martes, 10 de febrero de 2009

El Papa es el Vicario de Cristo




Posición de los Tradicionalistas por Mons. Antonio de Castro Mayer


Vicario de Cristo. Es así como identificamos al Papa. Así lo definen los Concilios, como el de Florencia y el Vaticano primero.
Como Vicario de Jesucristo, el Papa es el jefe de la Iglesia. Jesucristo edificó su Iglesia sobre la roca de Pedro, y el Papa es el sucesor de San Pedro en el cargo de Jefe. De ahí la frase "ubi Petrus ibi Ecclesia", para decir que donde está el Papa ahí está la Iglesia. He aquí lo que el primer Concilio del Vaticano destaca que al Papa se debe obediencia no solamente en las cuestiones de Fe y Costumbres sino también en las relativas a la disciplina y al gobierno de la Iglesia, y declara que en la comunión con el Papa conservamos la unión con la Iglesia.


En efecto, el Papa es esencialmente el Vicario de Jesucristo. En otras palabras, él asume la Persona de Jesucristo. Hace sus veces. Se le debe el acatamiento y la obediencia que se le presta a Jesucristo, a quien él representa. Su poder, sin embargo, su jurisdicción es vicaria. De suyo, ella es de Jesucristo, pues, como escribía el Papa Inocencio III al Patriarca de Constantinopla, el 12 de noviembre de 1199, "el primer y principal fundamento de la Iglesia es Jesucristo". El Divino Salvador, entre tanto, confió su poder a Pedro: "Como mi Padre me envió, Yo os envío", dice El a sus Apóstoles, especialmente al Jefe de ellos, San Pedro. Esta autoridad fue dada de modo permanente, y para siempre, para que el Papa la ejerza en su lugar, haciendo las veces de El, "vices eius gerens".

Este aspecto es esencial al Papado. No puede ser olvidado. Su olvido puede tener nefastas consecuencias. Puede llevar a la persona a pensar que el Papa es el dueño de la Iglesia, que puede hacer lo que quiera, mandar y desmandar lo que mejor le parezca, estando siempre los fieles obligados simplemente a obedecer. Reflexionando un poco, se ve que esta concepción atribuye al Papa la omnisciencia y la omnipotencia que son atributos exclusivos de Dios. No hace otra cosa la idolatría que transfiere a la criatura lo que es peculiar a la divinidad.

Por ese motivo, el primer Concilio del Vaticano al definir los poderes del Papa, tomó el cuidado de definir también su finalidad y sus limites. El Papa debe conservar la Iglesia de Cristo intacta, a través de la cual el Divino Salvador hace perenne su obra de salvación. Mantendrá, pues, la estructura de la Santa Iglesia como el Señor la constituyó, y velará para conservar y transmitir intacta la Fe y la Moral recibida de la Tradición Apostólica. Para este fin y dentro de estos limites, el Papa goza de la asistencia divina que le asegura la imposibilidad de errar y de desorientar a los fieles siempre que define un punto de Fe y Moral.

No es despropósito pensar que, precisamente para fijar bien el poder vicario del Papa, la Providencia haya permitido que, en el trono de San Pedro, se hayan sentado individuos, en cuya doctrina y/o procedimiento, se encuentran puntos gravemente prejudiciales a la Fe y/o a la moral. No enseñaban con su autoridad suprema y definiendo en materia de Fe, o daban mal ejemplo con su modo de proceder. Se explica así el juicio emitido sobre Honorio I ya sea por el III Concilio de Constantinopla ya sea por San León II, o sea, que él (Honorio I) "con profunda traición permitió que se manchase la inmaculada Fe de esta Iglesia Apostólica". Y de modo semejante, se verifican hechos dolorosos en la Historia de la Iglesia.

Resistir a tales enseñanzas y malos ejemplos no es negar obediencia al Papa, o a su persona. Quien así procede da una adhesión al Vicario de Jesucristo. Y es solamente como Vicario de Jesucristo que el Papa está dotado de los poderes de jurisdicción sobre toda la Iglesia".
Mons. Antonio Castro Mayer
Obispo de Campos Brasil



FSSPX

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