ha sido trazada por Monseñor Lefebvre, y debemos seguirla sin declinar ni a la derecha, ni a la izquierda. Dios concederá esta gracia si cumplimos nuestro deber de estado, si rezamos y hacemos penitencia, si nuestras almas se nutren frecuentemente con la Santa Misa y con los sacramentos. De esta manera acompañaremos y sostendremos la Iglesia en esta Cuaresma, tal como el Viernes Santo lo hicieran Simón de Cirene y las Santas Mujeres acompañando a Cristo hasta el Gólgota. Recemos y sacrifiquémonos por el Papa, los obispos y los sacerdotes; así nos lo ha pedido la Virgen María en Fátima. Recemos por los Superiores de la Fraternidad San Pío X, para que Dios les conceda la fuerza, las luces y la prudencia que son necesarias para llevar adelante este combate. En ocasiones las trampas son muy difíciles de discernir y muy sutiles… Mantengámonos fieles, cada cual en su puesto. Dios nos pedirá cuenta de ello, ¡no sobre otra cosa! Allí obtendremos del Corazón de Nuestro Señor las gracias que tanto precisan la Iglesia y sus pastores. He allí donde nos quiere la Providencia en estos difíciles días. Y, en fin, es preciso que la juventud se forme en el combate doctrinal que sus mayores llevaron adelante tras el último Concilio. La fidelidad no es posible sin formación doctrinal. Es preciso conocer los principios de la fe y de la moral para poder ser fieles a ellos y defenderlos cuando se los ataca. Estos principios son los que guían nuestras vidas. ¡Nuestro combate es doctrinal, no sentimental! ¡No nos durmamos, por amor de Dios! ¡Virgo fidelis, ora pro nobis!

¡Que Dios los bendiga!

Padre Christian Bouchacourt
Superior de Distrito América del Sur

Notas:
1. Hasta el presente, en Asís tuvieron lugar reuniones interreligiosas en los años 1986, 1993 y 2002.
2. Vaticano II, Decreto sobre el ecumenismo Unitatis redintegratio, n° 3, 21 de noviembre de 1964.
3. Vaticano II, Declaración Nostra ætate sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, nº 3, 28 de octubre de 1965.
4. R. P. Lombardi, 14 de marzo de 2011.
5. San Mateo, 16, 18.

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