Yo confieso, señores, que sería para nosotros de indeclinable satisfacción si la Religión, tal cual es en la Confederación Argentina, hubiera sido considerada con los respectos que merece. Si solo las doradas bóvedas del catolicismo cubrían nuestro horizonte, y hacían el eco sonoro del culto; ¿por qué se le nubla? ¿Por qué cuando resuena el canto de nuestros himnos, ha de resonar a nuestras puertas el furibundo eco de la blasfemia? ¿Por qué ha de presentarse al pueblo, que carece de discernimiento, como un problema nuestra augusta y eterna Religión? ¿Cómo, señores, se entregan nuestras masas a todo viento de doctrina? ¿Por qué la generación presente no ha de tener exclusivamente el derecho de iniciar a la generación que viene, en sus principios, en sus creencias, en sus dogmas; enseñanza sublime que liga a lo pasado con lo venidero, y que concreta en un punto todos los siglos? ¡Ah! ¡Yo junté mi corazón con el vuestro para lanzar esos gemidos y con vosotros estrecho en mis brazos mi Religión, la Religión de mis padres! ¡La Religión de caridad, de mansedumbre, de castidad, de todas las virtudes! ¡La Religión que cortejan todos los siglos y las más evidentes demostraciones!, ¡que nos buscó en nuestros desiertos y nos trajo a la civilización! Y a nombre de esta Religión sublime y eterna, os digo, católicos: obedeced, someteos, dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. El poder civil protegía la Religión, impedía la enseñanza del error, alejaba con su vibrante espada al incircunciso profanador… ¿Niega ahora su decidida protección, deja al descubierto las avenidas del error, guarda su espada? Dejadle, someteos: Omnis anima subdita sit sublimioribus potestatibus, non solum propter iram, sed etiam propter conscientiam. ¡Roma era pagana, era cruel; mataba a los cristianos sin más delito que ser discípulos de Jesús… y con todo eso el Apóstol San Pablo decía: ¡Civis Romanus sum ego! ¡Y los cristianos eran los soldados más valientes, más fieles al imperio!, los cristianos obedecían, respetaban y defendían las leyes de esa patria; y su corazón, eternamente ligado con Dios, era un perpetuo juramento de cumplir esos deberes. La Religión quiere que obedezcáis, jamás ha explotado a favor suyo ni la rebelión ni la anarquía; cuando la arrojaban de la faz de la tierra, se entraba silenciosa en lóbregas cavernas, en las oscuras catacumbas; y allí era más sublime, que cuando los reyes la cubren con su manto de púrpura.
Obedeced, señores, sin sumisión no hay ley; sin leyes no hay patria, no hay verdadera libertad: existen solo pasiones, desorden, anarquía, disolución, guerra y males de que Dios libre eternamente a la República Argentina: y concediéndonos vivir en paz, y en orden sobre la tierra, nos dé a todos gozar en el Cielo de la Bienaventuranza en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, por quien y para quien viven todas las cosas.
Amén
Venerable Fray Mamerto Esquiú. Extracto del Sermón pronunciado en la Iglesia Matriz de Catamarca, el 9 de julio de 1853. Trascriciòn por COAH.
Obedeced, señores, sin sumisión no hay ley; sin leyes no hay patria, no hay verdadera libertad: existen solo pasiones, desorden, anarquía, disolución, guerra y males de que Dios libre eternamente a la República Argentina: y concediéndonos vivir en paz, y en orden sobre la tierra, nos dé a todos gozar en el Cielo de la Bienaventuranza en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, por quien y para quien viven todas las cosas.
Amén
Venerable Fray Mamerto Esquiú. Extracto del Sermón pronunciado en la Iglesia Matriz de Catamarca, el 9 de julio de 1853. Trascriciòn por COAH.
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