Párrafos selectos:
“Escuche ahora el piadoso enamorado de tu santo nombre. El cielo se alboroza, llénase de asombro la tierra, cuando digo: Ave María.
Satanás huye, tiembla el infierno, cuando digo: Ave María.
El mundo aparece ruin, la carne se marchita, cuando digo: Ave María
Se desvanece la tristeza, reaparece el gozo, cuando digo: Ave María.
Se disipa la pereza, el corazón se derrite de amor, cuando digo: Ave María
Acreciéntase la devoción, estalla la compunción, se reanima la esperanza, aumenta el consuelo, cuando digo: Ave María.
El espíritu se recrea y el ruin afecto se enriquece, cuando digo: Ave María”.
“La salutación angélica fue compuesta bajo la inspiración del Espíritu Santo, y es adecuada a tu grandísima dignidad y santidad.
Esta oración es en palabras, corta; en misterios, sublime; en el dictado, breve; en eficacia, prolija; dulce más que la miel; preciosa más que el oro”.
“Esta es, en verdad, según que atestiguan las Santas Escrituras, la prudentísima Virgen de todas las vírgenes, la más recatada de todas las mujeres, la más hermosa de todas las doncellas, la más honesta de todas las matronas, la más agraciada de todas las dueñas, la más noble reina de todas las reinas”.
“¡Oh prole de veras ilustre, noblemente engendrada de la insigne prosapia de los Patriarcas, generosamente producida de raza sacerdotal, dignísimamente derivada de dignidad pontifical, verísimamente anunciada por el coro de profetas, ilustrísimamente salida de estirpe real, rectísimamente originada de la línea de David, clarísimamente desgajada de la nobilísima tribu de Judá, felicísimamente engendrada de la plebe de Israel, singularmente elegida de en medio del elegido pueblo de Dios, por ordenación divina serenísimamente nacida a la luz del mundo de padres santos, religiosos y agradables a Dios!”.
“Porque en virginidad eres candidísima; en humildad, profundísima; en caridad, fervorosísima; en paciencia, mansísima; en misericordia, copiosísima; en la oración, devotísima; en la meditación, purísima; en la contemplación, altísima; en compasión, suavísima; en consejo, prudentísima; en socorrer, poderosísima.
Tú eres la casa de Dios, la puerta del cielo, el paraíso de delicias, pozo de gracias, gloria de los ángeles, alegría de los humanos, modelo de costumbres, esplendor de virtudes, lumbrera de vida, esperanza de los menesterosos, salud de los enfermos, madre de los huérfanos.
¡Oh virgen de las vírgenes, toda suavidad y hermosura, brillante como estrella, encarnada como rosa, resplandeciente como perla, luminosa como el sol y la luna en el cielo y en la tierra!
¡Oh Virgen apacible, inocente como corderita, sencilla como la paloma, prudente como noble matrona, servicial como humilde esclava!
¡Oh raíz santa, cedro altísimo, vid fecunda, higuera dulcísima, palma jocundísima! En ti se hallan reunidos todos los bienes, y por ti se dan a nosotros los galardones eternos”.
“¡Oh clementísima Virgen María, Madre de Dios, Reina del cielo, Señora del mundo, júbilo de los santos, consuelo de los pecadores! Atiende los gemidos de los arrepentidos; calma los deseos de los devotos; socorre las necesidades de los enfermos; conforta los corazones de los atribulados; asiste a los agonizantes; protege contra los ataques de los demonios a tus siervos que te imploran; guía a los que te aman al premio de la eterna bienaventuranza, en donde con tu amantísimo hijo Jesucristo reinas felizmente por toda la eternidad. Amén”.
“El amor a Santa María apaga todos los ardores de la concupiscencia carnal y fomenta la castidad.
El amor a Santa María ayuda a menospreciar al mundo y servir a Cristo en la humildad.
El amor a Santa María preserva de toda mala compañía y prepara para la pureza de la vida religiosa.
Ama, pues, a Santa María, y percibirás gracia espiritual.
Invoca a María, y alcanzarás victoria.
Honra a María, y obtendrás perpetua misericordia”.
“Feliz el devoto aquel que, despreciando todos los solaces del mundo, escogió a nuestra Señora Santa María que como Madre le consolará y como guardiana le protegerá durante toda su vida”.
“Si deseas ser consolado en las tribulaciones, acércate a María, Madre de Jesús, que está al pie de la cruz llorando y gimiendo. Y todos tus desasosiegos o se desvanecerán pronto o se te harán leves”.
“Ahora bien, ¿qué hay que pedir a María? En primer lugar, pídele el perdón de tus pecados. Luego, la virtud de la continencia, y el don de la humildad tan grato a Dios”.
“Duélete al ver que todavía estás tan lejos de las verdaderas virtudes: de la profunda humildad, de la santa pobreza, de la perfecta obediencia, de la purísima castidad, de la devotísima oración, de la fervorosísima caridad, virtudes todas ellas que en sumo grado adornaron a María, Madre de Jesús”.
“Cualquier cosa que desees, pídela humildemente por mediación a María, puesto que, gracias a sus gloriosos méritos, son auxiliados los que se encuentran en el purgatorio y en la tierra”.
“¿Quieres hacer lo que agrada a la Virgen? Sé humilde, paciente, sobrio, casto, modesto, manso, recogido, devoto de alma.
No salgas con frecuencia. Lee, escribe, ora a menudo. No te parezca ni prolijo ni pesado el servir a María.
Servir con el corazón y los labios a tal Señora, es cosa deleitable y que no puede menos que regocijar.
No quedará, en efecto, sin notable recompensa todo lo que se haya hecho, por poco que sea, en su honor.
Madre humilde, no menosprecia los pequeños obsequios. Virgen piadosa, acepta con gusto lo poco que se le ofrece, a condición de que se haga devota y espontáneamente.
Sabe de sobra que no podemos dar grandes cosas, y, como Señora misericordiosa y Reina apacible que es, no exige imposibles de sus siervos.
Aquella noble naturaleza, por quien vino la misericordia a todo el universo, no puede menos que compadecerse de los indigentes.
¿Cómo no ha de acoger graciosamente a sus fieles servidores, la que tan a menudo con sus avisos y patentes milagros convierte a los que viven miserablemente en el mundo?
¿Cuántos no se hubieran condenado por toda la eternidad, o se hubieran atascado obstinadamente en la desesperación, de no haber la benignísima Virgen María intercedido por ellos ante su Hijo?
Con sobrada justicia se dice de ella que es la misericordia de los miserables y el recurso de todos los pecadores.
No busca nada de lo que tenemos, ni necesita para nada de lo nuestro, cuando en el cielo todos se afanan en satisfacer sus deseos.
Si exige de nosotros que la sirvamos, es porque busca nuestro bien. Si pide que la alabemos, es porque desea nuestra salvación.
Y cuando ve que festejamos la memoria de su nombre, esto le sirve de pretexto para colmarnos de beneficios. Deléitase, en efecto, en corresponder a sus servidores.
Es muy fiel en las promesas, y generosa en los favores.
Está colmada de delicias, y los ángeles la alegran con incesante concierto. Esto no obstante, se goza en los homenajes de los hombres, porque ello redunda en mayor gloria a Dios y salvación de muchos.
Se ablanda con las lágrimas de los miserables; se apena con los dolores de los atribulados; corre en auxilio al ver los peligros de los tentados; se inclina a las preces de los devotos.
El que con pie firme y corazón humillado recurra a ella e invoque su santo y glorioso nombre, no volverá con las manos vacías.
Son muchísimos los que están a su lado; los mismos coros de ángeles esperan sus órdenes; y ella a todos puede mandarlos para aliviar a los desvalidos. Conmina a los demonios a que no se atrevan a molestar al que se ha sometido a su señorío y cuidado”.
“Por su singular reverencia es atendida al instante en toda causa que se le confíe. Su benigno Hijo Jesús, autor de la salvación del género humano, la honra en efecto no negándole nada. De modo que todo fiel y devoto que desee escapar de los naufragios del mundo y arribar al puerto de la eterna salvación, acuda a nuestra Señora Santa María”.
“Por tanto, si deseas alabar dignamente a la bienaventurada Virgen y venerarla con todo ahínco, procura ser como los sencillos hijos de Dios, sin malicia, sin doblez, sin engaño, sin enojo, sin discordia, sin murmuración ni recelo”.
“No hay lugar más seguro para esconderse que el regazo de María; ni caballo más veloz para escapar de la mano del perseguidor, que la oración de la fe dirigida al alcázar de la real Dueña nuestra, Santa María”.
“Procura asirla, y ya no la sueltes, hasta que te bendiga, y te acompañe bojo su égida feliz al palacio celestial. Amén”.
“Tú eres el ornato del cielo de los cielos. Tú eres el gozo y júbilo de todos los santos. Tú eres el dorado reclinatorio del Santo de los Santos. Tú el alborozo y expectación de los Padres antiguos”.
“No quiero, pues, pues llamar madre a nadie sobre la tierra; rehusó tener otra fuera de ti, Madre de Dios, y solamente a ti.
No hay otra semejante a ti en virtud y encanto, en caridad y mansedumbre, en piedad y dulzura, en fidelidad y consuelo maternal, en misericordia y piedades sin número.
En este día te elijo y reservo. En este día me entrego con toda confianza a ti, y solo deseo que confirmes este mi propósito para toda la eternidad”.
“Te ruego, además, oh María, gloriosísima Madre de Dios, que desde esta hora hasta el momento de la muerte no te canses de mirarme con rostro propicio y sereno y con dulcísimo corazón.
A cualquier sitio que me dirija, extiende maternalmente sobre mí tus santísimos brazos.
Y cuando se acerque mi último día, que no sé cuándo será, y la tremenda hora de la muerte, de la que no puedo escapar, oh clementísima Señora mía, que eres especial confianza en todos los apuros, pero en particular en la hora de la muerte, acuérdate de mí y asísteme en los últimos momentos de mi vida, consolando mi alma temblorosa. Ampárala contra los espantosos e inmundos espíritus, para que no se atrevan a acercarse.
Dígnate visitarla con tu graciosa presencia, acompañada de los ángeles y santos”.
“Acepta, pues, la plegaria que yo, siervo tuyo, ahora elevo a ti; y mírame misericordiosísimamente, Madre de Jesús, Virgen María amada más que nadie, y acuérdate siempre de mí”.
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