miércoles, 22 de abril de 2009

Los católicos debemos sentirnos una sola familia


S.S. Benedicto XVI
Abril 19, 2009

Queridos hermanos y hermanas

A vosotros, aquí presentes, y a cuantos están unidos a nosotros mediante la radio y la televisión, renuevo de corazón fervientes augurios pascuales, en este domingo que cierra la Octava de Pascua. En el clima de alegría, que proviene de la fe en Cristo resucitado, deseo también expresar un “gracias” cordialísimo a todos aquellos -y son verdaderamente muchos- que han querido hacerme llegar un signo de afecto y de cercanía espiritual en estos días, tanto por las fiestas pascuales, sea por mi cumpleaños -el 16 de abril-, como también por el cuarto aniversario de mi elección a la Cátedra de Pedro, que se cumple precisamente hoy. Agradezco al Señor por la coralidad de tanto afecto. Como he tenido modo de afirmar recientemente, nunca me siento solo. Aún más en esta semana singular, que para la liturgia constituye un sólo día, he experimentado la comunión que me rodea y me apoya: una solidaridad espiritual, nutrida esencialmente de oración, que se manifiesta en mil modos. A partir de mis colaboradores de la Curia Romana, hasta las parroquias geográficamente más alejadas, nosotros católicos formamos y debemos sentirnos una sola familia, animada por los mismos sentimientos que la primera comunidad cristiana, de la cual el texto de los Hechos de los Apóstoles que se lee en este domingo afirma: “La multitud de los creyentes tenía un sólo corazón y una sola alma” (Hch 4,32).

La comunión de los primeros cristianos tenía como verdadero centro y fundamento a Cristo resucitado. El Evangelio narra de hecho que, en el momento de la pasión, cuando el divino Maestro fue arrestado y condenado a muerte, los discípulos se dispersaron. Sólo María y las mujeres, con el apóstol Juan, permanecieron juntos y le siguieron hasta el Calvario. Resucitado, Jesús dio a los suyos un nueva unidad, más fuerte que antes, invencible, porque está fundada no en los recursos humanos, sino en su misericordia divina, que les hizo sentir a todos amados y perdonados por Él. Es por tanto el amor misericordioso de Dios el que une firmemente, hoy como ayer, a la Iglesia y el que hace de la humanidad una sola familia; el amor divino, que mediante Jesús crucificado y resucitado nos perdona los pecados y nos renueva interiormente. Animado de esta íntima convicción, mi amado predecesor Juan Pablo II quiso dedicar este domingo, el segundo de Pascua, a la Divina Misericordia, y señaló para todos a Cristo resucitado como fuente de confianza y de esperanza, acogiendo el mensaje espiritual transmitido por el Señor a santa Faustina Kowalska, sintetizado en la invocación “¡Jesús, confío en tí!”.

Como para la primera comunidad, María nos acompaña en la vida de cada día. Nosotros la invocamos como “Reina del Cielo”, sabiendo que su realeza es como la de su Hijo: toda amor, y amor misericordioso. Os pido que le confiéis a Ella nuevamente mi servicio a la Iglesia, mientras con confianza le decimos: Mater misericordiae, ora pro nobis.

[Tras el Regina Coeli, dijo]

Dirijo ante todo un cordial saludo y fervientes augurios a los hermanos y a las hermanas de las Iglesias Orientales que, siguiendo el Calendario Juliano, celebran hoy la santa Pascua. Que el Señor resucitado renueve en todos la luz de la fe y dé abundancia de alegría y de paz.

Mañana comenzará en Ginebra, organizada por Naciones Unidas, la Conferencia de examen de la Declaración de Durban de 2001 contra el racismo, la discriminación racial, la xenofobia y la relativa intolerancia. Se trata de una iniciativa importante porque aún hoy, a pesar de las enseñanzas de la historia, se registran estos fenómenos deplorables. La Declaración de Durban reconoce que “todos los pueblos y las personas forman una familia humana, rica en diversidad. Ellos han contribuido al progreso de la civilización y de las culturas que constituyen el patrimonio común de la humanidad... la promoción de la tolerancia, del pluralismo y del respeto puede conducir a una sociedad más inclusiva”. A partir de estas afirmaciones se requiere una acción firme y concreta, a nivel nacional e internacional, para prevenir y eliminar toda forma de discriminación y de intolerancia. Es necesaria, sobre todo, una vasta obra de educación, que exalte la dignidad de la persona y tutele sus derechos fundamentales. La Iglesia, por su parte, reafirma que sólo el reconocimiento de la dignidad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, puede constituir una referencia segura para este empeño. Desde este origen común, de hecho, brota un destino común de la humanidad, que debería suscitar en cada uno y en todos un fuerte sentido de solidaridad y de responsabilidad. Formulo mis votos sinceros para que los Delegados presentes en la Conferencia de Ginebra trabajen juntos, con espíritu de diálogo y de acogida recíproca, para poner fin a toda forma de racismo, discriminación e intolerancia, marcando así un paso fundamental hacia la afirmación del valor universal de la dignidad del hombre y de sus derechos, en un horizonte de respeto y de justicia para toda persona y pueblo.

[En español dijo]

Saludo con afecto a los fieles de lengua española, en particular a los peregrinos de la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen, de Murcia. En este segundo domingo de Pascua, dedicado a la Divina Misericordia, invoquemos a la Santísima Virgen María para que nos alcance la gracia de reconocer a Cristo Resucitado como la fuente de toda esperanza, que sigue actuando su misericordia en los sacramentos, especialmente en el de la Reconciliación, y en la acción caritativa de la Iglesia. ¡Feliz Pascua y Feliz Domingo!

[En polaco dijo]

Hoy, en el Domingo de la Divina Misericordia, saludo de forma particularmente cordial a los connacionales del Siervo de Dios Juan Pablo II. Fue él quien nos recordó a todos el mensaje de Cristo Misericordioso, revelado a Santa Faustina. Nos exhortó a llevarlo al mundo entero. Frente al mal que en los corazones humanos disemina tanta desolación es una tarea más que nunca actual. Intentemos ser testigos del amor misericordioso de Dios. Permaneciendo en la alegría pascual, en el día del aniversario de mi elección a la Sede de Pedro, agradezco a todos las oraciones por mí.

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez]

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