En su habitual catequesis de la audiencia general de este miércoles que presidió en el Palacio Apostólico de Castel Gandolfo ante unas cuatro mil personas, cupo máximo de este recinto, el Papa Benedicto XVI hizo una profunda reflexión sobre el martirio y como este acto constituye expresión total del amor a Dios. Esta entrega de muchos hermanos, explicó, constituye un gran aliciente para luchar por la santidad cotidiana que transforme al mundo.
El Santo Padre recordó al iniciar su catequesis a una serie de mártires de diversas épocas como San Lorenzo, del siglo III; San Ponciano, Papa, el sacerdote San Hipólito; y más recientemente a Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein) y San Maximiliano Kolbe, quienes murieron por la fe durante la Segunda Guerra Mundial; a quienes la Iglesia recuerda en estos días.
"¿Dónde se funda el martirio? La respuesta es simple: en la muerte de Jesús, en su sacrificio supremo de amor, consumado en la Cruz para que pudiéramos tener vida. Cristo es el siervo sufriente del que habla el profeta Isaías, que se ha donado a sí mismo en rescate por muchos. Él exhorta a sus discípulos, a cada uno de nosotros, a tomar cada día la propia cruz y seguirlo en el camino del amor total a Dios Padre y a la humanidad", señaló el Papa.
Con la lógica del grano de trigo que muere en la tierra para dar fruto, continuó Benedicto XVI, "el mártir sigue al Señor hasta el final, aceptando libremente morir por la salvación del mundo, en una prueba suprema de fe y de amor".
La fuerza del martirio, dijo luego el Papa Benedicto, nace "de la profunda e íntima unión con Cristo, porque el martirio y la vocación al martirio no son el resultado de un esfuerzo humano, sino la respuesta a una iniciativa y a una llamada de Dios, son un don de Su gracia, que hace capaces de ofrecer la propia vida por amor a Cristo y a la Iglesia, y así al mundo".
"Si leemos –prosiguió– la vida de los mártires nos quedamos asombrados por la serenidad y el coraje de afrontar el sufrimiento y la muerte: la potencia de Dios se manifiesta plenamente en la debilidad, en la pobreza de quien se confía a Él y pone sólo en Él la propia esperanza".
Es importante subrayar, precisó el Santo Padre, "que la gracia de Dios no suprime o sofoca la libertad de quien afronta al martirio, sino que al contrario la enriquece y la exalta: el mártir es una persona sumamente libre, libre en relación al poder, al mundo, una persona libre, que en un único acto definitivo dona a Dios toda su vida, es un supremo acto de fe, de esperanza y de caridad, se abandona en las manos de su Creador y Redentor, sacrifica la propia vida para ser asociado en modo total al Sacrificio de Cristo en la Cruz".
"En una palabra, el martirio es un gran acto de amor en respuesta al inmenso amor de Dios", destacó.
Tras recordar que probablemente "no estemos llamados al martirio", el Papa advirtió que "ninguno de nosotros está excluido de la llamada divina a la santidad, a vivir en alta medida la existencia cristiana y esto implica tomar la cruz de cada día sobre sí".
Finalmente Benedicto XVI indicó que "todos, sobre todo en nuestro tiempo en el que parecen prevalecer el egoísmo y el individualismo, debemos asumir como primer y fundamental esfuerzo aquel de crecer cada día en un amor más grande a Dios y a los hermanos para transformar nuestra vida y transformar así también nuestro mundo".
En su saludo en español al final de la catequesis, el Santo Padre se dirigió de manera particular a "los grupos de fieles venidos de España, México y otros Países Latinoamericanos" y recordó que "Dios nos llama a todos a la santidad. Nos llama a seguir más de cerca de Cristo, esforzándonos en transformar este mundo con la fuerza del amor a Dios y a los hermanos".
"Fijándonos en el ejemplo de los santos y los mártires, pidamos al Señor que inflame nuestros corazones, para que seamos capaces de amar como Él nos ha amado. Que Dios os bendiga".
El Santo Padre recordó al iniciar su catequesis a una serie de mártires de diversas épocas como San Lorenzo, del siglo III; San Ponciano, Papa, el sacerdote San Hipólito; y más recientemente a Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein) y San Maximiliano Kolbe, quienes murieron por la fe durante la Segunda Guerra Mundial; a quienes la Iglesia recuerda en estos días.
"¿Dónde se funda el martirio? La respuesta es simple: en la muerte de Jesús, en su sacrificio supremo de amor, consumado en la Cruz para que pudiéramos tener vida. Cristo es el siervo sufriente del que habla el profeta Isaías, que se ha donado a sí mismo en rescate por muchos. Él exhorta a sus discípulos, a cada uno de nosotros, a tomar cada día la propia cruz y seguirlo en el camino del amor total a Dios Padre y a la humanidad", señaló el Papa.
Con la lógica del grano de trigo que muere en la tierra para dar fruto, continuó Benedicto XVI, "el mártir sigue al Señor hasta el final, aceptando libremente morir por la salvación del mundo, en una prueba suprema de fe y de amor".
La fuerza del martirio, dijo luego el Papa Benedicto, nace "de la profunda e íntima unión con Cristo, porque el martirio y la vocación al martirio no son el resultado de un esfuerzo humano, sino la respuesta a una iniciativa y a una llamada de Dios, son un don de Su gracia, que hace capaces de ofrecer la propia vida por amor a Cristo y a la Iglesia, y así al mundo".
"Si leemos –prosiguió– la vida de los mártires nos quedamos asombrados por la serenidad y el coraje de afrontar el sufrimiento y la muerte: la potencia de Dios se manifiesta plenamente en la debilidad, en la pobreza de quien se confía a Él y pone sólo en Él la propia esperanza".
Es importante subrayar, precisó el Santo Padre, "que la gracia de Dios no suprime o sofoca la libertad de quien afronta al martirio, sino que al contrario la enriquece y la exalta: el mártir es una persona sumamente libre, libre en relación al poder, al mundo, una persona libre, que en un único acto definitivo dona a Dios toda su vida, es un supremo acto de fe, de esperanza y de caridad, se abandona en las manos de su Creador y Redentor, sacrifica la propia vida para ser asociado en modo total al Sacrificio de Cristo en la Cruz".
"En una palabra, el martirio es un gran acto de amor en respuesta al inmenso amor de Dios", destacó.
Tras recordar que probablemente "no estemos llamados al martirio", el Papa advirtió que "ninguno de nosotros está excluido de la llamada divina a la santidad, a vivir en alta medida la existencia cristiana y esto implica tomar la cruz de cada día sobre sí".
Finalmente Benedicto XVI indicó que "todos, sobre todo en nuestro tiempo en el que parecen prevalecer el egoísmo y el individualismo, debemos asumir como primer y fundamental esfuerzo aquel de crecer cada día en un amor más grande a Dios y a los hermanos para transformar nuestra vida y transformar así también nuestro mundo".
En su saludo en español al final de la catequesis, el Santo Padre se dirigió de manera particular a "los grupos de fieles venidos de España, México y otros Países Latinoamericanos" y recordó que "Dios nos llama a todos a la santidad. Nos llama a seguir más de cerca de Cristo, esforzándonos en transformar este mundo con la fuerza del amor a Dios y a los hermanos".
"Fijándonos en el ejemplo de los santos y los mártires, pidamos al Señor que inflame nuestros corazones, para que seamos capaces de amar como Él nos ha amado. Que Dios os bendiga".
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