Uno de los misterios que siempre han inquietado al hombre y con el que frecuentemente tiene que convivir es el del sufrimiento y el dolor. Se pregunta o nos preguntamos sobre su sentido y la causa de ésta experiencia que nos desgasta y puede llegar incluso a quietarnos la paz y la felicidad. Por ello en nuestras próximas catequesis, queremos hacer un comentario
sobre este particular. Para ello nos referiremos a la excelente encíclica de Juan Pablo II «Salvifici Doloris» en la cual trata sobre este gran misterio. El Sumo Pontífice inicia su reflexión sobre el sufrimiento humano diciendo cómo el «sufrimiento parece ser particularmente ESENCIAL A LA NATURALEZA DEL HOMBRE» (SD 2), el cual desde su nacimiento es frágil de manera que su cuerpo experimenta la sed, el hambre, el calor; si se corta, sangra y experimenta el dolor en su carne, de hecho el mismo Cristo, lo vivió en toda la magnitud que cualquier hombre lo puede vivir, e incluso hasta el mismo extremo.
El sufrimiento humano es una aspecto complejo de la vida del hombre del cual ni la misma ciencia medica atinan a responder con facilidad, aun y cuando ésta esta empeñada no solo en prolongar la vida humana, sino, y sobre todo, en evitar el sufrimiento. De hecho, podemos decir que «el hombre sufre de modos diversos, no siempre considerados por la medicina, ni siquiera en sus más avanzadas ramificaciones. El sufrimiento es algo todavía más amplio que la enfermedad, más
complejo y a la vez aún más profundamente enraizado en la humanidad misma» (SD 5). Esto encuentra su fundamento en la complejidad del hombre que es Alma y Cuerpo, por lo que el sufrimiento no únicamente se radica en nuestros miembros, sino en lo más profundo de nuestro ser, ahí donde solo nosotros y Dios tenemos accesos, por lo que el dolor moral, puede en muchas ocasiones ser más intenso e incluso más difícil de entender y de sanar, pues estamos hablando del dolor del alma. « Se trata, en efecto, del dolor de tipo espiritual, y no sólo de la dimensión" psíquica " del dolor que acompaña tanto el sufrimiento moral como el físico. La extensión y la multiformidad del sufrimiento moral no son ciertamente menores que las del físico; pero a la vez aquél aparece como menos identificado y menos alcanzable por la terapéutica. » (Ibid).
Podemos decir que en el AT existe una identificación entre mal y sufrimiento. Sin embargo, esto es debido a que el lenguaje hebreo no tiene otros elementos para expresar lo que el hombre padece, por ello en las versiones griegas y en el NT nos encontramos que no todo mal es sufrimiento o que no todo sufrimiento tiene como origen el mal. Para el cristiano, la dimensión del sufrimiento tiene una valencia diferente a la que tiene para otras religiones y concepciones humanas, pues para quien tiene fe, «se podría decir que el hombre sufre A CAUSA DE UN BIEN del que él no participa, del cual es en cierto modo excluido o del que él mismo se ha privado. Sufre en particular cuando "debería" tener parte - en circunstancias normales - en este bien y no lo tiene». (SD 7) Este bien, al que se refiere su Santidad no es otro que el Paraíso mismo, la vida bienaventurada, la eternidad, en donde todo es gozo, alegría y paz. Es por ello que, como dice el Papa, «El sufrimiento humano constituye en sí mismo casi un específico "mundo" que existe junto con el hombre, que aparece en él y pasa, o a veces no pasa, pero se consolida y se profundiza en él» (SD 8).
Cuando el hombre experimenta el dolor y el sufrimiento, sobre todo cuando éste es producido por cataclismos naturales, por la guerra y el hombre, la enfermedad y la muerte de los niños, acontecimientos y situaciones que flagelan no solo a quien enferma sino a los que conviven con el enfermo, lleva continuamente al hombre a preguntarse el por qué o el para qué de este sufrimiento, ¿cuál es el sentido de todo este sufrimiento? Esta pregunta que está en íntima relación con el sentido del mal en el mundo, debemos admitir que son preguntas difíciles de responder sobre todo cuando las hacemos de hombre a hombre, pero más aun cuando las preguntamos a Dios, pues ante una falta de respuesta convincente lleva al hombre en no pocos casos no solo a conflictos y frustraciones en su relación con Dios, sino incluso a la negación misma
del Creador. «En efecto, si la existencia del mundo abre casi la mirada del alma humana a la existencia de Dios, a su sabiduría, poder y magnificencia, el mal y el sufrimiento parecen ofuscar esta imagen, a veces de modo radical, tanto más en el drama diario de tantos sufrimientos sin culpa y de tantas culpas sin una adecuada pena.» (SD 9).
En la búsqueda de respuesta adecuada, el pueblo de Dios reflexiona sobre el dolor, el sufrimiento y la enfermedad, la cual cual años habia vinculado al mal: El sufrimiento, y la enfermedad son el castigo que Dios manda por haber cometido una falta grave contra el Creador. Sin mebargo, el libro de Job, nos muestra que no es así. En su desarrollo nos presenta a tres amigos de Job, quien ha perdido todo: sus hijos, sus ganados, e incluso la misa salud, quienes buscan convencerlo de que todos estos males solo pueden tener como origen la infidelidad de Job.
Para ellos, como dice el Papa, «el sufrimiento aparece, [...] como un "mal justificado". La convicción de quienes explican el sufrimiento como castigo del pecado, halla su apoyo en el orden de la justicia, y corresponde con la opinión expresada por uno de los amigos de Job: "Por lo que siempre vi, los que aran la iniquidad y siembran la desventura, la cosechan" (Jb 4,8.)» (SD 11). Si embargo, Dios irrumpe en la escena para hacerles ver que el dolor y el sufrimiento no es un castigo que Dios manda sobre los hombres y el cual debe ser aceptado como un misterio que el hombre no puede comprender a fondo con su inteligencia.
Yendo más allá, y basados precisamente en el aspecto moral, el sufrimiento nos lleva a comprender que el mal que se padece, aunque no está directamente vinculado con el mal moral, presenta la oportunidad de llevarnos a la conversión. De esta manera el mal sufrido, que se convierte en dolor, va adquiriendo sentido en cuanto que nos empuja a la conversión.
Por ello dice el Papa: «El sufrimiento debe servir PARA LA CONVERSION, es decir, PARA LA RECONSTRUCCION DEL BIEN en el sujeto, que puede reconocer la misericordia divina en esta llamada a la penitencia. La penitencia tiene como finalidad superar el mal, que bajo diversas formas está latente en el hombre, y consolidar el bien tanto en uno mismo como en su relación
con los demás y, sobre todo, con Dios». (SD 12). En otras palabras, podemos decir que el hombre al experimentar su fragilidad, es llevado a profundizar en el fin último de su vida, el cual, ante el desmoronamiento de su existencia, es llevado a la esperanza de la vida futura, en la cual ya no hay llanto ni dolor, pero la cual no se obtiene sin una vida en comunión con Dios.
Podemos decir que la llave que de alguna manera abre la puerta del misterio del dolor es el amor. El Papa en su encíclica lo explica diciendo que «el Amor es también la fuente más plena de la respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento. Esta ha sido dada por Dios al hombre en la cruz de Jesucristo» (SD 13). Por ello, para poder penetrarlo es necesario, por un lado ir a la Revelación y por otro lado comprender la sublimidad del amor divino. Al margen de esta dos consideraciones, el sufrimiento se presenta como un sin sentido. Si retomamos lo que hemos dicho sobre la union que existe en etre el pecado y el sufrimiento, podemos darnos cuenta, como
claramente lo presenta el Génesis, que el origen del sufrimiento está en el pecado, pues a partir de ahí es cuando tanto el hombre como la mujer experimentarán no solo la fatiga sino el dolor (cf. Gn 3,16-19). Este pecado, el cual san Pablo, llama «la frustración del universo» (cf. Rm 8,20-23) que lo lleva a la muerte. Sin embargo debemos entender este pecado no únicamente como nuestro pecado persona, sino, comolo entiende la Revelación la cual se refiere a la muerte definitiva como separación de Dios. Por ello decía el p. Félix de Jesús, que «el dolor es lo que el hombre experimenta al ponerse en contacto el pecado con el amor». De manera que no estamos entonces hablando únicamente de nuestro pecado personal, sino de lo que san Pablo llama «el misterio de iniquidad» que está en el mundo (cf. 2Tes 2,7).
Podemos, ahora decir que el sufrimiento del hombre está en una relación estrecha con la idea grabada en su corazón de haber sido creado para la eternidad y experimentar el deterioro de su persona (producto de la enfermedad e incluso de la vejez) y que en su finitud siente que le impedirá alcanzar el fin definitivo para el cual fue creado. Esto produce en él dolor, soledad y sobre todo angustia al ver que la vida se le escapa sin remedio y que su permanencia eterna no se realizará. Esta experiencia, sin lugar a dudas, es producto del pecado original que ha nublado el entendimiento humano impidiéndole ver que a pesar de este deterioro su vida se encamina hacia la eternidad. Si a esto añadimos que cuando el hombre no solo ve viciada su visión del futuro por el pecado original sino incluso con el pecado personal, el sufrimiento se hace aun más
grande pues, el alma, ahora no solo experimenta el ver que su cuerpo se destruye, sino que todo él se encamina hacia la muerte eterna, a la separación definitiva de Dios.
Esto, aunque el hombre no creyente no lo acepte o lo crea, está gravado en el alma, y ésta, que ve hacia donde se dirige, padece y con ello se incrementa el sufrimiento en el hombre. Por ello dice el Papa: «El mal, en efecto, está vinculado al pecado y a la muerte. Y aunque se debe juzgar con gran cautela el sufrimiento del hombre como consecuencia de pecados concretos (esto indica precisamente el ejemplo del justo Job), sin embargo, éste no puede separarse del pecado de origen, de lo que en san Juan se llama "el pecado del mundo" (Jn.1,29), del TRASFONDO PECAMINOSO de las acciones personales y de los procesos sociales en la historia del hombre. Si no es lícito aplicar aquí el criterio restringido de la dependencia directa (como hacían los tres amigos de Job), sin embargo no se puede ni siquiera renunciar al criterio de que, en la base de los sufrimientos humanos, hay una implicación múltiple con el pecado.» SD 15.
Podemos ver entonces que efectivamente existe una vinculación entre la muerte, el pecado y el sufrimiento del hombre. Es por ello que, si bien Jesús no vino a quitar la enfermedad, las catástrofes, etc., las cuales son parte de la vida del mundo y de nuestra existencia en él, si vino para que desapareciera de nosotros el estado de angustia y de temor que son la causa del sufrimiento humano. «Con su obra salvífica el Hijo unigénito libera al hombre del pecado y de la muerte. Ante todo el borra de la historia del hombre el dominio del pecado, que se ha radicado bajo la influencia del espíritu maligno, partiendo del pecado original, y da luego al hombre la posibilidad de vivir en la gracia santificante. En línea con la victoria sobre el pecado, El quita también el dominio de la muerte, abriendo con su resurrección el camino a la futura resurrección de los cuerpos. Una y otra son condiciones esenciales de la "vida eterna", es decir, de la felicidad definitiva del hombre en unión con Dios; esto quiere decir, para los salvados, que en la perspectiva escatológica el sufrimiento es totalmente cancelado. Como resultado de la obra salvífica de Cristo, el hombre existe sobre la tierra CON LA ESPERANZA de la vida y de la santidad eternas.» SD 15
Podemos decir que con la redención traída por Cristo, las raíces del pecado, que son la causa profunda del sufrimiento del hombre, han sido redimidas y así el hombre, aunque padece por su finitud, se abre a la «esperanza cierta» de la vida que no acaba y con ello desaparece todo estado de angustia y frustración, lo que le permite vivir con paz el hecho de que su carne, irremisiblemente se destruirá. El mismo Jesús quiso no solo acercarse al mundo del sufrimiento,
sino experimentarlo en su propia carne. Así como todo humano, conoció y vivió en plenitud el proceso que conduce al hombre a Dios: la muerte. Pero para Cristo, la muerte no fue fracaso sino triunfo. El sabía que iba al Padre, y aun en medio de los dolores atroces de la crucifixión, tiene palabras de consuelo para la humanidad, para sus amigos y para su misma Madre. Con Jesús el misterio del sufrimiento no se devela, sino que se redimensiona. El sufrimiento, deja de ser esterilidad y camino al vació, para convertirle en fuente de redención, purificación y acercamiento a Dios. «Precisamente por medio de este sufrimiento suyo hace posible "que el hombre no muera, sino que tenga la vida eterna". Precisamente por medio de su cruz debe tocar
las raíces del mal, plantadas en la historia del hombre y en las almas humanas. Precisamente por medio de su cruz debe cumplir la obra de la salvación.» SD 16
En este encuentro con la dimensión del Sufrimiento en relación al pecado, nos encontramos que Dios mismo permitió que Jesús, siendo su Hijo único, experimentara de manera total lo que nosotros los hombres padecemos por causa del pecado. El hombre-Dios, clavado en la Cruz, experimenta la consecuencia definitiva del pecado y con ello el dolor máximo (aun sin haber cometido pecado, lo que revela que el dolor y el sufrimiento no están en relación única con el pecado). En la cruz experimenta el estar lejos de Dios, cuando dice: “Dios mío Dios mío ¿por qué me has abandonado?” Y es que de acuerdo a la tesis que hemos venido sosteniendo, la consecuencia trascendente del pecado es la separación de Dios, y es ahí en donde el hombre experimenta no solo el sufrimiento y el dolor corporal, sino el más grave que es el sentir que su vida se le escapa y que no verá más a Dios. Sin embargo, una vez redenta incluso esta experiencia, la paz vuelve a él y es capaz ahora de entrar con paz en el momento definitivo del hombre que es la muerte. Jesús muere en medio de dolores atroces en su cuerpo, pero con una
infinita paz. «El sufrimiento humano ha alcanzado su culmen en la pasión de Cristo. Y a la vez ésta ha entrado en una dimensión completamente nueva y en un orden nuevo: HA SIDO UNIDA AL AMOR, a aquel amor del que Cristo hablaba a Nicodemo, a aquel amor que crea el bien, sacándolo incluso del mal, sacándolo por medio del sufrimiento, así como el bien supremo de la redención del mundo ha sido sacado de la cruz de Cristo, y de ella toma constantemente su arranque. La cruz de Cristo se ha convertido en una fuente de la que brotan ríos de agua viva» SD 18.
Podemos ahora decir que con Jesucristo y sobre todo EN Cristo, el hombre puede vivir el misterio del dolor y el sufrimiento en paz. Y es que en Cristo, el hombre es liberado de todos sus
temores, principalmente el de la muerte eterna. Con ello, el sufrimiento no es ya capaz de atemorizar al hombre, no tiene ya poder sobre él pues el pecado ha sido sometido por la cruz de Cristo. Quien vive en Cristo, no obstante que al igual que sus hermanos en la humanidad, se verá sometido a la destrucción de su carne, como único medio para alcanzar la vida en el Paraíso, su respuesta al sufrimiento no será de desesperación sino de paz. Fortalecido con la gracia del Espíritu Santo, podrá descubrir en el sufrimiento, un auténtico camino de redención y podrá unirse, como Cristo, de una manera más íntima al Padre. Además, Cristo habiendo padecido por y con nosotros, es ahora una auténtica fuente de consolación para todos aquellos, que como él, nos vemos envueltos en el misterio del dolor (cf. 2Cor 1,5).
Por otro lado, es el misterio del dolor el que, como a Cristo, nos introduce en la vivencia terrena del Reino. (Debemos decir terrena, pues sabemos que en el cielo ya no hay llanto, ni dolor, sino únicamente gozo, alegría y paz). De la misma forma que los padecimientos de Cristo abrieron el camino de salvación para toda la humanidad, de esta misma manera, cuando el hombre une sus sufrimientos a los de él, se abre misteriosamente para él un nuevo modo de ver las cosas, las personas e incluso sus propios padecimientos (cf. 2Tes 1,4-5). Es por ello que el Papa escribe en su encíclica sobre el dolor «Mediante sus sufrimientos, éstos devuelven en un cierto sentido el infinito precio de la pasión y de la muerte de Cristo, que fue el precio de nuestra redención: con este precio el reino de Dios ha sido nuevamente consolidado en la historia del hombre, llegando a ser la perspectiva definitiva de su existencia terrena. Cristo nos ha introducido en este reino mediante su sufrimiento. Y también mediante el sufrimiento MADURAN para el mismo reino los hombres, envueltos en el misterio de la redención de Cristo.» SD 21
Sin lugar a dudas que uno de los elementos que hacen que el hombre pueda atravesar el misterio del sufrimiento y del dolor en paz, es la aceptación amorosa de la cruz. Para Cristo, el martirio de la cruz no fue únicamente aceptado como si no hubiera ninguna otra alternativa, Jesús no se «resigno» a sufrir, sino que amó y se entrego a la cruz. Es por ello que cuando el sufrimiento, la enfermedad, la desgracia es asumida por el hombre, ésta pierde su efecto destructor, para convertirse en el medio por el cual caminamos hacia la vida eterna, pues conscientes de que el deterioro de nuestra carne y en general de nuestro cuerpo no es un castigo de Dios, sino precisamente es el proceso natural por el cual Dios pensó en llevarnos a vivir eternamente con él (que es parte de todo este misterio), le devuelve al hombre la confianza y la esperanza, con la cual puede atravesar con paz el misterio del sufrimiento. «La cruz de Cristo arroja de modo muy penetrante luz salvífica sobre la vida del hombre y, concretamente, sobre su sufrimiento, porque mediante la fe lo alcanza JUNTO CON LA RESURRECCIóN: el misterio de la pasión está incluido en el misterio pascual.» SD 21.
Es en el misterio del sufrimiento y por ende en el misterio de la Cruz en donde el hombre encuentra el consuelo del Padre pero es también el lugar desde donde, se puede experimentar
con mayor profundidad el misterio del perdón. Es como lo dice el Papa, «una llamada a manifestar la grandeza moral del hombre, su MADUREZ ESPIRITUAL» (SD 22). Solo cuando el hombre, ha aceptado que la enfermedad no es un castigo, ni el adelanto, ni el pago por culpas pasadas, sino un proceso de deterioro natural que va predisponiendo al hombre para la vida eterna, es cuando puede con toda serenidad, como Cristo PERDONAR. Esto hace aun más misterioso el mundo del sufrimiento humano, pues es desde la cruz, desde donde el hombre puede entender (aunque como en un mal espejo) la miseria humana y compadecerse de ella. Es entender, como lo dice el Salmo 102, “de qué estamos hechos”, y desde ahí perdonar a sus semejantes, dándose cuenta, quizás, que no se es mejor que los demás, y que al final de cuentas todas las ofensas recibidas proceden precisamente de esta debilidad que ahora, de manera física experimenta el que sufre. Podemos decir que es, como dice san Pablo que es desde la debilidad de donde nace la fuerza, pues el mismo escribe: «Muy gustosamente sufro, y me glorío en mis debilidades para que así habite en mí la fuerza de Cristo» (2Cor.12,9).
Sin que lo podamos entender, en el misterio del dolor y el sufrimiento está una llamada de Dios a crecer en la virtud, como lo dice san Pablo: «Nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabedores de que la tribulación produce la paciencia, una virtud probada, y la virtud probada, la esperanza. Y la esperanza no quedar confundida, pues el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rm 5,3-5). En entonces el dolor una especie de escuela que nos va capacitando para poder vivir con paz en este mundo en el cual el sufrimiento está siempre presente de manera misteriosa. En esta escuela del dolor es en donde crece y se perfecciona el hombre. Por ello dice el Papa: «Esta es la virtud de la perseverancia al soportar lo que molesta y hace daño. Haciendo esto, el hombre hace brotar la esperanza, que mantiene en él la convicción de que el sufrimiento no prevalecer sobre él, no lo privar de su propia dignidad unida a la conciencia del sentido de la vida». SD 23
Un aspecto importante para nosotros los cristianos, que acogemos no solo como un misterio el sufrimiento, sino como un don de Dios para nuestra vida, es el hecho de que este nos permite participar ACTIVAMENTE en el proyecto redentor de Cristo, según las palabras de san Pablo: «Ahora me alegro de mis padecimientos por ustedes y completo en mi carne lo que falta los padecimientos de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1,24).
Con esto, lo primero que debemos entender es que a la pasión de Cristo no faltó nada, en un sentido estricto, pues su pasión fue total y exhaustiva de manera que por ella hemos recibido todos la gracia y la vide eterna. Sin embrago este modo de hablar del apóstol va en la línea de, como cuerpo de cristo, que somos toda la Iglesia, vemos como este cuerpo continuar sufriendo hasta el ultimo día. El Papa lo explica diciendo que, «en el misterio pascual Cristo ha dado comienzo a la unión con el hombre en la comunidad de la iglesia. El misterio de la Iglesia se expresa en esto: que ya en el momento del Bautismo, que configura con Cristo, y después a través de su Sacrificio - sacramentalmente mediante la Eucaristía - la Iglesia se edifica espiritualmente de modo continuo como cuerpo de Cristo» (SD 24)
Dentro de este misterio, encontramos junto a nosotros la figura siempre consoladora de la Santísima Virgen María quien, aun siendo la Madre del Redentor, vivió de manera ejemplar este misterio que abraza a la naturaleza humana. Ella, dejada por Jesús como MADRE DE LOS DISCíPULOS (cf. Jn 19, 25), nos acompaña y nos consuela espiritualmente, como buena madre. Como modelo de la Iglesia y del Cristiano, nos muestra con su vida, que el sufrimiento, cuando se vive desde la perspectiva cristiana, y se unen los sufrimientos a los de Cristo, no es angustia ni desesperación, sino total confianza y paz en el corazón. Con su intercesión poderosa, nos continua alcanzando gracias para que, en medio de nuestras penas y dolores, podamos transitar por el misterio del dolor y del sufrimiento, con paz... con la paz que Cristo nos da. Por ello la Iglesia, desde los primeros cristianos, no ha dudado en llamarla: «Consuelo de los Afligidos». Tenerla como modelo de aquellos que unen su «propia» pasión a la de Cristo, y acogerse a su poderosa intercesión, hace del sufrimiento una autentica experiencia de redención.
Es de tal modo misterioso el sufrimiento, que como afirma el Papa, «en él se esconde una particular fuerza que acerca interiormente el hombre a Cristo, una gracia especial. A ella deben su profunda conversión muchos santos, como por ejemplo san Francisco de Asís, san Ignacio de Loyola, etc. Fruto de esta conversión es no sólo el hecho de que el hombre descubre el sentido salvífico del sufrimiento, sino sobre todo que en el sufrimiento llega a ser un hombre completamente nuevo. Halla como una nueva dimensión de toda su vida y de su vocación» (SD 26). De esta manera podemos ver cómo el sufrimiento, dentro de todo lo misterioso que posee, es por un lado la fuerza que hace al hombre madurar como tal y al mismo tiempo, lo impulsa hacia el mismo Cristo, convirtiéndose en sí mismo en fuente de redención.
Es por ello que «ante el hermano o la hermana que sufren, Cristo ABRE y despliega gradualmente los horizontes del reino de Dios, de un mundo convertido al Creador, de un mundo liberado del pecado, que se está edificando sobre el poder salvífico del amor». (idem)
Cuando el hombre, iluminado por la gracias es capaz de penetrar en el misterio del dolor, descubre en él, «el sentido salvífico de su sufrimiento en unión con Cristo el cual transforma la sensación deprimente de angustia, temor y miedo, en alegría y paz. La fe en la participación en los sufrimientos de Cristo lleva consigo la certeza interior de que el hombre que sufre "completa lo que falta a los padecimientos de Cristo"; que en la dimensión espiritual de la obra de la redención SIRVE, como Cristo, para la salvación de sus hermanos y hermanas» (SD 27) Solo desde la perspectiva cristiana es posible vivir el misterio con paz y saber que este sufrimiento no es esterilidad, sino fuente de redención y transformación, no solo de aquel que sufre, sino de todo el mundo. «El sufrimiento, más que cualquier otra cosa, es el que abre el camino a la gracia que transforma las almas. El sufrimiento, más que todo lo demás, hace presente en la historia de la humanidad la fuerza de la Redención». (Idem)
Finalmente, el sufrimiento del hermano, es la oportunidad que Dios nos da de servirlo y acompañarlo mientras transita por este misterio. La parábola del Buen Samaritano, nos ilustra perfectamente cual ha de ser nuestra participación en este misterio cuando es vivido por nuestro «prójimo» (Lc 10,29-34). Por ello nos dice Su Santidad que «no nos está permitido "pasar de largo", con indiferencia, sino que debemos "pararnos" junto a él. Buen samaritano es todo hombre, que se para junto al sufrimiento de otro hombre de cualquier género que ése sea. Esta parada no significa curiosidad, sino más bien disponibilidad». (SD 28). No se trata solo de tener compasión, sino de buscar el medio para hacernos presentes y solidarios, para verdaderamente acompañarlo mientras transita por en medio del misterio del dolor. Es por ello que «en el programa del reino de dios, el sufrimiento está presente en el mundo para provocar amor, para hacer nacer obras de amor al prójimo, para transformar toda la civilización humana en la "civilización del amor". En este amor el significado salvífico del sufrimiento se realiza totalmente y alcanza su dimensión definitiva». (SD 30). Podemos terminar nuestra reflexión diciendo con Juan Pablo II, que «el sentido del sufrimiento, es verdaderamente sobrenatural y a la vez humano. Es sobrenatural, porque se arraiga en el misterio divino de la redención del mundo, y es
también profundamente humano, porque en él el hombre se encuentra a sí mismo, su propia humanidad, su propia dignidad y su propia misión. El sufrimiento ciertamente pertenece al misterio del hombre.» (SD 31)
Autor: Padre Ernesto María Caro Osorio
Tomado de www.evangelizacion.org.mx
sobre este particular. Para ello nos referiremos a la excelente encíclica de Juan Pablo II «Salvifici Doloris» en la cual trata sobre este gran misterio. El Sumo Pontífice inicia su reflexión sobre el sufrimiento humano diciendo cómo el «sufrimiento parece ser particularmente ESENCIAL A LA NATURALEZA DEL HOMBRE» (SD 2), el cual desde su nacimiento es frágil de manera que su cuerpo experimenta la sed, el hambre, el calor; si se corta, sangra y experimenta el dolor en su carne, de hecho el mismo Cristo, lo vivió en toda la magnitud que cualquier hombre lo puede vivir, e incluso hasta el mismo extremo.
El sufrimiento humano es una aspecto complejo de la vida del hombre del cual ni la misma ciencia medica atinan a responder con facilidad, aun y cuando ésta esta empeñada no solo en prolongar la vida humana, sino, y sobre todo, en evitar el sufrimiento. De hecho, podemos decir que «el hombre sufre de modos diversos, no siempre considerados por la medicina, ni siquiera en sus más avanzadas ramificaciones. El sufrimiento es algo todavía más amplio que la enfermedad, más
complejo y a la vez aún más profundamente enraizado en la humanidad misma» (SD 5). Esto encuentra su fundamento en la complejidad del hombre que es Alma y Cuerpo, por lo que el sufrimiento no únicamente se radica en nuestros miembros, sino en lo más profundo de nuestro ser, ahí donde solo nosotros y Dios tenemos accesos, por lo que el dolor moral, puede en muchas ocasiones ser más intenso e incluso más difícil de entender y de sanar, pues estamos hablando del dolor del alma. « Se trata, en efecto, del dolor de tipo espiritual, y no sólo de la dimensión" psíquica " del dolor que acompaña tanto el sufrimiento moral como el físico. La extensión y la multiformidad del sufrimiento moral no son ciertamente menores que las del físico; pero a la vez aquél aparece como menos identificado y menos alcanzable por la terapéutica. » (Ibid).
Podemos decir que en el AT existe una identificación entre mal y sufrimiento. Sin embargo, esto es debido a que el lenguaje hebreo no tiene otros elementos para expresar lo que el hombre padece, por ello en las versiones griegas y en el NT nos encontramos que no todo mal es sufrimiento o que no todo sufrimiento tiene como origen el mal. Para el cristiano, la dimensión del sufrimiento tiene una valencia diferente a la que tiene para otras religiones y concepciones humanas, pues para quien tiene fe, «se podría decir que el hombre sufre A CAUSA DE UN BIEN del que él no participa, del cual es en cierto modo excluido o del que él mismo se ha privado. Sufre en particular cuando "debería" tener parte - en circunstancias normales - en este bien y no lo tiene». (SD 7) Este bien, al que se refiere su Santidad no es otro que el Paraíso mismo, la vida bienaventurada, la eternidad, en donde todo es gozo, alegría y paz. Es por ello que, como dice el Papa, «El sufrimiento humano constituye en sí mismo casi un específico "mundo" que existe junto con el hombre, que aparece en él y pasa, o a veces no pasa, pero se consolida y se profundiza en él» (SD 8).
Cuando el hombre experimenta el dolor y el sufrimiento, sobre todo cuando éste es producido por cataclismos naturales, por la guerra y el hombre, la enfermedad y la muerte de los niños, acontecimientos y situaciones que flagelan no solo a quien enferma sino a los que conviven con el enfermo, lleva continuamente al hombre a preguntarse el por qué o el para qué de este sufrimiento, ¿cuál es el sentido de todo este sufrimiento? Esta pregunta que está en íntima relación con el sentido del mal en el mundo, debemos admitir que son preguntas difíciles de responder sobre todo cuando las hacemos de hombre a hombre, pero más aun cuando las preguntamos a Dios, pues ante una falta de respuesta convincente lleva al hombre en no pocos casos no solo a conflictos y frustraciones en su relación con Dios, sino incluso a la negación misma
del Creador. «En efecto, si la existencia del mundo abre casi la mirada del alma humana a la existencia de Dios, a su sabiduría, poder y magnificencia, el mal y el sufrimiento parecen ofuscar esta imagen, a veces de modo radical, tanto más en el drama diario de tantos sufrimientos sin culpa y de tantas culpas sin una adecuada pena.» (SD 9).
En la búsqueda de respuesta adecuada, el pueblo de Dios reflexiona sobre el dolor, el sufrimiento y la enfermedad, la cual cual años habia vinculado al mal: El sufrimiento, y la enfermedad son el castigo que Dios manda por haber cometido una falta grave contra el Creador. Sin mebargo, el libro de Job, nos muestra que no es así. En su desarrollo nos presenta a tres amigos de Job, quien ha perdido todo: sus hijos, sus ganados, e incluso la misa salud, quienes buscan convencerlo de que todos estos males solo pueden tener como origen la infidelidad de Job.
Para ellos, como dice el Papa, «el sufrimiento aparece, [...] como un "mal justificado". La convicción de quienes explican el sufrimiento como castigo del pecado, halla su apoyo en el orden de la justicia, y corresponde con la opinión expresada por uno de los amigos de Job: "Por lo que siempre vi, los que aran la iniquidad y siembran la desventura, la cosechan" (Jb 4,8.)» (SD 11). Si embargo, Dios irrumpe en la escena para hacerles ver que el dolor y el sufrimiento no es un castigo que Dios manda sobre los hombres y el cual debe ser aceptado como un misterio que el hombre no puede comprender a fondo con su inteligencia.
Yendo más allá, y basados precisamente en el aspecto moral, el sufrimiento nos lleva a comprender que el mal que se padece, aunque no está directamente vinculado con el mal moral, presenta la oportunidad de llevarnos a la conversión. De esta manera el mal sufrido, que se convierte en dolor, va adquiriendo sentido en cuanto que nos empuja a la conversión.
Por ello dice el Papa: «El sufrimiento debe servir PARA LA CONVERSION, es decir, PARA LA RECONSTRUCCION DEL BIEN en el sujeto, que puede reconocer la misericordia divina en esta llamada a la penitencia. La penitencia tiene como finalidad superar el mal, que bajo diversas formas está latente en el hombre, y consolidar el bien tanto en uno mismo como en su relación
con los demás y, sobre todo, con Dios». (SD 12). En otras palabras, podemos decir que el hombre al experimentar su fragilidad, es llevado a profundizar en el fin último de su vida, el cual, ante el desmoronamiento de su existencia, es llevado a la esperanza de la vida futura, en la cual ya no hay llanto ni dolor, pero la cual no se obtiene sin una vida en comunión con Dios.
Podemos decir que la llave que de alguna manera abre la puerta del misterio del dolor es el amor. El Papa en su encíclica lo explica diciendo que «el Amor es también la fuente más plena de la respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento. Esta ha sido dada por Dios al hombre en la cruz de Jesucristo» (SD 13). Por ello, para poder penetrarlo es necesario, por un lado ir a la Revelación y por otro lado comprender la sublimidad del amor divino. Al margen de esta dos consideraciones, el sufrimiento se presenta como un sin sentido. Si retomamos lo que hemos dicho sobre la union que existe en etre el pecado y el sufrimiento, podemos darnos cuenta, como
claramente lo presenta el Génesis, que el origen del sufrimiento está en el pecado, pues a partir de ahí es cuando tanto el hombre como la mujer experimentarán no solo la fatiga sino el dolor (cf. Gn 3,16-19). Este pecado, el cual san Pablo, llama «la frustración del universo» (cf. Rm 8,20-23) que lo lleva a la muerte. Sin embargo debemos entender este pecado no únicamente como nuestro pecado persona, sino, comolo entiende la Revelación la cual se refiere a la muerte definitiva como separación de Dios. Por ello decía el p. Félix de Jesús, que «el dolor es lo que el hombre experimenta al ponerse en contacto el pecado con el amor». De manera que no estamos entonces hablando únicamente de nuestro pecado personal, sino de lo que san Pablo llama «el misterio de iniquidad» que está en el mundo (cf. 2Tes 2,7).
Podemos, ahora decir que el sufrimiento del hombre está en una relación estrecha con la idea grabada en su corazón de haber sido creado para la eternidad y experimentar el deterioro de su persona (producto de la enfermedad e incluso de la vejez) y que en su finitud siente que le impedirá alcanzar el fin definitivo para el cual fue creado. Esto produce en él dolor, soledad y sobre todo angustia al ver que la vida se le escapa sin remedio y que su permanencia eterna no se realizará. Esta experiencia, sin lugar a dudas, es producto del pecado original que ha nublado el entendimiento humano impidiéndole ver que a pesar de este deterioro su vida se encamina hacia la eternidad. Si a esto añadimos que cuando el hombre no solo ve viciada su visión del futuro por el pecado original sino incluso con el pecado personal, el sufrimiento se hace aun más
grande pues, el alma, ahora no solo experimenta el ver que su cuerpo se destruye, sino que todo él se encamina hacia la muerte eterna, a la separación definitiva de Dios.
Esto, aunque el hombre no creyente no lo acepte o lo crea, está gravado en el alma, y ésta, que ve hacia donde se dirige, padece y con ello se incrementa el sufrimiento en el hombre. Por ello dice el Papa: «El mal, en efecto, está vinculado al pecado y a la muerte. Y aunque se debe juzgar con gran cautela el sufrimiento del hombre como consecuencia de pecados concretos (esto indica precisamente el ejemplo del justo Job), sin embargo, éste no puede separarse del pecado de origen, de lo que en san Juan se llama "el pecado del mundo" (Jn.1,29), del TRASFONDO PECAMINOSO de las acciones personales y de los procesos sociales en la historia del hombre. Si no es lícito aplicar aquí el criterio restringido de la dependencia directa (como hacían los tres amigos de Job), sin embargo no se puede ni siquiera renunciar al criterio de que, en la base de los sufrimientos humanos, hay una implicación múltiple con el pecado.» SD 15.
Podemos ver entonces que efectivamente existe una vinculación entre la muerte, el pecado y el sufrimiento del hombre. Es por ello que, si bien Jesús no vino a quitar la enfermedad, las catástrofes, etc., las cuales son parte de la vida del mundo y de nuestra existencia en él, si vino para que desapareciera de nosotros el estado de angustia y de temor que son la causa del sufrimiento humano. «Con su obra salvífica el Hijo unigénito libera al hombre del pecado y de la muerte. Ante todo el borra de la historia del hombre el dominio del pecado, que se ha radicado bajo la influencia del espíritu maligno, partiendo del pecado original, y da luego al hombre la posibilidad de vivir en la gracia santificante. En línea con la victoria sobre el pecado, El quita también el dominio de la muerte, abriendo con su resurrección el camino a la futura resurrección de los cuerpos. Una y otra son condiciones esenciales de la "vida eterna", es decir, de la felicidad definitiva del hombre en unión con Dios; esto quiere decir, para los salvados, que en la perspectiva escatológica el sufrimiento es totalmente cancelado. Como resultado de la obra salvífica de Cristo, el hombre existe sobre la tierra CON LA ESPERANZA de la vida y de la santidad eternas.» SD 15
Podemos decir que con la redención traída por Cristo, las raíces del pecado, que son la causa profunda del sufrimiento del hombre, han sido redimidas y así el hombre, aunque padece por su finitud, se abre a la «esperanza cierta» de la vida que no acaba y con ello desaparece todo estado de angustia y frustración, lo que le permite vivir con paz el hecho de que su carne, irremisiblemente se destruirá. El mismo Jesús quiso no solo acercarse al mundo del sufrimiento,
sino experimentarlo en su propia carne. Así como todo humano, conoció y vivió en plenitud el proceso que conduce al hombre a Dios: la muerte. Pero para Cristo, la muerte no fue fracaso sino triunfo. El sabía que iba al Padre, y aun en medio de los dolores atroces de la crucifixión, tiene palabras de consuelo para la humanidad, para sus amigos y para su misma Madre. Con Jesús el misterio del sufrimiento no se devela, sino que se redimensiona. El sufrimiento, deja de ser esterilidad y camino al vació, para convertirle en fuente de redención, purificación y acercamiento a Dios. «Precisamente por medio de este sufrimiento suyo hace posible "que el hombre no muera, sino que tenga la vida eterna". Precisamente por medio de su cruz debe tocar
las raíces del mal, plantadas en la historia del hombre y en las almas humanas. Precisamente por medio de su cruz debe cumplir la obra de la salvación.» SD 16
En este encuentro con la dimensión del Sufrimiento en relación al pecado, nos encontramos que Dios mismo permitió que Jesús, siendo su Hijo único, experimentara de manera total lo que nosotros los hombres padecemos por causa del pecado. El hombre-Dios, clavado en la Cruz, experimenta la consecuencia definitiva del pecado y con ello el dolor máximo (aun sin haber cometido pecado, lo que revela que el dolor y el sufrimiento no están en relación única con el pecado). En la cruz experimenta el estar lejos de Dios, cuando dice: “Dios mío Dios mío ¿por qué me has abandonado?” Y es que de acuerdo a la tesis que hemos venido sosteniendo, la consecuencia trascendente del pecado es la separación de Dios, y es ahí en donde el hombre experimenta no solo el sufrimiento y el dolor corporal, sino el más grave que es el sentir que su vida se le escapa y que no verá más a Dios. Sin embargo, una vez redenta incluso esta experiencia, la paz vuelve a él y es capaz ahora de entrar con paz en el momento definitivo del hombre que es la muerte. Jesús muere en medio de dolores atroces en su cuerpo, pero con una
infinita paz. «El sufrimiento humano ha alcanzado su culmen en la pasión de Cristo. Y a la vez ésta ha entrado en una dimensión completamente nueva y en un orden nuevo: HA SIDO UNIDA AL AMOR, a aquel amor del que Cristo hablaba a Nicodemo, a aquel amor que crea el bien, sacándolo incluso del mal, sacándolo por medio del sufrimiento, así como el bien supremo de la redención del mundo ha sido sacado de la cruz de Cristo, y de ella toma constantemente su arranque. La cruz de Cristo se ha convertido en una fuente de la que brotan ríos de agua viva» SD 18.
Podemos ahora decir que con Jesucristo y sobre todo EN Cristo, el hombre puede vivir el misterio del dolor y el sufrimiento en paz. Y es que en Cristo, el hombre es liberado de todos sus
temores, principalmente el de la muerte eterna. Con ello, el sufrimiento no es ya capaz de atemorizar al hombre, no tiene ya poder sobre él pues el pecado ha sido sometido por la cruz de Cristo. Quien vive en Cristo, no obstante que al igual que sus hermanos en la humanidad, se verá sometido a la destrucción de su carne, como único medio para alcanzar la vida en el Paraíso, su respuesta al sufrimiento no será de desesperación sino de paz. Fortalecido con la gracia del Espíritu Santo, podrá descubrir en el sufrimiento, un auténtico camino de redención y podrá unirse, como Cristo, de una manera más íntima al Padre. Además, Cristo habiendo padecido por y con nosotros, es ahora una auténtica fuente de consolación para todos aquellos, que como él, nos vemos envueltos en el misterio del dolor (cf. 2Cor 1,5).
Por otro lado, es el misterio del dolor el que, como a Cristo, nos introduce en la vivencia terrena del Reino. (Debemos decir terrena, pues sabemos que en el cielo ya no hay llanto, ni dolor, sino únicamente gozo, alegría y paz). De la misma forma que los padecimientos de Cristo abrieron el camino de salvación para toda la humanidad, de esta misma manera, cuando el hombre une sus sufrimientos a los de él, se abre misteriosamente para él un nuevo modo de ver las cosas, las personas e incluso sus propios padecimientos (cf. 2Tes 1,4-5). Es por ello que el Papa escribe en su encíclica sobre el dolor «Mediante sus sufrimientos, éstos devuelven en un cierto sentido el infinito precio de la pasión y de la muerte de Cristo, que fue el precio de nuestra redención: con este precio el reino de Dios ha sido nuevamente consolidado en la historia del hombre, llegando a ser la perspectiva definitiva de su existencia terrena. Cristo nos ha introducido en este reino mediante su sufrimiento. Y también mediante el sufrimiento MADURAN para el mismo reino los hombres, envueltos en el misterio de la redención de Cristo.» SD 21
Sin lugar a dudas que uno de los elementos que hacen que el hombre pueda atravesar el misterio del sufrimiento y del dolor en paz, es la aceptación amorosa de la cruz. Para Cristo, el martirio de la cruz no fue únicamente aceptado como si no hubiera ninguna otra alternativa, Jesús no se «resigno» a sufrir, sino que amó y se entrego a la cruz. Es por ello que cuando el sufrimiento, la enfermedad, la desgracia es asumida por el hombre, ésta pierde su efecto destructor, para convertirse en el medio por el cual caminamos hacia la vida eterna, pues conscientes de que el deterioro de nuestra carne y en general de nuestro cuerpo no es un castigo de Dios, sino precisamente es el proceso natural por el cual Dios pensó en llevarnos a vivir eternamente con él (que es parte de todo este misterio), le devuelve al hombre la confianza y la esperanza, con la cual puede atravesar con paz el misterio del sufrimiento. «La cruz de Cristo arroja de modo muy penetrante luz salvífica sobre la vida del hombre y, concretamente, sobre su sufrimiento, porque mediante la fe lo alcanza JUNTO CON LA RESURRECCIóN: el misterio de la pasión está incluido en el misterio pascual.» SD 21.
Es en el misterio del sufrimiento y por ende en el misterio de la Cruz en donde el hombre encuentra el consuelo del Padre pero es también el lugar desde donde, se puede experimentar
con mayor profundidad el misterio del perdón. Es como lo dice el Papa, «una llamada a manifestar la grandeza moral del hombre, su MADUREZ ESPIRITUAL» (SD 22). Solo cuando el hombre, ha aceptado que la enfermedad no es un castigo, ni el adelanto, ni el pago por culpas pasadas, sino un proceso de deterioro natural que va predisponiendo al hombre para la vida eterna, es cuando puede con toda serenidad, como Cristo PERDONAR. Esto hace aun más misterioso el mundo del sufrimiento humano, pues es desde la cruz, desde donde el hombre puede entender (aunque como en un mal espejo) la miseria humana y compadecerse de ella. Es entender, como lo dice el Salmo 102, “de qué estamos hechos”, y desde ahí perdonar a sus semejantes, dándose cuenta, quizás, que no se es mejor que los demás, y que al final de cuentas todas las ofensas recibidas proceden precisamente de esta debilidad que ahora, de manera física experimenta el que sufre. Podemos decir que es, como dice san Pablo que es desde la debilidad de donde nace la fuerza, pues el mismo escribe: «Muy gustosamente sufro, y me glorío en mis debilidades para que así habite en mí la fuerza de Cristo» (2Cor.12,9).
Sin que lo podamos entender, en el misterio del dolor y el sufrimiento está una llamada de Dios a crecer en la virtud, como lo dice san Pablo: «Nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabedores de que la tribulación produce la paciencia, una virtud probada, y la virtud probada, la esperanza. Y la esperanza no quedar confundida, pues el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rm 5,3-5). En entonces el dolor una especie de escuela que nos va capacitando para poder vivir con paz en este mundo en el cual el sufrimiento está siempre presente de manera misteriosa. En esta escuela del dolor es en donde crece y se perfecciona el hombre. Por ello dice el Papa: «Esta es la virtud de la perseverancia al soportar lo que molesta y hace daño. Haciendo esto, el hombre hace brotar la esperanza, que mantiene en él la convicción de que el sufrimiento no prevalecer sobre él, no lo privar de su propia dignidad unida a la conciencia del sentido de la vida». SD 23
Un aspecto importante para nosotros los cristianos, que acogemos no solo como un misterio el sufrimiento, sino como un don de Dios para nuestra vida, es el hecho de que este nos permite participar ACTIVAMENTE en el proyecto redentor de Cristo, según las palabras de san Pablo: «Ahora me alegro de mis padecimientos por ustedes y completo en mi carne lo que falta los padecimientos de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1,24).
Con esto, lo primero que debemos entender es que a la pasión de Cristo no faltó nada, en un sentido estricto, pues su pasión fue total y exhaustiva de manera que por ella hemos recibido todos la gracia y la vide eterna. Sin embrago este modo de hablar del apóstol va en la línea de, como cuerpo de cristo, que somos toda la Iglesia, vemos como este cuerpo continuar sufriendo hasta el ultimo día. El Papa lo explica diciendo que, «en el misterio pascual Cristo ha dado comienzo a la unión con el hombre en la comunidad de la iglesia. El misterio de la Iglesia se expresa en esto: que ya en el momento del Bautismo, que configura con Cristo, y después a través de su Sacrificio - sacramentalmente mediante la Eucaristía - la Iglesia se edifica espiritualmente de modo continuo como cuerpo de Cristo» (SD 24)
Dentro de este misterio, encontramos junto a nosotros la figura siempre consoladora de la Santísima Virgen María quien, aun siendo la Madre del Redentor, vivió de manera ejemplar este misterio que abraza a la naturaleza humana. Ella, dejada por Jesús como MADRE DE LOS DISCíPULOS (cf. Jn 19, 25), nos acompaña y nos consuela espiritualmente, como buena madre. Como modelo de la Iglesia y del Cristiano, nos muestra con su vida, que el sufrimiento, cuando se vive desde la perspectiva cristiana, y se unen los sufrimientos a los de Cristo, no es angustia ni desesperación, sino total confianza y paz en el corazón. Con su intercesión poderosa, nos continua alcanzando gracias para que, en medio de nuestras penas y dolores, podamos transitar por el misterio del dolor y del sufrimiento, con paz... con la paz que Cristo nos da. Por ello la Iglesia, desde los primeros cristianos, no ha dudado en llamarla: «Consuelo de los Afligidos». Tenerla como modelo de aquellos que unen su «propia» pasión a la de Cristo, y acogerse a su poderosa intercesión, hace del sufrimiento una autentica experiencia de redención.
Es de tal modo misterioso el sufrimiento, que como afirma el Papa, «en él se esconde una particular fuerza que acerca interiormente el hombre a Cristo, una gracia especial. A ella deben su profunda conversión muchos santos, como por ejemplo san Francisco de Asís, san Ignacio de Loyola, etc. Fruto de esta conversión es no sólo el hecho de que el hombre descubre el sentido salvífico del sufrimiento, sino sobre todo que en el sufrimiento llega a ser un hombre completamente nuevo. Halla como una nueva dimensión de toda su vida y de su vocación» (SD 26). De esta manera podemos ver cómo el sufrimiento, dentro de todo lo misterioso que posee, es por un lado la fuerza que hace al hombre madurar como tal y al mismo tiempo, lo impulsa hacia el mismo Cristo, convirtiéndose en sí mismo en fuente de redención.
Es por ello que «ante el hermano o la hermana que sufren, Cristo ABRE y despliega gradualmente los horizontes del reino de Dios, de un mundo convertido al Creador, de un mundo liberado del pecado, que se está edificando sobre el poder salvífico del amor». (idem)
Cuando el hombre, iluminado por la gracias es capaz de penetrar en el misterio del dolor, descubre en él, «el sentido salvífico de su sufrimiento en unión con Cristo el cual transforma la sensación deprimente de angustia, temor y miedo, en alegría y paz. La fe en la participación en los sufrimientos de Cristo lleva consigo la certeza interior de que el hombre que sufre "completa lo que falta a los padecimientos de Cristo"; que en la dimensión espiritual de la obra de la redención SIRVE, como Cristo, para la salvación de sus hermanos y hermanas» (SD 27) Solo desde la perspectiva cristiana es posible vivir el misterio con paz y saber que este sufrimiento no es esterilidad, sino fuente de redención y transformación, no solo de aquel que sufre, sino de todo el mundo. «El sufrimiento, más que cualquier otra cosa, es el que abre el camino a la gracia que transforma las almas. El sufrimiento, más que todo lo demás, hace presente en la historia de la humanidad la fuerza de la Redención». (Idem)
Finalmente, el sufrimiento del hermano, es la oportunidad que Dios nos da de servirlo y acompañarlo mientras transita por este misterio. La parábola del Buen Samaritano, nos ilustra perfectamente cual ha de ser nuestra participación en este misterio cuando es vivido por nuestro «prójimo» (Lc 10,29-34). Por ello nos dice Su Santidad que «no nos está permitido "pasar de largo", con indiferencia, sino que debemos "pararnos" junto a él. Buen samaritano es todo hombre, que se para junto al sufrimiento de otro hombre de cualquier género que ése sea. Esta parada no significa curiosidad, sino más bien disponibilidad». (SD 28). No se trata solo de tener compasión, sino de buscar el medio para hacernos presentes y solidarios, para verdaderamente acompañarlo mientras transita por en medio del misterio del dolor. Es por ello que «en el programa del reino de dios, el sufrimiento está presente en el mundo para provocar amor, para hacer nacer obras de amor al prójimo, para transformar toda la civilización humana en la "civilización del amor". En este amor el significado salvífico del sufrimiento se realiza totalmente y alcanza su dimensión definitiva». (SD 30). Podemos terminar nuestra reflexión diciendo con Juan Pablo II, que «el sentido del sufrimiento, es verdaderamente sobrenatural y a la vez humano. Es sobrenatural, porque se arraiga en el misterio divino de la redención del mundo, y es
también profundamente humano, porque en él el hombre se encuentra a sí mismo, su propia humanidad, su propia dignidad y su propia misión. El sufrimiento ciertamente pertenece al misterio del hombre.» (SD 31)
Autor: Padre Ernesto María Caro Osorio
Tomado de www.evangelizacion.org.mx
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