lunes, 11 de mayo de 2009

Beato Ceferino Namuncurá - 11 de mayo


Ceferino nació el 26 de agosto de 1886 y era nieto del gran monarca de las pampas Calfucurá, famoso por haberse convertido a los 70 años en un fino diplomático que logró unificar a las tribus que llegaban hasta Chile por el oeste. Eran los tiempos de Rosas pero más adelante el general Rivas le salió al cruce con los indios del cacique Catriel lo que ocasionó su rendición.

Al morir Calfucurá en 1873 fue elegido cacique por un parlamento indígena Manuel Namuncurá, hasta que la Campaña del Desierto marcó lo que se llamó “ocaso del imperio mapuche”. La rendición de Namuncurá se hizo a cambio de que el gobierno le concediera el grado de coronel del ejército y tierras en Chimpay.

Allí vio la luz su hijo Ceferino, fruto de su relación con la cautiva chilena Rosario Burgos.
Durante una infancia sin mayores alternativas transcurrida entre Chimpay y San Ignacio en Neuquén aprendió las costumbres de los suyos, pero sobre todo adquirió un gran amor a su raza.

Tenía 11 años cuando fue llevado a Buenos Aires por su padre. Sus historiadores recogen un diálogo que el niño tuvo con Manuel: “Papá ¿por qué no me lleva a Buenos Aires para estudiar? Entre tantos hombres como hay allá ojalá encuentre alguno de buen corazón para que me proteja y así pueda estudiar y ser algún día útil a mi raza”.

Después de haber ingresado a un colegio en Tigre y dadas las dificultades que tuvo al no conocer el idioma, Namuncurá recurrió al ex presidente Luis Sáenz Peña quien lo recomendó al colegio salesiano Pío IX, en el barrio porteño de Almagro, donde fue recibido por el padre Juan Cagliero el 20 de setiembre de 1897, en el mismo tiempo en que era alumno de ese colegio nada menos que un joven que llegaría a ser Carlos Gardel.

Allí se despertó la vocación sacerdotal que siempre estuvo ligada a un amor muy grande por los suyos, a los que deseaba evangelizar ya que intuía aquello que es regla de oro de toda actividad pastoral: lograr que los evangelizadores no sean de afuera sino de adentro mismo del lugar que se quiere evangelizar.

Fue así como, y ya sintiendo los primeros síntomas de una enfermedad terminal, monseñor Cagliero lo llevó a Viedma para iniciar sus estudios sacerdotales.

Al comprobar las cualidades personales y las posibilidades de convertirlo en un excelente ministro del Señor se decidió enviarlo a Roma y a la vez ponerlo en manos de especialistas que curasen el incipiente mal.

Llegó a Italia y quedó impresionado por la grandeza de las ciudades y por la recepción que se le hizo en Turín como “hijo del Cacique Namuncurá”. Fue un acontecimiento del que se hizo eco también la prensa.

En todo momento despertó la admiración de los que lo conocían por sus modales y por su prestancia, su dominio de la lengua italiana que había aprendido de los salesianos. Hasta la princesa María Leticia de Saboya Bonaparte expresó elogiosos conceptos sobre el indiecito.

En setiembre de 1904 fue recibido por el Papa Pío X a quien dirigió un pequeño discurso, pronunciado con dificultad por la emoción que lo inundaba.

Ceferino entregó al Papa una piel de guanaco y el Papa le regaló una moneda de plata. Sin duda, era toda una promesa que Pío X apreció al punto de que meses después ante el avance de su enfermedad dispuso que su propio médico personal lo asistiese.

El sueño de Ceferino se iba haciendo cada día más lejano y vislumbrando su fin escribió numerosas cartas a sus familiares y amigos que tenían todo el sabor de las despedidas.

La fama de su santidad se fue extendiendo y en 1924 sus restos fueron traídos y depositados en Fortín Mercedes en un lugar que es como la reconstrucción de un viejo puesto de frontera, sede desde entonces de peregrinaciones permanentes que hacen de ese lugar una reproducción viva de las bienaventuranzas.

Pocos como él han logrado el reconocimiento del pueblo, más allá de todas las objeciones de quienes solo miden a las personas con los criterios del mercado y no comprenden que Dios nos habla a través de instrumentos muy sencillos, porque “el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado”.

De entre los innumerables testimonios que podríamos recordar sobre la figura de Ceferino Namuncurá nos limitaremos a reproducir lo que el gran novelista Manuel Gálvez deja al terminar su libro “El santito de la toldería”, más valioso aún porque fue escrito en 1946 y que tiene una impresionante actualidad: “Magnífico sería para nuestra patria la beatificación del hijo de la pampa.

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