domingo, 26 de abril de 2009
San Cleto y San Marcelino, Papas y Mártires - 26 de abril
P. Juan Croisset, S.J.
San Cleto fue romano; y, habiéndole convertido á la fe el apóstol San Pedro, se hizo discípulo suyo, y en la escuela de tal maestro aprovechó tanto en poco tiempo, que fue ejemplo y modelo de todo el clero de Roma, así por su celo como por su fervor y admirable devoción.
Con su afabilidad conquistaba los corazones de todos, hasta de los mismos paganos; y el grande amor que profesaba á Jesucristo daba á entender que había heredado de su maestro aquella singular ter¬nura con que éste había mirado siempre al Salvador. Hacía San Pedro tanto aprecio de San Cleto, que se cree, y con razón, haberle escogido, juntamente con San Lino, no sólo para trabajar á su vista en Roma y sus contornos, como los demás operarios evangélicos que empleaba en la viña del Señor, sino también para que en su ausen¬cia gobernasen aquella primera Iglesia del mundo.
Habiendo terminado San Pedro el año 67 del Señor su gloriosa ca¬rrera por medio del martirio, le sucedió inmediatamente San Lino, y á San Lino sucedió San Cleto. Bien era menester un Pontífice tan grande en aquellos dificultosos tiempos de una Iglesia recién nacida y de una persecución tan universal, en que los fieles estaban necesi¬tados de quien los socorriese y los alentase. Todo lo hallaron en la inmensa caridad de nuestro Santo. No hubo provincia tan remota en toda la extensión del imperio romano; no hubo rincón tan escondido que no sintiese los efectos de su caridad y de su celo en las necesida¬des de los cristianos. A unos socorría con limosnas, á otros alentaba con sus cartas, y á todos dirigía y consolaba con sus paternales ins¬trucciones. Aunque el rebaño era muy numeroso, á todo proveía el vigilante pastor. Ordenó en Roma á veinticinco presbíteros, y no omitió medio alguno de cuantos podían contribuir al bien, aumento y propagación de la Iglesia.
Hacia doce años que la gobernaba, con toda aquella vigilancia, pruden¬cia y acierto que po¬día esperarse de uno de los más amados discípulos del Príncipe de los Apósto¬les, cuando Domiciano, el tirano más cruel y el más ene¬migo de los cristia¬nos que hasta aho¬ra se ha conocido, excitó contra ellos una de las más ho¬rribles persecucio¬nes que padecieron jamás. No se pue¬den decir las cruel¬dades que ejercitó contra los siervos de Cristo, cuyo nom¬bre estaba resuelto á exterminar. A un mismo tiempo rom¬pió la tempestad en todas partes; en un solo día se contaron muchos millares de mártires, y en todos los rin¬cones del mundo corrían arroyos de sangre de aquellos héroes cris¬tianos.
Pero hacía poco caso el tirano de la exterminación del rebaño, mientras quedase con vida el Pastor, y así convirtió contra él toda su rabia. Mandó que fuese buscado el Pontífice romano, el cual no cesaba de correr día y noche por la ciudad y por la campaña arras¬trado, digámoslo así, por grutas y por cavernas para asistir y con¬solar á los fieles. Fue preso San Cleto y metido en una cárcel, car¬gado de cadenas. La alegría que mostró, con admiración de todos, acreditaba el deseo que tenía de derramar su sangre por Cristo; pero la impaciencia con que estaba el tirano por verle acabar la vida, le ahorró muchos tormentos. Fue, pues, martirizado en Roma el día 26 de Abril del año de 96. Consérvase su cuerpo en la iglesia de San Pedro en el Vaticano, y se muestran algunas de sus santas reliquias en la de San Pablo de Plaza Colona.
Hónrale como á su patrono y titular la ciudad de Ruvo en la an¬tigua Calabria, creyéndose en ella, por antigua tradición, que ha¬biendo venido á ella San Cleto, viviendo todavía San Pedro, ó poco después de su muerte, siguiendo sus carreras apostólicas, convirtió á la fe á la mayor parte de sus vecinos y fue su primer obispo, ó á lo menos su apóstol, antes de ascender al sumo pontificado. Celebra en este mismo día la Iglesia la fiesta de San Marcelino, cuya vida y santa muerte ha sido siempre á los fieles del no menos enseñanza que motivo de confianza en la misericordia del Señor.
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