lunes, 14 de junio de 2010

¿Existen los ateos? Causas y consecuencias del ateísmo


1. ¿Se dan los ateos?

El ateo (del griego a, privativa y theos, Dios), es aquel que no cree en la existencia de Dios. De esta definición se desprende que no hay que clasificar entre los ateos:

a) A los indiferentes que, dejando de lado la cuestión de los orígenes del mundo y del alma, viven sin preocuparse por su destino. Aunque esta manera de ser vaya a parar prácticamente al ateísmo, sin embargo, los indiferentes no son ateos en realidad.

b) Los agnósticos, que proclaman que Dios está en el dominio de lo incognoscible, tampoco pueden llamarse ateos; por mucho tiempo que permanezcan en esta afirmación, su estado de espíritu equivale a un escepticismo religioso.

c) Aún menos se pueden contar entre los ateos a aquellos que están en una ignorancia casi completa de la cuestión religiosa, y que aunque hagan profesión exterior de ateísmo, es porque creen que esta actitud conviene a espíritus fuertes que no quieren seguir al vulgo, o porque estiman que de esta manera han de favorecer y fomentar mejor sus intereses materiales.

Luego, no se pueden considerar como ateos más que los hombres de ciencia y los filósofos que después de un maduro examen de las razones que hay en pro y en contra de la existencia de Dios, se pronuncian por estas últimas. Estos ateos, los únicos que merecen retener aquí nuestra atención, son seguramente un número muy escaso; bastaría para probarlo a recordar el testimonio de uno de ellos. “En nuestra época, escribe M. Le Dantec (El ateísmo), dígase lo que se quiera, los ateos forman una ínfima minoría”; pero hay que añadir —para ser justos— que, en cambio, el número de agnósticos que pretenden que la cuestión es insoluble ha crecido en serias proporciones.

2. Causas del ateísmo

Generalmente se explica el ateísmo por razones intelectuales, morales y sociales.

a) Razones intelectuales

i. La incredulidad de los científicos: físicos, químicos, biólogos, médicos, etc., debe atribuirse frecuentemente a sus prejuicios y a la aplicación de un falso método. En efecto, es claro que si pretenden emplear aquí el método experimental que no admite sino aquello que puede ser comprobado por la experiencia, lo que cae bajo la acción de los sentidos, jamás podrán rebasar los fenómenos y llegar a las sustancias. Observemos además que ciertas fórmulas de las cuales abusan para favorecer sus negaciones no son verdaderas, al menos en el sentido en que las toman. Cuando ellos alegan, por ejemplo, que la materia es necesaria y no contingente, invocan para demostrarlo la necesidad de la energía y de las leyes. Pero se ve enseguida que la palabra necesaria es equívoca. La necesidad, en efecto, es absoluta o relativa. Es absoluta cuando la falta de existencia implica contradicción; y ese relativa cuando la cosa de que se trata, en la hipótesis de su existencia, debe tener ésta o aquélla naturaleza, ésta o aquélla cualidad: así, un ave debe tener alas, pues de otra manera no sería ave. De que la energía y las leyes sean necesarias en sentido relativo, los materialistas hacen mal en concluir que la misma materia es el ser necesario en sentido absoluto.

ii. El ateísmo de los filósofos contemporáneos se deriva del criticismo de Kant y del positivismo de Augusto Comte. Según los criticistas y los positivistas la razón no puede llegar a la certeza objetiva ni alcanzar a la substancia a través de los fenómenos. Mermando así la razón se arruinan al mismo tiempo las pruebas tradicionales de la existencia de Dios. Podemos pues afirmar que en la mayor parte de los filósofos contemporáneos la crisis de la fe es de hecho una crisis de la razón; en nuestra época, los negadores de Dios son también los negadores de aquella noble facultad, pero ésta, como sucede siempre contra las sentencias injustas será un día rehabilitada y recobrará sus derechos.

b) Razones morales

Aduciremos entre las razones morales:

a. la falta de buena voluntad. Si las pruebas de la existencia de Dios se estudiaran con más sencillez y menos espíritu crítico, habría menos rebeldía contra la fuerza de los argumentos. Tampoco se ha de exigir a las pruebas más de lo que pueden dar; su fuerza demostrativa, aunque real y absoluta, no lleva consigo una evidencia matemática.

b. las pasiones. Es evidente que la fe se yergue ante las pasiones como un obstáculo, pero cuando una cosa molesta, siempre se hallan razones para suprimirla. “En un corazón extraviado por las pasiones, dice Monseñor Frayssinous, hay siempre razones secretas para encontrar falso lo que es verdadero, fácilmente se cree lo que se desea; cuando el corazón se entrega al placer que seduce, el espíritu se abandona voluntariamente al error que justifica” y Paul Bourget, en un análisis muy penetrante de la incredulidad, escribe las siguientes líneas: “el hombre que se desprende de la fe se arranca sobre todo una cadena insoportable a sus placeres… Yo no sorprendería a ninguno de los que han realizado los estudios en nuestros liceos, al afirmar que la impiedad precoz de estos librepensadores con uniforme tiene por punto de partida alguna flaqueza de la carne, acompañada del horror a la confesión. El razonamiento –¡y qué razonamiento!– viene enseguida a suministrar las pruebas en favor de una crisis de negación aceptada de antemano para las necesidades de la práctica”.

c. Los malos libros y los malos periódicos. Bajo esta dominación no entendemos los libros y diarios que son inmorales, sino aquellos que, bajo pretextos y disimulos, atacan todo lo que hay en la base de la moralidad y quieren hacer creer, en nombre de un pretendido progreso y de una falsa ciencia, que Dios, el alma y la libertad, no son más que palabras que sirven de vestido a puras quimeras.

c) Razones sociales
Señalemos solamente:

a. la educación. No es exagerado el decir que las escuelas neutras han sido para el ateísmo un terreno de cultivo excepcional; tomada en conjunto nuestra sociedad va hacia el ateísmo porque quiere;

b. en el respeto humano. Muchos tienen miedo de parecer religiosos porque la religión no goza ya de simpatías, y por el temor de caer en el ridículo.

3. Consecuencias del ateísmo

El ateísmo, al suprimir a Dios, quita todo fundamento a la moral; de aquí provienen las más graves consecuencias para el individuo y para la sociedad.

a) Para el individuo

i. El ateísmo lo entrega sin freno a sus pasiones. Si el hombre no reconoce a un soberano que tenga el poder de preceptuarle el bien y de castigarlo por el mal, ¿por qué no se ha de dejar llevar por sus deseos y no correrá tras la felicidad terrestre o al menos lo que él crea tal, por cualquier clase de medios?

ii. Mas, a la inversa, el ateísmo quita al hombre todo consuelo en medio de las pruebas de la vida; el que no cree en Dios debe rechazar toda esperanza de consolación cuando la vida se le vuelva amarga y la tierra le niegue las alegrías que él le pidió.

b) Para la sociedad

Las consecuencias del ateísmo son aún más ruinosas para la sociedad. Al suprimir las ideas de justicia y responsabilidad, lleva hacia el despotismo y la anarquía, sustituyendo al derecho por la fuerza. Si los gobernantes no sienten por encima de ellos a un Señor que les pedirá cuenta de su gestión, estarán libres para gobernar a la sociedad según su capricho. “Yo no querría, afirmaba Voltaire, tener cuentas con un príncipe ateo que mostrara interés en hacerme machacar en un mortero, porque estoy seguro de que me machacaría”. Por otra parte, en toda sociedad hay distancias entre sus miembros, bajo el punto de vista de jerarquía, de dignidades, de honores, de situación, y riquezas; si no existe Dios para recompensar un día a los que, menos favorecidos, aceptan su destino con valor y cumplen su penoso deber ¿por qué no rebelarse contra una sociedad tan mal organizada y reclamarle imperiosamente su parte de felicidad y de placeres?

A. Boulenger
(Tomado de “Manual de apologética”, Introducción a la doctrina católica)

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