domingo, 15 de agosto de 2010

La Virgen María: guía de los Apóstoles, apoyo de los Mártires, luz de los Santos - SS Benedicto XVI


Esta mañana a las 8, el Santo Padre Benedicto XVI celebró la santa misa en Solemnidad de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María, en la iglesia parroquial de Santo Tomás de Villanueva en Castelgandolfo, donde transcurre este período de verano. Concelebraron con el Papa, entre otros, el cardenal Secretario de Estado, el obispo de Castelgandolfo y el Rector Mayor de los Salesianos. En su homilía, dirigiéndose a los fieles que abarrotaban la parroquia, el Santo Padre comenzó diciendo:

“Hoy la Iglesia celebra una de las fiestas más importantes del año litúrgico dedicadas a María Santísima: la Asunción” y recordó que este año se celebra el 60 aniversario de la definición solemne de este dogma por parte del Venerable Papa Pío XII, que tuvo lugar el 1 de noviembre de 1950. Glosó un párrafo de la Constitución apostólica Munificentissimus Deus:

“De tal modo la augusta Madre de Dios, misteriosamente unida a Jesucristo desde toda la eternidad con un mismo decreto de predestinación, inmaculada en su concepción, virgen sin mancha en su divina maternidad, generosa socia del divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sobre sus consecuencias, al fin, como supremo coronamiento de sus privilegios, fue preservada de la corrupción del sepulcro y, vencida la muerte, como antes por su Hijo, fue elevada en alma y cuerpo a la gloria del Cielo, donde resplandece como Reina a la diestra de su Hijo, Rey inmortal de los siglos” (Munificentissimus Deus).

El núcleo de nuestra fe, la Resurrección de Cristo, anticipado en la Asunción de la Virgen

El Papa explicó que “éste es el núcleo de nuestra fe en la Asunción: nosotros creemos que María, como Cristo su Hijo, ya ha vencido la muerte y triunfa en la gloria celeste en la totalidad de su ser, con alma y cuerpo”. Y recordando que san Pablo, en la segunda lectura de hoy, ilumina este misterio, partiendo del hecho central de la historia humana y de nuestra fe, es decir, de la Resurrección de Cristo, que es “la primicia de aquellos que han muerto”, añadió textualmente:

“San Pablo nos dice que todos somos “incorporados” en Adán, el primero y viejo hombre, todos tenemos la misma herencia humana a la que pertenece: el sufrimiento, la muerte, el pecado. Pero añade a esto que todos nosotros podemos ver y vivir cada día algo nuevo: que no sólo estamos en esta herencia del único ser humano, que comenzó con Adán, sino que somos “incorporados” también en el hombre nuevo, en Cristo resucitado, y así la vida de la Resurrección ya está presente en nosotros. Por lo tanto, esta primera “incorporación” biológica es incorporación en la muerte, que genera la muerte. La segunda, nueva, que se nos dado en el bautismo, es “incorporación” que da la vida”

“Lo que san Pablo afirma de todos los hombres, la Iglesia, en su Magisterio infalible, lo dice de María, pero de un modo y con un sentido preciso: la Madre de Dios está insertada hasta tal punto en el Misterio de Cristo que es partícipe de la Resurrección de su Hijo con todo su ser ya al término de la vida terrena”

“Hoy no nos limitamos a admirar a María en su destino glorioso, como a una persona muy lejana a nosotros. “¡No! Estamos llamados al mismo tiempo a ver cuanto el Señor, en su amor, ha querido también para nosotros, para nuestro destino final: vivir a través de la fe en la comunión perfecta de amor con Él y así vivir verdaderamente para siempre”.

La esperanza del Cielo: El Cristianismo no anuncia sólo una forma de salvación del alma en un impreciso más allá

El Obispo de Roma se detuvo sobre un aspecto de la afirmación dogmática, en la que se habla de “Asunción a la gloria del Cielo”. Y afirmó que

“Con el término ‘Cielo’ no nos referimos a un lugar preciso del universo, a una estrella o a algo. No. Nos referimos a algo mucho más grande y difícil de definir con nuestros limitados conceptos humanos. Con este término Cielo queremos afirmar que Dios no nos abandona ni siquiera en la muerte o más allá de ella, sino que tiene un lugar para nosotros y nos da la eternidad, que en Dios es un lugar para nosotros”.

“Dios no pasa jamás y todos existimos en virtud de su amor eterno; existimos porque Él nos ama, porque él nos ha pensado y nos ha llamado a la vida. Existimos en los pensamientos y en el amor de Dios. Existimos en toda nuestra realidad, no sólo en nuestra “sombra”. En Dios, Él en su pensamiento y en su amor, nosotros somos custodiados e introducidos con toda nuestra vida, con todo nuestro ser en la eternidad”.

“Esto quiere decir que de cada uno de nosotros no seguirá existiendo sólo una parte, que nos será, por decirlo de alguna manera, arrancada, mientras otras se arruinan. Todo el hombre, toda su vida es tomada por Dios y en Él purificada, y recibe la eternidad. El Cristianismo no anuncia sólo una forma de salvación del alma en un impreciso más allá, en el que todo lo que en este mundo ha sido para nosotros precioso y querido sería borrado, sino que promete la vida eterna, la vida del mundo venidero”: en la que nada de lo que nos es precioso y querido se arruinará, sino que encontrará plenitud en Dios”.

Y tras recordar que Jesús dijo que todos los cabellos de nuestra cabeza están contados, y que como cristianos estamos llamados a edificar este mundo nuevo, a trabajar a fin de que llegue a ser un día el mundo de Dios, el Santo Padre concluyó su homilía con las siguientes palabras:

“Oremos al Señor a fin de que nos haga comprender cuán preciosa es toda nuestra vida ante sus ojos; refuerce nuestra fe en la vida eterna; nos haga hombres de esperanza, que trabajan para construir un mundo abierto a Dios, hombres llenos de alegría, que saben vislumbrar la belleza del mundo futuro en medio de los afanes de la vida cotidiana y que viven con esta certeza”

Ángelus: celebramos el paso de la condición terrena a la bienaventuranza celeste

Al mediodía, como todos los domingos y festividades, el Papa rezó el ángelus e impartió su bendición apostólica a los fieles y peregrinos que se reunieron en el patio interior del palacio apostólico de Castelgandolfo de la región italiana del Lacio. Antes de rezar el ángelus, el Pontífice recordó que hoy, en la solemnidad de la Asunción al Cielo de la Madre de Dios, celebramos el paso de la condición terrena a la bienaventuranza celeste de Aquella que ha generado en la carne y acogido en la fe al Señor de la Vida.

El Papa destacó además que artistas de todas las épocas han pintado y esculpido la santidad de la Madre del Señor adornando iglesias y santuarios. Poetas, escritores y músicos han tributado honor a la Virgen con himnos y cantos litúrgicos. De Oriente a Occidente la Toda Santa es invocada Madre celeste, que tiene al Hijo de Dios entre sus brazos y bajo cuya protección encuentra refugio toda la humanidad, con la antigua oración: “bajo tu protección buscamos refugio, Santa Madre de Dios: no desprecies nuestras súplicas de quienes estamos en la prueba, sino libéranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita”.

Después de recordar que en el Evangelio de esta solemnidad san Lucas describe la realización de la salvación a través de la Virgen María, el Pontífice invitó a los fieles y peregrinos presentes y a quienes lo escuchaban a través de la radio y la televisión a encomendarnos a Aquella que -como afirma el Siervo de Dios Pablo VI- «asunta al cielo, no ha abandonado su misión de intercesión y salvación» (Marialis Cultus, 18). A Ella, guía de los Apóstoles, apoyo de los Mártires, luz de los Santos, dijo el Papa dirijamos nuestra oración, suplicándole que nos acompañe en esta vida terrena, que nos ayude a mirar hacia el Cielo y que nos acoja un día junto a Su Hijo Jesús.

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