¿Existe la revelación? Por el pronto salta a los ojos un hecho que da motivo a pensar que sí. Todos los pueblos de la tierra hablan de una revelación, y la humanidad no se concierta para tramar una impostura. Esto prueba una tradición primitiva, cuya noticia ha pasado de padres a hijos, y que, si bien ofuscada y adulterada, no ha podido borrarse de la memoria de los hombres.
Se objetará que la imaginación ha convertido en voces el ruido del viento y en apariciones misteriosas los fenómenos de la Naturaleza, y así el débil mortal se ha creído rodeado de seres desconocidos que le dirigían la palabra, y le descubrían los arcanos de otros mundos. No puede negarse que la objeción es especiosa; sin embargo, no será difícil manifestar que es del todo insubsistente y fútil.
Es cierto que cuando el hombre tiene idea de la existencia de seres desconocidos, y está convencido de que éstos se ponen en relación con él, fácilmente se inclina a imaginar que ha oído acentos fatídicos y se han ofrecido a sus ojos espectros venidos del otro mundo. Mas no sucede ni puede suceder así en no abrigando el hombre semejante convicción, y mucho menos si ni aun llega a tener noticia de que existen dichos seres, pues entonces no es dable conjeturar de dónde procedería una ilusión tan extravagante. Si bien se observa, todas las creaciones de nuestra fantasía, hasta las más incoherentes y monstruosas, se forman de un conjunto de imágenes de objetos que otras veces hemos visto y que a la sazón reunimos del modo que place a nuestro capricho o nos sugiere nuestra cabeza enfermiza. Los castillos encantados de los libros de caballería, con sus damas enanos, salones, subterráneos, hechizos y todas sus locuras, son un informe agregado de partes muy reales que la imaginación del escritor componía a su manera, sacando al fin un todo que sólo cambia en los sueños de un delirante. Lo propio sucede en lo demás; la razón y la experiencia están acordes en atestiguarnos este fenómeno ideológico. Si suponemos, pues, que no se tiene idea alguna de otra vida distinta de la presente, ni de otro mundo que el que está a nuestra vista, ni de otros vivientes que los que moran con nosotros en la tierra, el hombre fingirá gigantes, fieras monstruosas y otras extravagancias por este estilo, mas no seres invisibles, no revelaciones de un cielo que no conoce, no dioses que le ilustren y dirijan. Ese mundo nuevo, ideal, puramente fantástico, no le ocurrirá siquiera, porque semejante ocurrencia no tendrá, por decirlo así, punto de partida, carecerá de antecedentes que puedan motivarla. Y aun suponiendo que este orden de ideas se hubiese ofrecido a algún individuo, ¿cómo era posible que de ello participase la humanidad entera? ¿Cuándo se habrá visto semejante contagio intelectual y moral?
Sea lo que fuere del valor de estas reflexiones, pasemos a los hechos; dejemos lo que haya podido ser y examinemos lo que ha sido.
Pruebas históricas de la existencia de la revelación
Existe una sociedad que pretende ser la única depositaria e intérprete de las revelaciones con que Dios se ha dignado favorecer al linaje humano; esta pretensión debe llamar la atención del filósofo que se proponga investigar la verdad.
¿Qué sociedad es ésa? ¿Ha nacido de poco tiempo a esta parte? Cuenta dieciocho siglos de duración, y estos siglos no los mira sino como un periodo de su existencia, pues subiendo más arriba va explicando su no interrumpida genealogía y se remonta hasta el principio del mundo. Que lleva dieciocho siglos de duración, que su historia se enlaza con la de un pueblo cuyo origen se pierde en la antigüedad más remota es tan cierto como que han existido las repúblicas de Grecia y Roma.
¿Qué títulos presenta en apoyo de su doctrina? En primer lugar, está en posesión de un libro que es, sin disputa, el más antiguo que se conoce, y que además encierra la moral más pura, un sistema de legislación admirable y contiene una narración de prodigios. Hasta ahora nadie ha puesto en duda el mérito, eminente, de este libro, siendo esto tanto más de extrañar cuanto una gran parte de él nos ha venido de manos de un pueblo cuya cultura no alcanzó ni con mucho a la de otros pueblos de la antigüedad.
¿Ofrece la dicha sociedad algunos otros títulos que justifiquen sus pretensiones? A más de los muchos, a cuál más graves e imponentes, he aquí uno que por sí solo basta. Ella dice que se hizo la transición de la sociedad vieja a la nueva del modo que estaba pronosticado en el libro misterioso; que llegada la plenitud de los tiempos apareció sobre la tierra un Hombre-Dios, quien fue a la vez el cumplimiento de la ley antigua y el autor de la nueva; que todo lo antiguo era una sombra y figura, que este Hombre-Dios fue la realidad; que Él fundó la sociedad que apellidamos Iglesia católica, le prometió su asistencia hasta la consumación de los siglos, selló su doctrina con su sangre, resucitó al tercer día de su crucifixión y muerte, subió a los cielos, envió al Espíritu Santo, y que al fin del mundo ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.
¿Es verdad que en este Hombre se cumpliesen las antiguas profecías? Es innegable; leyendo algunas de ellas parece que uno está leyendo la historia evangélica.
¿Dio algunas pruebas de la divinidad de su misión? Hizo milagros en abundancia, y cuanto él profetizó o se ha cumplido exactamente o se va cumpliendo con puntualidad asombrosa.
¿Cuál fue su vida? Sin tacha en su conducta, sin límite para hacer el bien. Desprecio las riquezas y el poder mundano, arrostró con serenidad las privaciones, los insultos, los tormentos y, por fin, una muerte afrentosa.
¿Cuál es su doctrina? Sublime cual no cupiera jamás en mente humana; tan pura en su moral, que le han hecho justicia sus más violentos enemigos.
¿Qué cambio social produjo este Hombre? Recordad lo que era el mundo romano y ved lo que es el mundo actual; mirad lo que son los pueblos donde no ha penetrado el cristianismo y lo que son aquellos que han estado siglos bajo su enseñanza y la conservan todavía, aunque algunos alterada y desfigurada.
¿De qué medios dispuso? No tenía donde reclinar su cabeza. Envió a doce hombres salidos de la ínfima clase del pueblo; se esparcieron por los cuatro ángulos de la tierra, y la tierra los oyó y creyó.
Esta religión, ¿ha pasado por el crisol de la desgracia? ¿No ha sufrido contrariedad de ninguna clase? Ahí está la sangre de infinitos mártires, ahí los escritos de numerosos filósofos que la han examinado, ahí los muchos monumentos que atestiguan las tremendas luchas que ha sostenido con los príncipes, con los sabios, con las pasiones, con los intereses, con las preocupaciones, con todos cuantos elementos de resistencia pueden combinarse sobre la tierra.
¿Dé qué medios se valieron los propagadores del cristianismo? De la predicación y del ejemplo, confirmados por los milagros. Estos milagros la crítica más escrupulosa no puede rechazarlos, que si los rechaza poco importa, pues entonces confiesa el mayor de los milagros, que es la conversión del mundo sin milagros.
El cristianismo ha contado entre sus hijos a los hombres más esclarecidos por su virtud y sabiduría; ningún pueblo antiguo ni moderno se ha elevado, a tan alto grado de civilización y cultura como los que le han profesado; sobre ninguna religión se ha disputado ni escrito tanto como sobre la cristiana; las bibliotecas están llenas de obras maestras de crítica y filosofía debidas a hombres que sometieron humildemente su entendimiento en obsequio de la fe; luego esa religión está a cubierto de los ataques que se pueden dirigir contra las que han nacido y prosperado entre pueblos groseros e ignorantes. Ella tiene, pues, todos los caracteres de verdadera, de divina.
Se objetará que la imaginación ha convertido en voces el ruido del viento y en apariciones misteriosas los fenómenos de la Naturaleza, y así el débil mortal se ha creído rodeado de seres desconocidos que le dirigían la palabra, y le descubrían los arcanos de otros mundos. No puede negarse que la objeción es especiosa; sin embargo, no será difícil manifestar que es del todo insubsistente y fútil.
Es cierto que cuando el hombre tiene idea de la existencia de seres desconocidos, y está convencido de que éstos se ponen en relación con él, fácilmente se inclina a imaginar que ha oído acentos fatídicos y se han ofrecido a sus ojos espectros venidos del otro mundo. Mas no sucede ni puede suceder así en no abrigando el hombre semejante convicción, y mucho menos si ni aun llega a tener noticia de que existen dichos seres, pues entonces no es dable conjeturar de dónde procedería una ilusión tan extravagante. Si bien se observa, todas las creaciones de nuestra fantasía, hasta las más incoherentes y monstruosas, se forman de un conjunto de imágenes de objetos que otras veces hemos visto y que a la sazón reunimos del modo que place a nuestro capricho o nos sugiere nuestra cabeza enfermiza. Los castillos encantados de los libros de caballería, con sus damas enanos, salones, subterráneos, hechizos y todas sus locuras, son un informe agregado de partes muy reales que la imaginación del escritor componía a su manera, sacando al fin un todo que sólo cambia en los sueños de un delirante. Lo propio sucede en lo demás; la razón y la experiencia están acordes en atestiguarnos este fenómeno ideológico. Si suponemos, pues, que no se tiene idea alguna de otra vida distinta de la presente, ni de otro mundo que el que está a nuestra vista, ni de otros vivientes que los que moran con nosotros en la tierra, el hombre fingirá gigantes, fieras monstruosas y otras extravagancias por este estilo, mas no seres invisibles, no revelaciones de un cielo que no conoce, no dioses que le ilustren y dirijan. Ese mundo nuevo, ideal, puramente fantástico, no le ocurrirá siquiera, porque semejante ocurrencia no tendrá, por decirlo así, punto de partida, carecerá de antecedentes que puedan motivarla. Y aun suponiendo que este orden de ideas se hubiese ofrecido a algún individuo, ¿cómo era posible que de ello participase la humanidad entera? ¿Cuándo se habrá visto semejante contagio intelectual y moral?
Sea lo que fuere del valor de estas reflexiones, pasemos a los hechos; dejemos lo que haya podido ser y examinemos lo que ha sido.
Pruebas históricas de la existencia de la revelación
Existe una sociedad que pretende ser la única depositaria e intérprete de las revelaciones con que Dios se ha dignado favorecer al linaje humano; esta pretensión debe llamar la atención del filósofo que se proponga investigar la verdad.
¿Qué sociedad es ésa? ¿Ha nacido de poco tiempo a esta parte? Cuenta dieciocho siglos de duración, y estos siglos no los mira sino como un periodo de su existencia, pues subiendo más arriba va explicando su no interrumpida genealogía y se remonta hasta el principio del mundo. Que lleva dieciocho siglos de duración, que su historia se enlaza con la de un pueblo cuyo origen se pierde en la antigüedad más remota es tan cierto como que han existido las repúblicas de Grecia y Roma.
¿Qué títulos presenta en apoyo de su doctrina? En primer lugar, está en posesión de un libro que es, sin disputa, el más antiguo que se conoce, y que además encierra la moral más pura, un sistema de legislación admirable y contiene una narración de prodigios. Hasta ahora nadie ha puesto en duda el mérito, eminente, de este libro, siendo esto tanto más de extrañar cuanto una gran parte de él nos ha venido de manos de un pueblo cuya cultura no alcanzó ni con mucho a la de otros pueblos de la antigüedad.
¿Ofrece la dicha sociedad algunos otros títulos que justifiquen sus pretensiones? A más de los muchos, a cuál más graves e imponentes, he aquí uno que por sí solo basta. Ella dice que se hizo la transición de la sociedad vieja a la nueva del modo que estaba pronosticado en el libro misterioso; que llegada la plenitud de los tiempos apareció sobre la tierra un Hombre-Dios, quien fue a la vez el cumplimiento de la ley antigua y el autor de la nueva; que todo lo antiguo era una sombra y figura, que este Hombre-Dios fue la realidad; que Él fundó la sociedad que apellidamos Iglesia católica, le prometió su asistencia hasta la consumación de los siglos, selló su doctrina con su sangre, resucitó al tercer día de su crucifixión y muerte, subió a los cielos, envió al Espíritu Santo, y que al fin del mundo ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.
¿Es verdad que en este Hombre se cumpliesen las antiguas profecías? Es innegable; leyendo algunas de ellas parece que uno está leyendo la historia evangélica.
¿Dio algunas pruebas de la divinidad de su misión? Hizo milagros en abundancia, y cuanto él profetizó o se ha cumplido exactamente o se va cumpliendo con puntualidad asombrosa.
¿Cuál fue su vida? Sin tacha en su conducta, sin límite para hacer el bien. Desprecio las riquezas y el poder mundano, arrostró con serenidad las privaciones, los insultos, los tormentos y, por fin, una muerte afrentosa.
¿Cuál es su doctrina? Sublime cual no cupiera jamás en mente humana; tan pura en su moral, que le han hecho justicia sus más violentos enemigos.
¿Qué cambio social produjo este Hombre? Recordad lo que era el mundo romano y ved lo que es el mundo actual; mirad lo que son los pueblos donde no ha penetrado el cristianismo y lo que son aquellos que han estado siglos bajo su enseñanza y la conservan todavía, aunque algunos alterada y desfigurada.
¿De qué medios dispuso? No tenía donde reclinar su cabeza. Envió a doce hombres salidos de la ínfima clase del pueblo; se esparcieron por los cuatro ángulos de la tierra, y la tierra los oyó y creyó.
Esta religión, ¿ha pasado por el crisol de la desgracia? ¿No ha sufrido contrariedad de ninguna clase? Ahí está la sangre de infinitos mártires, ahí los escritos de numerosos filósofos que la han examinado, ahí los muchos monumentos que atestiguan las tremendas luchas que ha sostenido con los príncipes, con los sabios, con las pasiones, con los intereses, con las preocupaciones, con todos cuantos elementos de resistencia pueden combinarse sobre la tierra.
¿Dé qué medios se valieron los propagadores del cristianismo? De la predicación y del ejemplo, confirmados por los milagros. Estos milagros la crítica más escrupulosa no puede rechazarlos, que si los rechaza poco importa, pues entonces confiesa el mayor de los milagros, que es la conversión del mundo sin milagros.
El cristianismo ha contado entre sus hijos a los hombres más esclarecidos por su virtud y sabiduría; ningún pueblo antiguo ni moderno se ha elevado, a tan alto grado de civilización y cultura como los que le han profesado; sobre ninguna religión se ha disputado ni escrito tanto como sobre la cristiana; las bibliotecas están llenas de obras maestras de crítica y filosofía debidas a hombres que sometieron humildemente su entendimiento en obsequio de la fe; luego esa religión está a cubierto de los ataques que se pueden dirigir contra las que han nacido y prosperado entre pueblos groseros e ignorantes. Ella tiene, pues, todos los caracteres de verdadera, de divina.
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