domingo, 15 de febrero de 2009
Monseñor Lefebvre habla sobre la Santa Misa
Parte de una conferencia dada en Granby, Canadá, por Mons. Marcel Lefebvre, Arzobispo titular de Synnada en Frigia, el 14 de marzo de 1971.
DECLARACIÓN DEL ARZOBISPO LEFEBVRE
"Destruir la Misa"
¿Cuál es la crisis que estamos atravesando actualmente? Se manifiesta, a mi entender, bajo cuatro aspectos fundamentales para la Santa Iglesia. Se manifiesta, a primera vista, creo yo, y me parece que es uno de los aspectos más graves, porque, para mí, si se estudia la historia de la Iglesia, uno se da cuenta de que la gran crisis que atravesó en el siglo XVI, crisis espantosa, que arrebató a la Iglesia santa, millones y millones de almas, regiones enteras, Estados en su totalidad, esta crisis fue, más que nada, una crisis del culto litúrgico; y que, si actualmente existen divisiones entre aquellos que se dicen cristianos, se ha de atribuir más que a otras causas, a la manera de celebrar el culto litúrgico; y si los protestantes se separaron de la Iglesia, la causa principal es que los instigadores del protestantismo, como Lutero, dijeron, desde el primer momento: "Si queremos destruir la Iglesia hemos de destruir la Santa Misa". Esta fue la consigna de Lutero. Se había dado cuenta de que, si llegaba a poner las manos en la Santa Misa, si conseguía reducir el Sacrificio de la Misa a una pura comida, a una conmemoración o recuerdo, a una significación de la comunidad cristiana, una rememoración o memorial de la Pasión de Nuestro Señor y, como consecuencia, que quedase más débil lo que hay más sagrado en la Iglesia, lo más santo que nos ha legado Nuestro Señor, lo más sacrosanto, conseguiría destruir la Iglesia. Y ciertamente, obrando de esta forma, consiguió, por desgracia, arrebatar a la Iglesia naciones enteras.
La Misa, un sacrificio
Pues, bien. Hoy existe una tendencia, que nadie puede negar, de poner las manos sobre la Santa Misa. Se llega a alterar cosas que son esenciales en la Santa Misa. Y ¿cuáles son estas cosas esenciales, en la Santa Misa? En primer lugar, la Santa Misa es un sacrificio. Un sacrificio, no es una comida. Pero, en la actualidad, se ha querido desterrar hasta la palabra sacrificio. Se habla de Cena Eucarística, se habla de comunión eucarística, se habla de todo lo que se quiera, con tal de no mencionar siquiera la palabra sacrificio, y no obstante, la Misa es, esencialmente, un sacrificio, el Sacrificio de la Cruz; no es otra cosa. Sustancialmente, el Sacrificio de la Cruz y el Sacrificio de la Misa son la misma cosa y el mismo y único Sacrificio.
No hay otra mutación que en la forma de oblación. Nuestro Señor se ofreció de una manera sangrante, cruenta, en el altar de la Cruz, siendo Él mismo el Sacerdote y la Víctima. Y sobre nuestros altares, se ofrece, siendo igualmente el Sacerdote y la Víctima, por ministerio de los sacerdotes.
El sacerdote es solamente el Ministro consagrado por el Sacramento del Orden, configurado, por el Carácter, al Sacerdocio de Nuestro Señor Jesucristo, ofreciendo el Sacrificio de la Misa, en la persona de Cristo: "in persona Christi".
La Presencia Real
Ya que os he hablado de Sacrificio, hablemos ahora de la segunda cosa necesaria, esencial, que es la Presencia Real de Nuestro Señor, en la Sagrada Eucaristía. Si se elimina la Transubstanciación -esta palabra es de una importancia capital-, porque, al suprimirla, se omite la presencia real, y deja, por tanto, de haber Víctima.
Deja de haber Víctima para el Sacrificio. Y, por tanto, deja de haber Misa. Dicho de otra forma: deja de existir Sacrificio y nuestra Misa es vana. Nos quedamos sin Misa. (Ha dejado de ser el Sacrificio que nos dio Nuestro Señor, en la Santa Cena y en la Cruz y que les mandó a los Apóstoles perpetuar sobre el altar). Es el segundo elemento indispensable. Primero, el Sacrificio, luego, la Presencia Real. Hablemos ahora del Carácter sacerdotal del Ministro.
Es el sacerdote, no los fieles
Es el sacerdote el que ha recibido el encargo, de Dios Nuestro Señor, de continuar el Sacrificio y de ninguna manera los fieles. Cierto es que los fieles se han de unir al Sacrificio, unirse de todo corazón, con toda su alma, a la Víctima, que está sobre el altar, como debe hacerlo también el sacerdote. Pero los fieles no pueden ofrecer, en manera alguna, el Santo Sacrificio, "in persona Christi", como el sacerdote.
El sacerdote está configurado al Sacerdocio de Cristo, está marcado para siempre, para la eternidad. "Tu est sacerdos in aeternum"... Sólo él puede ofrecer verdaderamente el Sacrificio de la Misa, el Sacrificio de la Cruz. Y, por consiguiente, sólo él puede pronunciar las palabras de la Consagración.
¡De rodillas!
No es normal que los seglares se coloquen alrededor del altar y que pronuncien todas las palabras de la Misa, junto con el sacerdote. Porque ellos no son sacerdotes en el sentido propio en que lo es el sacerdote consagrado. Tampoco podemos considerar como cosa normal el haber suprimido toda señal de respeto a la Real Presencia. A fuerza de no ver ningún respeto hacia la Sagrada Eucaristía, acaba por no creerse en la Presencia Real. Y ¿quién se atreverá a llegar, por tal camino, a cosa parecida, después de meditar la divina Palabra, según la cual "al nombre de Jesús, dóblese toda rodilla, en el Cielo, en la tierra y en los infiernos"? Si al solo nombre hay que arrodillarse ¿vamos a permanecer de pie, cuando está presente en realidad, en la Sagrada Eucaristía?
Al lugar donde se ofrece un sacrificio, se le llama altar. Por ello, no se puede aceptar, como sustitutivo del altar, una mesa corriente, destinada a las comidas, que, según recordaba San Pablo, se hallan en los comedores de las casas, para comer y beber. El altar ha de ser pieza que no se traslade y donde se ofrece y se derrama la sangre. En el momento en que el altar se convierte en mesa de comedor, ha dejado de ser altar.
Tomado del protestantismo
Suprimir todos los altares, que son verdaderamente tales, poner, en su lugar una mesa de madera, delante del altar, que ha sido solemnemente consagrado, es, precisamente, hacer desaparecer la noción de Sacrificio, que hemos visto es de importancia capital para la Iglesia Católica. y es de esta forma como llegó y se consolidó el protestantismo. Por esta desaparición de la idea de Sacrificio, pasó Inglaterra entera, al cisma y luego a la herejía. ...Resbalando, resbalando, poco a poco, vamos a encontrarnos protestantes, sin enterrnos siquiera.
Tomado, algo abreviado, de la publicación "Vers Demain", número de noviembre-diciembre de 1971.
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