viernes, 20 de agosto de 2010

Informe sobre el Liberalismo - Monseñor Marcel Lefebvre



INTRODUCCIÓN

Deseamos que Jesucristo, Hijo de Dios y Redentor de los hombres, reine no sólo sobre los individuos, sino también sobre las familias, pequeñas y grandes, sobre las naciones, y sobre todo el orden social. Esta es la idea rectora que nos une especialmente esta semana.

De este reinado social de Cristo Rey, reinado legítimo en sí, necesario para nosotros, no hay adversario más temible por su astucia, su tenacidad, su influencia, que el liberalismo moderno.

¿Qué es pues el liberalismo?, ¿cuáles son sus orígenes, sus principales manifestaciones, su desarrollo lógico?, ¿cómo calificarlo y refutarlo?... tales son algunas de las preguntas de las que esta relación quiere exponer rápidamente el enunciado con su respuesta.
1º) EL TÉRMINO Y LA COSA

El término “liberal”, como aquel del cual procede, “libertad”, gusta a la masa inconsciente; en efecto, a causa de su misma imprecisión sonora, es fácilmente entendido y permite así a cada uno elegir y aplaudir, entre los múltiples sentidos que abarca, aquel que responde mejor a sus convicciones, a sus sentimientos, a sus intereses. De allí los numerosos y, en definitiva, funestos equívocos a los que se presta.

Sirve para designar ya sea aquello que conviene a un hombre de condición libre, o la cualidad de un corazón abierto a la piedad y generoso; en este sentido Dios es, según Santo Tomás, “máxime liberalis” (1); o, finalmente, el amor a una cierta libertad. Es en este último sentido que lo tomamos aquí: el liberal es aquel que es y se declara partidario de la libertad.

Pero se encontrarán, nuevamente, muchos modos de ser “liberal”, según las muy diversas interpretaciones que podrán darse a esta palabra “libertad”.

Bajo la Restauración, el partido «liberal» incluía a los discípulos de Voltaire y de Rousseau, imbuidos de los principios de 1789, enemigos de la monarquía católica y de la Iglesia romana, devotos de las “libertades modernas”, concebidas como una conquista definitiva, como un ideal intangible, del cual ellos se hacían los más ardientes prosélitos.

Este es el sentido que ha mantenido hasta hoy entre nuestros vecinos, los belgas. Pero en Francia, desde el día en que, bajo la influencia de F. de Lamennais, algunos católicos preconizaron la adhesión a las «libertades modernas», los entusiastas de la Declaración de los Derechos del Hombre, los herederos de la Revolución pretendieron, no sin razón, poseer el monopolio del “liberalismo integral”, “radical”: fue así que los “liberales” de 1820 se convirtieron en los «radicales» de la Tercera República; abandonaron a los partidarios del orden el calificativo mismo del desorden, al punto que hoy, en Francia, el término “liberal” es a menudo aplicado, a modo de elogio, a todo estado de espíritu, a todo sistema favorable a las libertades legítimas.

Aquí lo entendemos, por el contrario, en el sentido netamente peyorativo de una afección morbosa por una libertad desordenada, o del sistema en el cual trata de traducirse esta afección, como para justificarse respecto a la razón. Se trata entonces de mostrar al desnudo esta afección, de precisar este sistema y definirlo.

La tarea es de las más difíciles: en efecto, el liberalismo, tomado en su conjunto, es algo vago,variable, al gusto de las personas y de las circunstancias. De allí la extrema dificultad de aprehender este proteo que asume a voluntad todas las formas, todos los rostros, incluida la máscara de la verdad y de la virtud.

Intentemos entonces hallar, bajo sus múltiples manifestaciones, su característica más formal y su sentido más profundo, para dar una definición, al menos aproximada.

2º) LA VERDADERA NOCIÓN DE LIBERTAD

El liberalismo, como su mismo nombre lo indica, se presenta como un sistema de libertad. Pero, ¿qué es la libertad? Nueva dificultad, ya que la palabra expresa, a su vez, cosas muy diversas.

En general, la palabra “libertad” sugiere la idea de exención de la necesidad, de ligaduras, de la sujeción; significa una cierta independencia y dominio. Sin entrar en las numerosas distinciones que una simple relación no puede comprender, destacaré solamente tres sentidos principales de Libertad:

1º) La libertad física externa, libertad de acción o espontaneidad (en latín, “libertas a coactione”): significa la exención de la necesidad física exterior, o sujeción, la ausencia de obstáculos al ejercicio de la actividad natural. Es común al hombre, al animal e incluso a los seres inferiores.

2º) La libertad física interna o “libre arbitrio” (“libertas a necessitate”): es la libertad de elección que exime de la necesidad interna; arraigada en la espiritualidad, hace al ser dotado de ella verdaderamente causa y dueño de sus actos, y en consecuencia, responsable. Esta libertad es, pues, propia del ser inteligente y se opone al determinismo.

3º) La libertad moral: es la libertad física interna en tanto que limitada razonablemente en su objeto y perfeccionada en su ejercicio por la ley procedente de la autoridad legítima y que traza al libre arbitrio los límites que no puede superar, los caminos que puede o debe seguir. En este sentido, la libertad es sinónimo de derecho y se dice siempre en plural: las libertades, las franquicias, los derechos.

Las demás libertades no son más que emanaciones o determinaciones de estas tres clases de libertades; así, la libertad civil será la facultad de cumplir sin trabas todos los actos legítimos del ciudadano en la ciudad; la libertad política, la participación razonable y proporcional de los ciudadanos en los asuntos de interés general, comportando una cierta autonomía y resultando de franquicias locales y profesionales tan amplias como lo exijan las circunstancias...

Estas simples nociones bastan para permitirnos precisar los conceptos católico y liberal de la libertad, y para ver como difieren y se oponen.

El Católico afirma y mantiene dos principios: la realidad del libre arbitrio del hombre, contra los deterministas; y su necesaria dependencia respecto a Dios, a sus leyes y a las autoridades que proceden de El. El hombre es a la vez libre físicamente, en tanto que dotado de un alma espiritual, exenta del determinismo de la materia, y moralmente obligado o necesitado, en tanto que dependiente de Dios y de sus leyes. Viniendo de Dios, retorna a Dios libremente, pero obligatoriamente y conforme a sus prescripciones; debe obedecer libremente a la necesidad moral, al deber, a la ley. Así, al igual que la lógica, ordenando las ideas según sus relaciones esenciales, conduce el espíritu, sometido a sus leyes, hacia la verdad científica, del mismo modo la moral, ordenando los bienes según su valor respectivo, hace buena a la voluntad libre que le obedece y la encamina hacia la posesión de su fin, hacia la perfección del hombre. Esto es lo que se llama el uso racional del libre arbitrio: limitándole, trazándole sus caminos, la ley lo perfecciona y le permite alcanzar su fin. Así, el hombre, esencialmente libre por naturaleza y no menos esencialmente dependiente por condición, tiene el derecho, la libertad moral de hacer sólo una parte de aquello que puede hacer; en consecuencia, para sintetizar todos los elementos de la verdadera libertad, se puede decir que ella consiste en que la actividad propiamente humana, ya desligada por naturaleza de las trabas de la materia (libre arbitrio) luego moderada y ordenada en sus elecciones por la ley (libertad moral), no debe ser obstaculizada, sino auxiliada en las prosecución fundamental de su fin último (libertad de acción). Y si a esta actividad natural se agrega un día la gracia, principio de vida superior divina, se tendrá la libertad cristiana, de la cual toda su ley será la Caridad, la fusión íntima con la Voluntad siempre recta de Dios, caridad ordenada por la verdad especulativa y práctica que somete al hombre a Dios para liberarlo de todo lo que es indigno de El; y esta libertad tiene derecho a todo respeto, porque es la actividad del mismo Espíritu Santo en el hombre. Esta noción de la verdadera Libertad hace comprender que, para el hombre, ella consiste en no ser impedido de cumplir los actos que la Ley o le prescribe realizar: de allí las espléndidas definiciones dadas por León XIII: “La facultad de moverse en el bien”, “la facultad de alcanzar su fin sin obstáculos”.

El liberal, por el contrario, comienza por enredar estas nociones y, a favor de los equívocos que así se hacen posibles, no los desaprovecha para erigir como derechos absolutos sus deseos, voluntades y caprichos. Del libre arbitrio con frecuencia ni se preocupa; incluso es de buena gana determinista. Pero si rechaza el libre arbitrio no es sino para extender aun más la libertad moral, sustrayéndose así a toda autoridad, a toda responsabilidad. De este modo termina confundiendo perfectamente libertad e independencia, si no es que ya ha comenzado por allí. El católico enuncia que el libre arbitrio no debe ser arbitrario, que el “apetito racional” debe actuar según la razón, ser moderado por la autoridad y la ley, ordenado al fin del hombre. El liberal hace de la libertad misma un fin en sí (2), ella es por sí misma su ley, en tanto que independencia soberana y autonomía plena. La libertad católica se diviniza sometiéndose a Dios, la libertad liberal se destruye haciéndose Dios.

Un ejemplo hará comprender mejor esta oposición radical: tanto el liberal como el católico preconizan la libertad de conciencia. Pero el católico entiende por esto la plena facultad de cada uno de conocer, amar y servir a Dios sin trabas, “el derecho de practicar su religión y de obtener que la leyes de su país la sostengan y la protejan” (Cardenal Andrieu), el derecho, para la Iglesia, de cumplir su misión en el mundo... “ut destructis adversitatibus et erroribus universis, Ecclesia tua secura tibi serviat libertate”.(3) El liberal, por su parte, quiere afirmar con ello la plena independencia de todo hombre en el orden religioso, la libertad de creer lo que quiera o incluso de no creer; es el derecho al error y a la apostasía, es el derecho a exigir que las leyes de su país tengan en cuenta el escepticismo, su incredulidad.

Así, cuando la Iglesia reclama la libertad de conciencia (o mejor, de las conciencias) y la Tercera República la proclama solemnemente, no podemos dudar que bajo la identidad de fórmula se oculta un malentendido radical: se emplean las mismas palabras, se comprenden en un sentido totalmente opuesto.

Así, en tanto que la libertad católica es una fuerza moderada por la razón y la fe, canalizada y dirigida por la ley y la autoridad, la libertad “liberal” se convierte en sinónimo de independencia más o menos absoluta respecto a las reglas, a la autoridad, a la ley...Es, frente a la libertad ordenada, una libertad anárquica: nada nos permitirá comprenderlo mejor que el simple análisis de los hechos y la enumeración de los diversos aspectos del liberalismo.

3º) ASPECTOS DEL LIBERALISMO. SU DEFINICIÓN

El liberal es fanático de la independencia, la predica hasta el absurdo, en todo dominio:

• La independencia de lo verdadero y del bien respecto al ser: es la filosofía relativista de la “movilidad” y del “devenir”;

• La independencia de la inteligencia respecto a su objeto: soberana, la razón no tiene que someterse a su objeto, sino que lo crea, de donde surge la evolución radical de la verdad; subjetivismo relativista;

• La independencia de la voluntad respecto de la inteligencia: fuerza arbitraria y ciega, la voluntad no tiene que preocuparse por los juicios y estimaciones de la razón, sino que crea el bien tal como la razón crea lo verdadero;

• La independencia de la conciencia respecto a la norma objetiva, a la ley: ella misma se erige en regla suprema de la moralidad;

• La independencia de las potencias anárquicas del sentimiento respecto de la razón: es uno de los caracteres del Romanticismo, enemigo de la preeminencia de la razón ( cfr. Rousseau, Michelet...);

• La independencia del cuerpo respecto al alma, de la animalidad respecto a la razón: es la inversión radical de los valores humanos;

• La independencia del presente respecto al pasado: de allí el desprecio a la tradición, el mórbido amor a lo nuevo bajo el pretexto del progreso;

• La independencia de la razón y de la ciencia respecto a la fe: es el Racionalismo, para el cual la razón, juez soberano y medida de lo verdadero, se basta a sí misma y rechaza todo dominio extraño;

• La independencia del individuo respecto a toda la sociedad: del niño respecto a sus padres, de la mujer respecto al marido, del ciudadano respecto al Estado, del fiel respecto a la Iglesia. Es el individualismo anárquico, para el cual el hombre, naturalmente bueno (Rousseau) o en fatal progreso (Payot, Bayet) debe poder evolucionar a su gusto, en toda libertada, vivir intensamente su vida; todo atentado a esta libertad sagrada es tiranía, despotismo, crimen de lesa humanidad;

• La independencia del obrero respecto al patrón: de allí la tendencia a subestimar la jerarquía corporativa por la igualdad cooperativa y, mediante la participación en los beneficios y en la gestión, mediante los obreros accionistas, la marcha hacia la sovietización de la industria;

• La independencia del hombre, de la familia, de la profesión, especialmente del Estado, respecto a Dios, a Jesucristo, a la Iglesia, que es, según los puntos de vista, el naturalismo, el laicismo, el latitudinarismo...teniendo como consecuencias o como principios las “libertades modernas”, veneradas como las divinidades del futuro;

• La independencia del pueblo y de sus representantes respecto a Dios: soberanía popular y sufragio universal entendidos como medida de lo verdadero y del bien, fuente de todos los derechos en la nación; de allí la apostasía de los pueblos al rechazar la realeza social de Jesucristo, al desconocer la autoridad divina de la Iglesia...

Estos son algunos de los principales aspectos del liberalismo; este, caos de errores, monstruo informe, como el protestantismo, el kantismo, el laicismo, es el punto de reunión de todas las herejías. Más aún, por su eclecticismo universal, es la herejía tipo, radical: contiene todas las demás como su principio y su fuente.

Esta descripción del liberalismo permite aprehender su naturaleza profunda y nos conduce a su definición: es ante todo la inversión de los valores, lo contradictorio de la ley y el orden. En este sentido muy general, el liberalismo puede ser definido como lo ha hecho el P. de Pascal: “En todas las esferas, el desorden de la libertad” o, más completamente, “el sistema que pretende justificar el desorden práctico de la libertad mediante la inversión teórica de los valores”. La verdadera libertad, como hemos dicho, no es otra cosa que la “facultad de elegir los medios, observando su ordenamiento al fin”: entonces, no ha libertad legítima que no sea ordenada, conforme con la ley que determina los medios y los fines; si no está encuadrada en este orden, la libertad se convierte en licencia. Ahora bien, el liberalismo es justamente la negación del orden, de la regla, y de la autoridad que la impone.

Pero el liberalismo es aún más una enfermedad del espíritu, una perversión del sentimiento basado en el orgullo, que una doctrina coherente, un sistema establecido, es más una orientación que una escuela, un estado de espíritu antes de ser una secta. El liberalismo aparece, pues, como el afecto desordenado del hombre por la libertad-independencia que le hace impaciente de los límites y de las ligaduras, del yugo y de la disciplina, de la ley y de la autoridad. Es la perversidad radical opuesta a la sabiduría, es la parodia del orden. La sabiduría ve todo en una justa perspectiva, porque considera todo desde el punto de vista más elevado, del mismo punto de vista de Dios y, por consecuencia, comprende y respeta el orden en todo. El liberalismo ve todo desde el punto de vista humano y a menudo del lado de aquello que hay de menos noble en el hombre, y dispone todo en relación a esta visión defectuosa; luego, la corrupción de la inteligencia engendra el desorden de los afectos, finalmente el desorden en la acción. En este grado, el liberalismo es una pasión, un fanatismo, una religión...una enfermedad casi incurable.

Este es el sentido general del liberalismo, considerado sea como sistema, sea como estado de espíritu. Hemos insistido en detenernos allí ya que, conociéndole así más a fondo, podremos más fácilmente seguir su desarrollo histórico, formular su síntesis y, luego de haberlo desenmascarado, indicar los remedios apropiados.
incierto, indeterminado, que extendiéndose a todos los campos, filosofía, teología, moral, derecho, economía, aparece en todos como esencialmente


NOTAS:

(1) Ia, q. 44, a. 4, ad 1.
(2) A la vez principio y término de la autoridad: es la Libertad-principio.
(3) La sola verdadera libertad de conciencia, según León XIII, a única que es preciso defender como un derecho inviolable, consiste precisamente en no ser impedido en el cumplimiento de los propios deberes hacia Dios y en despreciar, aunque sea al precio de la propia vida, todo orden que atente contra esta libertad sagrada (Encíclica “Libertas”).

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...