domingo, 12 de abril de 2009
La Pascua de la Resurrección
La Pascua cristiana es la primera y principal fiesta de la Iglesia en la que los cristianos recordamos, celebramos y conmemoramos la resurrección de Jesús Nazareno, Hijo de Dios, pasando de su muerte en la cruz a la vida eterna junto a Dios Padre. Su resurrección es la base y fundamento de la predicación cristiana, y la garantía de nuestra resucitaremos a una vida eterna en la casa de Dios Padre, si creemos a sus palabras que él dirigió a Marta con ocasión de la muerte de su hermano Lázaro: “Yo soy la resurrección y vida, y aquel que crea en mí, aunque haya muerto, vivirá” (Jn. 11.25).
Históricamente, la primera fuente escrita que narra la resurrección de Jesús Nazareno es la carta de Pablo de Tarso a los fieles de Corinto, que data del año 56 del primer siglo de nuestra era. Recoge la tradición oral de la primitiva Iglesia, y enseña: “os tramito lo que yo he recibido, que Cristo murió por nuestros pecados, fue sepultado y resucitó según las Escrituras, se apareció a Pedro, luego a los doce, después a más de quinientos hermanos, luego a Santiago y finalmente a mí”. Continúa: “Si Cristo no resucitó vana es nuestra predicación y vana es nuestra fe, pero ha resucitado entre los muertos como primicias de los que duermen” (Cor. 15, 3- 20).
Pedro, el día de Pentecostés, pronuncia el siguiente discurso: “Varones israelitas, escuchad estas palabras, Jesús Nazareno varón probado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por él en medio de vosotros y a quien vosotros disteis muerte, Dios le ha resucitado” (Actas 2. 22-24). Pedro le dice al centurión Cornelio, hombre piadoso y temeroso de Dios, de guarnición en Cesárea: “Dios resucitó a Jesús, al tercer día, y se manifestó a los testigos elegidos por Dios, nosotros que comimos y bebimos con Él, después de haber resucitado entre los muertos” (Actas 10, 40-42).
Es más, las dichas Actas refieren: “Jesús se presentó vivo a los apóstoles, con muchas pruebas evidentes, apercibiéndoles del Reino de Dios.” (art. 1,3). Los evangelistas, Mateo, Marcos, Lucas y Juan relatan en síntesis lo siguiente: en la madrugada del domingo, unos ángeles anuncian la resurrección de Jesús Nazareno a María Magdalena y a otras mujeres, las cuales, visitando el sepulcro donde le habían enterrado, ven su piedra removida.
Mateo describe dos apariciones de Jesús resucitado, una a las mujeres en el mismo día de su resurrección cuando regresaban del sepulcro saliéndoles a su encuentro, y otra a los once apóstoles en Galilea. Marcos narra tres apariciones, una a María Magdalena, otra a los discípulos y la tercera a los once apóstoles en Galilea. Lucas refiere dos, una a los discípulos de Emaús y otra a los once comiendo un trozo de pez asado. Juan relata cuatro apariciones, una a María Magdalena llorando sobre su sepulcro, otra a los apóstoles ausente Tomás, la tercera a los apóstoles estando Tomás presente y la cuarta a orillas del lago de Galilea donde los discípulos estaban pescando, y come con ellos.
El sepulcro vacío, la piedra removida que lo cubre, las vendas por el suelo y las diversas apariciones de Jesús a sus discípulos después de haber muerto, son testimonios fidedignos y pruebas directas de que Jesús Nazareno, Hijo de Dios, ha resucitado. La Iglesia cristiana de los primeros días y años cree ser un hecho cierto y seguro la resurrección de Jesús, y así lo predica y trasmite a las siguientes generaciones. La historia de veintiún siglos relata que miles y miles de millones de personas cristianas creen, predican y testimonian la resurrección de Jesús, como primicia, garantía, figura y ejemplo de nuestra resurrección;
El prefacio de difuntos expresa: “la vida de los que en Ti creemos, Señor, no termina, sino que se trasforma”, a semejanza de la vida de Jesús resucitado. Tomás de Aquino enseña a este respeto: “Cristo en su resurrección no retornó a su vida ordinaria terrena, sino que adquirió una vida inmortal igual a la divinidad” (S. T. q.55.2 y 5), con un cuerpo incorruptible, glorioso, ágil y sutil.
De este modo, los cristianos creemos que nuestra vida, más allá de la muerte, es semejante a la vida divina de Jesús resucitado. El paso de la muerte a la vida, con un cuerpo resucitado, distinto a nuestro cuerpo histórico, es un misterio que la razón y ciencia no entiende, pero que el hombre siente como una necesidad de ser y permanecer viviente inmortal; y que el cristiano cree por fe divina.
Miguel de Unamuno escribe: “cada cual lleva en sí un Lázaro que solo necesita de un Cristo que lo resucite, y ¡ay de los pobres Lázaros que acaban bajo el sol su carrera de amores y dolores aparenciales sin haber topado con el Cristo que les diga levántate¡”. En otro lugar escribe: “por debajo del mundo visible y ruidoso en que nos agitamos y del que se habla, hay otro mundo invisible y silencioso en que reposamos, otro mundo del que no se habla”.
Este mundo visible, silencioso y del que apenas se habla, en el que reposan ya nuestros antepasados, es la vida eterna semejante a la de Jesús Nazareno resucitado en el Reino de los Cielos junto a Dios Padre.
José Barros Guede
A Coruña, 12 de abril del 2009
Tomado de: http://www.revistaecclesia.com/
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