martes, 26 de mayo de 2009
A favor de las preces leoninas
No se puede negar que, a pesar de la firme voluntad del Papa de poner orden en lo que a la Sagrada Liturgia en el ámbito latino se refiere (secundado por la Congregación para el Culto Divino y la Pontificia Comisión Ecclesia Dei), reina aún la confusión en este campo. Décadas de experimentaciones, extralimitaciones y abusos desgraciadamente no se pueden borrar de un plumazo, ya que han creado atavismos y formas mentales que hacen olvidar que el culto público debido a Dios es obra de Cristo y de la Iglesia (como enseñó Pío XII) y no está sujeto al capricho personal de nadie, aunque se trate de obispo o aun cardenal. Hoy en día, a pesar de que la época que podríamos llamar “salvaje” de las celebraciones litúrgicas felizmente ya ha pasado, quedan no obstante resabios de rebeldía y, sobre todo, una cierta tendencia a decidir sobre elementos de los sagrados ritos que no son ad libitum, sino que están perfectamente reglamentados. Y esto se ha llegado a contagiar incluso inconscientemente a no pocos de quienes se acogen a los libros litúrgicos del usus antiquior del rito romano, como se ve en la difundida práctica de omitir completamente, al final de las misas rezadas, las preces leoninas, que, sin embargo, continúan estando vigentes con toda fuerza de obligatoriedad.
Como se recordará, el sacerdote, después del último evangelio desciende al plano del altar y se arrodilla para recitar tres avemarías, una salve con versículo y oración, el exorcismo corto de San Miguel y tres jaculatorias al Sagrado Corazón de Jesús. Tras lo cual se levanta, sube a la predela del altar para tomar el cáliz y retirarse hacia la sacristía. Pues bien, en varios lugares en los que se sigue la liturgia romana extraordinaria hemos podido comprobar cómo sacerdotes, por otra parte buenos y observantes, acaban la misa con el último evangelio y, todo lo más, se marchan al son de alguna antífona mariana o algún otro motete o cántico. Y no se trata de misas solemnes o cantadas, de misas conventuales o de circunstancia, en cuyo caso naturalmente se omiten las preces leoninas a tenor de la norma vigente. Hablamos de misas cotidianas, simplemente rezadas, las que antes se llamaban misas “privadas” (por razón de la solemnidad, no porque la misa sea un acto privado, que no lo es nunca). Aquí nos hallamos frente a un claro abuso, cometido probablemente por inadvertencia o por ignorancia y hasta conscientemente pero en buena fe.
Digámoslo claro: las preces leoninas no han sido suprimidas y continúan perfectamente vigentes a estar a la edición del Misal Romano de 1962, que se rige por el código de rúbricas de 1960 y los decretos complementarios de la entonces Sagrada Congregación de Ritos. Por lo que concretamente respecta a aquéllas, la última disposición que sirve de referente es el decreto de este dicasterio que lleva fecha del 9 de marzo de 1960. En él se disponen dos cosas: a) que las preces leoninas pueden suprimirse en las misas denominadas “dialogadas”, y b) que pueden recitarse en lengua vernácula. De todos modos, esto ha de interpretarse como una concesión y no como un mandato, ya que el texto del decreto dice “possunt” y no “debent”. Es decir, queda salva la posibilidad de seguir recitando las preces leoninas incluso en las misas dialogadas y en latín. En cualquier caso, las preces leoninas, aunque en un ámbito quizás más restringido que antes, siguen estando en vigor y son obligatorias, y nada excusa su omisión fuera de los casos permitidos por la legislación litúrgica. A nuestro modesto entender, no sólo son obligatorias, sino muy convenientes, especialmente en estos tiempos de sorda persecución contra la Iglesia y de encarnizamiento contra la persona del Santo Padre felizmente reinante.
Reflexionemos un momento en el hecho de que las preces leoninas fueron instituidas en circunstancias muy parecidas a las que nos está tocando vivir. En 1859, el beato Pío IX dispuso que todos los sacerdotes en el territorio de los Estados Pontificios rezaran de rodillas, inmediatamente después de la misa y juntamente con el pueblo, tres avemarías y una salve seguidas de una oración pidiendo la intercesión de los santos para conjurar los graves peligros que amenazaban el poder temporal de la Iglesia por obra de los sectarios. Éstos, no se olvide, llevaban a cabo una campaña de desprestigio y de odio contra el papa Mastai, semejante a la que hoy se desarrolla contra Benedicto XVI (el nivel de inquina contra el beato Pío IX era tal que durante sus funerales se llegó a pretender lanzar al Tíber el féretro con sus restos mortales, lo cual fue evitado a duras penas). Las preces ordenadas por aquél continuaron rezándose aún después de la caída de Roma y la expoliación sardo-piamontesa, pues el nuevo régimen emprendió una política anticlerical (con desamortización incluida). En 1884, León XIII renovó el mandato de rezar las oraciones de su predecesor y las extendió a todo el mundo para obtener la libertad de la Iglesia en Alemania, perseguida por Bismarck y su Kulturkampf. Después de la pacificación con el Reich, el mismo papa ordenó tres años más tarde que las preces pianas se rezaran por la conversión de los pecadores, pero modificó la oración después de la salve y añadió otra en forma de exorcismo dirigida a San Miguel Arcángel. Desde entonces pasaron a llamarse preces leoninas. En 1904, san Pío X añadió la triple invocación al Sagrado Corazón de Jesús. Finalmente, Pío XI -que había presenciado de cerca los horrores del comunismo cuando, antes de ser papa, fue nuncio en Polonia- estableció que las preces leoninas se ofrecieran por la conversión de Rusia.
Hay que decir que estas plegarias tan útiles no son propiamente litúrgicas, debiendo ser consideradas como un ejercicio de devoción privada (de ahí que se omitan en las misas que revisten solemnidad). Por eso se las ha querido eliminar en más de una ocasión de la recitación pública. Según refiere el P. Jungmann en su clásico libro El Sacrificio de la Misa (Missarum Sollemnia), en una sesión de la Sagrada Congregación de Ritos que tuvo lugar en 1928 se planteó su supresión y cuando ya todos estaban de acuerdo en ello, se levantó un anciano cardenal que peroró a favor de esas preces aduciendo que León XIII le había confiado que quería contrarrestar con ellas a la Francmasonería (cuyas intrigas contra la Iglesia había denunciado en su encíclica Humanum genus de 1884). Este argumento convenció a los asistentes a la sesión, que decidieron mantenerlas después de todo. Testigo de la escena fue el reverendo Franz Brehm, de la importante editorial litúrgica Pustet de Ratisbona, que fue quien se la contó al P. Jungmann. Dado que las circunstancias de entonces no han cambiado sino que, al contrario, han empeorado debido a la laicización y apostasía contemporáneas, no vemos por qué justo ahora pueda considerarse que las preces leoninas son inútiles.
Sí quizás podría modificarse la postura del sacerdote que las dice, ya que no se comprende bien por qué ha de arrodillarse con todos los ornamentos de sacrificador habiendo acabado la misa para recitar unas oraciones no litúrgicas. Sería conveniente que pudiera pronunciarlas de pie, aunque el resto de la asistencia continúe estando de rodillas. Pero hoy por hoy está mandada otra cosa y a ello hemos de atenernos hasta que la autoridad competente en materia litúrgica disponga otra cosa. No podemos criticar con autoridad moral las desviaciones en el culto de aquellos que reivindicaban -y persisten en reivindicar- “libertad”, “originalidad”, “creatividad”, “espontaneidad”, y han hecho mangas y capirotes de la acción sagrada, si caemos en la misma desobediencia a las rúbricas (aunque sea por buena voluntad) y comenzamos a suprimir cosas que nos parecen superfluas u obsoletas. Así comenzó la revolución litúrgica. Sigamos más bien el ejemplo de Santa Teresa, la cual decía que “habría dado la vida por la menor de las rúbricas” con lo cual expresaba un auténtico amor a lo que es en el fondo la liturgia: obra de Dios.
Decreto de la S. Congregación de Ritos
sobre las preces leoninas
Han preguntado algunos Ordinarios de lugar a la Sagrada Congregación de Ritos si el Decreto núm. 4.305, de 20 de junio de 1913, que permite que puedan omitirse las preces al fin de la Misa, cuando la misa se celebra “con alguna solemnidad”, puede extenderse también a las misas dichas “dialogadas”, que se tienen según la Instrucción de la S. Congregación de Ritos de 3 de septiembre de 1958, núm. 31.
Y la S. Congregación de Ritos, oído el parecer de la Comisión Litúrgica, ha juzgado que debe contestarse:
Affirmative et ad mentem.
La mente es: que las llamadas “Preces Leoninas” pueden omitirse:
1.- Cuando se celebra la Misa de Desposorios, o con ocasión de primera Comunión, Comunión general, sagrada Confirmación, Ordenación sagrada o Profesión religiosa.
2.- Cuando se siga inmediata y legítimamente alguna otra función o ejercicio piadoso.
3.- Cuando se tenga homilía en medio de la Misa.
4.- Cuando se celebra Misa dialogada, pero sólo en los domingos y días de fiesta.
5.- Además, los Ordinarios de lugar pueden permitir que dichas preces se digan en lengua vernácula, según texto aprobado por ellos.
Habiendo manifestado el infrascrito Cardenal Prefecto de la S. Congregación de Ritos todas estas cosas a nuestro Santísimo Señor Juan Papa XXIII, Su Santidad se ha dignado benignamente aprobar y confirmar la respuesta de la misma Sagrada Congregación. Sin que obste nada en contrario.
Día 9 de marzo de 1960.
L+S
C. Cardenal Cicognani, Prefecto
Enrico Dante, Secretario
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