Mira, hijo, el pregonero evangélico debe ser como un trueno de Dios, que conmueva saludablemente los corazones de los infieles esclavos del pecado. Debe animar a todos a amar aquellas virtudes de las que están privados. Después, unirá la voz con la predicación evangélica. Seguidamente, provisto también de una vida santa en todo, tendrá el valor de vencer cualquier respeto humano y proclamará en alta voz la predicación de los verdades evangélicas.
OOCC XIII 456-457
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