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jueves, 1 de marzo de 2012

La gravedad de la blasfemia deliberada



En el segundo mandamiento del decálogo: No tomar el santo nombre de Dios en vano, prohíbe Dios toda irreverencia a su nombre.
Son reos de irreverencia al nombre de Dios los que lo pronuncian sin causa justa y sin la veneración debida, o quebrantan los votos, o hacen juramentos falsos, temerarios o injustos, y principalmente los que profieren blasfemias.
— El voto es una promesa que se hace de un bien mejor. Juramento es la invocación del nombre de Dios para ser creído o para corroborar una promesa; es falso, cuando lo que se afirma no corresponde a lo que se piensa; temerario, si se emite absolutamente sin certeza subjetiva del hecho; injusto, si la afirmación en el juramento asertorio o la cosa prometida en el promisorio son malas. La blasfemia es una locución contumeliosa contra Dios. — Pío XI, Ep. ad Episcopum Veronensem, 3 dic. 1924, describe con las siguientes frases la gravedad de la blasfemia deliberada: «La blasfemia desprecia con injuria enorme la bondad de Dios, siendo contraria a la misma profesión de la fe, y conteniendo en sí, no sólo la malicia de la apostasía, sino agravándola sumamente tanto con el enojo del corazón como con la imprecación de la boca. La blasfemia, si en realidad se profiere de propósito y a sabiendas, por razón de la perversidad que lleva consigo de la contumelia lanzada contra el mismo Dios, autor de las leyes, y por la negación implícita de la fe, es el más grave de todos los pecados, aunque no lo parezca por sus efectos».
¡Católico, acude a rezar el Santo Rosario!
En reparación por las irreverenciasproferidas contra Nuestro Señor Jesucristo,
la Santísima Virgen María y Todos los Santos





Viernes 2 de marzo de 2012 a las 20:00 horas
Lugar: Calle del Conde de Aranda, 5. Retiro No más blasfemias ¡Viva Cristo Rey! http://rosarioreparador.blogspot.com/

jueves, 9 de junio de 2011

Madres de Guerrilleros, Hijos de Belcebú



En medio del escándalo desatado por la estafa que presuntamente habría cometido Sergio Schoklender (tristemente celebre parricida en los años 80) desde la Fundación Madres de Plaza de Mayo con dineros públicos destinados a viviendas sociales y mientras la defensora y madre de guerrilleros marxistas Hebe de Bonafini insiste en acusar al ex apoderado de esa organización como único responsable del supuesto desfalco, se hicieron públicas algunas fotos de una fiesta de disfraces celebrada en la sede central de las Madres hace menos de dos años.

Las fotos, publicadas en la tapa del diario popular Libre, muestran a Hebe de Bonafini vestida como "Maléfica", el hada malvada de la película de Disney basada en el cuento La Bella durmiente, y a Schoklender disfrazado de obispo. Atrás se ven las fotos de desaparecidos que están habitualmente colgadas en la sede central de Madres de Plaza de Mayo.

Según publicó el diario, hay más fotos de esa fiesta. La reunión, según Libre, fue para despedir el año 2009. Hoy lejos de esos momentos en la que todavía compartían los festejos, Hebe de Bonafini muestra diferencias irreconciliables con el ex apoderado de la Fundación, al que ayer acusó de ser un traidor y estafador.

El poder del maligno no puede estar más explicito en este documento, en la representación del mal y en la burla descarada llevada a cabo por el parricida vestido de ministro de Nuestro Señor, en una fiesta pagana de Halloween, un verdadero aquelarre.

Sobran las palabras, esta gente acompaña a los que gobiernan la Argentina, duros tiempos se aproximan, solo nos basta rezar por esta patria que supo ser católica y fervientemente mariana. A la Santísima Virgen de Luján, a nuestro santo argentino: San Héctor Valdivielso Saéz (asesinado por marxistas, mártir de la fe) y a Nuestro Señor Jesucristo encomendamos nuestras súplicas.

martes, 15 de marzo de 2011

Ola de "cristianofobia" en las universidades españolas


Estudiantes laicistas exhibieron una pancarta con la que pretendían provocar a los asistentes a la misa Los estudiantes laicistas de la Universidad de Barcelona (UB) vuelven a la carga tras cuatro semanas de relativa tranquilidad en las que el rectorado ha intentado serenar los ánimos de los anti-capilla. Desde el pasado miércoles 9 de febrero, día en que se retomaron las misas en la capilla de Económicas tras instalar una puerta de seguridad en el acceso, la liturgia se había celebrado sin altercados.

La llama anticatólica vuelve a prender en un momento de máxima sensibilidad en el que los boicoteadores han reclamado a la universidad un referendo vinculante sobre la cuestión. ¿Qué ha ocurrido para que los estudiantes "progresistas" descarten el diálogo? Ni la comunidad católica ni la propia universidad tienen la respuesta. Profesores y alumnos pro capilla mantuvieron hace unos días una reunión con el rectorado en la que, según afirmaron ayer a ABC algunos profesores, "se nos dio a entender que habían hecho entrar en razón a los progresistas" y les "habían convencido para que lucharan por sus convicciones por la vía del diálogo". Sin embargo, los hechos de ayer evidencian que los alborotadores prefieren el enfrentamiento.

Faltaban pocos minutos para que empezara la misa y un grupo de estudiantes católicos estaban en la capilla ultimando una campaña solidaria de recogida de alimentos cuando unos compañeros suyos que esperaban en la puerta les advirtieron de que "estaba a punto de estallar de nuevo el conflicto". Un grupo de alumnos anti-capilla llegaron con una gran pancarta en la que podía leerse "No pasarás sin carné de cristiano" y en la que podía verse a un Dios con el brazo elevado en actitud hitleriana y el otro sosteniendo una cruz.

Los fieles que estaban dentro de la capilla decidieron cerrar la puerta de seguridad para evitar que entraran los boicoteadores, lo que hizo que muchos que esperaban participar en la misa se quedaran fuera. El incidente no fue a más y los manifestantes abandonaron el acceso a la capilla antes de que acabara la misa. Profesores y alumnos católicos temen que mañana miércoles, día que se celebra la misa central, haya nuevas acciones.

La campaña laicista de la UB ha sido replicada en la Universidad Complutense de Madrid (UCM). El pasado viernes, unos 70 estudiantes irrumpieron en la capilla del campus de Somosaguas e impidieron la celebración de la liturgia. Algunas de las manifestantes se desnudaron en el altar e "hicieron alarde de su tendencia homosexual".

Esther Armora/ABC

viernes, 21 de enero de 2011

El problema de quien no cree


“Si el ser humano sólo confía en lo que ven sus ojos, en realidad está ciego porque limita su horizonte de manera que se le escapa precisamente lo esencial. Porque tampoco tiene en cuenta su inteligencia. Las cosas realmente importantes no las ve con los ojos de los sentidos, y en esa medida aún no se percibe bien de que es capaz de ver más allá de lo directamente perceptible.” Joseph Ratzinger, Dios y el mundo, p. 16

Tener fe o no tener fe, esa es la cuestión:

Hay personas con fe y personas sin fe. Personas que la tienen y viven como si no la tuvieran; y personas que no la tienen y quisieran tenerla.
Personas que nacen en el seno de una familia cristiana y son casi genéticamente cristianas. Personas a las que nunca nadie habló de Dios, no lo conocen y por falta de experiencia “divina” carecen de sensibilidad para las cosas espirituales. La fe no les dice nada, porque no pueden imaginar lo que es tenerla.

Personas que perdieron la fe que alguna vez tuvieron; se les quedó por el camino y no les interesa mucho por dónde. No les dice nada porque se aburrieron de lo que creían. Personas ansiosas por encontrar un sentido a la rutina de sus vidas.

En estas breves páginas, quisiera explicar al creyente (que más allá de crisis coyunturales nunca ha experimentado lo que es vivir sin fe) el problema de quien carece de fe. Porque, digámoslo de entrada, aunque no sea conciente, quien no tiene fe tiene un problema muy serio.

¿Cuál es el problema de quien carece de fe?:

Para comenzar, se pierde de conocer mucho de la realidad. Y, en concreto, lo más elevado.

Puede alcanzar sólo una visión muy superficial de la vida humana: lo que se ve, se oye, se come, engorda, enferma, etc. Pero el hombre es bastante más que una máquina que procesa comida, trabaja y se reproduce. Quien pierde el espíritu humano (lo más valioso del hombre) pierde mucho (y la relación con Dios es la expresión más alta del espíritu humano).

Pierde, además, la trascendencia y su vida queda así encerrada en la “cárcel” de la inmanencia de este mundo. Podrá disfrutar muchas cosas, divertirse, etc., pero su vida -considerada globalmente- se ha convertido en un camino hacia el cáncer y la tumba. Es duro, pero no cabe esperar otra cosa. Pierde el sentido más profundo del amor, que sin espíritu queda reducido a mero placer.

Se le escapa el sentido más profundo de la vida (para qué vivo, dónde voy…). No sabe de dónde viene ni adónde va. No es capaz de alcanzar lo único que, en definitiva, realmente importa. No tiene una sola respuesta para los problemas cruciales de la existencia humana. Como reconocía un premio Nobel español, agnóstico, lleno de tristeza hacia el final de su vida: “no tengo una sola respuesta para las cosas que realmente me interesan. Soy un sabio muy especial. Un sabio que no sabe nada de lo que le importa”.

Quien dice que sólo creerá lo que toque y vea (“si no lo veo no lo creo”), en realidad no sabe lo que está diciendo. La realidad más profunda de las cosas no está a nivel superficial y, por tanto, está fuera del alcance de los sentidos. No se ve con los ojos, no se pesa en una balanza, ni siquiera se alcanza con un microscopio. Se “ve” con la inteligencia, pero más allá de donde llegan los sentidos. Y, la verdad más grande -cómo es la vida íntima de Dios-, supera incluso esta capacidad intelectual de “ver”: sólo se accede a ella por la fe.

De modo brillante y resumido se lo explica el zorro al Principito cuando le dice: “no se puede ver sino con el corazón. Lo esencial está oculto a los ojos” (Antoine de Saint-Exupery, El Principito, XXI). El hombre sin fe nunca llega a entender algunas de las cosas más importantes de su vida.

Como por ejemplo:

La felicidad y las ansias de infinito
Las realidades espirituales
El sentido de la vida (para qué estamos acá)
Los anhelos más profundos de la persona
El fracaso
El dolor
La muerte (tanto en general, como la propia y la de los seres queridos)

Y sobretodo lo que viene después.

Quien se cierra en su no-creeencia tiene cerrado el acceso a Dios, a la redención, a la salvación. Cerrado a la trascendencia, está cerrado a su desarrollo más pleno, y sobre todo a la felicidad perfecta.

En el ser humano hay unas ansias de infinito que no es posible reprimir: nada de este mundo lo satisface plenamente, porque las cosas de aquí le “quedan chicas”. Esas ansias de infinito serán saciadas después de esta vida. Por eso quien está cerrado a la trascendencia, está frustrado existencialmente, pues le resulta imposible concebir como posible la satisfacción de la tendencia más radical de su ser: su tendencia a la plenitud.

Sólo quien sabe quién es puede vivir con plenitud:

En la Misa inaugural de su Pontificado Benedicto XVI recordó que “únicamente donde se ve a Dios, comienza realmente la vida. Sólo cuando encontramos en Cristo al Dios vivo, conocemos lo que es la vida. No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario. Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él. La tarea del pastor, del pescador de hombres, puede parecer a veces gravosa. Pero es gozosa y grande, porque en definitiva es un servicio a la alegría, a la alegría de Dios que quiere hacer su entrada en el mundo” (Benedicto XVI, Homilía del 24.4.05).

El hombre sin fe, se pierde lo mejor de la vida (que no necesariamente es lo más divertido): Dios y la vida eterna quedan fuera del horizonte de su vida y de su alcance.

Algunos, con buen corazón, pueden ocuparse de cosas muy nobles, como la ciencia o el arte; también contribuir al bien temporal de los demás. Todo esto es muy bueno. Pero, les falta algo, en realidad mucho: la apertura al infinito y la perfección, que da sentido y valor a lo que hacen. Para ellos, este bien, en cierta manera, se convierte en un camino hacia Dios.

Otros -quizá coherentemente con su visión materialista de vida (quien no cree en la trascendencia queda “encerrado” en la materia)- viven en la frivolidad (“comamos y bebamos que mañana moriremos”) pueden distraerse (dis-traerse: alejar la atención de lo importante), entretenerse (entre-tener: pasar ligeramente un rato entre dos cosas), divertirse (ocuparse jugando de cosas livianas), vivir en y para la pavada.

La sociedad actual (tecnológica) les ofrece todo tipo de medios para conseguirlo… y pueden distraerse, entretenerse y divertirse con bastante éxito… y de a ratos olvidarse de quienes son, pero no se realizan: pierden la vida.

Pueden pasar su existencia distraídos, entretenidos y divertidos (con la atención fuera de lo que lo conduciría a una vida realizada).

Incluso morir sin darse cuenta. Pero al final, se desvelará el misterio y se verá cómo han frustado su existencia llenándola de nada.

¿Es cómodo ser creyente?:

Hay quienes repiten una frase gastada: “es duro ser no creyente”.

Como si la postura de los creyentes fuera más cómoda. Como si los no creyentes fueran más honrados al no creer al precio de su inseguridad (cosa realmente dolorosa). Esta expresión tiene dos partes. Ser creyente es mucho más seguro y, al mismo tiempo, exigente. Es cierto que sin fe se carece de la seguridad del creyente. Y esto no puede no ser duro. Pero también puede resultar muy cómodo. No se puede conocer el interior de las personas. Hay quienes para estar cómodos “pagan” el precio de vivir en la oscuridad. No se comprometen con la verdad, no la buscan. Viven tranquilos en su ignorancia para no exponerse a tener que hacer aquellas cosas que les exigiría la fe si la encontraran… y por eso prefieren no buscarla. No están condenados a no creer. Quienes son honestos consigo mismo no nunca abandonan la búsqueda de la verdad.

La curiosa pretensión del agnóstico:

Resulta realmente curioso el planteo del agnóstico: afirmar la imposibilidad de conocer lo que él no conoce… ¿No sería más razonable afirmar simplemente que él todavía no pudo conocer lo que no conoce? Hace una extrapolación que no es válida: pasar de un dato particular (su no-conocimiento personal de Dios) a la afirmación general de la imposibilidad del mismo. Pero que él no conozca no demuestra en lo más mínimo que sea imposible conocer. La fe es el tesoro escondido en un campo. No haberlo encontrado todavía no alcanza para negar su existencia. Sólo prueba que debo seguir buscando. En cambio, parece bastante irrefutable el hecho de que muchas personas cuerdas (no están locas) han vendido todo lo que tenían para comprar ese campo…

La fe y las apuestas:

Quien no cree arriesga demasiado. La fe no es cuestión de probabilidades, tampoco de cálculos de intereses y conveniencias, pero hace ya mucho tiempo, una mente matemática como la de Pascal planteó las siguientes alternativas:

Si creo en Dios y Dios existe, lo he ganado todo.
Si creo en Dios y Dios no existe, no pierdo nada.
Si no creo en Dios y Dios existe, lo pierdo todo.
Si no creo en Dios y Dios no existe, no gano nada.

Pero no es cuestión de apuestas. La fe no es una apuesta, aunque por cálculo de probabilidades tenga más chances de ganar. No cree el que quiere sino el que puede. La fe es un don que Dios no niega a nadie. Es un misterio de la gracia y la libertad humana. Impresiona ver a Jesús dar gracias al Padre celestial porque se ha mostrado a los humildes y ha ocultado a los que se tienen a sí mismos por sabios y prudentes (cfr. Mt 11,25). Dios se esconde y se muestra. Sólo los humildes son capaces de ver. La verdad no se impone: cada uno debe recorrer el camino que conduce a ella. Un camino muy personal. Buscar la verdad y ponerse en condiciones de poder encontrar a Dios.

No se trata de conseguir entender a Dios, sino de encontrarlo.

Y cuando se lo encuentra, entonces, se entiende y sobretodo se lo ama.

Ser capaz de escuchar a Dios y ser capaz de hablar a Dios ¿Cómo se llega a encontrar a Dios, a escucharlo y hablarle? “¿Hay que aprender a hablar con Dios?”.

Uno puede ser -o volverse- sordo para las cosas de Dios. “El órgano de Dios, explica el Card. Ratzinger, puede atrofiarse hasta el punto de que las palabras de la fe se tornen completamente carentes de sentido”.

“Y quien no tiene oído tampoco puede hablar, porque sordera y mudez van unidas”. Entonces habrá que aprender -hacerse capaz- a comunicarse con Dios. “Poco a poco se aprende a leer la escritura cifrada de Dios, a hablar su lenguaje y a enteder a Dios, aunque nunca del todo. Poco a poco uno mismo podrá rezar y hablar con Dios, al principio de manera infantil -en cierto modo siempres seremos niños-, pero después cada vez mejor, con sus propias palabras” (Joseph Ratzinger, Dios y el mundo, p. 16).

¿Cómo?:

No hay fórmulas mágicas, hay recorridos. En primer lugar, con la apertura a la trascendencia: quien descartara de entrada la posibilidad de lo sobrenatural, cerraría la puerta a la verdad. Estaría rechazando apriorísticamente la existencia de algo que no es irracional. Y con esta actitud obviamente, difícilmente encontrará aquello cuya existencia rechaza voluntariamente. Pero no es que la verdad se le oculte, sencillamente la niega.
Después con todo lo que favorece la actividad del espíritu: arte, poesía, música, etc. Las expresiones del espíritu humano. Con el realismo filosófico.
Con la lectura de vidas ejemplares (los santos), y en particular con el recorrido de los grandes conversos de la historia. Con la lectura de la Sagrada Escritura: Dios habla en ella. Con la oración. Incluso aunque parezca que no sirve para nada: Dios escucha aunque yo no sea consciente de su presencia.

Un secreto:

Georges Chevrot nos explica que “Dios se hace amar antes que hacerse comprender” (El pozo de Sicar, Ed. Rialp, p. 291). En efecto, a Dios lo conocemos más a través del amor que de la inteligencia. Juan entendió más a Jesús no porque fuera más inteligente sino porque amó más y, por tanto, tuvo más intimidad con El. Quien no lo entiende, debería comenzar a tratar de amarlo y lo acabará entendiendo. El camino inverso no es de éxito seguro: con facilidad se enreda por la soberbia, y para encontrar la fe, la humildad es requisito fundamental. Y a quien lo entiende –aquel a quien el cristianismo le “cierra” perfectamente– todavía le queda camino por recorrer, para llegar a amarlo con todo el corazón. Buscarlo, intentar dirigirse a El, incluso antes de creer en El. La fe es un acto de conocimiento, pero también supone el ejercicio de la voluntad: hay que querer creer. Es difícil que alguien queriendo no creer llegue a creer. Dios no fuerza nuestra libertad. Son muy raros los encuentros inesperados como los de San Pablo o André Frossard (en su libro “Dios existe, yo me lo encontré” cuenta su historia personal). Pero la fe, es sobretodo un encuentro. No se alcanza por razonamientos intelectuales, sino que la inteligencia se rinde cuando se encuentra delante de Dios. En concreto, un encuentro personal con Cristo (de quien los cristianos afirmamos que vive y por eso es “encontrable”).

Un riesgo frecuente:

No pocas personas caen en la tentación de crearse una fe a su medida, según su propio gusto. Pero esto sería un auto-engaño notable.

La verdad tiene que venir de afuera. En el caso de Dios, sólo puede provenir de El. Por mi cuenta puedo llegar a conocer algunas cosas de Dios, pero lo más importante es lo que El revela, que es inaccesible a nuestra inteligencia.

La grandeza de la fe:

Permite ir más allá de las apariencias, más allá de este mundo. Descubrir las realidades más profundas, el verdadero sentido de las cosas, el sentido de la vida. Y penetrando en el misterio, encontrarse con Dios.

Los cristianos deberíamos tener una sano complejo de superioridad… que en realidad no es un complejo propiamente dicho. Es simplemente el gozo de vivir una realidad superior. Saberse llamados a algo muy grande, a la vida eterna.

La fe da respuesta a los interrogantes más importantes de la persona.

Los más vitales, acuciantes, agudos. Los que el hombre no puede dejar de plantearse. Los que modelarán su vida según la respuesta que les dé.

Quien carece de fe no los resuelve, sencillamente necesita negarse a planteárselos porque sabe que no puede encontrar respuesta para ellos.

Las cuestiones de fe requieren fe. Esto es obvio. Para creer hay que tenerla. Quien no la tiene no puede “ver”. Pero también es cierto que muchas cosas no “cierran” sin fe (la existencia del mal, la vida después de la muerte, el sentido del dolor, y un largo etc.) y las cosas de la fe “cierran” (no son fábulas descolgadas): llegan a explicar el mundo de un modo totalmente coherente.

La fe no es demostrable, pero creer es razonable. Mucho más razonable que no creer.

lunes, 14 de junio de 2010

¿Existen los ateos? Causas y consecuencias del ateísmo


1. ¿Se dan los ateos?

El ateo (del griego a, privativa y theos, Dios), es aquel que no cree en la existencia de Dios. De esta definición se desprende que no hay que clasificar entre los ateos:

a) A los indiferentes que, dejando de lado la cuestión de los orígenes del mundo y del alma, viven sin preocuparse por su destino. Aunque esta manera de ser vaya a parar prácticamente al ateísmo, sin embargo, los indiferentes no son ateos en realidad.

b) Los agnósticos, que proclaman que Dios está en el dominio de lo incognoscible, tampoco pueden llamarse ateos; por mucho tiempo que permanezcan en esta afirmación, su estado de espíritu equivale a un escepticismo religioso.

c) Aún menos se pueden contar entre los ateos a aquellos que están en una ignorancia casi completa de la cuestión religiosa, y que aunque hagan profesión exterior de ateísmo, es porque creen que esta actitud conviene a espíritus fuertes que no quieren seguir al vulgo, o porque estiman que de esta manera han de favorecer y fomentar mejor sus intereses materiales.

Luego, no se pueden considerar como ateos más que los hombres de ciencia y los filósofos que después de un maduro examen de las razones que hay en pro y en contra de la existencia de Dios, se pronuncian por estas últimas. Estos ateos, los únicos que merecen retener aquí nuestra atención, son seguramente un número muy escaso; bastaría para probarlo a recordar el testimonio de uno de ellos. “En nuestra época, escribe M. Le Dantec (El ateísmo), dígase lo que se quiera, los ateos forman una ínfima minoría”; pero hay que añadir —para ser justos— que, en cambio, el número de agnósticos que pretenden que la cuestión es insoluble ha crecido en serias proporciones.

2. Causas del ateísmo

Generalmente se explica el ateísmo por razones intelectuales, morales y sociales.

a) Razones intelectuales

i. La incredulidad de los científicos: físicos, químicos, biólogos, médicos, etc., debe atribuirse frecuentemente a sus prejuicios y a la aplicación de un falso método. En efecto, es claro que si pretenden emplear aquí el método experimental que no admite sino aquello que puede ser comprobado por la experiencia, lo que cae bajo la acción de los sentidos, jamás podrán rebasar los fenómenos y llegar a las sustancias. Observemos además que ciertas fórmulas de las cuales abusan para favorecer sus negaciones no son verdaderas, al menos en el sentido en que las toman. Cuando ellos alegan, por ejemplo, que la materia es necesaria y no contingente, invocan para demostrarlo la necesidad de la energía y de las leyes. Pero se ve enseguida que la palabra necesaria es equívoca. La necesidad, en efecto, es absoluta o relativa. Es absoluta cuando la falta de existencia implica contradicción; y ese relativa cuando la cosa de que se trata, en la hipótesis de su existencia, debe tener ésta o aquélla naturaleza, ésta o aquélla cualidad: así, un ave debe tener alas, pues de otra manera no sería ave. De que la energía y las leyes sean necesarias en sentido relativo, los materialistas hacen mal en concluir que la misma materia es el ser necesario en sentido absoluto.

ii. El ateísmo de los filósofos contemporáneos se deriva del criticismo de Kant y del positivismo de Augusto Comte. Según los criticistas y los positivistas la razón no puede llegar a la certeza objetiva ni alcanzar a la substancia a través de los fenómenos. Mermando así la razón se arruinan al mismo tiempo las pruebas tradicionales de la existencia de Dios. Podemos pues afirmar que en la mayor parte de los filósofos contemporáneos la crisis de la fe es de hecho una crisis de la razón; en nuestra época, los negadores de Dios son también los negadores de aquella noble facultad, pero ésta, como sucede siempre contra las sentencias injustas será un día rehabilitada y recobrará sus derechos.

b) Razones morales

Aduciremos entre las razones morales:

a. la falta de buena voluntad. Si las pruebas de la existencia de Dios se estudiaran con más sencillez y menos espíritu crítico, habría menos rebeldía contra la fuerza de los argumentos. Tampoco se ha de exigir a las pruebas más de lo que pueden dar; su fuerza demostrativa, aunque real y absoluta, no lleva consigo una evidencia matemática.

b. las pasiones. Es evidente que la fe se yergue ante las pasiones como un obstáculo, pero cuando una cosa molesta, siempre se hallan razones para suprimirla. “En un corazón extraviado por las pasiones, dice Monseñor Frayssinous, hay siempre razones secretas para encontrar falso lo que es verdadero, fácilmente se cree lo que se desea; cuando el corazón se entrega al placer que seduce, el espíritu se abandona voluntariamente al error que justifica” y Paul Bourget, en un análisis muy penetrante de la incredulidad, escribe las siguientes líneas: “el hombre que se desprende de la fe se arranca sobre todo una cadena insoportable a sus placeres… Yo no sorprendería a ninguno de los que han realizado los estudios en nuestros liceos, al afirmar que la impiedad precoz de estos librepensadores con uniforme tiene por punto de partida alguna flaqueza de la carne, acompañada del horror a la confesión. El razonamiento –¡y qué razonamiento!– viene enseguida a suministrar las pruebas en favor de una crisis de negación aceptada de antemano para las necesidades de la práctica”.

c. Los malos libros y los malos periódicos. Bajo esta dominación no entendemos los libros y diarios que son inmorales, sino aquellos que, bajo pretextos y disimulos, atacan todo lo que hay en la base de la moralidad y quieren hacer creer, en nombre de un pretendido progreso y de una falsa ciencia, que Dios, el alma y la libertad, no son más que palabras que sirven de vestido a puras quimeras.

c) Razones sociales
Señalemos solamente:

a. la educación. No es exagerado el decir que las escuelas neutras han sido para el ateísmo un terreno de cultivo excepcional; tomada en conjunto nuestra sociedad va hacia el ateísmo porque quiere;

b. en el respeto humano. Muchos tienen miedo de parecer religiosos porque la religión no goza ya de simpatías, y por el temor de caer en el ridículo.

3. Consecuencias del ateísmo

El ateísmo, al suprimir a Dios, quita todo fundamento a la moral; de aquí provienen las más graves consecuencias para el individuo y para la sociedad.

a) Para el individuo

i. El ateísmo lo entrega sin freno a sus pasiones. Si el hombre no reconoce a un soberano que tenga el poder de preceptuarle el bien y de castigarlo por el mal, ¿por qué no se ha de dejar llevar por sus deseos y no correrá tras la felicidad terrestre o al menos lo que él crea tal, por cualquier clase de medios?

ii. Mas, a la inversa, el ateísmo quita al hombre todo consuelo en medio de las pruebas de la vida; el que no cree en Dios debe rechazar toda esperanza de consolación cuando la vida se le vuelva amarga y la tierra le niegue las alegrías que él le pidió.

b) Para la sociedad

Las consecuencias del ateísmo son aún más ruinosas para la sociedad. Al suprimir las ideas de justicia y responsabilidad, lleva hacia el despotismo y la anarquía, sustituyendo al derecho por la fuerza. Si los gobernantes no sienten por encima de ellos a un Señor que les pedirá cuenta de su gestión, estarán libres para gobernar a la sociedad según su capricho. “Yo no querría, afirmaba Voltaire, tener cuentas con un príncipe ateo que mostrara interés en hacerme machacar en un mortero, porque estoy seguro de que me machacaría”. Por otra parte, en toda sociedad hay distancias entre sus miembros, bajo el punto de vista de jerarquía, de dignidades, de honores, de situación, y riquezas; si no existe Dios para recompensar un día a los que, menos favorecidos, aceptan su destino con valor y cumplen su penoso deber ¿por qué no rebelarse contra una sociedad tan mal organizada y reclamarle imperiosamente su parte de felicidad y de placeres?

A. Boulenger
(Tomado de “Manual de apologética”, Introducción a la doctrina católica)
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