Son muchos los documentos históricos sobre el culto a la joven mártir Cristina, patrona de Bolsena, el pueblito italiano en donde se obró el milagro del famoso corporal que quedó manchado con la sangre de Cristo (vino consagrado durante la Misa por un sacerdote que dudaba) y que ahora se conserva en la catedral de Orvieto. En el siglo pasado se hicieron algunos descubrimientos arqueológicos, de los cuales resulta que en Bolsena desde el siglo IV se veneraba a una Santa Cristina. Cerca de su sepulcro había un cementerio subterráneo. Son también muchos los testimonios iconográficos: la santa aparece entre las vírgenes mártires de los mosaicos de la iglesia de San Apolinar Nuevo de Ravena del siglo VI. Muchos son también los artistas que se han inspirado en los episodios narrados en su Pasión con abundancia de detalles, que recalcan en gran parte los Hechos de los más famosos mártires.
De esta Pasión hay varias redacciones griegas y latinas, que no están de acuerdo sobre la ciudad natal de la mártir. Según las versiones griegas, Cristina era de Tiro, en Fenicia; y, según las versiones latinas, era de Bolsena. La fabulosa narración de su Pasión, que por lo antigua (no anterior al siglo IX) entra en el número de las leyendas hagiográficas de escaso valor histórico, habla de una niña de once años, llamada Cristina, a quien el padre, Urbano, oficial del emperador, la encerró en una torre con doce doncellas, debido a su extraordinaria belleza.
Pero en realidad lo que el padre quería era obligarla a abjurar de la peligrosa religión (se había hecho cristiana) y librarla de la persecución. Pero la niña rompió las preciosas estatuitas de los dioses y dio el metal a los pobres. Entonces el padre pasó de las promesas a los castigos: la hizo flagelar y la metió a la cárcel. Como Cristina persistió en su profesión de fe, Urbano la entregó a los jueces que la sometieron a muchos y terribles suplicios. En la cárcel, en donde la metieron llena de llagas, fue consolada y curada por tres ángeles. Como las amenazas y los castigos no surtieron efecto, se pasó a la solución final: le colgaron una pesada piedra en el cuello y la echaron al lago (Bolsena queda a orillas de un gran lago); pero la piedra, sostenida por los ángeles, se convirtió corno en un flotador y sacó la niña a la orilla.
Dios castigó con la muerte al desnaturalizado padre; pero las tribulaciones de Cristina no terminaron. Los jueces no se desanimaron y la siguieron sometiendo a terribles tormentos, como el de la parrilla ardiente, el del horno encendido, el de la mordedura de serpientes venenosas, el del corte de los senos; pero como nada de esto acababa con su vida y ya no se podían inventar más suplicios, resolvieron cortarle la cabeza y así la mandaron al cielo.
De esta Pasión hay varias redacciones griegas y latinas, que no están de acuerdo sobre la ciudad natal de la mártir. Según las versiones griegas, Cristina era de Tiro, en Fenicia; y, según las versiones latinas, era de Bolsena. La fabulosa narración de su Pasión, que por lo antigua (no anterior al siglo IX) entra en el número de las leyendas hagiográficas de escaso valor histórico, habla de una niña de once años, llamada Cristina, a quien el padre, Urbano, oficial del emperador, la encerró en una torre con doce doncellas, debido a su extraordinaria belleza.
Pero en realidad lo que el padre quería era obligarla a abjurar de la peligrosa religión (se había hecho cristiana) y librarla de la persecución. Pero la niña rompió las preciosas estatuitas de los dioses y dio el metal a los pobres. Entonces el padre pasó de las promesas a los castigos: la hizo flagelar y la metió a la cárcel. Como Cristina persistió en su profesión de fe, Urbano la entregó a los jueces que la sometieron a muchos y terribles suplicios. En la cárcel, en donde la metieron llena de llagas, fue consolada y curada por tres ángeles. Como las amenazas y los castigos no surtieron efecto, se pasó a la solución final: le colgaron una pesada piedra en el cuello y la echaron al lago (Bolsena queda a orillas de un gran lago); pero la piedra, sostenida por los ángeles, se convirtió corno en un flotador y sacó la niña a la orilla.
Dios castigó con la muerte al desnaturalizado padre; pero las tribulaciones de Cristina no terminaron. Los jueces no se desanimaron y la siguieron sometiendo a terribles tormentos, como el de la parrilla ardiente, el del horno encendido, el de la mordedura de serpientes venenosas, el del corte de los senos; pero como nada de esto acababa con su vida y ya no se podían inventar más suplicios, resolvieron cortarle la cabeza y así la mandaron al cielo.
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