Ciudad del Vaticano, miércoles 30 de junio de 2010, intervención de Su Santidad Benedicto XVI este martes, durante el rezo del Ángelus desde la ventana de su estudio del Palacio Apostólico vaticano al finalizar la misa celebrada en la Basílica Vaticana en la solemnidad de los santos Pedro y Pablo.
Queridos hermanos y hermanas,
hoy la Iglesia de Roma festeja sus santas raíces, celebrando a los Apóstoles Pedro y Pablo, cuyas reliquias se custodian en las dos Basílicas dedicadas a ellos y que adornan toda la Ciudad querida por los cristianos residentes y peregrinos. La solemnidad empezó ayer por la tarde con la oración de las Primeras Vísperas en la Basílica Ostiense. La liturgia del día vuelve a proponer la profesión de fe de Pedro frente a Jesús: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). No es una declaración fruto de un razonamiento, sino una revelación del Padre al humilde pescador de Galilea, como confirma el mismo Jesús diciendo: “no te ha revelado esto la carne ni la sangre” (Mt 16,17). Simón Pedro está tan cerca del Señor como para convertirse él mismo en una roca de fe y de amor sobre la que Jesús ha edificado su Iglesia y “la ha hecho -como observa san Juan Crisóstomo- más fuerte que el mismo cielo” (Hom. in Matthæum 54, 2: PG 58,535). De hecho, el Señor concluye diciendo: “lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt 16,19).
San Pablo – de quien hemos celebrado recientemente el bimilenario de su nacimiento – con la Gracia divina ha difundido el Evangelio, sembrando la Palabra de verdad y de salvación en medio de los pueblos paganos. Los dos Santos Patronos de Roma, a pesar de haber recibido de Dios carismas y misiones diversas que cumplir, son ambos fundamento de la Iglesia una, santa, católica y apostólica, “permanentemente abierta a la dinámica misionera y ecuménica, ya que es enviada al mundo a anunciar y testimoniar, actualizar y extender el misterio de comunión que la constituye” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Communionis notio, 28 de mayo de 1992, n. 4: AAS 85 [1993], 840). Por eso, durante la santa Misa de esta mañana en la Basílica Vaticana, he entregado a treinta Arzobispos Metropolitanos el Palio, que simboliza tanto la comunión con el Obispo de Roma, como la misión de apacentar con amor a la única grey de Cristo. En esta solemne ocasión, deseo también dar las gracias de corazón a la Delegación del Patriarcado Ecuménico, como testimonio del vínculo espiritual entre la Iglesia de Roma y la Iglesia de Constantinopla.
El ejemplo de los Apóstoles Pedro y Pablo ilumine las mentes y encienda en los corazones de los creyentes el santo deseo de cumplir la voluntad de Dios, para que la Iglesia peregrina en la tierra sea siempre fiel a su Señor. Dirijámonos con confianza a la Virgen María, Reina de los Apóstoles, que desde el Cielo guía y sostiene el camino del Pueblo de Dios.
[Después del Ángelus, saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los arzobispos metropolitanos que acaban de recibir el palio, como signo de unidad con el Sumo Pontífice; a sus familiares, así como a los sacerdotes, religiosos y fieles diocesanos que les acompañan. En este día, celebramos el martirio de los apóstoles san Pedro y san Pablo, que en esta ciudad de Roma dieron su máximo testimonio de amor a Cristo. Os invito a todos, queridos hermanos, a seguir su ejemplo para que, cada vez más unidos al Señor, sepáis dar en vuestra vida abundantes frutos de santidad y apostolado. Que Dios os bendiga.
[Traducción del original italiano por Patricia Navas ©Libreria Editrice Vaticana]
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