viernes, 7 de enero de 2011

El problema del judaísmo ante el Concilio Vaticano II


En este trabajo expone la doctrina tradicional de la Iglesia sobre la responsabilidad de los judíos en la muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Los errores que por Mons. CARLI detenta en los esquemas y borradores conciliares terminaron haciéndose oficiales en la Declaración conciliar Nostra Aetate sobre las religiones no cristianas, y hoy son ligar común.

Por Mons. Luigi Maria Carli
Cuadernos Fides nº 21. (2).

(El Obispo de Segni, Italia, Monseñor LUIGI MARÍA CARLI, se distinguió durante el Concilio Vaticano II por ser uno de los Padres más combativos del Coetus Internationales Patrum. sisinono@mixmail.com
Se trataba de un grupo de tendencia tradicional del que formaban parte, Mons. Proença Sigaud, Mons. Castro Mayer y Mons. M. Lefebvre).

En este trabajo expone la doctrina tradicional de la Iglesia sobre la responsabilidad de los judíos en la muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Los errores que por Mons. CARLI detenta en los esquemas y borradores conciliares terminaron haciéndose oficiales en la Declaración conciliar Nostra Aetate sobre las religiones no cristianas, y hoy son ligar común. Forman parte de un “meaculpismo” tan injusto con la historia de la Iglesia (que jamás ha sido RACISTA ni ANTISEMITA, considerando el judaísmo como un problema exclusivamente religioso) como ajeno de toda fundamentación doctrinal.*

*Por el contrario, de manera más convincente, J. SCHIMID comenta: “El sentido real de este versículo no puede ser que el pueblo judío, en general, vaya a subsistir como viña de Dios (es decir, dejando aparte toda metáfora, como su pueblo elegido), pero recibiendo otros jefes en sustitución de sus jefes actuales, qu son contrarios a la voluntad de Dios. Tal interpretación contradiría no solamente la realidad histórica, sino también todo el mensaje de Jesús y la fe del cristianismo primitivo. También el versículo 43 se opone ello. Dado que se habla en él de otro pueblo, al cual le será dado el “reino de Dios” y que dará sus frutos, Él no se dirige solamente a los jefes del judaísmo, en antítesis con el pueblo, sino a todo el pueblo judío (“os digo”). El versículo expresa, pues, en términos precisos y eficaces, la idea central de toda la parábola. Ésta contiene una especie de teología de la historia, que contempla la falta de Israel en toda su extensión a través del tiempo. Pero la generación presente, aquella a la cual habla Jesús, colma la medida de la falta, ya que ella entrega a la muerte al “hijo bien amado”. De este modo se ha agotado la paciencia de Dios. Resulta de ello la condenación de Israel. Será reemplazado por un nuevo Israel espiritual, que Dios suscitará entre los paganos y al cual dará también nuevos “fittavoli”, “nuevos jefes”. (O. cit., pág. 395. Téngase también presente esta profecía amenazante para los judíos: “Así yo os declaro que muchedumbres vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa en el reino de los cielos con Abraham, Isaac, y Jacob, en tanto que los hijos del Reino serán arrojados a las tinieblas exteriores” (Mt. 8, 11).
SIMÓN-DORADO tiene la misma opinión: “Así pues, la nación judía un castigo, y en primer lugar, como ella se ha comportado indignamente, será privada de la dignidad teocrática; y los paganos ocuparán su lugar. (Praelectiones biblicae asum scholarum Novum Testamentum, vol. I, Taurini, 6ª ed. 1944, pág. 814).

2º) San Pedro, hablando el día de Petencostes a varios millares de judíos, no solamente de Jerusalén sino “de todas las naciones que están bajo el cielo (Hech. 2, 6) – por tanto una especie de representación de todo el judaísmo, tanto de Palestina como de la Diáspora -, no vacila en proclamar: “Israelitas, escuchad estas palabras: vosotros habéis hecho morir por la mano de los impíos…a Jesús de Nazareth. Que toda la raza de Israel sepa pues con certeza que Dios ha constituido como Señor y Cristo a este Jesús al que vosotros habéis crucificado” (Hech. 2, 22-36). En otros términos, el Príncipe de los Apósteles atribuye a todos los oyentes – entre los cuales quizá ninguno figuraba entre los materiales homicidas de Jesús – y por tanto, a todo Israel, la RESPONSABILIDAD DEL DEICIDIO.
SAN PEDRO usa el mismo lenguaje cuando se dirige al pueblo que acudió en gran número después de la curación milagrosa del cojo: “El Dios de nuestros padres ha glorificado a su servidor Jesús, que vosotros habéis entregado y negado…Vosotros habéis renegado del santo y del justo, y vosotros habéis pedido que se os diese más bien al homicida, y habéis hecho morir al autor de la Vida” (Hech. 3, 15). ¿Cuántos entre los oyentes de San Pedro habían efectivamente traicionado, negado, dado muerte a Jesús y reclamado a Barrabas? Esto importa poco para el principio de la responsabilidad colectiva; y, sin embargo, si existieran circunstancias en las que hubiera sido justo y útil distinguir entre un puñado de responsables y una masa de inocentes…¡en verdad ésta hubiera sido una!
3º) Los apósteles reprochan al Sanedrín entero y al pueblo de Jerusalán la responsabilidad de la muerte de Jesús: “El Dios de nuestros padres ha resucitado a Jesús, al que vosotros habéis dado muerte colgándole del madero” (Hech. 5, 30). ¡Y, sin embargo, bien saben que todos los miembros del Sanedrín no habían manifestado su adhesión!
4º) San Esteban, dirigiéndose al Sanedrín y al pueblo de Jerusalén (en medio del cual quizá no estaba ninguno de los que habían dado muerte a Jesús), establece una comparación entre los judíos contemporáneos y sus padres, y afirma indistintamente: “Ellos exterminaron a los que precedían la venida del Justo, a quien vosotros habéis entregado ahora y de quien sois los asesinos” (Hech. 7, 52).
5º) Para San Pablo, “los judíos”, en general, considerados colectivamente y sin tener en cuenta loables excepciones, son aquellos “que han dado muerte al Señor Jesús y a los Profetas, que no agradan a Dios, que son adversarios de todos los hombre impidiéndonos hablar a los paganos para que se salven; de este modo acrecientan ellos sin interrupción hasta el más alto grado la medida de sus pecados; pero la cólera de Dios ha terminado por alcanzarles” (I Tes. 2, 15-16). Y, sin embargo, el Apóstol se expresa así, hacia el año 50, a propósito de los judíos que persiguen a sus compatriotas convertidos, miembros de la diversas Iglesias de la Judea de las cuales muy probablemente ninguna (o casi ninguna) había participado en el crimen.

Para concluir, estimo que se puede afirmar legítimamente que todo el pueblo del tiempo de Jesús, entendido en el sentido religioso, es decir, como colectividad qu profesa la religión de MOISÉS, fue solidariamente responsable del crimen de deicidio, a pesar de que solamente los jefes, seguidos por una parte de sus fieles, hayan consumado materialmente el crimen.
Estos jefes, ciertamente, no eran elegidos democráticamente por el sufragio popular, sino que con arreglo a la legislación y la mentalidad entonces en vigor, eran considerados por Dios mismo (cfr. Mt. 23, 2) y por la opinión pública como las autoridades religiosas legítimas, responsables oficiales de todos los actos que ejecutaban en nombre de la religión misma. Pues bien, justamente por estos jefes fue condenado a muerte Jesucristo, Hijo de Dios; y fue condenado legalmente porque se había proclamado Dios (Jn. 10, 33; 19, 7); y, sin embargo, había suministrado pruebas suficientes para ser creído tal (Jn. 15, 24).
La sentencia condenatoria fue dictada por el Consejo (Jn. 11,49 y ss.), es decir, por la mayor autoridad de la religión judía, invocando la ley de MOISÉS (Jn. 19, 7) y motivando en ella la sentencia como una acción defensiva de todo el pueblo (Jn. 11, 50) y la religión misma (Mt. 26, 65). Es el sacerdocio de AARÓN, síntesis y principal expresión de la economía teocrática y hierocrática del Antiguo Testamento, el que condenó al Mesías. Por consiguiente, es legítimo atribuir el deicidio al judaísmo en cuanto comunidad religiosa.
En ese sentido bien delimitado, y teniendo en cuenta la mentalidad bíblica, el judaísmo de los tiempos posteriores a Nuestro Señor participa también objetivamente en la responsabilidad colectivamente del deicidio, en la medida en que este judaísmo constituye la continuación libre y voluntaria del judaísmo de entonces.
En ese sentido bien delimitado, y teniendo en cuenta la mentalidad bíblica, el judaísmo de los tiempos posteriores a Nuestro Señor participa también objetivamente en la responsabilidad colectiva del deicidio, en la medida en que este judaísmo constituye la continuación libre y voluntaria del judaísmo de entonces. Un ejemplo tomado de la Iglesia puede ayudarnos a comprender la realidad. Un Soberano Pontífice y un Concilio ecuménico, aun cuando no sean elegidos por la comunidad católica con sistemas democráticos, cada vez que toman una decisión solemne con la plenitud de autoridad, hacen corresponsables de esta decisión, ahora y en todos los siglos por venir, a todo el Catolicismo, a toda la comunidad de la Iglesia.

(Véase, THEODORE H. ROBINSON, “A history of Israel”. 2 vols. Oxford at Claredon Press. Reprinted 1957).

Diario Pampero Condurbensis nº 209. Instituto Eremita Urbanus

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