Liber Divinorum Operum, Pars I, visio 1 (Turnholti: Brepols, 1996. CXX + 501 p. CCCM, XCII)
"Y vi en el misterio de Dios, como en medio de la atmósfera austral, una bella y maravillosa imagen con figura humana, cuyo rostro era tan hermoso y de tanta luminosidad(1) que más fácilmente podría yo mirar al sol; un gran círculo dorado ceñía su cabeza. Pero en el mismo círculo, sobre esa cabeza apareció otro rostro como de un anciano, cuyo mentón y barba tocaban la parte superior de la cabeza del primero. Y de uno y otro lado del cuello de la figura salía un ala, y las dos elevándose por sobre el círculo [dorado] se unían. En el punto extremo de la curva del ala derecha contemplé una cabeza de águila con ojos de fuego, en los que se reflejaba el esplendor de los ángeles como en un espejo; en el extremo de la curva del ala izquierda había un rostro humano, que brillaba como la luz de las estrellas. Estos rostros estaban vueltos hacia el oriente. También de uno y otro hombro de esta imagen [salían] unas alas [que] se extendían hasta las rodillas. Vestía una túnica que brillaba como el sol; en sus manos sostenía un cordero resplandeciente como la luz del día. Con sus pies aplastaba a un monstruo de horrible aspecto, ponzoñoso, y de color negro, y a una serpiente que mordía la oreja derecha del monstruo; el resto de su cuerpo estaba enrollado oblicuamente en torno a la cabeza, y su cola se extendía por la parte izquierda hasta sus pies(2)."
[II. Palabras de la imagen –se entiende que es el Amor(3)–, que se nombra a sí misma la vida ígnea(4) de la sustancia de Dios, y narra los variados efectos de su poder en las diversas naturalezas o cualidades de la creatura.]
II. Y esta imagen decía: Yo soy la energía suprema e ígnea, Quien ha encendido cada chispa viviente, y nada exhalé [que fuera] mortal(5), sino que Yo decido su existencia. Con mis alas superiores, esto es con la sabiduría(6), y circunvolando el círculo que se mueve orbitalmente [esto es, la tierra], lo ordené con rectitud. Pero también Yo, la vida ígnea del ser divino, me enciendo sobre la belleza de los campos, resplandezco en las aguas y ardo en el sol, la luna y las estrellas; y con un soplo de aire, al modo de una invisible vida que sustenta al conjunto, despierto todas las cosas a la vida(7). Pues el aire vive en el verdor [uiriditate(8)] de las hojas y en las flores, las aguas fluyen como si vivieran, también el sol vive en su luz; y aunque la luna haya llegado a su ocaso, la luz del sol la enciende para que viva nuevamente. También las estrellas brillan en su luz como si tuvieran vida. Establecí columnas que sostienen todo el orbe de la tierra: son aquellos vientos(9) que tienen por debajo de sí alas, o sea vientos más suaves(10), que suavemente resisten a los más fuertes, para que no se manifiesten peligrosamente, al modo como el cuerpo envuelve y sustenta al alma, para que no se exhale. Y como la respiración del alma mantiene unido al cuerpo dándole firmeza para que no desfallezca, así también los vientos más fuertes dan vida a los que les están sujetos para que realicen su oficio convenientemente.
Y así Yo, la energía ígnea, me oculto en estas cosas, y ellas arden por Mí, como la respiración continua mueve al hombre y como la voluble llama está en el fuego. Todas estas cosas viven en su esencia y no mueren(11), porque Yo soy la vida. También soy la racionalidad, que tiene en sí el aliento de la Palabra que resuena, por la que toda creatura fue hecha(12). Y la insuflé en todas las cosas de manera que ninguna de ellas fuera mortal en su género, porque Yo soy la vida.
Y en verdad soy la vida íntegra, que no ha sido esculpida en piedra ni brotó frondosa de las ramas ni radica en la potencia [generativa] humana(13): antes bien, todo lo que vive tiene sus raíces en Mí. Pues la racionalidad es la raíz, en ella florece(14) la Palabra que resuena.
Por eso, siendo Dios racional, ¿cómo podría ser que no obrase, cuando toda su obra florece a través del hombre, a quien hizo a su imagen y semejanza, y a todas las creaturas –según su medida– significó en el hombre(15)? Pues desde toda la eternidad fue Voluntad de Dios hacer su obra, esto es, el hombre; y cuando la acabó, le dio todas las creaturas para que trabajara con ellas, como el mismo Dios lo había hecho con él(16).
Pero también soy un servidor, porque todo lo que tiene vida arde por Mí, y Yo soy la vida eternamente igual, que no tuvo comienzo ni finalizará; y esta misma vida que se mueve y obra es Dios, y no obstante esta vida es una en tres poderes [energías]. Y así como se dice que la Eternidad es el Padre, la Palabra es el Hijo, y el Aliento que une a estos dos es el Espíritu Santo, así también Dios se expresó en el hombre, en quien hay cuerpo, alma y racionalidad(17). Porque me enciendo sobre la belleza de los campos, esto es la tierra, de cuya materia Dios hizo al hombre; y resplandezco en las aguas, como el alma, porque así como el agua se esparce a través de toda la tierra, así el alma recorre todo el cuerpo. También ardo en el sol y en la luna: esto es [figura de] la racionalidad (mientras que las estrellas son las innumerables palabras de la racionalidad). Y con un soplo de aire, al modo de una invisible vida que sustenta al conjunto, despierto todas las cosas a la vida: esto es que por el aire y el viento subsisten los vivientes –que crecen [y maduran]–, que han sido apartados de la nada por el hecho de existir.
[III. Se muestra que en el hombre, hecho a imagen y semejanza suya, Dios expresó a toda creatura; y después de la caída, habiéndolo restablecido por la sola generosidad de su amor [karitate] mediante Su encarnación, lo puso en la bienaventuranza que había perdido el ángel caído; y por esto se señala la significación mística de la visión antedicha.]
III. Y nuevamente escuché la voz del cielo que me decía: Dios, Quien creó todas las cosas, hizo al hombre a su imagen y semejanza, y en él significó a las creaturas tanto superiores cuanto inferiores; y lo amó tanto que lo destinó al lugar del que el ángel caído había sido arrojado, y a la gloria y el honor que aquél había perdido juntamente con la bienaventuranza(18). Esta visión que tú contemplas también te muestra esto.
Porque lo que tú ves: como en medio de la atmósfera austral, una bella y maravillosa imagen con figura humana(19), esto es que en el poder de la Divinidad indeficiente, bella en la elección y maravillosa en los dones de sus misterios está Caritas, el amor del Padre celestial, manifestándose al hombre; porque cuando el Hijo de Dios se revistió de la carne, redimió al hombre perdido con el servicio de su caridad. De donde: cuyo rostro era tan hermoso y de tanta luminosidad que más fácilmente podría yo mirar al sol, porque la largueza de su amor sobresale tanto entre sus dones y fulgura de tal manera, tanto sobrepasa a toda intelección del conocimiento humano –por el que es posible entender diversas cosas en el alma–, que de ningún modo puede [el hombre] captarla con su sentido. Pero se manifiesta en esta declaración para que a través de ella sea conocido en la fe lo que no puede ser visto por los ojos en forma visible.
[IIII. La fe devota cultiva la excelencia del amor divino, y en virtud de ésta Dios es conocido como siendo uno en la Trinidad para que, favoreciendo Dios mismo a los hombres con el mérito de su fe, los conduzca hacia las cosas [los bienes] celestiales(20).]
IIII. Y un gran círculo dorado ceñía su cabeza: porque la fe católica difundida por todo el orbe de la tierra, surgiendo con la primera aurora de singular esplendor, abraza con total devoción la eximia largueza de la verdadera caridad, por la que Dios redimió al hombre en la humanidad de Su Hijo, y fortaleciéndolo lo confirmó por la infusión del Espíritu Santo. De tal manera el Dios uno –Quien fue Dios en Su divinidad, sin un tiempo inicial anterior a la eternidad– es conocido en la Trinidad. Pero en el mismo círculo, sobre esa cabeza apareció otro rostro como de un anciano: esto es que la excelsa benignidad de la Divinidad –que es sin inicio ni fin– socorrió en todo a sus fieles, de manera que: cuyo mentón y barba tocaban la parte superior de la cabeza del primero, significa que en la disposición y cuidado de todas las cosas la Divinidad alcanza la excelsitud de la caridad suprema: que el Hijo de Dios en su humanidad conduzca de regreso hacia las realidades celestiales a los hombres [que se encontraban] perdidos.
[V. El amor [dilectio] a Dios y al prójimo no puede separarse de la virtud acendrada de la fe.]
(V). Y de uno y otro lado del cuello de la figura salía un ala, y las dos elevándose por sobre el círculo [dorado] se unían: porque el amor a Dios y al prójimo –que progresan por la virtud de la caridad en la unidad de la fe y con perfecto deseo retienen en sí esa fe– no se separan el uno del otro(21), durante el tiempo en que la santa Divinidad oculta a los hombres el inconmensurable esplendor de su gloria, mientras en la sombra de la muerte están despojados de su vestidura celestial, que perdieron en Adán.
[VI. Cualquiera que inflamado por la ayuda del Espíritu Santo está sujeto a Dios con humilde devoción, no sólo se vence a sí mismo en aquello que es vicioso sino también al demonio; y los ángeles(22), que se alegran por los bienes de los justos, ensalzan la omnipotencia de Dios.]
V. (VI). En el punto extremo de la curva del ala derecha contemplé una cabeza de águila, que tenía ojos de fuego en los que se reflejaba el esplendor de los ángeles como en un espejo: porque en la grandeza de la sumisión que triunfa(23), cuando alguien se sujeta a Dios y vence al demonio es exaltado a la beatitud de la protección divina. Y cuando inflamado por el Espíritu Santo eleva su espíritu y fija su atención en Dios, los espíritus bienaventurados se le aparecen claramente y ofrecen a Dios la devoción de su corazón. Pues en el águila están significados los hombres espirituales(24), que por la devoción de su corazón a menudo –como los ángeles– ven a Dios en la contemplación. Por lo cual los espíritus bienaventurados que asiduamente ven a Dios se alegran por las buenas obras de los justos y las manifiestan a Dios en sí mismos; y perseverando así en la alabanza de Dios jamás se fatigan, porque jamás podrán agotarla [llevarla a su fin]. En efecto, ¿quién podría enumerar los innumerables prodigios que Dios puede obrar por su poder? Nadie. Ciertamente, los ángeles tienen un fulgor como de muchos espejos(25), en el cual ven que nadie obra de tal manera ni tiene un poder tan grande como Dios; de donde nadie es semejante a Él, porque [Dios] no tiene temporalidad.
[VII. Desde la eternidad y fuera de todo sitio [inlocaliter] existían en Dios todas las cosas que de Él –su Creador– proceden, diferentes en número, orden, lugar y tiempo.]
VI (VII). En verdad, todas las cosas que Dios hizo las tuvo en su presciencia antes del inicio del tiempo. En la pura y santa divinidad aparecieron juntamente las cosas visibles y las invisibles, sin momento ni tiempo, desde la eternidad, como los árboles u otra creatura que están próximos al agua se reflejan en ella, aunque no estén físicamente en ella; sin embargo, toda su figura aparece allí(26). Cuando Dios dijo: Hágase, al punto se revistieron de una figura que la presciencia divina contemplaba como incorpórea antes del tiempo. Pues así como todas las cosas que están ante un espejo se reflejan en él, así aparecieron en la santa Divinidad todas sus obras sin la duración de los tiempos. ¿Y cómo podría Dios carecer de la presciencia de sus obras cuando toda su obra, luego que ha sido revestida de un cuerpo, es completa en la actividad que le es propia, porque la santa Divinidad misma conoció de antemano cómo acompañarla conociéndola, comprendiéndola y sirviéndola(27)? De la misma manera que un rayo de luz muestra algo de la forma de una creatura a través de la sombra, así la pura presciencia de Dios veía toda la forma de las creaturas antes de que tuvieran cuerpo [incorporatae], porque la obra que Dios había de hacer comenzó a brillar en su presciencia antes de materializarse según esta semejanza(28), como el hombre mira el esplendor del sol antes de poder contemplar su realidad misma. Y como el esplendor del sol señala al sol, así también los ángeles con su alabanza muestran a Dios; y de la misma manera que el sol no puede existir sin su luz, así tampoco la Divinidad está sin la alabanza de los ángeles. Pues la presciencia de Dios precede a su obra, que le sigue; si así no fuera, la obra no podría aparecer; al modo como no conocemos el cuerpo de un hombre si no vemos su rostro, pero cuando vemos el rostro de un hombre, alabamos su cuerpo. Y así la presciencia de Dios y su obra están en Él.
[VIII. El demonio y los ángeles que hicieron abandono de la justicia, aunque eran muy poderosos, a causa de su ingratitud y soberbia fueron reducidos a esto: que nada pudieran en ninguna creatura, a no ser que les fuera permitido por una voluntad superior.]
VII (VIII). Pero había una innumerable multitud de ángeles que quisieron ser por sí mismos [a seipsis]; porque viendo su luz tan grande y gloriosa en la plenitud de su fulguración, olvidaron a su Creador. Y antes de que hubiesen comenzado a alabarlo pensaron que el resplandor de su propia belleza era tan grande que nadie podría resistirlo, por lo que también querían opacar(29) a Dios. Pero como vieran que jamás podrían realizar los prodigios que Él obraba, lo aborrecieron, y los que debían alabar a Dios mentirosamente decían que en su gran luz elegirían otro dios. Por lo que cayeron en las tinieblas, reducidos a una impotencia tal que nada pueden hacer en ninguna creatura, a no ser que su Creador se los permita. Pues aunque Dios había adornado al primero entre los ángeles, llamado Lucifer, con todo el ornato de las creaturas –el que había dado a toda la creación– para que de allí toda su cohorte recibiera su luz, él, yendo en sentido contrario, se hizo más horrible que todo el horror, porque la santa Divinidad en su celo lo arrojó a un lugar sin luz alguna(30).
[VIIII. El hombre, disponiéndose a imitar de la justicia de su Creador, comienza a brillar por el fulgor de su naturaleza racional, como quien se ha separado de cierta irracionalidad animal.]
VIII (VIIII). En el extremo de la curva del ala izquierda había un rostro de hombre, que brillaba como la luz de las estrellas: esto es que, en el ápice de la humillación triunfante(31), cuando el hombre ha vencido con la humildad los obstáculos terrenales que se le oponen como algo funesto [in sinistra] y se vuelca a la defensa de su Creador, tiene aspecto humano. Porque no ha comenzado a vivir como un animal, sino como la naturaleza humana le enseña, virtuosamente(32). De donde también en estas obras justas la buena intención de su corazón irradia singular esplendor.
[X. En la Palabra de Dios que dice: "Hágase la luz" fueron creados los ángeles, esto es, la luz racional(33); y a causa de los que perdieron su beatitud Dios hizo otra vida racional que revistió de carne: el hombre, para que obtuviera el lugar y la gloria de los [ángeles] caídos.]
VIIII (X). Pues cuando Dios dijo: "Hágase la luz", apareció la luz racional, o sea los ángeles, tanto aquellos que perseveraron con Él en la verdad, cuanto los que cayeron en las tinieblas exteriores sin luz alguna porque negaron que la luz verdadera, que brillaba desde la eternidad sin inicio, era Dios; y porque quisieron hacer a alguien semejante a Él, cosa imposible de hacer. Entonces Dios hizo surgir otra vida que vistió con un cuerpo: el hombre, a quien dio el lugar y la gloria del ángel caído, ya que debe completar la alabanza de Dios que aquél no quiso tributar(34). En este rostro humano están figurados quienes viven corporalmente en el mundo, pero en su espíritu sirven continuamente a Dios, para que no suceda que por entretenerse mundanamente en el siglo olviden las cosas que son del espíritu, al servicio de Dios. Y estos rostros estaban vueltos hacia el oriente, porque no sólo los espirituales sino también los hombres que viven en el mundo, todos los que desean servir a Dios y conservar sus almas en la vida, deben volverse hacia el origen de la santa conversación y de la bienaventuranza.
[XI. Dios, en la fuerza de Su caridad, unió consigo a los predestinados, enseñándoles por la infusión de las riquezas del Espíritu Santo aquello que necesitaban [saber]].
X (XI). También de uno y otro hombro de esta imagen [salían] unas alas [que] se extendían hasta las rodillas. Porque en la fuerza de su caridad el Hijo de Dios reunió junto a sí a justos y a pecadores; y a los unos los cargó en sus hombros –porque habían vivido con justicia–, y sobre sus rodillas [puso] a esos que había hecho volver de un camino de injusticia, y los hizo compañeros de los ciudadanos celestiales. De la misma manera el hombre sostiene tanto con las rodillas cuanto con los hombros las cosas que lleva. Pues en el conocimiento del amor el hombre es conducido en alma y cuerpo a la plenitud de todo su ser(35), aunque su perseverancia en la rectitud sea lábil(36). Los dones del Espíritu Santo instruyen abundantemente en las cosas celestiales y en las espirituales a aquel en quien son infundidos desde lo alto, con pura y santa largueza. También enseñan, aunque de otra manera, en los asuntos terrenales útiles para las necesidades corporales, en la consideración de los cuales el hombre sabe que es débil, enfermo y mortal, aunque se encuentre provisto de estos múltiples dones.
[XII. El Hijo de Dios, recibiendo la naturaleza humana sin el daño del pecado y apareciéndose en la carne, llamó a publicanos y pecadores a la conversión y los justificó por su fe.]
XI (XII). Y vestía una túnica que brillaba como el sol: esto es que el Hijo de Dios, en su caridad, vistió el cuerpo humano sin contagio de pecado, semejante a la belleza del sol; porque así como el sol brilla a tan grande altura –por comparación con las otras creaturas– que ningún hombre podría tocarlo, así también ningún conocimiento humano [humana scientia] podría entender cómo es la humanidad del Hijo de Dios, excepto la fe. En sus manos sostenía un cordero resplandeciente como la luz del día, porque en las obras del Hijo de Dios la caridad puso de manifiesto la mansedumbre de la verdadera fe, que resplandece sobre todas las cosas, que de entre los publicanos y los pecadores eligió [sus] mártires, confesores y penitentes, e hizo de impíos justos –como de Saulo hizo a Pablo–, que sobre las alas de los vientos pudieran volar hacia la armonía celestial. Así la caridad perfeccionó su obra poco a poco y nítidamente, de manera tal que no hubiese en ella debilidad alguna, sino total plenitud. El hombre no puede hacerlo porque tiene poca capacidad para hacer algo; apenas puede sostener hasta el fin aquello que realiza, hasta que otros lo vean. El hombre considera en su interior estas cosas: porque también el pájaro, cuando sale del huevo, no puede volar porque carece de plumas, pero luego que recibe las plumas vuela hacia donde le conviene.
[XIII. La imitación del amor del Hijo de Dios, que venció al demonio con su cruz, también ahora en sus fieles conculca la discordia y los otros vicios y al mismo antiguo engañador del género humano, y los reduce a la nada.]
XII (XIII). Con sus pies aplastaba a un monstruo de horrible aspecto, ponzoñoso, y de color negro, y a una serpiente: el verdadero amor, en las huellas del Hijo de Dios, quebranta la injusticia de la discordia, deformada por los muchos vicios y horrorosa por las muchas perversidades, venenosa en el engaño y negra en la perdición(37), y también [vence] a la antigua serpiente que acecha a los fieles, como el mismo Hijo de Dios en su cruz la redujo a la nada. [Serpiente] que mordía la oreja derecha del monstruo; el resto de su cuerpo estaba enrollado oblicuamente en torno a la cabeza, y su cola se extendía por la parte izquierda hasta sus pies, porque a veces el demonio perpetra el engaño de su discordia semejando actuar bien; y poniendo al comienzo, aquí y allá, levemente, todo género de vicios, al final muestra abiertamente la perversidad de la peor consumación de la discordia. Pues la serpiente, que por su astucia es más hábil que otros reptiles, por esa misma habilidad destruye todo lo que puede y se convierte [finalmente] en algo pésimo, lo que está significado por los diferentes colores que hay en ella. Así también actuó Satanás, porque cuando conoció su belleza, quiso ser semejante a su Creador, y esto introdujo en el oído del hombre como por la cabeza de la serpiente, y no dejará de hacerlo hasta el último día, lo que se compara a su cola.
XIII. Por tanto, el amor está en la rueda de la eternidad sin tiempo, como el calor en el fuego. Pues en su eternidad, Dios conoció de antemano todas las creaturas que produjo en la plenitud de su Amor, de manera tal que el hombre no careciera de refrigerio o servicio entre ellas, porque las unió al hombre como las llamas al fuego. Primero, como ya se dijo, creó Dios al ángel con mucho ornato; pero cuando éste se vio a sí mismo, cobró odio a su Señor y quiso ser el señor, pero Dios lo arrojó a lo más hondo del abismo. Entonces el transgresor dio al hombre un mal consejo que el hombre siguió.
[XIIII. Adán y Eva, al consentir la exhortación del demonio que los envidiaba, perdieron la gloria de su ropaje celestial, esto es, la inmortalidad.]
XIIII. Porque cuando Dios creó al hombre lo cubrió con una vestidura celestial de manera que brillara con gran claridad. Pero el demonio, observando a la mujer, conoció que habría de ser la madre de un ilustre linaje; y [llevado] por la misma malignidad por la que se había apartado de Dios actuó como para vencerlo en esta su obra, atrayendo hacia sí la obra de Dios, que es el hombre(38). Entonces la mujer, sintiendo en el gusto de la manzana(39) que ella era diferente [de como Dios la había hecho], dio la manzana a su marido, y así ambos perdieron su ropaje celestial.
[XV. Dios, compadecido de ellos, para castigar el delito de su transgresión los expulsó del paraíso hacia este exilio(40); [pero] si alguien violara la fe de su matrimonio instituido por Dios, deberá ser gravemente castigado, a no ser que se arrepienta.]
XV. Pero lo que Dios dijo después: "Adán, ¿dónde estás?"(41), significa que recordaba que lo había hecho a Su imagen y semejanza, y que quería traerlo nuevamente hacia Sí. También le prestó el servicio de cubrir su desnudez, y lo envió al exilio. En lugar de su ropaje resplandeciente [Adán] recibió una piel de oveja, del mismo modo como había cambiado el Paraíso por ese exilio. Y Dios unió a la mujer con el hombre con un juramento de fidelidad, tal que esta fidelidad jamás sea destruida en ellos, sino que sean uno como el cuerpo y el alma que Dios unió en una unidad. Por lo cual, quienquiera que destruyera esta fidelidad y permaneciera sin arrepentimiento ni enmienda será llevado a la tierra de Babilonia(42), esto es, a la tierra de la confusión y la aridez, que así permanecerá sin la hermosa fecundidad [uiriditate] del campo, es decir, de la bendición de Dios. Y la venganza de Dios caerá sobre él hasta la última línea de consanguinidad que proceda de su sangre férvida, porque ese pecado alcanza a aquel hombre.
[XVI. En la predicación del Hijo de Dios encarnado al pueblo espiritual suplicante se cumple la promesa de Dios dirigida a Abraham: que su descendencia se multiplicaría según el número de las estrellas del cielo.]
Notas:
1. Una de las notas características de las visiones de Hildegarda de Bingen es su insistencia en el tema de la luz: luminosidad, brillo, esplendor, sol, dorado, fuego, espejos, reflejo, refulgencia..., son todos términos que apuntan en la misma dirección. No olvidemos que en todo momento señala a la Luz viviente como fuente y origen de su saber, saber que es revelación. A su acción iluminadora atribuye Hildegarda todo su conocimiento: lux vivens et obscura illuminans, Luz Viviente que ilumina lo que está oscuro [ocultado por las tinieblas], variando la imagen de Juan 1, 9 (“Yo soy la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo”) en el reemplazo de “verdadera” por “viviente”.
2. Hasta aquí la descripción de la imagen, en palabras de Hildegarda. El texto continúa con la interpretación –realizada no por la abadesa sino por la figura misma–, en primera persona, y como parte integrante de la visión, como palabra revelada.
3. Hoy es mejor entendido el término “amor”, de manera que de aquí en adelante usaremos indistintamente uno u otro.
4. Vida ardiente, abrasadora. En la concepción hildegardiana el Amor es Vida, y aquí la abadesa se vale de la imagen del fuego (“energía ígnea”) para expresar ambos conceptos, al tiempo que implícitamente añade las notas del dinamismo, la movilidad, el calor, el brillo y la refulgencia, todas ellas identificables con el amor y la vida.
5. Responde esta afirmación a lo que era por entonces la interpretación del texto de Juan 1, 3-4, que se leía así: Et sine ipso, factum est nihil. Quod factum est in ipso vita erat (Y sin Él no se hizo nada. Todo cuanto fue hecho era vida en Dios). La lectura, hoy: Et sine ipso, factum est nihil. In ipso vita erat (Y sin Él no se hizo nada [de cuanto fue hecho]. En Él estaba la vida).
6. La referencia es a la sabiduría en sentido bíblico, no como un saber teorético sino como un saber práctico-moral. Por eso a continuación adscribe a la ordenación propia de la sabiduría la nota de rectitud, que la circunscribe al ámbito de lo moral. (vuelve al texto)
7. Queda aquí subrayada la afirmación de la nota 5–en el sentido de la concepción de todo lo creado como viviente– con la imagen del soplo de aire, hálito de vida (Gén. 2, 7).
8. Viriditas: es uno de los conceptos característicos de Hildegarda a lo largo de toda su obra –y que podría traducirse como verdor, fuerza vital, fecundidad, vida–, conque se refiere a Dios, a la Vida divina, a la acción creadora de Dios, a la presencia de la fuerza divina en el mundo y en el hombre, a las virtudes como fuerzas divinas que trabajan con el hombre, etc. Recordemos que, en abierto contraste con su época, Hildegarda no hace hincapié en el concepto de orden –en virtud del cual la acción creadora de Dios hace del universo un cosmos– sino en el de vida, fuerza, energía: todo cuanto existe es vida. Tampoco subraya la presencia de un principio formal en el hombre, sino que acentúa el principio dinámico y cohesionante, capaz por ello de otorgar unidad, y unidad viva.
9. Son los cuatro vientos que en la segunda visión aparecen representados por cuatro cabezas de animales: de leopardo (simboliza el temor de Dios), de lobo (las penas del infierno), de león (el temor ante el juicio de Dios) y de oso (las tribulaciones corporales y las angustias del alma), “no porque existan en las formas de estos animales, sino porque imitan la naturaleza de los mismos en sus fuerzas y poder.” (Sed et uersus easdem partes quatuor capita, scilicet quasi caput leopardi et lupi ac uelut caput leonis et ursi apparent, quia in quatuor partibus mundi quatuor principales uenti sunt, non tamen sic in formis suis existentes, sed in uiribus suis naturam denominatarum bestiarum imitantes, LDO I, 2, 16)
10. Aparecen también trabajados en la segunda visión, representados por el cangrejo, el ciervo, la serpiente, el cordero. Se hacen así presentes –simbólicamente– el reconocimiento de los pecados, el arrepentimiento, la confianza en Dios pero también la duda, la esperanza, el sufrimiento como purificación, la consolación y la constancia, la perfección espiritual..., “todos ellos vientos colaterales que son como las alas de los vientos principales y que no cesan de soplar, aunque suavemente” (Ibíd., 24), en tanto los vientos principales están como detenidos en su inmenso poder, a la espera del juicio de Dios al fin del mundo.
11. Como se advierte en el mismo párrafo, no se trata de una inmortalidad individual sino específica y, según podría desprenderse del contexto, la inmortalidad de la especie en Dios (“porque Yo soy la vida”). Como dice Guillermo Blanco en su Curso de Antropología Filosófica (Buenos Aires: EDUCA, 2002, p. 121), “todo era vida en Dios antes de ser realidad, porque todo era en Dios objeto de pensamiento y de amor: todo vivía en la inteligencia de Dios”.
12. Hay aquí una clara alusión trinitaria: Racionalidad, Palabra y Aliento de Vida, en el contexto de la actividad creadora, “por la que toda creatura fue hecha”. Pero el Aliento no sólo da vida, sino que lo hace porque es en Él que la Palabra creadora resuena, produciendo su efecto de causalidad eficiente y formal ejemplar.
13. Se mencionan las concepciones idolátricas más primitivas, sí, pero que también se encontraban en los pueblos bárbaros que habían conquistado Europa –y con fuerte penetración e influencia en la Germania– en tiempos no tan lejanos.
14. Esta imagen del “florecer” en la raíz (la Palabra que resuena en la Racionalidad, y en Ella todo lo que vive), es otra aparición de la riquísima –en sentidos y matices– viriditas. Su fecundidad aparece también proclamada en el párrafo siguiente, en que la creación habla del Creador, las creaturas configurando un cosmos, un orden, se manifiestan como la obra de su Dios.
15. El hombre como resumen de toda la creación, el hombre como microcosmos, es un tópico de la época. Así, leemos en Honorio de Autun: “En cuanto es corporal –y microcosmos– toma de la tierra la carne, del agua la sangre, la respiración del aire y el calor lo toma del fuego. Su cabeza es redonda, al modo de la esfera celeste; los ojos brillan como dos estrellas; y hay en ella siete agujeros, como las siete armonías que adornan el cielo. El pecho, que es el lugar de la respiración y de la tos, se asemeja al aire en que se dan cita los vientos y los truenos. El vientre recibe todos los líquidos como el mar acoge los ríos. Los pies sostienen el peso de todo el cuerpo, como lo hace la tierra con el conjunto del universo. Del fuego celeste recibe el hombre el sentido de la vista, del aire superior el oído, del inferior el olfato, el gusto lo recibe del agua y el tacto de la tierra. Participa de la dureza de la piedra en sus huesos, de la vigorosa fecundidad de los árboles en sus uñas, del ornato del césped en sus cabellos, tiene en común con los animales la capacidad de sentir: tal es la sustancia corporal del hombre.” (Unde et microcosmus, id est minor mundus dicitur: habet namque ex terra carnem, ex aqua sanguinem, ex aere flatum, ex igne calorem. Caput ejus est rotundum, in coelestis sphaerae modum: in quo duo oculi ut duo luminaria in coelo micant; quod etiam septem foramina, ut septem coelum harmoniae ornant. Pectus, in quo flatus et tussis versantur, simulat aerem, in quo venti et tonitrua concitantur. Venter omnes liquores, ut mare omnia flumina recipit. Pedes totum corporis pondus, ut terra cuncta, sustinent. Ex coelesti igne visum, ex superiore aere auditum, ex inferiore olfactum, ex aqua gustum, ex terra habet tactum. Participium duritiae lapidum habet in ossibus, virorem arborum in unguibus, decorem graminum in crinibus, sensum cum animalibus: haec est substantia corporalis, Elucidarium I, 11. En: Migne. PL 172).
16. Gén. 1 y 2. Aun en la diversidad de ambos relatos, un hecho se presenta como indubitable: la creación tiene al hombre como su centro y ápice; todas las demás creaturas están en función de él, quien debe trabajarlas y usarlas con rectitud, esto es, con sabiduría, medida y orden. El hombre tiene una responsabilidad ética por el cosmos, por el mundo natural, y desde este punto de vista la obra de Hildegarda bien podría proveer los elementos para elaborar una ecología cristiana, tan necesaria en tiempos en los que el hombre parece más dedicado a la destrucción de su mundo que a su conservación.
17. El hombre, creado a imagen de Dios, reproduce en su ser la realidad trinitaria de su Creador. El esquema parece indicar el cuerpo como la realidad material del hombre, el alma como su principio vital y animador, y la racionalidad como su espíritu o principio intelectual. En lo que viene del párrafo, ¿podría tal vez leerse un esbozo de distinción entre esencia y existir, lo que algo es y su ser mismo?
18. Esta afirmación no implica que si el ángel no hubiera caído, el hombre no hubiese sido creado (tema discutido por entonces en la escuelas); apunta más bien a que el hombre, además de su lugar propio, vino a cubrir el lugar que los ángeles pecadores habían dejado vacío.
19. Dicha figura humana es Cristo, Dios-Verbo encarnado, Quien eligió hacerse hombre (belleza) sin dejar de ser Dios (poder), por ese amor del Padre que se expresa con el término “caritas”, amor que es gracia, gratuidad del don del amor.
20. Las ideas principales de este párrafo, doctrinalmente densísimo, son: 1) la excelencia del amor divino es la Trinidad; 2) sólo puede ser conocida gracias a la fe, y una fe devota, esto es, alentada por un amor diligente en las obras del amor; 3) pero esta fe y la revelación trinitaria son un don divino, gratuito –la fe es gracia–; 4) por consiguiente, Dios es Quien da el don de la fe que, cultivada por el amor del hombre, le merece los bienes celestiales, est es, a Dios mismo.
21. Marc. 12, 29-31.
22. Hildegarda otorga un lugar de privilegio en sus obras al tema de los ángeles.
23. “la grandeza de la sumisión que triunfa”: claro eco del Magnificat mariano (Lc. 1, 46-55).
24. Los hombres espirituales a los que aquí se refiere Hildegarda son los religiosos, los monjes.
25. En el ángel el conocimiento no es discursivo sino intuitivo; de ahí la imagen de los espejos, apuntando a la visión simplemente tal. No olvidemos, por otra parte, lo dicho en la nota 1 sobre la presencia de la luz y todo aquello que pueda relacionársele o sugerirla, y que campea por todo el texto.
26. El uso de imágenes como ésta es muy propio de Hildegarda, quien constantemente recurre a la naturaleza para dotar de concreción a sus conceptos.
27. Junto a la presciencia creadora de Dios, Hildegarda señala Su providencia, que sostiene a la creatura en la existencia y la mueve hacia su perfección.
28. Hildegarda subraya aquí la idea de que el conocimiento mismo que Dios tiene de la creatura es luz que la hace presente, por así decirlo: es un conocimiento creador, es en virtud de ese conocimiento que la creatura comienza a mostrarse, a brillar, a ser.
29. “Opacar”: en el contexto de lo que para Hildegarda significa la luz, opacar significa negar a Dios Su luz, el brillo de Sus obras, de donde los ángeles rebeldes, finalmente, se niegan a ver la luz, se ciegan, quedan en la oscuridad, son oscuridad.
30. Confirma la idea de la nota anterior.
31. Nuevamente encontramos aquí esa reminiscencia del Magnificat, la paradoja de la “humillación triunfante”.
32. Lo propiamente humano es aquí la humildad de la creatura ante su Creador: ésta es la virtud y el esplendor de la humildad.
33. Según Honorio de Autun, Dios en el primer día creó la luz espiritual y a toda creatura espiritual, en tanto en el sexto día creó al hombre; los primeros proceden del fuego –no olvidemos que una de las nociones corrientes por entonces era la de un cuerpo espiritual o etéreo para los ángeles–, pero el hombre, de la tierra: “Los cuerpos de los ángeles son simples, es decir, hechos del puro éter. El éter es ígneo –el cuarto elemento– y sereno, no por el calor sino por la luz perpetua, por lo que acerca de la creación de los ángeles está escrito: Hágase la luz” (Angelorum corpora sunt simplicia, videlicet ex puro aethere facta. Aether est ignis, scilicet quartum elementum, non calore, sed perpetua luce serenum; unde de creatione angelorum scribitur: Fiat lux, Gen. I, Liber duodecim quaestionum, 11. En: Migne, loc. cit. ).
34. Otro tema de discusión teológica en la Edad Media: ¿habría tenido lugar la creación del hombre de no haber pecado el ángel? ¿Llegará a ocupar en la gloria un lugar propio, o tan sólo completará el lugar dejado por el ángel caído?
35. El “conocimiento del amor” es una expresión que da lugar, sin más, a múltiples interpretaciones: el conocimiento por connaturalidad afectiva, el conocimiento que brota del amor que lo urge –motor, peso y centro de gravedad de la persona–, la primacía de este conocimiento en la realización plena del hombre..., son diversas consideraciones en torno a una misma realidad, que es la naturaleza humana tomada en su especificidad.
36. ¿Cómo no reconocer aquí la dolorosa situación del hombre a la que se refiere San Pablo: “El bien que quiero, no lo hago; antes bien, el mal que no quiero, ése practico” (Rom. 7, 19)?
37. No cuesta mucho reconocer en este párrafo los ecos del contexto en el que transcurrió la vida de la abadesa de Bingen, ese siglo XII signado por la discordia entre el Papado y el Imperio, la herejía de los cátaros y la tremenda corrupción del clero.
38. En esta presentación que hace Hildegarda del pecado del hombre (Adán y Eva), más que una desobediencia explícita de la mujer en cuanto al mandato divino parece darse un rendirse a la seducción del demonio, ordenada ésta no tanto a causar la caída de la mujer sino a vencer a Dios en la lucha por la supremacía, arrebatándole su obra.
39. “Sintiendo en el gusto de la manzana que era diferente”: además de subrayar nuevamente la característica apelación de Hildegarda a todos los sentidos, recordamos que lo que aquí se está diciendo, finalmente, es que Eva, al saborear la manzana, se conoció, supo de sí misma, se afirmó a sí misma “frente” a Dios. No fue la sabiduría de Dios lo que adquirió al gustar la manzana, sino la sabiduría de sí misma desgajada de su Dios: creatura en la soledad de sí misma. Como se lee a continuación en el mismo párrafo, ambos (Adán y Eva) perdieron así su luz y quedaron desnudos, despojados. Como le había sucedido a Lucifer. En sombras.
40. No fue su castigo como el que infligiera al ángel, sin redención posible y en absoluta y definitiva soledad. El hombre partió hacia el exilio, varón y mujer unidos en matrimonio de inviolable fidelidad, acompañándose y sosteniéndose en el arduo camino de retorno a la Patria.
41. Dios busca al hombre; el movimiento del Amor de Dios como caritas, como gracia, como don.
42. Desde el cautiverio de los judíos en Babilonia bajo Nabucodonosor, ese nombre quedará como signo de exilio, corrupción y desdichada condición del hombre y de la Iglesia. Recordemos que a este episodio se asimiló el cautiverio de los Papas en Aviñon (siglo XIV), y que Lutero no titubeó en llamar a la Roma del Renacimiento, Babilonia.
43. Gén. 22, 15-19.
44. María es la tierra durmiente, que no saboreó la manzana: no fue despertada al conocimiento de sí y rebelde a su Creador, sino que permaneció quieta y enteramente atenta y rendida a la Voluntad de su Señor. No tuvo la sabiduría de sí, sino la sabiduría de Dios; y por eso albergó en sí y fue madre de la Sabiduría misma, como proclaman las letanías lauretanas
XVI. Y así como Adán es el padre de todo el género humano, así también a través del Hijo de Dios, que se encarnó en una naturaleza virginal, surgió un pueblo espiritual que crece como Dios lo prometió a Abraham por su ángel: que su simiente llegaría a ser como las estrellas del cielo, según está escrito: "Mira el cielo, y cuenta las estrellas, si puedes. Así será tu descendencia. Creyó Abraham a Dios, y le fue reputado para su justificación"(43). Lo que debe entenderse así: Tú, que adoras y veneras a Dios con una voluntad buena, mira lo oculto de Dios y resuelve la remuneración de los méritos de quienes brillan ante Dios día y noche –si esto es posible al hombre obstaculizado por la carga de su cuerpo–. Porque cuando el hombre saborea las cosas que son de la carne, no puede captar plenamente las que son del espíritu. Y con verdad se dice a aquel que se esfuerza por honrar a Dios con el recto suspiro de su corazón: De este modo será multiplicada y brillará la simiente de tu corazón, que sembraste en la buena tierra regada con la gracia del Espíritu Santo; porque también delante del Dios altísimo se levantará y resplandecerá en la multitud de sus dichosas virtudes, como las estrellas clarean en el firmamento. Por lo cual quienquiera que creyere fielmente la promesa divina, teniendo para con Dios la grandeza de la verdadera fe, de forma tal que desprecie todo lo terrenal y tienda hacia la cosas celestiales, será contado como justo entre los hijos de Dios porque amó la verdad, y no tuvo engaño en su corazón.
[XVII. Del linaje de Abraham –quien creyó y le obedeció– Dios eligió a la Virgen María, de quien nacería corporalmente Cristo, maestro y guía de una nueva generación, esto es, una generación espiritual.]
XVII. Pues Dios conoció que en el espíritu de Abraham no habitaba el engaño de la serpiente, porque lo que hacía no causaba daño a nadie; por eso de su linaje Dios eligió la tierra durmiente [quieta] que fue totalmente extraña a aquel gusto con el cual la antigua serpiente había engañado a la primera mujer(44). Esa tierra, prefigurada por la vara de Aarón, era la Virgen María, quien en la más grande humildad se mostró como el aposento cerrado del rey. Porque, cuando recibió del trono este anuncio: que el gran rey quería morar en su claustro, miró la tierra de la que había sido creada y dijo que ella era la esclava de Dios. Lo que la primera mujer, engañada, no hizo, porque deseó tener lo que no debía poseer. También la obediencia de Abraham, en la que Dios probó su fe cuando le mostró el carnero enredado en los arbustos espinosos, prefiguró la obediencia de la virgen bienaventurada que creyó en la palabra del mensajero, deseando que se hiciera en ella según la palabra del mensajero. Por eso el Hijo de Dios, que había sido prefigurado como el carnero enredado en la zarza, se encarnó en ella. Pero también estaba previsto en este linaje [en Cristo] lo que Dios dijo: que el linaje de Abraham había de multiplicarse como las estrellas del cielo, que debía contarse en la plenitud de la comunidad celestial. Y porque creyó fielmente a Dios en todas las cosas, por eso mismo también fue llamado el padre de quienes serán herederos del reino de los cielos.
Y así todo hombre que teme y ama a Dios abra devotamente su corazón a estas palabras, y conozca que para la salvación de los cuerpos y las almas de los hombres han sido dichas, no por el hombre sino por Mí, El que soy.
"Y vi en el misterio de Dios, como en medio de la atmósfera austral, una bella y maravillosa imagen con figura humana, cuyo rostro era tan hermoso y de tanta luminosidad(1) que más fácilmente podría yo mirar al sol; un gran círculo dorado ceñía su cabeza. Pero en el mismo círculo, sobre esa cabeza apareció otro rostro como de un anciano, cuyo mentón y barba tocaban la parte superior de la cabeza del primero. Y de uno y otro lado del cuello de la figura salía un ala, y las dos elevándose por sobre el círculo [dorado] se unían. En el punto extremo de la curva del ala derecha contemplé una cabeza de águila con ojos de fuego, en los que se reflejaba el esplendor de los ángeles como en un espejo; en el extremo de la curva del ala izquierda había un rostro humano, que brillaba como la luz de las estrellas. Estos rostros estaban vueltos hacia el oriente. También de uno y otro hombro de esta imagen [salían] unas alas [que] se extendían hasta las rodillas. Vestía una túnica que brillaba como el sol; en sus manos sostenía un cordero resplandeciente como la luz del día. Con sus pies aplastaba a un monstruo de horrible aspecto, ponzoñoso, y de color negro, y a una serpiente que mordía la oreja derecha del monstruo; el resto de su cuerpo estaba enrollado oblicuamente en torno a la cabeza, y su cola se extendía por la parte izquierda hasta sus pies(2)."
[II. Palabras de la imagen –se entiende que es el Amor(3)–, que se nombra a sí misma la vida ígnea(4) de la sustancia de Dios, y narra los variados efectos de su poder en las diversas naturalezas o cualidades de la creatura.]
II. Y esta imagen decía: Yo soy la energía suprema e ígnea, Quien ha encendido cada chispa viviente, y nada exhalé [que fuera] mortal(5), sino que Yo decido su existencia. Con mis alas superiores, esto es con la sabiduría(6), y circunvolando el círculo que se mueve orbitalmente [esto es, la tierra], lo ordené con rectitud. Pero también Yo, la vida ígnea del ser divino, me enciendo sobre la belleza de los campos, resplandezco en las aguas y ardo en el sol, la luna y las estrellas; y con un soplo de aire, al modo de una invisible vida que sustenta al conjunto, despierto todas las cosas a la vida(7). Pues el aire vive en el verdor [uiriditate(8)] de las hojas y en las flores, las aguas fluyen como si vivieran, también el sol vive en su luz; y aunque la luna haya llegado a su ocaso, la luz del sol la enciende para que viva nuevamente. También las estrellas brillan en su luz como si tuvieran vida. Establecí columnas que sostienen todo el orbe de la tierra: son aquellos vientos(9) que tienen por debajo de sí alas, o sea vientos más suaves(10), que suavemente resisten a los más fuertes, para que no se manifiesten peligrosamente, al modo como el cuerpo envuelve y sustenta al alma, para que no se exhale. Y como la respiración del alma mantiene unido al cuerpo dándole firmeza para que no desfallezca, así también los vientos más fuertes dan vida a los que les están sujetos para que realicen su oficio convenientemente.
Y así Yo, la energía ígnea, me oculto en estas cosas, y ellas arden por Mí, como la respiración continua mueve al hombre y como la voluble llama está en el fuego. Todas estas cosas viven en su esencia y no mueren(11), porque Yo soy la vida. También soy la racionalidad, que tiene en sí el aliento de la Palabra que resuena, por la que toda creatura fue hecha(12). Y la insuflé en todas las cosas de manera que ninguna de ellas fuera mortal en su género, porque Yo soy la vida.
Y en verdad soy la vida íntegra, que no ha sido esculpida en piedra ni brotó frondosa de las ramas ni radica en la potencia [generativa] humana(13): antes bien, todo lo que vive tiene sus raíces en Mí. Pues la racionalidad es la raíz, en ella florece(14) la Palabra que resuena.
Por eso, siendo Dios racional, ¿cómo podría ser que no obrase, cuando toda su obra florece a través del hombre, a quien hizo a su imagen y semejanza, y a todas las creaturas –según su medida– significó en el hombre(15)? Pues desde toda la eternidad fue Voluntad de Dios hacer su obra, esto es, el hombre; y cuando la acabó, le dio todas las creaturas para que trabajara con ellas, como el mismo Dios lo había hecho con él(16).
Pero también soy un servidor, porque todo lo que tiene vida arde por Mí, y Yo soy la vida eternamente igual, que no tuvo comienzo ni finalizará; y esta misma vida que se mueve y obra es Dios, y no obstante esta vida es una en tres poderes [energías]. Y así como se dice que la Eternidad es el Padre, la Palabra es el Hijo, y el Aliento que une a estos dos es el Espíritu Santo, así también Dios se expresó en el hombre, en quien hay cuerpo, alma y racionalidad(17). Porque me enciendo sobre la belleza de los campos, esto es la tierra, de cuya materia Dios hizo al hombre; y resplandezco en las aguas, como el alma, porque así como el agua se esparce a través de toda la tierra, así el alma recorre todo el cuerpo. También ardo en el sol y en la luna: esto es [figura de] la racionalidad (mientras que las estrellas son las innumerables palabras de la racionalidad). Y con un soplo de aire, al modo de una invisible vida que sustenta al conjunto, despierto todas las cosas a la vida: esto es que por el aire y el viento subsisten los vivientes –que crecen [y maduran]–, que han sido apartados de la nada por el hecho de existir.
[III. Se muestra que en el hombre, hecho a imagen y semejanza suya, Dios expresó a toda creatura; y después de la caída, habiéndolo restablecido por la sola generosidad de su amor [karitate] mediante Su encarnación, lo puso en la bienaventuranza que había perdido el ángel caído; y por esto se señala la significación mística de la visión antedicha.]
III. Y nuevamente escuché la voz del cielo que me decía: Dios, Quien creó todas las cosas, hizo al hombre a su imagen y semejanza, y en él significó a las creaturas tanto superiores cuanto inferiores; y lo amó tanto que lo destinó al lugar del que el ángel caído había sido arrojado, y a la gloria y el honor que aquél había perdido juntamente con la bienaventuranza(18). Esta visión que tú contemplas también te muestra esto.
Porque lo que tú ves: como en medio de la atmósfera austral, una bella y maravillosa imagen con figura humana(19), esto es que en el poder de la Divinidad indeficiente, bella en la elección y maravillosa en los dones de sus misterios está Caritas, el amor del Padre celestial, manifestándose al hombre; porque cuando el Hijo de Dios se revistió de la carne, redimió al hombre perdido con el servicio de su caridad. De donde: cuyo rostro era tan hermoso y de tanta luminosidad que más fácilmente podría yo mirar al sol, porque la largueza de su amor sobresale tanto entre sus dones y fulgura de tal manera, tanto sobrepasa a toda intelección del conocimiento humano –por el que es posible entender diversas cosas en el alma–, que de ningún modo puede [el hombre] captarla con su sentido. Pero se manifiesta en esta declaración para que a través de ella sea conocido en la fe lo que no puede ser visto por los ojos en forma visible.
[IIII. La fe devota cultiva la excelencia del amor divino, y en virtud de ésta Dios es conocido como siendo uno en la Trinidad para que, favoreciendo Dios mismo a los hombres con el mérito de su fe, los conduzca hacia las cosas [los bienes] celestiales(20).]
IIII. Y un gran círculo dorado ceñía su cabeza: porque la fe católica difundida por todo el orbe de la tierra, surgiendo con la primera aurora de singular esplendor, abraza con total devoción la eximia largueza de la verdadera caridad, por la que Dios redimió al hombre en la humanidad de Su Hijo, y fortaleciéndolo lo confirmó por la infusión del Espíritu Santo. De tal manera el Dios uno –Quien fue Dios en Su divinidad, sin un tiempo inicial anterior a la eternidad– es conocido en la Trinidad. Pero en el mismo círculo, sobre esa cabeza apareció otro rostro como de un anciano: esto es que la excelsa benignidad de la Divinidad –que es sin inicio ni fin– socorrió en todo a sus fieles, de manera que: cuyo mentón y barba tocaban la parte superior de la cabeza del primero, significa que en la disposición y cuidado de todas las cosas la Divinidad alcanza la excelsitud de la caridad suprema: que el Hijo de Dios en su humanidad conduzca de regreso hacia las realidades celestiales a los hombres [que se encontraban] perdidos.
[V. El amor [dilectio] a Dios y al prójimo no puede separarse de la virtud acendrada de la fe.]
(V). Y de uno y otro lado del cuello de la figura salía un ala, y las dos elevándose por sobre el círculo [dorado] se unían: porque el amor a Dios y al prójimo –que progresan por la virtud de la caridad en la unidad de la fe y con perfecto deseo retienen en sí esa fe– no se separan el uno del otro(21), durante el tiempo en que la santa Divinidad oculta a los hombres el inconmensurable esplendor de su gloria, mientras en la sombra de la muerte están despojados de su vestidura celestial, que perdieron en Adán.
[VI. Cualquiera que inflamado por la ayuda del Espíritu Santo está sujeto a Dios con humilde devoción, no sólo se vence a sí mismo en aquello que es vicioso sino también al demonio; y los ángeles(22), que se alegran por los bienes de los justos, ensalzan la omnipotencia de Dios.]
V. (VI). En el punto extremo de la curva del ala derecha contemplé una cabeza de águila, que tenía ojos de fuego en los que se reflejaba el esplendor de los ángeles como en un espejo: porque en la grandeza de la sumisión que triunfa(23), cuando alguien se sujeta a Dios y vence al demonio es exaltado a la beatitud de la protección divina. Y cuando inflamado por el Espíritu Santo eleva su espíritu y fija su atención en Dios, los espíritus bienaventurados se le aparecen claramente y ofrecen a Dios la devoción de su corazón. Pues en el águila están significados los hombres espirituales(24), que por la devoción de su corazón a menudo –como los ángeles– ven a Dios en la contemplación. Por lo cual los espíritus bienaventurados que asiduamente ven a Dios se alegran por las buenas obras de los justos y las manifiestan a Dios en sí mismos; y perseverando así en la alabanza de Dios jamás se fatigan, porque jamás podrán agotarla [llevarla a su fin]. En efecto, ¿quién podría enumerar los innumerables prodigios que Dios puede obrar por su poder? Nadie. Ciertamente, los ángeles tienen un fulgor como de muchos espejos(25), en el cual ven que nadie obra de tal manera ni tiene un poder tan grande como Dios; de donde nadie es semejante a Él, porque [Dios] no tiene temporalidad.
[VII. Desde la eternidad y fuera de todo sitio [inlocaliter] existían en Dios todas las cosas que de Él –su Creador– proceden, diferentes en número, orden, lugar y tiempo.]
VI (VII). En verdad, todas las cosas que Dios hizo las tuvo en su presciencia antes del inicio del tiempo. En la pura y santa divinidad aparecieron juntamente las cosas visibles y las invisibles, sin momento ni tiempo, desde la eternidad, como los árboles u otra creatura que están próximos al agua se reflejan en ella, aunque no estén físicamente en ella; sin embargo, toda su figura aparece allí(26). Cuando Dios dijo: Hágase, al punto se revistieron de una figura que la presciencia divina contemplaba como incorpórea antes del tiempo. Pues así como todas las cosas que están ante un espejo se reflejan en él, así aparecieron en la santa Divinidad todas sus obras sin la duración de los tiempos. ¿Y cómo podría Dios carecer de la presciencia de sus obras cuando toda su obra, luego que ha sido revestida de un cuerpo, es completa en la actividad que le es propia, porque la santa Divinidad misma conoció de antemano cómo acompañarla conociéndola, comprendiéndola y sirviéndola(27)? De la misma manera que un rayo de luz muestra algo de la forma de una creatura a través de la sombra, así la pura presciencia de Dios veía toda la forma de las creaturas antes de que tuvieran cuerpo [incorporatae], porque la obra que Dios había de hacer comenzó a brillar en su presciencia antes de materializarse según esta semejanza(28), como el hombre mira el esplendor del sol antes de poder contemplar su realidad misma. Y como el esplendor del sol señala al sol, así también los ángeles con su alabanza muestran a Dios; y de la misma manera que el sol no puede existir sin su luz, así tampoco la Divinidad está sin la alabanza de los ángeles. Pues la presciencia de Dios precede a su obra, que le sigue; si así no fuera, la obra no podría aparecer; al modo como no conocemos el cuerpo de un hombre si no vemos su rostro, pero cuando vemos el rostro de un hombre, alabamos su cuerpo. Y así la presciencia de Dios y su obra están en Él.
[VIII. El demonio y los ángeles que hicieron abandono de la justicia, aunque eran muy poderosos, a causa de su ingratitud y soberbia fueron reducidos a esto: que nada pudieran en ninguna creatura, a no ser que les fuera permitido por una voluntad superior.]
VII (VIII). Pero había una innumerable multitud de ángeles que quisieron ser por sí mismos [a seipsis]; porque viendo su luz tan grande y gloriosa en la plenitud de su fulguración, olvidaron a su Creador. Y antes de que hubiesen comenzado a alabarlo pensaron que el resplandor de su propia belleza era tan grande que nadie podría resistirlo, por lo que también querían opacar(29) a Dios. Pero como vieran que jamás podrían realizar los prodigios que Él obraba, lo aborrecieron, y los que debían alabar a Dios mentirosamente decían que en su gran luz elegirían otro dios. Por lo que cayeron en las tinieblas, reducidos a una impotencia tal que nada pueden hacer en ninguna creatura, a no ser que su Creador se los permita. Pues aunque Dios había adornado al primero entre los ángeles, llamado Lucifer, con todo el ornato de las creaturas –el que había dado a toda la creación– para que de allí toda su cohorte recibiera su luz, él, yendo en sentido contrario, se hizo más horrible que todo el horror, porque la santa Divinidad en su celo lo arrojó a un lugar sin luz alguna(30).
[VIIII. El hombre, disponiéndose a imitar de la justicia de su Creador, comienza a brillar por el fulgor de su naturaleza racional, como quien se ha separado de cierta irracionalidad animal.]
VIII (VIIII). En el extremo de la curva del ala izquierda había un rostro de hombre, que brillaba como la luz de las estrellas: esto es que, en el ápice de la humillación triunfante(31), cuando el hombre ha vencido con la humildad los obstáculos terrenales que se le oponen como algo funesto [in sinistra] y se vuelca a la defensa de su Creador, tiene aspecto humano. Porque no ha comenzado a vivir como un animal, sino como la naturaleza humana le enseña, virtuosamente(32). De donde también en estas obras justas la buena intención de su corazón irradia singular esplendor.
[X. En la Palabra de Dios que dice: "Hágase la luz" fueron creados los ángeles, esto es, la luz racional(33); y a causa de los que perdieron su beatitud Dios hizo otra vida racional que revistió de carne: el hombre, para que obtuviera el lugar y la gloria de los [ángeles] caídos.]
VIIII (X). Pues cuando Dios dijo: "Hágase la luz", apareció la luz racional, o sea los ángeles, tanto aquellos que perseveraron con Él en la verdad, cuanto los que cayeron en las tinieblas exteriores sin luz alguna porque negaron que la luz verdadera, que brillaba desde la eternidad sin inicio, era Dios; y porque quisieron hacer a alguien semejante a Él, cosa imposible de hacer. Entonces Dios hizo surgir otra vida que vistió con un cuerpo: el hombre, a quien dio el lugar y la gloria del ángel caído, ya que debe completar la alabanza de Dios que aquél no quiso tributar(34). En este rostro humano están figurados quienes viven corporalmente en el mundo, pero en su espíritu sirven continuamente a Dios, para que no suceda que por entretenerse mundanamente en el siglo olviden las cosas que son del espíritu, al servicio de Dios. Y estos rostros estaban vueltos hacia el oriente, porque no sólo los espirituales sino también los hombres que viven en el mundo, todos los que desean servir a Dios y conservar sus almas en la vida, deben volverse hacia el origen de la santa conversación y de la bienaventuranza.
[XI. Dios, en la fuerza de Su caridad, unió consigo a los predestinados, enseñándoles por la infusión de las riquezas del Espíritu Santo aquello que necesitaban [saber]].
X (XI). También de uno y otro hombro de esta imagen [salían] unas alas [que] se extendían hasta las rodillas. Porque en la fuerza de su caridad el Hijo de Dios reunió junto a sí a justos y a pecadores; y a los unos los cargó en sus hombros –porque habían vivido con justicia–, y sobre sus rodillas [puso] a esos que había hecho volver de un camino de injusticia, y los hizo compañeros de los ciudadanos celestiales. De la misma manera el hombre sostiene tanto con las rodillas cuanto con los hombros las cosas que lleva. Pues en el conocimiento del amor el hombre es conducido en alma y cuerpo a la plenitud de todo su ser(35), aunque su perseverancia en la rectitud sea lábil(36). Los dones del Espíritu Santo instruyen abundantemente en las cosas celestiales y en las espirituales a aquel en quien son infundidos desde lo alto, con pura y santa largueza. También enseñan, aunque de otra manera, en los asuntos terrenales útiles para las necesidades corporales, en la consideración de los cuales el hombre sabe que es débil, enfermo y mortal, aunque se encuentre provisto de estos múltiples dones.
[XII. El Hijo de Dios, recibiendo la naturaleza humana sin el daño del pecado y apareciéndose en la carne, llamó a publicanos y pecadores a la conversión y los justificó por su fe.]
XI (XII). Y vestía una túnica que brillaba como el sol: esto es que el Hijo de Dios, en su caridad, vistió el cuerpo humano sin contagio de pecado, semejante a la belleza del sol; porque así como el sol brilla a tan grande altura –por comparación con las otras creaturas– que ningún hombre podría tocarlo, así también ningún conocimiento humano [humana scientia] podría entender cómo es la humanidad del Hijo de Dios, excepto la fe. En sus manos sostenía un cordero resplandeciente como la luz del día, porque en las obras del Hijo de Dios la caridad puso de manifiesto la mansedumbre de la verdadera fe, que resplandece sobre todas las cosas, que de entre los publicanos y los pecadores eligió [sus] mártires, confesores y penitentes, e hizo de impíos justos –como de Saulo hizo a Pablo–, que sobre las alas de los vientos pudieran volar hacia la armonía celestial. Así la caridad perfeccionó su obra poco a poco y nítidamente, de manera tal que no hubiese en ella debilidad alguna, sino total plenitud. El hombre no puede hacerlo porque tiene poca capacidad para hacer algo; apenas puede sostener hasta el fin aquello que realiza, hasta que otros lo vean. El hombre considera en su interior estas cosas: porque también el pájaro, cuando sale del huevo, no puede volar porque carece de plumas, pero luego que recibe las plumas vuela hacia donde le conviene.
[XIII. La imitación del amor del Hijo de Dios, que venció al demonio con su cruz, también ahora en sus fieles conculca la discordia y los otros vicios y al mismo antiguo engañador del género humano, y los reduce a la nada.]
XII (XIII). Con sus pies aplastaba a un monstruo de horrible aspecto, ponzoñoso, y de color negro, y a una serpiente: el verdadero amor, en las huellas del Hijo de Dios, quebranta la injusticia de la discordia, deformada por los muchos vicios y horrorosa por las muchas perversidades, venenosa en el engaño y negra en la perdición(37), y también [vence] a la antigua serpiente que acecha a los fieles, como el mismo Hijo de Dios en su cruz la redujo a la nada. [Serpiente] que mordía la oreja derecha del monstruo; el resto de su cuerpo estaba enrollado oblicuamente en torno a la cabeza, y su cola se extendía por la parte izquierda hasta sus pies, porque a veces el demonio perpetra el engaño de su discordia semejando actuar bien; y poniendo al comienzo, aquí y allá, levemente, todo género de vicios, al final muestra abiertamente la perversidad de la peor consumación de la discordia. Pues la serpiente, que por su astucia es más hábil que otros reptiles, por esa misma habilidad destruye todo lo que puede y se convierte [finalmente] en algo pésimo, lo que está significado por los diferentes colores que hay en ella. Así también actuó Satanás, porque cuando conoció su belleza, quiso ser semejante a su Creador, y esto introdujo en el oído del hombre como por la cabeza de la serpiente, y no dejará de hacerlo hasta el último día, lo que se compara a su cola.
XIII. Por tanto, el amor está en la rueda de la eternidad sin tiempo, como el calor en el fuego. Pues en su eternidad, Dios conoció de antemano todas las creaturas que produjo en la plenitud de su Amor, de manera tal que el hombre no careciera de refrigerio o servicio entre ellas, porque las unió al hombre como las llamas al fuego. Primero, como ya se dijo, creó Dios al ángel con mucho ornato; pero cuando éste se vio a sí mismo, cobró odio a su Señor y quiso ser el señor, pero Dios lo arrojó a lo más hondo del abismo. Entonces el transgresor dio al hombre un mal consejo que el hombre siguió.
[XIIII. Adán y Eva, al consentir la exhortación del demonio que los envidiaba, perdieron la gloria de su ropaje celestial, esto es, la inmortalidad.]
XIIII. Porque cuando Dios creó al hombre lo cubrió con una vestidura celestial de manera que brillara con gran claridad. Pero el demonio, observando a la mujer, conoció que habría de ser la madre de un ilustre linaje; y [llevado] por la misma malignidad por la que se había apartado de Dios actuó como para vencerlo en esta su obra, atrayendo hacia sí la obra de Dios, que es el hombre(38). Entonces la mujer, sintiendo en el gusto de la manzana(39) que ella era diferente [de como Dios la había hecho], dio la manzana a su marido, y así ambos perdieron su ropaje celestial.
[XV. Dios, compadecido de ellos, para castigar el delito de su transgresión los expulsó del paraíso hacia este exilio(40); [pero] si alguien violara la fe de su matrimonio instituido por Dios, deberá ser gravemente castigado, a no ser que se arrepienta.]
XV. Pero lo que Dios dijo después: "Adán, ¿dónde estás?"(41), significa que recordaba que lo había hecho a Su imagen y semejanza, y que quería traerlo nuevamente hacia Sí. También le prestó el servicio de cubrir su desnudez, y lo envió al exilio. En lugar de su ropaje resplandeciente [Adán] recibió una piel de oveja, del mismo modo como había cambiado el Paraíso por ese exilio. Y Dios unió a la mujer con el hombre con un juramento de fidelidad, tal que esta fidelidad jamás sea destruida en ellos, sino que sean uno como el cuerpo y el alma que Dios unió en una unidad. Por lo cual, quienquiera que destruyera esta fidelidad y permaneciera sin arrepentimiento ni enmienda será llevado a la tierra de Babilonia(42), esto es, a la tierra de la confusión y la aridez, que así permanecerá sin la hermosa fecundidad [uiriditate] del campo, es decir, de la bendición de Dios. Y la venganza de Dios caerá sobre él hasta la última línea de consanguinidad que proceda de su sangre férvida, porque ese pecado alcanza a aquel hombre.
[XVI. En la predicación del Hijo de Dios encarnado al pueblo espiritual suplicante se cumple la promesa de Dios dirigida a Abraham: que su descendencia se multiplicaría según el número de las estrellas del cielo.]
Notas:
1. Una de las notas características de las visiones de Hildegarda de Bingen es su insistencia en el tema de la luz: luminosidad, brillo, esplendor, sol, dorado, fuego, espejos, reflejo, refulgencia..., son todos términos que apuntan en la misma dirección. No olvidemos que en todo momento señala a la Luz viviente como fuente y origen de su saber, saber que es revelación. A su acción iluminadora atribuye Hildegarda todo su conocimiento: lux vivens et obscura illuminans, Luz Viviente que ilumina lo que está oscuro [ocultado por las tinieblas], variando la imagen de Juan 1, 9 (“Yo soy la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo”) en el reemplazo de “verdadera” por “viviente”.
2. Hasta aquí la descripción de la imagen, en palabras de Hildegarda. El texto continúa con la interpretación –realizada no por la abadesa sino por la figura misma–, en primera persona, y como parte integrante de la visión, como palabra revelada.
3. Hoy es mejor entendido el término “amor”, de manera que de aquí en adelante usaremos indistintamente uno u otro.
4. Vida ardiente, abrasadora. En la concepción hildegardiana el Amor es Vida, y aquí la abadesa se vale de la imagen del fuego (“energía ígnea”) para expresar ambos conceptos, al tiempo que implícitamente añade las notas del dinamismo, la movilidad, el calor, el brillo y la refulgencia, todas ellas identificables con el amor y la vida.
5. Responde esta afirmación a lo que era por entonces la interpretación del texto de Juan 1, 3-4, que se leía así: Et sine ipso, factum est nihil. Quod factum est in ipso vita erat (Y sin Él no se hizo nada. Todo cuanto fue hecho era vida en Dios). La lectura, hoy: Et sine ipso, factum est nihil. In ipso vita erat (Y sin Él no se hizo nada [de cuanto fue hecho]. En Él estaba la vida).
6. La referencia es a la sabiduría en sentido bíblico, no como un saber teorético sino como un saber práctico-moral. Por eso a continuación adscribe a la ordenación propia de la sabiduría la nota de rectitud, que la circunscribe al ámbito de lo moral. (vuelve al texto)
7. Queda aquí subrayada la afirmación de la nota 5–en el sentido de la concepción de todo lo creado como viviente– con la imagen del soplo de aire, hálito de vida (Gén. 2, 7).
8. Viriditas: es uno de los conceptos característicos de Hildegarda a lo largo de toda su obra –y que podría traducirse como verdor, fuerza vital, fecundidad, vida–, conque se refiere a Dios, a la Vida divina, a la acción creadora de Dios, a la presencia de la fuerza divina en el mundo y en el hombre, a las virtudes como fuerzas divinas que trabajan con el hombre, etc. Recordemos que, en abierto contraste con su época, Hildegarda no hace hincapié en el concepto de orden –en virtud del cual la acción creadora de Dios hace del universo un cosmos– sino en el de vida, fuerza, energía: todo cuanto existe es vida. Tampoco subraya la presencia de un principio formal en el hombre, sino que acentúa el principio dinámico y cohesionante, capaz por ello de otorgar unidad, y unidad viva.
9. Son los cuatro vientos que en la segunda visión aparecen representados por cuatro cabezas de animales: de leopardo (simboliza el temor de Dios), de lobo (las penas del infierno), de león (el temor ante el juicio de Dios) y de oso (las tribulaciones corporales y las angustias del alma), “no porque existan en las formas de estos animales, sino porque imitan la naturaleza de los mismos en sus fuerzas y poder.” (Sed et uersus easdem partes quatuor capita, scilicet quasi caput leopardi et lupi ac uelut caput leonis et ursi apparent, quia in quatuor partibus mundi quatuor principales uenti sunt, non tamen sic in formis suis existentes, sed in uiribus suis naturam denominatarum bestiarum imitantes, LDO I, 2, 16)
10. Aparecen también trabajados en la segunda visión, representados por el cangrejo, el ciervo, la serpiente, el cordero. Se hacen así presentes –simbólicamente– el reconocimiento de los pecados, el arrepentimiento, la confianza en Dios pero también la duda, la esperanza, el sufrimiento como purificación, la consolación y la constancia, la perfección espiritual..., “todos ellos vientos colaterales que son como las alas de los vientos principales y que no cesan de soplar, aunque suavemente” (Ibíd., 24), en tanto los vientos principales están como detenidos en su inmenso poder, a la espera del juicio de Dios al fin del mundo.
11. Como se advierte en el mismo párrafo, no se trata de una inmortalidad individual sino específica y, según podría desprenderse del contexto, la inmortalidad de la especie en Dios (“porque Yo soy la vida”). Como dice Guillermo Blanco en su Curso de Antropología Filosófica (Buenos Aires: EDUCA, 2002, p. 121), “todo era vida en Dios antes de ser realidad, porque todo era en Dios objeto de pensamiento y de amor: todo vivía en la inteligencia de Dios”.
12. Hay aquí una clara alusión trinitaria: Racionalidad, Palabra y Aliento de Vida, en el contexto de la actividad creadora, “por la que toda creatura fue hecha”. Pero el Aliento no sólo da vida, sino que lo hace porque es en Él que la Palabra creadora resuena, produciendo su efecto de causalidad eficiente y formal ejemplar.
13. Se mencionan las concepciones idolátricas más primitivas, sí, pero que también se encontraban en los pueblos bárbaros que habían conquistado Europa –y con fuerte penetración e influencia en la Germania– en tiempos no tan lejanos.
14. Esta imagen del “florecer” en la raíz (la Palabra que resuena en la Racionalidad, y en Ella todo lo que vive), es otra aparición de la riquísima –en sentidos y matices– viriditas. Su fecundidad aparece también proclamada en el párrafo siguiente, en que la creación habla del Creador, las creaturas configurando un cosmos, un orden, se manifiestan como la obra de su Dios.
15. El hombre como resumen de toda la creación, el hombre como microcosmos, es un tópico de la época. Así, leemos en Honorio de Autun: “En cuanto es corporal –y microcosmos– toma de la tierra la carne, del agua la sangre, la respiración del aire y el calor lo toma del fuego. Su cabeza es redonda, al modo de la esfera celeste; los ojos brillan como dos estrellas; y hay en ella siete agujeros, como las siete armonías que adornan el cielo. El pecho, que es el lugar de la respiración y de la tos, se asemeja al aire en que se dan cita los vientos y los truenos. El vientre recibe todos los líquidos como el mar acoge los ríos. Los pies sostienen el peso de todo el cuerpo, como lo hace la tierra con el conjunto del universo. Del fuego celeste recibe el hombre el sentido de la vista, del aire superior el oído, del inferior el olfato, el gusto lo recibe del agua y el tacto de la tierra. Participa de la dureza de la piedra en sus huesos, de la vigorosa fecundidad de los árboles en sus uñas, del ornato del césped en sus cabellos, tiene en común con los animales la capacidad de sentir: tal es la sustancia corporal del hombre.” (Unde et microcosmus, id est minor mundus dicitur: habet namque ex terra carnem, ex aqua sanguinem, ex aere flatum, ex igne calorem. Caput ejus est rotundum, in coelestis sphaerae modum: in quo duo oculi ut duo luminaria in coelo micant; quod etiam septem foramina, ut septem coelum harmoniae ornant. Pectus, in quo flatus et tussis versantur, simulat aerem, in quo venti et tonitrua concitantur. Venter omnes liquores, ut mare omnia flumina recipit. Pedes totum corporis pondus, ut terra cuncta, sustinent. Ex coelesti igne visum, ex superiore aere auditum, ex inferiore olfactum, ex aqua gustum, ex terra habet tactum. Participium duritiae lapidum habet in ossibus, virorem arborum in unguibus, decorem graminum in crinibus, sensum cum animalibus: haec est substantia corporalis, Elucidarium I, 11. En: Migne. PL 172).
16. Gén. 1 y 2. Aun en la diversidad de ambos relatos, un hecho se presenta como indubitable: la creación tiene al hombre como su centro y ápice; todas las demás creaturas están en función de él, quien debe trabajarlas y usarlas con rectitud, esto es, con sabiduría, medida y orden. El hombre tiene una responsabilidad ética por el cosmos, por el mundo natural, y desde este punto de vista la obra de Hildegarda bien podría proveer los elementos para elaborar una ecología cristiana, tan necesaria en tiempos en los que el hombre parece más dedicado a la destrucción de su mundo que a su conservación.
17. El hombre, creado a imagen de Dios, reproduce en su ser la realidad trinitaria de su Creador. El esquema parece indicar el cuerpo como la realidad material del hombre, el alma como su principio vital y animador, y la racionalidad como su espíritu o principio intelectual. En lo que viene del párrafo, ¿podría tal vez leerse un esbozo de distinción entre esencia y existir, lo que algo es y su ser mismo?
18. Esta afirmación no implica que si el ángel no hubiera caído, el hombre no hubiese sido creado (tema discutido por entonces en la escuelas); apunta más bien a que el hombre, además de su lugar propio, vino a cubrir el lugar que los ángeles pecadores habían dejado vacío.
19. Dicha figura humana es Cristo, Dios-Verbo encarnado, Quien eligió hacerse hombre (belleza) sin dejar de ser Dios (poder), por ese amor del Padre que se expresa con el término “caritas”, amor que es gracia, gratuidad del don del amor.
20. Las ideas principales de este párrafo, doctrinalmente densísimo, son: 1) la excelencia del amor divino es la Trinidad; 2) sólo puede ser conocida gracias a la fe, y una fe devota, esto es, alentada por un amor diligente en las obras del amor; 3) pero esta fe y la revelación trinitaria son un don divino, gratuito –la fe es gracia–; 4) por consiguiente, Dios es Quien da el don de la fe que, cultivada por el amor del hombre, le merece los bienes celestiales, est es, a Dios mismo.
21. Marc. 12, 29-31.
22. Hildegarda otorga un lugar de privilegio en sus obras al tema de los ángeles.
23. “la grandeza de la sumisión que triunfa”: claro eco del Magnificat mariano (Lc. 1, 46-55).
24. Los hombres espirituales a los que aquí se refiere Hildegarda son los religiosos, los monjes.
25. En el ángel el conocimiento no es discursivo sino intuitivo; de ahí la imagen de los espejos, apuntando a la visión simplemente tal. No olvidemos, por otra parte, lo dicho en la nota 1 sobre la presencia de la luz y todo aquello que pueda relacionársele o sugerirla, y que campea por todo el texto.
26. El uso de imágenes como ésta es muy propio de Hildegarda, quien constantemente recurre a la naturaleza para dotar de concreción a sus conceptos.
27. Junto a la presciencia creadora de Dios, Hildegarda señala Su providencia, que sostiene a la creatura en la existencia y la mueve hacia su perfección.
28. Hildegarda subraya aquí la idea de que el conocimiento mismo que Dios tiene de la creatura es luz que la hace presente, por así decirlo: es un conocimiento creador, es en virtud de ese conocimiento que la creatura comienza a mostrarse, a brillar, a ser.
29. “Opacar”: en el contexto de lo que para Hildegarda significa la luz, opacar significa negar a Dios Su luz, el brillo de Sus obras, de donde los ángeles rebeldes, finalmente, se niegan a ver la luz, se ciegan, quedan en la oscuridad, son oscuridad.
30. Confirma la idea de la nota anterior.
31. Nuevamente encontramos aquí esa reminiscencia del Magnificat, la paradoja de la “humillación triunfante”.
32. Lo propiamente humano es aquí la humildad de la creatura ante su Creador: ésta es la virtud y el esplendor de la humildad.
33. Según Honorio de Autun, Dios en el primer día creó la luz espiritual y a toda creatura espiritual, en tanto en el sexto día creó al hombre; los primeros proceden del fuego –no olvidemos que una de las nociones corrientes por entonces era la de un cuerpo espiritual o etéreo para los ángeles–, pero el hombre, de la tierra: “Los cuerpos de los ángeles son simples, es decir, hechos del puro éter. El éter es ígneo –el cuarto elemento– y sereno, no por el calor sino por la luz perpetua, por lo que acerca de la creación de los ángeles está escrito: Hágase la luz” (Angelorum corpora sunt simplicia, videlicet ex puro aethere facta. Aether est ignis, scilicet quartum elementum, non calore, sed perpetua luce serenum; unde de creatione angelorum scribitur: Fiat lux, Gen. I, Liber duodecim quaestionum, 11. En: Migne, loc. cit. ).
34. Otro tema de discusión teológica en la Edad Media: ¿habría tenido lugar la creación del hombre de no haber pecado el ángel? ¿Llegará a ocupar en la gloria un lugar propio, o tan sólo completará el lugar dejado por el ángel caído?
35. El “conocimiento del amor” es una expresión que da lugar, sin más, a múltiples interpretaciones: el conocimiento por connaturalidad afectiva, el conocimiento que brota del amor que lo urge –motor, peso y centro de gravedad de la persona–, la primacía de este conocimiento en la realización plena del hombre..., son diversas consideraciones en torno a una misma realidad, que es la naturaleza humana tomada en su especificidad.
36. ¿Cómo no reconocer aquí la dolorosa situación del hombre a la que se refiere San Pablo: “El bien que quiero, no lo hago; antes bien, el mal que no quiero, ése practico” (Rom. 7, 19)?
37. No cuesta mucho reconocer en este párrafo los ecos del contexto en el que transcurrió la vida de la abadesa de Bingen, ese siglo XII signado por la discordia entre el Papado y el Imperio, la herejía de los cátaros y la tremenda corrupción del clero.
38. En esta presentación que hace Hildegarda del pecado del hombre (Adán y Eva), más que una desobediencia explícita de la mujer en cuanto al mandato divino parece darse un rendirse a la seducción del demonio, ordenada ésta no tanto a causar la caída de la mujer sino a vencer a Dios en la lucha por la supremacía, arrebatándole su obra.
39. “Sintiendo en el gusto de la manzana que era diferente”: además de subrayar nuevamente la característica apelación de Hildegarda a todos los sentidos, recordamos que lo que aquí se está diciendo, finalmente, es que Eva, al saborear la manzana, se conoció, supo de sí misma, se afirmó a sí misma “frente” a Dios. No fue la sabiduría de Dios lo que adquirió al gustar la manzana, sino la sabiduría de sí misma desgajada de su Dios: creatura en la soledad de sí misma. Como se lee a continuación en el mismo párrafo, ambos (Adán y Eva) perdieron así su luz y quedaron desnudos, despojados. Como le había sucedido a Lucifer. En sombras.
40. No fue su castigo como el que infligiera al ángel, sin redención posible y en absoluta y definitiva soledad. El hombre partió hacia el exilio, varón y mujer unidos en matrimonio de inviolable fidelidad, acompañándose y sosteniéndose en el arduo camino de retorno a la Patria.
41. Dios busca al hombre; el movimiento del Amor de Dios como caritas, como gracia, como don.
42. Desde el cautiverio de los judíos en Babilonia bajo Nabucodonosor, ese nombre quedará como signo de exilio, corrupción y desdichada condición del hombre y de la Iglesia. Recordemos que a este episodio se asimiló el cautiverio de los Papas en Aviñon (siglo XIV), y que Lutero no titubeó en llamar a la Roma del Renacimiento, Babilonia.
43. Gén. 22, 15-19.
44. María es la tierra durmiente, que no saboreó la manzana: no fue despertada al conocimiento de sí y rebelde a su Creador, sino que permaneció quieta y enteramente atenta y rendida a la Voluntad de su Señor. No tuvo la sabiduría de sí, sino la sabiduría de Dios; y por eso albergó en sí y fue madre de la Sabiduría misma, como proclaman las letanías lauretanas
XVI. Y así como Adán es el padre de todo el género humano, así también a través del Hijo de Dios, que se encarnó en una naturaleza virginal, surgió un pueblo espiritual que crece como Dios lo prometió a Abraham por su ángel: que su simiente llegaría a ser como las estrellas del cielo, según está escrito: "Mira el cielo, y cuenta las estrellas, si puedes. Así será tu descendencia. Creyó Abraham a Dios, y le fue reputado para su justificación"(43). Lo que debe entenderse así: Tú, que adoras y veneras a Dios con una voluntad buena, mira lo oculto de Dios y resuelve la remuneración de los méritos de quienes brillan ante Dios día y noche –si esto es posible al hombre obstaculizado por la carga de su cuerpo–. Porque cuando el hombre saborea las cosas que son de la carne, no puede captar plenamente las que son del espíritu. Y con verdad se dice a aquel que se esfuerza por honrar a Dios con el recto suspiro de su corazón: De este modo será multiplicada y brillará la simiente de tu corazón, que sembraste en la buena tierra regada con la gracia del Espíritu Santo; porque también delante del Dios altísimo se levantará y resplandecerá en la multitud de sus dichosas virtudes, como las estrellas clarean en el firmamento. Por lo cual quienquiera que creyere fielmente la promesa divina, teniendo para con Dios la grandeza de la verdadera fe, de forma tal que desprecie todo lo terrenal y tienda hacia la cosas celestiales, será contado como justo entre los hijos de Dios porque amó la verdad, y no tuvo engaño en su corazón.
[XVII. Del linaje de Abraham –quien creyó y le obedeció– Dios eligió a la Virgen María, de quien nacería corporalmente Cristo, maestro y guía de una nueva generación, esto es, una generación espiritual.]
XVII. Pues Dios conoció que en el espíritu de Abraham no habitaba el engaño de la serpiente, porque lo que hacía no causaba daño a nadie; por eso de su linaje Dios eligió la tierra durmiente [quieta] que fue totalmente extraña a aquel gusto con el cual la antigua serpiente había engañado a la primera mujer(44). Esa tierra, prefigurada por la vara de Aarón, era la Virgen María, quien en la más grande humildad se mostró como el aposento cerrado del rey. Porque, cuando recibió del trono este anuncio: que el gran rey quería morar en su claustro, miró la tierra de la que había sido creada y dijo que ella era la esclava de Dios. Lo que la primera mujer, engañada, no hizo, porque deseó tener lo que no debía poseer. También la obediencia de Abraham, en la que Dios probó su fe cuando le mostró el carnero enredado en los arbustos espinosos, prefiguró la obediencia de la virgen bienaventurada que creyó en la palabra del mensajero, deseando que se hiciera en ella según la palabra del mensajero. Por eso el Hijo de Dios, que había sido prefigurado como el carnero enredado en la zarza, se encarnó en ella. Pero también estaba previsto en este linaje [en Cristo] lo que Dios dijo: que el linaje de Abraham había de multiplicarse como las estrellas del cielo, que debía contarse en la plenitud de la comunidad celestial. Y porque creyó fielmente a Dios en todas las cosas, por eso mismo también fue llamado el padre de quienes serán herederos del reino de los cielos.
Y así todo hombre que teme y ama a Dios abra devotamente su corazón a estas palabras, y conozca que para la salvación de los cuerpos y las almas de los hombres han sido dichas, no por el hombre sino por Mí, El que soy.
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